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Colección Minoll"idadl y fümñDia

Dirección: Matílde Luna

Supervisión de texto: Pablo Valle


Coordinación gráfica: Lorenzo Ficarelli
Armado: María Andrea Di Stasi
Diseño de tapa: Lorenzo D. Ficarelli

ISBN 950-724-961-3

© 1999 by LUMEN/HYMANITAS
Hecho el depósito que previene la ley 11. 723
Todos los derechos reservados

LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA


PRlNTED IN ARGENTINA
Presentación, de Matilde Luna ..........................................7
Ensayo sobre la destitución de la niñez. Cristina Corea ..9

Introducción ....................................................................11
Capítulo 1: Nacimiento de una hipótesis ........................17
Capítulo 2: El discurso massmediático y su crítica .......29
Capítulo 3: Las operaciones del discurso mediático ...... 51
Capítulo 4: Estatuto actual de la infancia .......................89
Capítulo 5: El niño como sujeto de derechos ...............111
Capítulo 6: Los Simpson o la caída
del receptor infantil ......................................................135

Glosas marginales al Ensayo sobre la destilución


de la niñez. Ignacio Lewkowicz .................................143

Una observación sobre el género observación .............. 145


Una observación sobre el género intervención .............148
Una observación sobre la estrategia general
y la dinámica de la interpretación .............................152
Una observación sobre las ciencias sociales
y las modas teóricas ..................................................156
Una observación sobre la destitución metadiscursiva
de la infancia .............................................................159
Tres observaciones sobre el concepto d� infancia ........164
Tres observaciones acerca de la crítica.........................174
Tres observaciones sobre el concepto
de subjetividad .......................................................... 193
Una observación sobre la definición
de subJetividad ..........................................................209
Una observación sobre el estatuto de lo público
y lo privado ................................................................ 213
Epílogo ...........................................................................217

-5-
PRESíENTACIÓN

En este texto se desarrolla la idea de que la situación


histórica determina la concepción y el modo en que se es
infante-adolescente.
En la época que nos ha tocado transitar, tal modo está
muy ligado a la aparición de los medios masivos die co­
municadón como lugar privilegiado de exposición del
sujeto; a su vez, desde allí se dictan los modelos de cómo
ser para ser aceptado. La producción de modelos en los
medios persigue el incremento de la práctica social privi­
legiada en estos tiempos: eR colllls\Ulnno.
En este ensayo se enfrenta el análisis de las evidencias.
Por un lado, las noticias en los medios, que reflejan temas
tales corno el aumento de las estadísticas sobre maltrato
infantil, la venta de niños, la irrupción de una niñez ase­
sina o suicida. Por otro, la figura del niño como consun1i­
dor que, a causa del marketing, borra las diferencias tra­
dicionalmente establecidas por las edades: nifiez, adoles­
cencia, juventud, vejez.
Por ello se parte de una pregunta: ¿Se acabó la infan­
da?
La atracción que ejerce la propuesta de los medios ma­
sivos es de tal magnitud que borra la posibilidad de cons­
truir un pensamiento alternativo al que ellos proponen.
Sus códigos nos presentan la "realidad" tal como es conce­
bida desde ellos. Aun en las oportunidades en las que en
las programaciones participan personas que sostienen
pensamientos independientes, pareciera que de todos mo­
dos terminarán envueltos en los objetivos del mercado
mediático. He aquí la importancia de contar con un texto
que nos permita conocer algo acerca del armado de esas
imágenes que nos atrapan, ofreciendo un modelo de in­
fancia que subvierte la natural asimetría niño-adulto.

-7-
Esto, en tanto que parecieran promover dos actitudes:
el niño como consumidor que posiciona al adulto en situa­
ción de comprador o vendedor que satisface su voracidad.
O bien el niño excluido, que genera impotencia y frustra­
ción al mostrar el fracaso de las generaciones que lo pre­
ceden en su función de proteger la niñez.
El ensayo se inscribe en una nueva masa crítica de co­
nocimiento sobre la infancia, en un llll!Ulevo ¡p,a11raidftgma al
que están adhiriendo y en el que están produciendo avan­
ces los más importantes científicos sociales.
En este contexto es fundamental el desarrollo logrado
por Ignacio Lewcowitz al aportar, corno historiador, la
perspectiva original en su análisis de la coll1ls1i:iit1:1U1drón de
la. subjjettiviidad.
Y Cristina Corea, partiendo de la semiología, instituye
la tesis principal de este libro con la osadía de formular
una hipótesis tal como el lfñn.nH de la iJ.¡¡¡¡fa¡¡¡¡dia, hipótesis
que sostiene con una rigurosa fundamentación.
En esta obra encontramos un imprescindible marco de
comprensión a aquellos que, como profesionales o simple­
mente como "adultos responsables", intentan hacerse car­
go de la crianza de niños y adolescentes.

Matilde Luna
Buenos Aires, agosto de 1999

-8-
L UCI N
l iN
Cristina Corea
INTRODUCCIÓN

Un niño suscita hoy sensaciones extrañas. Sentimos con


más frecuencia la incomodidad de quien está descolocado
o excedido por una situación, que la tranquilidad del que
sabe a ciencia cierta cómo ubicarse en ella. La curiosidad
infantil, ese sentimiento tan propio del niño con el que fi­
nalmente los adultos logramos farniliarizarnos, hoy pare­
ce haberse desplazado: somos los adultos quienes obser­
van10s, perplejos, el devenir de una infancia que resulta
cada vez más difícil continuar suponiendo como tal.
Este libro parte de una corroboración histórica: el ago­
tamiento de la potencia instituyente de las instituciones
que forjaron la infancia moderna. Ante esa constatación,
se propone reflexionar alrededor de la hipótesis de que,
debido a las mutaciones socioculturales, la producción
institucional de la infancia en los términos tradicionales
es hoy ¡p,irác:11:icamenlte imposible.
Si orientamos la mirada hacia nuestro entorno cultural,
lo dicho puede cobrar alguna evidencia. Por un lado, lo
que se escucha en los medios: crecimiento de las estadís­
ticas sobre maltrato infantil; aumento alarmante de la ven­
ta de niños. Estos casos ponen en cuestión la noción tra­
dicional de la fragilidad de la infancia; los postulados de
protección y cuidado de la niñez empiezan a girar en el
vacío. En el campo de la delincuencia irrumpe una nove­
dad: la nif'1ez asesina y el suicidio infantil. Tal irrupción,
tan difícilrnente asimilable, cuestiona la institución mo­
derna de la infancia inocente, porque hace vacilar uno de
los supuestos del discurso jurídico, el de la inimputabili­
dad del niño.
Por otra parte, el consun10 generalizado produce un ti­
po de subjetividad que hace difícil el establecimiento de
la diferencia simbólica entre adultos y niños. La infancia

-11-
concebida como etapa de latencia forjó la imagen del niño
como hombre o mujer del mañana. Pero, como consumi­
dor, el niño es sujeto en actualidad; no en función de un
futuro. La lógica de segmentación del marketing instaura
unas diferencias que barren las que se hubieran estableci­
do con la concepción de las edades de la vida en etapas
sucesivas. En esa serie se habían inscripto la infancia y sus
edades sucesivas: la adolescencia, la juventud, la adultez,
la vejez. Ahora las diferencias se marcan según otro prin­
cipio: consumidores o excluidos del sistema de consumo,
según la lógica de las diferencias que impone el mercado.
La relación con el receptor que propone el discurso de
los medios masivos es otra de las condiciones de la caída
de la infancia: el acceso indifer-enciado a la información y
al consumo mediático distingue cada vez menos las clases
de edad. Asimismo, la velocidad de la información y el ti­
po de identidades propuestas por la imagen impiden el
arraigo de diferencias fuertes. Aquellas diferencias, basa­
das en el principio de separación, como las etapas de la vi­
da, la espera o el progreso, que son características de la
identidad de los niños modernos, se disuelven con el
avance de las identidades móviles del mercado, impuestas
por el dispositivo de la moda.
El opuesto de la figura .del niño como consumidor es el
niño de la calle, figura que también tiende a abolir la ima­
gen moderna de la infancia. Si el niño trabaja para un adul­
to, esta situación borra la diferencia simbólica entre am­
bos; una diferencia que precisamente la institución mo­
derna del trabajo, al excluir de su campo a la infancia, con­
tribuía a instaurar. Pero también, con ello, queda abolida
la idea de fragilidad de la infancia: si en el universo de los
excluidos del consumo los niños están en mejores condi­
ciones que los adultos para "generar recursos", entonces
se revela que la idea de fragilidad del niño, que operaba
como una razón moderna de exclusión de la infancia del

-12-
mundo del trabajo, es una producción histórica ya exte­
nuada.
La niñez es un invento moderno: es el resultado histó­
rico de un conjunto de prácticas promovidas desde el Es­
tado burgués que, a su vez, lo sustentaron. Las prácticas
de conservación de los hijos, el higienismo, la filantropía
y el control de la población dieron Jugar a la familia bur­
guesa, espacio privilegiado, durante la 111odernidad, de
contención de niiios. La escuela y el juzgado de 111enores
también se ocuparon de los vástagos: la primera, educan­
do la conciencia del hombre futuro; el segundo, promo­
viendo la figura del padre en el lugar de la ley, co1110 sos­
tén simbólico de la familia.
Ninguna de estas operaciones prácticas se llevó a cabo
sin compulsión sobre los individuos; todas ellas termina­
rían finalmente por consolidar los lugares diferenciados
quP. niños y adultos ocuparían como hijos y padres en la
institución familiar naciente. De 111odo que no hay infan­
cia si no es por la intervención práctica de un nu111eroso
conjunto de instituciones modernas de resguardo, tutela y
asistencia de la niñez. En consecuencia, cuando esas ins­
tituciones tambalean, la producción de la infancia se ve
amenazada.
Obvia111ente, cuando hablamos de la infancia hablamos
de un conjunto de significaciones que las prácticas estata­
les burguesas instituyeron sobre el cuerpo del niño, pro­
ducido co1110 dócil, durante casi tres siglos. Tales prácti­
cas produjeron unas significaciones con las que la moder­
nidad trató, educó, y produjo niños: la idea de inocencia,
la idea de docilidad, la idea de latencia o espera.
Las prácticas pedagógicas de mediados del siglo XIX
hasta mediados del XX exhiben con claridad cómo funcio­
nan esos predicados. El manual escolar, que fue género
central en la educación infantil hasta aproximadamente
los afias cincuenta, trata al niño como "el hombre del por-

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venir". De este predicado se infiere que en la institución
escolar el niño no existe como sujeto en el presente sino
como promesa en el futuro. Tendrá que pasar por una se­
rie de etapas de formación hasta hacerse hombre. Como
se lo supone dócil, la escuela es una institución eficaz. En
ella se cumple la misión social de educar al futuro ciuda­
dano; la escuela es el ámbito en que la niñez espera el fu­
turo.
Todas esas prácticas y sus representaciones correspon­
dientes garantizaron la creación de un lugar simbólico
particular para la infancia, que en la sociedad medieval,
por ejemplo, no existía: la separación simbólica del mun­
do adulto y del mundo infantil es típicamente moderna.
En ese sentido, la escuela es u na de las instituciones cla­
ves de separación de adultos y niños.
La producción simbólica e imaginaria de la modernidad
sobre la infancia dio lugar a prácticas y discursos especí­
ficos: la pediatría, la psicopedagogía, la psicología infan­
til, la literatura infantil, etc. Estos discursos producen sus
objetos de saber, sus dominios de conocimiento; en fin:
sus sujetos, el niño y los padres de ese niño recién insti­
tuido, como resultado de la intervención institucional.
Así, a través de la modernidad, el niño es una figura clave
del recorrido de la sociedad hacia el Progreso.
Sospechamos que nuestra época asiste a una variación
práctica del estatuto de la niñez. Corno cualquier institu­
ción social, la infancia también puede alterarse, e incluso
desaparecer. La variación práctica que percibirnos está
asociada a las alteraciones que, a su vez, sufrieron las dos
instituciones burguesas que fueron las piezas claves ele la
modernidad: la escuela y la familia. Pero también dicha va­
riación hunde sus raíces en las mutaciones prácticas que
produjo en la cultura el vertiginoso desarrollo del consu­
ri10 y la tecnología.
Este libro se propone recorrer las variaciones históricas

-14-
que presenta en la actualidad la infancia, asociadas a la al­
teración de la escuela y la familia modernas, en el domi­
nio de la cultura instituido hoy por el discurso de los me­
dios masivos. Indicaremos brevemente cómo se organizan
los seis capítulos que integran la primera parte. El primer
capítulo expone cómo surge la hipótesis que guió nuestro
trabajo sobre la infancia. El segundo expone la estrategia
crítica en que se mueve el Ensayo para analizar el discur­
so massmecliático. En el capítulo tercero se analizan los
procedimientos enunciativos del discurso massmediático,
puesto que es allí donde la hipótesis conjetura el agota­
miento de la infancia.
Los capítulos cuarto, quinto y sexto presentan el reco­
rrido de la hipótesis sobre distintos géneros de los medios
masivos. Las herramientas, el procedimiento y el espíritu
de esos análisis son de neto corte semiológico. Esos análi­
sis querían producir la consistencia de la hipótesis inicial
para llegar a la tesis central del agotamiento de la infancia
moderna. Los géneros del discurso massmediático en los
que se vio trabajar la hipótesis fueron: el periodismo, la
publicidad y la serie televisiva Los Simpson. Allí se intenta
ver de qué modo las figuras del niño que construyen esos
géneros -el sujeto de derechos, el consumidor y el recep­
tor infantil de las series- destituyen prácticamente la fi­
gura del niño moderno.
En la segunda parte se presenta una serie de observa­
ciones que surgen de la lectura del Ensayo sobre la desti­
tución de la niñez. Esas observaciones glosan el margen
del texto: señalan puntos de vacilación, radicalizan pun­
tos de intervención, aclaran estrategias implícitas, explo­
ran las consecuencias de la hipótesis; en síntesis, intentan
continuar el movimiento suscitado por la lectura del Ensa­
yo.

-15-
LO 1
Nacimiento de una hipótesis
G 00 00@ 8 000 0 0 000000 i)O OOO G00000 000 0 00 0 0 0 008 000
/C ste trabajo se inspira en un episodio cruel: el famoso
b caso de los niños asesinos de Liverpool. Sucedió el
12 de febrero de 1993. Los tres protagonistas eran ingle­
ses y "menores": los asesinos, diez años cada uno; la víc­
tima aún no había cumplido los tres. Se recordará que el
homicidio fue precedido por el secuestro ele la víctima en
un shopping, y que fue registrado por el circuito interno
ele televisión.
La crueldad ele los hechos nos llegó a través de imáge­
nes; su sentido, a través de opiniones. No estábamos ante
los hechos; éramos espectadores mediáticos, consumido­
res del caso ele los niños asesinos y de la serie de casos se­
mejantes que sobrevendría después en los medios. El ca­
so era inquietante. Algo pasaba. Pero no en el plano ele los
hechos, sino en el plano del discurso que nos hacía llegar
esos cruentos hechos. Lo notable era el mecanismo con
que esto llegaba a nosotros; o la posición en que quedába­
mos ante tan,años hechos. Pero esa convicción vino bas­
tante después. Al comienzo no era tan sencillo discernir si
nuestro interés eran los hechos o el discurso que en esta
ocasión los trataba. Si era lo primero, nada podíamos ha­
cer: estábamos en Buenos Aires, mirando la tele, leyendo
los policiales de los diarios. Pero sí podíamos avanzar si
decidíamos lo segundo. Si admitíamos de modo radical la
existencia del discurso massmecliático; si admitíamos
que lo que nos atrapaba, finalmente, eran los medios. Tu­
vimos que decidir, entonces , que nuestra hipótesis no era
una hipótesis sobre los hechos, sino sobre el modo en que
se construyó el sentido del caso en el funcionamiento de
los medios. Nuestro problema no era del orden ele los he­
chos sino del orden del discurso. La cuestión era compli­
cada, puesto que el discurso no era una dimensión por
fuera de los hechos, sino que tenía su propia dimensión

-19-
práctica que había que analizar. Esa dimensión práctica
era un conjunto de operaciones enunciativas que era nece­
sario describir, analizar e interpretar semióticamente.
Nuestro interés se desplazó paulatinamente del caso de
los niños asesinos hacia el discurso que lo había produci­
do corno tal. El análisis del discurso massmediático nos
depararía una sorpresa: el problema no residía en el modo
en que el discurso trataba el caso de la infancia asesina,
sino que el funcionamiento de los medios en este caso era
un síntoma de otra cosa.
Los medios masivos eran el discurso en que hacía sín­
toma un problema de envergadura histórica: algo en la in­
fancia había cambiado. Tanto, que quizás había dejado de
existir. ¿Estaríamos llamando infancia a otra cosa, cuya na­
turaleza ignorábamos? Lo que a duras penas se seguía
enunciando como infancia, ¿constituía el encubrimiento
sintomático de una alteración histórica? Las preguntas ad­
quirieron forma de hipótesis; la intuición buscó un méto­
do de análisis pertinente y, transcurrido cierto tiempo, la
investigación produjo su tesis. El recorrido se puede leer
en las páginas que siguen.

Il.A HNIFANCBA ASJESilNA COMO CASO MIE!DIÁT!ICO

El caso de los niños asesinos de Liverpool despierta,


cuanto menos, estupor. Hay algo de siniestro en el caso.
Porque, si lo siniestro es la irrupción de un vacío en la cal­
ma cotidiana, el asesinato infantil, tanto por la calidad de
la víctima como por la de sus victimarios, nos pone ante
un vacío: el sentido común sobre la infancia no puede, de
ningún modo, recubrir un hecho de tal naturaleza. Si la in­
fancia es -o debería ser, según nuestros hábitos cultura­
les- la imagen misma de la inocencia, no hay nada más si­
niestro que lo angélico de la infancia mutando hacia lo
diabólico. Ya que, si hay un lugar donde resulta inespera-

- 20-
da la eii1ergencia de una estrategia asesina, es en el reino
dorado de la infancia inocente.
El asesinato perpetrado por Jon Venables y Robert
Thompson inicia una serie bien conocida: la serie mediáti­
ca de los casos de niños asesinos, cuyo último término, al
momento de escribir este libro, lo constituye la "masacre
de Arkansas". 1 La serie, tratada bajo el título periodístico
de "violencia infantil" integra, a su vez -según los proce­
dimientos sintácticos del discurso mediático-, una serie
mayor: la de la violencia social.
La puesta en serie mediática organiza la ley de la repe­
tición idéntica de sus términos: los casos, con el intento
de encontrar una explicación de los hechos. La explicación
es simple: la repetición de casos corrobora la existencia de
la ley, que enuncia: crece el índice de violencia infantil. La
repetición no es sólo el principio que organiza la lógica de
la serie, sino también un criterio de explicación causal: "En
general, los chicos que actúan así han padecido algún tipo
de maltrato en sus casas, no sólo físico, también emocio­
nal. Con la violencia, repiten lo que recibieron: tratan a los
demás con el mismo desprecio que a ellos los trataron"
("Los chicos repiten lo que reciben", Págína/12, 26/03/98).
La estrategia massmediática tiene dos dimensiones: la
del hacer y la de una teoría sobre ese hacer. Produce el ca­
so y su serie, y al mismo tiempo proporciona una clave de
lectura de eso que hace: una teoría sobre la violencia que
dice: hay violencia por repetición. Pero el principio de re­
petición que explica la violencia está producido por el pro­
pio discurso: la puesta en serie del caso. La operación
enunciativa de puesta en serie produce una teoría que ex­
plica los fenómenos según el principio de la repetición se­
ria l.
1 El asesinato de James Bulger. un niño de 2 años, se produjo el 12/2/1993; tuvo reper­
cusión periodística hasta bien avanzado el año 1994. Sus asesinos tenían 11 años. El
25/3/1998, Andrew Golclen (13) y Mitchell Johnson (1 l) atacaron a tiros a sus compa­
ñeros de escuela en Arkansas. Según la prensa, el móvil de la matanza fue la venganza
de un desaire amoroso. Hubo cinco muertos.

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El mismo princ1p10 de la repet1C1on idéntica prefigura
un futuro: aumento de la violencia infantil. Dada la serie,
nada más sencillo que incluir en ella un nuevo término: se­
guramente, algo tendrá el "nuevo caso" de común con el
que le precede.
Aparentemente, los casos que integran la serie la com­
ponen porque tienen un rasgo en común: la misma causa.
Sin embargo, si nos ponemos atentos a esta operación me­
diática tan peculiar, lo que vemos es que, en rigor, cada ca­
so es la causa del caso siguiente: es la causa de la inclu­
sión de un nuevo término en la serie, que da lugar al "otro
caso". Pero el nuevo caso, a su vez, es causa del anterior,
por cuanto lo legitima a su vez corno su antecesor al in­
cluirse en la serie.
Miguel Calvano 2 sostiene que entre el episodio de Liver­
pool y el de Arkansas hay una diferencia notable. Lo sor­
prendente en el primer caso _era que se presentaba como
un hecho inexplicable para sus actores: siempre que fue­
ron interrogados por los motivos del crimen, los chicos
contestaban que ignoraban por qué lo habían hecho. A los
niíios les resultaba imposible asignarle al acto un sentido
en relación con el propio deseo. El episodio de Arkansas,
por el contrario, es un crimen con móviles bien precisos:
los niíios fantasearon el crimen, lo anunciaron por medio
de amenazas, lo tramaron y lo consumaron. Es decir, des­
de la posición subjetiva asumida frente al crimen, sus ac­
tores se comportan corno adultos, verdaderos sujetos im­
putables ele delito. Sin embargo, en nuestra línea, todavía
es necesario advertir que la inaudibilidad de las amenazas
criminales de estos chicos por parte de los adultos revela
que aún está vigente la suposición adulta de la inocencia
infantil. Revela, en consecüencia, que tal supuesto conti-
2 Psicoanalista. Cf. al respecto: "Malar no es cosa de ni110s", lrabajo presenlado en un
panel del II Congreso Argentino de Pr,ícticas lnslitucionales con Ni110s y ,\clolescenles.
Situación y Perspectivas de la Salud Mental lnfanto-juvenil en La1inoa1i1érica, organiza­
do por el Hospi1al Tobar García enlre el 28 y el 30 de noviembre de 1995. La linea ar­
gumental continuó en sucesivas ch<1 rlas.

-22-
núa funcionando como modalidad de percepción de los ni­
iios, capaz de constituir en la situación un obstáculo que
impide actuar. En ese sentido, la masacre de Arkansas vie­
ne a aclarar nuestra tesis del fin de la infancia: no porque
la demuestre, sino porque manifiesta de manera sintomá­
tica el desacople entre el acto infantil (¿o de hombres pe­
queños?) y los sentidos disponibles en esa situación para
registrarlo. La imposición mediática de la serie construida
a \a que pertenece el caso impide pensar lo real de la
transformación que está en juego.
Por consiguiente, la operación de puesta en serie del
discurso mediático no explica nada, más bien se autoex­
plica: en \a operatoria sintáctica, 3 lo que tenemos, senci­
llamente, es que un caso es la causa de otro. Y, así, la se­
rie puede sucederse sin fin. Por este camino, sólo encon­
traremos respuestas numéricas al problema, pues cada ca­
so confirma la ley: crecen los índices; crecen los casos;
crecen las estadísticas... No cabe duda: vivimos en un
mundo cada vez más violento.
Es necesario construir otro punto de vista para leer el
problema, si queremos abandonar el terreno de la repeti­
ción idéntica de la serie, el paraíso tranquilizador de las
confirmaciones mediáticas. El cambio de perspectiva, en­
tonces, tiene que ser radical. El caso de la infancia asesina
no será un índice más de la violencia infantil, que a su vez
es un índice de la violencia social, sino un síntoma del dis­
curso de los medios. Pero resulta entonces que, si la repe­
tición es sintomática y no la confirmación de algo que ya
se sabe, debe interpretarse. La repetición es índice ya no
de una repetición ni de un aumento: es el síntoma de una
mutación más drástica.
La repetición de casos, entonces, es síntoma en el dis-
3 Las operaciones sin lácticas involucran tocio tipo de relaciones sucesivas entre los sig­
nos. Son sintácticas las leyes que regulan la contigüidad entre los signos en una línea
de lectura cualquiera: concordancia de género y número entre sustantivo y adjetivo, su­
bordinación preposicional, rección verbal, etc. La serie mediática es una operación sin-
1.ictica pues10 que se rige por el principio de sucesión (ele casos).

-23-
curso mediático de una variac1on histórica, la mutación
práctica de lo que estaba en posición de real para las ins­
tituciones de la infancia: el cachorro humano. Si lo que de­
nominamos institución infancia es el producto de las ope­
raciones prácticas de unos discursos sobre la familia y sus
niños, si esas operaciones discursivas le dieron a su vez
consistencia imaginaria a la infancia en el universo bur­
gués, lo que se nos presenta hoy como sintomático es el
desacople entre esos discursos y su real, porque ese real
ha mutado históricamente. El horror ante la infancia vio­
lenta se produce sobre la base de una representación ago­
tada en sus efectos prácticos: la niñez concebida como
edad de inocencia, fragilidad y docilidad.
El caso de la infancia asesina viene a postular en los he­
chos, y de un modo sintomático, que la niñez ha perdido
definitivamente su inocencia en el discurso mediático. El
supuesto moral de la inocencia infantil, que sostiene el
principio jurídico de inimputabilidad del menor, queda
prácticamente cuestionado. Seguramente esto no sucede
sólo con el discurso jurídico: es razonable conjeturar que
cualquier universo de discurso que suponga las significa­
ciones tradicionales4 de la infancia se verá perturbado. So­
bre esa hipótesis discurrirán las páginas que siguen.
En efecto, el desacople discursivo interpretado en el
funcionamiento de los medios es el síntoma del agota­
miento de las instituciones que forjaron la infancia: la es­
cuela pública, la familia burguesa, el juzgado de menores,
las instituciones de asistencia a la familia. En el universo
burgués, la infancia es el objeto de discurso producido co­
mo efecto de la intervención práctica de las instituciones
de asistencia a la familia. Decir que esas instituciones es­
tán agotadas significa reconocer que en sus prácticas tales
instituciones ya no producen la consistencia de su objeto:

4 Denominamos significaciones tradicionales a los predicados atribufdos y producidos


para la infancia por las instituciones burguesas de resguardo, asistencia y tutela de ni­
ños: la escuela, la familia, la filantropia, el higicnismo, el juzgado ele menores, etc.

-24-
la infancia. Es ya indicativo que el acceso a la realidad de
la infancia actual no esté dado por los discursos de forja
y saber sobre la infancia moderna sino por un discurso
modernamente menor que pasa al lugar contemporáneo
de metadiscurso.
Las denominaciones con que habitualmente nombra­
mos a los miembros de la clase "infancia" (niño, alumno,
perverso polimorfo, infans, párvulo) designan en realidad
distintos aspectos del tipo subjetivo moderno que las
prácticas discursivas instituyeron al intervenir sobre su
real, el "cachorro humano". Lo que se detecta como sínto­
ma en los discursoss que instituyeron la infancia, y que en
el tratamiento de los medios aparece tematizada como cri­
minalidad infantil, chicos de la calle, precocidad de los ni­
ños, violencia escolar, abuso sexual de menores, es el fra­
caso de su estrategia de intervención sobre un real: los ca­
chorros actuales no se dejan tomar dócilmente por las
prácticas y los saberes tradicionales del universo infantil.
No porque desobedezcan a las instituciones; la subleva­
ción es más radical: desobedecen a la operación de insti­
tución misma.
Aclaramos brevemente la hipótesis. Los casos mediáti­
cos de violencia infantil no son índice de violencia social
sino síntoma de agotamiento de la infancia instituida. Ni
la hipótesis de la repetición de modelos familiares como
causa del maltrato infantil, ni la famosa reducción al mo­
tivo de la crisis económica explica el agotamiento de la in­
fancia, que se debe a mutaciones mucho más sustanciales
en su naturaleza. La infancia instituida por las institucio­
nes modernas transformaba al cachorro humano en un ob­
jeto frágil e inocente, dócil y postergado a un futuro. Esas
significaciones se han agotado. La razón se encuentra en

5 Estos discursos son, a su vez. instituciones; es decir, un conjunto ele prácticas instí­
tuiclas que intervienen sobre un real, producen su objeto, un dominio ele saber sobre ese
objeto y sus tipos subjetivos correspondientes. Este trabajo considera las instituciones
ele la infancia como discursos.

-25-
la impotencia actual de los discursos y las prácticar que
habían instituido aquella infancia tradicional. En estas
condiciones, el cachorro que efectivamente hoy existe es­
tá en posición de real rebelde para aquellas prácticas y
discursos: carece de significación instituida.
Las postulaciones anteriores nos conducen a las si­
guientes preguntas: ¿cuáles son las condiciones actuales
de las instituciones tradicionales de la infancia?; ¿cómo es
su funcionamiento actual?; ¿qué tipo de relación estable­
cen con otras instituciones, especialmente los medios ma­
sivos?
La mirada recae inevitablemente sobre la escuela y la
familia, las instituciones que tradicionalmente fueron res­
ponsables de la contención y de la formación de niños, a
los que efectivamente producía como alumnos o hijos. En
lo que concierne a la familia, nunca estuvo sola. Siempre
la encontramos asistida, auxiliada, protegida, educada:
normalizada, moralizada. Entre la familia y el Estado bur­
gués, se teje toda una red de prácticas de asistencia y pro­
tección. O vigilancia, si se prefiere. Pero esa infancia hoy
ya no existe. Nuestro propósito es indagar las prácticas ac­
tuales que la dispersan: las prácticas que operan sobre el
cachorro y lo vuelven real para el universo de discurso
moderno.
Para situar conceptualmente el estatuto actual de la in­
fancia, es necesario retomar la relación entre la infancia y
el delito que establece el discurso mediático, ya mencio­
nada al comienzo de este capítulo.
El tema del delito infantil llega al consumidor de me­
dios masivos. La frecuencia con que el tema es tratado le
indica, en la misma clave que le brinda el discurso mediá­
tico: que la crisis de la infancia es uno de los efectos ne­
fastos de la actual política económica; que es un índice
más del crecimiento de la violencia social que caracteriza
a las grandes urbes posmodernas; que estamos ante la cri-

-26-
sis de los valores o de los modelos, etc. La tematización
mediática va en aumento, al ritmo también creciente de la
estadística de los casos.
¿Cuál es la modalidad específica de ese tratamiento?
Simple identidad entre la causa y el efecto: la violencia in­
fantil es una expresión más de la violencia social general.
"La violencia engendra violencia"; la causa y e I efecto son
idénticos; la figura de la serie de casos corrobora una y
otra vez la identidad. El recorrido lineal que propone el
tratamiento mediático nos conduce a los lugares comunes
del discurso, a la simple corroboración de lo que ya se sa­
be. ¿Cómo abandonar este camino?
La estrategia consiste en considerar el delito infantil no
ya como simple expresión de una causa idéntica aunque
mayor sino como síntoma del universo del discurso me­
diático.
A diferencia de la operación identitaria de la serie, la
lectura del síntoma no es una operación deductiva, sino
que señala un desacople material entre las prácticas socia­
les re-presentadas en el discurso mediático y la misma
operatoria de representación de ese discurso.
En consecuencia, la lectura del síntoma es capaz de in­
terrumpir la cadena deductiva del signo que impone la se­
rie mediática, siempre y cuando tal síntoma cié lugar a una
interpretación. El síntoma es heterogéneo respecto de la
causa que supuestamente lo provoca.
Entonces, para esta lectura sintomática, el delito infan­
til sólo es la causa eficiente de la producción discur siva de
los medios. Sólo en determinadas circunstancias esa causa
puede producir unos efectos tales como la proliferación
mediática de los casos de asesinato infantil. Puede parecer
abusivo pero, una vez que se acepta que los medios son
un discurso, sus sujetos, siempre en posición de consumi­
dores de información, sólo tienen una percepción mediá­
tica de la realidad, que es entonces sí efecto de discurso.

-27-
Los casos de delincuencia infantil, por lo tanto, son casos
mediáticos, y no de otra naturaleza. Esto no significa que
no existe relación entre la realidad y los medios; la posi­
ción discursiva de ninguna manera repudia la realidad. Lo
que pasa es que hay que establecer cómo es la relación del
discurso con los hechos que significa. Lo veremos en el ca­
pítulo 3.
La producción discursiva de los medios en torno a la in­
fancia asesina es efecto de ella, pero a su vez es síntoma
de las condiciones en que se produce ese tipo particular
de violencia infantil. Ese conjunto de condiciones no es ni
más ni menos que el momento de agotamiento de la niñez.
El tratamiento discursivo que proponen los medios de la
crisis de la infancia reprime la percepción del agotamien­
to de las instituciones que la forjaron. Se cumple una vez
más una ley del funcionamiento discursivo: la repetición
de enunciados reprime la legibilidad de sus condiciones
históricas de enunciación.

-28-
PIT O
E! discurso massmediático
y su critica
a 0 0eooo00000 0 0000eoGOOOGS O OOO$OOGOOeaeao e
n discurso confirma su hegemonía cuando produce
U
el efecto de todo (o de uno) en los habitantes de una
situación. Es lo que sucede con el discurso de los medios:
lo que no está en la tele no existe; si no estás en la imagen,
no existís. El principio de realidad social es la actualidad
mediática. Estos supuestos están instalados con la fuerza
de los hechos. Como está instalada la práctica de ver la te­
le. En los medios, todo es representable. La realidad social
actual es inconcebible -en el sentido más literal del tér­
mino- sin los medios.
Hay un procedimiento que es característico de los dis­
cursos hegemónicos: la delimitación de su propio interior
y exterior. Desde luego, tal operación no puede hacerse si­
no desde el mismo interior; caso contrario, la distinción
procede de afuera; es decir, de otro el iscurso.
Esta aclaración es válida para situar la posición del ana­
lista del discurso. Es válida asimismo para ubicar la posi­
ción ele la crítica. Puesto que, si el propósito es intervenir
sobre un discurso con funcionamiento hegemónico, no es
desde afuera desde donde vamos a enunciar la crítica: co­
mo se ha visto, la posición en exterioridad sólo es posible
situados en otro discurso que haga visible el exterior del
anterior. El problema es que en ese caso ya no habría in­
terpretación de síntomas sino descripción u observación
desde otro horizonte de saber, ajeno al del discurso en
que se interviene. Estrictamente, no habría intervención.
Y, en nuestra línea, sólo la intervención en las fallas del
discurso tiene efectos críticos.
Esta peculiaridad en la concepción del funcionamiento
del discurso tiene una consecuencia decisiva sobre la crí­
tica; puesto que la crítica, en esa línea, ya no puede ejer­
cerse de modo sistemático, bajo la forma de una totalidad
aplicada sobre otra, bajo la forma de una teoría crítica

-31-
aplicada al discurso que se critica. Así entendida, la críti­
ca no puede zafar ella misma ele la indeseable operación
de totalización o cierre.6 Desde luego, si la crítica queda
tomada en el procedimiento de totalización, no puede ser
activa. Pero que la crítica no pueda ya ejercerse bajo la for­
ma moderna de la teoría o del saber sistemático no signi­
fica que debamos renunciar a ella.
La renuncia a la tarea crítica puede responder no sólo a
un sentimiento de impotencia; también la confianza ciega
en el poder democratizador de los medios es una forma de
renuncia a la crítica. En cualquiera de los dos casos, se si­
gue preso de la lógica del todo: afuera de los medios (de­
nuncia); adentro de los medios (integración). En cualquie­
ra de los casos, hemos sido tomados por la lógica del dis­
curso.
Volvamos ahora sobre la infancia, para ver cómo es su
tratamiento mediático. En principio, los medios presentan
el problema de la infancia con una fórmula de carácter ge­
neral: "crisis de las instituciones". El discurso asevera: "Vi­
vimos la época de los cambios. Cambia la familia, cambia
el rol de la mujer, cambian las relaciones de pareja. Es na­
tural entonces que la infancia cambie; ello no es más que
una consecuencia de aquellos cambios más generales."
Así es como proliferan investigaciones especiales, co­
mentarios, encuestas y notas de opinión para abordar la
crisis general a la que asisten las instituciones modernas:
la familia, la pareja, la escuela. Se produce y circula enton­
ces una especie de máxima ideológica, que denominare­
mos ideologema mediático: de la premisa general del cam­
bio, se infiere la crisis de la infancia como un caso parti­
cular.
Dicho ideologema reposa sobre un tópico: la idea del

6 Es el riesgo que corrió la teoría crítica estructuralista de los sesenta-y setenta. En esa
vertiente estructural, la operación critica se vio reducida a una pura función de desmi­
tificación: señalar la verdad oculta en la estructura del mensaje criticado.

-32-
cambio, del cambio permanente, tal como se presenta en
la visión posmoderna del mundo. Esta concepción del
cambio permanente encuentra su existencia paradigmáti­
ca en la moda,7 retórica del consumo. El imperativo de
cambiar, de ser otro, racionaliza la lógica infinita de susti­
tuciones propia de la relación con los objetos 8 prescripta
por el consumo. La infancia cambia porque la familia cam­
bia, porque todo cambia, porque todo está en el cambio,
según el paradigma de las diferencias débiles prescriptas
por la moda.
Otra fórmula retórica que vehiculiza con frecuencia los
problemas de la infancia es la denuncia, uno de los géne­
ros que ha exasperado el periodismo de nuestra época;
procedimiento privilegiado de legitimación de la existen­
cia de los medios. Curiosamente, la etimología de denun­
cia significa, lisa y llanamente, traer una noticia: de, des­
de, y nuntius, mensajero, noticia; algo que procede de un
mensajero. Tomada en su etimología, la palabra parece ex­
hibir la capacidad de funcionamiento metadiscursivo que
posee el discurso massmediático, ya que allí la enuncia­
ción enuncia que enuncia. Como enunciado meramente
autorreferencial, la denuncia -aunque sea central para la
existencia mediática- carece notablemente ele efectos
prácticos en la cultura. Por el contrario, parece más bien
que los anula; tal como otra denuncia neutraliza los efec­
tos de la anterior. Dicho en otros términos: el efecto inme­
diato de una denuncia es otra denuncia.
Con sus rasgos ya estabilizados por el particular estilo
de Página/12, este género mediático -dispositivo domi­
nante en nuestros días- toma a su cargo la denuncia rei­
terada de la fuga del Estado de sus funciones de asisten­
cia social: salud, seguridad, educación. La denuncia me-

7 Gilles Lipovetsky reconoce como tópicas dominantes del discurso publicitario y de la


moda: la originalidad a cualquier precio, el cambio permanente y lo efímero.
B Esta ideología ele los cambios alienta no sólo los cambios ele marca; también, al pare­
cer, las intervenciones quirúrgicas sobre los cuerpos.

-33-
diática es un término constitutivo de la actual naturaleza
discursiva del estado. Se diría que funciona como la vacu­
na -figura retórica del mito burgués, según la observa­
ción de Roland Barthes-: "Se inmuniza lo imaginario co­
lectivo mediante una pequeña inoculación de la enferme­
dad reconocida; así se la defiende de una subversión ge­
neralizada." Sin embargo, hay que darle un ajuste a la fór­
mula barthesiana. Las aguas del estructuralismo, del mar­
xismo y de la crítica han corrido demasiado como para
que aquella suspicaz intervención de Barthes, crítica y efi­
caz en los años cincuenta, siga produciendo efectos.
En términos actuales, la vacuna del imaginario colecti­
vo no impide una subversión generalizada, sino la irrup­
ción del vacío en el discurso: lo importante hoy es que los
medios no callen. Esa presencia permanente del discurso,
que revela como un imposible de nuestro cotidiano actual
la experiencia de apagar la tele, apagar la radio o ignorar
los diarios, se ve favorecida -o al menos se explica en
parte- por una peculiaridad semiótica del discurso me­
diático: la ausencia de clausura. En las condiciones actua­
les, el silencio -el vacío- es una experiencia horrorosa.9
Se entiende entonces que la tarea básica ele los disposi­
tivos sea impedir que se interrumpa la producción de sen­
tido. La denuncia es así garantía de que los medios no ca­
llen. Lo decisivo es impedir el vacío.
Vamos ahora a situar la intervención ele Rolancl Barthes
en el campo de la crítica cultural, porque ayudará a situar
también la nuestra. Barthes ha sido uno de los críticos más
sutiles de la semiología. Su primera edición de Mitologías
data de 1957 y reúne una serie de escritos críticos sobre
la cultura de masas. Con ese libro Barthes inaugura el pro­
yecto intelectual de constituir la semiología corno ciencia
crítica. Entusiasmado por la vía estructuralista de axioma­
tización de la lengua que había abierto Saussure, Barthes
9 Recordamos, a propósito, un eslogan ele ADEPA: La ¡1eor opinión es el silencio.

-34-
confía en que la semiología habrá de constituirse en la
ciencia crítica por excelencia. En cuanto se admite una ín­
tima relación entre la estructura social del lenguaje y la
ideología, la semiología se perfila como el instrumento
ideal para desmontar la estructura ideológica de las repre­
sentaciones sociales dominantes.
El análisis semiológico habría de permitir entonces
"abandonar la crítica piadosa y dar cuenta en detalle de la
mistificación que transforma la cultura pequeño-burguesa
en naturaleza universal".
Sin embargo, en una especie de balance que introduce
la reedición de Mitologías de 1970, Barthes admite que "ya
no podría escribirlas". Y es que las circunstancias políticas
y teóricas de entonces lo llevan a advertir -de un modo
más intuitivo que teórico- que el estatuto de la crítica ha­
bía cambiado. Avanzada la década del setenta, Barthes es­
tá convencido 1 º de la inviabilidad de una "teoría" crítica: la
semiología corría el riesgo, como cualquier saber sistemá­
tico, ele funcionar ella misma como discurso ideológico.
Hacía ya unos afios que Barthes se había refugiado en la
crítica literaria. La teoría ele la textualidad que elabora en
esos afios se le presenta como única vía ele acceso a la sin­
gularidad del sentido; corno única alternativa al estructu­
ralismo ele la crítica. Al abandonar el proyecto "científico"
de la crítica semiológica, Barthes señala el problema; pero
éste queda aún sin resolver, atrapado en un brete que el
estructuralismo marxista ele la época no lograba atravesar:
el pasaje ele lo social a lo singular. Esa suerte de antinomia
se le planteaba a Barthes como un enfrentamiento irreduc­
tible entre dos discursos: el ele la crítica ideológica, inevi­
tablemente reprocluctivista y fatalmente determinista, por
cuanto sólo era capaz ele denunciar el compromiso ele to­
cio lenguaje con el poder, y la interpretación textual, ejer­
cida como una apuesta a la singularidad ele la lectura. En

JO Barthes, Rol,111cl. La lección i11l111u11rol. México, Siglo XXI. 1982.

-35-
la búsqueda del texto singular se jugó el intento de inte­
rrumpir el circuito de la reproducción ideológica del sen­
tido.
Al correr el riesgo de cualquier apuesta, la cnt1ca es­
tructural se transformó ella misma en un dispositivo de
reproducción cuando la desmitificación, 11 su operación ele
lectura privilegiada, se volvió hegemónica. Dicha opera­
ción es sencilla: develar la verdad de la dominación ideo­
lógica (significado) que se oculta en el juego patente de
los significantes. Es fácil entonces advertir en el actual
discurso progresista -uno de cuyos portavoces legitima­
dos es Página/12- un fenómeno de reinscripción ideoló­
gica de lo que fuera en aquellos años una operación críti­
ca.12

lESTATUTO /DlEll.. DHSCURSO MlEIDIÁTKO

Este trabajo entra en relación con un objeto teórico de­


nominado discurso massmediático (DMM); tal objeto difie­
re sustancialmente de la noción de mensaje con que las
teorías de la comunicación tratan la circulación masiva de
la información. Para la noción de DMM, la idea de distin­
tos mensajes que se producen y circulan a través de dife­
rentes medios masivos es improcedente. Tal noción, que
es el supuesto más corriente del sentido común sobre los
medios masivos, carece hoy de capacidad explicativa del
fenómeno mediático. Justamente es en torno al concepto
diferencia en la producción de sentido en donde se abre
un abismo entre la teoría del discurso y la teoría de la co­
municación. La diferencia del soporte no basta para insti­
tuir una diferencia en la enunciación. Otro tanto sucede
11 En rigor, Miwlogías puede leerse como una gran operación de desmitificación del
sentido de los mensajes masivos. El compromiso con el proyecto frankfurtiano es evi­
dente.
l2 Nota de 1999: el estilo se ha universalizado: Pó¡¡ina/12 hoy no es más que un repre­
sentante folclórico de la denuncia.

-36-
con distinciones del tipo: periodismo serio, sensacionalis­
ta; periodismo deportivo, político o ele información. Hoy
puede decirse que la denominación "periodismo" designa
las diferencias débiles del discurso mediático, aquellas
que conciernen al orden de los enunciados. Sin embargo,
el lector encontrará, en la descripción de los textos anali­
zados, denominaciones como "periodismo gráfico" o "pe­
riodismo audiovisual", que suponen esa distinción. Deci­
dimos mantenerla porque es un criterio corriente de reco­
nocimiento de los enunciados mediáticos. Pero, en rigor,
en tiempos ele hegemonía mediática el periodismo queda
abo! ido. Las diferencias en las que se apoya la práctica pe­
riodística actual no son diferencias enunciativas, sino me­
ramente retóricas o estilísticas.
No hace mucho, precisamente en un reportaje, un pe­
riodista joven y algo transgresor decía que hoy por hoy no
había una televisión seria y una televisión de entreteni­
miento. Preguntarse por la jerarquía ele los programas era
inútil: 13 según él, toda la televisión es un gran entreteni­
miento. La idea de que la televisión elimina las diferencias
entre los géneros televisivos es bien congruente con la no­
ción discursiva de los medios. Lo que hace que en la tele
todo parezca lo mismo es el carácter de la enunciación
mediática. De allí que apenas se advierta el pasaje de una
publicidad a un programa producido por Adrián Suar. De
allí resulta que Grandona se haya convertido en un "espec­
táculo para pensar". Lo de pensar es un complemento. Lo
decisivo es que es un espectáculo, como toda la tele. Si
una práctica puede 'abolir diferencias, es porque se ha
constituido en un dispositivo de enunciación que absorbe
y produce sus propias diferencias, es decir: produce sus
enunciados bajo sus propias condiciones.
Veamos algo más del funcionamiento hegemónico ele la

13 Asi, también, supo11er jerarquías entre los conductores de los programas; tal era la
pregunta en cuestión del reportaje.

-37-
enunciación mediática. Una de las características actuales
de la reproducción masiva de enunciados es su régimen
de totalización: se puede (y hay que) decirlo todo; se pue­
de (y hay que) opinar de todo; se puede (y hay que) mos­
trarlo todo; se puede (y hay que) verlo todo. La enuncia­
ción se vuelve homogénea por esta cualidad de re-produc­
ción infinita de enunciados, que funciona sobre la captura
de la recepción en el imperativo social: hay que. Esto es:
resulta sumamente difícil -si no imposible- constituirse
como sujeto social sin ser partícipe (es decir, parte) de la
actualidad mediática.
Por consiguiente, la interrupción de ese régimen de do­
minancia no puede ser nunca un enunciado más de la se­
rie capaz de decir/opinar/mostrar todo. La interrupción
del régimen de esos enunciados se juega en la interven­
ción sobre los dispositivos ele enunciación del discurso.
Ese tipo de intervención requiere que se localicen las ope­
raciones del discurso. Ahora bien esas operaciones no de­
berían describirse de modo general, sino que dependen ele
la situación ele discurso que se analiza. Por eso es indis­
pensable que se localice el síntoma que da lugar a la situa­
ción discursiva sobre lu que se interviene. En el capítulo
primero delimitarnos en los medios el síntoma que permi­
te pensar hoy la probleméítica ele la infancia; en lo sucesi­
vo vamos a precisar las operaciones discursivas que bor­
dean el icho síntoma.
Respecto de las unidades ele análisis, problema central
del método estructural, sino ya el único. El agotamiento
ele la crítica estructural ha dejado su propia enseñanza:
ningún principio estructural es sustancialmente crítico.
Una lectura activa no tiene más remedio que producir las
unidades pertinentes para el an{1lisis del objeto sobre el
que interviene. La consistencia ele las herramientas del
análisis se irá produciendo en el transcurso de la interven­
ción. En nuestro trabajo tales herramientas se forjaron
con el auxilio técnico de la lingüística y la semiología.
-38-
!El!.. CA.SO lDJE LA. IlNlFA.NCilA.
f ATAUDA.D lD!E il...A !P'RIM!EIRA il...lECTURA� lENCUJENTRO
CON LAS RlEG\lJILAl!UlDAD!ES IDJEL DISCURSO MlEDIÁTHCO

Estamos ante un conjunto de materiales que proceden


de los medios. El tema que los aglutina es la crisis actual
de la infancia. Es el momento de la primera lectura. Esa
primera lectura no pudo sustraerse a la presión de la sis­
tematicidad: las regularidades del discurso mediático se
impusieron; el análisis no podía localizar ninguna singula­
ridad. ¿A qué respondía esta persistencia de la regularidad
discursiva'? ¿Se trataba de una presión del método de lec­
tura o de una presión de la naturaleza hegemónica del ob­
jeto de análisis'?
Una primera corroboración se nos imponía, eso era cier­
to: las singularidades no se buscan, se encuentran. No se
buscan porque la búsqueda requiere un saber anticipado
sobre el término que se busca; tal anticipación anula de
hecho el carácter singular del término por venir. Pero tam­
poco se encuentran sin más. Al parecer, las singularidades
se encuentran sólo si se producen forzando el análisis del
corpus. De modo que aquella primera lectura era necesa­
ria. Ya que produjo una especie de trabajo "negativo" so­
bre el corpus y así pudo liberarse de algunas intuiciones
que presentan una diversidad que es sólo aparente, pues­
to que reviste lo que no es más que la continuidad del dis­
curso.
Sabíamos que sólo la detección de los síntomas discur­
sivos permitiría localizar alguna singularidad del proble­
ma actual de la infancia. Pero era imprescindible detectar
antes las operaciones que regularizan el funcionamiento
del discurso mediático, para poder precisar a posteriori
las figuras de los desacoples discur sivos que, según nues­
tra hipótesis, revelan el agotamiento de la infancia. En
consecuencia, si bien es cierto que el análisis de las regu-

-39-
laridades discursivas es un paso necesario, no es suficien­
te.. Puesto que los síntomas no se deducen, simplemente,
de las regularidades.
El primer abordaje del material mediático nos condujo
a establecer dos líneas de tratamiento del problema de la
infancia. Recuerdo que el material recolectado toma el lap­
so que va desde el 26/11/1993 hasta el 11/09/1995. Esas
dos líneas permiten incluir, en función del tipo de trata­
miento del problema de la infancia, enunciados periodís­
ticos que poseen rasgos genéricos más o menos estables:
1) Infancia A: suplementos especiales, educación, infor­
mación general.
2) Infancia B: policiales.
Si nos atenemos a esta división, podemos advertir que
actualmente, en el DMM, se unifican dos líneas ya tradicio­
nales de gestión de infancia y la familia: una cuantitativa
y otra cualitativa. De este modo lo registra Donzelot14 en
su análisis historiográfico de las prácticas familiaristas. Se
recordará que su análisis registra la existencia de dos in­
fancias: una infancia peligrosa, la de los sectores popula­
res; una infancia en peligro, la de los sectores burgueses.
Las prácticas de control y asistencia se ejercen sobre la
primera, gobernadas por la noción de prevención; la edu­
cación y la protección están destinadas a intervenir sobre
la segunda.
Según anota Donzelot, la asistencia institucional a la fa­
milia y a la infancia ejercida con criterio cualitativo deter­
minó la educación de los sectores medios de la población
entre los siglos XVIII y XIX. Por su parte, la gestión sobre
las clases inferiores se llevó a cabo sobre criterios cuanti­
tativos: estadísticas, estudio de casos, etc. Estas dos lí­
neas re-encuentran hoy su tratamiento diferenciado en las
secciones de los diarios.

14 Donzelot, Jacques, La policía de las familias, Barcelona, Pre-Textos, 1979.

-40-
La perspectiva cuantitativa lee los· episodios que invo­
lucran a la infancia según la clave de la casuística. A par­
tir de los índices estadísticos se construyen clases: delin­
cuencia infantil, maltrato infantil, abuso de menores, etc.
Así se logra una clasificación de los sucesos de la infancia
que funcionan como casos de aquellas clases: un caso más
de delincuencia infantil, un caso más de abuso de meno­
res, un caso más de infancia asesina, etc.
Hay un supuesto que organiza la lectura mediática de la
infancia de los sectores populares: la existencia de un tipo
de familia y de infancia desprotegida y abandonada por el
Estado, lo que constituye una peligrosidad latente. De
aquí se deriva la visión de las "dos infancias": una en peli­
gro (hay que prevenir); una peligrosa (hay que controlar,
vigilar, asistir). Pobreza y perversión configuran una espe­
cie de circuito de fatalidades.
La prevención, que es el objetivo estatal sobre los sec­
tores medios, se produce mediáticamente por la vía del
comentario a través de los consejos, los análisis sociológi­
cos, los informes e investigaciones especiales; es decir, a
través de géneros que se caracterizan por su expansión ar­
gumentativa. El contro1 y la vigilancia, por su parte, se ma­
nifiestan por la vía del relato: un caso -un relato de vida,
un testimonio- confirma la regla que organiza la serie; la
confirmación de la regla es una operación de control del
discurso.
El tratamiento de las cifras es un rasgo que las dos lí­
neas de tratamiento aludidas comparten, aunque con es­
trategias distintas. En la línea de la prevención, las cifras
constituyen la tópica del cambio sobre la que reposa la ar­
gumentación de la crisis. En la línea del control, las cifras
confirman estadísticamente la regla: otro caso de delin­
cuencia. infantil; otro caso de abuso de un menor, etc. La
regla -es decir, la tesis- puede reconstruirse según el si­
guiente encadenamiento entimemático:

-41-
l. la pobreza y la falta de educación son la causa de la
infancia delincuente o delincuenciable.
2. El plan de ajuste conduce a situaciones de carencia y
pobreza extrema.
3. La delincuencia infanti\JS está causada por la política
actual del Estado.
Es notable cómo en el DMM reaparecen las dos líneas
históricas de gestión estatal del modelo burgués de la "fa­
milia feliz". El DMM tiene una función actual de "divulga­
ción" de las significaciones modernas de la infancia. Sin
embargo, cabe una aclaración: si la circulación mediática
de esos predicados se da en circunstancias en que el arrai­
go práctico de los mismos es inexistente, estarnos ante
unas significaciones cuyo estatuto sería el de unas repre­
sentaciones sin presentación. 16 Estamos, nuestra hipóte­
sis, ante representaciones con carácter de excrecencias.
Este tránsito discursivo de representaciones vigentes
hacia representaciones agotadas ilustra otro tránsito, ya
mencionado en este trabajo, pero al que es necesario vol­
ver: el pasaje del Estado de bienestar al Estado técnico­
administrativo. La naturaleza mediática del lazo social ac­
tual está indisolublemente tejida con ese proceso. Esa
concepción actual del lazo social da lugar a una de las te­
sis que funciona como axioma de este trabajo: los medios
son el Estado; es decir, el conjunto que produce la consis­
tencia y el orden de las representaciones sociales actuales.
En efecto, la consistencia de las significaciones sociales se
produce gracias al funcionamiento discursivo de los me­
dios, ya que las operaciones de consistencia son produc­
ciones de la enunciación mediática.
Durante la vigencia del Estado benefactor, las políticas

15 La iníancia puede ser tanto sujeto corno objeto del cielito. La diíerencia no cuenra
porque la lógica del silogismo es la rnisrna: en ambas la iníancia esrá en posición ele vic­
tima del Estado.
16 lladiou, 1\lain, ··1v1editación ocho", en El ser y el aco111ecimicn10, París, Du Seuil, 1988.

-42-
se organizan como demandas al Estado. Éste asigna fun­
ciones y lugares a las instituciones que lo componen en
una lógica del todo-partes. Pero, con la retirada del Esta­
do, se vuelve insustancial la suposición de que éste debe
hacerse cargo de las funciones benefactoras; aun cuando
siga siendo un actor de peso en las situaciones reales, ha
caído la organización material que sostuvo la lógica del to­
do-partes, constitutiva del mundo integralmente calcula­
ble. Sin embargo, las representaciones sociales del lazo si­
guen funcionando según esa lógica del todo partes, aun
cuando no estén sostenidas sobre el aparato del Estado
benefactor. ¿Cuál es el dispositivo que garantiza hoy ma­
terialmente esa lógica? Los medios masivos. Éstas son las
condiciones que hacen enunciable la tesis que sostiene
que los medios son el Estado.
La fuga hacia la denuncia como forma actual privilegia­
da de la política (mediática) es una de las salidas espontá­
neas de la situación anteriormente descripta: espontánea
acá significa irreflexiva, o inactiva, ya que sigue funcio­
nando sobre el supuesto anterior, ya agotado, ele que el Es­
tado debe seguir cumpliendo las funciones benefactoras
de las que ha claudicado ele hecho y, en gran rnedicla, de
derecho.
Esta posición, ejercida fundamentalmente desde la
enunciación mediática, adquiere un funcionamiento circu­
lar que vuelve inerte la enunciación. La demanda al Esta­
do no logra instituir al Otro en la dernancla. La interpela­
ción es ineficaz, no importa por culpa ele cuál de los tér­
minos involucrados en ella. La insistencia transforma la
demanda en denuncia. Finalmente, el circuito se cierra
porque la denuncia hace legítima la enunciación.
Se produjo esa doble operación discursiva que caracte­
rizamos como representación sin presentación alguna: la
demanda transformada en denuncia pierde su naturaleza
de demanda. A su vez, la supuesta funcionalidad de la de-

-43-
manda legitima la denuncia. Pero, como es evidente, la
funcionalidad es sólo supuesta, ya que, si así no fuera, si
efectivamente poseyera alguna eficacia, no mudaría tan
rápidamente a la forma denuncia. Es esa operación de au­
tolegitimación discursiva la que sitúa a los medios en la
posición de Estado.
Si volvemos al sistema propuesto, es posible observar
en la zona A el predominio de géneros como el comenta­
rio, los consejos, la nota de opinión sobre la crisis de los
modelos o de los valores sociales y las investigaciones es­
peciales -de corte sociológico-, siempre en clave de
"cambios culturales". La pretensión, se ve claramente, es
explicar a los sectores más instruidos las causas del fenó­
meno. El objetivo continúa siendo educar.
La zona B expone los casos que configuran la serie de la
infancia anómala. La delincuencia está representada en el
DMM como una zona rnarginal. La zona de la marginalidad
constituye el borde exterior de la infancia. Pero tal exte­
rior también le pertenece al universo: el centro pleno tan­
to como sus márgenes funcionan solidariamente en la
construcción del universo de la niñez.
Examinaremos con qué procedimientos el discurso tra­
za el límite interior/exterior que determina lo que es cen­
tral y lo que es marginal a la infancia.
En primer lugar, miremos las cifras. Se vio que, en rela­
ción con lo marginal, las variables funcionan como meca­
nismos de control discursivo: control de causas, control
de efectos, control de casos. El caso, estadísticamente,
confirma la regla al funcionar como un saber que anticipa
el reconocimiento del episodio como "otro caso más
de ... ". 11
17 Ver, en ese sentido, un funcionamiento tipico del DMM, en el género de programas
denominado ralk s/Jow, conducido generalmence con más éxito por mujeres. En ellos,
con eficacia asombrosa, cualquier rasgo puede constituir un término del universo dis·
cursivo y éste a su vez una clase: las mujeres abandonadas al segundo día de la boda.
los hombres que se hicieron una cirugía y se arrepintieron, las que se enamoraron del
hermano, o del cuñado, las/los abusadas/os, ere. Cualquier rasgo.

-44-
La infancia marginal queda delimitada como una zona
acotada, lo que impide su infiltración en la zona A. Para
evitar estas filtraciones, existe otro procedimiento discur­
sivo.
Además de las cifras estadísticas, tenemos el funciona­
miento del relato. Resulta notable que la sección Policiales
sea hoy casi la única sección del diario que utiliza de ma­
nera más o menos pura las formas narrativas. 18 La lingüís­
tica estructural distingue dos procedimientos enunciati­
vos opuestos: historia y discurso (relato y comentario), se­
gún el uso que se haga de los tiempos, la deixis y algunas
funciones sintácticas específicas. Uno de los efectos de
esa distinción es una enunciación "objetiva" para el relato
y una "subjetiva" para el comentario. Por supuesto, ese ca­
rácter de objetividad no está -como se desprendería di­
rectamente de la postulación de Benveniste- esencial­
mente en el procedimiento lingüístico, sino en el uso cul­
tural del lenguaje -es decir, discursivo- que convencio­
naliza ese uso para producir ese sentido: la distinción en­
tre objetividad y subjetividad.
Si ligamos aquella distinción de la lingüística de la
enunciación con la transformación del estatuto del saber
narrativo en la posmodernidad, encontraremos algunas
claves de lectura de los géneros massmediáticos actuales.
En un libro 1 9 que es ya popular, Jean-Frarn;:oise Lyotard se­
ñala que el relato es la forma de legitimación del saber tra­
dicional. Las historias populares cuentan los éxitos o fra­
casos que coronan las tentativas del héroe, forma idealiza­
da o metafórica del pueblo. Tales relatos otorgan legitimi­
dad a las instituciones sociales; representan modelos de
integración. Asimismo, la noción moderna de progreso es­
tá indisolublemente ligada al estatuto del relato, pues re­
presenta un tipo de movimiento social que se explica en la

18 Benveniste. Émile, Problemas de lingiiisrica aenera/, vol. 11, México, Siglo XXI, 1983.
19 La condición pose moderna. Informe sobre el saber, Madrid, Cátedra, 1987.

-45-
supos1c1on de que el saber se acumula. "En la sociedad y
la cultura contemporáneas, sociedad postindustrial, cultu­
ra posmoderna, la legitimación del saber se plantea en
otros términos." Interrumpimos aquí la observación de
Lyotard. Puesto que la cuestión que parece radical -y que
plantea nuestra distancia con su posición- es justamente
dilucidar cuáles son esos otros términos, qué valor tie­
nen, cuál es su estatuto y su productividad. Resulta obvio
que uno de los dispositivos más potentes de legitimación
del saber en la actualidad es el discurso de los medios ma­
sivos. Pero la cuestión es dilucidar qué tipo de saber es el
mediático, qué efecto produce en la subjetividad actual.
Sin lugar a dudas, uno de los rasgos característicos de
la cultura mediática posmoderna es la explosión del co­
mentario con una vía privilegiada de circulación, que es la
e·htrevista. La forma relato se extingue; habitamos el uni­
verso del comentario o, más precisamente, el reíno de la
opinión.
No obstante, la crónica persiste aún en las secciones
policiales de algunos diarios. 20 Probablemente, con el afán
de establecer una distancia entre el mundo del delito y del
crimen y el nuestro, el de la opinión y el comentario. El de
los que transgreden la ley y el de los que opinamos sobre
ellos, o sobre ello.
La tradicional distinción de los tiempos verbales en co­
rnentativos y narrativos sostiene que los primeros impo­
nen una escucha atenta mientras los segundos, una escu­
cha más distendida. Lo que el relato cuenta ya pasó, que­
da en otro lugar, en un mundo clausurado o acotado tanto
espacial como temporalmente. Ésta parece ser la condi­
ción que nos pone a resguarclo de sus efectos. Quizá la
persistencia del relato vinculado a las prácticas criminales

20 Conforme con su propuesta ele "novedad" editorial, Pógina/12 eliminó la sección Po­
liciales, y trasladó los casos de esa sección a una que se cle110111i11a "Sociedad". Lo cual
obliga a un enfoque más jurídico que criminal del caso.

-46-
o delictivas responda a esa función de distanciamiento, lo­
calización y cierre.
Nuestros análisis del DMM registran el siguiente proce­
dimiento discursivo: cuando un episodio policial entra en
relación sintomática con el DMM -lo cual depende tanto
de su naturaleza como de las condiciones prácticas en que
tal episodio se manifiesta- transgrede, a lo largo de lo
que dura su tratamiento mediático, las convenciones del
género. Resultó paradigmático en ese sentido el caso San­
tos.
Cuando esto ocurre, se produce una migración del "ca­
so" -la crónica- desde la sección Policiales a la sección
de Interés general, para adquirir definitivamente los ras­
gos actuales del comentario, en sus distintas variantes ge­
néricas. Este proceso se advierte con claridad si se lee la
secuencia periodística del caso Santos o del caso Daniela.
El procedimiento en el caso Santos fue muy claro: pasó de
ser un caso policial a ser un tema de debate mediático. En
su momento, vimos esta alteración del género como sínto­
ma del "desorden simbólico" que produjo en el orden so­
cial la naturaleza -social, ideológica- del delincuente. En
relación con el caso Daniela, probablemente no se lo re­
cuerde, pero su primera aparición en la prensa fue en el
rubro Policiales: la noticia, que la policía no había acudido
a formalizar la restitución ele la niña que había siclo orde­
nada por el juez. Lo peculiar de la noticia ya se insinuaba
en la retórica del género: un híbrido entre el relato, el co­
mentario y la entrevista, ilustrado con una foto de Gabrie­
la Oswald que de ninguna manera reproducía las connota­
ciones criminalísticas que el código mediático de lo poli­
cial otorga a la víctima.
Los rasgos ele la forma discu1·siva del comentario, según
la codificación de la lingüística de la enunciación, son los
siguientes: perspectiva temporal organizada en relación
con el presente; referencia deíctica espacio-temporal en

--47-
relación con ese presente; presencia de subjetivemas o
segmentos comentativos.
A esta lista de categorías de la lingüística, hay que agre­
gar otros procedimientos discursivos propios de la forma
posmoderna del comentario, ya que la sistematización es­
tructural opone demasiado taxativamente el mundo del
relato al mundo del comentario. Probablemente el univer­
so discursivo que fuera la materia de tal codificación pre­
sentara esa dicotomía en sus comienzos, o resultó ser así
a fuerza de su interpretación estructural. No importa. Hoy
ese universo discursivo ha cambiado.
Lo que llamamos aquí comentario es, en. realidad, según
una definición más pragmática, el universo de la opinión.
El relato -o los segmentos narrativos- aparece bajo la
forma de historias de vida o testimonios y funciona argu­
mentativamente corno ilustraciones, ejemplos o modelos
de la opinión. El narrar dio paso al opinar en el tránsito de
la cultura de la letra a la cultura de la imagen. Cuando
existe, el relato aparece con una retórica de alta expresivi­
dad, subordinado al comentario: el relato se desvanece en
la opinión.
En el reino de la opinión proliferan encuestas, testimo­
nios, historias de vida, manuales de autoayuda. Éstas se­
rían algo así como las versiones massmediáticas actuales
del discurso científico, histórico, médico, etc. Estos dis­
cursos, que en la modernidad delineaban zonas o campos
discursivos diferenciados, encuentran su doble en el dis­
curso mediático, representados corno diferentes enuncia­
dos de una enunciación única. Así se constituye la subje­
tividad ideológica posmoderna; y éstas son las figuras del
yo contemporáneo: el conductor, el periodista, el modelo,
el encuestado, el opinador, el que va a dar testimonio, el
que integra paneles televisivos, etcétera.
De manera que el alma posmoderna puede concebirse
como efecto de la intervención del discurso massmediáti-

-48-
co sobre el cuerpo de los individuos mediante un disposi­
tivo privilegiado: la entrevista, que es una de las prácticas
preferidas del discurso. A través de esa práctica el discur­
so rnassmediático cumple una función ontológica: hace in­
gresar a los individuos en la realidad pública como ima­
gen. Pern también gracias a la entrevista este discurso se
nos vuelve socialmente inteligible: produce los efectos de
cohesión y coherencia característicos de la serie discursi­
va massmediática. En resumen, el pasaje del relato a la
opinión que se acaba de describir constituye el correlato
mediático actual de la crisis posmoderna del saber narra­
tivo.

-49�
1T LO
Las operaciones
del discurso mediático
GI 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 Q G 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 G O O O O O G 00 0
PR!ES!ENCilA SllNTOMÁTKA DIE !LA lNIFANCIA
!EN lEiL DllSCUR.SO M!EDHÁ TilCO

orno el acto de interpretar un síntoma produce un


síntoma, nada más fácil que imaginarse que estaba
ya allí esperando ser visto por un agudo observador de las
cosas... Ya preferimos imaginar que el acto de decidir un
síntoma distribuye momentos. Su paradoja temporal radi­
ca en que el síntoma es producido actualmente como pree­
xistente. Como los recuerdos, su producción actual es re­
troactiva.
Oxímoron, Oxímoron también leyó "La historia desqui­
ciada", 199521
Lo que sernantiza el discurso massmed iático en la no­
minalización "crisis de la infancia" es un desacople entre
lo que los niños efectivamente son y lo que se supone que
deberían ser como miembros de la clase infancia. Tal de­
sacople será tratado como un síntoma del discurso. Quizá
convenga recordar que discurso, en este trabajo, designa
el conjunto de prácticas comunicativas, comerciales y téc­
nicas que funcionan como condiciones de producción de
los medios masivos. Tales prácticas instituyen unas condi­
ciones de recepción específicas del discurso. Para entrar
en ese universo ele discurso, los sujetos están obligados a
realizar una serie de operaciones. Esas operaciones produ­
cen un tipo de subjetividad específica: la del espectador o
consumidor.
Es decir que, en perspectiva discursiva, televisión, re­
vistas, diarios y radio constituyen una red, por cuanto im­
ponen las mismas operaciones de recepción a los destina-

21 Oximoron, "Oxímoron también leyó La historia desquiciada", en Apuntes historiográ­


ficos, N.º 3, Buenos Aires, Publicaciones PenitenciágHe, 1995.

-53-
tarios. Todas aquellas diferencias entre los medios masi­
vos que legítimamente podría postular un enfoque comu­
nicativo (por sus soportes, por sus líneas ideológicas, por
sus propuestas estéticas) al enfoque discursivo no le con­
ciernen, por estar atento a las condiciones prácticas de
enunciación que producen la subjetividad.
Nuestra tesis sostiene que las prácticas dominantes ac­
tuales, el consumo y la comunicación, no detentan la dife­
rencia moderna entre mundo infantil y mundo adulto que
instituyó simbólicamente la niñez.
En relación con estas prácticas, hay dos figuras que de­
tentan la subjetividad actual del niiio: la del consumidor y
la del sujeto de derechos, que en el universo mediático
aparece bajo la figura del sujeto de opinión. En torno a los
protagonistas de la infancia moderna, entonces, el discur­
so mediático opera las siguientes mutaciones: produce la
figura del padre-consumidor y la del hijo consumidor,
equivalentes entre sí y distintas a su vez a las figuras del
ciudadano padre y a la del futuro ciudadano hijo. Esto es,
la diferencia moderna entre el padre y el hijo, producida
por el discurso cívico, queda abolida en el discurso mediá­
tico bajo una figura equivalente para ambos: la del consu­
midor.
Sea como consumidores, sea como sujetos de derechos
-derechos que, como veremos, se ejercen y se defienden
por vía mediática-, lo cierto es que los niños no se inscri­
ben, desde estas figuras, en el universo de las diferencias
instituidas por las prácticas modernas ya examinadas. Es
decir: los niños actuales no terminan de confirmar el esta­
tuto imaginario de la infancia; están más acá o más allá de
la figura moderna del niño. Es ese desacople, producido
en el interior del discurso mediático, el que vamos a ana­
lizar a través de las operaciones del discurso mediático:
sus procedimientos y su retórica (figuras y tópicas).
Por su parte, el análisis retórico de las significaciones

-54-
de la infancia en el DMM tiene como objetivo localizar los
síntomas discursivos del agotamiento de la infancia como
institución. Una institución agotada prácticamente es una
institución que no produce su realidad, su objeto, en este
caso, la infancia. Ese fracaso en la estrategia de captura de
un real produce desacoples o síntomas discursivos que
vamos a analizar en este apartado con un criterio semióti­
co.
Los procedimientos, figuras y tópicas que aquí analiza­
mos confirman la tesis del agotamiento discursivo de la
infancia. Sin embargo, una observación. Aunque estas
operaciones se presenten de manera descriptiva, esto no
indica su pre-existencia respecto del síntoma que permite
su interpretación. Para ser exactos, la descripción retórica
de las operaciones del DMM vale para sostener la consis­
tencia de esta lectura sintomática: la que interpreta en es­
ta situación discursiva singular la disolución de la infan­
cia. Ningún reconocimiento o valoración exclusivamente
teórica de las categorías de las que nos servin,os podría
hacer suponer su pre-existencia o su validez por fuera del
problema que investigamos. El criterio de validez de las
categorías es interno al problema, no externo.
Ahora bien. Tal como lo señala el epígrafe de este capí­
tulo, como el síntqma sólo existe en virtud de una inter­
pretación que lo nombra,
°
su legibilidad se produce sólo a
posteriori. Mejor dicho, el síntoma vive de una temporali­
dad particular, casi paradójica: instaura la temporalidad
que permite leer a posteriori como a priori lo que él insti­
tuye.
Si en una coyuntura histórico-social unas instituciones
no tocan la realidad, sus representaciones no son activas,
sino puramente excrecentes: éste es el estatuto actual de
los discursos que tradicionalmente le dieron consistencia
a la niñez. Los niños actuales son des-e/asados respecto de
la infancia.

-55-
Nuestra tesis liga el agotamiento de la infancia a la pér­
dida de eficacia de sus instituciones de asistencia. Su im­
productividad actual responde a factores internos y exter­
nos. Por un lado, a su propio proceso de agotamiento; por
otro, al cambio de las condiciones prácticas en que histó­
ricamente se inscribieron aquellas instituciones.
Sin embargo, esta situación histórica se da en una co­
yuntura particular que vale la pena considerar: nos referi­
mos a la relación de las instituciones de asistencia a la in­
fancia y la familia con los medios masivos. Desde el pun­
to de vista de la interpelación, se registra un funciona­
miento específico: el DMM interviene allí donde la interpe­
lación de las instituciones de la infancia fracasa.
Es en ese sentido en el que sostenemos que la interven­
ción del DMM es sintomática respecto del agotamiento de
la infancia. Ahora bien; cabe preguntarse por la naturale­
za de esa intervención. La intervención de los medios,
¿cumple una función restauradora de los lazos disueltos
entre la familia y sus instituciones de asistencia o, por el
contrario, es la causa de su disolución? La respuesta no es­
tá exclusivamene en uno sólo de los términos de la pre­
gunta, puesto que la intervención de los medios se presen­
ta a sí misma como restauradora, pero en los hechos re­
sulta disolvente de aquello que intenta reparar. Disuelve
las figuras instituidas por los lazos familiares al imponer
de hecho otras figuras, necesarias para su funcionamien­
to. La enunciación mediática no es congruente con la
enunciación de los discursos que instituyeron la familia.
El enunciado mediático es restaurador de la familia, pero
la enunciación la disuelve de hecho.
Si seguimos la lógica de lectura del síntoma, hay que
aceptar que en la interpretación se lee como causa lo que
sólo después de la interpretación del síntoma queda ins­
taurado.22 Todo parece indicar que el DMM interviene por-
22 "Una vez decidido el síntoma de una problemática en sus singularisimas superíicies
de emergencia, estos síntomas aparecen por todos lados, aparecen incluso en los ori-

-56-
que la interpelación de las instituciones de asistencia a la
familia fracasa. Pero hay que señalar que sin la interpreta­
ción del síntoma esa causa permanecería invisible. Esto
significa que, desde el punto de vista de los efectos, el ac­
tual funcionamiento mediático en relación con la familia
estaría causado por el agotamiento de las instituciones. Lo
analizaremos al hablar de ia variación de la transferencia.
Pero lo cierto es que, sin la modalidad actual de interven­
ción del DMM en el vínculo formado entre las instituciones
de asistencia a la familia, ese agotamiento sería ilegible.

JPnUMJEIR IP'ROC!EDHMilJENTO� lLA lP'OSTU!LACIÓN


DlElL JRJEC!E!P'TOR

Hay que señalar una variación histórica de la subjetivi­


dad actual. Ya que uno de los tipos subjetivos actualmen­
te instituidos está producido justamente por la eficacia de
la interpelación mediática. Uno de nuestros axiomas de
partida es que el discurso mediático tiene un funciona­
miento hegemónico. Su interpelación es tan fuerte que es
capaz de imponer un conjunto de operaciones de descifra­
miento que luego van a ser reproducidas como modelos
de recepción de otros discursos; es decir, se impone la re­
cepción mediática en situaciones discursivas no mediáti­
cas: la pedagógica, la familiar, la científica, etc. Es esa ina­
decuación entre el orden de discurso y el modelo de re­
cepción lo que confirmaría la hegemonía del DMM como
modelo de imposición de operaciones de disciframiento
de los enunciados.
El conjunto de esas operaciones de lectura son en sí
mismas el receptor. Quienes habitamos un discurso esta­
mos compulsivamente obligados a reproducir esas opera­
ciones sintácticas, semánticas y pragmáticas que constitu-
genes del campo ... Regla entonces para las lecturas sintomáticas: no imaginar como
condiciones efectivas del proceso las que son producidas en su agotamiento" (Oximo­
ron. op. cit.).

-57-
yen una gramática.23 Los aspectos sobresalientes de esa
gramática son: ausencia de clausura o cierre de los enun­
ciados; yuxtaposición de los enunciados sin jerarquía; pri­
vilegio de la sucesión por sobre otras operaciones lógicas
en la construcción de la secuencia: predominio de la tema­
tización (o nivel semántico) por sobre la dimensión sintác­
tica del discurso; predominio del funcionamiento pático
del lenguaje.24
Se podría denominar al conjunto de estas operaciones,
lisa y llanamente, zappi11g.2s Uno estaría tentado de incul­
par al zapping, que es la dimensión más evidentemente
pragmática del discurso, como causa de la homogeneidad
mediática: en nada difiere la publicidad del programa de­
portivo, en nada, el informativo del talk show o ele los
bloopers. La angurria del consumo publicitario, la carrera
por el rating parecen buenos motivos para querer produ­
cir lo mismo. Sin embargo, la respuesta inversa es también
verosímil: ¿no es acaso la loca carrera del zappi11g un pro­
ducto de la ausencia de algún nudo en el discurso capaz
de detener la ansiedad del receptor?
El conjunto de las operaciones descriptas anteriormen-
23 Si convenimos que una grarnátiec1 es un conjunco ele reglas que describe y prescribe
el funcionamiento de los signos, entonces podemos discernir tres tipos de funciona-
111iento o de relaciones serniólicas: sintáccicas, se111,incicas y pragrnúcicas. Las pri111eras
rigen las relaciones entre los signos; las segundas, las relaciones de los signos con los
referentes; las últimas, las relaciones de los signos con los usuarios. Las relaciones sin­
tácticas rigen el armado lle la secuencia o lle la frase, son relaciones lógicas, corno por
ejemplo la concordancia, la subordinación, la co, relación. Las relaciones semánticas ri­
gen el aspecto tern,itico del enunciado, codifican el sentido situacional producido en el
uso de los signos. Por último. las relaciones prag111áticas rigen el modo en que los dis­
tintos usuarios deben usar los signos en las situaciones. Si el lenguaje es verbal, por
ejemplo, establece cuándo y a quién corresponde iniciar el diálogo; córno se usan los
turnos de la conversación; quic debe permanecer in1plicito en una situación; qué temas
son tratables y con qué retórica, etc. Finalmente, el aspecto retórico ele los signos es un
aparalO descriptivo ele los erectos de sentido que se producen en las relaciones sint.íc­
ticas y semánticas entre los signos.
24 Se recuerda que la función pática o fática acentúa el peso del canal en la comunica­
ción; el lenguaje cumple así una función de contacto, orientada a instituir o mantener
el lazo entre los interlocutores. Esto se logra a expensas del clelerioro de la capaciclad
simbólica del lenguaje, que consiste en su capacidad ele remitir unos signos de una ins­
tancia a otra, lo que cla lugar a la interpretación.
25 Aunque la denominación procede, del ámbito de la tele. es IOtalmente válida para de­
signar el tipo de relación que tiene hoy el receptor con c"!Wlquier medio masivo: el con­
sumo.

-5B-
te produce un efecto retorico en el enunciado, que es la
homogeneidad. Basta una vuelta completa por los sesenta
y cinco canales de cable para que ese rasgo se nos haga
patente: no encontramos nada en la tele. Pero seguimos
viendo tele. El circuito se reinicia sin que hayamos tenido
conciencia de que había terminado. La presión compu I si­
va del control remoto no se detiene y entramos así en el
magma homogéneo del discurso. Beavis & Butthead van a
ver tele porque se aburren; pero están todo el tiempo vien­
do la tele; lo que aburre parece que es la tele. Sin embar­
go, nada parece indicarles (ni indicarnos) que es el disrnr­
so lo que los produce como sus términos abúlicos.26 El
discurso homogéneo produce un tipo ele receptor aburri­
do: el consumidor. Ese sujeto está insatisfecho porque no
encuentra rugosidad alguna en qué detenerse; el discurso
no le propone ninguna operación ele interpretación que lo
implique subjetivamente. Pero, claro, está lo suficiente­
mente insatisfecho como para seguir buscando indefinida­
mene ese enunciado mediático distinto, diferente, capaz ele
entretenerlo y regalarle un minuto de felicidad. Ésa es la
subjetividad producida por las operaciones del discurso
mediático, ése es el receptor-consumidor actual de los me­
dios masivos.

SlEGUNDO PROC!EDIMilENTO� H.. TRAZADO


DlEIL IEXT!ERROR

Como se dijo, una de las operaciones de fuerza del


DMM es el trazado de su propio exterior. En rigor, un dis­
curso no tiene exterior; pues para dar cuenta del exterior
de un discurso es necesario pararse en otro lado -otro
discurso- para señalarlo. Y así ilimitadamente. 27 El traza-
2G [s1a noción del recep1or del cl1scurso 111ecli.í1ico eslá argu111e11tacl,1 en el articulo "llea­
vis & Bu11-Heacl: la subjetiviclad efecto video" (l 996).
27 "No hay rnetadiscurso" o "el proceso de semiosis es infinito". Lacan o Peirce. Para el
an,ilisis clel discurso, la tesis de la ausencia ele e�terior constituye un a�ioma.

-59-
do interior/exterior es una operac1on interna que perma­
nece invisible a los habitantes del discurso. Permanece in­
visible en tanto operación, pero sus efectos ilusorios se
tornan bien visibles precisamente por la invisibilidad de la
operación.
De cualquier manera, lo propio del funcionamiento he­
gemónico de un discurso es que crea la ilusión de que hay
un exterior. En el funcionamiento mediático actual la dis­
tinción entre el afuera y el adentro se encarna en una lu­
cha conocida: el enfrentamiento entre prensa escrita y
prensa audiovisual; la oposición entre discurso e imagen.
La jerarquía del escrito frente a la chabacanería de la tele.
Pero lo que cuenta desde el punto de vista de las operacio­
nes es que las valoraciones suponen relaciones de exterio­
ridad (e independencia) entre los medios y al suponerlas,
de hecho, las producen: la radio es exterior a la tele; el dia­
rio es exterior a la radio, etc.
Para nuestra perspectiva esta diferencia es irrelevante,
todos los medios constituyen un discurso, puesto que lo
que hay en juego es una enunciación: cualquiera de los so­
portes impone el mismo repertorio de operaciones de des­
ciframiento; cualquiera de los soportes instituye la misma
subjetividad receptora. Prensa y televisión son términos
complementarios (y por lo tanto idénticos). Ya no hay pe­
riodistas, sino agentes u operadores del discurso mediáti­
co; ya no hay periodismos sino discursos.
El ejemplo es el tipo de escucha que imponen los me­
díos: una recepción saturada por su naturaleza perceptiva
y desconectada de la conciencia, muy próxima al fenóme­
no de la hipnosis.zs Quiero contar algo que escuché hoy
pero no recuerdo bien dónde lo escuché ... pudo haber si­
do en cualquier canal, incluso en la radío; pero ¿y si se tra­
tara de una noticia del diario leída en la radio en algún
programa de la maiiana? En ese caso, ¿qué radio? Es más
Z8 Sahovaler, José., Psicoanálisis de la re/e visión, Buenos Aires, Ediciones El Otro. ! 998.

-60-
probable que recuerde quien lo dijo: fue Guinzburg; pero
Guinzburg está en la tele: ¿fue en el canal de aire o en el
de cable?

TIE!RCJEIR lP'ROClEJDHMllIENTO: lrlEMATilZACRÓN Y PUESTA


!EN SlEl!UlE DlE JLOS !ENUNCIADOS

La unidad material del enunciado. mediático es el tema.


Los receptores la reconocemos inmediatamente en el uso
discursivo: temas de talk show; ternas de opinión; ternas
de actualidad; temas de investigación; ternas prohibidos,
etc. El terna es también la operación con que el discurso
distribuye discontinuidades en el horizonte homogéneo y
continuo de la serie. Dicha unidad organiza la sintaxis tex­
tual otorgando cohesión al discurso: la actualidad diaria
es presentada y segmentada en temas; el criterio de vali­
dación discursiva es el de "temas de interés"; un día me­
diático relevante se mide porque "hay muchos ternas para
tratar"; el principio de discontinuidad/continuidad sobre
el que se monta la serie es el pasaje de un terna a otro.
Un rasgo particular de la serie mediática, como disposi­
tivo esencial de enunciación, es que en el la la cohesión se
produce como efecto de la coherencia discursiva. Dicho en
otros términos, las relaciones sintácticas desaparecen, he­
gemonizadas por el principio semántico: el criterio temá­
tico. Esto da lugar a un discurso sin clausura, desprovisto
de relaciones lógicas, y con efectos altamente homogenei­
zantes.
La consistencia de la serie temática se organiza sobre
un supuesto temporal que es la actualidad. La serie no tie­
ne ni comienzo ni fin: el discurso ya estaba; la agenda de
temas ya estaba; el receptor ya estaba; de este tema ya se
sabía.
No hay comienzo del discurso; no hay introducción de
temas ni declaración de su pertinencia; no hay llamado a
-61-
este espectador. El receptor de medios es un sujeto su­
puesto como pura actualiclacl, como pura instantaneidad o
puro presente. Su temporalidad es coextensiva de la au­
sencia ele clausura el e I discurso. La noción ele actualida el
disuelve la noción histórica del tiempo, su sentido narra­
tivo. El receptor ele medios "siempre está en tema".
Un indicio ele este funcionamiento discursivo está dado
por la ausencia de signos cleícticos.29 Los informativos te­
levisivos, por ejemplo, presentan las noticias con estruc­
turas nominales, desprovistas ele signos que operen el an­
claje del enunciado en una situación: caso Cattáneo; do­
centes; crisis policial, etc.
El principio temático, entonces, es "el orden del discur­
so" mediático. El tema supone unidad, interés, informa­
ción y actualidad. Ésos son los rasgos característicos del
enunciado mediático.

CUARTO PROCEDIMIENTO� !LA CHTA

Con el procedimiento característico de la mesa redon­


da, hablan en una nota sobre la crisis de la familia 30 por­
tavoces legitimados: el clérigo, el médico, la psicoanalista;
consultados a título ele especialistas. La cita, procedimien­
to que refiere en la enunciación mediática las opiniones ele
los entrevistados, produce un efecto fácilmente esperable:
la unidad ele sentido.
El procedimiento ele cita es el recurso mediante el cual
se reúnen los distintos puntos de vista para lograr el con­
senso. La operación es doble: instituye lo distinto y lo co­
mún, a un mismo tiempo. Las opiniones son las partes ne­
cesarias del tocio consensuado.
29 Formas lingüísticas (ge11eraln1t'nle pronombres personales y adverbios de luga, \'
tiempo) que señ,lian, cuando se enuncian, los 1érminus ele la situación enunci¡¡tiva (per·
sona, tiempo y lugar). Su referencia es estrictamente situacional: en ausencia práctica
ele sus referentes, su significación es excesivamente ambigua.
30 Clarín. segunda sección ele\ :,7/tB/94, "¿A c\óncle va la familiar.

-62-
Aunque procedan de distintas áreas, los especialistas
van a coincidir en algún lugar común del discurso: hay
que volver al sentido común, a la confianza en la intuición;
el diálogo familiar es necesario; no hay convivencia posi­
ble si no se respetan los derechos del otro. Tales son los
lugares comunes hacia los que retorna una y otra vez el
discurso. Los detentan todas las notas periodísticas que
abordan la "crisis de la infancia". Claro, si estos enuncia­
dos no estuvieran sometidos al régimen de la repetición,
no serían lugares comunes.
La nota de Clarín concluye así:
"En un mundo que oscila entre la violencia, el consumis­
mo y los parafamiliares, es probable que las respuestas an­
den escondidas en el sentido común bien entendido, en un
amor no impostado y en un corazón abierto. Nadie tiene
por qué resignarse a que éste sea el fin de la historia."
Vale la pena detenerse en este fragmento. La estructura
de la nota alterna enunciados referidos (de los entrevista­
dos) con los enunciados del medio para hacer confluir fi­
nalmente las voces en un lugar común. El DMM tiene esta
capacidad --que algunos consideran un privilegio- de
construir consenso. Pero hay que entender que tales virtu­
des comunicativas son efecto de las operaciones de enun­
ciación que estamos analizando.
¿Qué ha pasado que la psicoanalista y el clérigo están de
acuerdo? ¿Es que acaso piensan lo mismo? Porque una co­
sa es clara, y es que, aunque como discursos la religión y
el psicoanálisis poseen diferencias irreductibles, cuando
se transforman en enunciados ele otro discurso, ambos
pueden resultar perfectamente compatibles. Eso, siempre
y cuando ese discurso disponga de un dispositivo de enun-
. ciación capaz de operar la coordinación de los enunciados.
En el caso del DMM, la operación discursiva que operó
ese curioso vínculo entre religión y psicoanálisis es la ci­
ta; y la subjetividad que funciona como enunciador es el

-63-
sujeto de opinión. Según esa operacton enunciativa de la
opinión, el discurso mediático otorga el mismo valor a to­
dos los enunciados: son opiniones distintas sobre el mis­
mo tema pero para la lógica del discurso todos poseen el
mismo valor. Son uno y son lo mismo: están producidos
por la misma enunciación (la opinión) y hablan de lo mis­
mo (el tema). El clérigo y el analista se han transformado
en representaciones mediáticas.
Se podría objetar que esta sensación de identidad de
posiciones entre el religioso y el psicoanalista se debe a
que las palabras referidas fueron sacadas de contexto. Su­
dece que, en rigor, no hay otro contexto que el que se
construye en la situación en que se recibe un discurso. El
contexto de un enunciado es siempre el contexto de recep­
ción. De todos modos, si se supone que el contexto verda­
dero de un enunciado es otro, no el mediático, lo que hay
que admitir es que en la situación mediática el enunciado
referido adquiere sentido gracias al dispositivo de la cita.
Y es que el sentido no está en otra parte -ése es el sen­
tido de otra situación- sino en esta en que efectivamente
se lee, mira o escucha, y que se construye desde la enun­
ciación mediática. De lo contrario, estaríamos suponiendo
situaciones de sentido verdadero y situaciones de sentido
falso, o en las cuales el sentido está manipulado. Esta se­
gunda concepción, la manipulatoria, es bastante frecuen­
te cuando se analizan los medios masivos. Sin embargo,
desde el punto de vista de los efectos, la noción de mani­
pulación, que supone un sentido verdadero pervertido por
mala fe, no cuenta.
La ideología del individuo -uno de los correlatos más
fuertes de la ideología de la conciencia sostenida por el
imaginario de la comunicación- se refuerza con el dispo­
sitivo mediático; de ahí que individuos que representan
posiciones en apariencia distintas puedan confluir en el
acuerdo. Dado este funcionamiento, un enunciado opina-

-64-
tivo no puede tener nunca eficacia critica, puesto que el
discurso lo absorbe corno un término más: admite su di­
ferencia sólo como un paso previo a su integración en la
identidad del consenso. En el orden del discurso mediáti­
co, la crítica no podría jugarse temáticamente en el enun­
ciado -la tematización, se recuerda, es otra de las opera­
ciones del DMM-, sino en las operaciones de enuncia­
ción.

lLA !RiE.TÓ1'UCA. !DiElJ.. IDilSCUJ�SO MlE!DlRÁ.1rBCO:


lFHGU!RU\§ SllNTOMÁ.THCA§

La lectura de un problema en clave de síntoma requie­


re estableceT en qué figuras del discurso se manifiesta. Ta­
les figuras, sí es que remiten a un síntoma, presentan una
inconsistencia del discurso que se manifiesta como desa­
cople entre el enunciado y la enunciación.
Dijimos que la retórica del discurso es la dimensión en
que se juegan los efectos de sentido producidos por las re­
laciones entre los signos. Del mismo modo, las relaciones
entre el enunciado y la enunciación pueden dar lugar a un
efecto retórico, a una producción de sentido cuyas figuras
discursivas se pueden analizar e interpretar. Es necesario
tener en cuenta que la retórica que estarnos analizando no
concierne al discurso mediático en general, sino sólo a los
puntos de emergencia de un síntoma: el agotamiento de la
infancia. Las figuras retóricas que describirnos son el ho­
rizonte de discurso en que se presenta el síntoma; técni­
camente, son una estrategia para localizar un síntoma de­
tectado en el discurso mediático. Por eso su valor es inhe­
rente sólo a esta estrategia de lectura del discurso mediá­
tico, la que involucra la problemática de la mutación ac­
tual de la infancia.
Vamos a ver entonces tres figuras retóricas del discur­
so mediático: la paradoja del enunciado; la paradoja entre
-65-
el enunciado y la enunciación; y la tópica de la inmovili­
dad.
La primera figura, la paradoja del enunciado, indicaría
sintomáticamente el agotamiento de la infancia. Dicha fi­
gura se produce en el discurso de los padres que hablan
de sus hijos ante los medíos; es decir, cuando su discurso
es tomado por la enunciación mediática bajo la forma del
testimonio o las declaraciones en las entrevistas.
La segunda figura señala un desacople entre el enuncia­
do mediático y su enunciación. Se la verá funcionar en dos
casos: la imagen mediática de los niños y la interpelación
de los medios a la familia. A ese tipo particular de interpe­
lación mediática la hemos denominado función pedagógi­
ca del discurso. En ambos casos, el desacople entre enun­
ciado y enunciación remite a una variación de las condi­
ciones de enunciación del discurso: el enunciado mediáti­
co refiere que hay una infancia que representar, que hay
una familia que educar; pero las prácticas mediáticas di­
suelven de hecho la infancia a través de la representación
actual de los niños; disuelve de hecho la familia a través
de una interpelación a sus miembros según una clave que
no los representa como términos del parentesco de la fa­
milia burguesa.
Finalmente, un enunciado temático que aparece en for­
ma reiterada como supuesto de los argumentos mediáti­
cos sobre la crisis de la infancia: la tópica del cambio. Tal
enunciado también presenta un carácter paradójico: el
enunciado explica la crisis según la idea de cambio genes
ralizado, pero la idea del cambio generalizado remite a
una situación de enunciación que no cambia puesto que,
si todo cambia, nada cambia. Cuando hay una novedad
real, es preciso nominarla, volverla consistente. Y nada
más inconsistente para nombrar algo que aplastarlo en la
idea general del fl:od<Il>. En una situación en que todo cam­
bia, es imposible discernir qué cambia, pues ¿desde qué

-66-
contexto se podría leer la novedad? Luego la idea genera­
lizada del cambio permanente, tan característica de la éti­
ca posmoderna, rrefñell'e una enunciación que es exacta­
mente su contrario: la inmovilidad.

LA PARADOJA DlElL IENUNCITADO COMO lFHGURA DEL


AGOTAMHIENTO D!E !LA IlNlFANOA

Para algunas lógicas, la paradoja es una figura de los


sistemas que manifiesta el carácter finito o limitado de un
conjunto, evidencia que en las operaciones cotidianas no
se manifiesta. Así, la paradoja es una figura capaz de ex­
hibir el borde ele un universo. Vamos a retener dos propie­
dades de la paradoja, con el objeto de situarla como una
operación discursiva: su capacidad de exhibir los bordes y
el hecho ele que su manifestación no consiste en un fenó­
meno cotidiano; en términos lógicos, las paradojas mani­
fiestan autorreferencia.
Tomemos un ejemplo de la visión mediática de la infan­
cia: los testimonios de padres brindados a la revista Pági-
11a/30 (N.º 45, abril de 1994). Se dice allí que:
los niiios actuales son muy precoces; que son verdade­
ros monstruitos (la metáfora sugiere que son más despier­
tos ele lo que se supone para su edad): se trata ele una in­
fancia superestimulada (1).
Más adelante, en la misma revista, se lee:
"El producto seriado [dibujos anin,ados] corrobora una
y otra vez las previsiones del que mira [el niño]; lo conten­
ta, no lo estimula ni le moviliza el pensamiento."
El testimonio de una madre preocupada sostiene que a
los niíios actuales todo les viene resuelto, "hasta el ta-te­
ti", haciendo alusión al videogame (2).
Prestemos nuestra atención a los supuestos: a los niiios

-67-
hay que estimularles el pensamiento; los nifios deben pen­
sar; la televisión debería estimular a los nifios.
El enunciado (1) supone que en relación con las prácti­
cas actuales los nifios tienen más destreza; que los de an­
tes, obviamente. El enunciado (2) supone que los nifios
son en realidad más tontos; si todo les viene hecho, no ha­
cen nada, son pasivos; esto es lo opuesto de avivarse.
Una posibilidad es señalar una contradicción entre am­
bos testimonios. Sin embargo, resulta mucho más produc­
tivo postular la existencia de una paradoja. Para ello es ne­
cesario reconstruir la situación de enunciación en que am­
bos enunciados pueden coexñstihr sin que su incongruen­
cia lógica resulte escandalosa.
Consideremos entonces que entre ambos enunciados
no hay contradicción, puesto que el discurso no la advier­
te corno tal, sino que, por el contrario, la sostiene en sus
enunciados. La paradoja se produce cuando la interpreta­
ción construye la situación de enunciación en que tal con­
tradicción en el enunciado resulta ser un síntoma de algo.
Esa situación es la desaparición de la infancia: si los chi­
cos son más vivos en las cosas de grandes y más tontos en
las cosas de chicos, es porque en realidad ya ll1ll!ll lhiay co­
sas de clhikos.
Lo que detectan los padres es que los chicos están muy
estimulados para opinar y bastante tontos para jugar. Pe­
ro de nuevo: la práctica de la opinión disuelve la diferen­
cia entre adultos y niños. Para opinar, todos tenemos de­
recho, aun los niños, que quedan así de igual rango que
sus padres. Además, el juego es el ámbito privilegiado en
que se despliega la curiosidad infantil. Pero la curiosidad
infantil no está desligada de la índole de su relación con
el mundo adulto: más precisamente, es un efecto de la
prohibición que el adulto ejerce sobre el niño. Es esa pro­
hibición, ejercida con la legitimidad que el orden burgués
otorga a la figura del padre, la que genera la curiosidad de
los niños.3L La curiosidad infantil es sobre las cosas de los
grandes. El psicoanálisis querrá ver en ello una pregunta
sobre la sexualidad.
Pero volvamos al artículo de Página/12 que estamos
analizando. El enunciado marcado con (2) vuelve realmen­
te paradójica la aserción de (1). Tal aserción sintetiza uno
de los lugares comunes de lectura del fenómeno actual de
los niños: las computadoras no estimulan el pensamiento
de unos niños superestimulados, que vienen cada vez más
despiertos.
Lo que vuelve paradójico el comentario de los padres es
que el universo infantil actual es evaluado simultánea­
mente desde dos posiciones que no resultan del todo con­
gruentes: la posición moderna y la posmoderna. En la pri­
mera se juega la representación de la infancia; en la segun­
da, la presentación, de hecho, de los niños actuales. La
primera valora desde los ideales de la infancia instituidos;
la segunda, desde la experiencia actual de los niños con el
consumo de tecnología. En esas dos evaluaciones se opo­
nen, según el ideal moderno, la cultura de la letra con la
cultura audiovisual; los libros, con la tele.
La oposición quiere preservar el lugar imaginario de la
letra como reducto de una cierta racionalidad. La letra es
correlato imaginario del pensamiento, de la conciencia, de
la razón. El acceso a la letra es la luz en las tinieblas de la
ignorancia, según el lema escolar. Y la educación de la in­
fancia moderna se ejerció sobre ese ideal. Ése es el ideal
que funciona como supuesto de las afirmaciones aparen­
temente contradictorias de los padres. A favor o en contra
de la tele, a favor o en contra de la tecnología, el supues­
to parece ser el mismo: el ideal moderno de que la razón

3 l Los cuentos de Grirnm, que acompañaron el sueño de la infancia moderna, pueden


atestiguarlo: sus protagonistas son niiius, y el nudo del relato se desencadena cuando
los niños quieren transgredir alguna prohibición adulta. La curiosidad ele los niños an­
te la prohibición adulta es lo que distingue la posición adulta ele la infantil. Por otra par­
le, queda claro que la curiosidacl es un efecto subjetivo de la prohibición.

-69-
deber ser estimulada. Así la educación infantil es una ga­
rantía de la racionalidad adulta futura.
Veamos cómo se construye el lugar de enunciación de
esa paradoja. Para que (1) y (2) se aserten a la vez, es ne­
cesario construir un lugar exterior a la imagen: la letra.
Del lado de la imagen están la tele, los videogames; del la­
do de la letra, los libros, los diarios, las revistas, incluso
la radio.
Tal como la representa el DMM, la causa visible de la
transformación de la infancia es la cultura de la imagen.
Sin embargo, esa transformación no se percibe como una
variación histórica, sino que presenta dos componentes
ideológicos: la idea de pérdida y la idea de esencia. Esta
infancia es u11a degradació11 de la i11fancia moderna. Re­
sulta inadmisible pensar su desaparición; la idea de la de­
gradación de una esencia parece mucho más tolerable.

lLA PARADOJA COMO DIESACOlP'JLJE


IENTIRIE EL ENUNCRADO Y lLA IENUNCllACIÓN

Pll"imera ¡paradoja.: ell desa.cople eillltire lla ñmagellll


y en conoepto de na imagen

"Y lo único que se sabe de lo activo es que en algún pun­


to se agota. Lo único que se sabe de las ficciones verdade­
ras es que alguna vez se llamarán falsas de toda falsedad
-sin saber cómo ni cuándo" (Ignacio Lewkowicz).32
En este apartado vamos a considerar de qué manera la
imagen mediática de los niños indica la ausencia o el ago­
tamiento de la infancia. A primera vista puede resultar ex­
traña la afirmación ele que una presencia indique una au­
sencia; o de que el modo actual de la representación de los
niños en la imagen indique la desaparición de las signifi-
:J2 "La migración clel soberano",¡ 99,1.

-70-
caciones de la niñez. En rigor, la paradoja no invalida sino
que justifica nuestra tesis, dado que, como se dijo, es ésa
precisamente la figura que indica el agotamiento de un
universo discursivo.
Como punto de partida, hay que insistir en la distinción
entre niños e infancia. La infancia, concebida como insti­
tución imaginaria, constituye una de las ficciones moder­
nas que, mientras fue activa, dio consistencia al lazo so­
cial moderno. Ahora, si la infancia nos revela hoy su carác­
ter de ficción, esto estaría indicando un proceso de desin­
vestidura práctica de su carácter imaginario. La segunda
aclaración tiene que ver con el estatuto de la publicidad en
el discurso mediático. Este trabajo considera la publicidad
como un género del discurso mediático; sus rasgos distin­
tos se juegan sólo en el nivel del enunciado. Con la publi­
cidad sucede algo parecido a lo que señalamos con respec­
to al periodismo: como los periodistas, los publicitarios
son agentes del discurso mediático; la publicidad es una
forma específica que adquieren ciertos enunciados de la
enunciación mediática. Así, la enunciación mediática tiene
tipos de enunciados con rasgos específicos, que llamare­
mos géneros: tal es lo que sucede con la publicidad y el
periodismo.
Vayamos a la infancia en el discurso massmediático.
¿Cuál es la imagen de los niños que ilustran las notas so­
bre la infancia que circulan en los medios masivos?33 En
primer lugar, lo que llama poderosamente la atención son
los procedimientos de estetización, de fotogenia y de po­
se de la imagen.
Es conocida la propuesta de Barthes de leer la retórica
de los signos· como su dimensión ideológica. De ahí que
resulte clave establecer qué géneros estabilizan -o codi-

33 Ver, sobre todo: "Adiós a la infancia", en Página/30 (op. cit.) y "Los chicos y sus de•
rechos", programa del ciclo de programas especiales de UNICEF dedicado a los derechos
de los niños, por TN (canal ele cable), el 11/09/95.

-71-
fican- los significados de connotac1on de las imágenes.
En el análisis de los tres procedimientos mencionados, re­
sulta inequívoco que el género que rige las "connotaciones
suficientemente estables" de la imagen mediática es el pu­
blicitario. Esto hablaría de una hegemonía de la imagen
publicitaría en la representación de los niños.
Ahora, la imagen publicitaria postula el tipo subjetivo
del modelo publicitario (si nos atenemos a las connotacio­
nes de la pose) o el tipo subjetivo del consumidor (si nos
atenemos a las connotaciones con que se interpela a los
destinatarios del mensaje).
Nos encontramos entonces con que el concepto prácti­
co de niño instituido por las significaciones de la infancia
estalla cuando su real niño es atravesado por las subjeti­
vidades chicos-modelos, chicos-consumidores.
Supongamos una situación normal ( 1) de la infancia ba-
jo el esquema complementario:
INFANCIA (1)
NIÑOS
donde todos los términos niño que se presentan son re­
presentados en el conjunto de significaciones imaginarias:
inocencia: ductilidad: objeto de protección; inmadurez;
irresponsabilidad, etcétera, características de la infancia.
La imagen publicitaria viene a producir un desplaza­
miento de la relación complementaria (1): infancia/niños.
El desplazamiento metonímico que produce la insistencia
creciente de la imagen publicitaría produce un desajuste
de la relación entre presentación y representación: los
enunciados icónicos de la representación, niños consumi­
dores, niños modelos, niños actores, niños periodistas, no
arraigan en ningún término "niño"34 de la presentación.
Se produce entonces una relación (2) de exceso entre la
34 Las comillas sólo quieren poner en dud� la realidad niño del término presentado. Por
ahora, no se ve otra significación disponible.

-72-
representación (modelo, consumidor) y el término presen­
tado. ¿Cuál es el real de esas nuevas significaciones ima­
ginarias? Si el real moderno niño es hoy una construcción
posible, es porque el agotamiento de la infancia ha revela­
do su carácter de ficción.
Asimismo, el exceso producido por representación de
la imagen publicitaria viene a indicar una ausencia: la fal­
ta de una imagen pertinente del real actual niño.35 El exce­
so indica también el desacople entre los términos iniciales
de la relación de apoyo esquematizada en la situación
(1):36
En el esquema que sigue trazamos el recorrido del ar­
gumento:

Infancia (imaginario) (1) >> Emmciado>> Ie.xt.Q>> >>>>>>>>


Niños (Real)>> Enunciación>> Imagen>>>>>>>>>>

>> concepta práctico instituido (2) ................................


>> exceso práctico sobre el concepto>> niño consumi­
dor o niño modelo: ¿niño aún "infante"?

Donde:
"niño": nombre de un real imposible de nombrar por
fuera de las significaciones imaginarias instituidas (¿ca­
chorro humano?; ¿mamífero?);

35 Estrictamente; es sólo un real. Usamos el término niño porque estamos imposibili·


tados de indicarlo de otro modo; no se trata ni de un significante -simbólico-, ni de
un significado -Imaginario-: es un Real, del cual solamenle puede enunciarse una pro·
posición de exis1encia: hay. Se entiende, por lo tanto, que no cabe en esta instancia del
análisis la distinción de "género" niña/niño en la medida en que tales diferencias se ins­
criben en el plano de lo histórico-social. Cf. al respecto, Milner, Jean Claude, Les noms
indistincts, Paris, Du Seuil, J 983, y Castoriadis, C., La imticución imaginaria de la sacie·
dad, Vol. 2, Barcelona, Tusquets, 1989.
36 La situación inicial formalizada en (ll corresponde a la situación histórico-social de
vigencia de la institución.

-73-
relación de apoyo; ni determinación ni expre­
sión:
>> >>: desplazamiento metonímico; ni determinación
ni implicación;
síntoma: exceso de la imagen sobre el concepto prácti­
co instituido;
(1) situación histórica de vigencia de la infancia (insti­
tución);
(2) situación de agotamiento de la infancia (destitu­
ción);
........... : desajuste de la correlación.

Hemos llamado excrecencias a las representaciones sin


presentación en un universo de discurso: es el caso del
funcionamiento actual de la imagen publicitaria. Ese ca­
rácter que atribuimos a la imagen publicitaria eT!ll rrelláll.d@w
colt!I la irepresell1l\l:adóll1l «:lle Ra nll1lfamida37 debe considerar­
se _sintomáticamente. En la representación publicitaria ac­
tual del niño, el real de la infancia no está presentado.
Ahora bien. Esta aseveración sólo puede aceptarse si se
interpreta el avance metonímico de la imagen publicitaria
en la estrategia de representación actual del niF10 como
síntoma de una variación histórica: el desplazamiento de
un real que había sido exhaustivamente cubierto por las
significaciones de la infancia moderna.
Cuando se nos revela el carácter histórico de un Real
-como producción de síntoma, ya que nunca hemos de
vérnosla con lo Real en persona- eso indica que asistimos
al horizonte histórico de su destitución imaginaria.
Es evidente que, en el conjunto de significaciones atri­
buibles al niño modelo o al niño consumidor, los predica-

37 Recordarnos -a riesgo ele ser reiterativos- que estéis ,ifirmaciones no son válidas
en general sino sólo para la lectura del problema que estarnos tratando.

-74-
dos tradicionales de la infancia están ausentes.
La persistencia del hábito podría hacernos suponer que
este análisis de la imagen es sólo válido para la niñez aco­
modada. "El consumo no es cosa de la infancia pobre -se
dirá-, la figura del niño consumidor no puede haber de­
salojado a la del niño pobre", que seguiría, en todo caso,
representando fielmente a la infancia. Pero las cosas no
son así en el universo mediático. O sólo son así cuando se
persiste en la distinción tradicional entre contenidos y
formas. El programa de Unicef sobre los derechos de los
niños que mencionamos tiene como tema privilegiado la
infancia en la pobreza. La estrategia del programa es la de­
nuncia de la falta de reconocimiento de los derechos de
los niños, a la sazón, las víctimas. La retórica visual del
programa para tratar a los pobres no difiere en nada de la
. retórica de las clases pudientes: infancia victimizada e in­
fancia consumidora comparten la misma imagen. Lo cual
nos revela que la imagen mediática no refleja una realidad
exterior, testimoniable, sino que la produce. La imagen es
un procedimiento del discurso, no un espejo de la reali­
dad.
En definitiva, entonces, el avance de la imagen publici­
taria en la representación de la niñez se11ala sintomática­
mente un vacío y un exceso: el ausentamiento del Real de
las instituciones modernas de la infancia, por un lado; la
presunción de que ese Real está en otra parte, indiscerni­
ble para una mirada organizada todavía sobre los paráme­
tros que instituyeron las instituciones modernas.

Seg1.U1lllld!ai l)llaiiraa:!lo.Ji.rr: en rdlesá!líCOilJlile e!l1l.!lll"e


Ha il11l1lerpelladón medlftáltka a lla faimm.a
y Iliiií ucainsferrellllda diE Tiai famiifilña

Nuestra cultura mediática posee un dispositivo de


enunciación privilegiado: la mesa redonda. Vivimos la era

-75-
de la mesa redonda. Estarnos tan familiarizados con ella,
que su funcionamiento como dispositivo suele permane­
cernos oculto. Enunciativamente, la mesa redonda es un
poderoso filtro del discurso mediático: transforma cual­
quier }1eterogeneidad de las voces en enunciados.
La figura de la mesa redonda es una estructura recu­
rrente en las notas o en los programas que abordan la cri­
sis de la infancia, los cambios en los niños, los cambios en
la familia. En ella se reúnen los portavoces de los viejos
discursos que instituyeron la infancia a través de la edu­
cación de la familia: hablan el médico, la psicoterapeuta,
el pedagogo, el sacerdote, la madre, o el padre, con menos
frecuencia. La función pedagógica de las instituciones so­
bre la familia es una pieza clave de la configuración de la
infancia moderna.
El éxito que ha adquirido un género mediático relativa­
mente novedoso en nuestras costas, el tal!< show,3 8 así co­
mo la proliferación de programas y canales destinados a
la mujer actual, hacen pensar que hoy la función educati­
va de la familia, sin los medios, es inviable. Es más: uno
estaría seguro de que la pedagogía de asistencia a la fami­
\ía es altamente eficaz gracias a la colaboración de los me­
dios. ¿No es acaso el lugar común de la ideología iluminis­
ta de la tele la suposición de que su verdadera misión, la
que la salva y eleva, es la de educar a las masas?
Estamos ante una disyuntiva: considerar la transparen­
cia de los medios o considerarlos corno un dispositivo de
enunciación. Del camino que se elija resultarán dos con­
cepciones radicalmente diferentes de la problemática de
la infancia: una sociológica y otra histórica. La concepción
sociológica explica el fenómeno tratándolo como variacio­
nes estadísticas de una esencia que permanece inmutable:
la segunda postula el agotamiento de una institución. Des­
de luego, estamos obligados a optar: sólo la idea de que
38 Se recuercl.i que \os comienzos ele esla i11ves1igación daian de 199.J.

-76-
los medios constituyen un dispositivo de enunciación es
compatible con la tesis del agotamiento de la infancia. Se
verá esto en las líneas que siguen.
Desde la perspectiva discursiva, los personajes convo­
cados para opinar sobre la infancia son estrictamente eso:
portavoces del discurso mediático. En clave enunciativa,
ellos no cuentan como personas, ni como individuos, ni
como divulgadores de un saber legitimado en algún cam­
po de la ciencia. Sus opiniones, tal como se vio, son enun­
ciados del, dispositivo mediático; han perdido su estatuto
de voz al ingresar al dispositivo. La mesa redonda es la
condición de enunciación de los enunciados de la opinión;
pero es justamente la que los produce como tales.
Esas voces pierden su estatuto singular o cualquier in­
dependencia subjetiva en cuanto ingresan al DMM. En ese
pasaje son constituidos como enunciados referidos 39 por
otra enunciación, que "presta" su fuerza, hace hablar y se
fuga (aparentemente). ¿Qué ha pasado? Ya no es el médico
ni la asistente social quienes ingresan al hogar familiar si­
no los medios. Son los medios la institución que interpela
hoy realmente a la farnilia, y no sus instituciones tradicio­
nales de asistencia.
Pero también hay que advertir otro desplazamiento: el
cambio de la naturaleza de la interpelación misma. Ya que
la interpelación mediática no está dirigida a los sujetos co­
mo miembros de una familia sino a otro tipo de subjetivi­
dad. Basta con observar los programas televisivos que
alientan la participación de la gente, como los ralk shows,
los programas de concursos, los mismos programas de
opinión y sus respectivas prácticas: testimonios de vida,
paneles, televoto, etc. Los sujetos interpelados por el dis­
curso son producidos en esas misrnas prácticas en las que
resultan interpelados. No son convocados a título de
39 Con lo cual, estrictamente, dejan ele ser ,·oces. Una voz es una singularidad enuncia­
!iva. Cuando un enunciado e5lil referido por otro discurso, des�parece su enunciación;
es decir, se transforma en enunciado de otra enunciación, la del discurso citante.

-77-
miembros de una familia, sino como portadores de una
novedosa identidad social producida precisamente a par­
tir de ia identificación con un rasgo que el medio propone
e impone: mujeres golpeadas, alcohólicos, recuperados,
adictos, travestis, los que conquistaron la gran ciudad,
etc.
Se ve entonces de qué modo la consideración de los me­
dios como dispositivo nos conduce a la tesis del agota­
miento de la infancia. Si las figuras tradicionales de ges­
tión de la infancia, como el médico, el pegagogo, el padre,
la madre, el niño, en el discurso mediático cuentan como
imagen y no como personas, estamos, en primer lugar, an­
te una variación sustancial de la institución que interpela
a la familia. Por otro lado, la subjetividad que resulta de la
interpelación ya no es una subjetividad instituida por las
prácticas familiares, sino mediáticas: ni padres, ni ma­
dres, ni niños, sino sujetos de opinión, consurnidores, te­
levotantes, concursantes, etc. Que se continúen denomi­
nando con los apelativos familiares poco importa; lo que
cuenta es la producción práctica de los tipos subjetivos.
En resumen, si cambia la institución interpelante y cambia
la subjetividad interpelada, estamos en otra coyuntura
histórica, precisamente aquella en que la infancia, prácti­
camente, no se produce.
Un indicador fuerte de la eficacia de la interpelación
mediática a los individuos es la proliferación ele un nuevo
género de programas: el tnll< show. En esos espacios se
producen los rasgos de las patologías del sufrimiento con­
temporáneo: la identificación de los sujetos con el rasgo
prueba la eficacia de la interpelación. La eficacia se corro­
bora sencillamente con la asistencia de la gente a la tele a
título del rasgo que funda la interpelación: abanclonac1os
por los padres, violados, sin techo, etc.
El dispositivo, con ligeras variantes, consta de un gru­
po de especialistas con opinión autorizada y LÍn panel de

-78-
individuos que van a dar testimonio personal o a interro­
gar y opinar sobre aquel testimonio. El testimonio hace
más verosímil la opinión y, a su vez, la opinión legitima el
testimonio como tal. Integra también el dispositivo una lí­
nea telefónica de acceso al programa: la participación pue­
de ser por medio del testimonio o por medio de la opi­
nión.
Es bien elocuente la ya vieja consigna con que se infor­
maba al público el teléfono del programa La mañana, con­
ducido por Mauro Viale (ATC): para denunciar, quejarse,
opina,� o pedir- ayuda especializada. En esas prácticas se
produce la subjetividad instituida por el DMM.
Así, un ejército de fóbicos, adictos, anoréxicas, sidóti­
cos y maltratados, reconocidos por el discurso mediático,
parecen haber encontrado el sentido de la vida en el acce­
so a la escena mediática. El caso paradigmático es el del
recuperado. No hay recuperación sin testimonio, y no hay
testimonio legítimo si no se enuncia ante un auditorio. ¿Y
qué auditorio más legítimo que el que proveen los me­
dios? Así, el recuperado va a dar testimonio de su saga y
de su pasado turbio a los medios; allí puede consagrar su
a1-repentimiento y se amplía el círculo de su identidad:
ahora tiene entidad cotTtO "ex"; ahora tiene entidad en el
universo de la imagen.�º
Se podría suponer que los portavoces del DMM -en la
lengua periodística: "especialistas consultados sobre un
tema"-, son en realidad verdaderos representantes de un
saber sobre los nifios y la familia que llegan a tr-avés de los
medios. Nuestra tesis no podría jamás sostenerse sobre
un supuesto de tal naturaleza. El supuesto, con todo, es de
los más comunes: se lo ve en acción cada vez que alguien

�o Algunos psicoanalistas distinguen clínicamente dos tipos de anorexias: el primer ti­


po corresponde a las anorexias veras; el segundo tipo corresponde a identificaciones
histéricas con la enfermedad. Esto no signirica que las segundas no puedan tener un fi­
nal tan trágico cuino las verclacleras; sin embargo, cuenta como revelación de la efica­
cia de la interpel.ición medi,itica.

-� 79-
emite algún argumento de op1mon sobre la tele. Nuestra
tesis reposa en la noción de que los medios son un discur­
so, o bien un conjunto de operaciones de enunciación, tal
como se vienen describiendo.
En el marco de los cambios mediáticos descriptos, se
podría también suponer que la tradicional función peda­
gógica de las instituciones de asistencia familiar, tales co­
mo el higienismo, la puericultura, el discurso psi o la Igle­
sia, hoy se cumple de modo eficaz a través de los medios.
Así pensado el asunto, estaríamos ante un simple reem­
plazo de funciones. Creemos que la cuestión es mucho
más radical. Creemos que la función pedagógica de los
medios en nuestros días se da en otras condiciones y con
efectos bien distintos en la subjetividad de los que produ­
jeron las instituciones que educaron a la familia burguesa.
En el desplazamiento mencionado hay que ver la fuer­
za de la enunciación mediática asociada a los cambios en
la subjetividad ya descriptos. Estos cambios, por otra par­
te, están indicando la desaparición práctica de la familia
nuclear burguesa y, en consecuencia, de la infancia. Hay
que tener en cuenta, en ese sentido, que la actual interpe­
lación mediática no se dirige a los individuos corno térmi­
nos del parentesco de la familia burguesa sino como por­
tadores de los rasgos de la subjetividad descripta corno
subjetividad mediática. Hay otra identidad de chicos por
fuera de los lugares tradicionales: otra forma de interpela­
ción, representación, reconocimiento. La familia no es, co­
mo en otros tiempos, la célula básica de la sociedad.
Por otro lado, también l1ay que tener en cuenta que la
relación pedagógica se instala si existe un dispositivo al
cual se le transfiere el saber supuesto que está en juego en
la relación pedagógica. Las instituciones de asistencia fa­
miliar pudieron cumplir su misión pedagógica porque fue­
ron capaces de producir una interpelación eficaz, a la que
la familia respondía con obediencia en virtud de la rela-

-80-
c1011 de transferencia instalada. La familia supone un sa­
ber a sus instituciones de tutela y éstas responden devol­
viéndole un saber que se vehicu\izó en una gran variedad
de instituciones: la escuela, los sindicatos, los clubes, las
asociaciones de fomento, etc.
En ese tráfico de saber y obediencia, tanto la familia co­
mo sus instituciones educativas se volvieron consistentes.
La familia se reproduce, educada, gracias a que pudo su­
poner la existencia de un saber en sus instituciones guar­
dianas; éstas se reproducen a su vez legitimadas en su mi­
sión de preservar y educar a la infancia y a la familia.
Pero hoy ese circuito transferencia) está agotado. La in­
dicación sintomática de esa situación es la intervención
del discurso mediático en el vínculo: familia<<>> institu­
ciones de asistencia. El enunciado mediático de ayuda a la
familia encubre una variación en la enunciación. Y es que
la transferencia de saber se desplazó de hecho hacia el
dispositivo mediático. De modo tal que se presenta escin­
dida: por un lado, de la familia hacia sus instituciones de
asistencia y hacia los medios; por otro, de las institucio­
nes de asistencia hacia \os medios y hacia la familia.
Veamos un ejemplo:

Oómmo poll'!l<ei-li.es !nmhces


"Con frecuencia los padres no saben cómo manejar las
desobediencias de sus hijos y tienen problemas a la hora
de imponer su autoridad. La culpa, al no querer pecar de
all!lttoi-littarrfos, la poca tolerancia a las pataletas y el miedo
a ser injustos los lleva a contradecirse. [ ... ]
Para evitar los tira y afloja y conseguir que los chicos
hagan caso, los especialistas sugieren:
R<.:lcllllp�i-,¡¡ifi la confianza en las propias intuiciones y el
sentliido c@DniM!!nl. Los padres tiene que confiar en su sexto
sentido. !P'1M1�«!1<2mi crear nuevas soluciones a los problemas

-Rl-
que se les presentan" (fragm. de la nota "Quién entiende a
los chicos", revista Clarín, 27 /08/94).

Este fragmento encierra algunas paradojas. En primer


lugar, se pretende ense11ar a usar algo que por propia de­
finición no puede serlo, pues su pedagogía le hace perder
su naturaleza. Si el sentido común es materia pedagógica,
deja de ser común. Las propias intuiciones dejan de ser
propias cuando caen en un lugar común. Pero además -y
aquí el enunciado hace otro bucle- lo que se quiere resti­
tuir hoy por medio de la enseñanza se perdió por efecto
de una enseiianza: la de las sucesivas intervenciones de
las instituciones de asistencia familiar sobre la familia.
El sentido comiín -que se propone como valor por re­
cuperar- fue desalojado por el sentido enseiiado; y hoy
es necesario reparar los efectos de esa enseñanza. A juz­
gar por los ideales enunciados -ser justos, no ser autori­
tarios, ser comprensivos, idear soluciones creativas-, el
modelo educativo aludido por el texto es la pedagogía pa­
ra padres de los sesenta y setenta.
Para recuperar el sentido común perdido, para reparar
los efectos ele la educación de las instituciones para pa­
dres, interviene el discurso mediático con una función
restauradora. Se aconseja una vuelta al sentido común; se
autoriza a desautorizar la autoridad pedagógica (los pa­
dres pueden idear soluciones por sí mismos). Nuevo bucle:
una paradoja entre el enunciado y la enunciación: el enun­
ciado que aconseja desaconsejar es en sí mismo un conse­
jo. El enunciado que autoriza a desautorizar es autorizan­
te.
Entonces, el problema clave de la infancia actual, la
cuestión de los límites, nos pone en el límite. ¿Límite de
qué? De las instituciones de la infancia. Enseiiar a desa­
prender lo que se enseñó. Pero sin \a intervención mediá­
tica esta curiosa ense1"1anza basada en paradojas no es po-

-82-
sible. Es la mediática la que construye hoy el vínculo pa­
radójico entre la familia y las supuestas instituciones de
asistencia familiar. Porque, si ya no hay nada que decir a
la familia, parece que sí hay algo que decir a los medios,
aunque se suponga que lo que se dice tiene como destina­
taria a la familia.
Este funcionamiento discursivo nos muestra una rela­
ción de transferencia compleja:
Familia>> DMM
Instituciones de asistencia a la familia>> DMM

El carácter hegemónico de la transferencia de sentido


social al DMM permite que se restablezca -por así decir­
el vínculo entre la familia y sus instituciones de asisten­
cia. Pero este funcionamiento restaurador del DMM encu­
bre el agotamiento de la tradicional relación de transfe­
rencia: familia>> instituciones de asistencia. La enuncia­
ción hegemónica del DMM, al intervenir sobre este víncu­
lo, impide ver el agotamiento de esa transferencia; impide
ver, por lo tanto, la disolución de la infancia. Vamos a ex­
plicarlo.
Psicoanalíticamente, la culminación de la relación de
transferencia implica el fin del análisis. Llevado a nuestro
campo, el agotamiento de la relación de transferencia fa­
milia>> instituciones de asistencia bien puede indicar el
fin de la educación de la familia.
El agotamiento ele la transferencia familia<<>> institu­
ciones ele asistencia desencadena la secuencia siguiente:
fin de las prácticas de educación de la familia; fin de la fa­
milia; fin de la infancia.

-R3-
lLA lrÓ!?HCA ll])!EJL CAMJBHO

"En su esencia misma, lo cultural está solamente tejido


con número. Un 'hecho cultural' es un hecho numérico. Re­
cíprocamente, lo que hace número es asignable cultural­
mente; lo que no hace número tampoco hace nombre" (Ba­
diou, Ala in, Le nombre et le nombres, París, De Seuil,
1990).

Discursivamente, la tópica es el lugar de recurrencia de


los argumentos. En su dimensión ideólogica, la tópica es
el supuesto de las máximas que predican algo sobre algo
o alguien.
Dijimos que el sintagma mediático crisis de la infancia
es una versión particular de la crisis general constatada
por ese di s-curso. A su vez, 1 a crisis está vinculada con los
cambios sociales tal como aparecen en la construcción de
la realidad mediática.
Ahora bien, ¿cuál es el criterio de detección de los cam­
bios que permiten insistir en la crisis?
"En los últimos años, [la niñez, la escuela, la familia]
han variado [conductas, rendimientos, etc.] según los si­
guientes porcentajes... "
Esta cláusula introduce la mayoría de los enunciados
que integran el corpus sobre la infancia que consultamos.
Constituye un criterio de lectura de los cambios sociales;
un modo, también, de vivir con la crisis..Pero veamos un
poco más. En rigor, lo que esta claúsula nos dice es que lo
que cambió es una variable. El cambio es una cuestión de
números.
Otra característica de esa cláusula es que funciona
siempre asociada a enunciados de pérdida o fracaso. No
hay otros paraísos que los paraísos perdidos, dice Borges;
con lo cual la idea de una época dorada es en sí misma una

-84-
falacia. No obstante, la relación estrecha que existe entre
la infancia y el recuerdo desde el mundo adulto hace que
sea la infancia uno de los tópicos más frecuentes de pér­
dida.
Lo que resulta significativo como operación de enuncia­
ción es que, cuando la tópica del cambio se asocia a pre­
dicados de pérdida o fracaso, el sujeto del cambio es pre­
sentado como víctima de ellos. La victimización de los su­
jetos de la crisis constituye una de los operaciones claves
del DMM. Ante la crisis, somos todos impotentes:

"E! matrimonio es un vínculo menos firme. En los últi­


mos años, en la Capital Federal y algunas zonas urbanas,
por cada tres casamientos se concreta un divorcio. La pro­
porción es similar a la europea y la tendencia puede ir tras
de los EE.UU ., donde tres de cada cinco se separan.
Crecen los hogares unipersonales, la forma más cientí­
fica que se conoce para hablar de so!edlatrll. Son casi
l.200.000 personas en todo el país.
Se calcula que el 30 % de los matrimonios íflra:icasarrn. Pe­
ro ireiill'llddelll!: el 30 % de los casamientos actuales son en
segundas nupcias.
Hay cada vez más parejas que conviven sin casa:irse.
(No hay datos específicos... Lo que sí se sabe es que los na­
cimientos e,.rnll'aimauñmolll\ñaRes 1t:irederon casi un 30% en
los últimos años)" (Clarín, segunda sección, "¿A dónde va
la familia?", Buenos Aires, 27/03/1994).
"La generación del 80 tiene que enfrentar unos niveles
de violencia en las calles, de desempleo de los adultos, cri­
sis económica que afecta a los hogares, como no le ha to­
cado enfrentar a otras" (Clarín, segunda sección, "La gene­
ración del 80", Buenos Aires, 4/12/1994).
"Padres, educadores y expertos coinciden en que los
tiempos de la infancia 'se acortan'. Y que se ingresa -con

-R5-
el ritmo estresado de los adultos- a un mundo de incerti­
dumbres, temores y valores ic:amlb>ñal(d]os.
Los chicos de su edad parecen como enanos. Por ahí es
miedo a que pierrd<11ll1l cierta ingenuidad ...
Tienen me!lll.os destrezas manuales, aa!l1lfl:es se entrete­
nían recortando, pintando, amasando, jugando al alma-·
cén. Ahora hasta el ta-te-ti viene hecho.... [Testimonios]"
(Página/30, "Adiós a la infancia", Año 4, N.º 45, Buenos Ai­
res, abril de 1994).

Según la ideología posmoderna del número, la idea me­


e! iática del cambio se construye con referencia a variables
numéricas. Lo que está en juego en este imperio del núme­
ro es una determinada ideología de la realidad.�1 Nuestro
pragmatismo actual arraiga en esa suerte de omnipotencia
técnica capaz de medirlo todo. El argumento numérico, en
un mundo econornicista, es conclusivo.
De modo que, aunque parezca paradójico, sobre la idea
del cambio -tópica privilegiada de la posmodernidad- se
asienta una visión inamovible de la realidad que ha suce­
dido al tiempo de las utopías. La constatación de la crisis
es el ejercicio predilecto de los espíritus incrédulos, de
madurez desilusionada en estos tiempos de extremo rea­
lismo.
Se entiende ahora lo que se presentaba como una con­
tradicción aparente en los artículos que integraban el cor­
pus: la coexistencia del ideologema los tiempos cambiaron
con su aparente contradictorio siempre fue así. Tales son
las fórmulas ideológicas con que representa la crisis ac­
tual el DMM:

� l "La sociología de co111ienzos ele siglo... lia querido e.x1encler el proceso galileano de
literalización y malematización al cuerpo social y las representaciones. Pero finalmen·
te ha sucumbido al desarrollo anárquico ele este ejercicio. Hoy está IOtalmente colma­
da de numeraciones penosas, que no sirven rnás que para validar evidencias o eslalJle·
cer oportun'idades parlamentarias" (BadimJ, Alain, op. cil).

--86-
"Hoy, como siempre, las preocupaciones de los chicos
incluyen interrogantes, dudas y desafíos" ("Quién entien­
de a los chicos", revista Clarín, 27/08/94).

La familia sigue siendo entrañable, pero ya es otra.


Para comprender este cambio, esta investigación" ("¿A
dónde va la familia?", supl. Clarín, 27/03/94).

"Las pautas de educación no son tan rígidas como lo


eran hace dos décadas, cuando no había dudas respecto a
lo que estaba mal o bien, y el mundo infantil estaba clara­
mente diferenciado del mundo adulto" (ibídem).

"La infancia casi no existe, apuntan los psicólogos" (ibí­


dem).

Úll...TffMA OP!ERACHÓN� ll...A SUTURA,


!FUNCRÓN R!ESTAURADORA [))!EL DMM

Estamos ahora en condiciones de entender en qué con­


siste el funcionamiento ideológico de los medios cuando
son concebidos como discurso. El DMM tiene un funciona­
miento paradójico: exhibe con recurrencia el sintagma cri­
sis de la infancia, señala un problema, pero oculta la natu­
raleza del problema. Ese problema, interpretado discur si­
vamente, tiene estatuto histórico: nombra el agotamiento
de una institución moderna. Ese problema, sanamente
ocultado por el enunciado mediático sobre la infancia, tie­
ne función restauradora en la crisis.
Ahora bien. La restauración es imposible: en cuanto se
produce, se la formula a otro discurso que el que la había
instaurado; lo restaurado ya es otro. Motivo por el cual la
restauración no restaura sino que instaura otra cosa, ne­
gándola: un síntoma.
-87-
Como es propio del síntoma, las operaciones de la
enunciación mediática impiden ver; pero dan a ver algo a
la vez, a condición de que se lo interprete. El conjunto de
las operaciones que se analizaron en este apartado preten­
de construir el dispositivo que requiere la consistencia de
esa interpretación.

-88-
PI T L

Estatuto actual de la infancia


000 o o e 0 0 0 000 0 00 0 oo o e o0o ooo e oooeGe o o o 0000 0 0 e o e
lAS KNSTKTUCHON!ES IDIE lLA HN!FANCIA
COMO DilSPOSU1f'HVO lES1f'ATA!L

istóricamente, la infancia puede considerarse como


e I conjunto consistente el e las intervenciones insti­
tucionales sobre los niños y la familia. Estas intervencio­
nes, como se vio a propósito de la descripción de los gé­
neros periodísticos, trazan a su vez la distinción interior/
exterior del universo de la infancia. En efecto, imaginaria­
mente, el borde exterior de la infancia se constituye como
la figura negativa de una supuesta normalidad. Se tendrá
entonces una infancia a-normal, i-rregular o in-adaptada,
como los predicados en negativo de la niñez, su reverso
específico, y a su vez el negativo necesario para producir
la consistencia de los predicados "positivos" de la infan­
cia. La institución se organiza entonces según dos térmi­
nos complementarios: una infancia protegida, que se suje­
ta a la norma y a las reglas, y una infancia vigilada, que se
presenta como peligrosa. Y aquí hay un doble juego. Por
un lado, las instituciones trazan esas diferencias de modo
práctico; pero, a su vez, la existencia de esos límites es in­
dispensable para legitimar la intervención práctica sobre
la niñez: educar, controlar, asistir, prevenir, tutelar. .. ¿En
nombre de qué ideales se interviene prácticamente sobre
el cuerpo y el alma de los niiios?
Por otra parte, el vínculo infancia-familia, vínculo sin el
cual ninguna de los dos instituciones adquiere consisten­
cia, se sostuvo históricamente durante la modernidad a
través de las prácticas filantrópicas, farniliaristas, médi­
cas, escolares, psi, jurídicas, ejercidas bajo el amparo del
aparato estatal. En nuestros días, ese vínculo histórico en­
tre instituciones de la infancia y aparato estatal asiste a su
disolución práctica.

-9/-
Esto es así, debido a la transformación del Estado­
nación en Estado técnico-administrativo, ya descripta en
el apar tado anterior, que deja en el aire a las instituciones
de asistencia. Tales instituciones, que tradicionalmente
funcionaron como un dispositivo más de la lógica estatal,
se vuelven prácticamente ineficaces cuando el Estado
abandona sus funciones políticas para desplazarse hacia
el mercado con el objeto de cumplir funciones gerencia­
les; pierden la justificación política y el amparo institucio­
nal que el Estado les otorgó tradicionalmente.
Esta situación de estar en el aíre, sin arraigo práctico,
es percibida por las instituciones de asistencia a la niñez,
pero más bien de un modo sintomático. Hay un movimien­
to que convoca a pensar nuevas políticas de y para la ni­
ñez. Hay mesas, congresos, encuentros, jornadas, eventos,
etc. Mas, cuando se recorren los trabajos publicados, lo
frecuente es que el pensamiento de las nuevas políticas no
vaya más allá de la concepción estatal de la política. Sin
duda, el destino de la niñez depende del destino de sus
instituciones, pero la pregunta es: ¿el destino de sus ins­
tituciones está fatalmente determinado por su origen es­
tatal? Si es así, la única salida del problema es una posi­
ción política que, lejos de resultar novedosa, se manifies­
ta restauradora: continúa reclamando al Estado que ejerza
las funciones de las que parece haber claudicado definiti­
vamente.
En consecuencia, según nuestra línea de lectura del pro­
blema de la infancia, son dos los obstáculos más delicados
con los que se enfrentan hoy sus instituciones. El primero
tiene que ver con las condiciones de su emergencia histó­
rica, y es que el haberse encontrado en sus orígenes cobi­
jadas por el Estado les impide pensar un funcionamiento
político por fuera del dispositivo estatal. Esto es lo que da
lugar a las posiciones políticas restauradoras; es decir, al
reclamo de la restitución de los lazos estatales que duran­
te siglos sostuvieron de modo eficaz la alianza de la infan-
- 92 -
cia con la escuela, la familia y demás instituciones.
El segundo obstáculo tiene que ver con la. dificultad pa­
ra percibir su propia naturaleza instituyente. Hay un prin­
cipio estructural que impide que la institución acepte la
variación histórica de su objeto: históricamente, la institu­
ción causa la infancia, la inventa, pero después se ve a sí
misma como protectora o guardiana de ese objeto que
considera preexistente; no pueden verse a sí mismas co­
mo máquinas productoras de infancia sino sólo como
agentes de asistencia, protección, prevención y ayuda. Si
las instituciones no se perciben en una posición activa
produciendo infancia, entonces sí quedan relegadas a ser
meramente agentes estatales de resguardo y asistencia.
Esta perspectiva, tal como se vislumbra, las condena hoy
a la misma agonía histórica en que se encuentra el Estado
de bienestar; y las coloca políticamente en posición de víc­
timas de las políticas estatales. Alguna vez existimos gra­
cias al Estado; si ahora agonizamos, es por culpa del Esta­
do.
A partir de la localización de estos dos obstáculos, se
pueden esquematizar en un cuadro de tres posiciones las
actitudes actuales que asumen hoy las instituciones de la
infancia frente a su crisis. Denominaremos a estas tres po­
siciones: renegadón, asiimiiilaic.iiózrn y ¡p>Iro<rlluccñóll1l. Vea­
mos la estrategia de cada una de ellas. La noción de estra­
tegia, en este esquema, alutje al modo en que la institu­
ción percibe el problema, al tipo de solución que elabora
para solucionarlo, y a la índole de la relación entre el pro­
blema y su solución. Con el objeto de formalizar la situa­
ción, nos serviremos de las nociones de enunciado y enun­
ciación: el problema queda situado como término del
enunciado, y la solución, en la medida en que se trata de
un conjunto de decisiones prácticas, en la enunciación.
El enunciado del problema es entonces la infancia está
en crisis, y la enunciación, el conjunto de intervenciones
prácticas sobre el problema:
-93�
l. Renegadón. La pos1c1on renegadora se caracteriza
por no admitir la existencia del problema. El enunciado la
infancia está en crisis no posee realidad alguna para esta
posición. Por lo tanto, no le cabe la posibilidad de pensar
algún procedimiento de intervención. El resultado de esta
posición es políticamente nulo.
2. Asamñlaciióllll. Esta posición reconoce el problema
planteado en el enunciado; pero lo desconoce en la enun­
ciación. Esto significa que, si bien se admite la realidad del
problema, los procedimientos destinados a intervenir so­
bre él son ineficaces. Hay una toma de conciencia pero no
hay hallazgo de un procedimiento eficaz de intervención.
Esta posición es capaz de reciclar culquier pensamiento
nuevo -filosófico, político, teórico- pero con los proce­
dimientos ya ensayados. Esta posición subjetiva carece de
consecuencias prácticas renovadoras. Se declamará que
vivimos "tiempos de cambio"; se advertirá sobre la necesi­
dad de "abrirse a lo nuevo", pero siempre montados en un
procedimiento inerte: restituir la vieja alianza entre el Es­
tado y las instituciones de asistencia. Surgen entonces la
denuncia, la demanda de intervención al Estado y la creen­
cia en que se hace algo reclamando la restitución del vie­
jo dispositivo.
3. Piroirllucdón. Ésta es la posición activa. Admite el
enunciado problemático como novedad y es capaz de ins­
trumentar procedimientos nuevos para tomar el real cuyo
estatuto histórico ha cambiado.

JLA PUBUCRlDAD, ¿CAUSA DlE NHÑOS?

La transformación estatal que se ha señalado tiene su


correlato en la transformación de la subjetividad y esto
tiene, a su vez, incidencia en la problemática de la infan­
cia. En consonancia con la variación del Estado n,oderno,
varía su soporte subjetivo, la figura del ciudadano, disuel-
ta en la nueva subjetividad del consumidor, producida por
las prácticas del consumo. Esto, a su vez, trae una conse­
cuencia que nos interesa: la caída de las significaciones
instituidas de la infancia, disueltas en la figura del niño
como consumidor. Esa transformación se hace visible
cuando se analiza el funcionamiento del consumo a través
de la publicidad. Semióticamente, la publicidad orientada
a la figura del niño-consumidor se distingue del resto de
los mensajes publicitarios, según dos rasgos:
- el destinatario del aviso,
- el tipo de soporte.
La publicidad de productos de consumo infantil puede
tener como destinatario a los padres (adultos) o directa­
mente a los niños. Una tendencia creciente en el rubro de
los productos infantiles es el privilegio del destinatario ni­
ño sobre el destinatario adulto. Cuando el soporte es tele­
visivo, la tendencia es todavía mayor. Pero, si la publici­
dad le habla al niño, ese aspecto enunciativo es de impor­
tancia decisiva: ya que, si el niiio está postulado alocuta­
riamente como consumidor, esa interpelación produce
efectos culturales que interesan a nuestra hipótesis de la
variación de la infancia. Desde luego, los efectos de esa in­
terpelación tienen incidencia tanto en los adultos como en
los niiios. Pero ¿es el niño el sujeto interpelado por la pu­
blicidad? Y, si no, ¿cómo decirlo? ¿consumidorito?
Un ejemplo: la publicidad del flan Sancorito ele Sanear.
El eslogan publicitario exhorta a la niña:
"¡Encapricháte! Flan Sancorito o nada."
La imagen presenta una niña enojada (acodada, el men-
tón entre las manos y la mirada hacia abajo).
Al niño:
"¡lmponéte! Flan Sancorito o nada."
La imagen muestra al varón con un ojo en compota. La
edad de los niños no supera los seis años.
-95-
Si se lee el mensaje en el interior del lenguaje publici­
tario, el nivel persuasivo sostiene: sé canchero; demostrá
tu personalidad; demostrá tu gusto; no dejes que la que
elija sea tu mamá.
Lo primero que se advierte es que la exhortación publi­
citaria sobre la conducta del niño hace caer uno de los mo­
delos pedagógicos de la infancia: el del niño obediente. La
obediencia, en el imaginario moderno de la infancia, remi­
te a los predicados de niño frágil y dócil. Precisamente, la
noción de docilidad sostiene el modelo educativo de la
disciplina: porque es dócil, el niño es educable, maneja­
ble, maleable. También queda claro que, como consumi­
dor, el niño puede -y debe- disputar un lugar de igual a
igual con los padres: al menos, ése es el ideal que persi­
gue la publicidad, el de un niño que no deja que resuelvan
las cosas por él. En el universo de gustos del consumo, los
gustos de los niños cuentan tanto como los de los adultos.
"Cuentan tanto como" aquí significa que no instituyen di­
ferencias, o bien que las diferencias instituidas -discerni­
bles como variables de la segmentación del mercado de
consumidores- no requieren ni producen la separación
del mundo adulto y del mundo infantil. Sobre todo, nada
de diferencias de saber sobre el niño.
En el universo del marketing, existe la creencia -o qui­
zás la percepción- de que en relación con el consumo el
niño se sale siempre con la suya. Según esa creencia, cuan­
do un niño se encapricha con un producto no para hasta
que logra obtenerlo. Esa característica de la conducta in­
fantil, asociada a la supuesta infid.elidad del niño42 a las
marcas, harían de él el consumidor ideal. Lo cual es así
porque el niño se encuentra despojado o desprovisto de
dos límites que funcionan como frenos imaginarios del
consumo, al menos en el universo adulto: ei-poder adqui­
sitivo y la fidelidad a las marcas.
4 2 Según sostienen los publicitarios, la fidelidad a las marcas hoy no es cosa corriente.
Pero parece que en el caso del niño ese rasgo se exacerba.

-96-
Digo límites imaginarios porque, se sabe, el consumo
no es un tipo de relación con los objetos propiamente si­
no con los signos.43 En ese sentido, lo que los publicitarios
o marketineros llaman "relación de fidelidad con las mar­
cas" es en rigor un movimiento en la subjetividad consu­
midora que sortea un objeto para encaminarse a otro. Se
trata de una elección en el interior del universo de consu­
mo y no, en rigor, de la inscripción de un límite capaz de
interrumpir la relación de consumo.
Otro aspecto interesante de la figura del niño como
consumidor se deja ver en una variación de la estrategia
comunicativa de la publicidad para niños. En el tránsito de
los ochenta a los noventa, se pasa de una publicidad re­
presentativa a una publicidad marketinera. Veamos en qué
sentido. La publicidad de juguetes de los ochenta, por
ejemplo, muestra al niño en situación de juego con el pro­
ducto. Se reproduce el ritual del juego; el juguete se ins­
cribe en una situación lúdica y se representa en ella la
imagen del niño. Hay una apelación a las sensaciones del
juego producidas en la relación con el juguete. En la publi­
cidad de los noventa, en cambio, el producto se ha auto­
nomizado: aparece despojado del niño y de la situación de
juego; el objeto se mueve sólo, o como efecto de la ima­
gen; no lo mueve el niño.
Cuando algún elemento del discurso puede permanecer
implícito sin alterar la coherencia del mensaje, es porque
ese signo ha alcanzado un grado de convencionalización
muy fuerte. La competencia semiótica de la recepción pue­
de reponer sin dificultad el elemento ausente. Llevado es­
te fenómeno al terreno del consumo, la hipótesis es elo­
cuente: el niño, elemento ahora ausente del enunciado pu­
blicitario, ha devenido consumidor. Eso significa que co­
nio destinatario maneja a la perfección los códigos publi�

43 Ya que. se sabe, ninguna hipótesis ele las necesidades es capaz ele explicar el funcio­
namiento del consumo.

-97-
citarios; ninguna función pedagógica de la publicidad es
necesaria; ni siquiera argumento de venta.
Por su parte, en los noventa, la publicidad denominada
marketinera sólo busca vender; su estrategia. consiste
simplemente en exhibir el producto sin apelar, podríamos
decir, a ningún imaginario. Lo que se produce con este pa­
saje de la publicidad representativa a la publicidad mar­
ketinera es una. integración de los objetos propios del ni­
ño -los juguetes- al universo general del consumo.
Los juguetes -si es que funcionan como metonimia de
la infancia- son un objeto de consumo más desde el pun­
to de vista de sus significaciones. Esta maduración de la
semiótica publicitaria indica la consagración definitiva del
niño como consumidor. En este pasaje desaparecen las
significaciones de la infancia instituidas en contraposi­
ción con el mundo del adulto y se invisten otras: las signi­
ficaciones del consumo, comunes tanto a los adultos co­
mo a los niños. No se trata de un juguete, metonimia del
universo infantil, sino de un objeto de consumo, un pro­
ducto del mercado. El paraíso de la infancia cae subsumi­
do en el paraíso del consumo.

PADRES IE HIJOS !EN !H. IP'AIRAÍSO DIEJL CONSUMO

La consagrada serie de Los Simpson muestra de modo


elocuente la transformación de la relación tradicional en­
tre padre e hijo como efecto de las prácticas del consumo.
En primer lugar, el sitio tradicional del padre aparece prác­
ticamente cuestionado como el lugar tradicional de saber
y poder asignado por la modernidad. Lo común es que Ho­
mero aparezca asistido discursivamente por Marge, su es­
posa, que funciona como una especie de intérprete, encar­
gada de construirle una representación del mundo que le
resulte medianamente inteligible; con los recursos menta­
les de los que dispone Homero, se entiende. A su vez, Ho-
_·9R -
mero resulta con frecuencia burlado por Bart, su hijo. Con
Bart lo une una relación cuyo rasgo más saliente es la ri­
validad; compiten por obtener premios que son, en apa­
riencia, objetos infantiles pero que, bien mirados, son los
objetos clásicos de consumo: gaseosas, comida chatarra,
horas TV, etc.
Los objetos que causan la disputa entre Bart y Hornero
no· son ni juguetes;44 tampoco son atributos del padre,
prohibidos ahora y prometidos al hijo en un futuro cuya
llegada el pequeño espera ansioso para poseerlos. Éstos
son, lisa y llanamente, objetos de consumo, no vedados a
nadie sino al alcance de todos, sometidos por igual al
bombardeo de estímulos que promueve su feliz derroche.
Ese universo de significaciones del objeto destituye la dis­
tinción moderna mundo adulto/mundo niño que generaba
a su vez objetos distintos para niños y adultos. En ese uni­
verso no existen cosas de grandes (y, por ende, tampoco
cosas de chicos).
Un indicio de la transformación que esa rivalidad por
consumir más produce en la relación entre padre e hijo es
el hecho de que Bart llame comúnmente a su padre por el
nombre. Resulta todavía más significativo si se tiene en
cuenta la extracción sociocultural ele los Simpson: -1 5 No
obstante, subsiste una oscilación en el uso familiar de los
apelativos: Bart llama papá a su padre sie1r1pre que le va a
manifestar su cariño; Bart llama papá a Homero cuando le
dice: "Te quiero, papá."
,¡-1 El Juguete, siemp,·e \' cuando se abstenga de entra, e11 la carrera del consumo iní,111-
til, es u,, objelo capaz de investirse, mediante el juego del 11i110, de un sentido que lo
distingue y a la vez lo asemeja idealrnen1e a los objetos de papá: el teléfono, el camión.
los cosméticos son como los de 111am,í \' p,1p,í pero no son los ele mamá y papá. Eso.
sie1npre y cuando hay¡, un tiempo de juego)' una pr;.\ctica ]Udica que perrnlla tal inves­
ticlur,1. Desde luego, el tiempo voraz del consumo i111picle la investidura significante de
los juguetes, que pierden tal carúcler para ser, producidos por 01r,,s significaciones, ob­
jetos de consumo. Por supuesto, si el leléfono es celular, si es el ck pap,í \' mamá, tam­
poco"ª a in\'estirse como juguete, pues10 que lo propiu del jugucle es que es un obje­
to c,1¡>az de rn¡,ortar la di(,•rencia.
-1S Trato común en la clase media progresis1a. seguramente como efecto de la divulga­
ción psi, por un lado,\' por otro, efecto ele lo'., cambios en la ins1i1ució11 ele los víncu­
los ía111iliares que ya 110 se definen exclusi\'alllente respecto ele la alianza rnalrirnonial
o ele los lazos de consanguinidild.
-99-
Esa ambigüedad en el trato ostentada en la variac1on
del apelativo estaría indicando una variación práctica en
la índole de los lazos familiares. En la serie el vínculo pa­
terno se manifiesta de modo explícito en el plano del afec­
to, y no donde se ponen en juego relaciones de saber o de
poder, que son los campos en que Bart y Homero se miden
de igual a igual.
La escena inicial de la serie también ilustra una varia­
ción de la familia. Todos los miembros de la familia corren
a mirar la tele; luego, los vemos apretujados en un sofá
desvencijado por el abuso del uso: en Los Simpson, toda la
familia mira la tele en las mismas condiciones.
Queda claro que la responsabilidad histórica de separar
el mundo de los adultos del de los niños -que recayó his­
tóricamente en las instituciones educativas y asistencia­
les- funcionó como garantía simbólica de la infancia. Es
más: fue esa separación la que, como vimos, la creó. Pero
lo propio de la situación que estamos analizando es que
esa separación, ese límite fundante, asiste a una especie
de borramiento que se presenta de manera sintomática en
el discurso mediático.
La institución se agota porque las prácticas posmoder­
nas no instituyen las distinciones históricas que gestaron
la infancia. Las prácticas del mercado tocan al niño como
consumidor. Como tal, el niño no se sostiene sobre las sig­
nificaciones que históricamente lo distinguieron de la
edad adulta: inocencia, carencia de saber, carencia de res­
ponsabilidad, fragilidad. Pero desde el punto de vista del
consumo el niño es una variable de la segmentación del
mercado, la edad. El consumo no instituye prácticamente
la división entre adultos y niños porque no las necesita.
Instituye otras, pero esas otras no producen infancia. En
esa línea se inscribe el acceso de los niños a los medios:
como actores, como opinadores, como modelos, incluso

-100-
como productores, 46 en los nmos no se registra un patrón
de comportamientos que se distinga simbólicamente de
las prácticas mediáticas adultas.
De este modo se produce un desacople entre las dife­
rencias imaginarias instituidas históricamente -y que
pueden estar representadas en el discurso mediático- y
la in-diferencia real con que los niños -y los adultos-,----­
responden, en el universo de las prácticas mediáticas y
del consumo, a esas significaciones históricas.

íEL !DITSCU!RSO JP'Sll COl!..AlBOIRA !EN ll..A l!JJESTITUCIÓN


lDiE !LA HNFANCITA

Recordamos nuestra hipótesis: las instituciones moder­


nas no producen a los niños actuales como infancia. Esto
lo vimos a propósito de las prácticas de consumo y de las
prácticas mediáticas. Veremos ahora otro de los aspectos
de la "incausalidad" actual de la infancia: se trata ele la se­
rie de efectos prácticos que las distintas variantes de los
el iscursos psi produjeron en la doxa, 47 como efecto de la
divulgación del psicoanálisis a partir de la década del cin­
cuenta. Aquí es necesaria una aclaración. Tanto para la
perspectiva historiadora como para la perspectiva semio-
46 Cito sólo algunos programas ele tele,·isión donde nif1as y nilios son protagonistas:
C/1i,7uilicas, Teleíe; Amigovios. Canal 13. Lo notable allí es que el 111oclelo ele actuación
no registra la eliíerencia ele edades. La producción de programas de radio por parte ele
los chicos en Radio del Plata, coordinados por Elizabeth Vernaci. presenta otra caracte­
rística: allí la conductora pone al niño en lugar de niño pero exacerbando sus rasgos
adultos: está notablemente signiíicada la precocidad de los niños. El discurso alli dice:
estos son los nir10s actuales; precoces. rápidos, desenvueltos... Esto es. estamos ante
signiíicaciones que, si n� niegan la iníancia -creemos que en verdad la disuelven-, al
rnenos exhiben su borde.
•17 La clenominació11 remite a la noción aristotélica ele! sentido común. La doxa se cons­
truye con los supuestos o ele las tópicas que han sedimentado corno residuos ele los dis­
cursos con eíicacia práctica en la cultura. Ejemplos: el psicoanálisis. el marxismo, el
11wrkccing, etc. Estas tópicas se pueden reconoce-r íácil111ente en los implícitos ele aque­
llos enunciados con íuncionamiento hegemónico: nuestro contacto con ellos es perma­
nente: en la tele, en la universidad, en las instituciones, etc. De manera que puede pa­
sar -es lo que sucede en rigor con el íuncionamiento de la cloxa- que un discurso ha­
ya perdido su capacidad práctica de producir erectos de modificación en lo real; \' sin
embargo sus tópicas siguen operando en el sentido común.

-101-
lógica, el sentido48 social es el conjunto de efectos prácti­
cos producido por la circulación de los discursos en la cul­
tura. En nuestra perspectiva no cuenta lo que los discur­
sos esencialmente son, en su pureza epistemológica, o lo
que ellos mismos dicen que son. Lo que cuenta para noso­
tros son sus efectos prácticos. Tales efectos, en la medida
en que son marcas significantes, requieren una interpreta­
ción.
Por otra parte, los efectos de un discurso puesto a ro­
dar en la cultura son múltiples; sólo pueden ser tomados
desde un sesgo particular para un punto singular en una
investigación. De lo contrario, estaríamos suponiendo la
unidad de efectos, lo cual significa la negación misma del
efecto; estaríamos ante una determinación. En consecuen­
cia, vamos a considerar, en algunas intervenciones, unos
efectos que están en correlación con nuestra tesis; vamos
a considerar el efecto de la intervención psi que afecta, se­
gún nuestra interpretación, a la infancia.
Vamos a tomar en cuenta tres momentos del discurso
psi cuyos efectos están en correlación con la tesis del ago­
tamiento actual de la infancia: la Escuela para Padres de
los a11os cincuenta, la teoría psicoanalítica infantil de los
a11os sesenta, la recepción pedagógica de \as teorías de
Piaget y su circulación institucional a partir de los seten­
ta. Más que precisar históricamente esos momentos, que­
remos hacer un registro del modo en que los efectos de
esas intervenciones de\ discurso psi colaboran en la desti­
tución de la infancia.
Hay dos efectos fuertes de estas intervenciones sobre la
infancia. Por un lado, colaboran en la producción del ago­
tamiento de \a niñez: acentúan el desgaste de la capacidad
institucional de causar o producir la infancia. Por otra la­
do, colaboran en el proceso de variación de la transferen-
�8 Lewkowicz, Ignacio y Wasserman, Fabio, "La pregunta de las cien caras o las estrale•
gias del olvido", Apuntes historiográficos N.º 2, Buenos ,\ires, Publicaciones Penitenciá­
gitc, 1994.

-� 102-
cia de saber y poder de la familia. La transferencia de sa­
ber que la familia depositaba en las instituciones guardia­
nas hoy se reorienta a los medios.

1. El primer momento es el de la Escuela para Padres. Se


trata de la experiencia de divulgación del psicoanálisis ini­
ciada en los medios masivos por Eva Giberti, en Buenos.Ai­
res, en 1956. Tal experiencia se encuadra dentro de lo que
esta investigación considera función institucional de asis­
tencia y educación de la familia. La educación de la familia
dio consistencia a la infancia mientras los dispositivos ins­
titucionales estuvieron activos. Nuestra hipótesis es que la
situación actual asiste al agotamiento de la capacidad en­
gendradora de infancia de aquellos dispositivos. Con lo
cual la divulgación mediática del psicoanálisis ha perdido
su eficacia pedagógica para transformarse en un tema de
opinión; según se vio, un enunciado más de la enunciación
mediática, sin autonomía específica. Esta situación es con­
comitante y colabora con la reorientación de la transferen­
cia de saber que presta hoy la familia a los medios.
En tiempos de gloria de la Escuela para Padres, los me­
dios eran un medio del discurso psicológico; la transferen­
cia de saber de la familia se orientaba al psicólogo; la fa­
milia se educaba y se producía infancia. En tiempos actua­
les, los medios son un discurso; la transferencia de saber
de la familia se orienta a Maria, María Laura o Luisa Del fi­
no, que son las interpeladoras actuales del psicólogo me­
diático; la familia no se educa, opina en los medios o da
testimonio de sus desgracias: padres, madres e hijos se
han metamorfoseado en golpeadores, maltratadas y adic­
tos. La capacidad pedagógica de la Escuela parece haberse
agotado. Pero la institución no lee en estos términos su
propio recorrido. 49 Ello se debe, por un lado, a razones es-
49 El balance de la Escuela formulado por un miembro de la Escuela puede leerse en el
articulo de Eva Giberti, "Psicoanálisis en divulgación" en Gaceta l'sicoló17ica N.º 96; Bue·
nos Aires, novJdic. de 1993. En este punto discutimos con el autor del texto, consicle-

-103-
tructurales: _así como el paciente de un analista no puede,
sin el dispositivo analítico del cual el analista es un térmi­
no, interpretar su propio síntoma; así también, si las ins­
tituciones de la infancia asisten a su agotamiento de mo­
do sintomático, no podrán interpretar su síntoma despro­
vistas del dispositivo pertinente. Ese dispositivo, si se
quiere, habrá que inventarlo.
Pero hay además otro orden de razones que impiden la
producción de tal dispositivo: se trata de las claves y los
recursos de lectura y de análisis de la situación que la pro­
pia institución posee. Y allí las instituciones de la infancia,
como todas las instituciones modernas, se encuentran en
una situación dilemática: no pueden hacer el balance de
su propio recorrido con las herramientas que ellas mismas
forjaron durante el trabajo realizado en ese recorrido.
Puesto que, si hay agotamiento, ese herramental también
está agotado. Es lo que sucede con el dispositivo pedagó­
gico y el dispositivo ele la comunicación armados con el
aparato teórico y práctico ele las disciplinas que fueron
críticas entre los cincuenta y los setenta, y que fueron los
operadores claves de la labor educativa de la Escuela so­
bre la familia.
La experiencia, según se dice en la nota mencionada,
"construyó un movimiento social alrededor ele la Escuela,
entre 1956 y 1970". Este impacto social amerita un elogio
y un balance. Del primero se han ocupado otros lo sufi­
ciente. Queremos decir algo de la estrategia utilizada en el
balance. En el balance se leen algunos efectos de la expe­
riencia de la Escuela en relación con el individuo psicoló­
gico, y en clave comunicativo-pedagógica. Esto significa
que se tienen en cuenta las intenciones de los profesiona­
les que llevaron a cabo la experiencia, por un lado, y la in­
fluencia del mensaje masivo medida en términos de reco-
rada, se entiende, como una posición enuncialiva \' no corno figura profesional. La clis­
linción.entre posición (sujc10 ele enunciación) y persona es clave en el análisis del dis­
curso. La posición enuncialiva de un texto es responsable de lo que el texto hace legi­
ble o invisible; lo que produce como obsláculo o presenta como novedad.
nacimiento del receptor, por el otro. Es decir, más que los
efectos de la experiencia, se analiza el alcance de los ob­
jetivos propuestos: la correlación entre las intenciones y
los logros indicaría la consumación del proyecto. El méto­
do de evaluación es pedagógico del lado del emisor: "Lo
que me propuse (mis intenciones) antes de saber cómo era
el campo en que habría de moverme, lo hice." Del lado de
los receptores, el balance utiliza el criterio masivo de la
comunicación: qué opinan los receptores del mensaje; có­
mo evalúan ellos la experiencia. Si las declaraciones se to­
man literalmente, como es el caso de este artículo, esta­
mos ante las representaciones que los destinatarios del
proyecto tienen del proyecto. Eso es opinar. De nuevo: el
único modo de salir del campo de la opinión es montar un
dispositivo de lectura de esas impresiones; eso sería leer
su enunciación. Pero no es el caso de los datos que mane­
ja el balance, puesto que está tomado en la estrategia de
la comunicación.
De modo que lo que cuenta para la posición adoptada
en la realización del balance es la consumación de las in­
tenciones de los protagonistas del proyecto; y el grado de
saber consciente sobre la temática psi adquirido por ios
receptores, verificable en términos de opinión o informa­
ción.
Nuestra lectura difiere de la que propone el artículo que
mencionamos, precisamente en el criterio de captura y
análisis de los efectos de la experiencia. Ya que, en térmi­
nos discursivos, los efectos deben leerse, precisamente,
en exceso respecto de las intenciones de los protagonistas
(no son anticipa.bles) tanto como respecto del reconoci­
miento consciente de los receptores de los mensajes (no
son opinables).
Nuestra posición también dista de la concepción de la
divulgación como técnica que supone el artículo mencio­
nado. Dicha concepción es solidaria con la idea comunica-

-105-
tiva del fenómeno pedagógico. Pero la perspectiva de la
comunicación no parece productiva para el estudio de la
subjetividad que a la semiología o al psicoanálisis le inte­
resan. Es más: la noción comunicativa del sujeto entra en
franca contradicción con la idea de una subjetividad pro­
ducida por los discursos, porque considera como efectos
de la comunicación sólo aquellas representaciones cons­
cientes que los individuos se formulan de las situaciones.
Para terminar, la actitud del balance frente a la crisis se
encuadra dentro de la posición que denominamos de asimi­
lación, al comienzo de este capítulo: reconoce el problema
en el enunciado, puede renovarse acumulando nuevas teo­
rías: 5 º pero tal transformación no opera más allá del enun­
ciado: los dispositivos que forjarop el proyecto permane­
cen idénticos e inmóviles. Y la tesis del agotamiento habla
justamente de eso: del desgaste de los dispositivos de
enunciación que forjaron las instituciones de la infancia.

2. El segundo momento corresponde al auge de la clíni­


ca del psicoanálisis de niños emparentada con las teorías
de Franc;:oise Dolto y Maud Mannoni; más precisamente,
nos referimos a sus textos de la década del ochenta: La
causa de los niñosS 1 v La educación imposib/e, 52 respectiva­
mente. En ellos se enlaza la teoría lacaniana con la corrien­
te ideológica antiinstitucionalistaS3 -en su versión anti­
manicomial y anti-pedagógica-, y con el discurso utópico
de los sesenta y setenta. Recordemos que ambas psicoana­
listas hicieron sus primeras armas en la Escuela Francesa
para Padres de la década del cincuenta.

50 Siguiendo la pauta acadé111ica, en el articulo proliferan referencias de libros y auto­


res que pertenecen a las corrientes más renovadas de la semiótica de la comunicación.
l.a actu;ili2ación bibliogr;ifica es indiscutible.
51 Paidós, Buenos Aires, 1985 ( 1.ª ecl.).
52 Siglo XXI, México, J LJ8:J.
S3 También ha\' que incluir aqui la corriente ele la antipsiquiatria inaugurada por Ro­
nald Lalng. En relación con nuestro tema: Cooper. David, Tlw Dc<11/i o( 1/ie Fa111il)', Lon·
dres, 1971.

-/06-
El texto de Dolto, atravesado por el dispositivo utópico
de la política, se propone como un manifiesto por una so­
ciedad al servicio de los niños. Esa utopía se vislumbra co­
mo la alternativa revolucionaria ante los fracasos colecti­
vos del cambio social acaecidos hacia fines de los setenta.
A lo largo del texto, reaparece la tópica de la liberación
atravesada por los ideales ele verdad, igualdad y respeto.
El texto se pronuncia contra la pediatría, contra el cienti­
ficismo, contra cierta pedagogía. La propuesta es poner el
psicoanálisis a favor de la causa de los niños. Esta tarea ha
ele hacerse por dos caminos: el de la pedagogía y el de la
comunicación. Tales son los vehículos privilegiados que
concibe el proyecto de Dolto para su teoría del deseo de
los niños.
Dolto confía en la buena pedagogía como una práctica
capaz de transformar el espacio social de modo tal que re­
sulte activamente habitable por los niños. Sin embargo,
persiste una paradoja. Pues, como se dijo, en el enuncia­
do la ciencia pedagógica recibe severas críticas por sus
concepciones y sus procedimientos represivos: pero en la
enunciación textual el supuesto pedagógico continúa vi­
gente en cuanto se continúa pensando el cambio político
en términos de educación de la conciencia. Se cuestionan
los modelos pedagógicos, pero de ninguna manera el dis­
positivo pedagógico mismo.5'1 Así resulta que el propio
enunciador textual se instala en la posición del pedagogo,
para dirigirse a los padres -el universo de los adultos ubi­
cados en el lugar del educando- para advertir, aconsejar,
regañar, enseiiar. .. Los actos de habla característicos del
funcionamiento pedagógico del discurso ubican al peda­
gogo en la posición del que sabe y al receptor/lector en la
posición del que aprende y se transforma iluminado por el
saber del texto.
La causa de los niiios es así, en su representación explí-

5-l De ahí lo ele "esc11ela para padres".

- 107-
cita, un conjunto de prácticas y discursos que se manifies­
tan a favor del respeto entre semejantes, del amor fami­
liar, de la igualdad entre los hombres, del ideal de justicia
social.

3. El tercer momento corresponde a la adopción peda­


gógica "crítica" de la epistemología de Jean Piaget. Tal re­
cepción, que liga la utopía de la revolución pedagógica, la
idea de un sujeto activo del aprendizaje, y la idea ilurni­
nista de la educación como motor del cambio social, dio
Jugar a la psicopedagogía de los sesenta y setenta. La
adopción de las teorías del desarrollo de la inteligencia de
Jean Piaget en la institución pedagógica producen una si­
tuación de borde. La teoría de Piaget viene a ser una espe­
cie de explicación epistemológica del contexto "crítico"
que la adopta: la revolución pedagógica pretende una ex­
plicación científica. La psicología de la inteligencia le otor­
ga tal estatuto a la pedagogía. Prácticas pedagógicas más
ideales revolucionarios con fundamento científico en la
psicología. La emancipación y la autonomía del individuo
se lograrían estimulando el desarrollo ele la inteligencia,
en un aparato escolar gestado sobre la ideología de la dis­
ciplina. Emancipación individual y disciplinamiento, dos
términos en apariencia antagónicos, podrán coexistir
prácticamente durante largo tiempo, dinamizando la vida
de la institución pedagógica. Hasta que la misma dinámi­
ca productiva la agotó.
¿De qué modo estas tres intervenciones prácticas del
discurso psi en la cultura incidieron en el agotamiento de
la infancia? En primer lugar, la práctica ele divulgación del
psicoanálisis, montada en el dispositivo comunicativo y
pedagógico, inicia -o es concomitante con- un proceso
que va a consumarse en la cultura posmoderna, que es la
transferencia social de saber hacia los medios masivos.
Como se dijo, para analizar el proceso de divulgación

-108-
que se inicia en la década del cincuenta, hay que tener en
cuenta que los medios no son un soporte inerte, una sim­
ple mediación por la que circulan unos contenidos progre­
sistas o críticos. Los medios son un dispositivo institucio­
nal potentísimo que logró capturar la transferencia social
que anteriormente producían otras instituciones, como la
escuela.
Entonces, la educación actual de la familia a través de
los medios no es simplemente la misma práctica tradicio­
nal con un cambio de envase; no indica información de­
mocratizada para más, sino que es un fenómeno esencial­
mente distinto del funcionamiento moderno de educación
de la familia.
En segundo lugar, los discursos antiinstitucionalistas y
utópicos en el interior del psicoanálisis. Su función en el
agotamiento de la infancia tiene que ver con su funciona­
miento crítico en la cultura burguesa. Dichas intervencio­
nes revelan el carácter histórico e ideológico de la familia
burguesa, del aparato escolar, de la concepción disciplina­
ria de la educación. El efecto de disolución ele la infancia
es obvio, ya que el cuestionamiento de las instituciones
que la producen cuestionan la propia naturaleza de la ni­
ñez. La intervención de un dispositivo crítico, si es eficaz,
termina por liquidar el objeto criticado. Si la infancia es
una producción moderna, lo es en tanto producto de las
instituciones burguesas. Por lo tanto, la liquidación crítica
de las instituciones que le dieron vida acarrea también co­
mo consecuencia su desaparición. Las prácticas de recep­
ción mediática difieren de las prácticas de recepción esco­
lares. Las operaciones subjetivas necesarias para el acto
de recepción difieren. La subjetividad en un caso y otro no
es compartida.
En tercer lugar, la intervención de las teorías de Piaget
en el campo de la psicopedagogía. Habíamos hablado de
un punto de máxima tensión entre el aparato escolar mo-

-109-
cierno, organizado sobre una ideología disciplinaria, y la
concepción de la educación que se fundamentaban en las
teorías del desarrollo de la inteligencia infantil. El desarro­
llo de este proceso posee características semejantes a las
que señalarnos para los dispositivos críticos. Y es que el
efecto de Piaget en la ideología pedagógica tiene un pode­
roso efecto cuestionador. Pero ese efecto cuestionador es
tan fuerte, que termina criticando de hecho la propia exis­
tencia ele\ aparato escolar. Termina cuestionando radical­
mente su sentido y su eficacia en la formación de la infan­
cia. La pregunta, de nuevo, retorna: ¿es posible concebir
una infancia por fuera de la institución escolar? Quizá sea
posible soñarla. Pero desde el punto de vista de las prác­
ticas, que es nuestro principio de análisis, no es posible
producirla. Sin núcleo familiar burgués y sin aparato esco­
lar, la producción de la infancia es prácticamente imposi­
ble. Desde luego, eso es así si se acepta que la existencia
de una institución no depende de la mera existencia de in­
dividuos, ni de edificios, ni ele reglamentos, ni ele funcio­
narios. De pende ele su capacidad de producción ele reali­
dad.

-110-
IT LO
El niño como sujeto
de derechos
o ooa e e o aeo ooo o o o oo o e o o oo e oa oo o e
n el capítulo anterior vimos que la figura del niño co­
mo consumidor produce la destitución práctica de la
infancia. Existe otra figura actual del niño que produce las
mismas consecuencias: la figura del niño como sujeto de
derechos. En este capítulo vamos a analizar cómo la emer­
gencia de esa tópica en configuraciones discursivas preci­
sas acarrea como efecto la desaparición de la infancia.
La existencia de la palabra "infancia" en el vocabulario
de nuestra época no da cuenta por sí sola de la vigencia de
la institución. El lenguaje es, en cierto modo, idealista; las
palabras subsisten aunque su referente material -prácti­
co- haya cambiado.
Investigar la hipótesis de un agotamiento es entonces
entrar en relación con un tipo de representaciones sin sus­
tento práctico: una suerte de excrecencias discursivas. Tal
es el estatuto actual de la infancia si las prácticas en que
arraigó históricamente efectivamente cambiaron.

La desaparición de la infancia indica un cambio en la


concepción moderna de las etapas de la vida y ese cambio,
a su vez, estaría indicando una variación práctica del con­
cepto de hombre instituido socialmente.

EIL. RJDIEAl. !MllEDflÁneo DIE JUVENTUD IHlAC!E CAIE!ll/.


A !LA Il!Ni!F.A!NIGA

Una de las consecuencias de la crisis de los grandes re­


latos que sostuvieron el imaginario moderno es la caída
del paradigma del progreso. Sólo si existe la historia, se

-1/3-
puede hablar de progreso: la condición para concebirla co­
mo realización progresiva de la humanidad es que pueda
ser vista como proceso unitario.
Entonces puede verse corno proceso concomitante con
la caída del paradigma del progreso el cambio de la con­
cepción de la vida en etapas ascendentes hacia un ideal.
La infancia tiene sentido cuando la vida del hombre es un
devenir reglado hacia etapas más complejas: adolescen­
cia, juventud, madurez, vejez. Pero cuando la juventud se
presenta como Cinico ideal el sentido de las etapas de la vi­
da desaparece. "La cultura juvenil tiende a ser universal y,
de hecho, atraviesa las barreras entre clases y naciones",55
dice Beatriz Sarlo.
Lo que no distingue el análisis de Sarlo es que una cosa
es la juventud como sujeto de las prácticas políticas mo­
dernas -la juventud corno protagonista de su tiempo- y
otra muy distinta el funcionamiento de la juventud corno
ideal en la cultura posmoderna de la imagen. Si el ideal ju­
venil tiende a globalizarse, desaparece en su especificidad
como edad vital; ya no se deja pensar en correlación con
otras etapas de la vida.
"Hoy los jóvenes son, antes que protagonistas, temas
de conversación y observación" (Mario Wainfeld, "Chicos
de posguerra", Página/12, 19/03/95).
Ser joven es el ideal dominante de una cultura globali­
zada; ser joven es uno de los significantes privilegiados
del éxito. No se puede estar en la cultura de la imagen si
no se tiene imagen joven. Hay que permanecer joven para
ser parte;5 6 estar joven es otro sinónimo actual del recicla-
5 5 Sarlo, Beatriz. Escenas de la \'ida pos11101.h n111 lntelenuolcs, arte}' videoculturo en Ja
1

Argentina, Buenos Aires, /\riel. 1994.


56 Esw queda a1esti)luado en un clesplaza1nie111O de los usos discursivos: la des,1pari·
ción casi toral del apelativo "usted" en el tralo co1idiano. Procedimiento clar,11nente vi·
sible en el discurso publicitario. Cf., en ese si,ntido, el eslogan de la últin1<1 camp,ii1a en
via pública de Clnrí11 en la que la estratcgi,1 es. clararnenle, el reposicio11a111iento del
diario. "La voz y el voto"; "Los chicos y los grandes": "Los ruertes y los debiles". Todo lo
que importa está en el diario de lodos. El rnyo la[\Oslo ele 1995). Si se tiene en cuenra
que el diario C/ori11 abarca una de las rranj,1s de leclures 111.is e,:tcnsas del mercado, re·

- 114--
je -no sólo del cuerpo sino también de las ideas-; el
ideal de la eterna juventud se presenta como una negación
práctica del trabajo temporal sobre los cuerpos -sobre
los que se puede intervenir técnicamente-; como una ne­
gación práctica también del sentido de la experiencia: la
actualidad es el criterio de validez dominante. El ideal de
juventud que circula en los significantes del consumo se­
ñala la desaparición ele las etapas vitales y con ella señala
también la desaparición de la infancia. Hay que permane­
cer siempre joven; joven se es, no se llega a ser joven ni
se puede dejar de serlo.

lDJEIL Clll!JDADANO AIL SIU.)JlETO ][]JJE !LA !MAGIEN

Se dijo que la variación práctica del concepto de hom­


bre estaría indicando una variación en la índole del sopor­
te subjetivo que instituye prácticamente el Estado: el pa­
saje de la subjetividad-ciudadano a la subjetividad-consu­
midor, asociada al pasaje del Estado de bienestar al Esta­
do técnico-administrativo.
La historiografía ha registrado -al menos bajo la pluma
de Ariés- que la familia nace corno dispositivo privilegia­
do de recepción, educación y contención de la infancia.
Cuando las prácticas sociales dominantes exigieron la vi­
da en interioridad, el espacio familiar se tornó la sede pri­
vilegiada de la vida cotidiana. Surge entonces la vida fami­
liar como práctica casi exclusiva de la vida privada. De
manera que no hay infancia hasta que no se constituye la
vida familiar en interioridad.
El acontecimiento infancia se sitúa bajo esas condicio­
nes con la consolidación de la familia nuclear burguesa en
el tránsito del siglo )(VI al XVIII. La familia resulta, asimis-

sulla claro que el mensaje apela a la significación jo,·e11 no en términos de la edad sino
de imagen. Hay []Ue se,Hirse joven para ser joven. Lo mas eficaz. entonces, es la ínter·
pelación.

-115-
1110, uno de los pilares sobre los que se asienta la distin­
ción jurídica entre sociedad política y sociedad civil -"pú­
blico" y "privado"- instituida con la emergencia del Esta­
do burgués. Es necesario admitir que ésta es una distin­
ción ideológica trazada por el funcionamiento jurídico
burgués; sólo así podrá entenderse el carácter histórico ele
la mutación que estamos analizando.s7
Porque lo que nuestra época registra es justamente una
variación -¿o agotamiento?- de la distinción entre lo pú­
blico y lo privado: el funcionamiento de la cultura de la
imagen puede prescindir ya de esa dicotomía porque se ha
instaurado otra: la distinción entre el mundo de la imagen
y el mundo por fuera de la imagen, famosos e ignotos. La
política mediática no se explica entonces como "transfor­
mación de lo público" ni como "expansión de lo privado
sobre lo público",ss explicación que, como se ve, mantiene
intacta la distinción ideológica burguesa, sino por un cam­
bio de la naturaleza misma de lo estatal.
La subjetividad dominante descansa entonces en la di­
cotomía: sujetos con imagen/sujetos privados de ella. Los
primeros están asociados al éxito y a la trascendencia so­
cial; los segundos son los excluidos, o ignorados.
De manera que la aparición de los sujetos ele la imagen
puede darse tanto en el ámbito de lo que tradicionalmen­
te se llamó lo privado como lo público; poco importa. Los
espacios tradicionales de la intimidad son hoy meras imá­
genes que predican los rasgos de estos individuos, nuevos
arquetipos subjetivos.
Pero la desaparición de la antigua delimitación público/

5 7 "El estado ha penelraclo siempre profundamente la sociedad civil (en sus dos senti­
dos), no sólo a lravés del dinero y del derecho, no sólo con la presencia e intervención
ele sus aparatos represivos. sino 1ambién a tra,·és de sus aparatos ideológicos" (Althus­
ser, Louis, "El marxismo como teoría finita" en Diset1Cir el [srada. Posiciones {rente a 11na
tesis de Altlwsscr, Buenos Aires, Folios Ediciones, 1983). En esa linea ele lectura se ins­
cribe la l1istoria de la relación Estado/familia que propone Donzelot.
58 Tal-es el lugar común al que recurren actualmente la mayoría de los análisis que in­
tentan explicar las relaciones entre imagen y política.

-116-
privado obviamente impacta a la familia y en consecuen­
cia a la propia infancia. Ya no tenemos a la familia nuclear
burguesa; tampoco, la intimidad del hogar como espacio
privilegiado de retención de los niños.
En este desplazamiento, cabe preguntarse si la familia
sigue siendo capaz de cumplir su función de contención
de niños; función en la que fue asistida por sus institucio­
nes de tutela. Nuestro análisis sostiene que el funciona­
miento familiar actual -aun cuando se encuentre asistido
por otras instituciones- ya no produce infantes. Un indi­
cio sintomático de esta improductividad se pone de mani­
fiesto en el funcionamiento asistencial de los medios ma­
sivos. Ese nuevo asistencialismo, como se vio en el capítu­
lo anterior, no interpela a los individuos como miembros
de familia.
Por otro lado, si el principio de exclusión sobre el que
se monta la existencia social es la distinción entre presen­
cia ele imagen y ausencia de imagen, se entiende que sean
los medios los que produzcan los dispositivos más efica­
ces de contención. Y es de esperar también que lo que se
produzca en estas operaciones sean subjetividades distin­
tas de las que se instituyeron con las prácticas burguesas.
Si cambian los dispositivos de producción discursiva, es
previsible que los objetos y los sujetos de discurso tam­
bién cambien.

!LA. NilÑlEZ !EN SU§ TÓ!PICA.S

La aparición de la tópica del 111110 como sujeto de dere­


chos debe analizarse en relación con la caída del ideal de
hombre futuro que en su versión escolar circuló bajo el
ideologema "los niños son los hombres del mañana". La vi­
gencia de este ideologema, con ligeras variantes, recorre
el lapso que va desde la fundación del Estado nación has­
ta el agotamiento del Estado de bienestar. De manera que

-117-
hay que establecer una correlación entre la sustitución de
la tópica niño = hombre futuro/niño = sujeto de derechos,
y la sustitución Estado nación/Estado técnico-administra­
tivo.s9
Esta aparición/desaparición discursiva produce un sín­
toma: el agotamiento de la infancia. El cambio discursivo
que analizamos presenta además otras vinculaciones sig­
nificativas.
Por un lado, se asocia a la desaparición práctica de las
edades de la vida. Al caer el paradigma moderno del pro­
greso, cae con él la concepción genética de las edades, pa­
ra la cual la infancia constituye la etapa de espera de la
adultez. Concebir de este modo a la infancia es suponer la
existencia de una edad en la que se es y una en la que no
se es. En la adultez se es hombre, se es responsable, se es
ciudadano, es decir, sujeto de derecho en términos jurídi­
cos. Durante la infancia, no se es.
Pero si el ni110 es concebido como sujeto de derechos
la idea de latencia propia de la etapa infantil cae; el niño
ya es, y la infancia se disuelve como edad de la espera.
Recuerdo que una de las significaciones claves que le
otorgó la modernidad a la infancia fue precisamente la de
ser un impasse hacia la edad adulta -hacia la mayoría de
edad-; dicho impasse, por otra parte, es el que autoriza y
explica la intervención institucional sobre el niño de la es­
cuela, de la familia, o del juzgado de menores. Pero no hay
tutela posible sobre un sujeto que ya es en acto y no pura
potencia futura.
Por otro lado, como ya se dijo, el cambio discursivo que
apuntamos debe ponerse en correlación con el cambio de
ideales. La juventud hoy no es más una etapa ele la vicia
del hombre. En el imperativo social de ser joven, la edad
del individuo como signo de su rango civil no cuenta. Me-

59 Ignacio Lewkowicz. "La denuncia o la dernancla sin Otro", Buenos Aires. rnimeo, 19'.)5.

-JJR-
jor dicho, no cuenta del mismo modo que en la moderni­
dad. Recordemos, a título ilustrativo, los distintos rituales
de la adquisición de la mayoría de edad: los pantalones
largos, la cesión de las llaves, el ingreso del novio a la ca­
sa, etc. Por consiguiente, al desarticular el paradigma de
las etapas vitales, el mito actual de la eterna juventud di­
suelve el sentido moderno de la infancia.

CAÍDA 1r' l!UECUIP'IE!R.ACKÓN MIE!DJHÁ1rlCA


!DJfE!L UD!EAIL DIE lH!OMB!llIE lFIU1r\U!fU})

"Encuesta: características del buen ciudadano

l. Ser buena persona 27 %


2. Obedecer la ley 20 %
3. Estar informado 18 %
4. Honrar al país 17 %
S. Participar en la comunidad 10 %
6. Trabajar mucho 6 %
7. No contesta 2 %" (Página/12, 19/03/95).

El fragmento citado es la grilla de una encuesta nacio­


nal realizada en colegios secundarios. Sus resultados fue­
ron publicados unos días después en Página/12. La enu­
meración que antecede nos pone, aparentemente, ante
una sintética clasificación de los predicados del buen ciu­
dadano. Tradicionalmente, el ciudadano es la figura que
representa el ideal del hombre futuro; la educación esco­
lar de la infancia se justificó y orientó según ese ideal.
Pero, si se analiza la encuesta, se ve que lo que parece
está en juego es una noción del buen ciudadano bien dis­
tinta de la noción moderna. En primer lugar, porque ya no

-119�
está asociado a la idea de hombre futuro. Y sin ideal de
hombre futuro desaparece la infancia; es decir, los niños
concebidos por la educación escolar como hombres del
mañana.
Pero hay un rasgo muy curioso en ese artículo. Como en
la famosa enciclopedia china de Borges, uno de los ele­
mentos de esta serie desbarata su homogeneidad, al poner
en evidencia su inconsistencia discursiva: se trata del
punto 7.
La cláusula "no contesta" no constituye un predicado
del buen ciudadano, sino del sujeto de la opinión. La
enunciación irrumpe en el enunciado: no se trata de un
predicado, sino de una figura de la operatoria misma de la
encuesta. Curioso desplazamiento: no es el discurso peda­
gógico el que habla, sino el mediático. Más adelante vere­
mos la disolución de la figura moderna de la infancia liga­
da a este deslizamiento.
De modo que podemos concluir que el ideal del buen
ciudadano ya no se construye desde las prácticas escola­
res sino desde las prácticas comunicativas. El actual "buen
ciudadano" no es el hombre del mañana; el futuro no lo
constituye como significación decisiva. Este ideal del buen
ciudadano no orienta la práctica de formación de niños si­
no otra, que de tan cotidiana se nos vuelve invisible: la
opinión.

DlEIL MA.Nll.JA!L lE§OOllLA!lll. Al!.. lFASCHC\UllUOl


!PO!Rl IEN'Tflll.JEGA.§ D!EIL DUA.llUO

La consistencia imaginaria de la infancia se instituye en


correlación con el ideal de hombre futuro instituido so­
cialmente. En el ámbito escolar, ese ideal circula en el
ideologema "los niños son ios hombres del mañana"; y tie­
ne en el manual escolar uno de sus vehículos privilegia­
dos.
-120-
En tiempos de la fundación del Estado nac1on, el Ma­
nual de la Istoria de Chile (l.ª ed. 1845, Universidad de.
Chile), escrito por Vicente Fidel López, conmina a los ni­
ños a someterse a la educación escolar para ser:

... "ombires de bien i de luces"


..."dll.llcdlalil!aiilll(Q)S dignos de una República civilizada"

y también para:

... "colmar de onor a vuestras familias y a vuestro )PJ.nis"

La escena enunciativa se monta aquí ubicando al nmo


como interlocutor del pedagogo, según lo indica el uso
deíctico del vosotros. El uso de las modalidades refuerza
siempre la asimetría de la relación pedagógica: el maestro
conduce las operaciones perceptivas y cognitivas que de­
be hacer el alumno. Si así queda modalizada la esfera del
"saber", otro tanto sucede en la esfera del "deber ser", que
es la que nos interesa. El pedagogo es también quien con­
duce a los niños hacia el modelo de hombre futuro social­
mente instituido (nótese la evaluación social de los subje­
tivemas "bien", "luces", "onor"). El pedagogo es, sabe; el ni­
íio aún no es, no sabe.

Con ligeras variantes, el ideologema persiste a lo largo


del siglo:

"Conviene, pues, que los nmos, homblt'es dlell ¡p,orve­


niir, eduquen su espíritu en la grandiosa idea de la solida­
ridad americana. Nunca es temprano para inculcar en las
inteligencias estos fecundos principios" (Convenio de His-

-121-
to ria de América, Serie elemental de instrucción primaria,
Buenos Aires, Cabaut y Cía. Editores, 1931 ).

[este manual] apunta a los intereses del nino, susci­


tando su participación activa [... ] Estamos convencidos de
la importante función que cabe al conocimiento de nues­
tro pasado en la formación de la conciencia nacional, con
la implícita conservación de nuestras tradiciones demo­
cráticas y republicanas" (Nuevo Manual Estrada, S.º, 1965).

Hay que notar que el género excluye al niño de la esce­


na enunciativa: así lo revela el uso del nosotros exclusivo.
Marcado por la tercera persona, el niño no integra el espa­
cio interlocutivo del nosotros que se adueña de la tradi­
ción. El enunciador postula un alocutario que es un adul­
to, maestro o padre. La escena reproduce una situación en
la que los adultos hablan de y sobre el niño. El niño no tie­
ne voz. Del niño se habla o al niiio se le habla, tal corno
sucede en el manual de Vicente F. López.
Si el discurso instaura al niño corno interlocutor del pe­
dagogo, la asimetría queda marcada, en principio, en la
ausencia de la voz del niño. Y también, desde luego, en los
rasgos que caracterizan la enunciación pedagógica: el ni­
ño es el destinatario de todas las operaciones marcadas
por el discurso: mirar, repetir, contestar, pensar... ser. Si
para el discurso el niño no sabe, no es, debe ser, queda en­
tonces claramente ubicado en el lugar de un futuro hom­
bre.
Los predicados de la educación escolar arraigan en su­
puestos de fragilidad o docilidad, correlatos del no ser: el
niño es susceptible de instrucción (por lo tanto, dócil); su
inteligencia debe enriquecerse (es pobre, es carente); su
mente debe ser robustecida (es frágil); hay que estimular­
lo a pensar (no piensa por sí sólo; aún no sabe pensar);

- 122�
hay que evitar que aprenda mecánicamente para que no se
olvide mañana lo que aprende hoy (de donde de nuevo el
pensamiento aparece como una actividad que lo prepara
para el futuro, no para hoy).
La educación se presenta entonces como el reaseguro
de la formación moral y patriótica de la infancia, del futu­
ro ciudadano, hombre. del mañana. Educar para el mañana
es educar para el progreso .
En nuestros días existe otro género -bien distinto del
manual escolar- que se encarga de la circulación de los
valores que hay que inculcar en la escuela. Se trata de los
fascículos por entrega de Página/12. Nos referimos a la se­
rie Entender y participar, que se publicó con el eslogan:
"Para chicos que quieren saber de qué se trata."

Son sus títulos más significativos:

¿Qué es esto de la democracia? (N.º 1).


Para aprender a votar (N.º 4).
Para qué sirven las leyes (N.º 9).
Los derechos de todos (N.º 16).
Los derechos de los chicos (N.º 18).
El derecho a aprender (N.º 17).
Los derechos ele las mujeres (N.º 19).

Enunciativamente, estos cuadernillos nos ubican en


una situación bien distinta de la anterior. En principio, la
situación no está configurada por el discurso escolar, sino
por el mediático. El manual escolar da paso al fascículo
por entregas del diario . Ahora es el discurso mediático el
que toma a su cargo la tarea de difusión de los valores
educativos: cada cuadernito se acompafia de una "Guía pa-

-123-
ra docentes", publicada en el cuerpo del diario con suge­
rencias pedagógicas para el tratamiento escolar de los te­
mas.
No parece de importancia menor que el lanzamiento de
esta colección se publicitara un domingo (19/03/95), jun­
to con la publicación de los resultados de una encuesta
nacional realizada en colegios secundarios. Tales resulta­
dos arrojarían datos alarmantes sobre el estado de la con­
ciencia cívica de los más jóvenes. Una serie de testimonios
sobre la crisis de la escuela, la crisis de la infancia, y una
nota de la directora de la encuesta -a la sazón directora
también del programa de la Nueva Reforma Educativa "El
diario en la escuela"- nos alertan sobre la importancia de
inculcar los nuevos valore·s cívicos -de alcance mundial­
ª los niños.
Hay que notar que las condiciones de producción y cir­
culación discursiva propias de estas entregas6o constru­
yen a su receptor (el niño) como consumidor. En el diario
existen secciones y suplementos para toda la familia; la ló­
gica del mercado no distingue edades y, si lo hace, es co­
mo una variable del consumo. La lógica editorial de los su­
plementos es la de un servicio periodístico a gusto del
consumidor. Estamos lejos de la significación imaginaria
de la edad como etapa de la vida. La práctica del consumo
no requiere la separación -indispensable en la constitu­
ción de la infancia- entre el mundo adulto y el mundo in­
fantil. En ese sentido, las prácticas que producen al niño
como consumidor serían un síntoma de la desaparición de
la infancia; no, desde luego, de los niños.
Estamos ante un desacople discursivo: las diferencias
imaginarias supuestas por el discurso -representación
moderna de las significaciones de la infancia- son inade-

60 Es obvio que esta modalidad comprende al discurso mecliálico y no sólo a un diario.


Sucede que en esta. entrega ele Página/12 la prestncia ele la lópica· analizada es clar,1-
mente legible.··

-124-
cuadas a la indiferencia supuesta por las prácticas del
mercado. Esto es como decir que los niños actuales son
prácticamente inadaptados a la infancia: la institución no
recubre su real.
Lo mismo que anotamos para el niño-consumidor vale
para el niño-sujeto de opinión, en caso de poder diferen­
ciar claramente ambas prácticas. El dispositivo encuesta o
entrevista que produce el sujeto de la opinión también di­
suelve en sus efectos la distinción mundo adulto/mundo
infantil. Lo que tienen en común el sujeto del consumo y
el de la opinión es que ambos son efecto de la misma ope­
ración: el principio cuantitativo de tabulación de resulta­
dos provisto por la mercadotecnia.
En lo que hace a la infancia, ese dispositivo la disuelve
prácticamente: la edad del encuestado, por ejemplo, es un
índice de la tabulación de los datos. La edad considerada
como variable no puede funcionar como una diferencia ca­
paz de instituir significaciones imaginarias ni diferencias
simbólicas, tal como sería el caso de la infancia concebida
como una etapa de la vida.
Otro aspecto significativo es que, en relación con las
prácticas de consumo y opinión, el niño es. Vimos que, en
relación con la práctica cívica, el niño aún no es; por eso
la escuela es formadora del niño. Esta diferencia entre el
niño como actualidad, como ser, y el niño como espera,
como no ser, marca otra vez el agotamiento sintomático
de la infancia. Probablemente en la coexistencia de prácti­
cas diferentes -la escolar, el consumo, la opinión- resi­
da la serie de interferencias discursivas responsable de
los trastornos prácticos que estamos habituados a escu­
char como queja.

-125-
lEJL NHÑO COMO SUJETO DIE lDIERIECIHJOS

"Antes y después" se titula un apartado de la nota sobre


la democracia en la escuela, publicada en ocasión del lan­
zamiento de la colección de fascículos para chicos que es­
tamos analizando. Allí se lee:

"Antes y durante el proceso, los padres se aliaban con


el maestro, con la autoridad; ahora se transformaron en
una especie de delegados de sus hijos", dice Peyrelongue,
consciente de que los chicos y.n l!lHrll SIOlJl1H[])JritaiP.1l qlU!e Res gtd.­
te!lll y cdlefiemid.en sus deire<elhi.<!lls.

El discurso mediático hace hablar en este fragmento a


Pascual Peyrelongue, maestro desde hace veinticinco años
y desde el '92 director de la escuela 16 de La Paternal. Vea­
mos un poco.
En principio, la interpretación alocutaria que hace el
medio del entrevistado supone la existencia de la tópica
niño= sujeto de derechos. Lo interesante es ver qué con­
secuencias trae este nuevo estatuto del niiio a la relación
padres-hijos. Algo cambió, dice el informante, "los padres
se transformaron". Se produjo un desplazamiento: los pa­
dres dejaron de representar la ley ante sus hijos para pa­
sar a defenderlos de la amenaza de la ley. La vieja alianza
de los padres con la autoridad escolar era un signo no só­
lo para los hijos sino para la propia institución; habla de
un estatuto imaginario de la familia y de la escuela, en el
que ambas instituciones representan la autoridad y la ley
para la infancia. La transformación del rol de los padres
indica sintornáticamente el agotamiento de la infancia y,
en consecuencia, hablaría también de un cambio de esta­
tuto del nifio y de los padres.
Es obvio que la desaparición de la infancia altera -la

--126-
hace otra, en el sentido más literal del término- a la farni-
1 ia. Conviene recordar que son las prácticas vinculadas a
la familia nuclear burguesa las que instituyen histórica­
mente la infancia moderna. Pero hoy ya no se trata de tu­
telar a la infancia sino de velar por que sus derechos se
respeten.
La dimensión argumentativa del desplazamiento puede
leerse así: el entimema6 1 "la infancia deber ser protegida"
(porque es frágil, porque aún no es, etc.) es reemplazado
por "los derechos del. niño deben ser protegidos" (el niño
es sujeto de derechos).
Veamos los títulos de los fascículos: .. iEll1lil:encdleir y ¡pa11r­
itñdpaur. Para chicos que quieren saber de qué se trata."
La presentación propone -con un procedimiento co­
mún en Página/12- un intertexto con aquel enunciado
tantas veces repetido por la historia escolar, "el pueblo
quiere saber de qué se trata", que instala a los niños en el
lugar del pueblo. Se produce un desplazamiento intere­
sante: los niños son el pueblo. Insistimos: ya son; no ne­
cesitan someterse a la práctica educativa para ser en el fu­
turo. Los niños de hoy, como sujetos de derechos, son
también sujetos de la información: quieren saber de qué
se trata.
1\Juevamente, el derecho a estar informado es un dere­
cho que se ejerce hoy: nos encontramos ante una práctica
cuya temporalidad desliga a la infancia de la espera. No
hay que esperar para estar informado -el sentido actual
de "querer saber"-; mientras que para ejercer aquellos de­
rechos políticos -otro sentido ele "querer saber"- había
que someterse a la temporalidad de las prácticas que pre­
paraban en la niñez para ello. El querer saber actual de los
niños tiene un fin: opinar, participar ahora.
Si se lee el sentido en situación, hay que distinguir el
61 Entimema: rrníxima ideológica que funciona sobre supuestos (tópicas). Tomado, con
las licenc i;is del caso, de Angenol, Marc, La ¡,aro/e pamphleraire, París, Le Pa \'OI. l 98 l.

-127-
sentido histórico del enunciado "querer saber" de su sen­
tido actual, ligado a la demanda de información. En su
acepción histórica, el enunciado tiene una connotación
política: el pueblo ejerciendo su soberanía al exigir a sus
representantes la claridad de sus actos. Se produjo un co­
rrimiento del sentido cívico-político hacia el sentido me­
diático: del derecho a la representación política al dere­
cho a la información; de la política de representación a la
representación mediática. Esto estaría indicando un cam­
bio en la naturaleza del Estado. La función de representa­
ción de los ciudadanos que le cupo tradicionalmente al
Estado hoy la ejercen los medios, con lo cual los represen­
tados ya no son ciudadanos. Los medios son el Estado, to­
da vez que organizan la lógica de representación de lo so­
cial.
Vamos ahora al interior del primer fascículo:
"En una democracia no hay nadie que quede afuera. To­
dos podemos participar. Y, cuando llega el momento de
elegir, todos elegimos, porque en una democracia todos
somos iguales" ("¿Qué es esto de la democracia?", N.º 1).
Vimos que el manual habla del niño con otros, siempre
adultos, o le habla al niño. Tal es el dispositivo enunciati­
vo cuando la tópica del discurso pedagógico es "formar a
los hombres del mañana". En cambio, cuando el niño es
sujeto de derechos, habla. Aparece entonces el nosotros
inclusivo, propio de la identificación generalizada pro­
puesta por el discurso democrático.
Como se dijo, la presencia de esta nueva tópica en el
discurso mediático -y previsiblemente en el escolar- es
· síntoma de algo que cae: la tópica de los niños como hom­
bres del mafiana. Esta variación discursiva indica la varia­
ción práctica de las instituciones modernas: el Estado, la
escuela, la familia. Indica también otra institución prácti­
ca de la temporalidad de la experiencia.
Si el sentido social de una idea es el conjunto de prác-

-128-
ticas en que se inscribe,62 está claro que hoy el significan­
te "democracia" nombra por lo menos dos prácticas distin­
tas. Que ambas se nombren con el mismo significante no
dejará de tener consecuencias.
Uno de los sentidos nombra la democracia política en el
sentido moderno. El otro sentido nombrado es la demo­
cracia de mercado; la idea actual de los derechos de los
consumidores, cercana al derecho de opinión y de infor­
mación. De esto se desprenderá una doxología de los de­
rechos. Según ella, la información sería la garantía -ima­
ginaria, por supuesto- de tales derechos. En ese supues­
to se instaura la demanda permanente a los medios para
exigir el respeto de los derechos. Y es éste el circuito que
opera la vinculación discursiva entre consumo, informa­
ción y opinión.

!En.. CASO DANfflEil..A� !DIEL SUJIETO DE IDIER.lE.ClH!OS


All.. §UJ!ElfO DIE Ol?IlNHÓN

Un ejemplo paradigmático de este funcionamiento que


describimos se observa en el tratamiento mediático del
Caso Oaniela.63 La madre de Oaniela, Gabriela Oswald, re­
curre a los medios para reparar la presunta violación de
los derechos humanos de la que había sido víctima. Aquí
hay algo notable, porque quien "viola" los derechos huma­
nos es precisamente el procedimiento jurídico. Se produ­
ce una tensión entre el discurso mediático y el discurso
jurídico: el advenimiento de Gabriela a los medios desata
el concierto de opinadores televisivos que polemizan so­
bre la naturaleza de la ley. En la esfera de la opinión, lo ju-
62 Lewkowicz, Ignacio\' Wasserman, Fabio, "las preguntas de las cien caras o las estra­
tegias del olvido", Apuntes hisroriográficos N.º 2, Buenos Aires, Publicaciones Peniten­
ciágite, 1994. Allí se propone un recorrido historiográfico ele la tesis que tomo como
criterio de análisis de mi trabajo.
63 El caso de la disputa mediática entre los padres Osswald/Wilner por la restitución
de la niña Daniela Wilner. Su irrupción mediática acaeció el 31/03/95 (Clarín) para de­
saparecer en la primera quincena de julio.

-129-
rídico es un punto de vista, nunca un procedimiento.
Pero sucede que, sí la ley es opinable, no se acata. La
ley es el principio formal del acuerdo, su condición funda­
mental. Por lo tanto, no se puede "estar de acuerdo" con la
ley. La ley no es a gusto del consumidor, clave de lectura
que parece regir el sentido mediático de la ley. No puede
haber consenso sobre el sentido de la ley porque ésta es
necesaria precisamente cuando fracasa el acuerdo.
Gabriela Osswald exaspera con su escalada mediática
esta lectura del derecho en clave de opinión-comunica­
ción. Se diría, en términos discursivos, que la tensión en­
tre lo jurídico y lo mediático pone de manifiesto el proble­
ma de las relaciones de fuerza entre discursos: quién in­
viste de sentido -con sus prácticas- al significante "de­
recho". O más estrictamente: lo que se disputa es el senti­
do mismo de la justicia. Hay que tener en cuenta que la
ecuación derecho = justicia se instituye históricamente
durante la modernidad. Pareciera que lo que está en juego
es qué práctica le da sentido a la justicia: ¿lo justo es la re­
solución jurídica del caso según un procedimiento pauta­
do o lo que yo opino que me corresponde en la escena me­
diática? Por otro lado, no hay que olvidar que si hay un de­
recho que parece alcanzarnos hoy a todos es el derecho de
ir a los medios a defender nuestros derechos; recordar, en
ese sentido el dispositivo de "participación" del programa
de M. Viale: con ligeras variantes, se lo reconocerá en to­
dos los programas televisivos.
La tensión entre lo jurídico y lo mediático resulta bien
clara en un artículo de Mariano Grandona publicado en
Clarín el 24/06/95:

Nuestros jueces siguen operando según los expe­


dientes de un derecho escrito sin entrar en contacto visual
y oral con el drama humano que se les presenta" ("El dere­
cho natural no se puede negar").
-130-
¿Cómo no ver en esta apelación a "ingresar al contacto
visual y oral con el drama" una estrategia de imposición
de sentido mediático al derecho? Recordemos que quien
habla es periodista y abogado. En ese sentido, la figura de
Grandona resulta paradigmática en esta pulseada discur­
siva.

La idea moderna de democracia como sistema político


tiene un fundamento que es el ciudadano como sujeto de
la conciencia. La práctica propia del ciudadano es el acto
consciente -y libre- de elegir a sus representantes; acto
de libertad que sólo puede ser ejercido plenamente por
quien ya es sujeto de derechos. Si los niños son los hom­
bres del maiiana, hoy no son sujetos de derechos.
En esa perspectiva, la educación escolar adquiere senti­
do como protección del niño y como inversión hacia el fu­
turo. Se protege al débil, al que aún no es, para garantizar
que adquiera la madurez moral y cívica que lo ha de con­
vertir en un buen ciudadano. Significaciones como la fra­
gilidad y la debilidad de la infancia adquieren su sentido
histórico ligadas a las prácticas de protección y formación
de los niños ejercidas desde la institución escolar en fun­
ción de la política de representación del Estado. Estas
prácticas instauran la temporalidad de la sucesión orien­
tada hacia el futuro. El "no ser" y la "postergación" de la in­
fancia se valúan retrospectivamente desde el mañana, mo­
mento supuesto de la plenitud de la vida.
La significación práctica actual de democracia, que pa­
ra simplificar llamaremos posmoderna, tiene como funda­
mento otra subjetividad: e I consu rnidor. Las prácticas pro­
pias de este nuevo individuo son el consumo y la opinión.
Se dijo que la figura del consumidor no distingue entre

-131-
la subjetividad de adultos y ninos. A lo sumo segmenta
sus gustos. Prácticas como el consumo y la opinión no son
para un mañana; son prácticas actuales. Los niños son ya
-tanto como los adultos- consumidores y opinadores.
De modo que estas prácticas características del fundamen­
to posmoderno de la subjetividad instauran una tempora­
lidad del instante. La temporalidad de lo actual valúa po­
sitivamente significaciones como el placer, lo efímero, la
búsqueda de "uno mismo",64 la ausencia de obligación.
Se protege al que es menos, al que aún no es; pero el
que ya es tiene derechos. Por consiguiente, hoy no se pro­
tege a los niños sino los derechos de los niños. Este sutil
-en apariencia- desplazamiento indica nada menos que
la caída de la infancia.

CONC!!...lUSHONIES

Los desplazamientos y sustitucionesG 5 discursivos ana­


lizados en este trabajo constituyen, tal como se postuló,
el síntoma de la desaparición de la infancia. Vinculada con
la caída práctica del ideal de hombre futuro, tal desapari­
ción es concomitante con el cambio radical ele las políticas
estatales de representación subsumidas en las prácticas
de consumo.
Cabe, por supuesto, preferir el reaseguro que otorga
el reino de lo mismo. La idea del derecho siempre exis­
tió -puede decirse-, sólo que ahora, con la hegemonía
de los ideales democráticos, se hace extensiva a los niños.

64 El ideologema "sé tú mismaio", que paradójicamente puede circular bajo la f orma de


un mandato -otro me manda que sea yo, entonces no soy \'O, sino soy lo que dice el
otro-, se instaura también en esa temporalidad de lo actual. No se trata, como en la gé­
nesis de las edades de la vida, de ser para un fu1uro -no ser J1oy, o el ser ele hoy pos­
tergado en función del ma1ia11a-. se trata de un ser en plenitud en cada instanle de la
vida, una vida sin etapas como principio orienlador.
65 Se trata estrictamente de s�stituciones metonímicas: un enunciado sustituye a otro
pero ese reemplazo, lejos de constituir ahora una referencia inequivoca, señala sinlo­
málicamente otra cosa: que algo se corrió de lugar, algo para interpretar.

- /32-
El psicoanálisis llama "neurosis actuales" a esas figuras
recicladas en la práctica social; 6G a la mirada que siempre
ve lo mismo pero con envase nuevo. El enunciado -no po­
co frecuente- que dice "las cosas siempre fueron así" de­
creta -aunque suponga que su certeza le viene de afue­
ra- "aiqlllllÍ las cosas son asf'. Su repetición, además, con­
gela el tiempo: ni convoca como reapropiación al pasado
ni apuesta al futuro como proyecto.

G6 Sigo en esta Idea la exposición de Fernando Ulloa en las Segundas Jorn,1das Nacio­
nales 1995: "El hospila! hacia el fin del milenio... ¿Nuevos pacleci111ien1os psíquicos?'",
Centro de Salud Mental N.º 3, Dr. Anuro Ameghino, Buenos Aires, 22 al 2� ele junio.

-U3-
o
Los Simpsons o la caída
del receptor infantil
0 0 0ooc,oo e e 0000€1 o o o o ooo o o o oeo o o ooe 0 e o
1 interés de Los Simpsons, desde la perspectiva se­
miológica, reside en su carácter de borde respecto de
los géneros .de consumo infantil: postula un receptor ubi­
cuo, que se desmarca claramente del destinatario infantil
tradicional de los dibujos animados. El signo más obvio de
este desplazamiento es el horario nocturno de transmi­
sión de la serie: hay que recordar que en la televisión
abierta el hábito de la banda horaria para el público infan­
til no excede las 19 horas. Aun cuando LS se televisen for­
malmente dentro del horario de protección al menor, está
claro que aparecen en un horario en que también pueden
ser vistos con comodidad por los adultos.
Pero conviene ir más allá de los aspectos pragmáticos,
dado que es en los aspectos susceptibles de análisis se­
miológico donde podremos ceñir los procedimientos dis­
cursivos que postulan ese receptor que caracterizamos co­
mo ubicuo: es decir, las competencias de lectura que re­
quiere la serie imponen un canon de lectura que excede
con creces los hábitos de lectura infantil impuestos por la
circulación tradicional de los dibujitos animados.
En este capítulo vamos a analizar los procedimientos
discursivos de ese canon de lectura como una operación
más de la disolución de la representación moderna de la
infancia; esta vez, lo que cae del universo moderno de la
nifiez es la figura infantil construida como destinatario
tradicional de dibujos animados (cf. Cartoon Network e,
incluso, el más actual Big Channel).G7
Nuestra hipótesis sostiene que LS apela a competencias
de lectura novedosas para el género; y, por lo tanto, las
impone a sus receptores. Eso se pone en juego en el uso
de recursos tales como la intertextualidad, la polifonía na-
67 Otra propuesta que se desmarca tambic11 ele la recepción infantil tracliclonal es Ca­
blin.

- 137-
rrativa, las adjetivaciones propias del lenguaje cinemato­
gráfico y el trabajo del género al borde de las tópicas más
comunes de los lenguajes masivos: tales son las operacio­
nes discursivas que postulan un destinatario no infantil,
en el sentido moderno del término. Se trata de dibujos, pe­
ro de dibujos que no son del todo para niños; ni, al menos
por convención, tampoco de\ todo para adultos.
Por consiguiente, estamos ante una operación bastante
clara de borradura de la distinción tradicional entre mun­
do infantil y mundo adulto impuesta históricamente por
los productos de la moderna cultura de masas. Philippe
Ariés ha señalado que la condición histórica que dio lugar
a la institución de la infancia fue el ejercicio de una serie
de prácticas (estatales, jurídicas, higienistas, filantrópi­
cas, pedagógicas) que instituyeron en su operatoria la se­
paración símbó\ ica entre adultos y niños.
Lo que hay que tener en cuenta es que LS no sólo apela
a competencias de lectura novedosas -respecto de la co­
dificación canónica de los programas infantiles-, sino
que también entrena a los infantiles sujetos en esos sabe­
res. El"género no sólo actualiza lo que los ni11os poseen si­
no que instituye a sus peque11os receptores -en el caso de
que se trate de niños- como lectores idóneos. De más es­
tá decir que esto no sólo pasa con los niños. En rigor, si to­
do texto postula un lector, lo notable de esta serie es que
su lector no es e\ lector previsible por las convenciones
del género: ni infantil, ni adulto. Llamémoslo, por ahora,
lector ubicuo.
Veamos entonces los procedimientos discursivos que le
dan cuerpo a ese raro lector. Veamos si se sostiene la hi­
pótesis de disolución de la infancia.
En primer lugar, la intertextualidad. Como se sabe, la
operación básica de la intertextualidad es la puesta en diá­
logo de -por lo menos- dos textos. Esto da lugar a una
serie de procedimientos que van desde el simple plagio a

- 138--
la parodia, momento de inversión, maduración y conven­
cionalización de un estilo o de un género. El intertexto pa­
ródico no es una simple referencia, sino que constituye in­
trínsecamente -según una operación de inversión- el
texto en cuestión. Pero, por eso mismo, la alusión del tex­
to citado es sólo legible para un lector competente, capaz
de leer en la cita la transmutación del otro texto.
¿Cuál es la naturaleza del intertexto de LS? Hay dos
fuentes importantes y de distinto prestigio cultural: el ci­
ne y la literatura. Cine barato y cine de alto vuelo; litera­
tura popular y clásicos literarios. Ambos registros apare­
cen maravillosamente traspapelados en la serie. Recorde­
mos solamente el motivo popular de la noche de brujas,
presentado en intertexto "cinematográfico"6s con el cuervo
de Poe; el pacto fáustico mediante el que Bart vende su al­
mita a Milhaus; la persecución de Homero a Bart en idén­
tico travelling al de Educando a Arizo11a. Se suele decir que
uno de los placeres de la lectura es el provocado por la le­
gibilidad del intertexto. Esta operación de lectura constru­
ye por lo menos dos tipos de lectores: el que lee las pistas
del texto y el que no; la intertextualidad convoca así a una
implicación subjetiva con el texto.
En relación con los aspectos narrativos, menciono dos:
el carácter no lineal de la narración y la proliferación de
las rupturas temporales, asociada al primero. El procedi­
miento narrativo básico de LS es el de una historia conta­
da en (por lo menos) paralelo con otra. Mucho se podrá de­
cir de la ausencia de linealidad de la historia; para no
abundar en la saturación de sentido, dejo las asociaciones
pertinentes en manos del lector. Señalo un aspecto quizás
banal, y es que ese mecanismo narrativo da paso a una
complejidad textual ausente en los relatos infantiles clási-

(jS Doble 1ransposición: el mo1ivo íolclórico recreado con la esccn.i del cuervo de l'oe
-en que Barl es el protagonista- y la versión del tópico lilerario en parodia del cine
desde la historieta. l'robable111en1e alguna reformulación de la literatura en el cine se
me escape.

- 139-
cos y que, por supuesto, demanda mayor esfuerzo inter­
pretativo que el relato lineal. La misma observación vale
para considerar las rupturas temporales: anticipaciones y
retrospecciones producidas magistralmente por medio del
artificio del flash hack y el flash forward cinematográficos.
De nuevo la intertextualidad,69 pero esta vez con los recur­
sos semióticos del lenguaje del cine; de nuevo la apelación
a competencias más complejas para el público infantil.
Partimos ahora de la noción de polifonía. Nombramos
así las relaciones entre distintas voces -caso de haber­
las- en un texto. La relación entre las voces (los discur­
sos) plantea en LS la problemática del estatuto del saber,
de la verdad y de la autoridad, enunciada siempre en tono
hurnorístico. La historieta hace hablar a una multiplicidad
de discursos por boca de los personajes: la ética protes­
tante, el consumo, el feminismo, la autoayuda, el discurso
del capitalista, etc., son los más frecuentes. Cada situa­
ción dramática hace hablar a las distintas instituciones:
Springfield reúne en una especie de caleidoscopio a todas
las instituciones posmodernas; todas están presentes, y lo
curioso es que en un concierto de matices.
Un procedimiento básico del rnodo en que operan las
voces es la refutación narrativa del enunciado de los per­
sonajes: un primer plano muestra al dueño del supermer­
cado (un inmigrante hindú) que se alegra porque Marge,
que le robó una botella de whisky, va presa: "Ahora vamos
a estar más seguros", sentencia. Inmediatamente, un pla­
no general muestra un remolque enorme que se lleva el
negocio del supermercado completo: la enunciación refu­
ta el enunciado. Lo interesante es que desde la trama na­
rrativa se produce el cuestionamiento de la eficacia de la
sanción institucional: la precaria tranquilidad del hindú se
ve burlada por el relato. La operación adquiere el estatuto
fi9 Si se tiene en cuenta que la naturaleza tecnológica del dibujo de esta serie es digi­
tal. el recurso ele Lts.n la cámara cinematográfica corno modalidad ,iarrativa adquiere
una dimensión interesante como propuesta estético-icleológica del género.

- 140-
de crítica práctica de los enunciados. El porte del cam1on
remolcador carga aún más las tintas sobre la burla.
Este verdadero procedimiento de refutación es una ope­
ración decisiva en la modalidad de presentación de 1as vo­
ces; los procedimientos narrativos (la voz y la mirada que
narran la historia) son los encargados de ubicar, valorar y
"enjuiciar" las otras voces. Hay realmente un juego de po­
lifonía porque el relato organiza relaciones y posiciones
entre las distintas voces. Y, como es la enunciación r:iarra­
tiva la que compone, no hay cierre ideológico del sentido;
es decir, ningún discurso posee a priori el saber sobre la
situación. Es la diferencia entre la enunciación que compo­
ne voces y la enunciación que compone personajes. Es por
este lado por donde hay que ver también la obstinada ne­
gativa del relato a que los personajes se constituyan en
héroes: su subjetividad resulta del encuentro con los
otros, no tienen un papel fijo.
Ahora, en la medida en que no hay héroes, todos los
personajes están expuestos a la imbecilidad; aunque tie­
nen también la posibilidad de la lucidez. Precisamente,
porque la lucidez es una especie de efecto situacional de
un discurso: Lisa puede contener a Bart y maltratarlo; Ho­
mero puede desafiar a su hijo pero también defenderlo y
protegerlo, etc. La inteligencia es un efecto de enuncia­
ción, del modo en que el relato hace intervenir las voces,
y en esas operaciones el uso de los recursos cinematográ­
ficos es decisivo.
La crítica a las instituciones (y a lo instituido) es emi­
nentemente práctica; va por la vía del absurdo, de la bur­
la, de la inversión del estereotipo de los géneros.7° La crí-

lO Es interes,111te reparar en lo precario que resulla el ""final feliz"' en la serie. [I final fe­
liz siempre está alterado: el héroe se transforma en perdedor, burlado, miedoso, inútil.
Homero se entera ele que fue un hijo no deseado y reniega de su padre. En una casa en
ruinas, encuentra una l'ieja fotografía de su infancia\' descubre que su padre solía dis­
frazarse ele Santa Claus para los niños. Recupera asi a su padre, en una clásica escena
de anagnórisis de corte ro111ánrico. Conn1ovido quema, sin darse cuenta, la foto que ha­
bía alumbrado con un encendedor y produce un incendio. Real111ente, uno de los pro­
cedimientos predilectos de LS es la parodia del "final feliz".

-141-
tica es la burla de los enunciados con las operaciones de
la enunciación. Esta resistencia a constituir a los persona­
jes en héroes pone otra vez de manifiesto la distancia de
LS con las convenciones de los géneros infantiles tradicio­
nales.
Para terminar, lo que dijimos acerca de la tópica del "fi­
nal feliz" vale como ilustración del modo en que la serie
trabaja los estereotipos de los géneros masivos: inversión,
trabajo en el borde, desmentida del enunciado por la
enunciación y mutación del héroe en una voz son los pro­
cedimientos claves de la retórica de Los Simpsons. Con
ellos se produce un nuevo lector que, como figura ubicua
del texto, disuelve el clásico receptor infantil de los dibu­
jos animados modernos.

- 142-
,lOSA�S MARG�NALES AL
ENSAYO SOBRE
!LA DESTITUCHÓN
DE LA NIÑEZ
Ignacio Lewkowicz
l. Un individuo tiene un libro en sus manos. Se dispo­
ne a leerlo. ¿Es ya un lector? No nos apresuremos a supo­
nerlo. Es un buen inicio, admitamos, pero admitamos tam­
bién que sólo se trata de un inicio. El hecho de tener un li­
bro entre sus manos no basta para hacer de su propietario
un lector. A la vez, el hecho de que una cosa con letras es­
té ante unos ojos no basta para hacer de la cosa un libro.
¿Qué es lo que hace falta? Es preciso que el movimiento
del texto produzca su lector. Es preciso que el lector cons­
tituya al libro.
2. Se ha leído un libro. El lector, si se ha producido, no
espera unas observaciones que proporcionen los términos
que, faltantes en la investigación, le daban secretamente
consistencia: una garantía epistemológica, un relato cro­
nológico, un contexto teórico, un aparato crítico erudito
discretamente eludido en la presentación de la investiga­
ción. El lector, si se ha producido, no espera los elementos
que faciliten un juicio epistemológico sobre la investiga­
ción, en términos de verdadero/falso, irreprochable/re­
prochable. El lector ha leído una intervención; ha sido in­
terpelado o solicitado por dicha intervención: quiere con­
tinuar, obtener consecuencias, herramientas, esquemas,
ilustraciones, objeciones productivas; quiere proponer
ideas, tesis, rectificaciones estratégicas.
3. La serie de observaciones que sigue intenta mantener
esa relación activa de fidelidad con las tesis presentadas
en el Ensayo sobre la destitución de la niñez.
4. La anotación de un texto puede tener varios modelos.
Las notas que siguen bien pueden considerarse como
otras tantas ventanas de hipertexto en conexión con el tex­
to principal. Si el soporte no fuera nuestro venerable libro

-145-
sino informático, constituman otras tantas ventanas que,
en el texto de la pantalla inicial, se podrían abrir sobre las
palabras subrayadas. En la forma que aquí se presenta, po­
drán leerse como anexos, como notas a pie de página un
tanto excesivas o tal vez como ventanas. Esto, si se pre­
tende ingresar en el estatuto contemporáneo del texto. Si
se quisiera regresar a otra situación, bien podrían conside­
rarse como marginalia, o quizá como anotaciones que pa­
san a formar parte del texto.
S. Habrá además otros modelos históricos de relación
entre un texto y otro que encuentra en el primero sus re­
ferencias. Pero en este caso lo decisivo es comprender el
tipo de conexión que se establece entre ambos. O al me­
nos desechar la tentación espontánea de establecer entre
ambos una relación jerárquica. Según la supuesta jerar­
quía espontánea, el segundo, por referirse al primero,
transcurre en un nivel superior, en un nivel lógico meta.
Los privilegios epistemológicos envían el primero a la po­
sición de objeto; el segundo (meta) a posición de "conoci­
miento del objeto". El segundo, entonces, detenta la ver­
dad del primero, según la concepción contemplativa de la
actividad teórica.
6. Pero, como el Ensayo constituye una intervención en
un campo discursivo, el segundo texto se conecta con el
primero en una relación, en principio, de solidaridad es­
tratégica. Como el campo de intervención no es homogé­
neo y tampoco lo es la intervención misma, el contacto
efectivo que establece suscita diversos efectos prácticos
de sentido. La so I idaridad estratégica aquí consiste sólo
en intervenir anticipadamente sobre algunos de los efec­
tos que pueden haberse suscitado en la lectura del Ensa­
yo.
7. Si hay algo de cierto en las consecuencias que la
transformación en los soportes informáticos supone sobre
las prácticas de lectura, una de las ventajas del hipertexto
por sobre el texto-libro es que no prescribe un recorrido
-146-
fijo sino que queda armado por la voluntad activa de la
lectura. Los autores de los fragmentos proponen un hori­
zonte de posibilidades. Pero la efectividad de la lectura
depende de las operaciones del lector. Si la unidad mate­
rial del I ibro supone una unidad de sentido -o una pelea
contra la unidad de sentido-, la virtualidad hipertextual
aspira a una actividad de lectura que esté guiada no sólo
por vocación turística. Estas observaciones constituyen,
en esa línea, puntos de deriva posibles para la estrategia
de intervención del Ensayo.

- l"t7-
UNA OBSlEJKVACilÓN SO!E.RiE !EtL GÉNlEJRO Ji!NTJEJN.'VJENCKÓN

l. El estatuto actual de las ciencias sociales es más que


problemático. No sólo parece vacilar la aspiración científi­
ca que caracterizó sus comienzos sino también la relación
práctica que las diversas disciplinas habían establecido con
las situaciones sociales en las que se habían constituido. Ni
ciencias, ni sociales, las ciencias sociales corren el riesgo
bastante serio de transformarse en disciplinas estrictamen­
te universitarias. En tal caso, sólo serían disciplinas cuyo
arco de azote es el propio dispositivo universitario: un cír­
culo cerrado cuya actividad fundamental es la reproduc­
ción -en lo posible, ampliada- de su propio trazado.
2. Los Estados nacionales habían establecido unas con­
diciones tales para la actividad estatal y política que la
producción teórica en términos de conocimiento parecía la
única capaz de transformar las situaciones según paráme­
tros racionales. El conocimiento de las situaciones proveía
la inteligencia capaz de establecer los diagnósticos y los
cursos ele acción pertinentes sobre las realidades sociales.
La realidad efectiva de esos Estados nacionales se ha des­
fondado y con ella se ha desvanecido la serie de condicio­
nes que disponían al conocimiento de las ciencias sociales
como una herramienta posible. El conocimiento sobre las
situaciones contaba con canales capaces de hacerlo operar
en las situaciones.7 1 O al menos eso se creía; y, al creerse,
operaba. Sin ese andamiaje, las ciencias sociales constitu­
yen el camino más corto entre la beca y la denuncia.7 2

71 Para ver cómo funcionaba el dispositivo de relación entre el Estado nacional y las
ciencias sociales universitarias. cf. "Una mirada sin embargo sombría", en Roy Hora y
Javier Trimboli (comps.), Oisc11Ur J--/alperin ... , Buenos Aires, El cielo por asalto, J 997.
Nota: Las referencias a pie ele página aqui también trabajan según la noción ele hiper­
texto. La referencia no trabaja como certificación de autoría, como autoridad de legiti­
mación ni como apoyo erudito. Remite a textos cuya conexión estratégica con los efec­
tos anticipados del Ensayo tiene la misma intensidad que las presentes observaciones,
en el caso ele que la estrategia de lectura así lo sugiriera. Remiten al sitio en que algún
aspecto aquí secundario ha constíluido el núcleo principal de intervención.
72 Ver observaciones sobre el estatuto ele las ciencias sociales, en "Una observación so­
bre las ciencias sociales y l¡is modas teóricas'".

-148-
3. Pero el zócalo habitual se ha desvanecido y las disci­
plinas de hecho cambian. Lo busquen o no, la efectividad
de la transformación del mundo práctico que las constitu­
ye las transforma en otra cosa; -incluso si perseveran en
sus hábitos fuera de las circunstancias que los determina­
ron. Sin transformación deliberada, las disciplinas socia­
les ingresan de hecho en la lógica de la oposición entre el
dogma y la moda. Pero se abre otra posibilidad. No hay
transformación de las situaciones sin transformación de
las estrategias, las herramientas y los agentes de la trans­
formación. No es posible transformar sin transformarse.
Si las disciplinas sociales perseveran en la antigua volun­
tad de inscribirse críticamente en las situaciones sociales
que las constituyen, sólo pueden trabajar si se transfor­
man. Pero, a la vez, sólo pueden transformarse en cone­
xión con la situación en la que intervienen. En conexión de
trabajo con el síntoma de una situación, los discursos de
intervención encuentran también sus propios obstáculos
y con ellos la posibilidad de su transformación.
4. Así, la implicación de las disciplinas sociales en di­
versas situaciones no es un acto voluntario de solidaridad
bondadosa con aquellos que la necesitan. Responde, por
el contrario, a una necesidad interna para pensar la situa­
ción que las constituye. Un agente de estos discursos no
se implica en otra situación para comprenderla, entrar en
sintonía o colaborar con eso: no se trata de una ernpatía
emocional metodológicamente requerida. El agente de in­
tervención permanece, a pesar de las evidencias en con­
tra, irnpl icado en la situación de partida, que es la de su
discurso disciplinario.
5. Los problemas que imperceptiblemente lo aquejan en
la situación de la que procede se manifiestan también en
la que interviene. ¿Por qué iría un agente de una discipli­
na a intervenir en la situación en que interviene? Las dos
posibilidades espontáneas (mercenario y santo) no ofre­
cen más que falsas rutas; rutas morales o inmorales. El ti-
-149-
po va porque está implicado. ¿Por qué está implicado y
va? Está implicado porque está tomado por un problema
en su situación de partida. En esa situación de partida el
problema que lo captura no es resoluble, ni siquiera for­
mulable. Concurre donde concurre porque se siente con­
vocado. ¿Cómo es que se siente convocado? Intuye, de al­
gún modo secreto a priori, que en la situación que convo­
ca su intervención se juega algo de su problema, pero en
una configuración en la cual ese problema puede especifi­
carse, formularse, plantearse y, en el mejor de los casos,
resolverse. Por eso esa situación en la que opera no es me­
ramente exterior a la de partida. Está en el. punto de intrin­
cación interior/exterior: el vacío propio de una configura­
ción discursiva. La situación sobre la que interviene es un
subconjunto de su conjunto "actualidad". Las situaciones
analizadas, subconjunto de la situación desde la cual apa­
rentemente se analiza a la otra, son sitios de pensamiento
para problemas específicos informulables en la presenta­
ción espontánea de la situación de partida. Hay dos sub­
conjuntos de la situación de partida o actualidad. Las ló­
gicas de uno y otro son heterogéneas. Por eso es posible
ver en la lógica de uno (campo de intervención) lo que era
imperceptible en la lógica del de partida. Así, el campo de
intervención tiene una diferencia y una homogeneidad
con el dominio de partida. La diferencia es neta: en una si­
tuación (subconjunto) es visible algo invisible en la otra.
La homogeneidad es precisamente ésa: lo invisible en una
se genera en otra (mediante la intervención misma) corno
visible, pero el problema existente en una y otra, visible o
invisible, es el mismo. Compartir el problema no es una
actitud voluntaria sino un hecho estructural. Esa conexión
problemática hace que las disciplinas sociales puedan
operar corno disciplinas ele pensamiento sobre la propia
situación actual.
5. El Ensayo trabaja en torno de una mutación severa.
Los Estados nacionales han devenido Estados técnico-

- 150-
ad ministrativos.73 La arquitectura práctica del universo de
discurso nacional se ha deshecho. Algunas de sus institu­
ciones están sometidas al proceso práctico de destitución:
se ha desmoronado el zócalo que las volvía posibles. Ese
zócalo tiene la misma naturaleza que el zócalo sobre el
que se han constituido los discursos de las ciencias socia­
les. La mutación, pensable en el campo de la destitución
de la niñez, vuelve también pensable el proceso de desti­
tución de las disciplinas de conocimiento de los sistemas
sociales. Por implicación, la destitución de la niñez pro­
porciona imágenes, esquemas, herramientas y problemas
sobre la destitución de las ciencias sociales. La transfor­
mación del niiio moderno, producto y soporte subjetivo
de la institución infancia, genera pistas para comprender
la transformación de científicos en universitarios; y tam­
bién para la destitución de la figura del intelectual en
nombre del posgraduado.

73 Esta transformación es uno ele los núcleos del grupo HA, Historiadores Asociados,
del que SO\' integrante. Una visión de conjunto sobre esta transformación aparecerá en
breve con el titulo La /Jisroria tras la 11ació11.

-151-
UNA Ol!ES!ERVAOÓN SOJER1E !LA lESTRATlEG�A GJENERAll..
1f lLA liJ�NÁMKA DIE !LA HNT!EllUPR!ETAOÓN

l. El Ensayo es una intervención específica en torno de


los síntomas actuales de la institución infancia; pero a la
vez constituye una situación específica de trabajo para
una estrategia generaJ.74 Esta estrategia general surge de
la conexión inmanente entre una serie de problemas prác­
ticos que se presentan en las instituciones de tratamiento
de la infancia y unos esquemas que intentan pensar ese ti­
po de dificultades prácticas como efecto de diversos desa­
coples discursivos. Estos desacoples se producen en las
distintas situaciones sociales cuando se altera el sustrato
discursivo supuesto (o impensado) por la operatoria de un
discurso, un dispositivo o una institución. La situación ha
sido alterada en su naturaleza por la mutación impercep­
tible de alguna de sus condiciones discur sivas mudas. Dis­
tintas configuraciones sintomáticas vienen a indicar que
entonces allí está trabajando un problema. Pero la dificul­
tad específica consiste en que el problema no puede ser
formulado por el conjunto de esquemas, ideas, referen­
cias y metáforas propias del discurso que está padeciendo
los efectos secretos de dicha alteración.
2. Esta serie de fenómenos habla de. una historización
específica de los dispositivos que manifiestan los obstácu­
los y entorpecimientos. El discurso se historiza cuando to­
ma cuenta de las transformaciones que han ocurrido en el
sustrato discursivo; pero con ello no basta. Pues es preci­
so también que elabore toda una serie de transformacio­
nes en su propia operatoria. Pero esta serie de transforma­
ciones no se reduce al simple agregado de un término. La
organización se había montado en base a unas condicio­
nes imperceptibles que sólo se han manifestado en el ac-

74 Se puede consultar, en torno de la noción de situación singular, Campagno, lewko­



wicz, La ITisroria sin objeto, Buenos Aires, 1998, 1 parte.

-152-
to de ausentarse. Las nuevas condiciones en el sustrato re­
belde revelan implacablemente puntos ciegos de la orga­
nización hasta entonces eficaz.75 Pero, si esos términos
que ahora se presentan como obstáculo real habían esta­
do radicalmente excluidos del horizonte en que se ha
constituido el discurso hoy problemático, su presentación
actual exige alteraciones cualitativas. El discurso para el
que han emergido como punto real se encuentra con su
imposible situacional específico. No se trata sólo de un
nuevo término antes inexistente; se trata, más profunda­
mente, de la presentación de un imposible. Los axiomas
que hasta aquí habían impulsado el proceso se convierten
en obstáculos para el proceso mismo. Una alteración en el
campo de los axiomas no puede considerarse como un
agregado de un término faltante sino como alteración. El
discurso se altera, deviene otro que sí. Aquí tiene sentido
hablar de historización. El pensamiento de las mutación
.de las condiciones ha revelado un imposible finalmente
posibilitado; ha decidido la existencia de un término antes
imposible; el universo de discurso se ha alterado en su es­
tructura. La intervención sobre el zócalo discursivo altera­
do tiene efectos de historización.75
3. El nuevo término y sus consecuencias para la situa­
ción específica en que un discurso se encuentra ante sus
impasses, naturalmente, no se deducen de la percepción
de las mutaciones del zócalo. Corresponde a la institución
o el discurso en cuestión nominar el término emergente,
así como obtener las consecuencias fieles de esa nomina­
ción. En la situación específica sobre la que trabaja el en­
sayo, los agentes de las instituciones y discursos que tra­
bajan en torno de la infancia -y que encuentran dificulta-
75 La serie de problemas en torno del punto ciego de un discurso y sus modos de ma­
nifestación ha sido tratada respecto de la situación del discurso histórico en "La histo­
ria desquiciada", Buenos Aires, Oxirnoron. 1993.
76 Sobre el concepto ele historización pertinente para estas líneas. ver Ignacio Lewko­
wicz, "El concepto de historización", en Revísca del Colegio de Escudios Avanzados en Psi­
coancilisis. 1996. Véanse también los tres articulas de HA publicados en las Acras del
Congreso ele ADEP (Asociación de Epist<cmologia del Psicoanálisis), 1997.

-153-
des para proseguir con el conjunto de hábitos y referen­
cias establecidos- han de hallar las consecuencias que
acarrea la destitución de la niñez.
4. Según la relación de implicación que ha sido tratada
en otra observación, la mutación del sustrato discursivo
acarrea consecuencias sobre las disciplinas sociales que lo
analizan. Algunos fragmentos del Ensayo y algunas de es­
tas Observaciones pueden ser considerados como la ob­
tención de algunas consecuencias para las disciplinas con­
vocadas en el análisis. La mutación de las realidades dis­
cursivas involucra también la mutación de los instrumen­
tos de pensamiento implicados en el proceso. No hay cam­
bio de las realidades sin cambio en la realidad de los es­
quemas de pensamiento que forman parte de esa realidad.
Las herramientas puestas en juego para el Ensayo han si­
do elaboradas para la intervención misma: no estaban pre­
constituidas en una consistencia teórica aparte, dispuesta
para ser aplicada. Si las herramientas han ido forjándose
en el transcurso de la intervención (y ésa es la médula de
la intervención para los discursos convocados), se com­
prende que haya inestabilidades teóricas, vacilaciones ter­
minológicas, homonimias abruptas y sinonimias visibles
(por ejemplo, en torno de los términos niñez, infancia, ca­
chorro; o en torno de los términos síntoma, real, interpre­
tación; o de los términos institución, discurso, práclíca).
Pero esta comprensión no es un acto piadoso que permite
algo indebido por las circunstancias atenuantes. El pará­
metro de validez no es la consistencia teórica del sistema
sino la eficacia situacional de pensamiento.
5. La intervención se diferencia del sistema en su trata­
miento del resto. La intervención es una operación con
resto. La presencia del resto -resultante de la interven­
ción- es el indicador de que lo que ha acontecido fue
efectivamente una intervención y no una reproducción o
revelación de lo real en sí. Ese resto -o exceso- produci­
do por la intervención es a su vez terreno de intervención.
-154-
En una interpretación sobre un síntoma el que habla está
tomado por eso de lo que habla. Oscila entre la posición
de síntoma y de analista. La autocrítica es así la detección
de los puntos en que, en la interpretación del síntoma, in­
terviene el síntoma como supuestamente intérprete. La in­
terpretación así también es interpretable. Como el intér­
prete está también tocado por el síntoma que interpreta,
necesita de una nueva intervención que deslinde lo sinto­
mático de la primera interpretación. Así aparece un aspec­
to decisivo de la intervención: el carácter activo del que
escucha, o del que lee. Una intervención postula activa­
mente al otro, en la medida en que lo necesita estructural­
mente para escindir lo interpretativo de lo sintomático de
la propia intervención. Ahora bien, eso ocurre sólo si el
que escucha ha sido tocado por la intervención.

-155-
UNA OBSlER.VACllÓN SORR.!E !LAS CRiENCllAS §OCllAJLlES
Y !LAS MODAS ífiEÓ!RKAS

l. En las actuales condiciones de trabajo, las ciencias


sociales sufren un proceso de desorientación generaliza­
da. La desorientación no atañe sólo a los agentes de las
disciplinas sirio también a las teorías mismas. Sin puntos
problemáticos de intervención, sin dispositivos efectivos
de conexión con las situaciones de las que tratan, la indi­
ferencia ataca a las doctrinas que circulan en los medios
académicos.
2. La lógica de selección de las teorías parece una vorá­
gine sin ley, autónoma en sus movimientos sorpresivos.
La vorágine, la hiperproducción teórica, pasa según el im­
pulso de la moda para anular su efecto. Dicen que éste es
el vacío propio de los noventa: todo irrumpe para trans­
formarse en nada. Del movimiento de irrupción y retirada
parece que nada queda: una nostalgia más, una esperanza
más, una decepción más. Pero estas esperanzas, decepcio­
nes y nostalgias ya no tienen la sorpresa de una apuesta
sino la certeza de una fatalidad.
3. La lógica de la moda es implacable: renovación siste­
mática del material distintivo. Sin implicación práctica ni
subjetiva, las teorías funcionan como emblemas de grupo.
Una nueva moda no viene a inaugurar una experiencia:
viene a sustituir a las modas anteriores. La lógica no es la
lógica de la serie, la sucesión, la interacción, el proceso, la
historia, o corno prefiera llamar a esa imbricación tempo­
ral: es la lógica de las sustituciones sin resto. Las teorías
no marcan ni son marcadas por el campo.
4. Las teorías funcionan como emblemas de grupos pa­
ra diferenciar los grupos en ocasiones particulares, que
pueden durar horriblemente. Cuando los grupos de inte­
lectuales -el término es abusivo precisamente para esas
circunstancias- no pueden diferenciarse por sus prácti-

- /56-
cas, sus implicaciones, sus apuestas, s
_ us producciones, se
diferencian por sus emblemas. "Estamos bajo esta otra
bandera: evidentemente nosotros no somos ellos", pero
sólo 'evidentemente'.
S. Donde no hay diferencias reales de implicación prác­
tica y subjetiva, sólo hay diferencias imaginarias. Sin im­
plicación práctica de una teoría, sólo hay el juego especu­
lativo, que compara consistencias, sin punto real de ancla­
je para discriminar. Se trata sólo de ver cuál teoría opina
más lejos. De lo real, sólo se escucha la risa.
6. Las diversas teorías sociales aspiran a dar cuenta de
diversos aspectos de lo social. Pero también aspiran a dar
cuenta de sí mismas. Ahora bien, si dar cuenta significa
posibilidad de modificación de la posición subjetiva, para
cada teoría tiene que advenir un real, un campo de inter­
vención, un punto de implicación, un afuera interior en
que se ponga a prueba o, mejor, se produzca su capacidad
de operación. Si no hay otro de la teoría, todo es parte de
la teoría: no salimos de su galería interna. Y en esas con­
diciones, en términos prácticos, cualquier teoría se con­
vierte en doctrina: y las distintas doctrinas valen lo mis­
mo. Se abre entonces un tedioso debate sobre las formas
de legitimación interna de estas doctrinas.
7. En nombre de una supuesta modernidad construida
ad hoc, se convoca al rigor epistemológico para que no to­
do valga lo mismo. En nombre de una posmodernidad si­
métrica, se rechaza por dogmática la doctrina epistemoló­
gica para adoptar la doctrina estetizante del gusto. Pero
tampoco puede evitarse que las diferentes técnicas de le­
gitimación (para que no todo valga lo mismo) valgan, a su
turno, lo mismo. Pues los mismos criterios puestos para
legitimar las teorías aparecen a la hora de legitimar las
técnicas de legitimación. Sólo el punto de implicación es
el que por sí propio selecciona los términos pertinentes.
8. Sin algún exterior, sin algún punto de alteridad que

-157-
funcione como causa, no hay punto respecto del cual va­
luar la capacidad de las doctrinas. Lo único que ordena y
jerarquiza las teorías y sus conceptos es su función de he­
rramienta, de operador clínico, de transformador del mun­
do, en un campo práctico de implicación. La epistemolo­
gía dura -que consiste en confundir rigor con rigidez- y
la epistemología blanda -que simétricamente retoriza la
preferencias del gusto- ordenan imaginariamente los mé­
ritos.
9. Las orientaciones posibles en este campo han queda­
do establecidas hace tiempo: "Los filósofos han interpreta­
do el mundo de distintas maneras; pero de lo que se trata
es de transformarlo." Entiéndase bien. Se llama filosófico
al discurso que consiste en interpretar el mundo de diver­
sas maneras: este mundo, aquel mundo, este fragmento,
aquella parte, esa región. Pues se trata de transformar
cualquier mundo dado, sus supuestos fragmentos o regio­
nes. O, en otros términos, de transformar las situaciones.
Las disciplinas sociales se orientan hacia la consistencia
filosófica (dura o light) o se orientan hacia la transforma­
ción práctica. En el primer camino, transcurren imagina­
riamente en otro "nivel" -el nivel del conocimiento- que
el de las situaciones. Discurren sobre las situaciones. En el
segundo, operan en el mismo terreno sobre el que supues­
tamente discurren. La relación no es de aplicación sino de
implicación.

-158-
ll/NA 0!3SlERVACllÓNl SOJEJRIE. lLA )Dl!E§THUCHÓN
MJETAJDH§Cl!JR§ITVA. lDl'E lLA iNllFANCHA

l. La lectura del Ensayo puede suscitar una pregunta in­


sidiosa. ¿La destitución mediática de la niñez es una re­
presentación mediática de una realidad independiente de
la representación o se trata de una subjetividad institui­
da? La respuesta del Ensayo es firme y problemática. Por
un lado, el DMM representa; por otro presenta, o institu­
ye; o destituye. El problema se vincula con el carácter dis­
cursivo de la representación mediática.
2. Partimos del hecho de que el DMM es un discurso. Se
trata del discurso que en la situación en la que interviene
el Ensayo se eleva al rango de metadiscurso. Como cual­
quier discurso, el massmediático pone en circulación unos
enunciados a partir de unas prácticas de enunciación. Co­
mo cualquier discurso, la visibilidad del enunciado pues­
to a circular torna invisibles las prácticas de enunciación.
Como las prácticas de enunciación no se reducen a las de
emisión sino que están en conexión interna con las de re­
cepción, lo que se calla en el discurso massmediático son
las prácticas de emisión y recepción.
3. Las prácticas de emisión que definen la posición de
metadiscurso -aparte de los procedimientos específicos
del DMM- son claras: prácticas de representación de
otras prácticas.7 7 Las prácticas representadas son otras
por el hecho de ser representadas. la enunciación propia
queda abolida por integración en los procedimientos
enunciativos propios de las estrategias de representación.
El enunciado se traslada. Su sentido es sustancialmente
otro porque el sentido es la enunciación, y esta enuncia­
ción es otra, porque es la propia del metadiscurso.
4. La invisibilidad de los procedimientos determina la
77 Sobre la relación entre prácticas y representaciones. mediadas por las prácticas de
representación de otras prácticas, ver "La historia sin objeto", oµ. cit., 3.ª parte.

-159-
invisibilidad de los efectos de esos procedimientos. Esta
invisibilidad transcurre tanto en la emisión como en la re­
cepción. Las prácticas de recepción son imperceptibles an­
te la evidencia del enunciado recibido. Pero la acogida de
ese enunciado sólo puede darse si el receptor realiza de­
terminadas operaciones inducidas por el discurso que lo
dispone como receptor y del que forma parte. Y, si defini­
mos como subjetividad propia de un discurso a la serie de
operaciones requéridas para habitarlo, entonces la subje­
tividad producida por la pertenencia al universo hegemo­
nizado por el DMM permanece secreta y eficaz.
5. El discurso se funda en la escisión entre los enuncia­
dos perceptibles y las prácticas de enunciación silencia­
das tras la voz del enunciado. En términos sítuacionales y
subjetivos, el sentido de esos enunciados es precisamen­
te la fuerza silenciosa que, reprimida, los sostiene. Lo que
mediante el discurso se dice encubre lo que el discurso
hace. La eficacia del hacer se acalla en el ruido monótono
del decir. El DMM, en lo que dice, calla lo que hace. No es
mala fe: es puro efecto de estructura.
6. El DMM, en el plano de los enunciados, representa
una niñez exterior e independiente de él. Ya se vio en el
Ensayo que la delimitación de un exterior es una opera­
ción propia del discurso hegemónico que encubre su he­
gemonía postulando esos puntos supuestamente indepen­
dientes. Esa niñez que representa el DMM puede ser tanto
la modernamente instituida como la contemporáneamen­
te destituida. Pero lo cierto es que también, en el plano de
la enunciación, el DMM es una secreta práctica de institu­
ción de niñez contemporánea; y destitución correlativa de
la niñez que los saberes modernos se han acostumbrado a
confundir con la infancia a secas.
7. La existencia masiva de los agentes del DMM induce
ya la sospecha de que el universo práctico en que se ha
constituido la niñez de la era de la burguesía se ha altera-

-160-
do sustancialmente. Las horas consagradas a la lectura,
escucha, visión y comentario del DMM habla de una muta­
ción del zócalo práctico de aquella niñez tradicional. El
hecho fuerte no es tanto qué se escucha, lee o mira, sino
que se escuche, lea o mire en las condiciones prácticas del
DMM.
8. El DMM puede tranquilamente imaginar que repre­
senta; puede, con la misma tranquilidad, ignorar que ins­
tituye. La infancia actual es una entidad mediática; lo cual
no significa que sea meramente representada, sino que
también es instituida por las prácticas massmediáticas.
9. Puede que se convoque a los saberes constituidos en
el zócalo nacional; puede que se convoque a las opiniones
constituidas en la percepción de los fenómenos contem­
poráneos. Esos saberes y opiniones serán representacio­
nes propias del DMM. La figura del panelista difiere por el
mensaje; pero el "medio" obliga a unos y otros a opinar. El
medio obliga al receptor a opinar sobre las opiniones. La
subjetividad cuyo criterio de verdad es la opinión se gene­
ra mediante estas prácticas y no mediante la propaganda
ideológica acerca de las virtudes de la opinión. Esa infan­
cia endiablada con opiniones de adultos es efecto también
de estas prácticas; esa infancia que no juega -en la medi­
da en que no juega- es también tributaria de estas prác­
ticas; esa infancia que tan poco difiere en sus prácticas ho­
gareñas de las de los adultos es efecto de la subjetividad
mediáticamente instituida como uniforme; vale decir, ad­
mitiendo una casi infinita variedad de opiniones.
10. Los saberes acerca de la infancia, instituidos por los
discursos característicos de la era de la pedagogía moder­
na -con su correlato psicoanalítico de divulgación-, pa­
recen ser la ideología dominante en el mundo de los enun­
ciadns mediáticos. Esos saberes, constituidos en otro te­
rreno, han perdido el zócalo presentativo que los autori­
zaba como eficaces. La representación sin presentación es

-- 161 -
una condición sumamente eficaz para transitar fluidamen­
te en el espacio de la opinión. El campo de enunciados del
DMM transita entre los antiguos saberes y las nuevas imá­
genes de la infancia.
11. El DMM parece emprender con renovada potencia la
tarea pedagógica de divulgación de los saberes modernos.
Parece estar al servicio de aquella infancia y sus especia­
listas. Pero ese decir es necesario para que su hacer que­
de encubierto incluso para los propios agentes. Con sólo
representar al saber moderno, transforma ese saber en
mera representación; pero lo ignoran unos y otros (imagi­
nariamente: conductores y panelistas). El DMM, a través de
sus agentes propios o de los tornados de otros discursos
en él representados, dice cosas acerca de los niños; pero
al decirlas los hace sujetitos de opinión, consumo, ima­
gen. Discurriendo así acerca del padre y el hijo, instaura
de hecho la figura del consumidor padre y el consumidor
hijo, cuyas diferencias generacionales ya no respetan el
abismo de la institución moderna. Las relaciones no giran
en torno del saber y la ley sino en torno de la información
y el poder. Se trata, por ejemplo, del poder de decisión de
las compras, mediante la posesión contemporánea de la
información precisa por los niiios, en lugar del impn::ciso
saber genérico de los padres. En términos del discurso
moderno sobre la defensa de los niños, esto puede llamar­
se mediáticarnente "dernocratización de las relaciones fa­
miliares", pero el suelo práctico es realmente otro.
12. Esta operatoria mediante la cual se convoca a los
antiguos saberes para que realicen su apelación ritual al
retorno de un pasado supuestamente normal es la carac­
terística de los discursos restauradores. El retorno es una
operación acaso posible en el espacio, pero imposible en
el devenir. La ficción del retorno encubre la destitución de
las condiciones que hacían posible eso a donde se preten­
de retornar.
13. El Ensayo toma síntomas de destitución de distinta
- 162-
raigambre. Hay prácticas que se presentan sin estar repre­
sentadas (por ejemplo, la operatoria enunciativa del dis­
curso massmediático, pero no es la única); hay represen­
taciones que han perdido su umbral práctico de referen­
cia. Las primeras constituyen singularidades efectivas; las
segundas, excrecencias meramente enunciadas. Corno sín­
tomas son distintos; pero conducen al mismo punto: el
agotamiento de las prácticas de institución de la niñez
moderna; la emergencia secreta de prácticas de destitu­
ción de aquella niñez y que inducen algunos rasgos subje­
tivos alterados. Pero de la destitución no se deduce la no­
vedad: no estarnos ante una sustitución de un término
agotado por otro ya consolidado.

-163-
T!R!ES OJES!ERVACHONiES SOJBRIE
!EH.. CONCEPTO DIE AN!FANC!l.A

JPln-ime!l'ai ,rn lbise n-vi:illdó_R'!l� 1ten.-mrniiRJ1,rnfog!Íai.


(ClrlÍaI, ltíliflfIO, infaill'ilCÚtH, etli:.)

l. En el transcurso del Ensayo y las presentes observa­


ciones, es claramente señalable una inestabilidad termino­
lógica en torno del término iill'llif,aumda. A veces el término
designa una institución específica, característica de la fa­
milia- nuclear burguesa, en el seno de los Estados naciona­
les, destinada a la producción genérica de ciudadanos. Pe­
ro otras veces parece designar una entidad real, no insti­
tuida socialmente, que transcurre permanente por debajo
de las diversas instituciones sociales que se montan sobre
ella. Así se puede llamar niños tanto a los modernos pe­
queños habitantes de la escuela y la familia como a los di­
versos pequeños biológicamente atestiguables en socieda­
des muy diversas y distantes. Así, también, se puede lla­
mar niños a los actuales sujetos producidos en la destitu­
ción de la infancia moderna; correlativamente, puede tam­
bién llamarse infancia -como sustantivo que espera un
·adjetivo- al conjunto de individuos que no han traspasa­
do cierto umbral biológico en las distintas situaciones his­
tórico-sociales; también puede llamarse infancia al modo
en que las diversas sociedades instituyen esos años entre
el nacimiento y la transposición del umbral que las socie­
dades consideran pertinente para ser aceptado entre quie­
nes reúnen los requisitos del concepto práctico de huma­
nidad propio de la situación en cuestión. No se intenta en
esta observación establecer una nomenclatura prolija que
defina las ambigüedades sino comprender un tanto más
profundamente la naturaleza de esas ambigüedades (que
no son del Ensayo sino de la realidad en la que interviene).
2. El problema consiste en la serie de dificultades para

-164-
nombrar la diferencia entre el soporte biológítO y la insti­
tución social que apoya sobre él. No es posible nombrar
bajo rótulos diferenciados por la naturaleza misma de la
institución. Si la institución cubre efectivamente el estra­
to real sobre el que apoya, entonces no son entidades di­
ferenciadas; si no cubre, como parece ser el caso en la si­
tuación en que interviene el Ensayo, el estrato biológico
que le subyace, entonces ese estrato queda sin nombre pa­
ra ser designado adecuadamente. Los nombres serán for­
zados, sólo para indicar una diferencia que la institución
hace imperceptible. La destitución lo hace perceptible. Pe­
ro esa percepción es engañosa: no presenta el desfasaje
como estructural si no sólo como "desviación" respecto de
la naturaleza de las cosas. Por otra parte, si la institución
no cubre ese sustrato, no es por su incapacidad sobre ese
estrato sustancial específico sino porque otras prácticas
están moldeando ese estrato de r.nodo tal que sus efectos
impiden la captura integral por parte de la institución tra­
dicional.
;.0 .3. El desfasaje, entonces, no se da entre el estrato natu­
ral sobre el que apoya la institución y la institución que
apoya sobre él. El desfasaje constatable tiene dos proce­
dencias diferentes y conjugadas. Por un lado, como se ve­
rá en la observación acerca de los mecanismos de institu­
ción y destitución de subjetividad, cualquier tipo práctica­
mente instituido sobre carne y psiquis humana produce
un plus irreductible a la institución misma. Se trata del
desfasaje entre la institución y sus efectos pero no del
desfasaje supuesto entré una representación sociocultural
de la infancia y la realidad biológica que la subtiende. Por
otro, el desfasaje se produce cuando sobre la misma car­
ne humana indeterminada comienzan a operar prácticas
distintas que la moldean generando efectos irreductibles
a la significación establecida. Lo real de la infancia no es
la resistencia de una base biológica que no se deja dome­
ñar por las significaciones sino que resulta de un desaco-

-165-
ple en el plano sociocultural mismo. Si llamamos materia
prima para la infancia al cachorro humano, tendremos que
llamar real de la infancia al exceso práctico socialmente
producido respecto de la institución dada., En nuestro ca­
so, si las prácticas modernas instituyen infancia sobre la
cría, las prácticas contemporáneas no sabemos qué insti­
tuyen, pero sí sabemos que destituyen las condiciones ne­
cesarias para dicha infancia:. están en posición de real pa­
ra la infancia moderna pero aún no han instituido su rea­
lidad específica. Podría convenir en llamarse materia pri­
ma de la infancia a la realidad biológica indeterminada co­
mo humana, realidad de la infancia a la institución eficaz
que determina a su materia prima, y real de la infancia a
las prácticas que intervienen sobre la materia prima -o
sobre el exceso producido por la realidad de la infancia­
destituyendo las condiciones de posibilidad de la institu­
ción pero sin instituir una subjetividad substitutiva.
4. De esta complejidad efectiva deriva el fenómeno de
incómoda homonimia en torno del término infancia. Pero
no es todo. Pues por otra parte es predso considerar que
la relación entre las significaciones prácticas instituidas
sobre el estrato biológico y la carne sobre la que inciden
es una relación de detei- minación. Ese sustrato no es una
serie de determinaciones sobre las que se articulan repre­
sentaciones que más o menos se le adecuan; en una serie
de condiciones con severas indeterminaciones que se de­
terminan por la vía práctica en la institución específica
que una sociedad específica hace de eso. Motivo por e 1
cual la subjetividad instituida no establece una idea sobre
la cosa sino la naturaleza misma de la cosa.
5. Cuando en el Ensayo se habla del cachorro humano,
quizá el término sea un tanto abusivo. Pero no por el lado
de cachorro sino por el lado de humano. La especie no es
humana sino sapiens. El cachorro no tiene en potencia la
humanidad, que le es instituida según las prácticas esta­
blecidas como pertinentes para el concepto de humanidad

-166-
instituido en la situación de referencia. 1 Juan Vasen78 de­
signa como cría a ese recién nacido sin estatuto humano.
Esa cría no constituye lo real de la institución social de la
infancia por dos motivos. Por un lado, porque respecto de
las diversas instituciones no estará en posición de real in­
doblegable sino de materia prima maleable. Segundo, por­
que no es siempre infancia lo que se instituye práctica­
mente para determinarlas.,Pero, entonces, ¿cómo llamar a
esas diversas instituciones sociales que determinan lo que
fue la cría en los primeros años? El nombre no puede ser
genérico sino específico. Y el nombre específico es el que
cada sociedad instituye. Las tentaciones son frecuentes:
parvulus, paidos, etc., parecen traducirse sin mayores di­
ficultades, pero con eso se pierde lo esencial. Lo que tie­
nen de traducible oscurece lo que tienen de intraducible.
Y lo que tienen de traducible son sólo los débiles paráme­
tros exteriores de localización que muy poco dicen sobre
la naturaleza de la subjetividad instituida. Se puede con­
siderar como corte pertinente en común -eso que propor­
ciona la materia traducible de los términos- la edad. Pe­
ro cualquier corte por edades en el continuurn biológico
ele los años va a remitir a un corte simbólico establecido
como natural (de la naturaleza restringida de ese discurso
en particular) en condiciones muy locales. Distintas socie­
dades establecen cortes simbólicos como edades de la vi­
da en números de años muy disímiles. Y, por otra parte, el
indicador ele los años como parámetro reduce los prime­
ros años a un soporte material vacío sin cualidad que le
proporcione una naturaleza. Eso en común, que determi­
naría el umbral de esencia traducible, es nada, es una pu­
ra red ele _condiciones indeterminadas. La subjetividad in­
fantil es la serie de operaciones físicas y mentales que la
cría es conducida a realizar mediante prácticas de crianza
para habitar los dispositivos sociales destinados a produ­
cirla, custodiarla y promoverla al estatuto siguiente esta­
blecido por la sociedad en cuestión ..
78 Juan Vascn, Con duendes y (aniasmas, en prensa.
- 167-
Segu1nudla obseirvad@JTI\: l<iil iJTI\stii'liMd@ííll
difeirendall itlle Ilas «:irfas

l. Es conocida la lección de Legendre.79 La experiencia


humana no es una rama de la zoología de los primates su­
periores; la experiencia humana es irreductible a su in­
fraestructura biológica. De allí que no baste, para que ha­
ya sociedades y humanidad, con producir carne humana:
es preciso instituirla corno tal. Pero instituirla como hu­
mana dista de ser una trivialidad clasificatoria; no alcanza
con poner un cartelito indicativo de la pertenencia huma­
na. Pues, si las monocotiledóneas pueden tranquilamente
ser monocotiledóneas en la olímpica ignorancia de Linneo,
nada de eso ocurre con la carne humana si se aspira a que
sea humana. Para producirla corno humana es preciso
enorme esfuerzo, mediante el cual las sociedades arran­
can a las crías humanas .de su animalidad imposible.
2. La adopción, así, es un fenómeno absolutamente ge­
neral, coextensivo con las sociedades humanas. La socie­
dad entera trabaja para adoptar en los cuadros de su hu­
manidad instituida a ese nuevo eslabón de la cadena.
Adoptarlo equivale a disponerlo como hijo, que en sí guar­
da al futuro ciudadano, súbdito, soldado, o cordero.
3. Las diversas sociedades establecen distintos procedi­
mientos de humanización, procedimientos que inscriben
al individuo dentro de los cuadros sociales que serán, pa­
ra él y los suyos, sus soportes principales. La institución
de humanidad se produce mediante la inscripción de la
carne humana en un cuadro genealógico. Esa genealogía
instituye los tres principios básicos mediante los cuales la
palabra humaniza.so La genealogía proporciona un princi­
pio de identidad (a partir del cual soy el que soy), un prin­
cipio de diferenciación subjetiva (mediante el cual no me

79 P. Legendre, El ineslimable objew de la transmisión, México, Siglo XXI, 1996.


SO ibídem.

- 168-
confundo con los otros ni confundo a los otros conmigo),
un principio de causalidad (mediante el cual soy el que
soy y no me confundo con otros porque fui engendrado
por tales padres). No es preciso esforzarse demasiado pa­
ra ver aquí la matriz de los principios lógicos de identi­
dad, no contradicción y razón suficiente.
4. La cría humana no es de por sí niño; tal vez ni siquie­
ra es hijo. Es cría. De cría a hijo y de hijo a niño el pasaje
fue efectivo porque así lo han instituido prácticamente ·1as
prácticas modernas burguesas. Para que haya nifios y no
meramente hijos o crías, fue preciso que se hayan dado
una serie de condiciones. Pero estas condiciones se pue­
den reducir a una: separación y distinción de un espacio
para los niños. Ese espacio está destinado a constituir la
separación de dos mundos, a elaborar la separación y a
preparar el tránsito de un espacio a otro. Por eso el opera­
dor clave de ese espacio es el juego.si Pero el espacio del
juego como tal sólo está formalmente instituido en el
mundo burgués de las familias y la escolaridad. La delimi­
tación de una percepción separada para el niño (por ejem­
plo, el estudio de las proporciones de Durero), de una ro­
pa diferenciada que los simbolice como tales niños que
juegan (ropa juguetona y ropa de jugar), de unas prácticas
específicas (habitaciones, juguetes, cena y sueño, juegos y
escolarización) hace que el niño sea efectivamente niño.
Por fuera de la institución moderna, el concepto de niño
resulta una traducción engañosa que se desentiende de lo
esencial.
S. Pues todas las delimitaciones modernas no constitu­
yen el reconocimiento de la verdadera naturaleza del ni­
ño, velada del paleolítico inferior al Renacimiento, sino la
institución específica de la infancia por la distribución de
unas series de prácticas consustanciales con un período
del régimen burgués de producción, con la organización

81 Sigo en este punto la linea trazada por J. Vasen en el libro antes mencionado.

- /69-
en Estados nacionales, etc. Pero esa configuración laboral
-que separaba el mundo del trabajo de! mundo del niño­
e institucional se está hoy deshaciendo. Los soportes ins­
titucionales que hacían al niño (es decir, un humanito que
juega) se van ausentando de la escena. La serie de prácti­
cas que ahora despliegan los niños no coincide con lo que
la institución moderna de la infancia nos había acostum­
brado a percibir y esperar. ¿Esta mutación acarrea una
destitución del espacio del juego, de la niñez, etc.?
6. Prudentemente, el Ensayo está lejos de profetizar:
parece disponerse a observar cuáles son las mutaciones
específicas producidas por los cambios de organización
social en la subjetividad de las crías. Lo cierto es que ig­
noramos radicalmente cuáles son las modalidades de in­
fancia compatibles con el Estado técnico-administrativo,
con la privatización general de las vidas o con el telecon­
sumidor como tipo subjetivo que sustituye al ciudadano.
El tipo de infancia no es deductible: hay que esperarlo en
las escenas en que realmente se manifiesta. Ya llamarlo in­
fancia es una especie de anacronismo inevitable.

Teircen obsell"vadó1m: dli1fktu1h21<rlles


cioill!ttem¡poll"á!llleais de ñn.sll:iittll.!!(ciÓ!lll

1. En términos generales, el modo de instituir las crías


depende del tipo subjetivo adulto del que se supone que
constituye su destino. Si los Estados nacionales requieren
del tipo del ciudadano, y si el ciudadano se define por su
modo específico de relación con la ley, el Estado nacional
establece el dispositivo familiar-escolar de tal modo que
los niños se organicen en torno de los principios legal�s.
Desde el punto de vista de la subjetividad estatal requeri­
da, la complejidad de la vida psíquica moderna aparente­
mente originada en las organizaciones familiares es sólo
una delegación estatal tutelada para que las familias gene-

-170-
ren individuos capaces de vivir en un estado de igualdad
ante la ley.
2 . .,Estas modalidades de institución de la infancia-o la
humanidad temprana, para decir algo que vacíe de conte­
nido un poco más el nombre- que preparan para una vi­
da adulta cuya subjetividad opera como meta, caracteri­
zan las sociedades que tienen un modo particular de rela­
ción con la temporalidad-. 1Si la infancia es preparatoria y
si la sociedad sabe cómo preparar a esos niños, entonces
esa sociedad funciona en base a una temporalidad progra­
mable, No hay preparación sin certezas -reales o imagi­
narias- sobre el devenir ulterior. Se prepara a una cría pa­
ra un mundo que la espera con unas realidades fijas o con
unos patrones de cambio predictibles (por ejemplo, bajo
el paradigma del progreso). !La temporalidad homogénea
-fija o progresiva- socialmente instituida fija los carriles
por los cuales la crianza forjará las pautas subjetivas ne­
cesarias.
3. Pero ¿qué sucede si la temporalidad socialmente ins­
tituida no pertenece al campo ele la homogeneidad? ¿Qué
sucede sí, como en nuestras formas sociales y doctrinas
contemporáneas, el devenir ha devenido aleatorio? El
tiempo caótico, determinado por la multiplicación de las
velocidades de conexión y por la multiplicación de los
centros de decisión autónoma o en red, afirma -quizá por
vez primera, pero eso no significa nada- la positividad de
unas realidades cuya característica asumida es la impre­
dictibilidad. Las situaciones se nos presentan como autó­
nomas y no como parte integrante de un conjunto abarca­
dor llamado "la época". La serie de situaciones parece ca­
recer de un ordenador secuencial que torne previsible el
término siguiente.
4. Hasta aquí -y el Ensayo sigue funcionando en ese es­
quema-, era posible pensar en términos de subjetividad
de época. En la medida en que el tiempo socialmente ins-

-171-
tituido proveía una serie razonable de pasos o secuencias
-tanto para las vidas individuales como para los procesos
colectivos- , el conjunto de las situaciones estaba -ima­
ginaria, vale decir, eficazmente- integrado en una totali­
dad de época. Los rasgos subjetivos adquiridos en una
etapa de la vida eran pertinentes para la siguiente porque
lo mismo se desplegaba bajo la forma del progreso. El tér­
mino siguiente estaba instituido como el despliegue de lo
que el anterior contenía en potencia. Pero nuestro devenir
contemporáneo postula que los ámbitos de restricción del
azar se han limitado severamente, que el futuro es una in­
cógnita. Consecuentemente, la preparación característica
de la humanidad temprana presenta un signo de interro­
gación y uno de perplejidad.
5. La mu !tipi icidad dislocada de situaciones sustituye a
la serie armónica de la época. La subjetividad pertinente
para habitar una situación no proporciona recursos para la
siguiente pues se ignora explícitamente cuál es la siguien­
te. La subjetividad no es de época sino de situación. Lo
cual da lugar a dos posibilidades. O bien, en la medida en
que nada se sabe según la temporalidad caótica instituida,
para nada se prepara a las crías -y la crianza consiste en
esos pactos de amistad y felicidad mutua en la instanta­
neidad de las satisfacciones-, o bien se asume como un
dato positivo que la temporalidad previsible ha sido archi­
vada. En tal caso, no es que nada se sepa del futuro, sino
que se sabe que diferirá del presente, que el tiempo que
han de vivir las crías actuales en un futuro es un tiempo
de sorpresa, imprevisible. Pero entonces podrán ser pre­
paradas porque se sabe lo esencial. Si bien quizá todos los
demás núcleos subjetivos permanezcan indeterminados y
abiertos (la relación con la ley y los poderes, los criterios
y procedimientos de producción de verdad, los modos de
determinación y asunción de la responsabilidad), la rela­
ción con la temporalidad instituida podrá ser determina­
da. Habitar la sorpresa y la imprevisión requiere también

- 172-
de una preparac10n. ¿Qué discursos, qué prácticas, qué
dispositivos estarán a cargo de la tarea?

-173-
TRJES OBSIERVACIONlES ACIERCA ID!E !LA CRllTKA

1. La crítica tiene su historia. También forman parte de


esa historia las diversas definiciones que pueda adoptar el
término "crítica"; e inclusive esa historia también se nutre
de las impugnaciones críticas que ha sufrido el término.
Aquí se llama crítica a un campo difuso de fenómenos aca­
so heterogéneos pero que tienen una característica co­
mún: están animados explícita o secretamente por la tesis
según la cual el pensamiento altera la configuración de las
situaciones, y la convicción concomitante de que es ése el
sentido y el destino del pensamiento.
2. La crítica tiene su historia, pero esa historia no es só­
lo una historia epistemológica de modelos o paradigmas
puestos en juego en la tarea crítica. El devenir de las for­
mas de la crítica depende fundamentalmente de la eficacia
que, en su cometido, van hallando las distintas tácticas
utilizadas. No importa aquí el hecho -sin embargo, deci­
sivo- de que las teorías críticas puedan ser ciegas al mo­
tivo de su eficacia tanto como al de su caída en esterili­
dad. Lo decisivo es que las condiciones que traman la his­
toricidad de la crítica suelen permanecer ocultas en la vi­
sibilidad extrema de la vigencia o la impugnación episte­
mológica de modelos o paradigmas. Más claro: si una teo­
ría crítica cae en esterilidad, probablemente no sea porque
su modelo o paradigma haya sido impugnado por alguna
epistemología. Se trata, simplemente, de que esa teoría no
ha encontrado el modo de producir sus efectos anhelados
en el campo elegido. Pero la idea idealista de la crítica se­
guramente atribuirá el impasse productivo a alguna falsa­
ción en el modelo. Quizá se trate precisamente de lo con­
trario: la sucesión de n-1ode\os epistemológicos de la críti­
ca seguramente se deba a impasses prácticos que, no asu-

- 174-
midas en interioridad por la rectificación epistemológica,
gobiernan secretamente a distancia los requerimientos pa­
ra la nueva estrategia que se quiera activa.
3. Así, la historia más visible de la crítica se lee en el
cambio de modelos críticos. Por eso presento, en princi­
pio, un ejercicio un tanto formal para caracterizar una se­
rie de modelos críticos. Luego , el movimiento se va a com­
plejizar. Este ejercicio formal puede dar alguna luz para
describir los distintos modos de proceder en la crítica. Pe­
ro la descripción deja en suspenso la explicación (siempre
sucede cuando se enumeran descripciones narrativamen­
te conectadas). La explicación se sitúa en otro terreno, fre­
cuentemente invisible en el movimiento que la crítica en­
cara para atravesarlo. La explicación de los cambios de pa­
radigma -y de su vigencia- depende de las condiciones
efectivas de la capacidad de intervención que tienen las
estrategias críticas. Una estrategia no se abandona por
epistemológicamente superada; se supera epistemológica­
mente por estar prácticamente agotada.
4. En el primer paso formal, puede ser útil un uso un
tanto escolar de un núcleo de I pe nsamiento lacaniano. Las
exégesis varían, pero las letras RS\ para Real, Simbólico,
Imaginario constituyen una marca inconfundible de tres
registros heterogéneos. Esas tres modalidades podrán ca­
racterizar tres estrategias críticas diferentes. Una estrate­
gia crítica que toma su paradigma de 1, una que lo toma de
S, otra que lo toma de R.
5. Sabemos -aunque no sepamos otra cosa- que R, Se
1 son dimensiones de un nudo borromeo: cada anillo es a
su vez R, Se l. Esta distinción en rigor es puramente de én­
fasis; no son entidades, estratos o niveles. En las tres es­
trategias hay 5, hay R, hay l. Una predomina.
6. La crítica consiste en remitir I o que en un plano que
aparece como totalidad evidente a otro plano que muestra
que las cosas eran de otro modo. Desde Platón, la estrate-

� 175-
gia de la crítica es la remisión de la doxa a la episteme. La
doxa es saber de lo que aparece. En cambio, el valor de la
episteme varía radicalmente de estrategia en estrategia,
según si la R, la So la I tienen valor hegemónico.
7. Una primera estrategia que consiste en la remisión
del saber de lo que aparece a un saber de lo que no apare­
ce pero es más esencial. La primera estrategia crítica remi­
te del imaginario aparente a una parte de la realidad más
real que la que se presenta, con mayor intensidad ontoló­
gica. La apariencia es casi no ser, la realidad esencial es la
plenitud del ser. Esa realidad esencial está en sí determi­
nada, especificada por sus propiedades, maligna o torpe­
mente encubierta por las falsas propiedades de la aparien­
cia. Podemos llamarla crítica sustancialista o positivista:
es la remisión -en el interior de lo real- de un estrato su­
perficial a un estrato más profundo. Es un positivismo de
dos plantas cuya operación es esa remisión de una parte
degradada a una más esencial, pero sigue siendo una ope­
ración en el interior mismo de lo real poblado de entida­
des por sí determinadas. La operación básica de esta críti­
ca sustancialista está guiada por la metáfora del funda­
mento, la metáfora de la profundidad, de todo lo que es de
difícil acceso.sz Se trata del primer umbral de la crítica,
que opone a una consistencia falsa una realidad verdade­
ra, visible para quien pueda y sepa verla. Este primer u m­
bral es el que predomina prácticamente -sin dominar en
la ya reflexión sobre sí- en la espontaneidad crítica que
impugna una realidad por meramente falaz.
8. La segunda estrategia nace con el nombre de crítica.
También es una remisión de lo que aparece a otra instan­
cia. Pero en este caso la remisión de la doxa a la episterne
es la remisión de lo que aparece, lo imaginario, a un orden
simbólico que lo posibilita. Es la remisión de lo posibilita-

82 El nombre de Platón -un Platón de escuela secundaria- se asocia f�cilmente con es­
ta primera mocl�lidad crítica.

--176--
do a su condición de posibilidad. Ésa es la critica que
abrumadorarnente desarrolló el estructuralismo. Nunca la
estructura es la causa de lo que se presenta como determi­
nado pero constituye la red de condiciones determinadas
cuya operatoria permite la presentación de lo estructura­
do.83
9. Ahora bien, estas dos primeras, la crítica estructura­
lista y la sustancialista, arraigan las dos en una ontología
identitaria y pueden funcionar como teoría crítica en la
medida en que distinguen siempre dos niveles: el prime­
ro, el que aparece, y el segundo, el que aparece para un
ojo más claro. Las dos pueden tener estatuto de teoría por­
que el ojo que ve más claro puede ver ese segundo nivel
escondido en la medida en que el segundo nivel está tan
estructurado corno el primero. Es decir que la distinción
entre dos niveles termina sancionando la distinción entre
teoría y práctica. Cuando se sanciona la distinción entre
teoría y práctica, es que hay posibilidad de conocer teóri­
camente el nivel más esencial.
10. La tercera estrategia -si la primera era la remisión
imaginaria del I presentado a un I esencial escamoteado,
pero también presentado; si la segunda era la remisión del
1 presentado a las operaciones simbólicas que lo posibili­
tan- consiste en la remisión del I a lo real de las fuerzas
que lo producen. Ya no es de las operaciones cuya combi­
natoria produce ese imaginario, sino a los poderes que se
determinan produciendo realidad. Aquí la remisión real es
de la consistencia imaginaria a una inconsistencia de base
que se determina en los efectos de superficie. Se trata de
una operación indeterminada de remisión de una determi­
nación presentada a la indeterminación que la ha produci­
do. El estatuto de la crítica aquí no puede ser de teoría crí­
tica sino de intervención crítica. Porque sólo la interven­
ción funciona en el mismo plano práctico de inmanencia.

83 Con la misma distancia, se evoca aquí la figura de Kant.

-177-
Se concibe que las fuerzas o los poderes sólo se determi­
nan en su ejercicio. Aquí, la crítica no remite a una enti­
dad o una estructura de condiciones: no hay una episteme
determinada tras la doxa. La remisión consiste en el acto
de intervención y no en una episteme obtenida.
11. Cuando la crítica toca el punto en e I que se convier­
te en intervención, queda disuelto el límite entre práctica
y teoría que en la versión tradicional corresponden al par
doxa/episteme. Estalla entonces el problema de la relación
entre las prácticas y los enunciados críticos. La teoría, ojo
que ve una segunda escena, se desarticula cuando no hay
segunda escena y tiene que irrumpir en la primera para
hacerla seguir otro curso que no estaba prefijado en libre­
tas terrestres ni celestes.
12. Queda una última cuestión ligada a las operaciones
de remisión. La primera, la remisión imaginaria del l al 1,
se da según el principio integral de causa. El principio in­
tegral de causa aquí es el principio según el cual un fenó­
meno es causado si concurren las causas material, formal
y eficiente. En esa línea las causas final, formal y material
aseguran la continuidad de lo que ya era, en la medida en
que funcionan prácticamente como un principio de razón,
un principio de razón que establece una proporción entre
las dos realidades. Siempre hay un principio de semejan­
za. La causa eficiente actúa, pero vigilada muy de cerca
por las otras tres; está en posición de agente, y tiene que
ver con la operación más elemental que es la actualización
de lo que está en potencia, la realización de lo que ya es­
taba.
13. En la segunda crítica, la operación ya no es la bús­
queda de la causa sino las condiciones. Lo que interesa es
la relación y no la proporción entre lo posibilitante y lo
posibilitado. Lo posibilitante es siempre un cubo algebrai­
co de las condiciones: se pueden poner doce, dos o cien,
da lo mismo. Pues se trata siempre el e un álgebra formal

-178-
que se presenta como una combinatoria rica. La categoría
clave ahí es la de condición de posibilidad. Pero esa con­
dición está aún muy tomada por su semejanza con lo po­
sibilitado: lo efectivamente dado no es más que la actuali­
zación de uno de los posibles contenidos a priori en las
condiciones.
14. En la tercera crítica, la remisión es siempre la saga
de la causa eficiente; el hacer de la causa eficiente es pre­
cisamente azar en el sentido más fuerte, en la medida en
que no funciona regulado ni por un sistema a priori de
condiciones de posibilidad ni por un sistema a priori de
razones que predeterminan el efecto.
15. Éste era el esquema del que partió la investigación
en la que se basa el Ensayo. La tercera estrategia se propo­
nía como capaz de atravesar las dificultades que habían
llevado a los impasses de las primeras dos. Pero quedaba
mucho aún por recorrer para alcanzar unas formulaciones
críticas capaces de determinar activamente las exigencias
formales de la tercera estrategia ele remisión.
16. El derrumbe del mundo que había producido la in­
fancia era también el derrumbe del mundo que había po­
sibilitado la emergencia y la eficacia de las dos primeras
modalidades epistemológicas de la crítica. El universo dis­
cursivo que el Ensayo llama Estado nación era el que ase­
guraba la distinción entre teoría y práctica así como la efi­
cacia práctica de las teorías críticas. Su desvanecimiento
tenía que ofrecer una serie de obstáculos inanticipables en
el momento ele emprender la intervención crítica.
17. Porque, en este caso, ¿qué eran las fuerzas y los po­
deres? ¿Cuál era la eficacia de estas categorías para pen­
sar las instituciones, sus condiciones, sus prácticas, sus
.discursos? ¿_Qué eficacia iban a tener los recursos ele las
diversas disciplinas para esta rernisión? ¿Cómo se iban a
articular estos recursos con los conceptos de síntoma, ins­
titución y destitución? ¿Cuáles eran los requisitos ontoló-

-179-
gicos pertinentes para comprender y operar en este reg1-
men? ¿Y cuáles eran las consecuencias sobre la propia
imagen de la crítica que derivaban del hecho de haberla
emprendido? ¿Cuáles eran los conceptos de sujeto y de
subjetividad compatibles con esta comprensión y práctica
de la tarea crítica? ¿Qué imagen del pensamiento era per­
tinente para la imagen actual del pensamiento crítico?
18. Son problemas que han ido determinándose con el
correr de la empresa crítica del Ensayo. Algunas de esas
determinaciones son explicitables en estas observaciones.
Otras aún no, y cuentan como tarea activa del lector.

SegMli!ld¡, obseíivacii@rrn: miDltei'iiaiRfts,mrao e ftitllealliismo


en Ras est11rategiía.s cíimtkas actuaRes

1. La tercera estrategia de remisión crítica tiende a tor­


narse hoy hegemónica; si no en el terreno de la crítica
efectiva, al menos en el plano del desideratum. Vivimos en
un mundo muy contemporáneo: nadie quiere aparecer ex­
plícitamente en posiciones que supuestamente han queda­
do atrás -así funcionan los imperativos de la moda uni­
versitaria. La remisión crítica actual abunda en declaracio­
nes en torno de las indeterminaciones, de la vacancia del
sentido, de la posibilidad de interpretación ilimitadamen­
te abierta. Pero puede tratarse de una treta más del idea­
lismo. En este contexto, idealismo es el nombre de las es­
trategias que afirman el carácter ideal de las ideas, la es­
cisión entre teoría y práctica, el juego de la interpretación
independiente de las operaciones prácticas de interven­
ción. Se ha dicho ya mucho en torno del hombre vacío pos­
modernidad. Podemos agregar una nueva determinación.
Podemos llamar ideología posmoderna a la orientación ac­
tual que sostiene la estrategia de remisión de lo que se
presenta a unas fuerzas siempre y cuando la remisión sea
una operación teórica; correlativamente, podemos llamar

-/,SO-
pensamiento contemporáneo a la estrategia de remisión
que prácticamente opera en el mismo plano de las fuerzas
que han constituido el campo y el síntoma sobre el que in­
tervie.ne la intervención. Será preciso entenderse sobre el
carácter materialista -sobre el carácter contemporánea­
mente materialista- de la estrategia crítica del pensa­
miento contemporáneo.
2. El materialismo difiere del realismo: para el realista
las situaciones son datos de la realidad; para el materialis­
ta, son productos. El sentido de producto es el modo de
producción de esas situaciones. El modo de producción de
las situaciones es la determinación discursiva del comba­
te entre fuerzas. La crítica es la remisión a las causas in­
manentes; es decir, al proceso de determinación de las
fuerzas.
3. Si las prácticas de enunciación remiten a la inmanen­
cia práctica de la situación, el enunciado desarraigado re­
mite a los poderes de \a trascendencia. Si la enunciación
refiere a la productividad de la inmanencia y si la inter­
pretación se orienta a la enunciación, entonces se invier­
te el camino tradicional de la interpretación: no apunta
hacia trascendencias que están más allá del enunciado si­
no a prácticas de enunciación que están más acá del enun­
ciado.
4. Será preciso comprender que el supuesto giro lin­
güístico de la filosofía es una entidad académica sin ma­
yor eficacia en distintos campos de pensamiento inma­
nente. Será preciso comprender que los juegos de lengua­
je no son más que el doble oficial, atenuado y compatibi­
lizado con la máquina universitaria editorial, de la crítica
inmanente de las prácticas de enunciación. Lo cierto es
que estamos ante otro movimiento, que podría llamarse
-esta vez paródicamente- el giro ontológico del pensa­
miento. Pero entenderse al respecto no es sencillo. Porque
¿cuáles son las condiciones en las cuales emerge este apa-

-181-
rente retorno de la ontología? La estrategia estructuralista
había sentenciado el fin de la ontología por metafísica; va­
le decir, el peor nombre del idealismo. Correlativamente,
había establecido el primado filosófico de la epistemolo­
gía. ¿Por qué retorna? Retorna en fidelidad con la filiación
crítica del pensamiento. Si la estrategia estructuralista ha
dejado de producir efectos críticos, entonces es porque
las condiciones efectivas del proceso crítico impiden se­
guir pensando activamente bajo el mismo régimen. La on­
tología surge como requerimiento del pensamiento críti­
co. Era precisa una noción de ser capaz de aceptar la pro­
ductividad inmanente de las prácticas, del pensamiento.
Era preciso que el pensamiento organizara un cuadro en el
cual el pensamiento fuera capaz de producir efectos rea­
les, es decir, en el seno del ser. Era preciso que el pensa­
miento produjera una realidad del ser capaz de admitir la
realidad del ser por el pensamiento. Era preciso que el
pensamiento crítico dispusiera de unos conceptos del ser
capaces de admitir el devenir no reglado de las situacio­
nes en las que intervenía. La emergencia de la ontología en
el seno del pensamiento crítico habla de los impasses de
una estrategia agotada y de una inversión materialista del
materialismo. El pensamiento, en adelante, no opera des­
de fuera -bajo el esquema del conocimiento moderno-,
opera en la inmanencia.
6. Así, las estructuras teóricas pierden primacía frente
a las estrategias críticas. La epistemología la pierde frente
a la ontología. La consistencia trascendente pierde prima­
cía frente a la productividad inmanente. La posmoderna es
crítica teórica de consistencia: sólo señala los puntos de
inconsistencia para proponer una consistencia más plena.
La crítica posrnoderna señala las inconsistencias para in­
sistir en el carácter ficcional ele las construcciones. Como
unas ficciones son tan ficciones como otras, entonces es
posible. La crítica ontológica no sefiala sino que intervie­
ne, agrega, produce. No es teórica ni práctica.

- J?,2-
7. El sentido en una situación normal es el sentido prác­
tico en la inmanencia: lo que se produce como sentido ba­
jo la hegemonía de la práctica dominante. En una interven­
ción, el sentido no procede de la potencia de la práctica
dominante sino de una interpretación. Pero este sentido
no está determinado por el sujeto del conocimiento sino
desde la inmanencia de la práctica que interpreta. Como
esta práctica que interpreta se inscribe forzadamente en la
situación, la interpretación es, por eso mismo, interven­
ción.
8. La actividad teórica tiene que asumir su materiali­
dad. Se trata de estrategias en un campo de fuerzas (esta
teoría es también una estrategia). Los términos sobre los
que ha insistido el Ensayo entonces son: situación, campo
de intervención, dispositivo de intervención.
9. Esta estrategia mate ria! ista de I pensa miento contem­
poráneo difiere entonces esencialmente del idealismo
posmoderno. Sólo pueden coincidir entre sí cosas tan di­
versas para un tercero. Ese tercero suele ser la herencia
dogmática deshecha del materialismo moderno, bajo las
especies de la crítica sustancialista o estructuralista. Ese
materialismo moderno cree combatir el materialismo de
las fuerzas refutando a su opuesto estratégico que es el
idealismo posmoderno de los enunciados. Puede valer to­
do lo mis n,o si se trata de enunciados, pero jamás si se
trata de fuerzas. El pensamiento contemporáneo es mate­
rialista en su concepción; pero también lo es en su estra­
tegia. Las fuerzas -nombre actual de la materia- o las
prácticas -nombre para las fuerzas en el campo de lo
histórico-social- están presentes en ambas dimensiones
del discurso crítico. La crítica materialista es doble: desar­
tinila por remisión a unas fuerzas interviniendo corno
fuerza crítica en el campo de las fuerzas criticadas.
1 O. La confusión más severa -desde la mirada del ma­
terialismo moderno, característica de las dos primeras es­
trategias de la crítica- se genera en torno de la palabra

-183-
discurso. Pues el mismo término puede rem1t1r a la estra­
tegia posmoderna del giro lingüístico o a la estrategia con­
temporánea del giro ontológico. Desde el punto de vista
del materialismo moderno, discurso sólo puede ser inter­
pretado como lo otro de lo real, como palabra que tiene
una relación conflictiva con los referentes reales. Discur­
so, en su comprensión, no puede más que remitir a los de­
testados juegos de lenguaje, al reino independiente del
enunciado: idealismo tradicional. Pero el discurso es una
categoría que no pertenece al campo posmoderno sino al
del pensamiento contemporáneo. Pues el discurso se defi­
ne como escisión entre los enunciados y las prácticas de
enunciación. El sentido de los enunciados es la red de
prácticas enunciativas en que se enuncian. Las prácticas
de enunciación se determinan en el enunciado que las ex­
presa y reprime. El campo del discurso, lejos de ser el
campo abstracto del lenguaje, es el campo de inmanencia
real de las prácticas que componen las situaciones socia­
les. Así, el pensamiento crítico tendrá que ser pensado en
el terreno discursivo. Ya no se trata de la idea teórica que
busca un medio para materializarse. El pensamiento críti­
co tendrá que hallar el modo de ser efectivamente a la vez
su propio procedimiento crítico. La tarea dista de estar
consumada.

1fe!!"ce1rai olbJseirviil!dóml: pemlsialmiielllltto


Cll'lÍtñc({]) y ¡plil'OCe«l!hrmñelll!tlO Cll"lÍtllico

l. El pensamiento se tiene que definir como crítico. So­


bre todo si pensamiento se refiere a la acción y el efecto
de pensar, y no a la colección de los enunciados ya pensa­
dos. Porque si se define como acción -acción a la vez es­
pecificada por sus efectos- es preciso postular que el
pensamiento es la actividad generadora de enunciados
que para la situación en que se formulan tienen valor de
novedad. Para que tengan ese valor de novedad, los enun-
- 184 -
ciados no tienen que probar que nunca antes habían exis­
tido (ésa es la idea más nula de novedad); más bien tienen
que atravesar un obstáculo específico de la situación. Pe­
ro si efectivamente atraviesan ese obstáculo, si despejan
un camino antes indiscernible, entonces esos enunciados
tienen un efecto específico: el trastorno de los parámetros
que estructuraban la situación antes de que el pensamien­
to viniera a constituirse como disolvente. Dicho así, pen­
samiento crítico puede ser una redundancia.
2. El pensamiento crítico (si obviamos la redundancia
implicada en el nombre) se caracteriza por su modo de
producción de verdad. Se lo puede oponer con algunas
ventajas al pensamiento sistemático cuyo paradigma es la
teoría. La producción de verdad para un pensamiento sis­
temático se I iga siempre con la coherencia interna, la de­
ductibilidad metódica de los enunciados verdaderos a par­
tir de otros cuya verdad ya está atestiguada, por la ade­
cuación respecto de un campo de fenómenos que define
como la realidad (o su realidad). El pensamiento crítico
produce un tipo de verdades definidas no por su proce­
dencia sino por sus efectos: efectos de trastorno de las co­
herencias dadas, de rectificación, de torsión sobre los
enunciados dados hasta entonces como válidos y estruc­
turantes. Si los enunciados se sostenían en las prácticas
de enunciación y si el discurso que constituían determina­
ba la subjetividad del habitante de la situación, el pensa­
miento crítico forzosamente tiene que alterar en algo el
campo de la subjetividad constituida en la situación en la
que interviene.
3. Pero el pensamiento crítico tiene que hallar los mo­
dos pertinentes para que sus enunciados precisamente
produzcan sus efectos. Si no lo hace (si no los busca o no
los encuentra, da más o menos lo mismo), el pensamiento
crítico revela otro sentido posible de su nombre: pensa­
miento crítico = pensamiento en estado crítico. Esta acep­
ción del término describe más o menos bien el funciona-
-185-
miento ya establecido actualmente del pensamiento críti­
co heredado: en ausencia de los procedimientos que lo
volvían eficaz, repite sus mañas como signos de distin­
ción, sin que \a verdad que pretendidamente portan sus
enunciados tenga más efecto que la identificación imagi­
naria de su enunciador (soy crítico, somos contestatarios,
110 nos rendimos, bla, bla; yo soy muy crítico, ergo lo que
tengo e11 la cabeza es pensamiento crítico).
4. Habitamos una situación en la que se agota una mo­
dalidad de ejercicio del pensamiento crítico. Esto no es
poco, sobre todo si considerarnos que es el procedimien­
to efectivo el que califica como crítico al pensamiento que
se ejerce a su través. Que se habite el agotamiento de una
modalidad de ejercicio equivale a postular que se habita el
agotamiento del pensamiento crítico mismo. Porque hasta
ahora quedaba establecido que no hay pensamiento críti­
co sin procedimiento crítico. Pero es preciso dejar de su­
ponerlo para postular el del procedimiento como campo
de pensamiento efectivo: el procedimiento tiene que ser
pensado a su vez con tanto rigor y audacia como las ideas
puras, que sin ideas prácticas son puras ideas.
5. La distinción puede resultar un tanto forzada, pero
es necesario por ahora mantener el forzamiento de esa
distancia. Porque, si no hay pensamiento crítico sin proce­
dimiento crítico, podría uno imaginarse que, si hay una
serie de ideas que se presentan como críticas de la consis­
tencia de una situación, entonces -aunque sea de un mo­
do secreto- hay un procedimiento que permite generar­
las. Pero sería un derroche de confianza irresponsable: las
ideas supuestamente críticas no aseguran la existencia del
procedimiento que les sea consustancial. Cuando los pro­
cedimientos están establecidos y son eficaces, es posible
desentenderse de ellas para discutir a propósito de Jos
contenidos que es preciso poner a circular por esas vías.
Pero en nuestras condiciones más bien estamos en e\ pro­
blema inverso. Sabemos mucho, pero poco es lo que sabe-

- 186-
mos hacer de activo en las situaciones sociales.
6. De ahí se deriva una tarea. El pensamiento crítico se
vuelve crítico de los puntos en que su propia consistencia
tambalea. La auto-crítica, en sentido estricto, exige que no
se pronuncie ningún arrepentimiento: más bien exige que,
de la misma manera que se atacan los puntos sintomáticos
de una situación, se ataquen los puntos ciegos de la situa­
ción actual del pensamiento crítico. La ceguera actual de 1
pensamiento crítico es la inercia de sus procedimientos:
es estratégicamente fiel a su propia modalidad que el pen­
samiento crítico sitúe como blanco de intervención esa ce­
guera propia que lo anula en un anacronismo estéril.
7. La modalidad de ejercicio agotada es tributaria de
una serie de supuestos básicos en la configuración moder­
na del pensamiento político. Como la categoría moderno
puede significar cualquier cosa y su contraria (vale decir,
no es una categoría sino una coartada), es preciso definir
un uso local. Llamo moderna a la disposición del pensa­
miento político característica de los Estados nacionales.
Esta disposición está estructurada por una serie de princi­
pios: el sujeto que se instituye como campo de la política
es el sujeto de la conciencia; la pauta de funcionamiento
básica de la conciencia política es la representación; el si­
tio de esa representación de las conciencias es el Estado.
8. Esta disposición del pensamiento generó una moda­
lidad absolutarnente crítica, en la medida en que era cohe­
rente con sus principios y eficaz en su estrategia: la publi­
cación de libros baratos. Los libros hablaban a las concien­
cias de una verdad que estaba encubierta o tergiversada
en el estado actual de cosas. Esa verdad, una vez revelada
a las conciencias, las comprometía en procesos de trans­
formación de los estados actuales de cosas en estados
ideales, mejorados o progresivos; todo en una línea res­
pecto de un ideal. La con cíene ia siente un particular ape­
go por la verdad y la transparencia argumental. Si la ver­
dad está diáfanamente expresada y coherentemente arti-
- 1R7 -
culada, de por sí hará su labor. Lo sorprendente no es que
hoy ya no trabaje de ese modo la verdad concebida como
descripción o comprensión positiva de la realidad ya da­
da, que haya perdido los poderes que le atribuía el dispo­
sitivo moderno. Lo sorprendente es que haya sido eficaz
en las circunstancias en que operaba como tal. El pensa­
miento crítico hoy, lejos de añorar ese modelo como leja­
no paraíso perdido, tiene la tarea de comprender cómo era
posible que eso funcionara si hoy la conciencia no tiene
esos poderes y los libros no constituyen un procedimien­
to garantido sino más bien otras cosas menos nobles (edi­
ciones, currículum, consumo, erudición de catálogo). Si
conciencia y representación son el fundamento y la pauta
de funcionamiento de la política, el libro (o su versión pe­
riodística) son la forma adecuada de ejercicio del pensa­
miento crítico. Esos supuestos determinan ese procedi­
miento. Que quede claro: el compromiso con la disposi­
ción moderna de los Estados no radica en la forma mate­
rial del libro sino en la convicción de que el centro de las
estrategias de intervención es el esclarecimiento de las
conciencias. La toma de conciencia era la clave de la ope­
ración moderna. Dicho esto, es preciso también ver hasta
qué punto y bajo qué modalidades la forma-libro es con­
sustancial con la estrategia crítica agotada. Quizá, el sitio
para la discusión no sea este libro. Quizá sí, pero no por
libro sino por este.
9. Retomo. Esos supuestos que hacían del libro el arma
de la crítica se han deshecho prácticamente. Y, si un térmi­
no ha cesado de prestar servicios en el campo crítico, poco
cuesta imaginar que ha pasado a prestarlos en el de la ideo­
logía, que se nutre de los desechos reciclados del pensa•
miento crítico. Las vías de este agotamiento son múltiples.
Pero creo que se reducen a dos esenciales: por un lado, las
críticas teóricas mismas que transformaron a la conciencia,
la representación y el Estado en nociones imaginarias sin
capacidad activa; por otro, el desfondamiento irremediable

-188�
de las condiciones materiales que hacían posible el dispo­
sitivo (los Estados nacionales, las clases de esos Estados,
los partidos de esas clases). Si cunde en quejoso la "globa­
lización", es porque el ex-crítico añora el Estado bajo el
cual su crítica de ese Estado era eficaz; si cunde la "cultura
de la imagen", es porque añora la época en que la persua­
sión de las conciencias transformaba el mundo.
1 O. Todo esto estuvo en la base de los Estados moder­
nos. Estos Estados son los que resultan de la Revolución
Francesa. El principio luminoso de la soberanía popular
fue el enunciado del estallido y la irrupción. El principio
más opaco de que la soberanía emant11 del pueblo tomó su
relevo a la hora de la retirada de esas irrupciones y de la
consistencia resultante del lazo social. Punto clave: el la­
zo nacional representativo está causado no por la irrup­
ción de las masas sino por su ausentamiento. La represen­
tación es la forma por la cual se instaura la conciencia co­
mo fundamento del lazo. Si e/ pueblo no delibera ni gobier­
na sino a través de sus representantes, entonces la con­
ciencia es eso que sirve para que el pueblo no delibere ni
gobierne sino para que se haga bien representar. La con­
signa de educar al soberano es el universal de la política
moderna. El libro es su instrumento. Estos Estados han de­
saparecido: la soberanía mercantil efectiva no coincide
con las fronteras estatales. Toda la máquina gira en vacío.
11. Pero esta noticia, que ha llegado a los oldos de los ·
intelectuales que habían sido críticos libros mediante, no
ha hecho aún toda su labor más adentro de esos oídos. El
orificio de salida de los PC es la PC que sigue generando
libros, ahora con un ritmo frenético. Si nunca ha habido
tanta libertad de pr.ensa, es porque nada de eso genera al­
gún efecto de dislocamiento del lazo social actual. Si nun­
ca ha sido tan sencillo editar libros, es porque nunca ha si-
do más difícil que cumplan alguna tarea critica. (No hace
falta imaginar el destino descartable de este papel: alcan­
za con suponerlo.)
-189-
12. La actualidad del pensamiento crítico se muestra en
una modificación enorme de los enunciados. El pensa­
miento crítico ha modificado sustancialmente sus enun­
ciados, sus ideas, sus conceptos; ha conservado intactos
sus procedimientos.
13. Una discusión actual parece negar lo dicho, pero es
puro artificio. Se discute si es mejor el libro o la televisión
para hacer circular ideas que hagan impacto en la socie­
dad. Beatriz Sarlo quiere creer (los esfuerzos se le ven)
que, si el profesional de las ciencias sociales (herencia bu­
rocrática del intelectual agotado) abandona la biblioteca y
se mediatiza, se pone a tono con las exigencias de la épo­
ca. Es posible que se ponga a tono con las exigencias ideo­
lógicas de la época, pero no con la actualidad del pensa­
miento crítico. Tampoco resiste quien se apega a los libros
por el mero hecho de no ir a la TV. La discusión es hueca
porque sólo trata del soporte y nada acerca del procedi­
miento. Pues las cosas en el pensamiento crítico son más
graves de lo que aparentan. Ningún aggiornamento del so­
porte puede más que mejorar la divulgación. Pero la in­
fluencia sobre las conciencias ya no constituye tarea críti­
ca alguna.
14. Las condiciones trasmutadas que exigen otras vías
de procedimiento para el pensamiento crítico no se refie­
ren al soporte material requerido para insistir en el mismo
procedimiento: divulgación de verdades para que las con­
ciencias se hagan representar de modo más adecuado. Los
procedimientos pertinentes dependen de unas condicio­
nes en las que la conciencia, la representación y el Estado
no son los resortes clave. El pensamiento en el lugar que
antes ocupaba la conciencia, el síntoma en el de la repre­
sentación y las situaciones en el del Estado son sólo tres
sustituciones necesarias que sólo indican la vía por la que
es preciso iniciar el recorrí do en busca de los procedi­
mientos activos. Por esa vía intentó transitar el Ensayo.

-190-
15. El pensamiento ha cambiado de estatuto. Si se trata
-como estaba dicho al comienzo- de la acción y el efec­
to de pensar de modo que se trastoquen los parámetros
que organizan la situación, entonces el pensamiento no
podrá ser ya concebido como el efecto de una cosa que
piensa. Y esa cosa que piensa era la conciencia. Los pensa­
mientos, en sentido moderno, se presentaban como predi­
cados o adjetivos de una sustancia. Esa sustancia, la con­
ciencia, era el terreno en disputa entre el pensamiento he­
gemónico y el pensamiento crítico. Se trataba de influir so­
bre las conciencias para que esas causas de pensamiento
alumbraran como frutos sus consecuencias necesarias. Por
eso la lucha ideológica estaba en primer plano: las con­
ciencias se disputaban como terreno táctico porque de
ellas todo brotaba. Conquistar las conciencias era el punto
ele partida de una progresiva conquista de la representa­
ción de las conciencias y el Estado. El enunciado portador
de verdad era la expresión de una conciencia esclarecida.
16. Nada de eso parece tener ya valor. Si el pensamien­
to se determina corno acto productor de novedad, como
efecto y sostén de un procedimiento encargado de engen­
drar las verdades, así como de hacerlas producir sus efec­
tos, entonces no es el fruto de una conciencia dotada de
una ideología, sino que es más bien la interrupción de la
hegemo11ía de la conciencia. El pensamiento crítico es una
producción situacional que excede las capacidades asimi­
latorias ele la conciencia en la que aparentemente brota.
Por eso, el terreno de disputa no es la posesión de las con­
ciencias. El campo ele intervención es el punto de inconsis­
tencia de las situaciones, el punto en que fracasan los cú­
mulos de saber anticipados por las conciencias. El pensa­
miento no es la expresión de los intereses ele algunos ele­
mentos ya dispuestos en la situación, sino que es la irrup­
ción de u nos términos excluidos de la situación. El pensa­
miento no expresa una determinación previa, sino que de­
termina un punto de indeterminación actual, descubierta

-191-
como obstáculo por el acto de pensamiento y a la vez atra­
vesada por los enunciados que resultan ele la operación
del acto de pensamiento. El pensamiento sólo es pensa­
miento del síntoma de una situación.
17. El pensamiento, si no es un predicado de una sus­
tancia, es una entidad volátil, que se disipa en su efecto y
que no es acumulable como tal pensamiento. Más bien ha­
brá que concebir la conciencia como el depositado inerte
ideológico ele los enunciados que en su momento fueron
pensamientos. La conciencia no es la causa del pensa­
miento sino un subproducto inerte de ese acto. Es el terre­
no de las representaciones, el sitio en que permanece co­
mo estado lo que ha ocurrido para desvanecerse.
18. Desaparece también como campo de interés para el
procedimiento crítico el Estado como núcleo del poder de
transformación. Las diversas situaciones no se componen
en un todo orgánico coronado por su estado. Las situacio­
nes no son partes sino precisamente situaciones. El carác­
ter situacional de las realidades sociales (imposibles de
unificar sin recurrir a un metadiscurso imaginariamente
integrador) determina que cada una de las situaciones es
un campo específico de intervención para el procedimien­
to crítico requerido por su síntoma.
19. Aquí se detiene la deducción posible, porque aún no
han aparecido los procedimientos específicos requeridos
para que sean posibles tanto la captura por el pensamien­
to del síntoma de una situación como la intervención efi­
caz de ese pensamiento en la producción de los efectos
críticos de la verdad. La clave radica entonces en la refle­
xión sobre los mecanismos y procedimientos de produc­
ción de pensamiento en el síntoma de las situaciones de
las que se trate. La consigna se reduce a: desalojar los me­
canismos de saber mediante máquinas de pensar. ¿Cuáles
son esas máquinas?

-192-
1flRlES 018SlE!RVACION!ES SOl8R.JE lE!L CONCJEJP'TO
l!JIE SUJB.]IETHVl[})AD84

IP'riimel.t'a obsen:vadiólt1l: la lhlü.stoll"Jia de fa subjeitividad


y s1U1s lhueirll."amiicell1l\t<11s

El Ensayo investiga los mecanismos y las condiciones


de destitución de la subjetividad infantil tradicional. El
Ensayo trabaja sobre una concepción de la subjetividad
que requiere algunas aclaraciones. Las aclaraciones, natu­
ralmente, tendrán sus debilidades, en la medida en que es­
ta concepción de la subjetividad está instaurando sus pri­
meros mojones. Las aclaraciones podrán señalar el espíri­
tu general, los obstáculos específicos, alguna concepción
agotada en diálogo con la cual se va constituyendo esta lí­
nea de trabajo. Pero -a esta altura es redundante- no
mostrarán una teoría constituida sino una serie de herra­
mientas que se han ido fabricando según circunstancias
diversas. Estas herramientas, modificadas por el uso, tra­
bajan el campo de la historia de la subjetividad.

Jl.. Húswricm de §cm SIJ)J/bjettividautl


a. Se comprenderá mejor en qué consiste la historia de
la subjetividad si se la compara con el dominio del que
emerg� y del que se distingue. Su antecedente más clara­
mente discernible es la historia de las mentalidades. Du­
rante mucho tiempo, el paradigma de la historia de las

84 Estas observaciones han sido elaboradas a panir de un diálo'go de ya muchos años


entre un grupo de historiadores y miembros de agrupaciones psiquiátricas, psicológi­
cas y psicoanalíticas de filiación muy diversa. Er grupo HA -Historiadores Asociados­
está integrado por Ricardo Álvarez, Oiego Bússola, Mariana Cantarelli e Ignacio Lewko­
wicz. Los recursos del discurso histórico, en diálogo con distintas corrientes del pen­
samiento psi -nombre sin gracia, pero ¿cómo decirlo de otro modo?-, han derivado
en esta serie de herrctmien'tas que aquí se reseña. Baste decir que la presente es un<1. ver�
sión, con ligeras modificaciones, de algunos aspectos de los artículos aparecidos en Psi­
coanálisis de las con(iguraciones vinculares, XXI, 1998 (acerca de la subjetividad adicti-,
va contemporánea) y en Psicoanálisis, 1998 (ace'rca del "género" en perspectiva históri­
ca).

-193-
ideas había impulsado la investigación histórica. Hacia fi­
nes de los años veinte, un conjunto de historiadores nu­
cleados en torno de la revista Annales percibió que el con­
junto de las ideas explícitamente expuestas no era el todo
de las ideas de una sociedad: el movimiento de la socie­
dad en cuestión estaba determinado por otro tipo de fuer­
zas que no eran las ideas sistemáticas. En las situaciones
histórico-sociales trabaja un conjunto de ideas inorgáni­
cas de enorme fuerza que se comparten con una convic­
ción tenaz que no procede de una argumentación sino de
la acción espontánea, tradicional e implícita. Las mentali­
dades fueron, entonces, el conjunto de los contenidos
mentales no siempre conscientes, siempre inorgánicos,
que determinan las conductas de los hombres más allá de
los controles conscientes tle las ideas s•istemáticas.
b. Pero la historia de las mentalidades tropieza con un
límite: supone que las variaciones de la experiencia huma­
na son insustanciales. Para esta corriente, esas variaciones
son otras tantas presentaciones particulares de la misma
estructura de base y lo que varía de situación en situación
son los contenidos específicos en que se realiza (o colo­
rea) la misma estructura universal de lo que es un ser hu­
mano. La historia de las mentalidades no puede pensar la
intraducibilidad de las experiencias (alteridad) porque las
supone ocurrencias cornunes de la misma estructura de
base (inalterable de por sí). La historia de las mentalidades
no puede pensar las mutaciones decisivas de esa estructu­
ra subjetiva de base porque la supone sustrato de una his­
toria que no produce su propio sustrato.
c. La historia de las subjetividades parte de postular la
historicidad situacional de la naturaleza humana. Por un
lado, afirma que la naturaleza humana no es una forma
constante de contenidos variables; por otro, que la varia­
ción sustancial de la forma misma tiene carácter situacio­
nal y no epoca}. No supone una historicidad al modo del
historicismo, en la que una sustancia despliega en el tiem-
-194-
po el grueso de sus características. Por el contrarío, para la
historicidad situacional, cada situación engendra su huma­
nidad específica. La historia de las subjetividades depende
de una ontología situacional y no de una epistemología
temporal.
d. La historia de las subjetividades postula una catego­
ría decisiva: el concepto práctico de hombre. Partamos de
un ejemplo. El esclavo antiguo, ¿es o no es hombre? Para
el amo romano, es un mero instrumento, un instrumento
que habla, un muerto en vida, cuya vida podría haber ce­
sado en el momento de la derrota bélica en que fue captu­
rado, y puede cesar en cualquier momento, porque perte­
nece al amo (vencedor o derivado del vencedor). No es
hombre. El historiador de las mentalidades supondrá que
es hombre porque pertenece a la especie sapiens (abusiva­
rnente llamada humana). Pero las prácticas de producción
de la subjetividad esclava han dado lugar a otra cosa que
los hombres, distinta de la que los hombres esperamos en­
contrar para hablar de semejantes. El esclavo antiguo no
pertenece a la humanidad instituida como tal.
e. El concepto práctico de hombre determina una huma­
nidad específica (como cualquier humanidad) por la vía
práctica, y no tanto por la vía de las representaciones. Una
humanidad específica a su vez determina, por un lado,
cuáles de los cuerpos hamo sapiens pertenecen a la huma­
nidad culturalmente establecida; por otro, CUÉ\l es la pro­
piedad constitutiva de lo humano para las circunstancias
en que se establece dicha humanidad.
f. Se comprende mejor en qué consiste la historia de la
subjetividad si se percibe el modo en que trabaja. Se com­
prende a su vez algo del modo de trabajo si se exhiben las
herramientas-nociones de base.

-195-
2. §¡¡,¡¡/bjetividad sodahn.elhllte fosttiirnfriia
a. La naturaleza humana no está determinada de por sí:
lo que hace ser hombres a los hombres no es un dato dic­
tado por la pertenencia genérica a la especie. Los hombres
no disponen de una naturaleza extrasituacional, sino que
lo que los hombres son es el producto de las condiciones
sociales en que se desenvuelven. Esa naturaleza humana
situacional, resultante de las condiciones sociales, es in­
traducible de una situación a otra.
b. Esta subjetividad no es el contenido variable de una
estructura "humana" invariante, sino que interviene en la
constitución de la estructura misma. Esta subjetividad re­
sulta de marcas prácticas sobre la indeterminación ele ba­
se de la cría sapiens. Esa indeterminación del recién naci­
do recibe una serie de marcas que la ordenan. Estas mar­
cas -ele diverso tipo según las diversas organizaciones
sociales- producen una limitación de la actividad indeter­
rninada de base que estructura el punto caótico de parti­
da. Estas marcas socialmente instauradas mediante prácti­
cas hieren a la cría, que recibe una serie de compensacio­
nes a cambio de la totalidad ilimitada e informe que "era"
hasta entonces. Los enunciados de los discursos que con
su capacidad de donación de sentido compensan esas he­
ridas constituyen la estructura básica de esa subjetividad
instituida. Así las prácticas ele los discursos instauran \as
marcas estructurantes; los enunciados de los discursos
instauran los significados básicos de esas marcas. La mar­
ca deviene significativa. La herida tiene sentido: la subje­
tividad queda determinada por esas marcas y ese sentido.
Sin embargo, la subjetividad instituida jamás es exhausti­
va. La instauración misma produce un envés de sombra.

3. !Envés o ireveirso de soml!Jira


a. El hombre situacionalmente instituido no se agota en
la figura visible delineada por las prácticas y discursos

- 196-
que lo han estructurado. Si la producción de subjetividad
resulta de la instauración de unas marcas efectivas sobre
una carne y una actividad psíquica, lo cierto es que estas
marcas, logrando por un lado su resultado, por otro pro­
ducen un campo de efectos secundarios, ineliminables, e
invisibles para los recursos conceptuales y perceptivos de
la situación en que se instituye la subjetividad de marras.
No hay marca que al marcar efectivamente una superficie
en actividad no produzca además un exceso, o un plus, o
un resto. Ese exceso es efecto de la operatoria que institu­
ye los soportes subjetivos pertinentes para las situaciones
efectivas. Es el efecto (singularizante) de la subjetividad
instituida (serial). Es un efecto excedentario de lo instituido
que no resulta asimilable al campo de lo instituido. Ese ex­
ceso ineliminable es lo que aquí llamamos revés de som­
bra.
b. Su importancia radica en que permite desligarse de
dos tentaciones gemelas. La primera tentación sostiene
que el envés de sombra universal es el que ha pesquisado
el psicoanálisis. Sea cual fuere la institución práctica de
hombre de la que se trate, en la sombra, y como efecto im­
perceptible a priori de esa institución, permanecerá aga­
zapada la constelación edípica con todas sus configuracio­
nes posibles, sus acechanzas y sus certezas. La segunda
seíiala lo contrario. Como las categorías de lo inconscien­
te reprimido resultan de la institución burguesa del suje­
to de la conciencia, bastará con que los hombres no sean
producidos por el Estado nacional y la familia nuclear bur­
guesa para que, si desaparece el inconsciente que resulta
de esta operación, desaparezca también cualquier zona de
exceso respecto de la subjetividad socialmente instituida.
c. Pero la experiencia conjeturalmente extendida del
p_sicoanálisis nos permite postular el siguiente cuadro for­
mal.
- La institución práctica de la humanidad varía de sítu_a-

-197-
ción en situación. El tipo de subjetividad instituida que re­
sulta varía con las prácticas de producción.
- Como efecto de la institución visible, se produce un
revés de sombra invisible. Este revés depende del tipo de
prácticas de producción de subjetividad. Si varía la subje­
tividad instituida, varía el envés de sombra.
- La variación del envés de sombra no se deduce de (pe­
ro se produce como efecto incalculable de la operación de)
la institución de la subjetividad oficial.
d. La postulación del envés de sombra es un requisito
necesario en la historia de la subjetividad para dar cuenta
de un efecto decisivo: las mutaciones tanto del lazo social
como de la subjetividad instituida. Caso contrario, sería
necesaria una instancia autónoma, exterior, independien­
te, capaz de engendrar las mutaciones. Pero, si hay una
instancia exterior capaz de cambiar por sí misma las rea­
lidades, entonces estarnos de nuevo en la doctrina del fun­
damento inmutable que todo lo transforma. La ventaja de
la postulación del exceso es que no requiere de otra sus­
tancia más que las prácticas de producción de subjetivi­
dad para engendrar lo otro de la subjetividad instituidas
capaz de alterarla. A partir de ese envés de la subjetividad
instituida, se constituye el sujeto (o efecto-sujeto) capaz
de alterar la subjetividad instituida y el lazo social.

4l. So¡po¡ytJ:e s¡¡,¡¡fbjert.ivo deU lazo sodaU


a. El Ensayo insiste en la correlación entre la infancia
instituida y la figura del ciudadano. El individuo capaz de
sostener y sostenerse en la igualdad ante la ley es absolu­
tamente necesario para la lógica de los Estados naciona­
les. Ahora bien, una nación no es un reino; un imperio no
es una colonia; una comunidad no es un Estado. Diversos
tipos de agrupamiento dan lugar a diversos modos de en­
lazamiento entre los términos que los componen. No hay

-198-
nación si no se compone de ciudadanos; no hay reino si no
se compone de súbditos; no hay mercado -en el sentido
actual más radicalizado del término- si no se compone de
consumidores. La institución del lazo social es a la vez la
institución específica de la subjetividad del tipo de indivi­
duo que debe componerlo.
b. El Estado instituye los términos a los que representa:
Los representa una vez instituidos: se distancia de su pro­
ducto y lo representa a distancia. En una situación cual­
quiera tenemos por un lado los individuos y por otro la
instancia de representación. Pero estas situaciones son es­
tructuralmente ciegas al hecho originario de que es la ins­
tancia de representación la que a su vez ha instituido la
materia prima por representar.
c. Una alteración del lazo social (el pasaje del Estado na­
cional al Estado técnico-administrativo) determina a su
vez una alteración del soporte subjetivo de tal lazo (de
ciudadano a consumidor, para seguir con el ejempló deci­
sivo).
d. Se suele llamar soporte subjetivo del lazo social a la
figura individual, específica, que está en la base de la ope­
ratoria del Estado. Si aquí es lícita la metáfora de los ele­
mentos y las relaciones, habrá que llamar lazo social a las
relaciones que se establecen entre los elementos; habrá
que llamar correlativamente soporte subjetivo del lazo a
los elementos constitutivos de la relación. Y la metáfora
vale sólo si se le adosa una condición. De ninguna mane­
ra se podrá admitir que los elementos preexistan a la rela­
ción, o que la relación preexista a los elementos. La insti­
tución de una subjetividad específica y de un lazo especí­
fico es consustancial. No hay instauración de un tipo de
lazo social que no sea a la vez la instauración de un sopor­
te subjetivo pertinente; no hay institución de una subjeti­
vidad específica que no sea a la vez una efectuación de los
requerimientos de un tipo específico de lazo social.

-199-
Seg'l.llnda «rilbse!!'V.lldón: biiofogiismo y cr:::1U!M1t\U!rralliismo
eili! TI¡¡¡¡s 1l:eorrias dle fa Si!llbjetñwhllad

1. El campo de las teorias de la subjetividad está tensa­


do entr.e las posiciones biologistas y culturalistas: la natu­
raleza humana está biológicamente determinada; la natu­
raleza humana está culturalmente determinada. Ahora
bien, ambos enfoques resultan de una misma problemáti­
ca que los estructura y dispone como partes simétricas de
lo mismo: la problemática de la determinidad. Determina­
da por la cultura o la naturaleza, la persona humana está
determinada. El pensamiento historiador. se organiza en
discusión (o, mejor, en diferencia) respecto de la proble­
mática ele la cleterminidad.
2. La problemática ele la determiniclad se caracteriza
por un principio: nada ocurre que no sea actualización ele
determinaciones previas. Lo que ocurre es manifestación,
realización o actualización. Ahora bien, morfológicarnen­
te, "determinación" es acción y efecto ele determinar. En la
problemática de la cleterminiclad, si cualquier ente se ca­
racteriza por estar determinado de antemano, jamás acon­
tece la determinación en sentido fuerte, vale decir, la ac­
ción de determinar. En la problemática de la determinidad
no sólo todo está determinado: m.ás aún., ya estaba deter­
minado.
3. Tanto la perspectiva biologista corno la culturalista
tienden 9- transcurrir bajo la hegemonía discreta de la de­
terminidad. Las determinaciones biológicas no son actua­
les sino meras actualizaciones de lo que ya era en la espe­
cie misma a la que pertenece un incl ividuo ele la especie
sapiens. Las determinaciones culturales no son actuales si­
no meras actualizaciones de lo que ya era en potencia en
el universo cultural específico en el que se constituye co­
mo humano un ser biológicamente sapiens y culturalmen­
te humano.

-200-
4. La historia ele la subjetividad, cuando logra afirmar­
se en su autonomía, no podrá negar el peso inevitable de
la biología y la cultura en la constitución de la subjetivi­
dad específica de un individuo de la especie en una situa­
ción sociocultural. Pero negar el peso de algo y negar su
carácter determinante distan de constituir sinónimos. La
perspectiva historiadora tiene que asumir las instancias
biológica y cultural como condicionantes de la subjetivi­
dad. La condición condiciona; la determinación determi­
na. La condición constituye un elemento que inevitable­
mente ha de ser tenido en cuenta; la determinación es un
elemento que establece inevitablemente el modo en que
ha de ser tenido en cuenta. Una condición puede ser exce­
dida, apropiada y significada por otra más fuerte. Una de­
terminación traza los límites de su ser, su significación y
su eficacia. ¿Es posible sustraerse al juego de la determi­
nidad con sólo sustituir "determinación" por "condiciona­
miento"? ¿Resultaría algo más que una transacción prome­
dia! entre ambas determinaciones ahora ablandadas como
condiciones? ¿Y qué se ganaría si fuera eso posible? El dis­
curso histórico dista aún de haber conquistado un seguro
territorio desde el cual ciar respuesta afirmativa y satisfac­
toria a estos interrogantes.
S. Convengamos en llamar -quizá abusivamente- bío­
logísmo a las tendencias de pensamiento sobre la natura­
leza humana que de algún modo postulan invariantes fun­
dantes que subyacen a cualquier experiencia humana. El
abuso puede aparecer en la medida en que hay una serie
de elementos que distintas teorías adoptan como invarian­
tes de la cultura que son culturales y no biológicos. Pero
aquí el abuso es meramente aparente. Pues cualquier ins­
tancia que sea invariante y estructurante a la vez de los
hombres pasa a tener el mismo papel -cualquiera sea su
procedencia material o simbólica- que la biología: un pi­
lar fundamental de la naturaleza humana.

-201-
6. Como se puede intuir, hay un cierto biologismo laten­
te en la tendencia propia del relativismo cultural. El algo
de fondo al que tienen que representar las representacio­
nes o significar las significaciones permanece en exterio­
ridad respecto de las representaciones o las significacio­
nes. Las prácticas y los discursos sociales nada pueden ha­
cer con la existencia efectiva de estos términos; sólo pue­
den rodearlos de diversas significaciones sin tocarlos en
su realidad íntima. Si esto es así, el relativismo cultural, al
hacer énfasis en las representaciones, deja por fuera del
campo de las determinaciones culturales (de la capacidad
de la cultura para determinar entidades de .distinto tipo) a
las realidades biológicas desdeñadas. Pero aquí el desdén
es el índice local de una impotencia. Pues en esta línea las
significaciones atribuidas desdeñan lo que no pueden lle­
gar a alterar. So pena de idealismo, los intentos de asimi­
lar significación y determinación topan con el límite real
de una materia dócil a la significación pero determinada
ya de por sí.
7. Simétricamente, las posiciones biologistas requieren
un tipo particular de actividad cultural. Las invariantes
determinadas de por sí se escapan irremediablemente a la
conciencia y la eficacia de los actores individuales y socia­
les que las portan. Pero son entidades de tal peso que, si
bien son desconocidas en su cabal realidad, son reconoci­
das en su eficacia. Una entidad que produce implacal::!e­
mente efectos, pero implacablemente también se resiste a
sér descubierta por la conciencia, tiene que suscitar una
actividad cultural específica: significar, racionalizar, des­
conocer con significaciones la eficacia reconocida de lo
que precisamente las excede. El biologismo de fondo exi­
ge un culturalismo naturalizado de superficie; el relativis­
mo cultural supone una biología neutral en la base. La so­
lidaridad entre opuestos va despuntando.
8. Un índice de diferencia entre historia de las mentali­
dades y de las subjetividades es el concepto -explícito o

-202-
implícito- de cuerpo con el que operan. Para la primera,
el cuerpo es una entidad ya dada en torno de la cual las di­
versas sociedades organizan el sistema de las representa­
ciones y las conductas. Para la segunda, ese cuerpo no es
un dato natural. Pues de lo que se trata en el campo de la
subjetividad no es del cuerpo anatómico sino del cuerpo
erógeno y significativo. En perspectiva biologista, el cuer­
po erógeno y significativo es reducido a sustancia deter­
minada ya de por sí, tan compacta en su ser que resulta in­
diferente a las distintas significaciones sociales que se les
pueda atribuir. En perspectiva culturalista, el cuerpo es
una sustancia dócil, que se pliega sin resistencia a las dis­
tintas determinaciones socioculturales que se posan sobre
ella. En ambos casos, una de las dos condicionantes que­
da neutralizada en su capacidad de producir efectos de
profundidad sobre la instauración de la subjetividad: la
instancia privilegiada es en sí determinante; la otra hace
cortejo inerte.
9. En la perspectiva de la historia de la subjetividad,
tanto la dimensión biológica como la cultural intervienen
activamente en la estructuración de un cuerpo significati­
vo sin determinarlo exhaustivamente ni una, ni otra, ni en­
tre ambas: son otras tantas condicionantes en la determi­
nación de la subjetividad. El cuerpo de la cría sapiens es
alumbrado en estado biológicamente inconcluso. Esta in­
completud de base exige esfuerzos de determinación y
significación que, por el carácter incompleto de eso que
viene a determinar, no pueden ser redundantes sino insti­
tuyentes. El acto de determinación marca y significa. Se te­
je con la materia inconclusa a la que viene a determinar.
Esa trama, ese tejido, esa textura genera también su envés.
Cañamazo biológico, textura cultural, envés singular son
términos domésticos que ilustran bien la posición aquí
adoptada.
10. El tipo de prácticas que determinan la carne sapiens
varía severamente de sociedad en sociedad. Los cuidados
-203-
no son administrados por los mismos agentes; las repre­
sentaciones socialmente instituidas con las que esos
agentes concurren a sus tareas varían notablemente ele so­
ciedad en sociedad; el tipo misnio ele cuidados (en la hi­
giene, en la alimentación, en el suei'io, en los bautismos,
en el contacto diario, etc.) es muy distinto según las doc­
trinas establecidas en cada situación sociocultural. Así,
esos cuidados proporcionados por esos agentes dotados
de esas significaciones no representan sino que instituyen
el cuerpo.
11. Las prácticas socialmente instituidas se disponen a
determinar la subjetividad; las significaciones socialmen­
te ofrecidas se disponen a cubrir de sentido esa subjetivi­
dad resultante. Los agentes ele determinación socialmente
asignados se disponen a transcribir las marcas que los han
constituido corno seres sexuados sobre la nueva genera­
ción, en pos de una reproducción idéntica. Sin embargo,
nada ele esto sucede con el rigor esperado. Algo se escapa
irremediablemente. La transcripción es imposible; los
agentes de reproducción sólo podrán inscribir marcas so­
cialmente equivalentes pero no marcas singularmente
idénticas. El biologista se _apresura a instaurar sus supues­
tos: lo real del cuerpo ciad.o es irreductible a las significa­
ciones.
12. Aquí es necesaria una precisión. Pues ese plus es un
exceso producido por la operación de inscripción y no un
resto que queda por fuera del alcance de la sociedad. La di­
ferencia, que puede parecer ele puras palabras, tiene su
sentido estratégico. Pues, si Jo que permanece en el envés
de sombra, por fuera ele la conciencia y del control social
de las significaciones, es un resto que queda por fuera ele
la operación, estaremos cediendo ante la tentación biolo­
gista. Hay algo ineludible en la especie que se resiste a ser
capturado por la cultura. Por debajo ele la cultura está
siempre la sustancia independiente de lo sexual indómito.

- 2(14-
Si se trata de un exceso, no se tratará de una sustancia que
atormenta por debajo de la personalidad oficial, sino que
será una actividad alojada y producida en el envés de las
marcas que determinan esa personalidad oficial.
13. La diferencia no es trivial. En el primer caso, tene­
mos una sustancia escondida; en el segundo, una activi­
dad producida. En el primer caso, lo irreductible a la ins­
titución social es siempre lo mismo: B no alcanza a cubrir
a A. En el segundo, lo irreductible a la institución social es
efecto de la institución social misma y por eso varía con la
serie de prácticas que instituyen la subjetividad oficial: Bí
se escapa a la hegemonía de B, que la ha producido. Si bien
siempre hay un plus, cualquiera sea la institución social
ele la subjetividad, ese plus no es siempre el mismo, sino
que varía de situación en situación según sea efecto exce­
dentario ele tales o cuales prácticas y discursos sociales.
En el primer caso, basta con conocer una experiencia his­
tórica de lo reprimido A para conocer ese A que subyace
irreductible a las instituciones ele B, C, D, etc. En el segun­
do, no basta con conocer B' para tener con ello acceso a
cualquier tipo de exceso. Pues B' es el envés específico de
sombra de B, C' será el de C. Pern ninguna regla ele traduc­
ción nos permitirá calcular a priori el efecto N' de N. En el
caso de un resto, estamos ante un déficit cultural frente a
las potencias de la naturaleza; en el segundo, ante una
producción social excedentaria respecto de la sociedad
misma que la ha suscitado.

-205-
Teircera observadón: oirgallllliziilld@ll1l
die la ii!lC1!:nvidaurll sanbje1l:nvaBS

1. Queda por plantear cómo es posible que ingresen es­


tas determinaciones como marcas o inscripciones en el
aparato psíquico. Si no ingresan como marcas o inscrip­
ciones, entonces son ideología, cambio de ropaje de una
estructura sin historia, etc.
2. Las marcas exteriores intervienen sobre una act1v1-
dad previa. Esa actividad previa es heterogénea respecto
de \as marcas. Esta actividad es necesaria para que la ins­
cripción de las marcas exteriores no sea lisa y llana trans­
cripción mecánica: si fuera transcripción, o bien no produ­
cirían como efectos unas representaciones inconscientes,
o bien -si las dejaran- serían calculables y homogéneas.
Una marca inaugura un lugar, pero también instaura un so­
brante, un plus, un resto que es la materia de lo incons­
ciente. La marca viene suministrada desde la sociedad, pe­
ro los efectos inconscientes son subjetivos. De ahí que las
marcas si bien se inscriben en un aparato, también son leí­
das, es decir, significadas desde el mismo aparato en que
se han inscripto. En esa "deformación" radica la posibili­
dad subjetiva (individual o colectiva, tanto da) de altera­
ción de los órdenes sociales que a su turno habían instau­
rado las marcas originarias. Punto decisivo: la lógica so­
cial determina las rnarcas pero no puede detentar el senti­
do subjetivo de esas marcas. El plus que las lee es inevita­
ble efecto de la inscripción sobre un actividad previa. A su
vez, ese plus es inevitablemente subjetivo y activo.

85 Quizá aqui clcberia decir "psíquica". Pero los riesgos son severos. !·lasta aqui los ;ir­
gumentos han intentaelo evitar la referencia a la carne\' el espíritu, al cuerpo\' al alma
como entidades diferenciadas; diferenciadas precisa mente por unas moclalidades ele
instilución de la subjetividad. Los puntos de esta observación proceden ele una serie ele
conversaciones con los psicoanalistas Graciela Kasitzky \' Hugo Bianchi. apropiados <1
beneficio ele los argumentos ele la historia ele la subjetividad. Sin embílrgo, subsisten,
con potencia acaso excesiva, el lenguaje\' los esquemas elel psicoanálisis. Marcíl de co·
\'Untura: tanto ele las circunstancias que originaron el texto como del (sub)des<1rrollo ac·
tual ele la historia ele la subjetividad.

-206-
3. La actividad previa a la marcación sociocultural es
pre-psíquica: actividad cerebral, nerviosa, etc., en definiti­
va, actividad biológica pero actividad al fin. Esa actividad
no es propia de un sistema ya consumado sino de unas
condiciones que no se han determinado como sistema. Lo
biológico deviene psíquico cuando se inscribe una marca
cultural que lo organiza y determina. Pero, para que esto
suceda, "antes" tiene que haber sido posible. Y es posible
porque esa actividad biológica tiene un déficit biológico
en la capacidad de decodificación. Cualquier organismo
vivo decodifica sin dificultades lo necesario (los alimen­
tos, los abrigos, los peligros); lo que no entra en esas ca­
tegorizaciones ni siquiera existe: no perturba ni exige una
respuesta. Pero e I carácter inconcluso del sapiens a la ho­
ra de nacer determina que una serie de "inputs" biológica­
mente necesarios no entren en la capacidad de decodifica­
ción, biológica del entorno. Donde falla la decodificación,
comienza la representación.
4. Para esa vida, es precisa una serie de insumos; pero
el aparato de decodificación no reconoce inmediatamente
ni el requerimiento ni la condición de satisfacción. El insu­
mo será reconocido de modo mediato, pero esto determi­
na un cambio de cualidad. El reconocimiento inmediato de
la decodificación se refiere al universo de las señales; pe­
ro el reconocimiento mediado es ya otra cosa, en la que in­
tervienen la representación y el sentido. Por esta vía -ne­
cesidad de totalización, carencia de decodificación-, in­
gresan las nuevas marcas. Las marcas nuevas entran en la
inconsistencia de las ya dadas. Estas inconsistencias se lo­
calizan en el entorno de los puntos de decodificación: al­
go se reconoce, pero en el reconocimiento hay un ruido
que interfiere el reconocimiento; la actividad de lectura
tras el ruido es ya psíquica.
5. Esta apertura a estímulos para los que biológicamen­
te no se está preparado tiene que darse en un ambiente de

-207-
ternura. Las instituciones ele crianza tienen que dosificar
la serie de estos estímulos que suscitan la actividad de re­
presentación de modo que se vayan dando paulatinamen­
te sin colapsar el sistema; a la vez, tienen que suministrar
un sentido para esos estímulos. La palabra tiene que ir al
lugar del estímulo físico: acompañarlo o sustituirlo. Así se
implanta "lo simbólico". La palabra como estímulo físico
es el puente a la actividad representacional simbólica.
6. Se puede esquematizar este desarrollo como sucesi­
va suplementación de unas inconsistencias por otras tan­
tas estructuras con puntos suturados de inconsistencia.
En primer lugar, la indeterminación biológica, condición
absoluta de posibilidad ele ingreso en un mundo simbóli­
co. Pero la posibilidad es sólo la posibilidad. La indetermi­
nación biológica tiene que recurrir -si lo encuentra en
tiempo y forma- a las palabras y el sentido que el entor­
no social puede proporcionar. Se suplementa mediante
prácticas y enunciados una organización biológica caren­
te de sus terminaciones con una estructura que a su vez
está fallada. Tres fallas entonces: a. la biológica, b. la sim­
bólica, c. la heterogeneidad entre ambas estructuras; lo
que venía a colmar una laguna es de otra naturaleza, ins­
taura un desfasaje radical. A la vez, se instaura una incon­
sistencia entre la inconsistencia de partida y la organiza­
ción que venía en su auxilio.
7. El sapiens nace incompleto y con un impulso biológi­
co al cornpletamiento biológicamente imposible. La in­
completud biológica es real; el anhelo de totalización mar­
ca el pulso del imaginario. El "completamiento" es simbó­
lico, y ya sabemos de qué tipo de completamiento se tra­
ta: falla y suplernentación.

-208-
ílJNA OlBS!ERVAClÓN SOlB!iU JLA DlEHNKHÓN
D!E SURJIETKVllDAD

l. En una observación prevía (acerca de las herramien­


tas de la crítica) vimos que había tres estrategias del pen­
samiento crítico, que correspondían tanto a diversas mo­
dalidades en el pensamiento filosófico del ser y sus apa­
riencias como a distintas modalidades políticas de desar­
ticulación de un orden.
2. La primera, de matriz sustancíalísta, remite a las imá­
genes más clásicas: esencia y apariencia; falsedad que cu­
bre la verdad: estrategia de impugnación de la falsa con­
ciencia por la verdadera, que es la conciencia de la esen­
cia. La segunda, mucho más sutil, corresponde a las estra­
tegias estructurales del pensamiento estructural: lo que
aparece no se remite a una esencia encubierta sino a unas
condiciones que lo posibilitan y se esconden en eso mis­
mo que han posibilitado. La crítica no es la remisión de la
apariencia a la esencia sino de lo efectivo a las condicio­
nes de posibilidad. La tercera se distancia ya de los hábi­
tos de la lógica ontología heredada. No se trata de una en­
tidad definida que se actualiza o encubre o determina en
lo que se presenta. Es una indeterminación que se deter­
mina en el modo de presentación. No se trata de descubrir
una entidad determinada sino de observar el proceso in­
determinado del que resultan las determinaciones que las
cosas son. La crítica es -en principio- la remisión de lo
que se presenta al juego abierto de fuerzas del que resul­
ta eso que se presenta.
3. Dentro de las estrategias contemporáneas de crítica
ya distinguimos entre dos sentidos distintos de la palabra
"remisión". Pues la remisión bien puede ser el mero enun­
ciado verbal de las fuerzas que han intervenido en la pro­
ducción del efecto y han quedado encubiertas retroactiva­
mente por el efecto. Pero también puede ser la estrategia

-209-
de intervención material y efectiva (una fuerza entre las
fuerzas) sobre el efecto constituido. Pero para eso es pre­
ciso establecer en qué consiste el efecto constituido por
las fuerzas que han intervenido en la producción. Porque
uno de los núcleos que trabajamos aquí es que la noción
de efecto en las condiciones de la co111plejidad, de la mul­
tiplicidad inconsistente, de la indeterminación de base o
del plano de inmanencia, es siempre doble. En cada efecto
que se produce, se produce también -como un efecto de
la producción del efecto pertinente- un efecto imperti­
nente, un plus o un exceso. Intervenir sobre el efecto cons­
tituido es situar la intervención en el punto de desacople
que conecta los efectos de una misma instauración: la no
relación que vincula a ciegas los efectos pertinentes con
su plus i111pertinente. La intervención sobre los efectos
trabaja en la destitución de los efectos pertinentes (alias:
resultados o productos) a partir de la donación de consis­
tencia heterogénea para los efectos impertinentes que ace­
chan a la sombra de los primeros.
4. Ahora bien, las distintas estrategias críticas propor­
cionan diversas nociones de subjetividad. En la pri111era lí­
nea, el sujeto es una sustancia escondida tras la persona­
lidad oficial que la desnaturaliza. La falsa entidad tiene
que dar su sitio a la verdadera. El sujeto no es 111ás que esa
sustancia llamada conciencia. La esencia de esa sustancia
son sus contenidos. La adecuación de los contenidos de la
conciencia respecto de lo que es su objeto hará que la con­
ciencia sea verdadera. La inadecuación la hará falsa. El via­
je teórico de esta estrategia es corto: termina con Marx,
con Saussure, con Freud. Después el sujeto será una es­
tructura, uno de cuyos tér111inos será eso que se presenta
co1110 evidencia unificada ante la mirada espontánea: la
personalidad de un individuo. La personalidad será tan
falsa como la falsa conciencia, pero menos destructible:
implacablemente la estructura produce sus efectos imagi­
narios de unificación de esa división que es constitutiva
de la estructura.
-210-
5. En la tercera línea, el sujeto no es una sustancia ni
una estructura. Lo que se llama la subjetividad y lo que se
llama el efecto de sujeto (o efecto sujeto) no son más que
operaciones. No se trata de capacidades ni de lugares sino
de operaciones. Ahora bien, estas operaciones no son pro­
pias del cerebro sapiens. En el hard no está contenido el
soft. La programación es una práctica de la que resultan
los operaciones que hacen ser la subjetividad de la que se
trate. Las prácticas que producen subjetividad son las
prácticas que instauran unas operaciones en la carne hu­
mana. Las prácticas productoras de subjetividad, si se es­
tandarizan, dan lugar a lo que llamamos dispositivos de
producción de subjetividad. Las operaciones que instaura
un dispositivo no son las que él mismo hace. Son las que
obliga a hacer a un individuo para permanecer, para per­
tenecer, para ser un habitante de ese dispositivo. La pura
existencia del dispositivo exige una serie de operaciones
subjetivas para habitarlo. No las induce, no las propagan­
diza, no las modeliza: con estar le basta para que uno se
obligue a hacer algo para que su presencia allí tenga algún
sentido. Naturalmente, la primera operación será una su­
posición de sentido para tolerar la permanencia bajo el ri­
gor material de las prácticas que dispone el dispositivo.
Esa suposición produce una segunda operación que es la
transferencia de sentido hacia algún agente del dispositi­
vo. La tercera será la conjetura (elaborada por el sujeto en
cuestión, pero atribuida al dispositivo o sus agentes pri­
mordiales) sobre el sentido supuesto y transferido. Hasta
allí es conocida la cosa. A partir de entonces, depende de
cada dispositivo: las acciones de cuerpo y de pensamien­
to tallarán la subjetividad; el dispositivo estará así mar­
cando los lugares por lo cuales el individuo habrá de
orientarse (hasta transformarse -en algunos casos- en
un agente "libre", establecido sin coerción explícita).
6. Martín Buber decía que el mundo crea en nosotros el
lugar en que recibirlo. Un poco transmutada -y con los

-211-
encantos perdidos- esa tesis es la que guía a ésta: el dis­
positivo forja en nosotros las operaciones para habitarlo.
Así las cosas, la subjetividad instituida es propia no de
una época sino de una situación. Esa subjetividad es la se­
rie de operaciones obligadas por el dispositivo específico
de la situación específica. La subjetividad es una serie de
operaciones; el hard ha sido suplementado por el so(t: los
programas exigidos para habitar un dispositivo corren sin
problemas.
7. Ahora bien, si ésta es la subjetividad instituida, ¿cuál
será el sujeto capaz de realizar la crítica? Nuevamente, el
sujeto no será sustancia ni estructura sino operación. El
sujeto es también operación, pero una operación ele otro
tipo. Es una operación crítica sobre la subjetividad insti­
tuida. No hay sujeto si no hay un plus producido por la
instauración ele una subjetividad. Ese sujeto será una ope­
ración sobre la serie de operaciones instituidas: trabaja en
otro nivel lógico. Pero ese otro nivel sólo es posible por la
instauración del primero y su plus. La operación crítica
que llamamos sujeto es una operación sobre la subjetivi­
dad instituida desde el plus que ha producido corno efec­
to impertinente. Apropiación, subjetivación, crítica son
otros tantos nombres de la operación que es sujeto para la
serie de operaciones que son la subjetividad instituida.
8. Consecuencia: la relación entre la subjetividad y el
discurso social no se piensa ya en términos de modelos e
identificaciones sino en términos de dispositivos y opera­
ciones.

-212-
UNA OIBSIERVACIÓN SOBRE EL !ESTATUTO
DIE !LO lP'ÚlBJLHCO Y !LO JP'RliVADO

1. La frontera entre lo público y lo privado es natural­


mente histórica, es decir: insustancial. Y esto en por lo
menos dos sentidos. a) Es histórica porque no existe insti­
tuida como tal en todas las situaciones sociales. Los edito­
res de la Historia de la vida privada tuvieron que hacer
contorsiones para sostener el ambicioso proyecto mercan­
til en los trayectos medievales sin ofender irrevocable­
mente el nombre de los profesores convocados. b) Es his­
tórica también en el sentido de que la frontera, cuando
existe en las situaciones, no corta siempre del mismo mo­
do. c) Agreguemos un tercero. Se podrá imaginar que esta
distinción, cuando no calca las distinciones socialmente
establecidas, funciona como categoría analítica. En tal ca­
so, las dimensiones públicas y privadas, postuladas no co­
mo existentes sino como principios de consistencia analí­
tica, habrán de ser elaboradas conceptualmente. En tal ca­
so, poco tendrá que hacerse cargo de las significaciones
instituidas como propias de "lo público y lo privado".
2. Como se sabe -se sabe a partir de Althusser, pero se­
mejante origen no es digno de las estrategias periodístico­
universitarias que viven de la denuncia y la queja y la re­
producción de estos espacios-, la distinción entre lo pú­
blico y lo privado no se traza desde un tercer elemento si­
no desde el Estado. El distingo entonces es una operación
histórica. El Estado absolutista distingue entre dos esfe­
ras. En una se autoriza a intervenir directamente; es su
campo eminente de trabajo. En la otra, trazada por sí mis­
ma, sólo se autoriza a operar indirectamente, por medio
de las instituciones estatales instituidas como privadas.
Los AIE (Aparatos Ideológicos del Estado) recorren indis­
tintamente las dos instancias: la instancia en que el Esta­
do se muestra como tal y la instancia en que el Estado pre­
fiere ordenar como si no interviniera en ella.
-213-
3. Como se trata de distinciones propias de los regíme­
nes burgueses, el criterio de propiedad se presenta como
decisivo en la discriminación oficial de los campos. Con
toda evidencia, una vez que se ha establecido la evidencia
mayor de que la propiedad determina la naturaleza social
de las cosas, la instancia de lo público se compone de los
elementos que son de propiedad pública. El Estado demo­
ra menos que un instante en establecer la sinonimia entre
público y estatal. El Estado es depositario de lo no priva­
do, depositario de lo público; el Estado es lo público.
4. El Estado moderno interviene en un mundo regulado
por leyes, las leyes del Estado. Público y .privado son dos
ámbitos de intervención estatal delimitados por su instru­
mento legal. En el ámbito público se autoriza a intervenir
legalmente mediante la fuerza política. En el privado, se
prohíbe intervenir directamente: interviene indirectamen­
te mediante sus aparatos tutelados de delegación.
5. La instauración de la frontera público-privado esta­
blece una subjetividad específica. Produce una delimita­
ción clara entre dos ámbitos de acciones: público= visi­
ble, privado= cerrado a las miradas del conjunto. Correla­
tivamente, establece una interioridad de lo que está cerra­
do para las miradas y una exterioridad de lo que está
abierto a las miradas. Finalmente, la vida psíquica, que es
lo más vedado a las miradas, que es lo más constitutivo de
los hombres, se va volviendo más y más íntimo. Resulta­
do de esto, la interioridad psíquica es eso sobre lo que el
Estado no puede intervenir. Consecuencia teórica: la divi­
sión público-privado establece las coordenadas para una
vida psíquica percibida como interioridad. (Y que no halla
su verdad en la exterioridad de las acciones sino en el se­
creto de los pensamientos.)
6. Nuestra situación actual no asiste al desplazamiento
de las fronteras de lo público y lo privado sino a su elimi­
nación. Ya es una distinción que no distingue nada. El Es-

-214-
tado no interviene sobre las vidas personales mediante el
aparataje legal, sino que interviene directamente med·ian­
te las tendencias y operaciones del mercado. Si el Estado
no opera mediante la legalidad, la distinción público­
privado ya no es estructurante de su intervención sobre la
población. El mercado indiscrimina ambos ámbitos. Por
eso mismo, en ausencia de la práctica determinante de la
delimitación, constituyen de hecho un solo ámbito.
7. Para la débil conciencia tardoburguesa, las eviden­
cias burguesas parecen críticos operadores conceptuales.
El insoportable tema de lo públlco y lo privado. Como to­
do tema, es campo de opinión: el desvanecimiento de lo
público, el avance de lo privado son denunciados periód i­
ca y periodísticamente con gesto pensativo. El desvaneci­
miento de lo público se manifiesta en el deterioro mate­
rial de los espacios materiales de propiedad estatal. El
avance de lo privado, en el avance de las rejas. No es una
cuestión menor, pero la herramienta ideológica investida
como crítica resulta impotente: genera consenso sin pro­
ducir otro efecto que el del lazo lacrimal.
8. Sin esa operación estatal, la población no está trata­
da mediante prácticas que legalmente delimiten un ámbi­
to público y un ámbito privado. A todos los rincones llega
la mano visible del mercado. Para ese agente, los indivi­
duos sobre los que interviene carecen de interioridad. Y
carecen de ella no porque el mercado la borre sino porque
no la instituye. Esa interioridad inexistente no está ausen­
te: meramente no está. No es ya una institución estatal.
Puede ya no ser una marca constituyente de la subjetivi­
dad.
9. Para la experiencia ciudadana, la exterioridad era un
defecto imperdonable ele banalidad superficial. Para la ex­
periencia consumidora, la exterioridad es precisamente el
reino de la imagen. La imagen podía representar al ciuda­
dano, pues el ciudadano tiene una interioridad que se ex-

-215-
presa hacia el exterior corno imagen. En cambio, la imagen
actual presenta al consumidor. Esa exterioridad es lo que
es. No significa que sea menos: significa que su ser está en
otro lado. Está en la superficie misma; pero hay que saber
mirar en el envés y no en la desaparecida profundidad.

-216-
1 L o
O 0 0 0 0 0 0 0 0 D 0 O O Q O O Q Q O O
erminé las correcciones de este libro dos semanas
T
antes del nacimiento de mi hijo L. Había estado tra­
bajando con textos que tenían ya cinco años, con lo cual
su corrección se tornaba a veces tan engorrosa que más de
una vez hubiese deseado escribirlos de nuevo. Obviamen­
te, esa tarea era para mí materialmente imposible y, por
otro lado, la experiencia de trabajo con estos textos me
hacía confiar en su productividad: no podía deshacerme
de ellos sin más. Puse entonces punto final al trabajo im­
pulsada por una necesidad vital y un compromiso contraí­
do; preferí privilegiar las razones estratégicas por sobre
supuestas obligaciones epistemológicas.
La inminencia del nacimiento parecía además un buen
motivo para concluir una investigación cuyo interés había
girado justamente en torno a los niños y a la familia, para
elucidar las condiciones actuales del ejercicio de la mater­
nidad y dé la paternidad. Pero, contrariamente a lo espe­
rado, el nacimiento ele mi hijo, lejos de contribuir a la cul­
minación del trabajo, iba a continuarlo todavía más; pues­
to que las circunstancias en que se produjo -circunstan­
cias que comparten la gran mayoría de los nacimientos ac­
tuales- nos revelaron casi con crudeza el estatuto actual
de la infancia. La tesis seguía vigente; o, como dijo algún
escritor, la realidad se empeñaba en demostrarla. Yo osci­
laba entre la sorpresa y la satisfacción porque la corrobo­
ración de mi hipótesis no dejaba de asombrame y, por su­
puesto, eso me producía alegría.
La primera sorpresa fue en el curso de preparación pa­
ra el parto. Allí un episodio menor, por lo habitual y lo fre-
. cuente, me llamó la atención. La primera de las charlas se
inició con una promoción de productos para bebés de
Johnson y Johnson. Lo de siempre: llenar un cupón con
datos personales -así se llaman los datos obtenidos por

-219-
estas estrategias de marketing- contra entrega de un es­
tuche con muestras ele los productos. Sólo que en esta
ocasión algo me impresionó. El cupón pedía el nombre del
bebé (aún no nato); y fue ése el primer registro del nom­
bre de L. en la cultura. Antes que corno ciudadano, L. ha­
bía sido registrado como consumidor: el mercado se le ha­
bía anticipado al Estado. Después, bastante después, ven­
dría la ceremonia del Registro Civil. Bien mirada, era bas­
tante más complicada que la de la promoción.
El segundo hecho sorpresivo sobrevino al dejar el sana­
torio donde me había internado. Poco antes de partir, co­
mo es de rigor, hubo que gestionar el alta, que era un trá­
mite mediado por la obra social de mi gremio. En esa oca­
sión nos entregaron un paquete lleno de "regalos" para el
bebé y la mamá: promociones de productos, desde mues­
tras de paf'iales hasta jabón para lavar ropa fina -que
siempre usé ignorando que era un producto especial para
mamás- e infinidad de catálogos y cartillas que anuncia­
ban actividades, servicios y venta de todo lo que el bebé y
su madre necesitan: gimnasia, grupos de reflexión, nata­
ción, estimulación, recreación, etc. Nuevamente, nuestro
niño, antes que existir como afiliado o como miembro de
la obra social gracias a cuyas prestaciones había nacido,
existía como consumidor.
Dejamos el sanatorio sin enterarnos de ninguna de las
obligaciones civiles que habíamos contraído como padres
del niño. Ni siquiera sabíamos a ciencia cierta si las tenía­
mos, ni ante quién. Sólo un sello, medio perdido y poco le­
gible al dorso del certificado de nacimiento, rezaba: "Has­
ta cuarenta y cinco días en.:." y una dirección del Registro
Nacional de las Personas. Aparentemente, el sello hablaba
por sí solo, puesto que nadie nos dijo que debíamos ins­
cribir al recién nacido. Tampoco qué podía pasar si no
cumplíamos a tiempo con ello. Las únicas instrucciones
claras para los cuidados del niño y las tareas de los padres

-220-
provenían ele los catálogos de productos: ése era el esta­
tuto actual de la escuela para padres.
Finalmente, poco antes de que se venciera el plazo es­
tablecido, fuimos al Registro Civil. Otra sorpresa vendría
a sumarse a las anteriores: L. no había nacido en el país de
sus padres, sino en otro; antes que ciudadano de la Nación
Argentina, él era -y es- habitante del Mercosur. Lo cual
no es ni bueno ni malo para él, sino una condición del
mundo que le tocaría habitar. Pero de nuevo el mercado
ganaba la mano. La posesión de ese documento de identi­
dad venía a coronar la cadena de hechos que la habían pre­
figurado. La sorpresa fue el anticipo de una revelación; el
encanto de lo que parecía una intuición se desvanecía an­
te una real confirmación. L. era ante todo habitante del
Mercosur, y su identidad civil estaba ahora marcada por
ese rasgo que no era sólo de hecho; también lo era de de­
recho. Tampoco aquí nadie habló d.e nuestras obligaciones
jurídicas como padres del niño que había nacido. Sólo que
ahora la ausencia de esa voz resultaba menos incompren­
sible.

Alto Valle del Río Negro,


febrero de 1999

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