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Informe de Lectura del segundo capítulo del texto “Del mito y de la razón en la historia del

pensamiento político” de Manuel García-Pelayo

Juan Sebastián Vargas Trujillo

Estudiante 2160876

Bucaramanga

Martes, 7 de junio de 2016


Bibliografía

García-Pelayo, Manuel. Del mito y de la razón en la historia del pensamiento político. Madrid.
Editorial Revista de Occidente S.A. 1968. Páginas 65-140.

Palabras Claves

Derecho, edad media, ideas, teocentrismo, iuscentrismo, universalismo, localismo, jurista.

El capítulo de las ideas jurídicas medievales es dividido por el autor en dos grandes grupos: lo
que atañe a la alta edad media (siglos IX-XIII) y lo que respecta a la baja edad media (siglos
XIII-XVI)

En el primero de ellos, la idea del derecho en la alta edad media se fundamenta en el


teocentrismo, en la persona de Cristo, los sacramentos y la eucaristía. Dios es la base del
derecho: de él proviene el derecho natural y todo el consuetudinario o positivo que no se oponga
a él. Según el autor, hablar de comunidad de fe equivale a hablar de comunidad jurídica y se
entenderá como buen cristiano aquel quien cumpla con lo dictado por Dios. Así, derecho es igual
a justicia y Dios es el juez justo y bajo quien se cimentaba mecanismos judiciales como las
ordalías: prueba de fuego o agua en la cual Dios determinaba culpabilidad o inocencia a partir de
un proceso simbólico realizado bajo un árbol (alegoría del centro que hunde sus raíces a la tierra
y se eleva al cielo) o bajo el portal de la iglesia (signo de defensa de todo mal y de sacralidad).

Surge igualmente, según García-Pelayo, una tensión entre el universalismo entendido como la
manera en que el ciudadano se sentía miembro de la comunidad universal de Cristo y por tanto
ese derecho regía su vida, y el localismo que llevaba al ciudadano a condicionarse bajo las
costumbres de su vida inmediata. Además, el derecho de la comunidad se consideraba un
patrimonio inquebrantable al no haber un órgano quien dictara la última palabra en materia de
creación jurídica, lo cual explica la manera en que se entendía el acto de gobernar en aquella
época: no es crear derecho, sino guardarlo y aplicarlo (primacía de atribuciones judiciales).
En cuanto a otras tensiones en materia de derecho durante este período, el autor español expresa
que el derecho de antaño prevalece al igual que el subjetivo como consecuencia de la ya
mencionada carencia de institución central legisladora y evidenciado en el privilegio de libertas:
status jurídico subjetivo que le brindaba al individuo el beneficio de no sumisión frente a otros
derechos que no fueran los de su propia comunidad. Así mismo, no hay conciencia clara de las
distinciones entre derecho objetivo, subjetivo, privado y público.

Todo lo anterior duró mientras fue aplicable a comunidades pequeñas y controlables. Pero con el
avance de la edad media se van ampliando los sistemas de relaciones sociales, lo cual conlleva a
que el derecho se torne más complejo y se reflejen en él ciertas falencias como la falta de
seguridad jurídica (consecuencia de la confusión brindada por la penuria de objetividad en el
derecho) y su calificación de irracional (carente de justificación sumado a la opinión de los
burgueses que exigían un derecho “cierto, racional y flexible”).

En consecuencia y según García-Pelayo, surge una nueva idea del derecho para la época de la
baja edad media que va de la mano con una concepción iuscéntrica en la sociedad –siendo la
primera teoría del estado moderno–, pues el derecho del rey ocupa ahora lo que antes era propio
de la figura de Cristo. Así, al derecho le urge por ende buscar una espiritualidad original y propia
materializada en la metafísica, que es en el campo del derecho de aquel tiempo la idea abstracta
que ubica a la justicia como anterior a toda ley y como madre del mismo.

Seguido a ello, el autor precisa que se forma el derecho legal y nace el oficio profesional del
jurista. Este oficio bien podía responder a una vocación (o llamamiento) o a una ocupación de la
cual el que la ejercía se sustentaba para vivir. De esta forma, y de la mano de lo ya tratado
respecto a la espiritualidad propia del derecho, se empiezan a considerar los juristas como a una
especie de sacerdotes no divinos pero sí humanos, como unos dioses para los hombres. Así, este
nuevo saber laico que conllevaba estudios universitarios extensos, se asienta como una élite
política y social que crea el derecho y prepara las leyes, siendo esta última labor evidente hoy
día, según manifiesta García-Pelayo.

Respecto a la tensión entre el universalismo y el localismo existente en la época anterior, el autor


declara que ésta se cancela y el reino es ahora una unidad jurídica pues se quiebran los poderes
universales (la curia queda mal librada), se forman nuevos reinos (plurales, económicamente
cambiantes y cuna de sociedades inéditas), hay una nueva realidad política (pues los reinos no
son ni universalistas ni localistas en respuesta a la entrada en escena de conceptos aristotélicos y
el surgimiento de la conciencia política de patria), hay pretensión de unificación (pues se busca
aunar el orden jurídico literariamente), se valora el derecho romano (que al principio no quería
adaptarse por orgullo de otros imperios pero que finalmente fue apreciado por los reyes como un
derecho fuerte, promulgado y establecido) y finalmente surge la fórmula q.o.t. (que dicta que lo
que a todos incumbe debe aprobarse por todos).

Igualmente, según comenta el español García-Pelayo en su texto, surgen nuevas tensiones en


materia de derecho tales como la que se da entre el derecho viejo y el derecho nuevo de la época.
Ello se presenta por la consideración de que el nuevo derecho iba en contra de las buenas
costumbres históricas y por la negación a dejar atrás el derecho de antaño, ya que éste era
sencillo en contraposición a la complejidad del nuevo, que implicaba una inminente dificultad de
comprensión para el aldeano.

Finalmente, el autor cierra el capítulo enseñando el esquema jurídico en rigor: un derecho


objetivo que emanaba del parlamento o las cortes, un derecho común elaborado por juristas y
reconocido oficialmente, un derecho territorial limitado espacialmente y un derecho subjetivo
(imposible de dejar atrás) que se erigía sobre las verdades individuales que se mantenían y
respetaban. Y antes de cerrar la redacción, García-Pelayo deja en claro que las tensiones en
materia de derecho no cesan: se forma la polaridad entre la ley general versus el privilegio, que
constituye un debate entre lo aplicable a absolutamente todos o las excepciones.

En conclusión, el autor realiza un formidable recorrido por los sucesos relevantes del derecho
medieval que se componen principalmente del tránsito del teocentrismo al iuscentrismo y todo lo
que conlleva este proceso. Su trabajo consiste en desglosar y exponer los métodos de derecho de
cada época de la edad media y su concepción según los momentos históricos. Un parangón muy
significativo surge de la evolución de los conceptos de universalismo y localismo, tan variantes y
dicientes, propios de la ideología de cada periodo. Y finalmente, todo ello constituye una mirada
retrospectiva de las realidades jurídicas relacionadas con las de nuestros días que si bien han
evolucionado, mantienen vigentes muchas de las características y de los interrogantes y
tensiones de antaño.

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