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Son dos los elementos de la etapa final en la elaboración de toda ley: su promulgación
y su publicación. Es habitual en la teoría constitucional el encargar tal función a quien
ejerce la más alta responsabilidad en el Ejecutivo, es decir, al Presidente de la
República.
. Sin embargo, en algunos regímenes parlamentarios con características monárquico
constitucionales esta prerrogativa es exclusiva del Rey. Así lo establece, por ejemplo,
el Parliament Act británico de 1911. Allí se menciona que todo proyecto de ley
aprobado por las Cámaras debe ser presentado a Su Majestad «para ser
sancionado». La Constitución española de 1978 adopta igual criterio con respecto a su
Monarca 405. Sobre el punto, debemos recordar que con los regímenes
parlamentarios el Presidente de la República o en su caso el Rey comparten la
característica de ser jefes de Estado, siendo ésta la autoridad que ejercen para
promulgar la ley y mandar cumplida erga omnes.
Empero, creemos que extender en demasía el plazo de publicación de una ley atenta
contra su eficacia y objetivos. Así lo sostiene, en puridad, la ciencia del Derecho, pues
«de lo que se trata es de defender la sustancia de una ley, su sentido ordenador y
evitar su escamoteo»414. Por lo demás, el mismo doctor CHIRINOS SOTO modifica
su planteamiento inicial, ya que define como de «temperamento saludable» la fórmula
adscrita por el artículo bajo comentario.
Sin embargo, un hecho a resaltar, que surge de la práctica detectada en el Diario
Oficial El Peruano cuyo director es nombrado por el Poder Ejecutivo y ostenta un
cargo de confianza- es el manejo antojadizo que muchas veces se ha hecho respecto
de la public3ción de leyes y demás sentencias y resoluciones de los órganos del
Estado. Un claro ejemplo de esto es la publicación que se diera a la resolución del
Tribunal Constitucional, que se pronunció sobre el tema de la reelección presidencial.
En un hecho que linda con lo delictivo, el Diario Oficial publicó la resolución en
mayoría con letras ininteligibles y excesivamente pequeñas. Pero lo más grave del
asunto es que también publicó la opinión minoritaria, que no era sentencia y que por
tanto no debió publicarse; lo hizo en letras claras y bien redactadas.
Sería por ello saludable para la estabilidad del sistema político en general, que el
Congreso tenga su propia Gaceta Oficial, como existe en otros países. Esta medida
evitaría el manejo arbitrario de funcionarios de confianza que no dudan en transgredir
la ley cuando se trata de publicar normas y demás providencias que vayan en contra
del Poder Ejecutivo.
1.1. Poder Ejecutivo
Sabemos que el estado de derecho se fundamenta en la división de poderes, uno de los
cuales se representa a través del poder ejecutivo. Hemos sostenido en la parte
correspondiente al análisis global y caracterización del régimen político diseñado por la
Constitución de 1993, que ella consagra un mayor énfasis por el presidencialismo,
caracterizado por la implementación de una serie de elementos que dan vida a las
diversas instituciones políticas reguladas en el texto constitucional y que otorgan un
peso mayor al Presidente de la República.
Este tipo de régimen es esencialmente concentrador de atribuciones y capacidades de
decisión política propia en el Presidente de la República. En tal virtud, esta autoridad
es elegida directamente por el pueblo para un período determinado y la composición
del gobierno no depende del voto de confianza del Parlamento, pues el Presidente de
la República es quien decide autónomamente la composición del gabinete, el
nombramiento de los altos cargos y la estructura de la administración pública. El
sistema parlamentario, en cambio, consagra como institución primera en cuanto
legitimidad y representación democrática al Parlamento, siendo de su seno que se
origina el gobierno. El Parlamento no solamente otorga investidura, sino que la
permanencia del gobierno depende de su confianza
Así pues, teóricamente, en el Perú -lo mismo que otros países de la Región- no existe
un régimen presidencial en el sentido estricto del modelo. Este le asigna al Presidente
de la República el rol conductor del Estado y del gobierno y también una serie de
prerrogativas que permiten un contrapeso en las relaciones con el Congreso, dándole
al sistema un adecuado equilibrio de órganos.
Siguiendo las líneas de unreciente trabajo de Mario CASTILLO FREYRE, se puede
llegar a sostener que el presidencialismo, de inspiración norteamericana, «ha dado
lugar a una forma iberoamericana de autoritarismo: el caudillismo». Agrega que
«desde que Bolívar lo planteó en su Constitución de 1824, el Presidente en
Latinoamérica ha sido el hombre que gobierna, una especie de 'poder de poderes'»;
además, concluye el citado autor, «la figura presidencial tiene un arraigo profundo en
nuestra historia y en nuestra idiosincrasia política, perpetuando el poder unipersonal
que tuvo.
Según algunos autores, el régimen presidencial per se o puro, como modelo político,
no pudo implementarse en América Latina debido a factores de arraigo cultural,
político y económico que marcaban la presencia y adhesión hacia una autoridad
fuerte.
No obstante, este tipo de régimen contiene contrapeso~ institucionales
constitucionalmente reconocidos, que requieren del funcionamiento estable y duradero
de los sistemas políticos, factores ambos inexistente s en la historia republicana de
nuestro Continente. Si a lo anterior añadimos la ausencia de hábitos cívicos
democráticos, la marginación popular y el caudillismo predominante en la clase política
latinoamericana, podremos concluir que lo que constitucionalmente ha primado en
nuestro continente ha sido un semi presidencialismo, con el Presidente de la
República como actor central del sistema.
Para ser elegido Presidente de la República se requiere ser peruano por nacimiento,
tener más de treinta y cinco años al momento de la postulación y gozar del derecho de
sufragio.
Este texto ha sido tomado tanto de la Constitución de 1933 como de la precedente de
1979. Una revisión integral de las Constituciones que han regido en el Perú, nos indica
que la definición de 10 que es y representa el Presidente de la República se implanta
sólo a partir de la Carta de 1933. Los anteriores textos siguieron -bajo distintas
redacciones- la pauta formalista impuesta por la Carta de 1823, que establecía en su
art. 72: «Reside exclusivamente el ejercicio del poder Ejecutivo en un ciudadano con la
denominación de Presidente de la República». Esta disposición tuvo un breve
interregno con la Constitución bolivariana de 1826, que impuso la figura poco usual y
por ello efímera- del Presidente Vitalicio.
Nuestras Constituciones, hasta antes de la entrada en vigencia de la Carta de 1933,
intentaron asignarle al Presidente de la República una conformación jurídica lo más
próxima al modelo liberal europeo, tan arraigado en el siglo pasado. Como lo
sostenemos en Constitución y Sociedad Política, hasta la Constitución de 1920 se
empleó -con ligeras variantes- la fórmula del Presidente de la República como Jefe del
Poder Ejecutivo. En este enfoque se intentaba determinar en el Presidente las
calidades de un Jefe de Gobierno con particular énfasis en las funciones ejecutivas:
Pero el cargo, arraigado en tradiciones seculares y reforzado por el origen popular, ha
convertido al Presidente de la República en la encarnación de la soberanía nacional.
Los tres últimos textos constitucionales legitiman esta situación; de allí la fórmula que
se refiere a la personificación de la Nación.
La tesis de las Constituciones peruanas del siglo XIX fue, probablemente, la de una
separación estrictamente funcional de poderes, elemento que con relación al Poder
Ejecutivo requería de una autoridad que asumiese la responsabilidad de su
conducción.
De allí la cuidadosa precisión en denominar al máximo conductor del Ejecutivo
Presidente de la República. Pero como se observa, no se le atribuirá la calidad de Jefe
de Estado y menos la de personificar a la Nación. En esta perspectiva, nuestra
tradición constitucional no otorgó ninguna primacía al Presidente de la República
respecto de los presidentes de los otros poderes del Estado. Para su ejercicio, cada
poder tenía su Presidente con una denominación específica. Pero estos escrúpulos
constitucionales para evitar un tratamiento de identificación del poder del Estado con el
Presidente de la República, no se compadecieron con las prácticas políticas y las
adhesiones colectivas, que tendieron a encamar en el Presidente de la República al
Jefe de Estado y máximo conductor de la Nación, sobrepasando, en ese extremo, el
recato constitucional que pretendía que ese cargo sólo representara la jefatura del
Ejecutivo.
Es la historia la que forjó un cause constitucional más amplio y sólido. Jorge Basadre y
Víctor Andrés Belaunde coinciden al señalar el enraizarniento profundo del Presidente
de la República como una autoridad que en muchos aspectos venía a ser el heredero
en el colectivo popular del Virrey y delInca. El caudillismo presidencial y la tendencia a
concentrar poderes en esta institución, más allá de los cuidados y reparos
constitucionales, tienen que ver más con la Sociología y la Historia que con la
Constitución. En este sentido, nos parece más realista la innovación de las
Constituciones peruanas del siglo XX, al reconocer al Presidente de la República como
la máxima autoridad y conductor real del Ejecutivo. Las Cartas de 1933, 1979 Y 1993
10 que señalan -más allá de algunos excesos en esta última- es que el Presidente de
la República no sólo es jefe del Ejecutivo sino una institución que es el eje o centro del
sistema constitucional.
Los orígenes de la institución del Presidente de la República se remontan a los
Estados Unidos. En ese sentido, es anterior a la Revolución Francesa e inclusive a la
independencia de los países del sur de América. En norteamérica, a inicios de la
independencia de la Corona inglesa, las actividades estatales fueron separadas en
tres poderes perfectamente delimitados: el Ejecutivo, el Legislativo y el jurisdiccional.
Es ante el peligro de eventuales bloqueos en el ejercicio del poder del Estado, que se
deciden establecer puntos de contacto, es decir, mecanismos institucionales que
permitieran la continuidad del proceso político. Esta cooperación tiene como
consecuencia una interdependencia por coordinación entre los distintos órganos del
Estado. En esa medida, subyace la necesidad de que dichos órganos actúen con
autonomía dentro de su campo de acción, estando, empero, obligados a cooperar en
aspectos fundamentales. Es bajo estos supuestos en que funciona adecuadamente un
régimen presidencial.
En el sistema parlamentario el Presidente tiene aún mayores contrapesos. Podemos
tomar como ejemplo el modelo español, en el que el Reyes el Jefe del Estado, pero el
Jefe de Gobierno es designado por las Cortes con el título de Presidente del Gobierno.
Este último es quien dirige la política general de gobierno, pero da cuenta de SLJ
gestión al Parlamento, órgano al que le debe su investidura y que, inclusive, lo puede
retirar del cargo mediante la figura del otorgamiento o revocación de la confianza.
En el Perú, el régimen político no ha sabido adecuarse con fidelidad a ninguna de las
tres modalidades. El predominio del Ejecutivo es evidente y el requisito de
coordinación ha sido suplantado en toda nuestra historia por la imposición de los
criterios del Presidente de la República. Es por ello que además de las extensas
prerrogativas. presidenciales que moldean a un Ejecutivo fuerte, éste se identifica
también, como ya lo hemos señalado, con la vertiente caudillista que es uno de los
elementos más fuertes de nuestra cultura política. Diversas experiencias confirman
esta tesis. En el Perú, el Presidente de la República es también «padre de multitudes,
oráculo de Delfos y héroe de la televisión
a. Elección Presidencial (Art. 111)