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Ordenadores
Si la computación tradicional nos llevó a la
luna, ¿dónde nos puede llevar la cuántica?
Por Tomás López Morales
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Madrid 24 JUL 2019 - 07:43 CEST
El IBM 360, con un peso superior a los 2.000 kilos, no podía ir, evidentemente, a la
luna. Lo que sí viajó al satélite terrestre fueron dos unidades de lo que se bautizó
como AGC (por Apollo Guidance Computer), ordenadores que hicieron de cerebro
de los dos módulos del Apollo XI. Los AGC, con el tamaño de una maleta y un peso
de 32 kilos, fueron desarrollados por el MIT.
“Hoy tiene todo un soporte informático, pero entonces con ar un proceso crítico a
una máquina era totalmente revolucionario”, explica Juan Antonio Maestro de la
Cuerda, profesor de Ingeniería Informática en la Universidad Nebrija. Más
concretamente, detalla que el principal avance del IBM 360 fue que marcó el inicio
de la compatibilidad entre ordenadores, ya que hasta entonces “cada máquina
hablaba un lenguaje distinto, y su programación era un mundo”.
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IBM System/360
Sin esos avances informáticos, provocados por ese moonshot que ordenó Kennedy
ante la pujanza soviética en la carrera espacial, el ser humano habría tardado más
en pisar la luna. A Miquel Serra-Ricard, astrónomo en el Instituto de AstroGísica de
Canarias y administrador del Observatorio del Teide, tampoco le hubiese
importado demasiado: “Al nal lo de menos fue pisar la luna, pues lo realmente
importante fue la creación de inercia brutal de transferencia del conocimiento: en
computación, en nuevos materiales, en medicina... Fue una osadía de Estados
Unidos, con una inversión de dinero incomparablemente mayor a lo que hoy
invierten la Agencia Europea del Espacio y la NASA. Pero todo lo que hubo
alrededor del proyecto Apollo es lo que provoca que hoy Estados Unidos sea el
líder tecnológico”, asegura.
¿Y ahora?
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Mientras las inversiones en tecnologías cuánticas cuajan -o no-, los astroGísicos
siguen investigando apoyándose en la computación, tanto que, explica Serra-
Ricard, “hoy es inconcebible pensar en un astrónomo sin un ordenador al lado”. En
el Instituto de AstroGísica de Canarias, un centro de referencia mundial, utilizan la
potencia computacional para controlar los telescopios, tratar sus imágenes,
realizar modelos teóricos sobre choques de galaxia… ¿Si llega la computación
cuántica, será una mejora exponencial de vuestras expectativas cientí cas?
“Evidentemente, todo lo que sea potencia computacional nos interesa, pero a los
ordenadores cuánticos todavía les queda para ser explotados sin problemas, y no
podemos arriesgarnos a experimentar”.
El futuro puede ser muy prometedor, pero para todos los que se dedican al espacio,
el periodo 1962-1969 es imbatible. “Nada de lo que hacemos se puede comparar
con el proyecto Apollo; me cuenta entender cómo lo lograron”.
El IBM 360 que, desde tierra, fue básico para el éxito del Apollo XI tenía dos megabytes de memoria principal. En
1969 era algo impresionante. En 2019 un buen portátil ofrece un terabyte de memoria -es decir, más de un millón de
megabytes- por menos de 900 euros.
El relato de los que trabajaron al pie del cañón aquellos días de julio de 1969 incide en di cultades que hoy nos
sacarían de quicio con cualquier smartphone. Los datos llegaban a la base con un retraso de tres o cuatro segundos, y
si querían comunicar algo a los astronautas, tenían que esperar en el mejor de los casos ocho segundos para escuchar
su respuesta. Cualquier actualización de la trayectoria del Apollo XI, por pequeña que fuese, tardaba en completarse
alrededor de un minuto y medio, simplemente por falta de potencia informática.
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