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La imaginación al poder

Todos hemos sentido el placer que proporciona la lectura de una buena novela. Abrimos
el libro y, como por arte de magia, nos sentimos transportados a un mundo distinto. O
experimentamos otro deleite: la identificación con un personaje.

El autor de una novela puede, pues, sacarnos de nuestro mundo para hacernos apreciar
mentalmente realidades que no hemos vivido nunca, o involucrarnos aún más en él, para
hacernos revivir situaciones que cada uno de nosotros ha padecido o gozado.

La novela se distingue de otros géneros literarios –como el ensayo, la biografía, las


memorias, la crítica– por el hecho de ser una obra ficticia, de imaginación: narra una
acción inventada. Salvo que se trate, por supuesto, de una novela estrictamente histórica
o política.

La novela es una narración extensa, por lo general en prosa, con personajes y


situaciones –reales o ficticios– que implica un conflicto y su desarrollo, que se resuelve
de una manera positiva, negativa, o con final abierto. La novela corta es un género más
reducido que la novela, a la que muy bien puede ser asimilada.

Tanto el novelista como el autor de novelas cortas, gozan de gran libertad en la


concepción de sus obras. Pueden inventar nuevos mundos, remontarse en el tiempo o
proyectarse hacia el futuro, condensar en pocas líneas el curso de toda una vida o pintar
en decenas de páginas una escena que transcurre en muy pocos minutos.

El poder de la imaginación literaria es casi absoluto. No obstante, por lo general,


esperamos que sean verosímiles. ¡El lector quiere creer lo que lee!

La lectura de una novela produce una cierta identificación con los personajes. El
adolescente que lee “Los tres mosqueteros” se identifica con D'Artagnan: arremete con
toda arrogancia contra sus enemigos.

En “Lo que el viento se llevó”, una jovencita puede imaginar que vive en una gran
plantación del sur de los Estados Unidos durante el siglo pasado.

Leer novelas es, pues, un medio de evadirse fácilmente de la vida cotidiana, de sus
sinsabores, de su rutina. La influencia de lo ficticio puede ser tan fuerte, que ciertos
lectores llegan a trasladarla a la realidad una vez que cierran el libro.

Los niños viven las mismas aventuras que los héroes de sus cuentos favoritos: les basta
un poco de tierra en medio de un arroyuelo, para creerse Robinson Crusoe, y ¡para qué
hablar de Harry Potter!.

Cervantes realizó, en “Don Quijote de la Mancha”, el retrato de un hombre a quien las


lecturas le hicieron perder el juicio y no llega a ver las cosas tal como son, sino como él
quisiera que fuesen: los molinos se transforman en gigantes, la humilde criada es para él
una noble señora, ve en el vulgar bandido a un valiente caballero... los libros que
trastornaron el juicio a Don Quijote, ¡eran fantásticas novelas de caballería!
El autor y sus personajes
Los especialistas en literatura se interesan sobre todo en las novelas "psicológicas" y
"costumbristas", que son una especie de mirada del hombre sobre sí mismo y sobre la
sociedad.

En este tipo de novela, la personalidad del escritor desempeña una función importante.
Tanto si escribe en primera persona como si lo hace en tercera, siempre hablará un poco
sobre sí mismo. Siempre deja “algo” de su propio ser: por eso ama a su obra como a un
hijo.

"Yo soy Madame Bovary", afirmaba Flaubert. Con esto quería decir que él mismo había
comunicado a su heroína algunos rasgos de su propio carácter, algunos de sus
sentimientos: el autor se había identificado con el personaje.

Los protagonistas de las novelas de Unamuno no viven su propia vida, sino la vida del
autor: sus problemas, preocupaciones y dudas. El propio Unamuno aparece al final de
una de sus novelas, “Niebla”, como si fuera un personaje más, fundiéndose ya la
realidad con la ficción.

Además, la libertad de creación de la que goza el novelista le permite vivir muchas


vidas por medio de sus personajes, y eso es lo que produce el embeleso de ESCRIBIR.

Balzac, prototipo de autor fecundo, dio a luz a toda una sociedad a través de las ochenta
y cinco novelas que componen “La comedia humana”. El propio autor, que era
ambicioso, que soñaba con la riqueza y los honores, pudo así desempeñar –al mismo
tiempo– los papeles de duquesa y seductor de la duquesa; de cura de aldea y joven
adulado; de viejo avaro, de soldado de la revolución y de presidiario fugitivo; de
solterona de provincia y de cortesana. Y sus criaturas de papel terminaron adquiriendo
para él tal realidad que, en su lecho de muerte, pedía ayuda al doctor Horace Bianchon,
uno de los personajes de “La comedia humana”.

Primeros pasos de la novela


La palabra novela procede de la italiana “novella”, con la que se designaba un tipo de
relato breve, próximo al cuento y a la anécdota, aunque más elaborado, y escrito en
lengua romance, no en latín.

Fue Boccaccio quien, en el siglo XVI, llevó la "novella" a su máxima perfección


literaria en su “Decamerón”, una colección de relatos breves insertados en un
argumento muy sencillo, que sirve de trama.

Este procedimiento se utilizó también en la colección de cuentos árabes “Las mil y una
noches”, y por otros autores del siglo XVI: Chaucer, en sus “Cuentos de Canterbury”, y
Don Juan Manuel , en su “Conde Lucanor”.

Posteriormente, la trama argumental se fue complicando y engrosando con diálogos,


descripciones y retratos de los personajes, hasta originar ese relato unitario y largo que
es la novela.
A finales del siglo XIV surgen en Francia las novelas de caballería, que idealizan la vida
de los caballeros, cortesanos y guerreros. Posteriormente, este tipo de novela se
extendió por el resto de Europa, alcanzando en España su culminación, con su máxima
parodia: “Don Quijote de la Mancha”.

Durante el Renacimiento, aparece en Italia la novela pastoril, inspirada en la antigua


poesía bucólica griega y latina. Estas novelas ensalzan la vida campestre a través de
refinados pastores que protagonizan platónicos idilios amorosos.

En el siglo XVI nace en España la novela picaresca, en la que un personaje travieso y de


mal vivir –el pícaro– cuenta las vicisitudes por las que pasa, con una técnica descriptiva
realista y crítica. La novela iniciadora del género es el “Lazarillo de Tormes”, de autor
anónimo. Este realismo crítico aparece también en el novelista francés Rabelais ,
creador de los célebres “Gargantúa y Pantagruel” quien, además, incita a sacar la
moraleja de sus libros: “Hay que romper el hueso y extraer la sustanciosa médula”.

El alma y la sociedad
En el siglo XVIII, la novela se diversifica y se enriquece. Se vale del análisis, la
confesión, la observación. Une, en cierto modo, lo ficticio con lo real.

La obra del Marqués de Sade se sitúa un poco aparte: anuncia ya la rebelión


contemporánea del hombre contra la sociedad y sus tabúes.

Durante el siglo XVIII nace en Inglaterra la novela negra o de terror, que culminará en
el XIX con el “Frankenstein” de Mary Shelley.

El tiempo perdido
A finales del siglo XIX, un joven culto y ocioso frecuenta los salones parisinos de
moda: se llama Marcel Proust, que por entonces no ha escrito casi nada; sin embargo, a
partir de 1906, el dolor que le causa la muerte de sus padres y su mala salud –toda su
vida padecerá de asma– le hacen renunciar a la vida social. Se encierra en su casa y, en
su habitación tapizada de corcho, duerme de día y trabaja de noche. Allí fue donde
escribió, hasta que le sobrevino la muerte, “En busca del tiempo perdido”.

En esta vasta novela, integrada por siete volúmenes de evocadores títulos, Proust crea,
como Balzac , toda una sociedad. Pero, más que por la historia de los personajes, se
interesa por sus sensaciones, por sus impresiones. Proust es el primer novelista que
estudia el modo en que el tiempo y la realidad son percibidos por el espíritu humano:
basta, por ejemplo, recordar el gusto de una galleta mojada en té, para que su héroe
encuentre, en un instante, los años de su niñez, tiempo que creía haber "perdido".

Numerosos psicoanalistas modernos toman la obra de Proust como tema de estudio.

Los héroes y lo absurdo


El mismo año de la muerte de Proust , acaecida en 1922, apareció “Ulises”, del irlandés
James Joyce , otro novelista genial. Este voluminoso libro relata -hasta en los más
mínimos detalles- veinticuatro horas de la vida de Leopold Bloom, un oscuro agente de
publicidad en Dublín.

El título de la obra coincide con el nombre del protagonista de la “Odisea” de Homero :


Bloom es un nuevo Ulises que, al final de un día de viaje por Dublín, retorna a su hogar
(nueva Ítaca) junto a su esposa (nueva Penélope). A través de esta obra lírica, que se
desborda en hallazgos de lenguaje, que recurre continuamente al monólogo interior ,
Joyce quiso mostrar que, hasta la existencia más insignificante, se parece a la epopeya
más gloriosa, y que cada ser humano puede tener dimensiones de héroe.

Las principales obras de Kafka – novelista checo en lengua alemana– no aparecieron ni


conocieron la fama hasta bastante después de su muerte (1924). Nadie ha expresado
mejor que él, con razón o sin ella, el carácter absurdo y agonizante del destino humano.
Como en un mal sueño, los personajes nunca consiguen alcanzar su objetivo: el
protagonista de "El proceso" no sabe de qué se le acusa, ni el de "El castillo" logra
entrar en dicho castillo. El decorado, símbolo de una sociedad opresora, pierde todo
vínculo con la realidad, se transforma en un universo de pesadilla.

¿Un género en declive?


En la actualidad existe un buen número de novelistas que rechazan, al mismo tiempo, la
sicología y la intriga. Prefieren acumular detalles, impresiones fugaces, recurrir a
personajes que parecen deshumanizados, a un lenguaje que carece de significado
aparente. Es una cuestión de corrientes.

Para ellos, así como la fotografía ha desplazado a un cierto género de pintura que era
una fiel representación de la realidad, así también el cine y la televisión cumplen la
misma función que la novela tradicional, ofreciéndonos diferentes "episodios" de la
vida. Si la pintura cambió radicalmente al aparecer la fotografía, también debe
hacerlo la novela tras la aparición del cine y la televisión.

La novela literaria de hoy, que se ha vuelto muy intelectual –tanto en el fondo como en
la forma– produce un poco de recelo. ¿Puede, por ello, pensarse que la novela es un
género en declive, condenado a desaparecer? Es indudable que hay una cierta dicotomía
entre el novelista, muchas veces hermético y difícil de comprender, y el gran público,
que se vuelca sobre malas novelas policíacas, sobre malas novelas de aventuras, sobre
malas novelas de ciencia-ficción... Pero también es cierto que aún pervive entre los
lectores el interés por los relatos y que siempre surgen buenos novelistas.

La literatura hispanoamericana contemporánea ofrece numerosos ejemplos – García


Márquez, Cortázar, Borges – de cómo un escritor puede crear novelas que sean
literariamente buenas y que, al mismo tiempo, lleguen al público.

¡Llegar al público! ¡Escribir de manera tal que el lector comprenda el texto! Ahí está la
clave.

Material parcialmente extractado de Aldea Educativa, CON correcciones.

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