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La Biblia, como la palabra escrita, revelación de Dios; es el libro por excelencia, por esa razón se
hace necesario el estudio sistemático de toda la escritura para conocer de una forma completa
sus enseñanzas. El evangelio debe ser enseñado en una forma integral, sin enfatizar una verdad
más que otra. Por esta razón al hablar de los Cinco Ministerios debe asumirse una postura
de equidad, apegados no a lo actual, sino a lo escrito, lo contextual. Si se rechaza uno, o si se
realza más uno en perjuicio de los otros
Ministerio significa "servicio", que es un ideal para todos los cristianos, la imagen de Cristo como
siervo se extendió a los cristianos como iglesia en su conjunto.
Ministerio es un oficio o trabajo asignado por el Señor para edificación de su iglesia. Servicio que
rinde una persona a otra, que en sentido bíblico generalmente es en relación personal no un simple
trabajo manual.
El ministerio dentro de la iglesia se conceptúa sobre la base de los dones.
Desde el principio, sin embargo, ciertos individuos han sido designadas para desempeñar
funciones espirituales dentro de la iglesia. Los ordenados con estos ministerios especiales, que
suelen ser las ocupaciones de tiempo completo, ahora se llaman ministros o sacerdotes. Incluso
en su desarrollo temprano, la iglesia era una sociedad estructurada que consiste en el cuerpo de
los fieles atendidos por un grupo de personas acusadas de determinadas funciones y
responsabilidades.
El llamado al ministerio
La necesidad de un llamamiento divino se puede establecer por analogía de los hombres de Dios
registrados en el Antiguo Testamento. Cada uno de ellos asumió su responsabilidad bajo la
convicción de que Dios se la exigía, ejemplo de ellos son; Moisés, Samuel, Isaías, Jeremías o aun
Amos, encontramos que difieren entre sí en perspectivas, temperamento y talento natural, pero
tenían en común y se constituía en un baluarte inexpugnable en contra de los desalientos y las
decepciones inherentes a su tarea; una experiencia vivida de llamamiento divino.
Dios ha manifestado siempre el deseo de dialogar con toda la humanidad, de encontrarse con los
hombres que él ha creado. En el principio pronunció su Palabra creadora para que los hombres, a
través de lo visible de la creación, accedieran a lo invisible de Dios; a lo largo de los tiempos nos
ha seguido hablando, de múltiples maneras, para manifestar su amistad y cercanía a la obra de
sus manos; y en los últimos tiempos nos habla por medio del Hijo de sus entrañas, su Palabra,
para desentrañarnos en él todo su amor.
Este diálogo construido desde el compromiso mutuo, aunque caracterizado por la iniciativa
generosa de Dios, se abre una y otra vez en la historia personal y colectiva de la comunidad
creyente. Israel, desde la promesa, y la Iglesia, desde el cumplimiento, son los depositarios de la
palabra de Dios, manifestada de una vez para siempre en la persona de Cristo.
La Escritura y la tradición son testimonios permanentes de la palabra que Dios dirige a todo
hombre. «La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu
Santo. La tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los
apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores, para que ellos, iluminados por el Espíritu de la
verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación».
En referencia permanente a este doble depósito, el pueblo cristiano, unido a los pastores, tiene
acceso a la Palabra de amor que Dios quiere dirigir a todos los hombres, sin distinción de espacio
y tiempo. Y en ellos encuentra el ministro de la Palabra las fuentes para ejercer el servicio de
anunciar y enseñar la salvación de Dios a aquellos que la Iglesia le encomienda.
Dios se manifiesta en su Palabra y esta Palabra tiene que penetrar los cuatro grandes
ámbitos de la existencia cristiana en el mundo. Dios nos habla en la vida de cada día, en la
celebración de la fe, en el servicio a los necesitados y en la comunión fraterna entre unos y
otros.
promocionan y humanizan, y con todo lo que esclaviza y destruye. Quien está atento
puede percibir el paso de Dios por este mundo y puede advertir las transformaciones
que esto conlleva. En este sentido, entender la Palabra quiere decir leer los signos
de los tiempos en que vivimos e interpretarlos: ¿qué nos quiere decir el Señor
mediante las realidades que nos rodean?, ¿cómo nos interpelan? Reconocer cómo
actúa Dios y cómo se hace presente es condición indispensable para aproximarse a
la Palabra y convertirse en ministro y servidor de ella.
En el Antiguo Testamento, el ministerio de la Palabra es ejercido sobre todo por los profetas. El
profeta es el servidor del mensaje que Dios quiere hacer llegar a los hombres. Cuando el profeta
habla al pueblo, no lo hace en su propio nombre ni refiere sus propias ideas. Vive al servicio del
designio de Dios, de su voluntad.
1.ENVIADOS POR DIOS PARA PROCLAMAR SU MENSAJE. La función del profeta consiste en
llenar de contenido la alianza antigua entre Dios y el pueblo. Por eso Dios le escoge de entre el
pueblo y lo envía a proclamar su mensaje.
El profeta, puesto al servicio de la Palabra, recibe la fuerza que posee esta Palabra que proviene
del mismo Dios; por eso, lo que anuncia tiene fuerza y vigor, capacidad de transformación y de
cambio. La Palabra, por medio del profeta, sacude y convierte, destruye y levanta, fortalece y
arranca. El ministro de la Palabra es testigo, a la vez, de su propia debilidad y de la fuerza del
Señor.
2.FIELES A LA PALABRA. Un aspecto importante del ministerio profético es la fidelidad a la
Palabra. La llamada y el envío del profeta son el principio de un camino de fidelidad. De hecho,
también el falso profeta se muestra convencido de lo que dice y hace. Pero se trata solamente de
una apariencia, ya que en el fondo de su ser sabe que es un servidor de los intereses de quien lo
alimenta y no de la palabra de Dios.
Escucha la voluntad de Dios, pero subordinado a la circunstancia socio-política y a la voluntad de
quien tiene el poder. Su fidelidad real pasa por las exigencias de su rol (anunciar el triunfo del
poderoso) y no por lo que el Todopoderoso le dice que comunique (un triunfo o una derrota, un
éxito o un fracaso). No vive de la Palabra, y sus frutos no son buenos. Por eso, sus palabras no
llevan la marca del Señor del universo. Opuesto al falso profeta, que juega con su papel de servidor
de la Palabra, encontramos al profeta auténtico, que pone sus palabras al servicio de la Palabra.
3. PALABRA DE DIOS EN PALABRA HUMANA. El mensaje profético es palabra de Dios en
palabra humana. Y no puede ser de otra manera, porque Dios no habla en el vacío. El profeta es
miembro del pueblo de la alianza, aquel a quien Dios habló en la cima del Sinaí. Israel se nutre del
compromiso expresado en el pacto que su Dios ha hecho con él: el Señor será su Dios y ellos
serán su pueblo.
El modelo propio del ministro cristiano de la Palabra se encuentra en los textos del Nuevo
Testamento. Aquí está la teología de la Iglesia de los apóstoles y los ministerios que el Espíritu
suscita en su interior para así garantizar el anuncio y difusión de la Palabra.