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Uno de los mejores teólogos del siglo XX, Karl Barht, ofrece la siguiente
reflexión: “A través de Jesucristo, Dios ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que Él amaba al mundo, que Él no quiso
ser Dios sin tal mundo, sin los hombres, sin ningún individuo en
particular. Y en el mismo Jesucristo, Él ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que el mundo, al igual que todos los
hombres y que cada individuo en particular, no pueden existir sin Él. La
demostración de que Él pertenece al mundo, y este mundo le pertenece
a Él, es la opción y la obra de Su amor en Jesucristo, el reino del hijo de
Su amor”.
Es fuerte eso que dice Barht: Dios no quiso ser Dios sin los hombres.
Pero eso es lo propio del amor: no querer ser sin el otro, no querer
teniéndose a sí mismo sin el tú amado. Por otra parte, si aceptamos de
verdad que Dios no quiso ser Dios “sin ningún individuo en particular”, o
sea, con todos y cada uno de los seres humanos a los que conoce
personalmente por su nombre, eso significa que cuando rechazamos a
un ser humano estamos rechazando una “parte”, algo propio de Dios.
Por lo demás, decir que ningún “individuo en particular” puede existir sin
Él, no es una afirmación imperialista. Es una convicción cristiana que
debemos expresar con respeto hacia los que no la aceptan. La Iglesia es
la que conoce esta gran verdad. Y en esto se distingue del resto de los
seres humanos. Por su conocimiento del amor universal de Dios, no por
ser más amada que aquellos que lo desconocen. El conocimiento no
aumenta el amor recibido de Dios; quizás da una mayor calidad de vida
al conocedor del amor, y siempre crea más responsabilidades. La
responsabilidad de vivir de acuerdo con lo que se sabe y de responder
en función de lo que se sabe.
Uno de los mejores teólogos del siglo XX, Karl Barht, ofrece la siguiente
reflexión: “A través de Jesucristo, Dios ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que Él amaba al mundo, que Él no quiso
ser Dios sin tal mundo, sin los hombres, sin ningún individuo en
particular. Y en el mismo Jesucristo, Él ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que el mundo, al igual que todos los
hombres y que cada individuo en particular, no pueden existir sin Él. La
demostración de que Él pertenece al mundo, y este mundo le pertenece
a Él, es la opción y la obra de Su amor en Jesucristo, el reino del hijo de
Su amor”.
Es fuerte eso que dice Barht: Dios no quiso ser Dios sin los hombres.
Pero eso es lo propio del amor: no querer ser sin el otro, no querer
teniéndose a sí mismo sin el tú amado. Por otra parte, si aceptamos de
verdad que Dios no quiso ser Dios “sin ningún individuo en particular”, o
sea, con todos y cada uno de los seres humanos a los que conoce
personalmente por su nombre, eso significa que cuando rechazamos a
un ser humano estamos rechazando una “parte”, algo propio de Dios.
Por lo demás, decir que ningún “individuo en particular” puede existir sin
Él, no es una afirmación imperialista. Es una convicción cristiana que
debemos expresar con respeto hacia los que no la aceptan. La Iglesia es
la que conoce esta gran verdad. Y en esto se distingue del resto de los
seres humanos. Por su conocimiento del amor universal de Dios, no por
ser más amada que aquellos que lo desconocen. El conocimiento no
aumenta el amor recibido de Dios; quizás da una mayor calidad de vida
al conocedor del amor, y siempre crea más responsabilidades. La
responsabilidad de vivir de acuerdo con lo que se sabe y de responder
en función de lo que se sabe.
Uno de los mejores teólogos del siglo XX, Karl Barht, ofrece la siguiente
reflexión: “A través de Jesucristo, Dios ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que Él amaba al mundo, que Él no quiso
ser Dios sin tal mundo, sin los hombres, sin ningún individuo en
particular. Y en el mismo Jesucristo, Él ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que el mundo, al igual que todos los
hombres y que cada individuo en particular, no pueden existir sin Él. La
demostración de que Él pertenece al mundo, y este mundo le pertenece
a Él, es la opción y la obra de Su amor en Jesucristo, el reino del hijo de
Su amor”.
Es fuerte eso que dice Barht: Dios no quiso ser Dios sin los hombres.
Pero eso es lo propio del amor: no querer ser sin el otro, no querer
teniéndose a sí mismo sin el tú amado. Por otra parte, si aceptamos de
verdad que Dios no quiso ser Dios “sin ningún individuo en particular”, o
sea, con todos y cada uno de los seres humanos a los que conoce
personalmente por su nombre, eso significa que cuando rechazamos a
un ser humano estamos rechazando una “parte”, algo propio de Dios.
Por lo demás, decir que ningún “individuo en particular” puede existir sin
Él, no es una afirmación imperialista. Es una convicción cristiana que
debemos expresar con respeto hacia los que no la aceptan. La Iglesia es
la que conoce esta gran verdad. Y en esto se distingue del resto de los
seres humanos. Por su conocimiento del amor universal de Dios, no por
ser más amada que aquellos que lo desconocen. El conocimiento no
aumenta el amor recibido de Dios; quizás da una mayor calidad de vida
al conocedor del amor, y siempre crea más responsabilidades. La
responsabilidad de vivir de acuerdo con lo que se sabe y de responder
en función de lo que se sabe.
Uno de los mejores teólogos del siglo XX, Karl Barht, ofrece la siguiente
reflexión: “A través de Jesucristo, Dios ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que Él amaba al mundo, que Él no quiso
ser Dios sin tal mundo, sin los hombres, sin ningún individuo en
particular. Y en el mismo Jesucristo, Él ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que el mundo, al igual que todos los
hombres y que cada individuo en particular, no pueden existir sin Él. La
demostración de que Él pertenece al mundo, y este mundo le pertenece
a Él, es la opción y la obra de Su amor en Jesucristo, el reino del hijo de
Su amor”.
Es fuerte eso que dice Barht: Dios no quiso ser Dios sin los hombres.
Pero eso es lo propio del amor: no querer ser sin el otro, no querer
teniéndose a sí mismo sin el tú amado. Por otra parte, si aceptamos de
verdad que Dios no quiso ser Dios “sin ningún individuo en particular”, o
sea, con todos y cada uno de los seres humanos a los que conoce
personalmente por su nombre, eso significa que cuando rechazamos a
un ser humano estamos rechazando una “parte”, algo propio de Dios.
Por lo demás, decir que ningún “individuo en particular” puede existir sin
Él, no es una afirmación imperialista. Es una convicción cristiana que
debemos expresar con respeto hacia los que no la aceptan. La Iglesia es
la que conoce esta gran verdad. Y en esto se distingue del resto de los
seres humanos. Por su conocimiento del amor universal de Dios, no por
ser más amada que aquellos que lo desconocen. El conocimiento no
aumenta el amor recibido de Dios; quizás da una mayor calidad de vida
al conocedor del amor, y siempre crea más responsabilidades. La
responsabilidad de vivir de acuerdo con lo que se sabe y de responder
en función de lo que se sabe.
Uno de los mejores teólogos del siglo XX, Karl Barht, ofrece la siguiente
reflexión: “A través de Jesucristo, Dios ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que Él amaba al mundo, que Él no quiso
ser Dios sin tal mundo, sin los hombres, sin ningún individuo en
particular. Y en el mismo Jesucristo, Él ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que el mundo, al igual que todos los
hombres y que cada individuo en particular, no pueden existir sin Él. La
demostración de que Él pertenece al mundo, y este mundo le pertenece
a Él, es la opción y la obra de Su amor en Jesucristo, el reino del hijo de
Su amor”.
Es fuerte eso que dice Barht: Dios no quiso ser Dios sin los hombres.
Pero eso es lo propio del amor: no querer ser sin el otro, no querer
teniéndose a sí mismo sin el tú amado. Por otra parte, si aceptamos de
verdad que Dios no quiso ser Dios “sin ningún individuo en particular”, o
sea, con todos y cada uno de los seres humanos a los que conoce
personalmente por su nombre, eso significa que cuando rechazamos a
un ser humano estamos rechazando una “parte”, algo propio de Dios.
Por lo demás, decir que ningún “individuo en particular” puede existir sin
Él, no es una afirmación imperialista. Es una convicción cristiana que
debemos expresar con respeto hacia los que no la aceptan. La Iglesia es
la que conoce esta gran verdad. Y en esto se distingue del resto de los
seres humanos. Por su conocimiento del amor universal de Dios, no por
ser más amada que aquellos que lo desconocen. El conocimiento no
aumenta el amor recibido de Dios; quizás da una mayor calidad de vida
al conocedor del amor, y siempre crea más responsabilidades. La
responsabilidad de vivir de acuerdo con lo que se sabe y de responder
en función de lo que se sabe.
Uno de los mejores teólogos del siglo XX, Karl Barht, ofrece la siguiente
reflexión: “A través de Jesucristo, Dios ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que Él amaba al mundo, que Él no quiso
ser Dios sin tal mundo, sin los hombres, sin ningún individuo en
particular. Y en el mismo Jesucristo, Él ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que el mundo, al igual que todos los
hombres y que cada individuo en particular, no pueden existir sin Él. La
demostración de que Él pertenece al mundo, y este mundo le pertenece
a Él, es la opción y la obra de Su amor en Jesucristo, el reino del hijo de
Su amor”.
Es fuerte eso que dice Barht: Dios no quiso ser Dios sin los hombres.
Pero eso es lo propio del amor: no querer ser sin el otro, no querer
teniéndose a sí mismo sin el tú amado. Por otra parte, si aceptamos de
verdad que Dios no quiso ser Dios “sin ningún individuo en particular”, o
sea, con todos y cada uno de los seres humanos a los que conoce
personalmente por su nombre, eso significa que cuando rechazamos a
un ser humano estamos rechazando una “parte”, algo propio de Dios.
Por lo demás, decir que ningún “individuo en particular” puede existir sin
Él, no es una afirmación imperialista. Es una convicción cristiana que
debemos expresar con respeto hacia los que no la aceptan. La Iglesia es
la que conoce esta gran verdad. Y en esto se distingue del resto de los
seres humanos. Por su conocimiento del amor universal de Dios, no por
ser más amada que aquellos que lo desconocen. El conocimiento no
aumenta el amor recibido de Dios; quizás da una mayor calidad de vida
al conocedor del amor, y siempre crea más responsabilidades. La
responsabilidad de vivir de acuerdo con lo que se sabe y de responder
en función de lo que se sabe.
Uno de los mejores teólogos del siglo XX, Karl Barht, ofrece la siguiente
reflexión: “A través de Jesucristo, Dios ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que Él amaba al mundo, que Él no quiso
ser Dios sin tal mundo, sin los hombres, sin ningún individuo en
particular. Y en el mismo Jesucristo, Él ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que el mundo, al igual que todos los
hombres y que cada individuo en particular, no pueden existir sin Él. La
demostración de que Él pertenece al mundo, y este mundo le pertenece
a Él, es la opción y la obra de Su amor en Jesucristo, el reino del hijo de
Su amor”.
Es fuerte eso que dice Barht: Dios no quiso ser Dios sin los hombres.
Pero eso es lo propio del amor: no querer ser sin el otro, no querer
teniéndose a sí mismo sin el tú amado. Por otra parte, si aceptamos de
verdad que Dios no quiso ser Dios “sin ningún individuo en particular”, o
sea, con todos y cada uno de los seres humanos a los que conoce
personalmente por su nombre, eso significa que cuando rechazamos a
un ser humano estamos rechazando una “parte”, algo propio de Dios.
Por lo demás, decir que ningún “individuo en particular” puede existir sin
Él, no es una afirmación imperialista. Es una convicción cristiana que
debemos expresar con respeto hacia los que no la aceptan. La Iglesia es
la que conoce esta gran verdad. Y en esto se distingue del resto de los
seres humanos. Por su conocimiento del amor universal de Dios, no por
ser más amada que aquellos que lo desconocen. El conocimiento no
aumenta el amor recibido de Dios; quizás da una mayor calidad de vida
al conocedor del amor, y siempre crea más responsabilidades. La
responsabilidad de vivir de acuerdo con lo que se sabe y de responder
en función de lo que se sabe.
Uno de los mejores teólogos del siglo XX, Karl Barht, ofrece la siguiente
reflexión: “A través de Jesucristo, Dios ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que Él amaba al mundo, que Él no quiso
ser Dios sin tal mundo, sin los hombres, sin ningún individuo en
particular. Y en el mismo Jesucristo, Él ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que el mundo, al igual que todos los
hombres y que cada individuo en particular, no pueden existir sin Él. La
demostración de que Él pertenece al mundo, y este mundo le pertenece
a Él, es la opción y la obra de Su amor en Jesucristo, el reino del hijo de
Su amor”.
Es fuerte eso que dice Barht: Dios no quiso ser Dios sin los hombres.
Pero eso es lo propio del amor: no querer ser sin el otro, no querer
teniéndose a sí mismo sin el tú amado. Por otra parte, si aceptamos de
verdad que Dios no quiso ser Dios “sin ningún individuo en particular”, o
sea, con todos y cada uno de los seres humanos a los que conoce
personalmente por su nombre, eso significa que cuando rechazamos a
un ser humano estamos rechazando una “parte”, algo propio de Dios.
Por lo demás, decir que ningún “individuo en particular” puede existir sin
Él, no es una afirmación imperialista. Es una convicción cristiana que
debemos expresar con respeto hacia los que no la aceptan. La Iglesia es
la que conoce esta gran verdad. Y en esto se distingue del resto de los
seres humanos. Por su conocimiento del amor universal de Dios, no por
ser más amada que aquellos que lo desconocen. El conocimiento no
aumenta el amor recibido de Dios; quizás da una mayor calidad de vida
al conocedor del amor, y siempre crea más responsabilidades. La
responsabilidad de vivir de acuerdo con lo que se sabe y de responder
en función de lo que se sabe.
Uno de los mejores teólogos del siglo XX, Karl Barht, ofrece la siguiente
reflexión: “A través de Jesucristo, Dios ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que Él amaba al mundo, que Él no quiso
ser Dios sin tal mundo, sin los hombres, sin ningún individuo en
particular. Y en el mismo Jesucristo, Él ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que el mundo, al igual que todos los
hombres y que cada individuo en particular, no pueden existir sin Él. La
demostración de que Él pertenece al mundo, y este mundo le pertenece
a Él, es la opción y la obra de Su amor en Jesucristo, el reino del hijo de
Su amor”.
Es fuerte eso que dice Barht: Dios no quiso ser Dios sin los hombres.
Pero eso es lo propio del amor: no querer ser sin el otro, no querer
teniéndose a sí mismo sin el tú amado. Por otra parte, si aceptamos de
verdad que Dios no quiso ser Dios “sin ningún individuo en particular”, o
sea, con todos y cada uno de los seres humanos a los que conoce
personalmente por su nombre, eso significa que cuando rechazamos a
un ser humano estamos rechazando una “parte”, algo propio de Dios.
Por lo demás, decir que ningún “individuo en particular” puede existir sin
Él, no es una afirmación imperialista. Es una convicción cristiana que
debemos expresar con respeto hacia los que no la aceptan. La Iglesia es
la que conoce esta gran verdad. Y en esto se distingue del resto de los
seres humanos. Por su conocimiento del amor universal de Dios, no por
ser más amada que aquellos que lo desconocen. El conocimiento no
aumenta el amor recibido de Dios; quizás da una mayor calidad de vida
al conocedor del amor, y siempre crea más responsabilidades. La
responsabilidad de vivir de acuerdo con lo que se sabe y de responder
en función de lo que se sabe.
Uno de los mejores teólogos del siglo XX, Karl Barht, ofrece la siguiente
reflexión: “A través de Jesucristo, Dios ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que Él amaba al mundo, que Él no quiso
ser Dios sin tal mundo, sin los hombres, sin ningún individuo en
particular. Y en el mismo Jesucristo, Él ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que el mundo, al igual que todos los
hombres y que cada individuo en particular, no pueden existir sin Él. La
demostración de que Él pertenece al mundo, y este mundo le pertenece
a Él, es la opción y la obra de Su amor en Jesucristo, el reino del hijo de
Su amor”.
Es fuerte eso que dice Barht: Dios no quiso ser Dios sin los hombres.
Pero eso es lo propio del amor: no querer ser sin el otro, no querer
teniéndose a sí mismo sin el tú amado. Por otra parte, si aceptamos de
verdad que Dios no quiso ser Dios “sin ningún individuo en particular”, o
sea, con todos y cada uno de los seres humanos a los que conoce
personalmente por su nombre, eso significa que cuando rechazamos a
un ser humano estamos rechazando una “parte”, algo propio de Dios.
Por lo demás, decir que ningún “individuo en particular” puede existir sin
Él, no es una afirmación imperialista. Es una convicción cristiana que
debemos expresar con respeto hacia los que no la aceptan. La Iglesia es
la que conoce esta gran verdad. Y en esto se distingue del resto de los
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aumenta el amor recibido de Dios; quizás da una mayor calidad de vida
al conocedor del amor, y siempre crea más responsabilidades. La
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en función de lo que se sabe.
Uno de los mejores teólogos del siglo XX, Karl Barht, ofrece la siguiente
reflexión: “A través de Jesucristo, Dios ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que Él amaba al mundo, que Él no quiso
ser Dios sin tal mundo, sin los hombres, sin ningún individuo en
particular. Y en el mismo Jesucristo, Él ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que el mundo, al igual que todos los
hombres y que cada individuo en particular, no pueden existir sin Él. La
demostración de que Él pertenece al mundo, y este mundo le pertenece
a Él, es la opción y la obra de Su amor en Jesucristo, el reino del hijo de
Su amor”.
Es fuerte eso que dice Barht: Dios no quiso ser Dios sin los hombres.
Pero eso es lo propio del amor: no querer ser sin el otro, no querer
teniéndose a sí mismo sin el tú amado. Por otra parte, si aceptamos de
verdad que Dios no quiso ser Dios “sin ningún individuo en particular”, o
sea, con todos y cada uno de los seres humanos a los que conoce
personalmente por su nombre, eso significa que cuando rechazamos a
un ser humano estamos rechazando una “parte”, algo propio de Dios.
Por lo demás, decir que ningún “individuo en particular” puede existir sin
Él, no es una afirmación imperialista. Es una convicción cristiana que
debemos expresar con respeto hacia los que no la aceptan. La Iglesia es
la que conoce esta gran verdad. Y en esto se distingue del resto de los
seres humanos. Por su conocimiento del amor universal de Dios, no por
ser más amada que aquellos que lo desconocen. El conocimiento no
aumenta el amor recibido de Dios; quizás da una mayor calidad de vida
al conocedor del amor, y siempre crea más responsabilidades. La
responsabilidad de vivir de acuerdo con lo que se sabe y de responder
en función de lo que se sabe.
Uno de los mejores teólogos del siglo XX, Karl Barht, ofrece la siguiente
reflexión: “A través de Jesucristo, Dios ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que Él amaba al mundo, que Él no quiso
ser Dios sin tal mundo, sin los hombres, sin ningún individuo en
particular. Y en el mismo Jesucristo, Él ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que el mundo, al igual que todos los
hombres y que cada individuo en particular, no pueden existir sin Él. La
demostración de que Él pertenece al mundo, y este mundo le pertenece
a Él, es la opción y la obra de Su amor en Jesucristo, el reino del hijo de
Su amor”.
Es fuerte eso que dice Barht: Dios no quiso ser Dios sin los hombres.
Pero eso es lo propio del amor: no querer ser sin el otro, no querer
teniéndose a sí mismo sin el tú amado. Por otra parte, si aceptamos de
verdad que Dios no quiso ser Dios “sin ningún individuo en particular”, o
sea, con todos y cada uno de los seres humanos a los que conoce
personalmente por su nombre, eso significa que cuando rechazamos a
un ser humano estamos rechazando una “parte”, algo propio de Dios.
Por lo demás, decir que ningún “individuo en particular” puede existir sin
Él, no es una afirmación imperialista. Es una convicción cristiana que
debemos expresar con respeto hacia los que no la aceptan. La Iglesia es
la que conoce esta gran verdad. Y en esto se distingue del resto de los
seres humanos. Por su conocimiento del amor universal de Dios, no por
ser más amada que aquellos que lo desconocen. El conocimiento no
aumenta el amor recibido de Dios; quizás da una mayor calidad de vida
al conocedor del amor, y siempre crea más responsabilidades. La
responsabilidad de vivir de acuerdo con lo que se sabe y de responder
en función de lo que se sabe.
Uno de los mejores teólogos del siglo XX, Karl Barht, ofrece la siguiente
reflexión: “A través de Jesucristo, Dios ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que Él amaba al mundo, que Él no quiso
ser Dios sin tal mundo, sin los hombres, sin ningún individuo en
particular. Y en el mismo Jesucristo, Él ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que el mundo, al igual que todos los
hombres y que cada individuo en particular, no pueden existir sin Él. La
demostración de que Él pertenece al mundo, y este mundo le pertenece
a Él, es la opción y la obra de Su amor en Jesucristo, el reino del hijo de
Su amor”.
Es fuerte eso que dice Barht: Dios no quiso ser Dios sin los hombres.
Pero eso es lo propio del amor: no querer ser sin el otro, no querer
teniéndose a sí mismo sin el tú amado. Por otra parte, si aceptamos de
verdad que Dios no quiso ser Dios “sin ningún individuo en particular”, o
sea, con todos y cada uno de los seres humanos a los que conoce
personalmente por su nombre, eso significa que cuando rechazamos a
un ser humano estamos rechazando una “parte”, algo propio de Dios.
Por lo demás, decir que ningún “individuo en particular” puede existir sin
Él, no es una afirmación imperialista. Es una convicción cristiana que
debemos expresar con respeto hacia los que no la aceptan. La Iglesia es
la que conoce esta gran verdad. Y en esto se distingue del resto de los
seres humanos. Por su conocimiento del amor universal de Dios, no por
ser más amada que aquellos que lo desconocen. El conocimiento no
aumenta el amor recibido de Dios; quizás da una mayor calidad de vida
al conocedor del amor, y siempre crea más responsabilidades. La
responsabilidad de vivir de acuerdo con lo que se sabe y de responder
en función de lo que se sabe.
Uno de los mejores teólogos del siglo XX, Karl Barht, ofrece la siguiente
reflexión: “A través de Jesucristo, Dios ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que Él amaba al mundo, que Él no quiso
ser Dios sin tal mundo, sin los hombres, sin ningún individuo en
particular. Y en el mismo Jesucristo, Él ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que el mundo, al igual que todos los
hombres y que cada individuo en particular, no pueden existir sin Él. La
demostración de que Él pertenece al mundo, y este mundo le pertenece
a Él, es la opción y la obra de Su amor en Jesucristo, el reino del hijo de
Su amor”.
Es fuerte eso que dice Barht: Dios no quiso ser Dios sin los hombres.
Pero eso es lo propio del amor: no querer ser sin el otro, no querer
teniéndose a sí mismo sin el tú amado. Por otra parte, si aceptamos de
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personalmente por su nombre, eso significa que cuando rechazamos a
un ser humano estamos rechazando una “parte”, algo propio de Dios.
Por lo demás, decir que ningún “individuo en particular” puede existir sin
Él, no es una afirmación imperialista. Es una convicción cristiana que
debemos expresar con respeto hacia los que no la aceptan. La Iglesia es
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seres humanos. Por su conocimiento del amor universal de Dios, no por
ser más amada que aquellos que lo desconocen. El conocimiento no
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al conocedor del amor, y siempre crea más responsabilidades. La
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en función de lo que se sabe.
Uno de los mejores teólogos del siglo XX, Karl Barht, ofrece la siguiente
reflexión: “A través de Jesucristo, Dios ha demostrado, haciéndolo
visible, audible y perceptible, que Él amaba al mundo, que Él no quiso
ser Dios sin tal mundo, sin los hombres, sin ningún individuo en
particular. Y en el mismo Jesucristo, Él ha demostrado, haciéndolo
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hombres y que cada individuo en particular, no pueden existir sin Él. La
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a Él, es la opción y la obra de Su amor en Jesucristo, el reino del hijo de
Su amor”.
Es fuerte eso que dice Barht: Dios no quiso ser Dios sin los hombres.
Pero eso es lo propio del amor: no querer ser sin el otro, no querer
teniéndose a sí mismo sin el tú amado. Por otra parte, si aceptamos de
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personalmente por su nombre, eso significa que cuando rechazamos a
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Por lo demás, decir que ningún “individuo en particular” puede existir sin
Él, no es una afirmación imperialista. Es una convicción cristiana que
debemos expresar con respeto hacia los que no la aceptan. La Iglesia es
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al conocedor del amor, y siempre crea más responsabilidades. La
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en función de lo que se sabe.
Uno de los mejores teólogos del siglo XX, Karl Barht, ofrece la siguiente
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visible, audible y perceptible, que Él amaba al mundo, que Él no quiso
ser Dios sin tal mundo, sin los hombres, sin ningún individuo en
particular. Y en el mismo Jesucristo, Él ha demostrado, haciéndolo
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hombres y que cada individuo en particular, no pueden existir sin Él. La
demostración de que Él pertenece al mundo, y este mundo le pertenece
a Él, es la opción y la obra de Su amor en Jesucristo, el reino del hijo de
Su amor”.
Es fuerte eso que dice Barht: Dios no quiso ser Dios sin los hombres.
Pero eso es lo propio del amor: no querer ser sin el otro, no querer
teniéndose a sí mismo sin el tú amado. Por otra parte, si aceptamos de
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Por lo demás, decir que ningún “individuo en particular” puede existir sin
Él, no es una afirmación imperialista. Es una convicción cristiana que
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seres humanos. Por su conocimiento del amor universal de Dios, no por
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al conocedor del amor, y siempre crea más responsabilidades. La
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en función de lo que se sabe.
Uno de los mejores teólogos del siglo XX, Karl Barht, ofrece la siguiente
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ser Dios sin tal mundo, sin los hombres, sin ningún individuo en
particular. Y en el mismo Jesucristo, Él ha demostrado, haciéndolo
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hombres y que cada individuo en particular, no pueden existir sin Él. La
demostración de que Él pertenece al mundo, y este mundo le pertenece
a Él, es la opción y la obra de Su amor en Jesucristo, el reino del hijo de
Su amor”.
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Pero eso es lo propio del amor: no querer ser sin el otro, no querer
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Por lo demás, decir que ningún “individuo en particular” puede existir sin
Él, no es una afirmación imperialista. Es una convicción cristiana que
debemos expresar con respeto hacia los que no la aceptan. La Iglesia es
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seres humanos. Por su conocimiento del amor universal de Dios, no por
ser más amada que aquellos que lo desconocen. El conocimiento no
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al conocedor del amor, y siempre crea más responsabilidades. La
responsabilidad de vivir de acuerdo con lo que se sabe y de responder
en función de lo que se sabe.