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El mundo ha sido creado por Dios?

La catequesis sobre la Creación refiere a los fundamentos


mismos de la vida humana y cristiana: explicita la
respuesta de la fe cristiana a la pregunta básica que los
hombres de todos los tiempos se han formulado: "¿De
dónde venimos?" "¿A dónde vamos?" Las dos cuestiones, la
del origen y la del fin, son decisivas para el sentido y la
orientación de nuestra DIOS
A) Dios en el hombre y en sí mismo. B) Posibilidad de
conocer a Dios. C) Pruebas de la existencia de Dios.
D) Atributos de Dios. E) La comunicación de Dios
mismo al hombre. F) Relación entre Dios y el mundo.

F) RELACIÓN ENTRE DIOS Y EL MUNDO


I. El problema

La relación que existe entre -> Dios y el -> mundo


puede presentarse bajo diversos aspectos: como
relación cognoscitiva u óntica, en la dirección del
mundo hacia Dios o de Dios hacia el mundo. En cada
caso esta relación tiene una importancia diferente y
muy diversa certeza. El problema que se encuentra en
el centro de la discusión actual es la problemática
relación de Dios al mundo en el plano del ser (la
relación real). La explicación introductoria de las demás
relaciones conduce a ésta.

1. Relación cognoscitiva. A diferencia de la teología, la


filosofía está constituida por el hecho de que su
conocimiento asciende del mundo a Dios. El carácter
fundamental de la deficiente constitución o la -->
contingencia del mundo, o bien la -> trascendencia del
--> hombre mismo en su tensión entre finitud e
infinitud, remite a la razón absoluta e infinita del
sentido y del fin del mundo y del hombre. La esencia
divina de esa razón absoluta en tanto se trasluce
dentro del campo estrictamente filosófico en cuanto lo
hacen posible y necesario el ser y el obrar del hombre
en su mundo. En cambio, el conocimiento de la ->
revelación cristiana, que es la fuente de la teología,
sigue la dirección contraria. Aquí es Dios mismo el que
descubre su voluntad, que no puede deducirse de las
estructuras ontológicas del mundo, su soberana
voluntad benévola y libre de que en jesucristo el
hombre participe con amor de su propia vida, y al
mismo tiempo nos revela la profundidad misteriosa de
su ser trinitario. El conocimiento que por la palabra de
Dios fluye < desde arriba» juzga y supera con claridad
redentora y sentido inagotable el saber procedente «de
abajo», que se obtiene mediante las obras divinas.

2. En el conocimiento filosófico la relación entre el


mundo y Dios se funda en la relación ontológica por la
que el mundo está referido a Dios. Aquí hay una
relación ontológica en el sentido más literal, pues el ser
del mundo en su totalidad procede de una constante
acción creadora, que no sólo se extiende al principio,
sino también a la conservación de la realidad mundana
en la existencia. El ser del mundo en sí mismo y por sí
mismo hace referencia constantemente a Dios, y en
todo momento tiene su ser por esta referencia. Pero la
referencia a Dios que es constitutiva para el mundo no
sólo ha de verse desde Dios, desde el punto de vista de
la causalidad eficiente, sino, más bien, desde el punto
de vista de la causalidad final hacia Dios. El origen del
mundo queda elevado y superado por su futuro. Dios
comunica libremente al mundo un movimiento hacia
una donación cada vez más intensa de sus propios
valores. E1 fin del mundo (que según la antigua
doctrina es la causa de las causas) constituye el factor
inicial y final del movimiento en la relación óntica de la
realidad mundana a Dios. También dentro del mensaje
de la fe cristiana sobre la gracia comunicada al hombre,
cuyo centro es la unión personal con Dios en jesucristo;
la constitutiva relación óntica del mundo a Dios, que es
descubierta por la filosofía, sigue siendo el presupuesto
fundamental y el esbozo del fin que aún está en camino
hacia su plenitud.

Lo que hemos dicho hasta ahora sobre la relación


cognoscitíva, en su orientación filosófica y teológica, y
sobre la relación en el plano óntico dentro de la línea
que va del mundo a Dios, en lo esencial es acervo
común de la concepción católica. Sin embargo, en la
cuestión de una relación real de Dios al mundo,
correspondiente al orden de la realidad mundana, la
filosofía piensa (y con ella la mayor parte de la teología
tradicional) que esa relación debe excluirse; en cambio,
la actual reflexión teológica tiende a resaltar el carácter
real de la relación de Dios, del Dios de la -> gracia, al
mundo y al hombre.

II. Intentos de solución

A continuación, sin aspirar a una solución perfecta,


intentaremos exponer o insinuar las razones de la
filosofía (1) y de la teología actual (2) para sus
respectivas posiciones, y luego (3) esbozaremos una
posición intermedia, necesariamente indeterminada y
abierta.

1. Las razones de la filosofía

a) La negación filosófica de una relación real de Dios al


mundo se propone dejar a salvo la total independencia
de Dios respecto de todo lo distinto de él y con ello su
absoluta inmutabilidad. En virtud de la inmutabilidad
divina hay que excluir de Dios una relación con el
mundo que se añadiera a su ser como un «más» de
realidad, como un accidente. Pues todo cambio o
aumento implicaría la potencialidad del mero poder ser
y, consecuentemente, cierta contingencia y finitud.
Tomemos un ejemplo accesible a la experiencia
humana: el hombre y la mujer por medio del acto de la
generación y concepción (= fundamento de la relación)
llegan a ser los sujetos -como tales llamados padres -
de la relación a su hijo (= término de la relación). La
relación se añade al ser en sí o absoluto de los sujetos,
o sea, es realmente distinta de él; ésta es la
característica de la relación real «predicamental». Con
lo cual se pone de manifiesto que esta relación no
puede darse en el Dios infinito, simple e inmutable. La
independencia absoluta de Dios excluye el segundo tipo
de relación, la trascendental, por la que un ser o
principio de ser, en sí y por sí mismo (sin añadírsele el
predicamento especial de la relación y, por tanto, en
forma trascendental, es decir, en una forma que supera
y envuelve todos los predicamentos o categorías), está
referido al término de su relación, sin el cual no puede
existir ni concebirse (cf. Brugger, 302, en la bibl.).
Semejante relación, que se identifica realmente con su
sujeto, se da mutuamente entre la substancia finita y
sus accidentes, o entre el cuerpo y el alma; y,
actualmente, también la relación real del creador a la
criatura acostumbra a incluirse aquí. Para los
adversarios filosóficos de la relación real de Dios al
mundo (cfr. Brugger 306, a raíz de Brunner 177s), el
esquema de la relación trascendental incluye
claramente una dependencia del sujeto de la relación
respecto del objeto de ésta, incluso en el caso en que -
como sucede en la creación del mundo - el objeto o fin
de la relación sea puesto en su realidad por la libre
decisión del sujeto de la misma. Entonces, dicen esos
adversarios, Dios no dependería del mundo como de
una (con-)causa de su relación a él; pero una relación
real de Dios al mundo existente dependería, sin
embargo, de la realidad del mundo como su condición
necesaria; y con ello Dios ya no sería el infinito y
absoluto, que es independiente por completo de todo lo
no divino.
b) Aquí cabe replicar con una nueva pregunta, que
desvirtúa la aparente contundencia de la reflexión
esbozada. Ciertamente, la relación real de Dios al
mundo y, con ella Dios mismo, quedarían
retrospectivamente afectados, estarían condicionados
por el mundo y dependerían de él, si éste, por la
realidad que late en esa relación y es presupuesta por
ella - concibiéndola, por tanto, en un plano estático -
,fuera parte constitutiva de la misma. Ahora bien, ¿ese
condicionamiento y dependencia de Dios se da también
si la voluntad por la que él quiere al mundo, a través
de la realidad y operación de su libre decisión (con la
que él quiere eternamente que exista el mundo y en
virtud de la cual éste existe en su temporalidad), se
refiere tan dinámicamente y con tal iniciativa al mundo,
que su realidad - considerada en sí misma- se
comporta consecutiva y no constitutivamente respecto
de la relación real de Dios al mundo (¡que así es!) real?
Si la libertad frente al ser o no ser del mundo es una
perfección interna de Dios, lógicamente también lo es
la realización eterna y necesaria de esta libertad y la
libre y autodeterminación eterna de esa realización de
la libertad, cuya consecuencia inmediata es el ser del
mundo. Por más que todo esto se identifique con la
única, inmutable e infinita realización de la voluntad de
Dios, que forma parte del ser divino, no obstante, la
voluntad por la que Dios quiere y constituye el mundo
¿no ha de ser concebida por nosotros los hombres
como relación al mundo?, ¿y no lo es en realidad? ¿No
lo es como caso primigenio de una creadora «referencia
a»? Aunque puede afirmarse que este «caso» no se
acomoda a los esquemas de relación que se dan entre
las cosas finitas (y, con exactitud, tampoco a las
palabras relación, referencia), sin embargo, en el plano
de la terminología misma hay que tener en cuenta lo
siguiente: a base de una disyunción de conceptos, se
distingue entre relación transcendental y predicamental
sólo mediante la real identidad o no identidad de la
relación con su sujeto. Pero no puede decirse
simplemente (tampoco in sensu diviso) de todo sujeto
de relación trascendental que, sin el objeto o el fin de
la relación él «no puede existir ni ser concebido»; esto
no es una nota constitutiva del concepto de relación
trascendental en general. Dios puede existir en sí sin el
mundo; no puede existir sin él en cuanto (in sensu
composito) con voluntad eterna quiere realmente el
mundo. Esa voluntad por la que Dios quiere el mundo,
como acción, se identifica absoluta y realmente con el
en sí de Dios; Dios no se hace diferente por eso (¿aun
cuando se admita en él una relación real al mundo?).

2. Las razones de la teología actual

a) La afirmación teológica de que «la relación de Dios


con sus criaturas es real» (SCHILLEBEECKX 45; cf. 43-
52, 69s, 90), apela hoy en día sobre todo al carácter
personal del encuentro entre el Dios creador de la
gracia libre y el hombre. El dogma de la gracia
significa: intersubjetividad real entre Dios y hombre,
comunión vital de amor, no en una sola dirección, sino
en reciprocidad. Que algo puede tener una relación, sin
ser por eso relativo en el sentido de imperfecto, lo
atestigua la revelación de la -> Trinidad. El amor es por
esencia una realidad que se halla en el orden de la
relación, y la creación y la donación de la gracia son
actos de amor. En consecuencia Dios nos ama
realmente, y «precisamente por eso la esencia de Dios
respecto del hombre que existe realmente ha de
describirse como una relación trascendental de amor en
una alianza real» (Ibid. 83). El enojo de Dios por el ->
pecado y su alegría por la bondad del hombre no son,
según esta opinión, meras referencias a efectos en el
hombre bueno o en el pecador, sino una actividad real
en Dios mismo. La «absoluta novedad» de Dios
reacciona realmente ante la libertad humana en su
historia, p. ej., ante la oración de petición. El punto
clave de este encuentro, con acción y reacción, entre
Dios y el hombre es jesucristo: «El afirmar que la
transformación o el devenir se da única y
exclusivamente en la humanidad de Jesús..., equivale a
expresarse como si aquí se tratara de una humanidad
impersonal que no hubiera recibido la persona misma
del Hijo de Dios» (Ibid. 49). Ahora bien, una teología
real que no fluctúe en una irreflexión mitológica,
dejando de lado una metafísica incómoda; sabe (con
Schillebeeckx) que la afirmación de una relación real al
mundo no puede atentar contra la absoluta
independencia de Dios, y que la «reacción» de Dios
ante la libertad histórica del hombre se produce en
medio de una trascendencia soberana. La acción de
Dios abarca la libertad del hombre, liberándola para sí
misma; y sabe finalmente que, por esta razón, la
«alianza» entre Dios y el mundo no puede implicar una
relación mutua de igual rango por ambas partes, pues
en caso contrario Dios no seria Dios, ni el hombre sería
hombre (pues el saberse referido a Dios por parte del
hombre relativo implica originalmente el carácter
absoluto de Dios). Pero no hay que confundir la
inmutabilidad de Dios con una rígida inmovilidad; el
misterio de su modo divino supera la comprensión
humana.

b) De nuevo cabría replicar aquí con la pregunta


correspondiente: ¿puede dejarse a salvo la divinidad de
Dios en su proyección hacia el hombre por la creación y
la gracia si en forma demasiado antropomórfica se
concibe que Dios, primero se propone hacer algo, luego
lo realiza de hecho y finalmente espera las acciones de
sus criaturas para reaccionar ante ellas? Si esta manera
de concebir es inadmisible, deberemos decir que la
voluntad divina respecto del mundo es eternamente
necesaria en cuanto al acto y siempre idéntica con el
ser de Dios, y eternamente libre en cuanto al objeto
finito. E1 querer divino, sin ninguna representación
finita del fin, sin ninguna mediación inmanente en que
intervenga alguna realidad finita, tiene como resultado
inmediato la realidad misma de la naturaleza creada y
de la gracia, incluido el corazón de esta realidad, que
es la humanidad de Jesús asumida personalmente por
el Logos (respecto a la estructura formal cf.
Brugger 344). El sí de Dios a la comunidad de amor con
el hombre, en cuanto se distingue del ter mismo de
Dios, no es otra cosa que el ser del hombre y del
mundo, que incluye la última realidad real de la más
libre decisión creada. Este inmediato hacer que el otro
exista con su propio ser y acción es la más soberana,
eficaz, desinteresada, libre, desprendida y entregada
afirmación amorosa del otro puramente por él mismo.
Precisamente porque la voluntad de Dios creadora del
mundo hace que existan inmediatamente el hombre y
el mundo sin que preceda ningún término mundano en
el interior de la esencia divina; el hombre y el mundo
pertenecen a Dios en su ser creado (y mucho más en
su vida de gracia y, sobre todo, en jesucristo) y le
pertenecen como lo otro, sin lo que Dios no sería quien
es, a saber, el que así ama al mundo y al hombre.
Tomás de Aquino dice de Dios: Amat nos tamquam
aliquid su¡ (ST I, q. 30 a. 2 ad 1).

De este modo Dios deviene y se cambia a sí mismo por


la creación del mundo y del hombre con los cambios de
su historia libre, y sobre todo por el hecho de que él
mismo se hace hombre (¿sin que por eso haya de
atribuírsele una relación al mundo?).

3. Mediación entre filosofía y teología

La relación real de Dios al mundo no puede ser una


unión de dos realidades que antes estaban separadas.
E1 filósofo se ve obligado a rechazar esa concepción en
virtud del ser soberano de Dios y, sin embargo, el
teólogo no puede menos de adoptarla de algún modo a
causa de la alianza de Dios con el otro por la ->
encarnación y la --> gracia. Ahora bien,
independientemente del problema terminológico y
conceptual de si se afirma o no una (trascendental)
relación real de Dios al mundo, tomando una postura
mediadora en cuanto esto es posible actualmente,
sobre la cosa en sí podemos decir (con RAHNER,1 194-
206; Iv 147ss, 295, 116; cf. MALMBERG 61-65): Dios
cambia, porque se hace hombre; él se hace distinto y
otro en cuanto llega a ser y es hombre. Pero Dios, el
absoluto, infinito y simple, no puede hacerse
diferente en sí. Por consiguiente, Dios no cambia en sí
mismo, sino en el otro, que también es él mismo. No se
hace diferente en sí, sino en el otro solamente, que
también le pertenece. Esta matización pone de relieve
el momento de verdad que hay en la negación filosófica
de una relación real de Dios al mundo. Pero Dios mismo
cambia en lo otro que está incluido en su mismidad.
Aquí se resalta el momento de verdad que hay en la
afirmación teológica de una relación real de Dios al
mundo. Dios no cambia en su ser en sí, pero se hace
diferente en su ser para otro. El cambiar de Dios para
otro y en otro no significa simplemente una mutación,
que lo haga mayor (en la creación) o lo disminuya (en
la encarnación como autoalienación), sino que se
identifica con el ser personal de Dios, que se actualiza
eternamente en una realidad cuya vida crece sin fin.
Una fórmula breve podría ser la siguiente: Dios pasa a
ser el otro = no Dios. «Dios puede llegar a ser algo; el
que en sí es inmutable, puede él mismo ser mutable en
lo otro», «en cuanto él, al poner lo otro producido, se
hace lo originado, sin que haya de devenir en su propia
mismidad originaria» (RAHNER IV 147s). Dios, «la
autodeterminación subsistente» (SCHILLEBEECKX 44),
se decide a hacerse hombre y crear el mundo, y llega a
ser y es creador y hombre. Pero es eso en lo otro
incluido en él mismo haciendo que esto otro sea una y
otra vez por sí mismo, por la libertad subsistente, que
es su ser. Deus est in se, fit in creaturis (F. BAADER,
con Escoto Erigena: Obras 11 [1851] 145). Esta
aclaración no debe considerarse como una aparente
solución verbal de una mala dialéctica. Las dos
afirmaciones parciales: Dios cambia, pero no en sí; no
pueden integrarse para nosotros en una síntesis
comprensible (que equivaldría a decir: en una síntesis
hegeliana). La auténtica solución de este problema
cognoscitivo, puesto que no podemos comprender la
posibilidad interna de la encarnación y la creación, sólo
es posible para nosotros mediante su integración en el
riiisterio del amor de Dios, al que da respuesta el amor
del hombre, gracias a que él ha sido amado
previamente (1 Jn 4, 10).

vida y nuestro obrar.


DEL OPUS DEI14/07/2015
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La catequesis sobre la Creación reviste una importancia capital. Se refiere a


los fundamentos mismos de la vida humana y cristiana: explicita la respuesta
de la fe cristiana a la pregunta básica que los hombres de todos los tiempos se
han formulado: "¿De dónde venimos?" "¿A dónde vamos?" "¿Cuál es nuestro
origen?" "¿Cuál es nuestro fin?" "¿De dónde viene y a dónde va todo lo que
existe?" Las dos cuestiones, la del origen y la del fin, son inseparables. Son
decisivas para el sentido y la orientación de nuestra vida y nuestro obrar.
1. ¿De dónde venimos? ¿Cuál es nuestro origen?
Dios creó el mundo según su sabiduría. Este no es producto de una necesidad
cualquiera, de un destino ciego o del azar. Creemos que procede de la voluntad
libre de Dios que ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su
sabiduría y de su bondad: "Porque tú has creado todas las cosas; por tu
voluntad lo que no existía fue creado" (Ap 4,11). "¡Cuán numerosas son tus
obras, Señor! Todas las has hecho con sabiduría" (Sal 104,24). (Catecismo de
la Iglesia Católica, cc. 295)
Contemplar el misterio
Que brote de nuestros labios el afán sincero de corresponder, con deseo eficaz,
a las invitaciones de nuestro Creador, procurando seguir sus designios con
una fe inquebrantable, con el convencimiento de que El no puede fallar.
(Amigos de Dios, 198)
2. ¿A dónde vamos? ¿Para qué ha sido creado el mundo?

La Escritura y la Tradición no cesan de enseñar y de celebrar que "El mundo


ha sido creado para la gloria de Dios" (Concilio Vaticano I: DS 3025). Dios ha
creado todas las cosas, explica san Buenaventura, "no para aumentar su
gloria, sino para manifestarla y comunicarla". (...) El solo verdadero Dios, en
su bondad y por su fuerza todopoderosa, para manifestar su perfección por
los bienes que otorga a sus criaturas, con libérrimo designio, justamente
desde el comienzo del tiempo, creó de la nada una y otra criatura. (DS 3002).
(Catecismo de la Iglesia Católica, cc. 293 )
Contemplar el misterio
¿Para qué estamos en el mundo? Para amar a Dios, con todo nuestro corazón
y con toda nuestra alma, y para extender ese amor a todas las criaturas. ¿O es
que esto parece poco? Dios no deja a ningún alma abandonada a un destino
ciego: para todas tiene un designio, a todas las llama con una vocación
personalísima, intransferible. (Conversaciones, 106 )
3.¿Qué es la gloria de Dios?

La gloria de Dios consiste en que se realice esta manifestación y esta


comunicación de su bondad para las cuales el mundo ha sido creado. Hacer
de nosotros "hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de
su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia" (Ef 1,5-6). El fin último
de la creación es que Dios , «Creador de todos los seres, sea por fin "todo en
todas las cosas" (1 Co 15,28), procurando al mismo tiempo su gloria y nuestra
felicidad» (AG 2). (Catecismo de la Iglesia Católica, cc. 294 )
Contemplar el misterio
Vosotros y yo formamos parte de la familia de Cristo, porque El mismo nos
escogió antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha
en su presencia por la caridad, habiéndonos predestinado como hijos
adoptivos por Jesucristo, a gloria suya, por puro efecto de su buena voluntad.
Esta elección gratuita, que hemos recibido del Señor, nos marca un fin bien
determinado: la santidad personal, como nos lo repite insistentemente San
Pablo: hæc est voluntas Dei: sanctificatio vestra, ésta es la Voluntad de Dios:
vuestra santificación. No lo olvidemos, por tanto: estamos en el redil del
Maestro, para conquistar esa cima. (Amigos de Dios, 2)
4. Si Dios Padre todopoderoso, Creador del mundo ordenado y
bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal?
A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como
misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana
constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del
pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus
Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con
la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada
a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar
libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible,
pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea
en parte una respuesta a la cuestión del mal. (Catecismo de la Iglesia Católica,
cc. 309)
Contemplar el misterio
Nuestro Señor quiere que contemos con El, para todo: vemos con evidencia
que sin El nada podemos, y que con El podemos todas las cosas. Se confirma
nuestra decisión de andar siempre en su presencia.

Con la claridad de Dios en el entendimiento, que parece inactivo, nos resulta


indudable que, si el Creador cuida de todos —incluso de sus enemigos—,
¡cuánto más cuidará de sus amigos! Nos convencemos de que no hay mal, ni
contradicción, que no vengan para bien: así se asientan con más firmeza, en
nuestro espíritu, la alegría y la paz, que ningún motivo humano podrá
arrancarnos, porque estas visitaciones siempre nos dejan algo suyo, algo
divino. Alabaremos al Señor Dios Nuestro, que ha efectuado en nosotros obras
admirables, y comprenderemos que hemos sido creados con capacidad para
poseer un infinito tesoro (Homilía "Hacia la Santidad", publicada en Amigos
de Dios, 305)
5. ¿Por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no
pudiera existir ningún mal?
En su poder infinito, Dios podría siempre crear algo mejor (cf santo Tomás de
Aquino, S. Th., 1, q. 25, a. 6). Sin embargo, en su sabiduría y bondad infinitas,
Dios quiso libremente crear un mundo "en estado de vía" hacia su perfección
última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición
de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos
perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las
destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico,
mientras la creación no haya alcanzado su perfección (cf Santo Tomás de
Aquino, Summa contra gentiles, 3, 71). (Catecismo de la Iglesia Católica, cc.
310 )
Contemplar el misterio
El dolor entra en los planes de Dios. Esa es la realidad, aunque nos cueste
entenderla. También, como Hombre, le costó a Jesucristo soportarla:Padre, si
quieres, aleja de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. En
esta tensión de suplicio y de aceptación de la voluntad del Padre, Jesús va a la
muerte serenamente, perdonando a los que le crucifican.
Precisamente, esa admisión sobrenatural del dolor supone, al mismo tiempo,
la mayor conquista. Jesús, muriendo en la Cruz, ha vencido la muerte; Dios
saca, de la muerte, vida. (Es Cristo que pasa, 168)
6. Una vez creado el mundo, Dios ¿abandona a las criaturas?

Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No sólo


le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el
obrar y la lleva a su término. Reconocer esta dependencia completa con
respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de
confianza: «Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces pues, si
algo odiases, no lo hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa que no
hubieses querido? ¿Cómo se conservaría si no la hubieses llamado? Mas tú
todo lo perdonas porque todo es tuyo, Señor que amas la vida» (Sb 11, 24-26).
(Catecismo de la Iglesia Católica, cc. 301 )
Contemplar el misterio
Hay que reconocer a Cristo, que nos sale al encuentro, en nuestros hermanos
los hombres. Ninguna vida humana es una vida aislada, sino que se entrelaza
con otras vidas. Ninguna persona es un verso suelto, sino que formamos todos
parte de un mismo poema divino, que Dios escribe con el concurso de nuestra
libertad. (Es Cristo que pasa, 111)
Aunque todo se hunda y se acabe, aunque los acontecimientos sucedan al
revés de lo previsto, con tremenda adversidad, nada se gana turbándose.
Además, recuerda la oración confiada del profeta: “el Señor es nuestro Juez,
el Señor es nuestro Legislador, el Señor es nuestro Rey; El es quien nos ha de
salvar”. —Rézala devotamente, a diario, para acomodar tu conducta a los
designios de la Providencia, que nos gobierna para nuestro bien. (Surco, 855)
7. Si Dios es el Señor de la historia y conoce el fin ¿no somos libres?
¿estamos predeterminados?
Dios es el Señor soberano de su designio. Pero para su realización se sirve
también del concurso de las criaturas. Esto no es un signo de debilidad, sino
de la grandeza y bondad de Dios todopoderoso. Porque Dios no da solamente
a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí
mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la
realización de su designio. (Catecismo de la Iglesia Católica, cc. 306 )
Contemplar el misterio
Nuestra Santa Madre la Iglesia se ha pronunciado siempre por la libertad, y
ha rechazado todos los fatalismos, antiguos y menos antiguos. Ha señalado
que cada alma es dueña de su destino, para bien o para mal: y los que no se
apartaron del bien irán a la vida eterna; los que cometieron el mal, al fuego
eterno. Siempre no

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