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1. Desazón y curiosidad
Hablar sobre la vida consagrada para el futuro me produce una desazón grande. Me ocupo de
la historia y, por formación, estoy más familiarizado con el análisis del pasado que con las
conjeturas sobre el mañana. Cuando se me propuso que hablara de este tema, casi por
instinto de internauta, fui a Google y tecleé lo siguiente: Futuro Vida Religiosa. El eficaz
servidor, en solo 0.19 segundos, me informó (o quizá debería decir amenazó) de que en ese
instante aproximadamente 1.020.000 entradas reconocían esa referencia (curiosamente,
también había cientos de miles de imágenes sobre el particular). ¡Qué raro, ¿verdad?,
fotografías del futuro! Como pueden imaginar, el estupor creció; el desafío de hablar de
este asunto no en un simple enredo provinciano, sino un complejo entramado de
dimensiones nada despreciables. En cualquier caso, ¿cómo se podía decir tanto de algo que
no existe? ¿De dónde salía tanta gente capaz de especular con aparente propiedad sobre lo
que aún no ha llegado? ¿Con qué sofisticada cámara se habían hecho esas fotos de un
mañana que, en realidad, era imposible haber experimentado? De inmediato me vino a la
memoria la sensata sentencia conclusiva del Tractatus logicus philosophicus de Wittgenstein
«de lo que no se sabe, es mejor no hablar»; frase que a menudo, en la vida real, se traduce del
siguiente modo «De lo que no se sabe, es mejor… hablar»1. ¿No sería que una vez más, con una
mezcla de ingenuidad y deseos vacíos, se estuviera persiguiendo una quimera o cultivando
una ilusión, o sea, alimentando una desilusión?
En todo caso, más allá de las coordenadas del sentido común y del buen humor, tras una
primera reflexión es obligado a reconocer que la palabra futuro en sí misma viene colmada
de interrogantes: ¿Qué se dice cuando se dice futuro? ¿Por qué tanto tiempo y esfuerzo
dedicados a tratar de lo que aún no es y que cuando llega rompe todos los cálculos?
¿Dónde se sitúa la reflexión humana sobre este asunto? ¿Por qué los discursos fundantes
tradicionales de la humanidad en todas las culturas -las religiones- dedican a este tema tan
figuradamente falto de fundamento algunas de sus afirmaciones más destacadas? ¿Por qué
ante el ocaso de lo venidero el ser humano sufre, siente angustia, se desespera, languidece,
muere en vida…? ¿Por qué las palabras utopía, esperanza, mañana, perspectiva, proyecto,
Dicen que un político de la II República española afirmó en un momento dado que «si cada español
hablara solo de lo que sabe, en el país se produciría de repente un silencio que nadie sería capaz soportar» . El juicio es
tan duro como sugerente.
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anhelo… generan una corriente de positividad y despiertan las mejores energías de las
personas?
a) Hablar del futuro no solo es especular o fantasear sino tocar una de las realidades
que más profundamente afectan al alma humana;
b) El discurso sobre el futuro no puede consistir en el análisis de un elemento aislado e
inexistente por naturaleza; lo sabio es romper una lanza a favor del nexo que se
recoge en el título de esta ponencia: ayer-hoy-mañana, por ser tres realidades que
forman parte de la vida humana y guardan entre sí una profunda relación. Como ya
reconocía hace 1600 años San Agustín, solo hay un tiempo, el presente… y este está
cargado de memoria (ayer), de contemplación (hoy) y de expectación (mañana).
Toda mirada a la vida se sitúa simultáneamente en este único plano complejo,
porque el nexo entre los tres aspectos del tiempo no es una pantalla unidimensional,
sino una rica imagen al menos tridimensional y siempre en alta definición. El
diálogo que se establece entre pasado-presente-futuro es uno de los más seductores
que el ser humano está llamado a hacer a título individual y en clave cultural. Por
eso, tras aceptar la ponencia, propuse un nuevo título que es el que ha quedado:
«Ayer-hoy-mañana de la Vida Consagrada».
Empiezo relativizando lo del país de Jauja, el «bon vieux temps», el pasado idealizado. Hay
una expresión que entre nosotros está muy extendida y que en realidad es reflejo de una
tendencia a errar la perspectiva y a interpretar los hechos fuera de contexto; me refiero al
enunciado siguiente: los fundadores se adelantaron a su tiempo. Los novicios de las
congregaciones suelen aprender bien esta lección y aplicarla a su carisma. Siento
contradecir a un buen número de maestros y maestras de novicios y ruego que nadie se
ofenda pero mirándolo bien, los fundadores y las fundadoras ni fueron habitantes del
continuo espacio-tiempo curvo de que habla Einstein cuando hipotiza la coexistencia de
tiempos paralelos y simultáneos en un mismo espacio, ni tuvieron revelaciones reservadas
a pocos iniciados, porque si algo les caracterizaba no era el futurismo o la videncia sino la
exactitud y la fidelidad a Dios y a su tiempo; si algo deseaban y aprendían era a mirar con los
ojos de Dios, y por eso podían ver cosas que a otros pasaban desapercibidas y asumir
iniciativas que otros consideraban imposibles o inútiles. Solo los que se colocan exacta y
fielmente en el tiempo donde están son capaces de interpretar bien la hora que viven y
proyectarla más allá; los italianos dirían de ser lungimirantes o sea, de mirar aquí y ahora con
profundidad (pasado), amplitud (marco y medida presente) y horizonte (futuro) 2.
«Quien mira con atención y en profundidad, quien contempla evangélicamente lo que pasa a su alrededor, es
bien capaz de transformar el instante fugaz en una chispa de eternidad y, por eso, consigue que sus obras apunten más
allá de unos límites espacio-temporales»: ANTONIO BELLELLA, Análisis agradecido de 40 años de la Vida Religiosa en
Europa, en CONFER 47 (2008) 108.
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Nuestra situación de los últimos años no es ciertamente la más fácil, quizá por eso a caballo
entre la mitificación de ciertos momentos y personas de otros tiempos (como los
fundadores) y la dura realidad que se vive, se han intentado y propuesto algunas
respuestas a la pregunta sobre nuestro futuro que, con la buena intención de alertar sobre el
temporal de los tiempos que se echan encima, solo han generado tristeza en unos,
dispersión en otros y una cierta melancolía en todos. Yo resumiría estas respuestas en tres
afirmaciones, son juicios en los que curiosamente coinciden los análisis extremos;
afirmaciones que el observador atento ha podido leer en representantes de las tendencias
más dispares:
a) No hay futuro
Al igual que nadie espeta al moribundo con crudeza su triste sino, nadie medianamente
educado se atreve a decir expressis verbis a la Vida Religiosa que tiene los días contados; sin
embargo, con más o menos paños calientes, algunos lo han afirmado con claridad en los
últimos años.
Por una parte, a partir de los años 90 del siglo pasado cundió la idea entre grupos de
católicos muy significativos y con influencia real dentro de la Iglesia de que, habiendo
llegado la hora de los laicos, a los religiosos solo les quedaba esperar a que el último de ellos
apagara la luz o a que el médico forense firmara el certificado de defunción de un buen
número de congregaciones. Para quienes esto pensaban, los religiosos pertenecerían al
pasado de la Iglesia, el presente, a ojos vista, se les escapaba de las manos y el futuro ya
estaba en manos de los Movimientos. En revistas, libros, blogs y páginas web se han leído (y
aún se leen) estas afirmaciones que, a decir verdad, han hecho mella (y tienen su claqué)
entre los mismos religiosos.
En el otro lado del péndulo, han estado quienes desde posturas autodenominadas
progresistas (o sea de los hipotéticos señores del futuro), afirmaban lo mismo augurando
también el más triste entierro a las congregaciones religiosas. Aquí el problema sería la falta
de relevancia en una sociedad cada vez menos rural y cada vez más laica, la poca eficacia
en hacer realidad los intentos de renovación después del Vaticano II, la multiplicación de
tareas ajenas al carisma original, la incapacidad de responder a los retos sociales, la
esclerotización de la Iglesia y en ella de la Vida Consagrada, la resistencia a asumir ciertos
planteamientos doctrinales y un largo etcétera que estoy seguro que ustedes conocen y ya
han oído. El análisis suele concluir augurando un final infeliz para la Vida Consagrada;
aunque, en honor de la verdad, este grupo introduce una novedad muy significativa: el
horizonte de futuro desaparece no solo porque exista una alternativa más acorde con la
hora del mundo y de la Iglesia, sino porque la misma Iglesia carece de futuro 3.
b) El pasado es el futuro
En el año 2003, se publicó un libro titulado El futuro de la vida religiosa 4; su autor había
destacado en otras publicaciones como un hombre inclinado a propuestas creativas y yo leí
3
Cf. Las duras conclusiones formuladas por HANS KÜNG en ¿Tiene salvación la Iglesia?, Trotta, Madrid
2013. El original alemán, «Ist die Kirche noch zu retten?», es del año 2011.
4
JOSÉ MARÍA CASTILLO, El futuro de la Vida Religiosa. De los orígenes a la crisis actual, Trotta, Madrid 2003.
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la obra con la esperanza de encontrar entre sus páginas algunas claves que ayudaran a
encarar el mañana incierto. Me quedé sorprendido al comprobar que el libro hablaba poco
del futuro, más bien se detenía a analizar a modo de historia en tesis el surgimiento
institucional del monacato cristiano en los siglos III y IV. Terminada la lectura, pergeñé la
siguiente conclusión: para el autor de esta obra el futuro es el pasado. Desde una
interpretación de los orígenes del monacato, en muchos aspectos idealizada, el libro
presentaba un pasado más ficticio que real, daba importancia desmedida a cuestiones
bastante anecdóticas, dejaba de lado ciertas problemáticas y miraba al mañana idealizando
esa parte del ayer que más sintonizaba con la sensibilidad personal y con ciertas tendencias
actuales.
No es un caso aislado y el libro citado no es el único que se sitúa en esta perspectiva. Por
desgracia, querer que un pasado descontextualizado, idealizado y filtrado corresponda a
un futuro soñado es una tentación en la que es fácil caer, con independencia del grupo
eclesial o social en el que uno se sitúe. Porque si alguno apela al movimiento anacoreta,
otros parecen idolatrar (y digo idolatrar en el peor de los sentidos) los tiempos de
abundancia de vocaciones y de abadías cargadas de tesoros. Entre estos últimos no faltan
quienes extrapolan los datos y se permiten incluso contradecir algunas afirmaciones de los
Concilios Ecuménicos sobre la vida consagrada, difundiendo la idea de que a partir del
siglo XIII se produjo una especie de traición al ideal original y único de la vida religiosa: el
monástico5.
Cuando la mirada al pasado no busca aprender, sino afianzar (y a veces justificar) posturas
previamente tomadas, no se genera un diálogo enriquecedor y la historia deja de ser la
maestra de la vida para adquirir el aspecto de una cuenta de resultados, donde las pérdidas
y los beneficios se calculan según criterios hechos a la medida del que escribe o según el
gusto del que domina. Desafortunadamente, una mirada sesgada al ayer, solo depara un
futuro construido sobre arena6.
«Por una parte existe una interpretación que podría llamar "hermenéutica de la
discontinuidad y de la ruptura"; a menudo ha contado con la simpatía de los medios de
comunicación y también de una parte de la teología moderna. Por otra parte, está la
"hermenéutica de la reforma", de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-
Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero
permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino»7.
Inspirándose también en el modelo oriental que no ha tenido el mismo desarrollo histórico que el
occidental.
6
Cf. ANTONIO BELLELLA, Situarse ante y desde la historia, en Vida Religiosa 107 (2009) 369-374.
7
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Las palabras del papa Benedicto pueden aplicarse también a una mirada hacia el futuro de
la Vida Religiosa. En este momento, me centraré en la primera parte de las afirmaciones
(«hermenéutica de la discontinuidad o de la ruptura»), porque algunos analistas externos e
internos de la vida consagrada se sitúan en esas claves negativas cuando afirman que en el
caso de la Vida Religiosa solo un cambio total puede garantizar el futuro, y proponen, en
palabras pobres, borrón y cuenta nueva. Una vez más, como en los dos casos anteriores, ha
habido rupturistas restauradores y rupturistas revolucionarios; ambos coinciden en el juicio de
fondo aunque difieran en el modo de aplicarlo.
Para los rupturistas restauradores (y de estos hay un buen número de personas que sin
formar parte de la Vida Consagrada imaginan conocerla muy bien), todos los problemas de
los religiosos provienen de una supuesta pérdida de espíritu y del abandono de algunas
formas externas. Ciertas tomas de postura de los consagrados habrían desencadenado una
especie de apocalipsis: si los consagrados están en crisis es porque han merecido el castigo
divino y, por consiguiente, también la Iglesia debe sancionarles directa o indirectamente. La
alternativa para una vida religiosa del futuro consistiría en que sus integrantes formaran
una especie de coto cerrado bien distanciado del mundo y compuesto por un resto santo e
irreprochable, un grupo de vestales o de titanes inmunes a la realidad o ajenos a lo que ella
significa.
En el otro extremo del mismo arco, están los rupturistas revolucionarios; para ellos la vida
religiosa solo tiene futuro si armándose de una vez por todas de valentía, entra en un
proceso de total innovación, de progreso indefinido, casi situándose en un estado de
cambio crónico que a veces suena a rebeldía, otras veces a literatura lírica y otras veces a
ciencia ficción. El ideal es cambiar, consumir conceptos y/o productos pretendidamente
nuevos encuadrados en un marco supuestamente diferente; se trata de apuntarse a la
última moda y esquivar la congoja que se adueña de toda persona en el momento de
encarar los tiempos recios por medio una especie de i+d+i eclesial: investigación, desarrollo e
innovación. Como le ocurrió a Ulises, el canto de las sirenas solo puede escucharse cuando
se está atado al mástil de la nave, de lo contrario Ítaca se aleja aún más o el barco acaba en
el fondo del mar. En estos casos es bueno aplicar la sabia advertencia que Dietrich
Bonhöffer escribía en los años 30 del siglo pasado: «quien ama su sueño de vida religiosa más
que a la vida religiosa misma, no solo no verá cumplido su sueño, sino que destruirá su realidad».
Curiosamente, este punto recoge el debate historiográfico nacido con la Ilustración: entre
los que vaticinaban, al tiempo que temían, una ruptura que llevará al fin del mundo
(apocalípticos); y los que en virtud de la idea de un progreso ininterrumpido proponían por
sistema romper con todo sin detenerse en soluciones de continuidad (deconstructores que
reconstruyen).
Como habrán podido deducir, a título individual no suscribiría ninguna de estas tres
afirmaciones. Con todo, soy de los que piensan que casi todas las críticas y/o propuestas
tienen su sentido y no conviene desatenderlas ni despreciarlas. Diría que estos tres modelos
contienen algunas lecciones que no viene mal registrar: se insiste en la necesidad de estar
atento, de no permanecer pasivo, de examinar el problema y afrontarlo en serio; en una
palabra, de evitar la tentación de dejar las cosas como están para ver cómo quedan; se invita a
evaluar algunas decisiones de los últimos años, no dando por terminados algunos
discernimientos (la visibilidad, el modo de hacer la misión, la relación con otras formas de
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vida en la Iglesia, etc.); se deja entrever con acierto que en la pérdida de vitalidad de las
comunidades religiosas también ha influido el modo de comportamiento de las mismas; se
escuchan voces ajenas -algunas amables y otras no tanto- que a menudo ven cosas que no
vemos, o interpretan de otro modo lo que para nosotros es tan evidente que se nos escapan.
La inspiración de partida viene una vez más del Papa Benedicto XVI. Si en el tercer punto
del apartado anterior (el futuro exige una ruptura) hemos subrayado la primera afirmación
del mencionado discurso del Papa, ahora nos interesa recalcar la segunda parte de la cita, o
sea, ver cómo en la vida religiosa se ha aplicado la «"hermenéutica de la reforma", de la
renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia». Hablamos aquí de los resultados
de «nuestra» reforma. Después de la palabra reforma el Papa coloca el término renovación.
Para ninguno de nosotros está palabra es un término ajeno, es más, fueron el Decreto
conciliar Perfectae Caritatis y el Motu proprio del Papa Pablo VI Ecclesiae Sanctae, quienes en
nombre de toda la Iglesia pusieron en marcha la tan traída y llevada adecuada renovación de
la Vida Religiosa.
Sigo en esta descripción un artículo publicado en la revista CONFER en el año 2008: ANTONIO
BELLELLA, Análisis agradecido…., en CONFER 47 (2008) 105-121.
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Mirar, escuchar, dejarnos interpelar, abrir cauces de encuentro y diálogo con la realidad
que nos circunda ha influido en muchas cosas; permítanme enumerar sólo algunas: el
modo de vestir, la manera de construir y ubicar nuestras casas, los libros y los periódicos
que leemos, los estudios que realizamos, las amistades que cultivamos, la manera de
considerar a la religiosa en cuanto mujer y consagrada, los planes de misión, la
espiritualidad, etc. Es cierto que en este recorrido algunos han ido demasiado lejos y no han
faltado pasos en falso, pero no es menos cierto que quienes se han cerrado en banda a esta
dinámica han imposibilitado el diálogo y generado una tensión que, muchas veces, no ha
conducido a nada.
El contacto con los orígenes generó, para unos, y afianzó, para otros, un movimiento
trascendental y que ahora me atrevería a calificar movimiento bíblico de los consagrados.
También para la vida consagrada, In principio erat Verbum: la Sagrada Escritura había
inspirado la vocación de nuestros fundadores y alimentado su espíritu y su acción. Seguro
que, de una manera u otra, se reconocen en esta lista que enuncio a continuación: la lectura,
el estudio y la meditación de la Palabra, la práctica del discernimiento, la comprensión de la
Biblia en el contexto del Pueblo de Dios, la lectura profética de la Escritura, la espiritualidad
bíblico-litúrgica, la reflexión profunda sobre los textos sagrados inspiradores de cada
carisma, el ejercicio de la lectio divina, la mirada icónica a los personajes de la Escritura y el
aprendizaje vital de los mismos, el acompañamiento de otros miembros de la Iglesia para
que personalicen su fe desde la fuerza de la Palabra, etc...
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ha sido especialmente significativa. Detrás de toda esta producción intelectual no sólo están
los interrogantes planteados por una realidad desafiante, sino también el deseo de
conseguir una formación adecuada, de adquirir un método y unas herramientas del
pensamiento que posibiliten una disciplina intelectual, de recibir una actualización
teológica, de ser capaces de analizar críticamente un mundo que es nuestro hogar y
también el ámbito de nuestra misión, de aquilatar nuestro servicio y de dar razones de
nuestra esperanza.
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No sé si me equivoco, pero pienso que, en nuestro pasado reciente, no hay colectivo eclesial
que haya esperado, escuchado, seguido, apreciado, trabajado y aplicado las directrices del
Magisterio de la Iglesia con tanto interés y esmero como el nuestro 9. Suelo decir que los que
vivimos de la fe somos los que más dudamos de ella, pero eso no quiere decir que no la
tengamos. Algo parecido podría apuntarse de nuestra relación con el Magisterio: los que
amamos la Iglesia con todo el alma, vivimos para ella, nos interesamos por todo lo que le
interesa y nos dejamos afectar por todo lo que le pasa, leemos sus documentos y nos
esforzamos por aplicarlos, trabajamos sin descanso por su edificación y nos desgastamos en
la extensión del Evangelio, somos también los que, en ocasiones, podemos plantear algunos
elementos de confrontación o mostrar un cierto desacuerdo, pero eso no significa que nos
desliguemos de la Iglesia, no sintamos con ella o establezcamos paralelismos desleales.
Salvando todo esto, hay algo que sí que ha faltado y que no me resisto a callar: lo que se
dice de la escucha atenta del Magisterio universal de la Iglesia no se puede afirmar con
tanta rotundidad respecto a la encarnación en las iglesias particulares. En nuestra Europa,
algunas de las tensiones más graves se han debatido en este terreno y es justo decir que la
relación entre institutos e iglesias locales sigue siendo un tema en el que aún hay que
trabajar mucho.
Nuestra marca más característica, la caridad (ya sea apostólica, asistencial, fraterna,
hospitalaria, educativa, etc.) ha estado muy presente, y se ha enriquecido desde una
perspectiva nueva: aunando fuerzas con otras causas que no eran menos evangélicas, a
pesar de que algunos las miraran con no disimulado recelo, tanto por haber crecido y
estado durante un cierto tiempo enfrentadas de una manera u otra con la Iglesia, como por
implicar ambigüedades de tipo socio político, que generaban situaciones de compromiso.
Este conjunto de circunstancias llevó consigo un largo camino de reflexión y
discernimiento, y quizá en este particular es donde la pendiente de la relevancia, en cierto
modo, ganó la partida a la llanura de la identidad. De cualquier manera, es justo reconocer
que la larga tradición de caridad de los consagrados se enriqueció con nuevos nombres y
Para probar esta afirmación, resulta muy iluminador, una vez más, el buscador de internet Google.
Una navegación superficial muestra a primera vista que el número de referencias-web sobre los documentos
del Magisterio referidos a la Vida Religiosa supera relativamente la cantidad de enlaces de otras publicaciones
de la Santa Sede. En algunos casos, esto sucede incluso en números absolutos. No deja de sorprender el hecho
de que siendo documentos solo para consagrados (un grupo minoritario) tengan mayor número de enlaces
que algunos publicados para todos los miembros de la Iglesia.
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Distinguiré, a grandes rasgos, tres niveles en este camino; procederé muy sucintamente y
de menor a mayor. En primer lugar hubo que aceptar a cada consagrado no como un
miembro anónimo de un cuerpo donde incluso se renunciaba al nombre de pila, sino como
una persona singular, llamada a vivir en comunidad y comprometida con la misma misión.
Este hecho trajo consigo el inicio de procesos de personalización muy positivos, así como
una notable transformación de nuestro estilo de vida, aunque también abrió la puerta al
resistente virus del individualismo. En segundo lugar, hubo que asumir la existencia de
diferencias objetivas entre los lugares de procedencia de las personas, y reconocer que no
todos los lugares de misión eran iguales. Dejarse interpelar por los lugares de origen de
cada consagrado y por la realidad circundante cambió nuestro rostro, nos hizo más plurales
y eliminó situaciones que rozaban el ridículo, aunque también abrió el paso a otro tipo de
particularismos que mermaron el espíritu universal.
En tercer lugar, y hablo en presente, en la mesa del banquete se sientan personas que
comparten el mismo espíritu y carisma, pero en todo lo demás son muy distintas: gente de
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otras razas, lenguas y tradiciones culturales, gente con una mentalidad que a menudo deja
perplejo, gente cuya sensibilidad religiosa y modo de ver la vida consagrada chocan
frontalmente con posturas firmemente adquiridas. Digámoslo todo, en Europa, más
acostumbrados a ponernos de modelo y ejemplo que a aceptar la validez de otros
prototipos, cuesta asumir esta realidad, porque ya no somos los europeos quienes vamos a
decir a otros lo que deben creer, pensar y hacer, sino que los extranjeros comienzan a pastorear
nuestros rebaños. (Is 61, 5). Con todo, la promesa mesiánica parece realizarse y nuestras
comunidades comienzan a ser espacios donde no resulta tan irrealizable el difícil sueño de
compartir vida y misión con personas casi del todo diferentes, donde la multiculturalidad
empieza a esbozar tímidamente el rictus de la interculturalidad. Entre las grandes lecciones
que vamos aprendiendo por el camino, considero que ésta es una de las más necesarias,
porque, querámoslo o no, el futuro es mestizo y, ya desde ahora, sería absurdo vivir en el
limbo de lo contrario. La universalidad, la diversidad, la pluralidad, la globalización ya no
son palabras extrañas escritas en documentos ininteligibles, sino realidades tan cotidianas
como el pan de cada día.
i) La hora de la prueba
Los 50 últimos años han sido, especialmente para los consagrados de Europa, un largo
período de prueba que, por lo demás, parece seguir estando presente aunque últimamente
hayan cambiado algunas cosas. Siguiendo el texto de Elías en el Horeb, primero un viento
fuerte produjo desorientación, un número de abandonos desalentador y una pérdida
progresiva de relevancia social; luego, el fuego fue consumiendo las fuerzas (y quemando a
muchos) durante años de polémicas espirituales e intelectuales, desafecciones, disgustos,
vacilaciones, posturas enfrentadas, etc…; más tarde, el terremoto llegó cuando los
noviciados se vaciaron, el proceso de envejecimiento obligó a cerrar casas, muchas ilusiones
se derrumbaron al tiempo que los proyectos nuevos desaparecían; por si fuera poco entre
los mismos consagrados brotaron disensiones atizadas sutilmente por quienes decían que
Dios nos había olvidado, nos castigaba abiertamente y nos condenaba a la desaparición;
incluso la misma Iglesia, en algunos contextos, endureció su juicio y su postura, y pareció
parcializar su apoyo. Visto todo, el aguijón de la incertidumbre, la amargura y la
melancolía -fenómenos característicos de las épocas duras- han terminado por hacer mella
en la sensibilidad de bastantes consagrados, hasta tal punto que a menudo parece
imposible oponer resistencia al pesimismo y superar la pesadumbre 10.
Con todo, todo cambia cuando Elías hace caso a la voz que le pide que salga de la gruta
porque va a pasar el Señor. Este susurro leve, esta voz que nos ha ido sacando de todas las
cuevas, ha generado sed de autenticidad, de esencialidad, de calidad evangélica y deseos
de ir a lo sustantivo, ha ayudado a relativizar los números, ha abierto espacios a la
creatividad, no ha cedido a fáciles descalificaciones, ha estimulado las búsquedas, ha
intensificado el diálogo franco y sin prejuicios con grupos sociales de todo tipo, no ha
levantado monumentos al resentimiento y a la resignación sino que ha suscitado una
actitud de humildad, de serena transformación y de aceptación del anonimato, ha
incrementado la escucha y, finalmente, ha permitido que incluso la posibilidad de diluirse o
desaparecer pudiera contemplarse con ánimo sosegado. La prueba se ha revelado un crisol,
una purificación, cosa que, andando el tiempo, es la mejor garantía de éxito.
10
Para completar la reflexión de este punto ver el sugerente artículo: CARLO MARÍA MARTINI, Mi
itinerario personal en pos de Jesús, en Vida Religiosa 93 (2002) 158-164.
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La vida religiosa europea, al igual que la Iglesia, ha pasado por muchas dificultades y de
todas ha salido mejorada y purificada, ¿por qué esta vez tendría que ser distinto? Y si nos
consume la impaciencia, preguntémonos más por nuestra manera de medir y sentir el
tiempo: en conjunto, para bien y para mal, vamos más rápido que en épocas pasadas.
Hemos adquirido unos buenos hábitos que no conviene descuidar y que necesitamos
evaluar con atención, porque como todas las contingencias humanas están sometidos tanto
al deterioro, como a la ley de la cómoda instalación decadente. A veces pienso que si no
estamos atentos podemos caer en el defecto propio de los consumidores compulsivos,
quienes tras luchar y ahorrar por conseguir un producto, cuando lo consiguen ni siquiera lo
valoran, vuelven a sentirse insatisfechos y siguen perdidos en el círculo diabólico de no
justipreciar lo que tienen y desear lo que no les reporta bien alguno. Nuestros productos no
son bienes inútiles, sino piedras para el mañana. Llevamos 50 años construyendo el futuro,
tenemos unos buenos cimientos y, pase lo que pase, no podemos permitirnos el lujo de
inutilizarlos.
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recelos mutuos, cada uno ha puesto en cuarentena algunas ideas, algunos grupos, algunos
debates, algunas propuestas, algunas afirmaciones, algunas formas nuevas o algunos
estilos pretendidamente modernos… Perdónenme el atrevimiento y les ruego me corrijan si
me equivoco, pero puede que desde posturas pretendidamente asépticas o inamovibles,
hayamos metido en estado de excepción no solo mentalidades o ideas patógenas, sino
también la novedad necesaria, que por su misma naturaleza puede resultarnos amenazante y
que, nos guste o no, nunca responde a nuestros cálculos, sino a su propia dinámica
desestabilizadora.
Cuando la Evangelii Gaudium del Papa Francisco habla de una Iglesia en salida, alude
indirectamente a este aspecto. Lo cierto es que, como lleva diciéndose mucho tiempo, todo
apunta al hecho de que una nueva realidad se está gestando a todos los niveles. Muchos
hablan de un nuevo paradigma que no sería necesariamente revolucionario, porque «lo que
había en el antiguo paradigma se integra en el nuevo, [y] se reinterpreta en un nuevo contexto de
relaciones que supone asumir los conocimientos de antes pero armonizados con otros nuevos que han
hallado ya su acomodo en el nuevo paradigma» 11, sin embargo sí que vendrá cargado de «una
fuerza transformadora que haga entrar al cristianismo, y a las religiones, en una nueva época» 12. La
historia nos enseña que los tiempos de incertidumbre no son fáciles, pero que en sí mismos
contienen la semilla de realidades que hacen crecer y avanzar a la humanidad.
Como miembros activos en la vida de la Iglesia que somos y, sin voluntad de agotar el
tema, quiero presentarles tres plataformas que, desde los cimientos indicados en el punto
2º, pueden darnos luz para el futuro: la base fundamental (la Misión); la actitud espiritual
(la poda); las claves de vida (el discipulado–lo nuevo y lo viejo). La inspiración viene de tres
textos del Nuevo Testamento que pondré en relación con tres momentos históricos de
transición o cambio: los inicios del siglo XIII (el surgimiento de los mendicantes, el inicio
del franciscanismo), la revolución francesa y la difícil coyuntura que vivimos.
a) La misión: «Te doy lo que tengo: “en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar”». (Hch
3,6)
La época que ve nacer a las Órdenes Mendicantes, a caballo entre los siglos XII y XIII, se
sitúa en una coyuntura singular de la historia europea y de la historia de la Iglesia. La
sociedad estaba cambiando y la Iglesia, profundamente fusionada con los avatares sociales,
no podía quedar inmune. La vida monástica, fermentada ya por la levadura de una serie de
transformaciones que se fueron produciendo después de la Reforma Gregoriana del siglo
XI, fue quizá la institución que más acusó este impacto. Tras casi 1000 años de aparente
inmutabilidad se esboza en el horizonte un nuevo planteamiento que se caracteriza por dos
elementos.
11
JAVIER MONSERRAT, La vida religiosa en el nuevo paradigma, en Vida Religiosa 116 (2014) 16.
12
Ibídem, 51
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personal y en la estabilidad del lugar, sino también desde la acción externa apostólica,
en diálogo fecundo con la sociedad.
2º) La fuga mundi, como elemento cohesionador y determinante de la opción de vida
monástica, adquiere paulatinamente un nuevo significado: ya no será del todo
necesario un alejamiento total de la sociedad y, de hecho, se empezará a entender de
otro modo la distancia con el mundo. Las ciudades se llenan de conventos 13.
Este proceso de reinterpretación de la fuga mundi, es, en mi entender, la prueba más clara de
la importancia que la misión, el anuncio explícito de Jesucristo en todo lugar y ámbito, ha
adquirido en los últimos ocho siglos de la vida religiosa; y, sobre todo, de que la vida
religiosa se ha hecho en misión. Es un proceso que no debe acabar, porque la misión es el
futuro, sencillamente porque sin ella desaparece la perspectiva del mañana. El futuro se
construye en, con y desde la Misión 14 y por lo mismo, el Papa Francisco insiste tanto al
hablar de una Iglesia en salida15. Nuestra misión debe recoger algunos aspectos:
«EG 279: A veces nos parece que nuestra tarea no ha logrado ningún resultado, pero
la misión no es un negocio ni un proyecto empresarial, no es tampoco una
13
Cf. ANTONIO BELLELLA, Siempre antigua y siempre nueva, en Sal Terrae 103 (2015) 159-170; ID.,
Situarse…, en Vida Religiosa 107 (2009) 369-374: «El hecho de que una de las características primeras del monacato
fuera la fuga mundi es interpretado por algunos como una especie de código genético tendente a la desadaptación: como si
lo propio de este modo de vida fuera protestar por sistema o crear un mundo paralelo, donde lo que pasa alrededor sólo
sucediera y afectara tangencialmente. Sin embargo, el aire que respira la vida consagrada no es distinto del de sus
contemporáneos y las tensiones que le rodean tampoco. Si la vida consagrada ha alcanzado un nivel de influencia
significativo a lo largo del tiempo no ha sido precisamente por huir desadaptadamente del mundo, sino por saber situarse
de una manera pasiva y, a la vez, activa, transformadora y creativa ante la realidad dada»:
14
Cf. JOSÉ CRISTO REY GARCÍA, Cómplices del espíritu. El nuevo paradigma de la Misión, Publicaciones
Claretianas, Madrid 2015.
15
Evangelii Gaudium 20-24. En este texto la Exhortación Evangelii Gaudium se cita como EG.
16
Citado por M. ROSINA BARBARI, Un futuro abierto. Vida Consagrada, santidad, mundo, en Vita e pensiero.
La Rivista del Clero Italiano 12 (2011) 85.
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Buena parte de la apuesta de futuro que supone la misión compartida está contenida
en la voluntad de mantener una presencia capilar de Iglesia, de fermento en la masa,
que no puede perderse pese a la reducción de vocaciones y a los nuevos
planteamientos socio políticos que hoy se enfrentan. En todo caso conviene recordar
dos aspectos: 1) en este aspecto la vida religiosa afronta el serio reto de pasar del
sistema de sustitución o de la concentración en lo propio por medio de estructuras
paralelas, al sistema de presencia y acompañamiento callado y sencillo; y 2) es bueno
comenzar a discernir evangélicamente sobre la paulatina pero sostenida
desaparición del estado de bienestar en las sociedades occidentales, hecho que reclama
un replanteamiento serio del dónde y cómo estar en una realidad que está
cambiando más de lo que parece18.
17
En este sentido son muy iluminadores los nuevos análisis económicos que se están haciendo a partir
de la crisis de la última década. Las aportaciones del profesor Joseph Stiglitz sobre este particular son
especialmente sugerentes.
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acontecimiento Jesús como lo hicieron los contemporáneos del Maestro. A veces nos
hemos centrado en la literatura cristiana más antigua, la de las cartas paulinas, más
doctrinal y teológica que testimonial. La segunda reflexión cristiana es la que
produce los relatos evangélicos, del todo volcados en los hechos y dichos de Jesús.
Mirar al Evangelio es concentrarse en Jesucristo y, como Pedro en la Puerta
Hermosa, hacerlo todo en su nombre, cultivando las tres actitudes siguientes:
b) Avanzar en los caminos de reestructuración: «El Padre poda los sarmientos que dan fruto
para que den más fruto». (Jn 15,2)
La segunda plataforma nos sitúa en un hecho concreto que tuvo mucha repercusión extra-
eclesial y que constituye una de las decisiones papales más sorprendentes de los últimos
siglos: la disolución de la Compañía de Jesús en 1773 durante el pontificado del papa
Clemente XIV. En el año 2014 se acaba de recordar el bicentenario de la restitución de la
Compañía por parte del papa Pío VII. Los jesuitas han sacado buenas lecciones de esta
circunstancia histórica; por desgracia no puede decirse lo mismo del conjunto de la Vida
Religiosa que, en mi opinión, no ha reflexionado lo suficiente sobre la relevancia de un
hecho que apela a una experiencia que hoy preocupa (y amenaza) a no pocas
Congregaciones: la posibilidad de desaparecer ó tener que disolverse de un modo u otro.
La escena de la que hablaré sucede 41 años después, el día 7 de agosto de 1814, en la Casa
profesa del Gesù en Roma, en el acto solemne con que el Papa Pío VII restituye la
Compañía de Jesús. Cito un texto del diario de un jesuita español allí presente, el P. Manuel
Luengo:
«El Papa mandó leer la Bula de Restitución de la Sociedad (…) y la entregó al Provincial, Luigi
Panizzoni; acto seguido el cuerpo jesuítico fue admitido a la obediencia, besando el pie del Papa:
la mayor parte eran sordos, cojos, apopléticos, que casi no se sostenían en pie sin el bastón (…);
sus rostros translucían casi de manera neurasténica el deseo de ver realizado este acto (…). Era
tal el espectáculo que, si no hubiera movido a la ternura y al respeto por la triste suerte de estos
hombres, quizá hubiera provocado la risa»20.
19
«La parresía no solo es honestidad, sino valor: valor para oponerse a una mentira cómoda, para abrir una brecha
en el silencio, para dejar en evidencia una falacia. No sólo es conocimiento, sino también responsabilidad y riesgo. No
sólo es conciencia, sino también acción. Es una relación activa con la verdad. Sin parresía la palabra no es más que un
cascarón vacío». PEDRO OLALLA, Grecia en el aire. Herencias y desafíos de la antigua democracia ateniense vistos desde
la Atenas actual, Barcelona 2015, p. 25.
20
Citado por MARTÍN MORALES, Bicentenario della ricostituzione della Compagnia di Gesù, en La Civiltà
Cattolica 165/3 (2014) 381.383.
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Un buen grupo de ancianos achacosos era pues buena parte de lo que quedaba de la otrora
potente Compañía. Por si esto no fuera suficiente, no fue fácil volver a empezar porque la
Compañía recién restituida en la Iglesia en 1814:
«En 1815 es expulsada del Imperio Ruso. Pocos años después es expulsada de España, donde
durante las revueltas de 1834 quince jesuitas fueron asesinados, junto a otros 60 religiosos.
Como consecuencia de los sucesivos ciclos revolucionarios de 1820, 1830 y 1848 los jesuitas
conocen el exilio en Bélgica, en Francia, en Portugal, en Suiza y en Alemania. Al ciclo
revolucionario mediterráneo corresponde el ciclo atlántico, que se desarrolla en los movimientos
independentistas de América y durante los años de las guerras civiles. Los jesuitas serán
llamados por las nuevas Repúblicas americanas y después expulsados»21.
En estas circunstancias la Compañía, como otras órdenes religiosas en el siglo XIX, vio que
se arrancaban de raíz obras de gran importancia y de enorme repercusión cultural, pero
que eran también expresiones de orgullo, superioridad, de prácticas pastorales ostentosas a
veces alejadas de la gente común, distanciadas del espíritu más pobre del Jesús del
Evangelio. ¿Cómo respondieron muchos ante esta dura circunstancia, cuando se
avecinaron las duras pruebas de la poda? Respondamos sinceramente: con dolor y con
llanto. No cabe duda de que el dolor se quiere evitar, pero es bueno recordar que el dolor es
necesario para afrontar el mañana y no se puede prescindir de él. Uno de los modos peores
de enfrentar el dolor necesario es el llanto estéril porque imposibilita la acogida de la poda,
y así dificulta el despedirse de lo que ya no está, al tiempo que favorece el perderse en un
lamento obsesivo que se cierra sobre sí mismo y paraliza el futuro. En este sentido, quizá
hoy deberíamos decir: «El dolor que sufrimos es justo, pero los excesos de nuestro dolor no se
justifican. ¿De qué excesos se trata? Una tristeza fatal que hace intolerable la vida e impide ejercitar
las funciones racionales y espirituales; una amargura habitual del corazón que lleva a morder los
instrumentos de la Providencia; un temor angustioso sobre el futuro que nos hace imaginar males
que no existen»22.
En el texto de la vid y los sarmientos (Jn 15,2), Jesús afirma que el Padre -agricultor- poda
para aumentar la vida, en una clave que igualmente puede aplicarse de lleno a la suerte del
mismo Jesús en la cruz. El futuro solo se construye si se acepta la poda y se continúa a
trabajar en la viña del Señor, cultivando las siguientes actitudes: labor interior y silenciosa;
fidelidad en el silencio; confianza en el hecho de que Dios continúa trabajando la tierra de
la realidad; mantenimiento del carisma y purificación de sus manifestaciones para
posibilitar una nueva primavera de la debilidad 23. El seguimiento de Jesús humillado y tomado
por loco purifica de la apropiación, de la autosuficiencia, de la pretensión de dominar a
Dios identificándolo con nuestra suerte: «la interioridad de las personas y de las actividades debe
21
Ibídem, 384. Recordar que la suerte de muchas ordenes antiguas, a lo largo del siglo XIX, no fue
distinta.
22
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abrirse al Misterio de la Pascua, que nos purifica y aclara mucho más profundamente que algunas
disquisiciones que llamamos discernimientos, propuestas y valoraciones. No somos nosotros quienes
elegimos la Pascua, es ella la que nos elige a nosotros» 24. La Pascua supone vivir el proceso del
grano de trigo (Jn 12,23-26) y entrar en la dinámica de los dolores de parto (Jn 16,21). «El tiempo
del silencio de Dios en la historia, en realidad es tiempo de gestación de algo nuevo que se
desarrolla»25 casi sin darnos cuenta.
c) El discipulado: «El que se ha hecho discípulo (…) saca de su tesoro lo nuevo y lo viejo».
(Mt 13,52)
Volviendo a la Compañía y parafraseando dos de las expresiones más utilizadas por la
espiritualidad ignaciana: apostar hoy por un mañana fecundo supone tomar muy en serio
el paso de «la mayor gloria de Dios», al «en todo amar y servir». Esta sería la clave necesaria
para reconfigurar el sistema operativo de la vida consagrada. Amar y servir son los mejores
modos de abrazar el futuro con esperanza, tal como sugería el mensaje del papa Francisco a
los consagrados al principio del Año de la Vida Consagrada. Si hay que despertar al mundo,
hace falta proponerle un horizonte y el que los consagrados presentan es el del discipulado,
el del amor y el servicio, el de la mirada puesta en Cristo, el Señor (2 Tm 1,12).
Hay realidades que permanecen a despecho del tiempo, son siempre antiguas y siempre
nuevas. En una de sus últimas intervenciones, el teólogo y psicólogo italiano Amedeo
Cencini lamenta el olvido de este hecho porque: «hay un modo de valorar el presente que
provoca la sensación de que algunas cosas han llegado a un punto final del que no cabe esperar nada
nuevo. Sería el dogma del “post”, según el cual esta sociedad es post-industrial, post-capitalista,
post-marxista, post-metafísica, post-ideológica, post-conciliar e incluso post-humana, como si la raza
humana se acercara a la extinción. En el plano creyente, se habla de un mundo post-cristiano, como
si el cristianismo hubiera consumido su tiempo y ya no tuviera nada que decir; lo mismo se diga de la
vida consagrada»26. El autor termina diciendo que tal afirmación no tiene sentido porque toda
sociedad, todo grupo, toda realidad es de hecho pre-cristiana, ya que el ideal del Evangelio
nunca está del todo realizado y la propuesta que abre no es la de una existencia acabada,
sino la de un hacerse que lleva consigo la aceptación de una dinámica discipular.
Esta misma sintonía discipular, como clave de arco para construir el futuro, la utiliza el
papa Francisco en su Discurso a la Plenaria de la CIVCSVA el día 27 de noviembre de
201427, tomando como referencia el símil evangélico del vino nuevo y los odres nuevos (Mt
24
Ibídem, 220.
26
Citado por: MARCELLINA PEDICO, Gratitudine, passione, speranza, en Testimoni 39/1 (2016) 24.
27
Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes en la Plenaria de la Congregación para los
Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica: www.vatican.va. Consultada el día 9 de
septiembre de 2015. Todas las citas en letra cursiva de la página siguiente están tomadas de este discurso.
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Cuidar e intensificar el sensus eclessiae: «Os aliento a seguir trabajando con generosidad y
audacia en la viña del Señor, para favorecer el crecimiento y la maduración de racimos
lozanos, de los cuales poder sacar el vino generoso que podrá fortalecer la vida de la Iglesia y
alegrar el corazón de tantos hermanos y hermanas necesitados de vuestras atenciones amables
y maternas. Incluso el remplazo de los odres viejos con los nuevos, como habéis indicado bien,
no se da automáticamente, sino que exige compromiso y habilidad, para ofrecer el espacio
idóneo y acogedor y hacer fructificar los nuevos dones con los que el Espíritu sigue
embelleciendo a la Iglesia, su esposa».
Experiencia real de la pobreza: «San Ignacio decía que la pobreza es la madre y también el
muro de la vida consagrada. La pobreza es madre porque da vida, y muro porque protege de la
mundanidad. Pensemos en estas debilidades. Vosotros queréis estar a la escucha de las
señales del Espíritu que abre nuevos horizontes e impulsa por nuevos senderos, partiendo
siempre desde la regla suprema del Evangelio e inspirados por la audacia creativa de vuestros
fundadores y fundadoras».
La última palabra quiere romper una lanza a favor de la vida fraterna, de la comunidad de
los discípulos y discípulas que Jesús llamó para estar con él y para anunciar la Buena
Noticia (Mc 3,13). El futuro pasa también por ahí, por la intensificación de un estilo de vida
que desde el inicio ha caracterizado la vida consagrada. El Señor nos da hermanos y nos hace
hermanos. El ayer-hoy-mañana de la Vida Consagrada ha sido, es y será una prolongación
del Cenáculo, donde compartían la vida, el pan y la Palabra quienes querían ser discípulos
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porque habían sido tocados por el paso del Señor y querían seguir testimoniándolo, con la
fuerza del Espíritu.
BELLELLA p. 20