Vous êtes sur la page 1sur 3

CAMINABA UN POCO ENCORVADO

En 1985, el exilio debe ser repensado en el marco de


una nueva situación planetaria. En términos generales, los
vastos desplazamientos humanos como consecuencia de te-
rribles sucesos políticos han ido modificando demográfi-
camente no pocas regiones del planeta. Por esa razón, es
notorio que la consideración de situaciones individuales
puede servir solamente para observar el efecto que el exi-
lio produce en la praxis de ciertos individuos, en este caso
escritores o artistas. Tomar como paradigma a un indivi-
duo sería absurdo, tratándose de un fenómeno que en bue-
na parte es consecuencia de un desprecio evidente por el
individuo. Pero lo genérico de la condición de exiliado no
debe ocultar lo específico de la condición de escritor. Y tal
vez lo que es válido para un escritor en exilio no lo es para
todo exiliado.
De las ventajas que el exilio ofrece a un escritor, la más
importante sin duda es la relativización de la propia expe-
riencia, individual o colectiva. Narcisismo y nacionalismo
sufren, gracias al descentramiento y a la distancia, un rudo
golpe. En ese sentido, podemos considerar el exilio como un
nuevo avatar del principio de realidad.
La readaptación puede dar una ilusión de óptica y ha-
cernos creer que existe el exilio voluntario. Pero es una no-
ción falsa. Ningún exilio es voluntario: cuando se pasa de un
lugar a otro, creyendo tomar libremente una decisión, las ra-
zones del cambio han sido tramadas por el mundo antes de
que el sujeto las actualice. La distancia ya existía antes del

75
alejamiento, la ruptura antes de la separación. Que la parti-
da se verifique o no es secundario. En todo caso esa partida
no es más que la conclusión práctica y puramente anecdó-
tica de una contradicción ineluctable.
Respecto del país natal, el extranjero es una especie de
limbo, y una suerte de observatorio también: es evidente
que, después de cierto tiempo, el escritor exiliado flota en-
tre dos mundos y que su inscripción en ambos es fragmen-
taria o intermitente. Si la complejidad de la situación no lo
paraliza, esa vida doble puede ser enriquecedora. A un ar-
gentino, particularmente, en cuyo país una de las contradic-
ciones principales de la cultura reside en la oposición nacio-
nalismo-europeísmo, el doble campo empírico le será útil
para comprobar lo injustificado de las pretensiones nacio-
nalistas y al mismo tiempo desmitificar la supuesta infalibi-
lidad europea.
Pero claro, no todo es provecho intelectual. Tiempo, es-
pacio, carne, memoria, experiencia, muerte: todo esto, que
es materia común a todos, en la situación del exilio cobra
un sabor particular. Así se confunden espacio y tiempo, geo-
grafía y pasado, muerte y distancia; por momentos, se pier-
den el sentido y la plenitud de lo vivido.
Para el joven Joyce, las tres armas del escritor perdi-
do en la penumbra del extranjero, debían ser “el silencio,
el exilio y la astucia”. Ese programa nos da una idea de en-
frentamiento, de soledad, de separación. En Mínima mo-
ralia, no pocos de los fragmentos de Adorno describen el
mundo de los emigrados alemanes en Estados Unidos co-
mo agobiado por el peso de muchas amenazas ––internas
y externas.
Y los rastros del principio de realidad se inscriben en
nuestro cuerpo. Dante, el gran desterrado, era, como es sa-
bido, grave, sarcástico, amargo, un poco altanero. El exilio
coincidió con su gloria ––hasta los que lo amenazaban de
muerte lo respetaban, y, fuera de Florencia, los poderosos se
disputaban al huésped ilustre quien, por otra parte, no du-

76
daba de su superioridad terrena ni de su investidura divina.
Pero, según nos lo describe Bocaccio, “tenía un rostro me-
lancólico y pensativo” y, cuando alcanzó cierta edad, que por
otra parte no era mucha, “caminaba un poco encorvado”.

(1985)

77

Vous aimerez peut-être aussi