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Al igual que leer o aprender sobre los músculos no es su ciente para desarrollar los
músculos; el leer y aprender sobre la fe, sin agregar acción, es insu ciente para
desarrollar la fe.
Cuando tenía dieciséis años, mi hermano mayor Iván, quién tenía veintidós en ese
momento, vino a casa un día y compartió una noticia con la familia. Había
decidido bautizarse en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Nuestros padres lo miraron un poco incrédulos y yo recuerdo que no comprendía
totalmente lo que estaba pasando. Cerca de un año después, nos dio noticias aún
más sorprendentes: él había decidido servir en una misión para la Iglesia, lo que
signi caba que no lo veríamos por dos años. Mis padres no estaban muy
entusiasmados con la noticia; sin embargo, vi en él una rme determinación que
aumentó mi admiración por él y por la decisión que había tomado.
Hice todos los preparativos para esa visita. Recuerdo que iba en el bus pensando lo
bien que Iván y yo lo pasaríamos en ese hermoso día de sol. Primero,
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7/6/2019 Ejercitar nuestros músculos espirituales
Cuando el bus llegó al terminal, vi a Iván junto a otro joven; los dos en camisa
blanca y corbata. Bajé del bus, nos abrazamos y me presentó a su compañero. Sin
perder un minuto más, le conté a mi hermano sobre mis planes para el día, pero
nada sabía de los planes que Iván tenía para mí. El me miró, sonrió y dijo: “¡Por
supuesto!; sin embargo, tenemos algunas cosas que hacer primero. ¿Nos
acompañarías? Accedí, pensando que tendríamos su ciente tiempo para ir a la
playa después de todo.
Ese día, por más de diez horas, caminé por las calles de esa ciudad con mi hermano
y su compañero. Sonreí a la gente todo el día; saludé a personas que nunca había
visto en mi vida. Hablamos con todos quienes se nos cruzaban, tocamos las puertas
de personas que no conocíamos y visitamos a quienes mi hermano y su compañero
estaban enseñando.
Al mirar hacia atrás, me doy cuenta que ese día mi fe creció porque mi hermano me
dio la oportunidad de ponerla en acción. La ejercité a medida que leímos las
Escrituras, buscábamos a quienes enseñar, compartíamos el testimonio, servíamos a
otros y así sucesivamente. Ese día no tomamos sol, pero mi corazón recibió luz
desde los cielos. No vi ni un solo grano de arena, pero sentí mi fe crecer como un
pequeño grano de mostaza 4. No fui un turista ese día de verano, pero obtuve
experiencias maravillosas y, sin darme cuenta, fui un misionero, ¡sin siquiera ser
miembro de la Iglesia!
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