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Luce Irigaray:

 Sicoanalista
 Lingüista
 Filosofía

Diap. 1 - 5 Igualarse a sí mismas

Irigaray habla de la diferencia femenina como fundamento de un pensamiento


feminista que entiende como el único posible y que se reclama distanciado por entero
del discurso tradicional y reivindicativo del feminismo en su historia.

Reconocer la diferencia sexual, modifica sustancialmente el pensamiento social y


político: porque entender la sociedad dividida, simbólica y realmente, en dos géneros
implica revisar su estratificación económica y política, así como el reparto de roles
desde esta nueva variable de análisis.

Gail Rubin  sistema sexo-género, que explica la explotación de la mujer como


infraestructura básica del patriarcado y, por ende del capitalismo.

Mientras, el feminismo de la diferencia reclama esta división genérica de la


humanidad y la entiende como algo no meramente cultural, el feminismo de la
igualdad, de raíz ilustrada, aboga por la superación de los géneros en una
comprensión unitaria de lo humano y , por lo mismo, en una sociedad no-patriarcal de
individuos.

Para Irigaray, la diferencia viene ahora a revalidar lo-otro, la alteridad entendida


como lo no-idéntico, que cuestiona toda posibilidad de identidad.
Lo femenino viene a instituirse como la diferencia por relación al orden logo-falo-
céntrico que diseña el universo simbólico predominante.

Diap. 5

Irigaray reconoce que la mujer se constituirse así en su deseo por el deseo masculino
y será, además, pensada como objeto también por el sujeto masculino, con lo que el
resultado será, no una auto-imagen, sino más bien una falsificación.

“lo femenino no tiene lugar en el discurso más que en el interior de modelos y de leyes
promulgadas por sujetos masculinos. Lo que implica que no existen realmente dos
sexos, sino uno sólo”. Lo femenino opera, entonces, como lo excluido del discurso.

lo femenino opera en un doble sentido: como lo femenino “especular”, aquello que el


discurso falogocéntrico “dice” que es lo femenino: la feminidad normativa; y como lo
femenino potencial, esto es la potencialidad que contiene lo femenino para desbordar
el discurso.
Lo femenino ha constituido lo irrepresentado e irrepresentable en el discurso
(falogocéntrico). Y ésta es también la razón por la que sostiene que la diferencia
sexual ha sido un impensado en nuestra tradición cultural.

Irigaray asocia a la morfología de los labios genitales, un “hablar-mujer”: “Hay que


escucharla de manera diferente para oír un “otro significado” que está
constantemente en el proceso de entretejerse, al mismo tiempo abrazando
incesantemente las palabras y, aun así, desechándolas para impedir que se conviertan
en algo fijo, inmovilizado”.
Esto supone un vuelco en el pensamiento, que desborda la lógica binaria en que se ha
construido el orden cultural y el lenguaje.
“Pensar a partir del cuerpo de la mujer, de su sexualidad y desde la experiencia en un
ámbito de reconocimiento de las relaciones entre mujeres es el nuevo reto. Se trata, en
suma, de pensar lo impensado: la diferencia sexual”.

Diapositiva 7. La diferencia sexual versus otras diferencias y la diferencia al interior


de la diferencia

“la diferencia sexual es el contenido más adecuado de lo universal. En efecto, este


contenido es al mismo tiempo real y universal. La diferencia sexual es un dato
inmediato natural y un componente real e irreductible de lo universal. El género
humano en su totalidad está compuesto por mujeres y hombres y por nada más. De
hecho, el problema de las razas es un problema secundario– ¿salvo desde el punto de
vista de lo geográfico?–que nos oculta el bosque, y lo mismo ocurre con las otras
diversidades culturales, religiosas, económicas y políticas”.  génerico humano, que
neutraliza todas las otras diferencias.

de la misma manera que las mujeres han sido eternamente interpretadas, han de
buscar un medio de articular un feminismo que no siga interpretándonos por ningún
camino prescrito. A la vez, creo que tenemos que evitar adquirir la tesis del neutro,
universal “genérico humano”, que encubre el racismo y el androcentrismo
occidentales con una venda. No podemos resolver este conflicto ignorando la mitad
del mismo, o intentando aceptarlo. La solución reside más bien en formular una nueva
teoría en el proceso de reinterpretar nuestra posición y el de reconstruir nuestra
identidad política como mujeres y como feministas en relación con el mundo y entre
nosotras
Una de la cuestiones más relevantes y complejas que se suscitan a raíz de las
reflexiones de Judith Butler y Rosi Braidotti a propósito de la relación entre cuerpo y
lenguaje, o, en terminología butleriana, a propósito de la materialización del cuerpo,
es, a mi juicio, precisamente, el lugar y la compresión de la diferencia sexual que
ambos planteamientos implican. Como he intentado señalar, Butler entiende la
diferencia sexual como un efecto de la matriz heterosexual, es decir, como un efecto
normativo del binarismo de género que crea y recrea la heterosexualidad como
institución. De modo que mantener la diferencia sexual significaría mantener los
gestos de exclusión que la instituyen.

Mientras que para Braidotti es posible pensar la diferencia sexual fuera de una lógica
jerárquica.

En este sentido, la discusión en torno al lugar y el papel de lo femenino como excluido


se revela clave, pues me inclino a pensar que éste es uno de los nudos del debate:
Butler cuestiona que lo femenino ocupe el lugar de lo excluido, o, mejor, que el lugar
de lo excluido se agote en lo femenino. Al menos, en este sentido interpreto la
discusión que Butler sostiene con Irigaray en el capítulo 1, “Los cuerpos que
importan” de Cuerpos que importan. Por su parte, Braidotti considera que la estrategia
de afirmación de lo femenino es una estrategia necesaria para la deconstrucción del
orden del discurso falogocéntrico.

En “¿El fin de la diferencia sexual?”, donde dedica un epígrafe a responder a alguna de


las críticas formuladas por Braidotti, Butler aborda atenta y cuidadosamente la
pregunta por la diferencia sexual. En una actitud más receptiva que en otros textos, en
los que sugería la imposibilidad de pensar una diferencia sexual que no fuera
heterosexista, la autora reconoce que la diferencia sexual, al menos tal y como la
formula Braidotti a partir de su rica y creativa lectura de Irigaray, “no es un simple
hecho, pero tampoco es un mero efecto de lo factible”. Y considera que la pregunta por
la diferencia sexual plantea el problema de “la permanente dificultad de determinar
dónde empieza y dónde termina lo biológico, lo psíquico, lo discursivo y lo social”.
Pero, sobre todo, señala la virtualidad de mantener la pregunta por la diferencia
sexual como una pregunta abierta.

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