Vous êtes sur la page 1sur 26

Camila O Gorman & Ladislao Gutiérrez

La actual iglesia del Socorro, en Suipacha y Juncal, fu-e escenario del despertar de este amor
desgraciado. Por los años 1847/48, plena época rosista, el lugar era un tranquilo barrio de quintas
arboladas entre cuyo verdor se destacaban las elegantes torres del templo.

En las cercanías vivía la familia O’ Gorman, compuesta por el padre, de origen francoirlandés; la
madre, porteña de antigua estirpe, y seis hijos, entre los que se distinguía Camila.

Esta joven, de unos veinte años, era, al decir de Berutti, "muy hermosa de cara y de cuerpo, muy
blanca, graciosa y hábil pues tocaba el piano y cantaba embelesando a los que la oían". Camila,
además, tenía una gran personalidad, quizás heredada de su célebre y bella abuela Anita Perichon,
amante del virrey Liniers.

El otro protagonista de esta historia había llegado unos años antes desde Tucumán. Era, según
recordaba Antonino Reyes, "un joven de pelo negro y ensortijado, cutis moreno y mirada viva,
modales delicados y un conjunto simpático". Decían que era "juicioso y lleno de aptitudes" y venía
a Buenos Aires para seguir la carrera eclesiástica. Ordenado sacerdote a los veinticuatro años,
Ladislao Gutiérrez fue designado párroco en la iglesia del Socorro. Pronto reparó en la joven alta,
de pelo castaño y expresivos ojos oscuros, de andar elegante y gracioso. No tuvo que esperar
mucho para que se la presentaran: era hermana de Eduardo O’ Gorman, compañero en la carrera
sacerdotal.

Como casi todas las mujeres de esa época, Camila era bastante devota. Iba a misa con frecuencia y
le gustaban mucho los sermones del nuevo párroco. A veces él iba de visita a su casa. Poco a poco
se hicieron amigos y empezaron a encontrarse en sus paseos por Palermo.

La pasión
Camila comenzó a sentir algo nuevo, completamente nuevo y desconocido. Cuando escuchaba sus
sermones en la iglesia, su voz decía más que las palabras que pronunciaba, y mientras se dirigía a
toda la concurrencia era ella la que recibía la mirada de sus pupilas ardientes y sentía que un licor
la incendiaba por dentro.

Una vez más se imponía el misterio del amor entre dos seres. Tampoco él podía acallarlo. ¡Camila!
Su presencia transformaba el oscuro recinto del templo en un lugar paradisíaco. Desde que hacía
su aparición, sentándose con gracia en la alfombra extendida por su sirviente, sólo podía dirigirse
a ella. Nunca había sentido algo así por nadie.

Aumentaron sus conversaciones y paseos. Ella tenía muchas dudas respecto de la religión y él
trataba de aclarárselas, aunque las suyas iban creciendo a medida que pasaban los días.

1
¿En qué se basaba su vocación? ¿A quién debía fidelidad? ¿Era Dios como se lo habían enseñado?
¿Quién podía arrogarse el derecho de conocer sus deseos? ¿No era El responsable de esa
atracción irresistible entre ellos? Cuando les resultó imposible ignorar ante sí mismos que se
querían, él la tranquilizó convenciéndola de que aquello no era un crimen. Reconocía haberse
equivocado al seguir la carrera sacerdotal, pero consideraba que, por las circunstancias, sus votos
eran nulos. Y si la sociedad no permitía que la hiciera su esposa ante el mundo, el la haría suya
ante Dios. Querían cumplir su voluntad, vivir juntos y multiplicarse como la pareja primigenia. El
había cometido un error, pero ante todo era un hombre creado a imagen y semejanza de Dios, con
inteligencia y libertad para arrepentirse de su decisión equivocada y empezar una nueva vida junto
al ser querido que Dios había puesto en su camino. Todo desaparecía ante la imperiosa necesidad
de vivir juntos. Dejarlo todo para tenerlo todo. Nada podía existir superior a esto.

La fuga
Camila se dejó convencer. No podía imaginarse la vida sin él, pero tampoco estaba dispuesta a ser
"la barragana del cura". Empezaron a concebir la idea de huir de Buenos Aires y cambiar de
identidad para poder vivir casados ante Dios y ante los hombres. Pero, ¿adónde irían para que no
los pudieran alcanzar las autoridades civiles y eclesiásticas? ¿Y cuánto aguantaría una delicada
niña, acostumbrada a la vida muelle y entretenida de las porteñas amigas de Manuelita Rosas, las
estrecheces por las que deberían pasar hasta llegar a instalarse en un lugar seguro? PocoÛ a poco
fueron forjando el plan: llevarían algo de ropa, lo que pudieran juntar de plata y dos caballos. Irían
hacia Luján, de allí pasarían a Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes.

El destino final, si todo andaba bien, sería Río de Janeiro. Al pasar a Santa Fe fingirían haber
perdido los pasaportes y pedirían otros con nombres falsos. El 12 de diciembre de 1847 fue el día
elegido para la fuga. Al llegar a Luján, en una enramada que les había proporcionado el mesero y
bajo la noche refulgente de estrellas, los amantes tuvieron su momento de felicidad.

Mientras tanto, en Buenos Aires, a la consternación había seguido el pánico: ¿cómo tomaría el
Restaurador de las Leyes y del Orden este desacato a todas las normas morales, civiles y sociales?

Pasados diez días, Adolfo O’ Gorman denunció el hecho al gobernador como "el acto más atroz y
nunca oído en el país", mientras el obispo Medrano pedía al gobernador que "en cualquier punto
que los encuentren a estos miserables, desgraciados infelices, sean aprehendidos y traídos, para
que, procediendo en justicia, sean reprendidos por tan enorme y escandaloso procedimiento".

A Rosas lo tenían sin cuidado los amancebamientos de algunos curas. Lo que no podía tolerar era
una falta de obediencia hacia su persona.

2
Rosas podría haber usado su poder en forma magnánima para perdonar.

Si los jóvenes hubieran acudido a pedirle ayuda, seguramente lo habría hecho. Pero al escándalo
de la fuga se sumaba el ser partícipe de ella una niña tan relacionada en sociedad. Y aquí las
opiniones se dividían: para la mayoría, era un víctima; para los demás, una perdida.

Por el momento, la suerte parecía sonreír a los enamorados. Ya en Paraná, en febrero de 1848,
consiguieron un pasaporte a nombre de Máximo Brandier, comerciante, natural de Jujuy, y su
esposa, Valentina Desan.

Al llegar a Goya con su nueva identidad pudieron tomarse un respiro y prepararse para la última
etapa: Brasil. Mientras tanto, para ganarse la vida abrieron una escuela para niños, la primera que
existió en esa pequeña ciudad.

Pudieron vivir cuatro meses en una relativa felicidad, olvidando la persecución de que eran objeto.
El 16 de junio ocurrió el desastre cuando encontraron en una casa de familia a un sacerdote
irlandés que conocía a Gutiérrez.

Tomados por sorpresa, sólo atinaron a negar su verdadera identidad. La noticia voló y al día
siguiente, por orden del gobernador Virasoro, los dos maestros fueron encarcelados e
incomunicados. La maquinaria del poder empezaba su obra despiadada.

Los reos
En cuanto Rosas conoció la noticia dio orden de que condujeran a los reos en dos carros separados
a Santos Lugares, donde estaba la más temida prisión del régimen. Con creciente angustia, los
amantes vieron cómo se cerraban las puertas de sus respectivas prisiones. Estaban incomunicados
entre ellos y con el resto del mundo. Camila, sin embargo, pudo hacer llegar una carta a su amiga
Manuela Rosas. Esta le contestó el 9 de agosto alentándola a que no se dejara quebrar, que ella la
ayudaría. El mismo día empezó a preparar, en la Casa de Ejercicios, un lugar para su amiga.
También hizo llevar libros de historia y de literatura para Gutiérrez a la cárcel del Cabildo. Pero en
el plan de Rosas no entraba la llegada de los reos a Buenos Aires, donde podrían haberse
defendido. Para no tener que enfrentarse con los pedidos de clemencia de su hija, era necesario
actuar rápida y drásticamente.

Las declaraciones que Camila hiciera en San Nicolás no hacían sino corroborar su posición
subversiva: no estaban arrepentidos, sino "satisfechos a los ojos de la Providencia" y no
consideraban criminal su conducta "por estar su conciencia tranquila". ¿Adónde se iba a llegar si
hasta las simples mujeres se creían con derecho a entenderse directamente con Dios? Todo eso
olía a luteranismo y libre interpretación de la Verdad. Era muy peligroso.

Según Marcelino Reyes, la joven preguntó si el señor gobernador estaba muy enojado y quiso
saber lo que decían de ella. Después de dejarla comer y descansar, Reyes retomó su conversación

3
con Camila para aconsejarla sobre lo que debía declarar. Camila hizo entonces con franqueza la
historia de sus amores con Gutiérrez. Databan de fecha muy anterior a su fuga. Explicó que él no
tenía vocación y su matrimonio había sido ante Dios. Que él no había hecho sus votos de corazón y
que, por consiguiente, eran falsos y no era sacerdote. Que la intención de los dos era irse a Río de
Janeiro, pero que no lo habían podido efectuar por falta de recursos.

También Gutiérrez había hecho su exposición y ambas fueron llevadas por un chasque ante el
gobernador, esa tarde del 17 de agosto.

Casi amanecía cuando despertó a todos el retumbar de cascos de caballos, gritos y golpes
violentos en el portón de entrada. Era el modo que tenían los hombres del gobernador de
anunciar su llegada. Rosas ordenaba la inmediata ejecución de los reos sin dar lugar a apelación ni
defensa. Sólo se les otorgaban unos instantes para confesarse y prepararse para morir. Fue
entonces cuando Reyes decidió mandar un urgente despacho avisando el estado de preñez de la
joven, avalado por el médico de la prisión. Al mismo tiempo mandó una carta a Manuelita
explicándole la urgencia de la situación.

Reventando caballos llegó el chasque a Palermo y entregó los despachos al oficial de guardia. Pero
la carta jamás llegó a Manuelita. El gobernador no podía aceptar que existiera un testimonio vivo
de la de-sobediencia, un hijo que hubiera representado para muchos el triunfo del amor sobre el
orden establecido.

Cerca de la hora, Gutiérrez hizo llamar a Reyes a su calabozo. El ex cura estaba sentado en el catre,
vestido con levita y pantalón negro. Su semblante dejaba entrever la tempestad de sentimientos
que lo acosaba. Intentó disimularlos y con forzada cortesía se puso de pie al verlo entrar y le dijo:

"–Lo he llamado para que me diga si Camila va a tener igual suerte que yo.

"–Prepárese para oír lo más terrible: Camila va a morir también.

"Me pareció que Gutiérrez demostraba cierta satisfacción.

"–Gracias –contestó con voz fuerte."

Luego le pidió que entregara a Camila un papelito. Sacó de la gorra de piel que llevaba un lápiz y
escribió:

"Camila mía: acabo de saber que mueres conmigo. Ya que no hemos podido vivir en la tierra,
unidos, nos uniremos en el cielo, ante Dios. Te abraza, tu Gutiérrez."

4
Sentaron a cada uno de ellos en una silla, cargada por cuatro hombres a través de dos largos palos.
Como a todos los condenados, les vendaron los ojos y, escoltados por la banda de música del
batallón, los llevaron al patio rodeado de muros. Bajo el pañuelo, los ojos de Camila dejaban
escapar dos hilos de lágrimas que, a pesar del dominio de sí expresado en un rostro inmutable, no
podía evitar.

Mientras los soldados los ataban nerviosamente a los banquillos, Camila y Gutiérrez pudieron
hablarse y despedirse, hasta que este último comenzó a gritar: "Asesínenme a mí sin juicio, pero
no a ella, y en ese estado ¡miserables...!".

Sus palabras fueron acalladas por el capitán Gordillo, que mandó redoblar los tambores e hizo la
señal de fuego. Cuatro balas terminaron con su vida.

Después, se oyeron tres descargas y Camila, herida, se agitó con violencia. Su cuerpo cayó del
banquillo y una mano quedó señalando al cielo. "... en la vecindad quedó el terror de su grito
agudísimo, dolorido y desgarrador..."

Esta historia de amor de inocentes víctimas de intereses políticos iba a convertirse con el tiempo
en el suceso más imperdonable del gobierno de Rosas... Sería el comienzo del fin.

Por Lucía Gálvez

5
El amor más prohibido: Camila O’Gorman y Ladislao Gutiérrez

Willy Schefer.
Camila O’Gorman, Hija de Adolfo O’Gorman y Périchon de Vandeuil, su madre fue Juaquina
Ximénez y Pinto. Era nieta de Ana Perichon, la célebre “amiga” de Santiago de Liniers,
reconquistador de Buenos Aires.

Camila nació en Buenos Aires en 1828. Tenía diecinueve años cuando conoció al párroco del
Socorro, Ladislao Gutiérrez. La joven cantaba en las funciones religiosas y trataba al sacerdote en
su casa.

Ladislao había llegado unos años antes desde Tucumán. Era, según recordaba Antonino Reyes, “un
joven de pelo negro y ensortijado, cutis moreno y mirada viva, modales delicados y un conjunto
simpático”.

Decían que era “juicioso y lleno de aptitudes” y venía a Buenos Aires para seguir la carrera
eclesiástica. Ordenado sacerdote a los veinticuatro años, Ladislao Gutiérrez fue designado párroco
en la iglesia del Socorro. Pronto reparó en la joven alta, de pelo castaño y expresivos ojos oscuros,
de andar elegante y gracioso. No tuvo que esperar mucho para que se la presentaran: era
hermana de Eduardo O’Gorman, compañero en la carrera sacerdotal.

Como casi todas las mujeres de esa época, Camila era bastante devota. Iba a misa con frecuencia y
le gustaban mucho los sermones del nuevo párroco.

A veces él iba de visita a su casa. Poco a poco se hicieron amigos y empezaron a encontrarse en
sus paseos por Palermo.

La afinidad espiritual se transformó en amor y la pareja decidió huir de Buenos Aires, Poco a poco
fueron forjando el plan: llevarían algo de ropa, lo que pudieran juntar de plata y dos caballos. Irían
hacia Luján, de allí pasarían a Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes.

El destino final, si todo andaba bien, sería Río de Janeiro. Al pasar a Santa fe fingirían haber
perdido los pasaportes y pedirían otros con nombres falsos. El 12 de diciembre de 1847 fue el día
elegido para la fuga.

6
Al llegar a Luján, en una enramada que les había proporcionado el mesero y bajo la noche
refulgente de estrellas, los amantes tuvieron su momento de felicidad.

Ya en Paraná, en febrero de 1848, consiguieron un pasaporte a nombre de Máximo Brandier,


comerciante, natural de Jujuy, y su esposa, Valentina Desan. Allí embarcaron con la complicidad
del patrón del barco y llegaron a Goya, Corrientes, en tanto eran buscados por pedido del padre
de Camila.

Al llegar a Goya con su nueva identidad pudieron tomarse un respiro y prepararse para la última
etapa: Brasil.

Mientras tanto, para ganarse la vida abrieron una escuela para niños, la primera que existió en esa
pequeña ciudad. Pudieron vivir cuatro meses en una relativa felicidad, olvidando la persecución de
que eran objeto. El 16 de junio ocurrió el desastre cuando encontraron en una casa de familia a un
sacerdote irlandés que conocía a Gutiérrez.

Pero su suerte estaba escrita. Las fuerzas del gobierno los encuentraron y apresaron. En un frío
amanecer del 18 de agosto de 1848, Camila O’Gorman y Ladislao Gutierrez fueron fusilados. Los
acribillados cuerpos de los amantes lograron finalmente perpetuar el abrazo por el cual se les
quitó la vida.

En la actualidad los curas que dejan, especialmente por haberse enamorado de una mujer y optar
por una familia, sin que ello implique necesariamente renunciar a la vocación religiosa, mucho
menos a renegar del Don de la Fe y de su práctica concreta; es decir, los valores que Jesús nos
propone …también son fusilados junto con sus compañeras.

Porque hay muchas maneras de fusilamiento: especialmente cuando la institución eclesiástica


segrega y niega los talentos que muchos de sus miembros que han abandonado el ministerio
poseen de manera testimonial.

El dia 18 de agosto tendríamos que recordarlo y considerarlo como EL DIA DEL CELIBATO
OPTATIVO.

7
Camila y Rosas

La historia de Camila O´Gorman es simple y despiadada. Una niña bien se enamora de un joven
sacerdote, el cura Uladislao Gutiérrez, y él de ella. Acorralados en un amor imposible, se fugan
para vivir en pareja. La justicia los atrapa y, para castigar su sacrilegio, los fusila a ambos,
asesinando de paso al niño que llevaba Camila en el vientre.

Lo que sucedió en Santos Lugares fue una barbaridad, y no tiene perdón de Dios. Igual que otras
mil barbaridades que se han cometido en todos los tiempos. Pero esta triste historia tiene también
otros perfiles: se atribuye, exclusivamente, la orden de ejecución al dictador Rosas. Se la agrega a
otros mil actos sanguinarios, como para completar el retrato del "Calígula del Plata". Se sobrecarga
lo sucedido con todos los detalles horrorosos que se encuentren a mano.

Hay mucho escrito sobre este acontecimiento. Hemos seguido la cronología y las citas de Roberto
Etchepareborda ( Rosas, controvertida historiografía, Pleamar,1972) que son un intento de relatar
con ecuanimidad.

El episodio se produjo en 1848, momento en que Buenos Aires iba recobrando su fisonomía
normal, liberada del bloqueo y de los rigores de una constante amenaza de guerra. Los emigrados,
desde más de un año atrás, regresaban masivamente, desde Montevideo y Santiago de Chile.
Según Abel Chaneton: "La vida se remansa y Buenos Aires, no ya sometida sino adicta, es un
pueblo casi feliz. Llegan tiempos prósperos, renace el comercio...Toda resistencia armada a la
dictadura desaparece en el Interior y el Exterior. Sólo la prensa "unitaria" sigue bombardeando a
Rosas...cuyo prestigio se acrecienta y se representa inconmovible". ( Historia de Vélez Sarsfield ,
Tomo 1, 1937).

En medio de esa recuperación, se produce la fuga de Camila con el cura. El hombre tiene 30 años,
ella 19. Desaparecen el 12 de diciembre de 1847. Recién el 21, el atribulado padre informa al
canciller de Rosas, don Felipe Arana, y solicita la detención de los prófugos.

¿Quién era ese padre, don Adolfo O’ Gorman? Era el hijo de don Tomás O´Gorman, sobrino del
médico Miguel O´Gorman, personaje principal en Buenos Aires, casado con la francesa Anne
Perichon, que según la historia fue amante pública del Virrey Liniers, durante uno de los largos
viajes de negocios del señor O´Gorman. Se la recuerda con el apelativo de "la Perichona".
(Seguimos en este pasaje a Daniel Balmaceda en Romances Turbulentos de la Historia Argentina ).
Tanto los hijos de Liniers con Juana Úrsula Membille como los que tuvo, después de enviudar, con
Martina Sarratea, se radicaron en Goya, Candelaria y otras localidades del nordeste argentino. Por
ejemplo: una hija de Liniers se casó con Juan Bautista Perichon. El segundo Perichon, Esteban
María, se radicó en Corrientes y originó una de las familias más tradicionales de Goya.

8
Gran parte de los vecinos de Plaza San Martín (en Buenos Aires) eran irlandeses y concurrían a la
misa del Socorro. Entre ellos estaban Adolfo y Tomás, hijos de la francesa, casados con damas de
la mejor sociedad y cultores de una moral severa. Sentían horror por el escándalo: estaban
marcados desde niños.

"La prensa adversa a Rosas, desde Montevideo, aprovecha el escándalo para señalar la
inmoralidad reinante en la sociedad rosista"

La prensa adversa a Rosas, desde Montevideo, aprovecha el escándalo para señalar la inmoralidad
reinante en la sociedad rosista. Se lo considera típico de las aberrantes costumbres que rodean al
dictador, de quien se señalan graves impudicias que llegarían hasta el incesto. Los emigrados en
Chile no trepidan en publicar, en El Mercurio: "Ha llegado a tal extremo la horrible corrupción de
las costumbres del Calígula del Plata, que los impíos y sacrílegos sacerdotes de Buenos Aires huyen
con las niñas de la mejor sociedad, sin que el infame sátrapa adopte medida alguna contra estas
monstruosidades" (27 de marzo de 1848). El pecado de los amantes se convierte rápido en un acto
de explosivo efecto político. Mientras, los prófugos, que han adoptado los nombres falsos de
Máximo Brandier y Valentina San, se han establecido en Goya y regentean una escuelita. En
aquella ciudad tenían parientes que los protegieron, mientras soñaban con una fuga (demasiado
cara para sus ahorros) a Río de Janeiro. Pasan sin problemas cuatro meses, hasta que son
reconocidos por el cura irlandés Michael Gammon, que descubre sus verdaderas identidades. En
consecuencia, son detenidos y remitidos a Buenos Aires.

El regreso es lentísimo. Tarda más de dos meses, con un trato riguroso: separación absoluta,
remache de grillos. A pesar de ello, Camila logra enviar una súplica a su amiga Manuelita Rosas,
cuya respuesta se conoce. En una carta sumamente cariñosa, Manuelita le pide resignación para
salvar la distancia que las separa "a fin de que, ya a mi lado, pueda con mis esfuerzos daros la
última esperanza".

La grita opositora arrecia. En "El Comercio del Plata", don Valentín Alsina exige ejemplar justicia:
"¿Hay en la tierra –expresa Alsina- castigo bastante severo para el hombre que así procede con
una mujer cuya deshonra no puede reparar, casándose con ella?". Aparentemente, Rosas aún no
ha resuelto nada. Su cuñada, María Josefa Ezcurra, lo insta a recluir a Camila en la Casa de
Ejercicios. Aparentemente, se acepta en principio este criterio, porque se conoce la boleta de la
compra del moblaje destinado a su celda, efectuada directamente por Manuelita. Recuérdese que
María Joséfa Ezcurra había tenido un hijo con Manuel Belgrano, que fue adoptado por Rosas y
pasó a la historia como Pedro Rosas y Belgrano, de larga actuación política. Sin embargo, Rosas
parece cambiar de idea bajo el efecto de la enconada prédica unitaria. Manuel Rubio ha señalado
que "aconsejar el patíbulo para un crimen social, y aconsejarlo a un hombre que era acusado por
los unitarios de sanguinario, revela una convicción extraviada o una malignidad refinada e
injustificable". Según Bilbao, para Rosas "el verdadero crimen de Gutiérrez y Camila fue burlar su
autoridad". ( Antonino Reyes, memorias de un edecán de Rosas , anotadas por Bilbao).
Consecuentemente, tiende por fin al escarmiento ejemplificador. Por un lado, el clero, y por el

9
otro, los más destacados juristas, se inclinan por la aplicación de la drástica legislación vigente a
los culpables.

Se afirma que fueron consultados los jurisconsultos más destacados de Buenos Aires: Baldomero
García, Lorenzo Torres, Nicolás Anchorena, Dalmacio Vélez Sarsfield y Eduardo Lahitte. Este último
habría sido el único en oponerse a la sentencia de muerte. En cuanto a Vélez, Abel Chaneton
desmiente la versión, que supone fruto de la pasión política posterior a Caseros. Le querían
facturar a Vélez los devaneos del mentado cordobés durante las tertulias familiares de Rosas.
Chaneton señala a Lorenzo Torres como el principal responsable: "Dio forma legal al asesinato,
justificando la convicción de Rosas con citas de cánones y leyes".

Es casi indudable que Rosas, presa de un excesivo afán de reprimir un crimen privado, optó
finalmente por la pena capital para ambos reos. Las ejecuciones se cumplirían en el campamento
de "Santos Lugares de Rosas" (así se llamaba entonces) en el momento oportuno. Para la
mentalidad severa de Rosas, el acto cometido representó un quebrantamiento de la moral social
que no podía quedar impune. Se sentía responsable de cualquier condescendencia con Camila
O´Gorman, que se hallaba tan cerca del círculo gubernamental, justificando el desenfreno de las
costumbres los infundios de sus adversarios.

El cura Uladislao no estaba menos relacionado: era sobrino carnal de Celedonio Gutiérrez,
gobernador de Tucumán, rosista y federal.

"Los jóvenes amantes fueron, durante Rosas, reprobados como ejemplo de las costumbres
licenciosas de la dictadura y, más tarde, usados como prueba de la crueldad del dictador"

Años más tarde, desde Southampton, Rosas escribe a Federico Terrero: "Ninguna persona me
aconsejó la ejecución del cura Gutiérrez y de Camila O´Gorman, ni nadie me habló en su favor.
Todas las primeras personas del clero me hablaron o escribieron sobre ese atrevido crimen y la
urgente necesidad de un ejemplar castigo para prevenir otros escándalos semejantes o parecidos.
Yo creía lo mismo. Y siendo mía la responsabilidad, ordené la ejecución...Mientras fui gobernador,
con la suma del poder por la ley, goberné según mi conciencia. Soy, pues, el único responsable de
todos mis actos, de mis hechos buenos como de los malos, de mis errores y de mis aciertos". (6 de
marzo de 1877, once días antes de morir).

Para agravar la responsabilidad de Rosas, se ha dicho generalmente que Camila estaba


embarazada. Al parecer, ella misma lo declaró, para salvar la vida, al propio Antonino Reyes, jefe
de Santos Lugares. Según oficio de Reyes a don Manuel Bilbao, "el cuerpo de la joven no lo
evidenciaba, ni se advertían indicios de preñez..Si la había, debía ser muy reciente, pero la causa
servía en aquel momento para salvarla. Yo la respaldé, poniéndome de acuerdo con el médico del
campamento, Dr. Martínez". ( Memorias ya mencionadas). Al parecer, la carta no llegó a
Manuelita Rosas, que era la destinataria, sino al propio general, quien ordenó de inmediato el
cumplimiento de la sentencia.

10
Dice Dardo Corvalán Mendilaharzu: "La infortunada Camila no llevaba el fruto de su amor en las
entrañas. El sumario hecho en la ciudad de Goya...formal y minucioso, me robustece en la
convicción...sobre la falsedad de la causa originaria de esa cosa terrible que ha dado en llamarse el
"bautismo federal". A este sumario corre agregado el informe del único médico que había en
Goya, el Dr. William Gibson, quien examinó prolijamente a la desventurada mujer. Nada hay
(sobre un embarazo) en el informe, donde no escapan detalles, aún de los más insignificantes". ( El
caso de Camila O´Gorman, 1926).

Sin embargo, Daniel Balmaceda ( Romances Turbulentos ) menciona que el presbítero Castellanos,
encargado de brindar a Camila los últimos auxilios, le dio a beber agua bendita para bautizar al
niño que llevaba en el vientre.

Los jóvenes amantes fueron, durante Rosas, reprobados como ejemplo de las costumbres
licenciosas de la dictadura y, más tarde, usados como prueba del absolutismo y la crueldad del
dictador.

Ahora bien. Camila fue la única mujer ajusticiada por Rosas: ocurrió el 18 de agosto de 1848, 250
días después de huir juntos y 65 después de ser descubiertos y delatados por el Padre Gannon
Chitty.

"Los delatores o instigadores, eclesiásticos o civiles unitarios, no han dicho una palabra"

En aquel entonces, un desliz significaba un hijo: no había píldoras ni se usaban preservativos. Las
peripecias de nuestros fundadores están sembradas de hijos naturales, pecadillos privados y otras
historias que se encaraban con o sin grandeza, según los casos. Se degollaba o fusilaba a los
prisioneros, se combatía por pequeñeces, se engrillaba a los revoltosos o se los aherrojaba en un
cepo. Terrible. Un tiempo sin piedad. No la tuvo Rosas, pero tampoco Lavalle, o Moreno o
Sarmiento.

En esta barbaridad, el único que se hace cargo de sus actos parece ser el brigadier general Rosas,
por aquellas líneas desde Southampton, en que absorbe todo el peso de la criminal ejecución
sobre su conciencia. Los otros, los delatores o instigadores, eclesiásticos o civiles unitarios,
incluyendo a los federalísimos padres y parientes de Camila, no han dicho una palabra.

11
El Fusilamiento de Camila
Fuente: Felipe Pigna, Mujeres tenían que ser, Historia de nuestras desobedientes, incorrectas,
rebeldes y luchadoras. Desde los orígenes hasta 1930, Buenos Aires, Planeta, 2011, págs. 302-309.

Camila O’Gorman nació en 1828, el año de la ejecución de Dorrego. Era nieta de Ana Perichón, un
parentesco que en la literatura se señalará como una especie de “sino trágico”.

Adolfo Saldías la describe así: “Artista y soñadora, dada a las lecturas de esas que estimulan la
ilusión hasta el devaneo, pero que no instruyen la razón y el sentimiento para la lucha por la vida;
y librada a los impulsos de cierta independencia enérgica y desdeñosa, había llegado a creer que
era demasiado estrecho el círculo fijado a las jóvenes de su época, y no menos ridículos los
escrúpulos de las costumbres y las imposiciones de la moda. Continuamente se la veía dirigirse
sola desde su casa a recorrer las librerías de Ibarra, La Merced o de la Independencia, en busca de
libros que devoraba con ansias de sensaciones” 1.

A sus 18 años se enamoró del cura de la parroquia del Socorro, el tucumano Uladislao Gutiérrez,
de 24 años. De “buena familia”, Uladislao llegó a Buenos Aires con las mejores recomendaciones
por ser el sobrino del gobernador de su provincia, Celedonio Gutiérrez, aliado de Rosas. Conocerá
al amor de su vida gracias a Eduardo, el hermano de Camila, con quien habían hecho el seminario.
Fue en una de esas famosas tertulias de los O´Gorman donde se cruzaron las miradas por primera
vez y para siempre. Ni Camila ni Uladislao quisieron contener nada, reprimir lo que les venía desde
las ganas, los deseos, los sueños de ser felices a pesar de los infelices de siempre que vigilan
morales ajenas sin fijarse en las propias y, por todo y contra todos, decidieron fugarse la
madrugada del 12 de diciembre de 1847.

¿Quién tuvo la culpa? ¿La “libertina” muchacha sospechosa para la Iglesia por el simple hecho de
ser mujer y por lo tanto portadora histórica de la “tentación demoníaca” que hace sucumbir a las
pobres víctimas masculinas? ¿O fue el “desleal” padre Gutiérrez quien planeó aquel terrible acto
de libertinaje.

Pasado un tiempo desde la huida de la pareja, el padre de Camila se creyó en la obligación de


denunciar a su propia hija ante el Restaurador: “(...) para elevar a su superior conocimiento el acto
más atroz y nunca oído en el país, y convencido de la rectitud de V. E. hallo un consuelo en
participarle la desolación en que está sumida toda la familia. (...) pues la herida que este acto ha
hecho es mortal para mi desgraciada familia. El clero en general, por consiguiente, no se creerá
seguro en la República Argentina. Así, señor, suplico a V. E. dé orden para que se libren
requisitorias a todos los rumbos para precaver que esta infeliz se vea reducida a la desesperación y
conociéndose perdida, se precipite en la infamia (...). El individuo es de regular estatura, delgado
de cuerpo, color moreno, ojos grandes pardos y medios saltados, pelo negro y crespo, barba
entera pero corta, de doce a quince días; lleva dos ponchos tejidos (...). La niña es muy alta, ojos

12
negros y blanca, pelo castaño, delgada de cuerpo, tiene un diente de adelante empezado a picar.
Buenos Aires a 21 de diciembre de 1847”.2

El provisor de la iglesia del Socorro, Miguel García, se dirige a Rosas tratando de que la cosa no
trascendiera los límites del escándalo: “Un suceso tan inesperado como lamentable ha tenido
lugar en estos últimos días. Mientras tanto, el suceso es horrendo y tiene penetrada mi alma al
más acerbo sentimiento. Yo veo en él establecida la ruina y el deshonor, no sólo el que lo ha
cometido sino también de la familia a que la joven pertenece; pero lo más lamentable es la
infamia y vilipendio que trae aparejado para el Estado Eclesiástico. Por el amor que V. E. tiene a la
religión (...) yo le ruego quisiera ocuparse de esta desgraciada ocurrencia, dignándose adoptar
medidas que estime convenientes, para averiguar el paradero de aquellos dos inconsiderados
jóvenes (...) para que su atentado tenga la menor trascendencia por el honor de la Iglesia y de la
clase Sacerdotal”. 3

Pero el tono de su colega Mariano Medrano es bastante más duro y pide un castigo ejemplar:
“Estamos llenos de dolor, y en medio de las angustias en que nos vemos sumergidos, no nos
ocurre otro arbitrio que aquiete algún tanto nuestro corazón, que el de suplicar a V. E. el que se
designe ordenar el Jefe de la Policía despachen requisitorias por toda la ciudad y campaña para
que en cualquier punto donde los encuentren a estos miserables, desgraciados e infelices, sean
aprehendidos y traídos, para que procediendo en justicia, sean reprendidos y dada una
satisfacción al público de tan enorme y escandaloso procedimiento”. 4

Uno de los más enérgicos denunciantes del escándalo provocado por la fuga de los amantes era
alguien que debería haber guardado un prudente silencio. Pero la impunidad a la que estaba
acostumbrado en aquella sociedad de doble moral le daba la tranquilidad necesaria al Deán de la
Catedral y director de la Biblioteca Pública, Felipe Elortondo y Palacios, a pesar de su conocido
concubinato con Anastasia Díaz, su sirvienta, con quien mantuvo una larga relación por casi veinte
años. Luego pasó a los brazos de María Josefa “Pepita” Gómez, a la que llamaban la canonesa, con
quien tuvo una hija. El mismísimo Sarmiento desde su exilio chileno hablaba en una crónica del
cura que iba con “la barragana a la sociedad íntima de Palermo, sirviendo este hecho a mil bromas
cínicas en su tertulia”. 5

Es de destacar la hipocresía de este representante de la Iglesia, que se aferraba a los principios


dogmáticos para condenar en otros lo que él practicaba cotidianamente y se ve que con bastante
dedicación. 6

Mientras todo esto ocurría en Buenos Aires, Camila y Uladislao huían de incógnito. Su objetivo era
llegar a Río de Janeiro, pero la plata no les alcanzó y debieron parar en Goya, en la provincia de
Corrientes. Él se hacía llamar Máximo Brandier y ella, Valentina Desan y decían venir de Salta,
donde se dedicaban al comercio. Fundaron la primera escuela de Goya en su propia casa y daban
cariño, cobijo y todo lo que sabían a las decenas de gurises de la zona. Tanta era la demanda que
debieron mudarse dos veces a casas más grandes para albergar a más alumnos. Intentando vivir
con naturalidad su amor, el 16 de junio de 1848 fueron juntos a una fiesta y allí el cura irlandés
Miguel Gannon reconoció a Gutiérrez y lo denunció al juez de Paz. Fueron detenidos y separados.
13
A Camila la mandaron a la casa de la familia Baibiene y pocos días después, por órdenes directas
del gobernador de Corrientes, Benjamín Virasoro, ambos fueron trasladados a la cárcel.

En el interrogatorio se puede percibir la valentía y la claridad de Camila cuando declara: “Que si


este suceso se considera un crimen lo es ella en su mayor grado por haber hecho dobles exigencias
para la fuga pero que ella no lo considera delito por estar su conciencia tranquila”. 7

En un principio se pensó en traerlos a Buenos Aires. Se arregló una celda en el Cabildo para
Uladislao y un lugar en la Casa de Ejercicios Espirituales para Camila, pero Rosas creyó que eso iba
a complicar las cosas y ordenó que los encerraran en celdas separadas en Santos Lugares.

Allí volvieron a ser interrogados y ninguno de los dos mostró el arrepentimiento que necesitaba la
moralina eclesiástica, opositora y gubernamental. Ratificaron su amor en todos los términos
posibles. Gutiérrez pidió por la vida de su compañera embarazada, recordando que no había
ningún elemento ni en el derecho canónico ni en las leyes de las Siete Partidas que condenara a
una mujer en ese estado a la muerte. Cuando supo que no había nada que hacer escribió por
última vez en su vida, a la mujer de su vida: “Camila mía: Acabo de saber que mueres conmigo. Ya
que no hemos podido vivir en la tierra unidos, nos uniremos en el cielo ante Dios. Te perdona y te
abraza tu Gutiérrez”.

Se los condenó a muerte y ejecutó en agosto de 1848. Eso sí, a la muchacha le dieron a beber agua
bendita para “salvar” al inocente que llevaba en sus entrañas.

El caso adquirió proporciones de escándalo en su época, por diversos motivos. Las relaciones entre
Rosas y la Iglesia oscilaban entre acuerdos y disensiones. El Papado, que había desconocido a los
gobiernos revolucionarios, a partir de la década de 1820 había intentado regularizar su vínculo con
las provincias argentinas, tratativas que solían chocar con el reclamo de que se reconociese al
gobierno el patronato que antiguamente ejercía la Corona española. No era un tema menor, ya
que incluía el “cúmplase” para la designación de obispos. En ese contexto, la severidad del castigo
al párroco “tránsfuga” era casi una cuestión de Estado.

A eso se sumó la campaña que, desde Montevideo, lanzaron los expatriados antirrosistas. En el
periódico El Comercio del Plata, Valentín Alsina inició una serie de ataques que presentaban el
caso como una muestra del grado de “corrupción” que reinaba en Buenos Aires. Pronto, desde
Chile, se sumó Sarmiento, quien en El Mercurio se desgarraba las vestiduras: “Ha llegado a tal
extremo la horrible corrupción de las costumbres bajo la tiranía espantosa del Calígula del Plata,
que los impíos y sacrílegos sacerdotes de Buenos Aires huyen con las niñas de la mejor sociedad,
sin que el infame sátrapa adopte medida alguna contra esas monstruosas inmoralidades”. 8

Y Bartolomé Mitre, entonces en Bolivia, no se quedaba atrás a la hora de echar leña al fuego,
inventando que “se sabe que las Cancillerías extranjeras han pedido al criminal gobierno que
representa a la Confederación Argentina, seguridades para las hijas de súbditos extranjeros que no
tienen ninguna para su virtud”. 9

14
Mientras tanto la pobre Camila recurría a su amiga Manuelita quien le contestaba de esta manera
el 9 de agosto de 1848: “Señorita Doña Camila O’Gorman. Querida Camila: Lorenzo Torrecillas os
impondrá fielmente de cuanto en vuestro favor he suplicado a mi Sr. padre Dn. Juan M. de Rosas.
Camila: Lacerada por la doliente situación que me hacéis saber os pido tengáis entereza suficiente
para poder salvar la distancia que aún os resta a fin de que yo a mi lado pueda con mis esfuerzos
daros la última esperanza. Y en el ínterin, recibid uno y mil besos de vuestra afectísima y cariñosa
amiga. Manuela de Rosas y Ezcurra”.10

María Josefa Ezcurra le escribe a su cuñado: “Mi querido hermano Juan Manuel: Esta se dirige a
pedirte el favor de Camila. Esta desgraciada, es cierto, ha cometido un crimen gravísimo contra
Dios y la sociedad. Pero debes recordar que es mujer y ha sido indicado por quien sabe más que
ella el camino del mal. El gran descuido de su familia al permitirle esas relaciones tiene muchísima
parte en lo sucedido; ahora se desentienden de ella. Si quieres que entre recluida en la Santa Casa
de Ejercicios, yo hablaré con doña Rufina Díaz y estoy segura de que se hará cargo de ella y no se
escapará de allí. Con mejores advertencias y ejemplos virtuosos, entrará en sí y enmendará sus
yerros, ya que los ha cometido por causa de quien debía ser un remedio para no hacerlos. Espera
una respuesta en su favor, tu hermana. María Josefa”.11

Pero el propio padre de Camila, Adolfo O’Gorman, reclamaba un castigo ejemplar. Rosas, entre el
pedido de clemencia formulado por su hija y su cuñada y la presión generalizada, le encargó un
dictamen a los juristas Dalmacio Vélez Sarsfield, Lorenzo Torres, Baldomero García y Eduardo
Lahitte. La respuesta de los hombres de leyes, incluido el futuro redactor del Código Civil, fue
condenatoria.

Como suele ocurrir, tras la brutal ejecución, Camila sería incorporada en la lista de las víctimas del
rosismo por los propios hombres que fogonearon el “castigo ejemplar”.

Dice el pionero del revisionismo, Adolfo Saldías: “Esta ejecución bárbara que no se excusa, ni con
los esfuerzos que hicieron los diarios unitarios para provocarla, ni con nada, sublevó contra Rosas
la indignación de sus amigos y parciales, quienes vieron en ella el principio de lo arbitrario atroz en
una época en que los antiguos enemigos estaban tranquilos en sus hogares y en que el país
entraba indudablemente en las vías normales y conducentes a su organización”. 12

Sólo había transcurrido un día del triunfo de Caseros cuando Sarmiento, el mismo que como
acabamos de leer, se horrorizaba cuatro años antes en El Mercurio porque el “infame sátrapa” no
castigaba a Camila y su amante por su “monstruosa inmoralidad”, escribía ahora lo siguiente:
“Algunos amigos fueron a visitar la tumba de Camila y oyeron del cura los detalles tristísimos de
aquella tragedia horrible, del asesinato de esta mujer. El oficial que le hizo fuego se enloqueció y
en la vecindad quedó el terror de un grito agudísimo, dolorido y desgarrador que lanzó al sentirse
atravesado el corazón.13 Habló también del “bárbaro tirano que hizo fusilar a la bella Camila
O’Gorman, de una distinguida familia, estando ella encinta, por el delito de amar a un hombre,
agregando al horrendo crimen la iniquidad, el sacrilegio de ordenar que se bautizara el feto
dándole a beber algunos tragos de agua bendita, antes de sentarla al banquillo (...) ¡Qué horror!
¡Qué iniquidad!”. 14
15
Muchos años después Juan Manuel de Rosas, desde su exilio en Inglaterra en 1871, asumiría su
responsabilidad en el caso: “Ninguna persona me aconsejó la ejecución del cura Gutiérrez y de
Camila O’Gorman; ni persona alguna me habló en su favor. Por el contrario, todas las primeras
personas del clero me hablaron o escribieron sobre ese atrevido crimen y la urgente necesidad de
un ejemplar castigo para prevenir otros escándalos semejantes o parecidos. Yo creía lo mismo. Y
siendo mi responsabilidad, ordené la ejecución”.

Más allá de las miserias y los oportunismos de los unos y los otros, quedarán siempre resonando
las últimas palabras de la valiente y luminosa Camila O’Gorman para los que estén dispuestos a
escucharlas: “Voy a morir, y el amor que me arrastró al suplicio seguirá imperando en la
naturaleza toda. Recordarán mi nombre, mártir o criminal, no bastará mi castigo a contener una
sola palpitación en los corazones que sientan.”

1 Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina, tomo III,Buenos Aires, El Ateneo, 1951.

2 Julio Llanos, Camila O’Gorman, Buenos Aires, Ediciones de la Patria Argentina, 1883, citado por
Adami, Nazareno Miguel, “Poder y sexualidad: el caso de Camila O’Gorman”, en Revista Todo es
Historia Nº 281, págs. 6-31.

3 Adami, op.cit.

4 Ibídem.

5 Mario Tesler, Camila y la Bemberg, Del Socorro a Pilar. Tragedia y ficción cinematográfica,
Buenos Aires, Ediciones de la Biblioteca Nacional, 2010, págs. 20 y 21.

6 Ibídem. Elortondo tuvo hijos con ambas “mancebas”.

7 Enrique Molina, Una sombra donde sueña Camila O’Gorman, Buenos Aires, Seix Barral, 1984.

8 Domingo F. Sarmiento, Política argentina 1841-1851, Ediciones Luz del Día, Buenos Aires, 1949,
tomo IV.

9 Carta de Mitre, del 27 de abril de 1848, citada en Félix Luna (dir.), Camila O’Gorman, Colección
Grandes Protagonistas de la Historia Argentina, Buenos Aires, Planeta, 1999.

10 Eros N. Siri, Rosas y el proceso a Camila O’Gorman, Buenos Aires, Editorial Haftel, 1939.

11 Citado por (Schettini, Adriana, “Camila O’Gorman: la levadura de un amor prohibido”, en


Mujeres argentinas. El lado femenino de nuestra historia, Buenos Aires, Alfaguara, 1998, p. 333-
359

12 Saldías, obra citada.

16
13 Citado por (Adami, Nazareno Miguel, “Poder y sexualidad: el caso de Camila O’Gorman”, en
TeH Nº 281, p. 6-31)

14 En Santiago Calzadilla, Las beldades de mi tiempo, Editorial Estrada, Bs. As., 1944, citado por
(Adami, Nazareno Miguel, “Poder y sexualidad: el caso de Camila O’Gorman”, en TeH Nº 281, p. 6-
31

15 Lucio V. Mansilla, Rozas. Ensayo histórico-psicológico, Anaconda, Buenos Aires, 1933.

16 Información recogida de testigos del fusilamiento, en Julio Llanos, op. cit.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar

17
Camila, una mujer apasionada.
Camila nació en 1828, en San Andrés, en la provincia de Buenos Aires, era una niña perteneciente
a la alta aristocracia. Su padre era Adolfo O'Gorman, un hombre de origen irlandés y francés, muy
recto; y su madre, Joaquina Ximénez Pinto, una porteña que defendía siempre el accionar de sus
hijos. De familia tradicional religiosa, sus cinco hermanos obedecían las reglas de los padres, pero
Camila, siempre las enfrentaba, le decía a su padre lo que pensaba y además se negaba a casarse
con un hombre por imposición. Ella quería encontrar el amor y sentirse orgullosa y feliz de estar a
su lado.

Tocaba el piano y cantaba muy bien, también le gustaba leer y conseguía libros que estaban
prohibidos por el gobierno de Juan Manuel de Rosas.

El vínculo con su abuela paterna era muy fuerte porque tenían un carácter similar, pero al señor
O´Gorman no le gustaba esta relación y quería evitar que se vieran para que no la mal influencie,
ya que esta mujer había sido amante del virrey Liniers.

En una misa de la iglesia Del Socorro a la que siempre asistía Camila, se presentó el nuevo párroco,
Ladislao Gutiérrez, proveniente de Tucumán. Rápidamente conoció a la joven porque Eduardo,
uno de los hermanos de ella, era su compañero en la carrera eclesiástica. Apenas se vieron, se
miraron a los ojos profundamente y ella ya no pudo quitárselo de la cabeza, sentía que había
encontrado lo que tanto deseaba, el amor verdadero, el hombre con el que quería casarse.

A su vez, a Ladislao le pasaba lo mismo. Ambos sentían por primera vez un profundo amor. Pero
sabían que era imposible, que estaba prohibido y trataron de negárselo así mismos hasta que
comenzaron con el romance, ocultándolo ante los demás.

Después de largas y profundas charlas en base a sus sentimientos, reconocieron que no era un
crimen amarse y optaron por salir adelante con la relación. Ladislao meditó mucho sobre su
trabajo, dejó los hábitos para huir con Camila y poder estar juntos. Así fue que dejaron Buenos
Aires, en diciembre de 1847, consiguieron cambiarse la identidad, y llegar a Corrientes. Con los
nombres de Máximo Brandier y Valentina Desan, iniciaron una nueva vida, la que tanto querían.
Formaron una escuela en Goya, donde dejaban a diario sus enseñanzas y su amor a todos los niños
del pueblo. Por eso fueron muy queridos durante la estadía en el lugar.

Por su parte, el padre de Camila se sintió tan defraudado que le comentó lo sucedido al
gobernador Rosas porque decía que su hija no tenía perdón. La situación era dramática, nunca una
mujer había cometido este tipo de accionar, y para que no sea visto como ejemplo a seguir las
represalias debían ser extremas.

18
No sólo los políticos, sino también quienes pertenecían a los más altos cargos eclesiásticos,
iniciaron la búsqueda como algo personal, sentían que la pareja había pasado por encima de sus
mandatos. Hasta lo consideraban algo sacrílego y eso, en esa época se pagaba con la muerte.

La búsqueda de la pareja fue intermitente, los afiches con sus rostros recorrían todo el país. El
principio del fin llegó cuando un sacerdote reconoció a Gutiérrez en una fiesta en Goya, y si bien
Ladislao quiso hacerse el desentendido, ya era tarde. Al día siguiente él y Camila fueron arrestados
y trasladados a la prisión de Santos Lugares, la más temible de todas. Quedaron a la esperanza de
un juicio porque sabían que les esperaba una dura condena.

Camila, como era amiga de Manuela, la hija de Rosas, le escribió una carta pidiéndole que
interviniera con su padre, pero éste no quería dar el brazo a torcer y no escuchaba los pedidos de
su amada hija. Su objetivo era terminar de inmediato con la vida de ambos reos que por su culpa
su gobierno estaba siendo mal visto por la prensa de otros países.

Con su declaración, Camila dijo que no habían cometido un acto desacatado, si no que fue todo
producto del amor y que no estaba arrepentida de lo que hicieron. Al déspota del gobernador eso
le provocó más ira y terminó de tomar la decisión de asesinarlos.

Un médico asistió a Camila un día porque se sentía muy mal y después de analizarla descubrió su
embarazo. A pesar de la situación que estaba viviendo, se sintió feliz por esperar un hijo del
hombre que amaba. Además de eso, la ley prohibía asesinar a una mujer estando embarazada y
ella pensó entonces que iba a salvarse, pero Rosas no cambió de parecer. Camila imploraba piedad
por la vida que tenía dentro suyo, porque no podían impedir que siguiera su curso lo que Dios
puso en el camino.

Cuando Ladislao se enteró que ella moriría junto a él, pidió escribirle una carta en donde le puso
que si no los habían dejado estar unidos y ser felices en la tierra, en el cielo lo iban a poder hacer.

La hora de la tragedia llegó, retiraron a ambos de sus celdas, los vendaron y los sentaron en una
silla que sería cargada por varios hombres. La música acompañaba el momento para darle más
dramatismo a este hecho aberrante.

Estaban uno al lado del otro, por suerte pudieron decirse sus últimas palabras de amor y de
aliento hasta que sonaron los disparos que fueron directo al cuerpo de Gutiérrez y luego al de
Camila. Irónicamente, ambos cuerpos fueron puestos juntos en un mismo cajón, así perduró su
unión eterna.

El poder político y eclesiástico ganó la batalla, nadie quería que el amor de Camila y Ladislao
siguiera adelante, era considerado un crimen y como tal debía ser juzgado. Eso fue un motivo para
fusilar a dos personas que se amaban y que lucharon para poder vivir felices su amor, enfrentando
las barbaries de la época. Y así fue que Camila se convirtió en la primera mujer condenada a pena
de muerte.

19
Fusilamiento de Camila O’Gorman(1828-1848)

En diciembre de 1847 trasciende en Buenos Aires la fuga de la señorita Camila O’Gorman con el
sacerdote Ladislao Gutiérrez. Era Camila una bella joven de 19 años, criada en los rígidos
principios de la educación española, que dominaban en el hogar honorable y respetado de sus
padres. Artista y soñadora; dada a lecturas de esas que estimulan la ilusión hasta el devaneo, pero
que no instruyen la razón y el sentimiento para la lucha por la vida; y librada a los impulsos de
cierta independencia enérgica y desdeñosa, había llegado a creer que era demasiado estrecho el
límite fijado a las jóvenes de su época, y no menos ridículos los escrúpulos de la costumbre y las
imposiciones de la moda. Continuamente se le veía dirigirse sola desde su casa recorrer las
librerías e Ibarra, de la Merced, o de la Independencia, en busca de libros que devoraba con ansia
de sensaciones; a visitar a sus amigas sobre quienes primaba por la elegancia con que se ataviaba
con arreglo a su gusto especial; al almacén de Amelong (luego Cornú) o al de Guion, en busca de
las últimas partituras o “scherzos” que cantaba al piano con voz impregnada de sentimentalismo,
como si llamase con estas armonías a las armonías que vibraban gratísimas en el fondo de su alma
enamorada. Sola también, y muy a menudo, se dirigía a la iglesia del Socorro, y se la veía
arreglando altares y tomando la iniciativa en las festividades religiosas, acompañada del cura
Gutiérrez.

Ladislao Gutiérrez era un joven de Tucumán, que vino a la capital recomendado al general Rosas y
al canónigo Palacio. Este último lo tomó bajo su protección, lo indujo a que abrazase la carrera
eclesiástica. Y cuando se hubo ordenado sacerdote y vacó el curato del Socorro, el obispo
Medrano le confirió este beneficio. Pero Gutiérrez sintió a poco que ni su espíritu ni sus
inclinaciones se avenían con el sacerdocio. En su pecho ardían las pasiones en un fuego semejante
al que levantan las tierras volcánicas de su país; y en su palidez aflictiva, y en las miradas
melancólicas y contemplativas de sus brillantes ojos negros, se reflejaba algo como la aspiración
suprema de un bien cuya posesión se persigue día por día, la grata visión del porvenir, algo como
esas llamaradas de la lucha enérgica del alma con el alma que acusaban a Bruto ante la mirada de
águila de César. Camila O’Gorman había inspirado un violento amor al sacerdote; y él, hombre
ante todo, acarició esta pasión con todo el entusiasmo de su alma virgen.

Cuando Camila no estaba en la iglesia era porque Gutiérrez estaba en casa de Camila; sin que ni
esto, ni sus excursiones a caballo por los alrededores de la ciudad, ni la intimidad con que se
trataban, ni los obsequios que le hacía el sacerdote, indujese a los que presenciaban tales
relaciones a formular una acusación contra la joven, escudada todavía por la honorabilidad y
virtudes de su casa y su familia. Un día de diciembre de 1847 Camila le balbuceó a su amante que
se sentía madre. Y a impulsos de la fruición tiernísima que a ambos les inspiró el vínculo que los
ligaba ya en la tierra, resolvieron atolondradamente irse de Buenos Aires, lejos de la familia, de los
amigos y de todos. Sabían que la sociedad los condenaría y que su felicidad, como los juicios de

20
Dios, no podía tener testigos. El 12 de diciembre Camila abandonó su casa, Gutiérrez su curato, y
desafiando el escándalo, sin protección y sin recursos, sin saber propiamente adónde iban, se
dirigieron hacia el lado de Luján llegando a Santa Fe. De aquí pasaron al Paraná donde obtuvieron
pasaporte bajo los nombres de Máximo Blandier, comerciante y natural de Jujuy, y Valentina San,
esposa del primero; y de Entre Ríos siguieron a Corrientes, estableciendo en el pueblo de Goya
una escuela para ambos sexos. Allí vivían felices ganando su pan diario.

Todo Buenos Aires se apercibió del escándalo. Algunos miraron ese hecho a través de los vagos
perfiles de un romance, cuyos primeros ecos no les fue difícil recordar con la indulgencia que
inspira a las almas generosas el sacrificio de un amor consagrado por el soplo que unió dos almas
en un momento que fue un mundo. Muchos derramaron la hiel sobre el escándalo, llamando en
su ayuda las pasiones innobles, como para crearse títulos a la consideración que quizá no
merecían. No pocos explotaron el escándalo para desahogar sus rencores partidistas contra el
gobierno, y fueron los que más partido sacaron, que consiguieron al fin lo que diabólicamente
pretendían.

Rosas no tuvo conocimiento de la fuga de Gutiérrez y de Camila sino varios días después que ella
se verificó. La familia de la joven y el Clero, que la supieron al punto, la ocultaron con fundados
motivos respectivamente. La familia, por razones de honor y con la esperanza de encontrar a la
joven y de hacerla volver sobre sus pasos. Y el Clero porque esperaba igualmente con el regreso
del prófugo, cuya huella hizo seguir, poder velar la verdad y atribuir su ausencia a cualquier causa
que acallase el escándalo. Es que, aun prescindiendo de la tirantez de sus relaciones con el poder
civil, el Clero temía que este escándalo recayese ruidosamente contra él mismo… El hecho de
Gutiérrez era un más allá del camino trazado por los más encumbrados; y, probablemente, el
pueblo, el gobierno, la sociedad toda, creerían que era necesario oponerle un dique que quizá
envolviese a muchos otros… El presbítero Manuel Velarde, teniente cura del Socorro que fue,
entre otros, en busca de Gutiérrez, regresó sin saber nada de éste. (1) El obispo, el provisor, el
canónigo Palacio agitaron sus pesquisas sin resultado; y fue recién ante la inminencia de un peligro
que les alcanzaba, cuando se apresuraron a poner ese hecho en conocimiento del gobernador.

El obispo manifestó en su nota que tal hecho “constituía un procedimiento enorme y


escandaloso… contra el que fulminaban las penas más severas la moral divina y las leyes
humanas”. El provisor participaba al gobernador el “suceso horrendo” pronunciándose en sentido
análogo al del obispo. El canónigo Palacio, en una larga y detallada carta que le dirigió a Rosas
sobre el particular, le dice: “Pensé que la denuncia correspondía al teniente cura de su parroquia.
Por otra parte, “el tamaño del atentado”, y el interés que mostraba la familia en disimularlo, me
pusieron en un conflicto que sin duda no me dejaba expedito para acertar con lo que mejor
convenía”. El desgraciado padre de Camila, en la desesperada alternativa de su dolor y de su
honor herido, creyó deber dirigirse también al gobernador clasificando ese hecho de “atroz y
nunca oído en el país”, y pidiendo se hiciera condigna justicia. (2)

21
Los que estuvieron cerca del gobernador deponen que este escándalo lo mortificó visiblemente.
El sabía cómo vivían los personajes del Clero desde la época anterior a su gobierno; pero se
cuidaba de entrometerse a levantar velos que pondrían de manifiesto ante la sociedad una serie
de escándalos. No se conformaba con que le hubieren ocultado estudiadamente la fuga de Camila
y de Gutiérrez los mismos personajes que tan acerbamente clasificaban el hecho diez días después
de producido, cuando los señalados ya como criminales habían tenido tiempo de eludir la acción
de la justicia. Su autoridad, el principio de autoridad cuyo desconocimiento él no concibió jamás,
quedaría burlada, y él vendría a ser el blanco de sus enemigos quienes seguramente tenían aquí
asunto que explotar.

Sin perder los instantes, Rosas puso en movimiento la policía, hizo fijar en los sitios más apartados
carteles con la filiación de los prófugos y envió esta filiación a los gobiernos federales,
encareciéndoles la captura y remisión de Camila y de Gutiérrez. La imprudente confianza de éstos
lo ayudó. Gutiérrez fue reconocido, y en seguida denunciado a las autoridades de Goya donde
permanecía. El gobernador Virasoro se lo comunicó así a Rosas, y le remitió los prófugos a Buenos
Aires en un buque de vela. Rosas, le ordenó al jefe de policía que hiciese asear un calabozo en la
cárcel y lo amueblase para conducir allí oportunamente al cura Gutiérrez; que hiciese arreglar dos
habitaciones en la Casa de Ejercicios para alojar cómodamente a Camila. Al capitán del puerto le
ordenó que prohibiese toda comunicación con el buque que conducía a los prófugos; y que de
acuerdo con aquel funcionario desembarcase a media noche a Camila y a Gutiérrez y los
condujese a los destinos indicados, guardándose entretanto la mayor reserva.

“Convenidos otros arreglos para la instalación de Camila, como ser el de un subsidio para la Casa
de Ejercicios, el modo cómo debía de llevársele la comida -me escribe el señor don Pedro Rivas,
oficial de secretaría de la Policía y quien acompañó a su jefe en todas estas diligencias-, pasó el
jefe de policía llevándome en su compañía a la cárcel del Cabildo y ordenó al alcalde que
inmediatamente hiciera asear el calabozo para recibir un preso que debía ser tratado con la mayor
consideración; advirtiéndole que se mandarían los muebles necesarios, ropa, etc., y que el
alimento le sería llevado diariamente de una fonda. Dos días después el calabozo bien
blanqueado encerraba los pocos muebles y más indispensables que cabían en él. Las dos piezas
cedidas en los Ejercicios estaban también amuebladas, pero éstas con elegancia y hasta con todas
aquellas minuciosidades que la coquetería femenil hace indispensable para el tocador de una
joven educada en buena sociedad. La sirviente estaba allí aguardando las órdenes de su señora.
Este departamento, como el de la cárcel, había sido arreglado por la mueblería del señor Blanco,
situada frente a la iglesia de San Juan”. (3)

Se ve, pues, que lo que se propuso Rosas fue librar al cura Gutiérrez a la justicia ordinaria para que
el fallo de ésta sirviese de lección severa al Clero, y recluir a Camila en la Casa de Ejercicios durante
el tiempo que lo creyeran prudente los padres de esa niña. Pero todo conspiró contra los
desventurados prófugos. La mole de plomo del Dante descendía sobre sus cabezas empujada por
inspiraciones infernales. Los enemigos de Rosas explotaron el escándalo con una crueldad
singular. Desde luego le asignaron proporciones monstruosas, haciendo el proceso con severidad
draconiana y señalando los famosos criminales al fallo de la justicia inexorable. Y al librarlos al

22
oprobio público se fingían indignados de la impunidad que les aguardaba, merced a la corrupción
que fomentaban las autoridades de Buenos Aires; calculando que esto exacerbaría a Rosas y que
lo induciría a dar un desmentido tremendo que les proporcionaría a ellos una oportunidad
brillante para lapidarlo. Tal fue la campaña que abrió la prensa de Montevideo.

“En Palermo –escribía “El Comercio del Plata”- se habla de eso como de cosas divertidas, porque
allí se usa un lenguaje federal libre. Entretanto el ejemplo del párroco produce sus efectos. Ayer
un sobrino de Rosas intentó también robarse otra joven hija de familia, pero se pudo impedir a
tiempo el crimen. Cualquiera de los dos es de la escuela de Palermo. El crimen escandaloso
cometido por el cura Gutiérrez es asunto de todas las conversaciones. La policía de Rosas
aparentaba o hacía realmente grande empeño por descubrir el paradero de aquel malvado o de su
cómplice, más bien de su víctima”. Y ensañándose con Gutiérrez y calumniándole todavía, y
señalando ya la pena que merece, y que las autoridades deben imponerle para no aparecer como
consentidores de criminales famosos, prosigue “El Comercio del Plata”: “El infame raptor había
sido colocado de cura por el canónigo Palacio. La familia a quien aquel criminal ha hundido en la
deshonra pertenece a la parroquia confiada a tan indigno párroco. La joven que se dejó seducir
por el infame manifestaba el deseo de tomar el hábito de monja: después de cantar en la iglesia
desapareció con el raptor, quien completó su villanía, según se nos asegura, robándose alhajas del
templo. ¿Hay en la tierra castigo bastante severo para el hombre que así procede con una mujer
cuyo deshonor no puede reparar casándose con ella? (4)

Esta propaganda inaudita produjo los efectos deseados. Rosas, sin reflexionar que descendía al
bajo fondo a que pretendían llevarlo las declamaciones convencionales de sus enemigos, se
decidió a imponer el castigo ejemplar que éstos demandaban. Y abocándose al asunto con
febricitante preferencia, lo pasó en consulta a juristas reputados. Estos le presentaron sendos
dictámenes por escrito. Estudiaban la cuestión del punto de vista de los hechos y del carácter de
los acusados ante el derecho criminal, y colacionándolos con las disposiciones de la antigua
legislación desde el Fuero Juzgo hasta las Recopiladas, resumían las que condenaban a los
sacrílegos a la pena ordinaria de muerte.

En estas circunstancias el buque de vela a cuyo bordo venían Camila y Gutiérrez con destino a
Buenos Aires, fue arrojado por un fuerte viento a la costa de San Pedro; y su comandante le
manifestó al jefe de ese punto que le era imposible seguir hasta la Capital, pidiéndole que se
recibiese de los presos. Este jefe que no tenía órdenes superiores al respecto, remitió los presos al
campamento de Santos Lugares y dio cuenta de todo al gobernador de la provincia. Al día
siguiente cundió la noticia en Buenos Aires; y el desdichado padre de Camila se apersonó a Rosas
en solicitud de un pronto y ejemplar castigo. Y con rapidez aterradora Rosas le ordenó al mayor
Antonino Reyes, jefe de Santos Lugares, que los incomunicase, les pusiese una barra de grillos y les
tomase declaración remitiéndosela inmediatamente. En la madrugada siguiente, esto es, el 18 de
agosto, recibió Reyes la orden de Rosas de que hiciese suministrar a los presos los auxilios de la
religión y los hiciese fusilar sin más trámite.

23
El mayor Reyes se quedó absorto. Ni él, ni los funcionarios que recibieron con anterioridad
órdenes que no hacían temer por la vida de los prófugos; ni nadie más que aquellos que
acariciaban los medios conducentes a derribar a Rosas, podían imaginarse que el gobernador,
erigiéndose en pontífice y en censor de las costumbres, como los Césares romanos, decretaría esa
muerte, así, como tocado por el vértigo, y cuando la situación política se normalizaba al favor de
una prosperidad visible y de una administración templada que aceptaban los mismos que hasta
poco antes la combatieron.

Camila estaba enferma y transfigurada. Las huellas del sufrimiento y de la miseria velaban su
fisonomía como palmas fúnebres de la corona de su martirio. No se demostraba abatida, que el
orgullo de los corazones fuertes galvanizaba su fibra en los momentos supremos de su vergüenza y
de su ruina. La sociedad y el mundo la condenaban; pero ella, con la abnegación de quien da la
sangre y la vida en sacrificio, se había creado el mundo de cuya luz y de cuyo aire vivía. Era
Gutiérrez. Su primera palabra fue preguntarle a Reyes qué suerte correría Gutiérrez. Reyes le
había dispensado todas las consideraciones posibles en su posición; y no se atrevió a decirle la
verdad terrible que lo abrumaba. Esperaba una contraorden de Rosas. En la misma mañana del
18 de agosto despachó un chasque con una carta para la señorita Manuela de Rosas, en la que le
avisaba lo que ocurría pidiéndole que intercediera por Camila; y con un oficio en que le
comunicaba a Rosas que la reo estaba encinta. El oficial de servicio en Palermo don Eladio
Saavedra, entregó carta y oficio a Rosas, quien los devolvió a Reyes con una carpeta en la que le
apercibía fuertemente por haber demorado en dar cumplimiento a las órdenes del gobernador de
la Provincia.

Recién entonces Antonino Reyes encomendó al mayor Torcida el deber de comunicarles estas
órdenes a los presos y de presentarles los sacerdotes para que los auxiliasen, y encargó al mayor
Rubio de la ejecución, retirándose él a su alojamiento abrumado por la tragedia que se iba a
representar allí. El sacerdote que confesó a Camila le realizó el “bautismo por boca” “por las
dudas si había preñez”, de acuerdo a los documentos de la época (5). Antes de marchar al
patíbulo, Gutiérrez llamó a Reyes y con amoroso anhelo que traicionaba su serenidad de hombre
le preguntó si Camila iba a ser fusilada también; y cuando supo la verdad escribió en una trilla de
papel que le entregó a Reyes: “Camila: mueres conmigo: ya que no hemos podido vivir juntos en la
tierra, nos uniremos ante Dios. Te abraza – tu Gutiérrez”.

Este fue el último canto del poema, el último beso. Un instante después Camila y Gutiérrez son
respectivamente conducidos en una silla y por cuatro hombres al lugar de la ejecución. La venda
sobre los ojos que no verán más la luz. El frío de la muerte que azota implacable entre redobles de
tambor. El cuadro de acero que estrecha el espacio y ahoga las palpitaciones del corazón
jadeante. Los tiradores avanzan cuatro pasos que repercuten en las entrañas. Ya no es la vida lo
que alienta: es el espíritu del creyente que llama al espíritu de Dios. Pero se siente la vida en el
ruido seco de las armas que se bajan. Son los ecos del movimiento, que preludian como en un
infierno el movimiento de la descomposición de la carne; de la carne, en cuyas fibras íntimas
Camila siente los últimos estremecimientos del inocente fruto de su amor… Se ve, sí, se ve como
en el paroxismo horroroso de un sueño, la señal del oficial… Y el último tiro agosta el germen de la

24
vida que palpitaba un segundo todavía. Y al despejarse la nube de ocho fogonazos, los soldados
contemplan mustios dos pechos destrozados entre sangre humeante, monstruosa sanción de la
justicia bárbara de los hombres…

“Treinta y siete años después –dice Adolfo Saldías- visitaba yo con el mismo mayor don Antonino
Reyes el antiguo campamento y cárcel de Santos Lugares. La casa estaba abandonada y en ruinas.
Doblando a la izquierda de un gran patio cubierto de malezas y allá en el fondo nos detuvimos.
“Este fue el calabozo que ocupó Camila; el mejor que pude darle”, me dijo Reyes
melancólicamente. Miré adentro. Era una celda pequeña, pero adonde penetraba un rayo de sol
y de donde se veía el cielo. El techo amenazaba derrumbe. El suelo cubierto de hierbas. Creí
distinguir alguna inscripción en el muro ennegrecido. Me aproximé más y vi claramente: 18, y más
abajo: Pob… Esta cifra y estas letras, trazadas por la mano de Camila, expresaban sin duda una
fecha querida para ella y un recuerdo de su dolor que con esa fecha se vinculaba. Siguiendo a lo
largo de los calabozos llegamos al patio interior que mira al N. E., y el antiguo jefe de Santos
Lugares me indicó el extremo de enfrente diciéndome: Allí fue fusilada Camila”.

Esta ejecución bárbara que no se excusa ni con los esfuerzos que hicieron los diaristas unitarios
para provocarla, ni con nada, sublevó contra Rosas la indignación de sus mismos amigos y
parciales, quienes vieron en ella el principio de lo arbitrario atroz, en una época en que los
antiguos enemigos estaban tranquilos en sus hogares, y en que el país estaba indudablemente en
las vías normales y conducentes a su organización. Esta circunstancia, digna de notarse, fue lo que
anunció a los que sabían ver más lejos, que el poder de Rosas se minaba lentamente y que su
gobierno tocaba a su término. Por el contrario Rosas (y esto muestra que este hombre singular
había llegado a connaturalizarse con la omnipotencia del mando precisamente cuando
degeneraba intelectualmente bajo el peso de veinte años de labor inmensa, ruda y continua),
estaba realmente convencido de la bondad de su proceder, y de que esa ejecución era un justo
desagravio a la moral y a la vindicta pública ultrajadas, y un correctivo necesario para prevenir la
repetición de actos que herían profundamente los principios vitales de la sociedad. Así lo dijo a
varias personas, así lo repetía “La Gaceta Mercantil”, contestando a “El Comercio del Plata”, el cual
fustigaba hipócritamente a Rosas por el hecho que había provocado. (6)

Y tan arraigada fue y se conservó en él esta creencia, que veintidós años después le respondía
desde Southampton a un amigo de Buenos Aires que le pedía datos sobre el particular. “Ninguna
persona me aconsejó la ejecución del cura Gutiérrez y Camila O’Gorman, ni persona alguna me
habló ni escribió en su favor. Por el contrario todas las personas primeras del Clero me hablaron o
escribieron sobre este atrevido crimen y la urgente necesidad de un ejemplar castigo, para
prevenir otros escándalos semejantes o parecidos. Yo creí lo mismo. Y siendo mía la
responsabilidad, ordené la ejecución. Durante presidí el gobierno de Buenos Aires, encargado de
las relaciones exteriores de la Confederación Argentina, con la suma del poder por la ley, goberné
según mi conciencia. Soy, pues, el único responsable de todos mis actos; de los hechos buenos
como de los malos; de mis errores y de mis aciertos”. (7)

25
Con fecha anterior dirigió una carta sobre el mismo asunto, en la que hacía declaraciones más
explícitas a favor de personas acusadas. La prensa de Buenos Aires se enconó contra el doctor
Vélez Sarsfield, quizá porque este reputado estadista no se mostró dócil a las exigencias de las
facciones; y lo acusó de haber servido a Rosas y de haberle aconsejado el fusilamiento de Camila y
de Gutiérrez. Mucho fastidió al doctor la inoportunidad de un cargo hecho propiamente sin
conciencia; y más debió fastidiarlo la circunstancia de que él no podía levantarlo. Una dama de su
relación y de la relación de Rosas, la señora Josefa Gómez, le escribió a este último invocando su
antigua amistad a favor del doctor Vélez, maltratado por hechos que derivaban del gobierno que
Rosas presidió, y encareciéndole que levantase con su declaración, que se haría pública, los cargos
que le hacían al amigo común. Rosas asintió al pedido declarando bajo su firma que, “no es cierto
que el doctor Dalmacio Vélez Sarsfield, ni ninguna otra persona, le aconsejaron la ejecución de
Camila O’Gorman ni del cura Gutiérrez”. Hizo más: encontró una fórmula para atenuar o
desvanecer la acusación o mote de “servidor de Rosas” con que denigraban al doctor Vélez,
declarando enseguida que: “El señor doctor Vélez fue siempre firme a toda prueba en sus vistas y
principios unitarios, según era bien sabido y conocido, como también su ilustrado saber, práctica y
estudio, en los altos negocios el Estado”. (8)

Referencias

(1) Carta del canónigo Palacio al general Rosas sobre este asunto (Manuscrito en el archivo de
Adolfo Saldías).

(2) Nota del obispo y del provisor de 21 y de 24 de diciembre. (Véase La Gaceta Mercantil del 9 de
noviembre de 1848).

(3)El señor Rivas, autor de las “Efemérides Argentinas”, tenía entonces a su cargo la mesa del
despacho de los asuntos del gobernador, ministros, jueces de 1ª instancia con la policía.

(4) Véase El Comercio del Plata del 3, 5 y 7 de enero de 1848.

(5) No parece absolutamente cierto el embarazo, según Manuel Gálvez (Vida de Don Juan Manuel
de Rosas, Ed. Tor, página 426, Buenos Aires (1949).

(6) Véase La Gaceta Mercantil del 9 de noviembre de 1848.

(7) Copia testimoniada por el señor Máximo Terrero y en el archivo de Adolfo Saldías.

(8) Borrador original de Rosas en el Archivo de Adolfo Saldías.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Portal www.revisionistas.com.ar

Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina – Ed. El Ateneo, Buenos Aires (1951)

26

Vous aimerez peut-être aussi