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Se partía de la hipótesis militar de una “guerra sucia”, en la que se enfrentaron dos demonios: uno
constituido por los militantes políticos armados o “subversivos” y otro, por los militares que tuvieron
errores y excesos en su misión de aniquilar la subversión.
LA CONADEP Y EL NUNCA MÁS
Las organizaciones de derechos humanos,
que estaban recopilando los casos de las
violaciones a los derechos, y elaborando los
listado de represores y centros clandestinos
de detención, querían formar una comisión
bicameral en el Congreso, con el objetivo de
que esta comisión de diputados y senadores
fuera la encargada de investigar los crímenes
de la dictadura. Consideraban que una
Comisión Investigadora Parlamentaria era
importante porque la justicia militar no les
impondría penas jurídicas.
Alfonsín, propuso una comisión de “notables”, que se llamaría
Conadep, Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, e invitó para formarla al Premio
Nobel de la Paz, Pérez Esquivel, a autoridades del CELS (Emilio Mignone y Augusto
Conte). Pérez Esquivel, Mignone y Conte rechazaron integrar la comisión porque no aceptaron
la intervención de la Justicia militar en el juzgamiento de las Juntas. Por esta razón
fue propuesto Ernesto Sábato, que aceptó, al igual que el asesor presidencial y filósofo Eduardo
Rabossi, los integrantes de la APDH Gregorio Klimovsky (matemático), Marshall
Meyer (rabino), Carlos Gattinoni (obispo metodista) y monseñor De Nevares (obispo católico);
Ricardo Colombres (jurista); Hilario Fernández Long (ex rector de la UBA); Magdalena
Ruiz Guiñazú (periodista) y René Favaloro (cardiocirujano). Se afirmó que participarían
legisladores de ambas cámaras, pero sólo tres diputados radicales aceptaron integrarse
a la Conadep, porque tanto los organismos como el peronismo y la centroizquierda sostenían
que debía conformarse la comisión bicameral, que tendría atributos coercitivos y
condenaría políticamente al terrorismo de Estado.
La Conadep tuvo que preparar un informe en seis meses, con las denuncias que ya
habían recolectado distintos organismos nacionales y extranjeros, más las nuevas que
recogió esta comisión. Debieron ordenar las listas, ya que en algunos casos las denuncias
se hicieron por el segundo nombre, o por apellido de casada, o con algún error de tipeo, y se
debía evitar la duplicación de la información. Se tomaron en cuenta los datos personales,
no los de pertenencia política o los posibles intereses de los secuestradores. Las denuncias
desgarraban emocionalmente a los administrativos de la Conadep que debían receptarlas
e incluso a los psicólogos que debían ayudar a contener a quienes recibían las denuncias.
La mayoría de ellas eran de familiares que narraban el momento del secuestro. También
recibieron unas 3.000 fotografías de los desaparecidos. Para recabar información del interior,
se abrieron sucursales de la Conadep y se viajó hacia las capitales provinciales y otras
ciudades, donde se recibieron muchas denuncias hechas por primera vez. Con respecto a
los ex detenidos desaparecidos, antes de la Conadep sólo unos 70 se habían animado a dar
su testimonio; luego, este organismo reunió unas 1.500 denuncias.