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Ética B.
Así detallamos la estructura en la que está inmerso el ser humano como productor de ética,
esto porque la manifestación de la voluntad pese a ser unilateral, trae consecuencias
recibidas por el medio que involucra al emisor, entonces, entendemos que el actuar
unilateral no puede concebirse sin las consecuencias y por ende, en un requisito impositivo
para quien vaya a realizar una acción, puesto que debe involucrar en su obrar al otro, su
capacidad de disposición se ve coartada.
Entendemos claramente que el ser humano se constituye de forma social, la costumbre así
lo ha marcado y casi todos nuestros comportamientos y pensamientos se resumen en
construcciones sociales, no está mal asumir esta realidad, sin embargo, podemos ver que no
necesariamente debe ser así -al menos no en una medida tan grande-, puesto que aunque no
podemos escapar de lo establecido como el obtener desde muy pequeños un filtro social,
como lo es nuestros padres y familia, pues son la primera instancia en la que vamos a
aprender.
Nietzsche, (Más allá del bien y del mal) menciona dos épocas, una es la prehistoria, en ésta
época el valor y el contravalor de un acto provenían de sus consecuencias, no se tenía en
cuenta el acto u origen, lo que hacía que se juzgue un acto como bueno o malo era la fuerza
retroactiva del éxito o del fracaso, este periodo se denomina premoral. Por otro lado, está la
partición, y viene la época moral, donde no se tiene en cuenta la consecuencia, sino su
proveniencia, que después pasó a tomarse como la intención de hacer algo para tener un
resultado, por ende, cualquier acto calificado como <malo> aunque tuviese consecuencias
benevolentes, tendría ya un carácter moral otorgado (Nietzsche, apartado 32).
Debemos entonces atender las grandes exigencias sociales correspondientes a la moral, para
muchos es más grande el rechazo social que la pena legislativa, dado el gran refuerzo que
ha tenido la iglesia a través del tiempo, Mardones dice que “la institución es así el
mediador de los encuentros interpersonales; el campo donde se juega el despliegue de las
libertades” (p.9), y hasta ahora, la institución más grande se desempeña en el corazón
conquistado de la gran mayoría, el esbozo de un creador, una religión y sus fieles allegados
a la misma búsqueda de identidad, es en esta institución donde lo establecido socialmente,
nace y sufre un gran refuerzo, puesto que la herramienta más usada por muchas
instituciones es el miedo, el sofisma de las religiones está en el infierno, así que los fieles y
los creyentes que no frecuentan las iglesias, creen seriamente en que si no cumplen los
estamentos eclesiásticos, siendo escrito o no, van a sufrir una gran tragedia eterna.
Es así como nuestra libertad se ve restringida ante un gran sistema de poder eclesiástico que
controla nuestros actos a aquellos que únicamente califican como buenos, incluso, como
aceptables para una sociedad moral basada en las enseñanzas de una cultura que no
corresponde a la nuestra, sin embargo, el constructo social nos ha marcado tanto y de tal
manera, que el ser humano necesita de ello, es un alimento de cada día, pasamos cada día
mirando a los demás y observando su que hacer para criticarlo en lugar de hacer algo
grande con nuestras vidas, pero, si alguno es consciente de que el sistema necesita más para
funcionar y mantener el equilibrio, no encuentra fin en su bienaventuranza y el miedo
también le impulsa a no sentirse lo suficientemente bueno, si hago algo malo, debo
arrepentirme, si hago algo bueno, debo hacer más. (Mardones, p.5)
La doctrina moralista califica el actuar individual de una forma muy egocéntrica, los
antimoralistas pueden simplemente calificar su moción como un esquema del miedo que se
refuerza en la existencia de una deidad y restringe los actos de las personas en torno a la
procedencia del acto, a su “intención”. No nos ubicamos en un plano exactamente ético,
donde debemos cuidar que nuestros actos realmente repercutan en los demás, sino en un
plano moral, donde todos nuestros actos repercuten indiscutidamente en los demás porque
así se ha establecido, aunque realmente no haya ningún tipo de consecuencia. Así, ¿hay
restricción para el actuar individual?, claro que lo hay, pero ¿es válido?, hablemos de nuevo
acerca del ser humano como especie y su instinto primero de supervivencia, ante esto dice
Mardones: “el recurso a presuntas soluciones individuales para problemas sistémicos o
sociales” (p.12), se refiere a la banalidad del actuar individual, algo egocéntrico. Al
quitarnos el vendaje de la moral, entendemos que debemos hacer lo posible por nuestro
medio, pero no morir en medio de ello, cuando hay cura individual, hay que acogerla.