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Social o redes sociales, llevaron la interacción entre los seres humanos al mundo tecnológico
al permitirles participar y comunicarse en diferentes formatos y contextos. Esto ha
desencadenado nuevos fenómenos sociales como la “viralización” de los acontecimientos,
la información instantánea y el rompimiento de reglas y fronteras. Las redes sociales,
aprovechadas de forma estratégica y creativa permiten a las empresas mejorar el
relacionamiento con sus consumidores y clientes; tener un nuevo canal de comercialización
de sus productos y servicios, y se convierte en una nueva vitrina para construir su imagen y
reputación.
Pero, ¿y si ahora resultara que no somos trabajadores sino empresarios? ¿Qué tal si todos
fuéramos nuestros propios jefes, decidiendo a qué horas trabajamos, dónde y cuándo nos
tomamos vacaciones? ¿No sería esa la manera de tener el mejor de todos los mundos posibles,
es decir, de beneficiarnos como consumidores y, simultáneamente, como empresarios?
Esa es la visión que nos proponen los defensores más entusiastas de las nuevas plataformas
digitales. Es decir, de servicios como Uber, AirBnB, Deliveroo, entre otros. Estas
plataformas permiten utilizar la tecnología de internet para conectar de manera instantánea
la demanda por un servicio con su oferta.
En la práctica, las cosas no son tan sencillas. Primero, las plataformas digitales no son simples
facilitadoras de transacciones. Por lo menos, no siempre. Aunque algunas sí. Por ejemplo,
Blablacar se limita a poner en contacto viajeros ocasionales con gente que va con su propio
vehículo en la misma dirección. Pero muchas otras plataformas juegan un papel determinante
en decidir qué servicio se presta y bajo qué condiciones.
¿Son verdaderamente empresarios estos trabajadores?
Las plataformas digitales han dicho repetidas veces que no, que son contratistas. Es decir,
que la relación entre, por ejemplo, un repartidor y Deliveroo, es la misma que la puede existir
entre la pizzería a la que va dicho repartidor y la litografía que le vende las cajas de cartón
Muchos trabajadores se han unido a estas plataformas con esa misma idea. Les atrae la
posibilidad de trabajar bajo sus propias condiciones. Y, a decir verdad, en muchos casos están
satisfechos con los resultados. Pero esta autonomía individual tiene un costo. Así como se
ganan derechos individuales, se pierden derechos colectivos.
Ese es el problema de estas utopías que tratan a todos como miembros de una misma categoría
universal. Todos somos consumidores, sí. Todos podríamos ser empresarios en una
plataforma digital, sí. Pero algunos ofreceríamos servicios altamente calificados (como
contaduría o diseño de páginas web o traducciones) y por tanto podríamos negociar buenos
términos de salario con nuestros clientes, mientras que otros son mano de obra fácilmente
reemplazable y, por tanto, no pueden como «empresarios» recuperar las garantías que han
perdido como trabajadores.
Como ocurre con todas las nuevas tecnologías, las plataformas digitales vinieron para
quedarse. No hay ninguna duda de que pueden facilitar mucho la vida diaria, reducir costos
de operación e incluso, ofrecer alternativas de movilidad que reduzcan la contaminación en
la medida en que la gente deje de utilizar su vehículo particular.
El modelo contractual de las plataformas digitales pone todo este sistema en cuestión. Si
todos somos empresarios, nadie tiene derechos laborales.
Todas estas y muchas otras ideas se han venido planteando. Pero, por supuesto, no se
implementarán de un momento a otro. El problema es que los tiempos de la política y los de
la tecnología casi nunca coinciden. Un país puede tomarse años o incluso décadas, en
reorganizar su sistema de salud. Sirva como ejemplo los más de cuarenta años que han pasado
desde que en Estados Unidos se propuso por primera vez la cobertura de salud para todos sus
ciudadanos. Aún hoy es el único país industrializado que carece de ella. Sin embargo, la
generación de nuevas plataformas y aplicaciones, no se detiene. La revolución informática
ha ido a un ritmo mucho más rápido que cualquiera de las revoluciones productivas
anteriores. Las dislocaciones sociales que la tecnología puede crear ocurrirán a un ritmo
mucho más rápido que el que nuestros sistemas políticos pueden absorber.
https://nuso.org/articulo/una-app-para-los-derechos-sociales/
http://herramientas.camaramedellin.com.co/Inicio/Buenaspracticasempresariales/Biblioteca
TecnologiaeInnovacion/Nuevasplataformasdigitales.aspx
Autor:
Luis Fernando Medina Sierra