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LA “ESCUELA” MEXICANA DE HISTORIADORES

DEL DERECHO

Jaime del ARENAL FENOCHIO

No cabe duda que el último cuarto del siglo XX significó un periodo muy
rico en frutos para la historia del derecho cultivada en México; aún más,
bien puede afirmarse que en esos años se dio el arranque definitivo de una
disciplina otrora ignorada o menospreciada por juristas e historiadores en
general. Situación que, por demasiado tardía, contrastó con lo alcanzado
décadas atrás en Europa, principalmente en Alemania, Italia y España, y
aun en algunos países de Sudamérica como Argentina y Chile, donde los
estudios histórico-jurídicos ya habían alcanzado un notable desarrollo. Las
razones merecen un análisis detenido que no podremos hacer ahora, pero
baste con saber que a nivel de docencia y de investigación la historia del
derecho brilló por su ausencia durante casi todo el siglo XX dentro de los
planes de estudio de las escuelas y facultades de derecho, así como en la
literatura jurídica publicada en nuestro país. Mucho contribuyó a esto el
peso de un legalismo formalista más comprometido con el éxito forense y
con la comodidad docente que con las dificultades de comprensión del fun-
cionamiento del orden jurídico de una sociedad diferenciada y compleja.
A obras “precursoras” como las de Miguel S. Macedo (1931)1 y de
Toribio Esquivel Obregón (1937-1948),2 prácticamente imposibles de con-
seguir hacia la década de los setenta, más alguna otra muy especializada
como las que publicara don Silvio Zavala,3 o como las que en 1952 diera a

1
Apuntes para la historia del derecho penal mexicano, México, Cultura, 1931; 2a. ed.,
México, Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, 1992.
2
Apuntes para la historia del derecho en México, México, Escuela Libre de Derecho-
Polis, 1937-1948, 4 vols.
3
Entre otras, Las instituciones jurídicas de la conquista de América, Madrid, 1935;
2a. ed., México, Porrúa, 1971; Estudios indianos, México, El Colegio Nacional, 1948, y
La encomienda indiana, México, Porrúa, 1973.

57
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la luz el transterrado español José Miranda (1903-1967) acerca de Las


ideas y las instituciones políticas mexicanas,4 y en 1963 Francisco González
de Cossío acerca de la historia jus puniendi,5 se sumaron antes de aquella
década los estudios de algún superficial conocedor del llamado derecho
prehispánico,6 los trabajos sobre historia constitucional —siempre reduci-
dos a los aspectos formales y pocas veces vinculados al análisis de las
mentalidades o a la historia social—, y alguna otra obra muy poco original
que durante años circuló en forma mimeografiada como fueron los recien-
temente publicados Apuntes de historia del derecho patrio de don Javier
de Cervantes (1897-1963),7 muy difundidos sobre todo en las aulas de la
Escuela Libre de Derecho y del doctorado de la Facultad de Derecho de
la UNAM.
La ausencia de una historiografía jurídica relacionada con las materias e
instituciones del derecho privado,8 acerca de las instituciones del siglo
XIX (excepto el derecho constitucional) y, desde luego, con el derecho del
siglo XX, era prácticamente total. Lo hispánico y lo indiano, así como lo
constitucional, con las limitaciones señaladas, parecían agotar lo escrito
sobre una disciplina en definitiva no cultivada ni por juristas ni menos por
historiadores. La benéfica influencia que en su momento pudieron haber
representado las tres estancias en México de don Rafael Altamira y Crevea
(1866-1951)9 no dio frutos tangibles, con la excepción de la espléndida
obra historiográfica de Zavala. A los pocos libros que de este jurista ali-
cantino se podían conseguir en las librerías mexicanas “de viejo”10 se su-

4
Miranda, José, Las ideas y las instituciones políticas, México, UNAM, 1952; 2a. ed.,
México, UNAM, 1978.
5
Apuntes para la historia del jus puniendi en México, México, s.e., 1963.
6
Mendieta y Núñez, Lucio, El derecho precolonial, México, 1937, 3a. ed., México,
Porrúa, 1976; Carrancá y Trujillo, Raúl, La organización social de los antiguos mexica-
nos, México, Botas, 1966; López Austin, Alfredo, La constitución real de México-
Tenochtitlan, México, UNAM, 1961.
7
Publicados con el pretencioso título de Introducción a la historia del pensamiento
jurídico en México, México, Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, 2002.
8
La excepción durante este largo periodo fue El derecho mercantil en la Nueva Espa-
ña, de Manuel Cervantes, México, s. f.
9
En 1909, 1910 y desde 1944 hasta su muerte ocurrida en la ciudad de México en
1951. Véase Malagón, Javier y Zavala, Silvio, Rafael Altamira y Crevea, el historiador y
el hombre, México, UNAM, 1971, p. 61.
10
Como las Técnicas de la investigación en la historia del derecho indiano, México,
José Porrúa e hijos, 1939 y el Manual de investigación de la historia del derecho indiano,
México, 1948.
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maron los de algún otro autor español como José María Ots Capdequí,
cuyo Estado español en las Indias publicara el Fondo de Cultura Econó-
mica el año de 1941 y su Historia del derecho español en América y del
derecho indiano, que diera a la luz la editorial española Aguilar en 1968.
Pero si el estado de los estudios de historia del derecho mexicano —a
los cuales se referían en mínima parte los mencionados textos— era la-
mentable, el relativo a los aspectos metodológicos y teóricos de la historia
del derecho, así como los centrados en otras geografías, o los escritos desde
perspectivas no formales ni meramente institucionales resultaba dramáti-
co. La historia del pensamiento jurídico, una historia del derecho que com-
prendiera y reconociera la multiplicidad de las fuentes generadores del
mismo, particularmente las doctrinales y la costumbre; los estudios sobre
juristas y sus obras, el tema del ius commune, los problemas de la vincu-
lación de la historia del derecho mexicano con otras historias jurídicas, en
particular europeas, dentro de contextos más amplios que rompieran con ese
pecado original de toda la historiografía mexicana, jurídica o no, que es el
localismo estrecho y miope, simplemente no se habían tratado ni abordado
por historiadores del derecho profesionales que no estaban dispuestos a
abandonar sus lucrativas profesiones de jurista por la tarea académica pro-
fesional. De esta suerte, la historia del derecho se reducía, si no es que a un
nivel meramente docente, a una historia formal de textos legislativos, par-
ticularmente de las instituciones jurídicas españolas, tal y como aparecían
en las Siete Partidas, o indianas conforme a su inclusión en la Recopila-
ción de Leyes de Indias de 1680, o de los textos constitucionales mexica-
nos, según la afortunada compilación de Felipe Tena Ramírez (1905-1994)
publicada por vez primera en 1957. En muy pocos estudios se realizaban
los necesarios vínculos de la historia jurídica con la historia social,11 ni
con lo que hoy se conoce como historia política o como historia cultural: la
historia del derecho era la historia de la antigua legislación.
Por si esto fuera poco, el trabajo historiográfico realizado no mostraba
otra ambición que la de dar a conocer, con noticias en ocasiones muy erudi-
tas, el pasado jurídico de nuestro país sin mayor propósito que el de infor-
mar al jurista o al historiador acerca del marco formal (reglamentario) de
las instituciones jurídicas del pasado, sin preocuparse por su incidencia
en la realidad, ni sobre la probable resistencia a su establecimiento y fun-

11
Salvo en los estudios de derecho “precolonial” mencionados.
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cionamiento llevada a cabo por la sociedad obligada a aceptarlas. Los tra-


bajos sobre fuentes directas que tan bien realizaran Zavala y Miranda, por
desgracia, no eran la regla, y la ausencia de consultas a archivos y a fuentes
bibliográficas originales y poco conocidas se enseñoreaba sobre los abo-
gados que escribían acerca de la historia del derecho. Y es que entonces no
había el interés por la historia del derecho ni por parte de los juristas, de-
masiado ocupados con descifrar la letra de la ley, y sometidos mental y
profesionalmente por una visión del derecho eminentemente legalista,
ni por parte de los historiadores, que inauguraban por entonces los años
dorados de la historiografía mexicana, pero que se encontraban demasiado
ocupados en la historia económica y social bajo la influencia de la Escuela
francesa de los Annales, tan escéptica de la historia jurídica.
Esta visión neutra o, si se quiere, erudita, de la historia del derecho no
planteaba ninguna pregunta ni indicaba ninguna relación con el derecho
del presente. Ni cuestionaba el papel del derecho en la actualidad, ni de-
nunciaba su evidente origen estatal, ni podía ver lo que el ascenso del
positivismo formalista había significado respecto de la esclavitud de los
juristas a la ley. Vaya, ni siquiera aspectos tan evidentes como la injusticia
generalizada provocada con la adopción del modelo codificador francés, o
como la terca vigencia de los usos y costumbres dentro de las comunida-
des indígenas, o la decadencia de una enseñanza del derecho reducida al
aprendizaje de cuerpos legales, extensos o breves, o una literatura jurídica
dominada por una exégesis nada fértil, fueron motivos para una reflexión
que hubiera podido apelar a la historia. El pasado jurídico era una cosa
muerta y no tenía absolutamente mayor significado o “utilidad” que el de
servir para demostrar que el ascenso del Estado y de la ley significaban el
triunfo definitivo del progreso y de la razón. La historia jurídica legitima-
ba y explicaba la supremacía de la ley y el Estado. Y es que con este tipo de
historiografía se pretendió constatar que el progreso jurídico se había he-
cho, precisamente, porque se había podido romper con un pasado jurídico
calificado de primitivo y de injusto, que había que conocer para no repetir
pero, sobre todo, porque legitimaba al nuevo orden jurídico impuesto por
el Estado mexicano desde la independencia. Con escrúpulo positivista, la
historia del derecho no jugó en México ningún papel crítico del derecho
contemporáneo, ni para liberar al jurista, ni menos a los jueces, de la dog-
mática legalista. Tampoco sirvió, como algunos hubieran querido, para
alimentar la renovación de dicha dogmática jurídica, como había ocurrido
en la Alemania de finales del siglo XIX. A lo más, sirvió para canalizar las
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aspiraciones cultas de algunos juristas que con desesperación veían cómo


los abogados mexicanos exhibían y representaban cada vez menos a la
clase ilustrada del país, como antaño lo habían hecho. La pasión del erudi-
to jurista bibliógrafo sustituyó la carencia de historiadores del derecho.
Legalismo, ausencia de crítica, positivismo, indianismo, constituciona-
lismo, formalismo, miopía metodológica, erudición, ausencia de miras y
de rumbo, exagerado interés por lo “patrio”, fueron los rasgos sobresalien-
tes con los que se encontraba la historia del derecho que se enseñaba, es-
cribía y publicaba en México al iniciar la mencionada década. Por fortuna,
las cosas comenzaron a cambiar. Las causas y motivos de dicho cambio ya
han sido expuestas por algunos de los actores principales de dicha trans-
formación, como Beatriz Bernal y Margadant,12 y no conviene repetirlos
en esta ocasión, pero sí precisar y agregar algunas noticias y, sobre todo,
hacer un recuento breve de los resultados obtenidos desde la década men-
cionada hasta estos primeros años del nuevo siglo.
Es verdad que el impulso renovador de la historia del derecho en Méxi-
co provino, primero, de la Facultad de Derecho de la UNAM y, después,
del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la misma universidad, gracias
a la presencia magisterial y directora del doctor Guillermo Floris Margadant
(1924-2002). Su iniciativa fue absolutamente determinante y no puede
desconocerse: él formó a la primera generación de historiadores mexica-
nos del derecho propiamente dicha, sea por la vía del magisterio directo,
sea como director del Seminario de Derecho Romano e Historia del Dere-
cho de la mencionada Facultad, o como promotor de eventos, cursos, se-
minarios y congresos relacionados con esta historia donde por vez primera
esos y otros historiadores pudieron presentar sus primeros avances de in-
vestigación, fruto ya no de la mera lectura de los antiguos cuerpos legisla-
tivos sino de una inteligente y cada vez más segura consulta documental y
de una detenida y fresca lectura de fuentes bibliográficas ignoradas hasta
entonces; sea, en fin, como interesado en reunir una biblioteca especializa-
da en historia jurídica y en editar fuentes, inéditas o de antiquísima publi-
cación, fundamentales para poder adentrarse en el conocimiento de las
instituciones jurídicas del pasado mexicano. En este sentido, la celebra-

12
Bernal, Beatriz, “Historiografía jurídica indiana”, Anuario Mexicano de historia
del derecho, 1989, t. I; Floris, Margadant, Guillermo, “México: 75 años de investigación
histórico-jurídica”, XXV años de evolución jurídica en el mundo, México, UNAM, 1979,
vol. II.
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ción del “IV Congreso del Instituto Internacional de Historia del Derecho
Indiano” celebrado en Morelia en 1975, y de las “Primeras Jornadas de
Historia del Derecho Mexicano”, llevadas a cabo en Toluca hacia 1978,
pueden servir muy bien para simbolizar el arranque de una disciplina prácti-
camente desconocida en México, fuera de las aulas de la Escuela Libre de
Derecho.13 Desde entonces, y bajo la guía de Margadant y la presencia ya
emblemática del doctor Silvio Zavala, la disciplina adquirió carta de natu-
ralización en nuestro país gracias al trabajo pionero y constante de los
miembros de aquella primera generación como José Luis Soberanes, Bea-
triz Bernal, María del Refugio González, José Barragán, Martha Morineau
y Marco Antonio Pérez de los Reyes, a quienes se sumaron Andrés Lira
(discípulo de Margadant), proveniente de El Colegio de México, José de
Jesús Ledesma Uribe, de la Universidad Iberoamericana, y Fernando A.
Vázquez Pando, de la Escuela Libre de Derecho. No se puede dejar de
mencionar a José de Jesús López Monroy, quien desde la soledad del pos-
grado de la Facultad de Derecho de la UNAM mantenía la enseñanza de la
disciplina que en el plan de estudio de la licenciatura únicamente se impar-
tía a nivel de materia optativa. Desde entonces, la celebración de congre-
sos en nuestro país, la asistencia de mexicanos a los celebrados en diversas
ciudades de Sudamérica y de España, la riquísima publicación de fuentes
documentales y bibliográficas con sus respectivos estudios introductorios
y aparatos críticos, fue frecuente y no ha cesado en nuestros días.
A la influencia de Margadant, pero sin el mismo empuje ni con los mis-
mos recursos, hay que agregar otra más, igualmente decisiva: la surgida
dentro de la Escuela Libre de Derecho bajo el liderazgo de Jorge Adame
Goddard y de Francisco de Icaza. Si bien el primero fue alumno del segun-
do, su doble formación como historiador y como jurista, así como su espe-
cialización en derecho romano, le permitieron renovar la disciplina desde
la docencia de la llamada historia general del derecho. En efecto, con for-
mación de abogado egresado de la propia Escuela, y como historiador sur-
gido de las filas de El Colegio de México, donde estudiara bajo la dirección
de Lira, Adame continuó su formación intelectual como romanista en la
Universidad de Navarra bajo la batuta del jurista español, recientemente
fallecido, Álvaro d’Ors (1915-2004) pero sin desvincularse de la historia
jurídica, donde llevaría a cabo la transformación más trascendental que la

13
Véase Bernal, Beatriz, op. cit., nota 12, pp. 38-41.
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misma ha sufrido en el ámbito docente mexicano al adoptar como texto la


Historia del derecho privado de la Edad Moderna del jurista alemán Franz
Wieacker (1908-1994),14 profesor de la Universidad de Friburgo, que abrió
la puerta para la lectura de una vasta lista de autores muy conocidos en
Europa pero que en México muy pocos habían leído o consultado, como
Koschaker, Ganshof, Fasso, Molitor, Galgano, el propio D’Ors, o Manuel
García Pelayo. La lectura de este libro marca, a mi manera de ver, el corte
entre una enseñanza de la historia del derecho erudita y una con sentido
crítico. La iniciativa también se llevó a cabo en el ámbito de la Universi-
dad Metropolitana, pero la intolerancia de esta institución no pudo sopor-
tar la enseñanza de una asignatura liberadora del jurista. Por su parte, De
Icaza, notario y profesor de historia del derecho patrio, y discípulo de don
Javier de Cervantes, ha sido un excelente formador de maestros y un des-
cubridor de vocaciones de juristas-historiadores surgidos en el modesto
ámbito de la Escuela Libre de Derecho: Rafael Diego-Fernández, José
Manuel Villalpando César, Juan Pablo Salazar Andreu, y el que suscribe.
La doble influencia surgida en las aulas de esta institución se ha mante-
nido y continuado en las personas de los llorados Martín Díaz y Julio
Montejano, y de Sergio Vela, Juan Pablo Pampillo, ninguno por desgracia
historiador del derecho profesional, y yo, aunque Adame ya no imparta
cursos en sus aulas. Es pertinente precisar que desde un principio estas
influencias no han corrido en el mismo sentido: mientras que la de Adame
ha sido francamente innovadora y sugerente y ha permitido el conocimien-
to de tantos buenos autores y de temas ni siquiera sospechados con ante-
rioridad, la de Francisco de Icaza se ha mantenido dentro de perspectivas
más tradicionales (como en su sobresaliente interés por la historia del de-
recho indiano), vinculadas a la vieja escuela española de historiadores del
derecho, como Galo Sánchez, Salvador Minguijón y, principalmente, Al-
fonso García Gallo (1910-1992), aunque dirigida siempre a un
ennoblecimiento de las tareas del historiador del derecho, y sensible a la
adopción de nuevos autores como Francisco Tomás y Valiente (1933-1996)
y otros importantes historiadores sudamericanos.
A la lectura de nuevos autores, a la relación directa con historiadores
del derecho de otros países, y a la celebración de congresos que facilitan
esta íntima relación, los años setenta añaden el hecho novedoso de los

14
Madrid, Aguilar, 1957.
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viajes de estudios de posgrado realizados en el extranjero, particularmente


dentro de universidades europeas: Soberanes parte a Sevilla y estudia bajo
la dirección de Antonio Muro Orejón; Barragán con Ots Capdequí en Va-
lencia; Beatriz Bernal y Ma. del Refugio González con García Gallo, en
Madrid; Ledesma en Roma; y Lira, ya con la influencia de Miranda y Zavala,
se traslada a Nueva York.
Este hecho se acentúa en la “segunda generación” de jurihistoriadores:
Diego-Fernández se doctora en Sevilla con Muro Orejón; Salazar Andreu
es discípulo de Ismael Sánchez Bella en Navarra; Manuel González
Oropeza, historiador incansable del constitucionalismo mexicano y egresado
de la Facultad de Derecho de la UNAM, viaja a Estados Unidos, y yo a
Madrid, donde estudié con García Gallo y con el inolvidable, por muchas
razones, Rafael Gibert. No todos, sin embargo, pudieron hacerlo: Pérez de
los Reyes se doctora en México, Jesús Antonio de la Torre, de la Escuela
Libre, se queda en Aguascalientes y Alejandro Mayagoitia, de la Es-
cuela Libre y de la Facultad de Derecho, permanece en México donde, sin
embargo, tiene la oportunidad de conocer al español Mariano Peset.
De la generación siguiente (como la anterior, por desgracia, ya sin re-
presentación femenina) tampoco todos salieron al extranjero: José Enciso,
de Zacatecas, estudia en Alicante; Mario A. Téllez, de la Universidad Au-
tónoma del Estado de México, en Madrid; Salvador Cárdenas y Rigoberto
Ortiz, de la Universidad Panamericana, y José Antonio Caballero, de la
UNAM, lo hacen en Navarra; Óscar Cruz Barney, egresado de la Univer-
sidad Iberoamericana, permanece en México, al igual que Jaime Hernán-
dez, de la Universidad Michoacana y de El Colegio de Michoacán, y Miguel
Ángel Fernández, de la Escuela Libre de Derecho, que cursa el doctorado
en El Colegio de México.
Esta permanencia no significa, por fortuna, ausencia de conocimiento
ni de relaciones. La llegada a México de historiadores del derecho sud-
americanos y europeos como profesores o investigadores invitados no ha
cesado, y de una u otra manera las tres generaciones de historiadores del
derecho mexicanos vivos se han beneficiado del magisterio, de las confe-
rencias, cursos, estancias de investigación y publicaciones de historiado-
res como los chilenos Bernardino Bravo Lira, Alejandro Guzmán, Javier
Barrientos y Antonio Dougnac; los argentinos Víctor Tau, Eduardo Martiré,
Abelardo Levaggi, y José María Mariluz Urquijo, principalmente; los es-
pañoles García Gallo, Ismael Sánchez Bella, Alberto de la Hera, Francisco
Carpintero, Rosa María Martínez de Codes, Ana María Barrero, Tomás y
“ESCUELA” MEXICANA DE HISTORIADORES DEL DERECHO 65

Valiente, Mariano Peset, Carlos Garriga y José Sánchez Arcilla, el alemán


Horst Pietschmann, y la norteamericana Linda Arnold, casi todos agrupa-
dos en torno al Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano
fundado el año de 1966 en Buenos Aires por García Gallo, Ricardo
Zorraquín y Alamiro de Ávila.15 De Italia, en los últimos años ha llegado
la renovadora, crítica y decisiva influencia de Paolo Grossi, quien ha provo-
cado la difusión de autores hasta hace no mucho desconocidos en México:
los españoles Bartolomé Clavero y Carlos Petit, el portugués Antònio
Manuel Hespanha, y los italianos Maurizio Fioravanti, Giovanni Tarello,
y Mario Bretone, estos dos últimos con libros ya publicados en México.16
Los resultados de la presencia de algunos de estos historiadores del dere-
cho extranjero en nuestro país no se han hecho esperar: como fruto de sus
investigaciones han dejado una magnífica obra impresa que hoy sirve de
acicate y modelo a los historiadores mexicanos, baste con mencionar, por
vía de ejemplo, Las reformas borbónicas y el sistema de intendencias en
Nueva España, de Pietschmann,17 Reforma y resistencia de Rafael García
Pérez,18 La cultura jurídica en la Nueva España de Javier Barrientos,19 o
las monografías de los norteamericanos Woodrow Borah, Linda Arnold y
William B. Taylor, dedicadas al Juzgado General de Indios en la Nueva
España, a la Burocracia y burócratas en México durante el periodo 1742-
1835, y a los Ministros de lo sagrado, respectivamente.20
La primera generación de historiadores del derecho profesionales que
dio pie a lo que hoy quizá ya podríamos llamar escuela mexicana de histo-
riadores del derecho21 no ha impedido que la disciplina continué siendo

15
Véase Hera, Alberto de la; Barrero, Ana María y Martínez de Codes, Rosa María,
La historia del derecho indiano. Aportaciones del Instituto Internacional de Historia del
Derecho Indiano a la bibliografía jurídica americanista, Madrid, Universidad Complu-
tense, 1989.
16
Tarello, Cultura jurídica y política del derecho, México, Fondo de Cultura Econó-
mica, 1995; Bretone, Derecho y tiempo en la tradición europea, México, Fondo de Cultu-
ra Económica, 1999.
17
México, Fondo de Cultura Económica, 1996.
18
Manuel de Flon y la intendencia de Puebla, México, Porrúa, 2000.
19
México, UNAM, 1993.
20
México, Fondo de Cultura Económica, 1985; México, Grijalbo, Consejo Nacional
para la Cultura y las Artes, 1991; Zamora, El Colegio de México, Secretaría de Goberna-
ción, El Colegio de Michoacán, 1999.
21
Así lo consideró ya en 1989 Bernal, Beatriz, cuando menos respecto de la historia
del derecho indiano, op. cit., nota 12, p. 45.
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cultivada con óptimos resultados también por juristas sin formación de


historiadores. De aquí la presencia de estudiosos de la talla de Fernando
Vázquez Pando, de Óscar Cruz Barney, y de Francisco de Icaza, cuyos
trabajos de investigación no sólo no acusan esta carencia sino que ocupan
un lugar muy destacado en la historiografía jurídica mexicana de comien-
zos del siglo. Por fortuna, a todos ellos se han unido en los esfuerzos por
develar el pasado jurídico de México historiadores sin formación jurídica
previa, tanto mexicanos como extranjeros: cada vez resulta más frecuente
como los jóvenes historiadores valoran y se ocupan de temas jurídicos del
pasado, lo que los obliga a interesarse por estudiar historia del derecho.
Destacaría, sólo a nivel de ejemplos, los casos de Elisa Speckman, Anto-
nio Padilla, Ana Clara García, Claudia Canales, Isabel Marín, Daniela Ma-
rino y Cristina Sacristán, surgidos de los ambientes de los colegios de
México y de Michoacán, del Instituto Mora, y de la Universidad Michoa-
cana de San Nicolás de Hidalgo. Manuel Ferrer constituye un caso singu-
lar: el de un historiador español aclimatado en México dentro del ambiente
del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM.
Los resultados de este impulso no se han hecho esperar: el interés de las
escuelas y facultades de derecho del país por la historia jurídica ha ido en
aumento y se ha conseguido implantar la materia de historia del derecho
—mexicano o general (a veces denominada “historia del derecho medie-
val y moderno”, como en Italia)— en algunas tan importantes como la
Universidad Iberoamericana, la Universidad Panamericana, o la propia
Facultad de Derecho de la UNAM que ya la incluye como asignatura obli-
gatoria; incluso, el mencionado interés de los historiadores, que cada vez
más se sienten obligados a conocer el funcionamiento del derecho en el
pasado, ha repercutido favorablemente en el establecimiento de cursos de
historia del derecho en las maestrías y doctorados de establecimientos edu-
cativos no dirigidos a la formación de juristas, como ha ocurrido en El
Colegio de Michoacán, El Colegio de México, y en el Instituto José María
Luis Mora. Además, los estudios y estudiosos del pasado jurídico son aho-
ra convocados con mayor profusión por los especialistas en ciencias socia-
les y por los historiadores a sus eventos académicos, lo que ha redundado
en un diálogo muy fecundo y provechoso.
Por todo esto, se ha incrementado la elaboración de manuales de histo-
ria del derecho, y aunque todavía en ellos campea cierto positivismo y no
es posible apreciar en sus páginas los resultados del debate historiográfico
que tan buenos resultados ha tenido en Europa, particularmente en Italia,
“ESCUELA” MEXICANA DE HISTORIADORES DEL DERECHO 67

Alemania y España, ya es posible que el público interesado y los estudian-


tes de derecho e historia encuentren libros dedicados exclusivamente a
esta disciplina: si la Introducción a la historia del derecho mexicano de
Margadant22 inició el camino en 1971, fue seguido por los de María del
Refugio González,23 Soberanes24 y de la Torre,25 para llegar a los manua-
les de Graciela Macedo26 de Cruz Barney,27 de Pérez de los Reyes,28 y
últimamente, de Eduardo López Betancourt29 que aprovechan, sin duda,
algunos de los resultados alcanzados en los últimos veinticinco años, aun-
que también exhiben las resistencias a aceptar una historia menos positi-
vista y legalista. Uno de los mejores logros que exhiben todos estos textos
es que por vez primera aparece superado el indianismo de las obras ante-
riores y se da pleno reconocimiento a la historia jurídica del siglo XIX y de
los primeros décadas del XX.
El panorama mejora más si se levanta la mirada hacia las monografías y
los artículos especializados: se cuentan ya por centenares los trabajos de los
especialistas, a los que se han venido a sumar el trabajo de los historiadores
y antropólogos interesados en temas propios de la historia jurídica: adminis-
tración de justicia, formación de juristas, crímenes y castigos, tutelas, fami-
lia y divorcio, establecimientos carcelarios, injurias e infanticidios, adulterios
y concubinatos, el contencioso administrativo, menores e incapacitados,
usos y costumbres indígenas, límites de la ley, derecho consuetudinario,
prosopografía de abogados ilustres, literatura jurídica, etcétera. Por si esto
no bastara, el trabajo disperso y hasta cierto punto de vista desconocido de
antiguos historiadores y juristas se ha dado a conocer en forma conjunta,
lo que demuestra la existencia del constante pero silencioso trabajo de al-

22
México, UNAM.
23
Historia del derecho mexicano, México, UNAM, 1981.
24
Una aproximación a la historia del sistema jurídico mexicano, México, Fondo de
Cultura Económica, 1992, convertido después en Historia del derecho mexicano, Méxi-
co, Porrúa, 1995.
25
De la Torre Rangel, Jesús Antonio, Lecciones de historia del derecho mexicano,
Aguascalientes, Universidad Autónoma de Aguascalientes, 1997.
26
Macedo Jaimes, Graciela, Elementos de historia del derecho mexicano, 2a. ed., Toluca,
Universidad Autónoma del Estado de México, 1996.
27
Historia del derecho en México, México, Oxford University Press, 1999, 2a. ed.,
aumentada, México, 2004.
28
Publicado también por Oxford University Press en 2002. Historia del derecho mexi-
cano, México, Harla, 1999.
29
Historia del derecho mexicano, México, Iure Editores, 2004.
68 JAIME DEL ARENAL FENOCHIO

gunos de ellos en los años no dorados de la historia jurídica; este sería el


casos de don Antonio Martínez Báez30 y el de don Ernesto de la Torre
Villar,31 por citar sólo dos, que han visto reunidos en unos volúmenes su
dispersa producción historiográfico-jurídica. No menos importante ha sido
la publicación de libros colectivos especializados en historia jurídica, en-
tre los más sobresalientes considero el coordinado por Francisco de Icaza
con motivo de la publicación del facsimilar de la Recopilación de Leyes de
Indias en 1987,32 los Estudios de homenaje al maestro Guillermo Floris
Margadant,33 y La supervivencia del derecho español en Hispanoamérica
durante la época independiente.
Un acontecimiento decisivo ha sido la publicación desde el año de 1989
del Anuario Mexicano de Historia del Derecho a iniciativa de José Luis
Soberanes y de Beatriz Bernal y bajo el patrocinio del Instituto de Investi-
gaciones Jurídicas de la UNAM, que pese a los obstáculos y las diferencias
entre los diversos números ha podido salir adelante hasta completar el nú-
mero XVI correspondiente a este año. En sus páginas, no dedicadas exclu-
sivamente a la historia del derecho mexicano, se han dado cita varios
miembros del grupo y reconocidos historiadores del derecho extranjeros.
El Anuario, si bien es el vehículo idóneo para la difusión de los artícu-
los especializados en la materia y el foro donde se dan cita casi todos los
historiadores del derecho mexicanos, no es, sin embargo, el único medio
de expresión de sus trabajos ni el de los historiadores interesados por los
temas jurídicos: revistas como la Revista de Investigaciones Jurídicas de
la Escuela Libre de Derecho, Ars Iuris de la Universidad Panamericana,
Relaciones, de El Colegio de Michoacán, y, en menor medida, Historia
Mexicana de El Colegio de México, así como el Boletín Mexicano de De-
recho Comparado, del mencionado instituto, Jurídica, de la Universidad
Iberoamericana, y la Revista de la Facultad de Derecho de la UNAM,
publican constante u ocasionalmente importantes contribuciones a la
historiografía jurídica mexicana.
Respecto a otro tipo de publicaciones, si bien después del enorme es-
fuerzo desarrollado en las tres décadas anteriores para publicar las fuentes

30
En Obras II. Ensayos históricos, México, UNAM, 1996.
31
Estudios de historia jurídica, México, UNAM, 1994.
32
Recopilación de leyes de los reynos de las Indias. Estudios histórico-jurídicos,
México, Escuela Libre de Derecho, 1987.
33
México, UNAM, Facultad de Derecho, 1988.
“ESCUELA” MEXICANA DE HISTORIADORES DEL DERECHO 69

bibliográficas indispensables para el trabajo de los historiadores del de-


recho (colecciones de leyes, actas y debates constitucionales, libros de
jurisprudencia, manuales clásicos), éste ha disminuido, no ha cesado, apro-
vechando ahora las ventajas de los modernos sistemas de informática como
son los discos compactos. Un magnífico ejemplo es la reedición informá-
tica del Dublán y Lozano emprendida por el Tribunal Superior de Justicia
del Estado de México bajo la dirección de Mario A. Téllez. Por el contra-
rio, las monografías no han dejado de llegar a las librerías donde se juntan
con las tesis doctorales de los historiadores interesados en los temas ca-
ros a nuestra disciplina: La criminalidad en la ciudad de México 1800-
1821 de Teresa Lozano,34 Crimen y castigo de Elisa Speckman,35 o El
poeta, el marqués y el asesino de Claudia Canales36 son tres buenos ejem-
plos de los segundos, mientras Orden y desorden social en Michoacán:
el derecho penal en la Primera República Federal de Jaime Hernández,37
La justicia criminal en el Valle de Toluca 1800-1828 de Víctor Téllez,38
Zacatecas en el siglo XVI; derecho y sociedad colonial de Enciso39 y El
sistema judicial en Querétaro 1531-1872 de Juan Ricardo Jiménez,40
ejemplifican trabajos bien logrados de historia jurídica, que continúan el ejem-
plo precursor de Andrés Lira en El amparo colonial y el juicio de ampa-
ro mexicano.41
Por su parte los historiadores del derecho constitucional —con las no-
tables excepciones de Manuel Calvillo42 y José Barragán—43 han conti-

34
México, UNAM, 1987.
35
México, El Colegio de México, UNAM, 2002.
36
México, Era, 2001.
37
Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1999.
38
Zinacantepec, El Colegio Mexiquense, Tribunal Superior de Justicia del Gobierno
del Estado de México, 2001.
39
Zacatecas, Ayuntamiento Constitucional de Zacatecas, Universidad de Alicante,
2000.
40
Querétaro, Gobierno del Estado de Querétaro, Miguel Ángel Porrúa, 1999.
41
México, Fondo de Cultura Económica, 1972.
42
La República Federal Mexicana. Gestación y nacimiento. La consumación de la
independencia y la instauración de la República Federal, 1820-1824, México, Departa-
mento del Distrito Federal, 1974, 2a. ed., México, El Colegio de México, El Colegio de
San Luis, 2003.
43
Entre otros, El juicio de responsabilidad en la Constitución de 1824 (antecedente
inmediato del amparo), México, UNAM, 1978 e Introducción al federalismo (La forma-
ción de los poderes 1824), México, UNAM, 1978.
70 JAIME DEL ARENAL FENOCHIO

nuado girando en torno a los textos constitucionales, en algunos casos con


buenos resultados, como en los casos de las ediciones facsimilares de los
“clásicos” del derecho constitucional mexicano del siglo XIX (Coronado,
Ruiz, Mejía, Vallarta, Castillo Velasco), pero sin abrirse a una dimensión
más amplia y menos formal de la constitución política: los libros de Emilio
Rabasa,44 Sayeg Helú,45 Luis de la Hidalga,46 Márquez Rábago,47 y el
publicado por Miguel Carbonell, Óscar Cruz y Karla Pérez Portilla no plan-
tean ninguna novedad en este sentido y no acusan influencia de la nueva
historia constitucional trabajada en España o en Italia por Fioravanti, Mar-
ta Lorente, Bartolomé Clavero o Clara Álvarez Alonso, por lo que ninguno
ha podido superar las clásicas Leyes fundamentales de México de Tena
Ramírez.48 Un buen intento de colaboración entre historiadores y juristas,
con magnífico resultado, es el libro México y sus Constituciones, fruto de
un congreso organizado por Patricia Galeana al frente de la dirección del
Archivo General de la Nación. 49 Quien también ha podido hacer valiosas
aportaciones, cuando menos en el descuidado e ignorado ámbito de la pu-
blicación de las fuentes constitucionales estatales es González Oropeza
quien está comprometido desde hace años en la tarea de completar su Di-
gesto constitucional estatal y dar a luz importantes acervos documentales
relacionados con temas e instituciones relevantes de la vida constitucional
mexicana como El amparo Morelos50 o acerca del Acta Constitutiva.51
Fuera del ámbito de los juristas, los libros de Manuel Ferrer acerca de
las Constituciones de Cádiz y la de 1824,52 y de Cecilia Noriega, sobre El
constituyente de 184253 demuestran que en muchas ocasiones ha sido me-

44
Historia de las Constituciones mexicanas, México, UNAM, 1990.
45
Introducción a la historia constitucional de México, México, UNAM, 1978.
46
Historia del derecho constitucional mexicano, México, Porrúa, 2002.
47
Evolución constitucional mexicana, México, Porrúa, 2002.
48
Publicado por vez primera en México por Porrúa en 1957 y reeditado muchas veces
desde entonces.
49
México, Fondo de Cultura Económica, 1998.
50
González Oropeza, Manuel y Acevedo Velázquez, Eleael (coords.), El Amparo
Morelos, México, XLVIII Legislatura del Congreso del Estado Libre y Soberano de Mo-
relos, 2002.
51
La reforma del Estado Federal. Acta de Reformas de 1847, México, UNAM, 1998.
52
La Constitución de Cádiz y su aplicación en la Nueva España, México, 1993 y La
formación de un Estado nacional en México. El imperio y la República Federal: 1821-
1824, México, UNAM, 1995.
53
México, UNAM, 1986.
“ESCUELA” MEXICANA DE HISTORIADORES DEL DERECHO 71

jor la formación —y los frutos— de los historiadores que la de los juristas


cuando se trata de explicar el fenómeno constitucional moderno.
Aunque con explicables limitaciones, el relativo auge de esta historio-
grafía jurídica nacional ha impulsado a superar en algo el peso de una
historia patria o nacional, si bien con productos en ocasiones francamente
malos, de manera que la llamada “historia general del derecho”, reducida
exclusivamente al ámbito docente en muy pocas escuelas y facultades de
derecho, también se ha beneficiado de aquél. Si en fecha incierta pero ha-
cia finales de los años sesenta apareció en Guadalajara un manual de His-
toria del derecho escrito por Alberto Rosas Benítez,54 quien en 1955
publicara también Especialidad del derecho indiano,55 fue Margadant, una
vez más, quien renovara los estudios de esta disciplina en nuestro país: en
1974, la Universidad de Xalapa publicó su Introducción a la historia uni-
versal del derecho, a la que siguieron La segunda vida del derecho roma-
no56 y su Evolución del derecho japonés.57 En 1978, una antología de los
apuntes del curso de esta materia impartido durante años en las aulas de la
Escuela Libre de Derecho por don Javier de Cervantes fue publicada por
Soberanes y Ma. del Refugio González con el título excesivo de La tradi-
ción jurídica de occidente. 58 Por su parte, Francisco González Díaz
Lombardo dio a la luz un Compendio de historia del derecho y del Estado
en 1979,59 y en 1981 Beatriz Bernal y José de Jesús Ledesma publicaron
un primer tomo, nunca continuado, de una útil Historia del derecho roma-
no y de los derechos neorromanistas.60 Por último, el profesor de esta
disciplina en el ámbito de la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de
México, José Ignacio Echeagaray, en 1994 se decidió a publicar sus apun-
tes de clase bajo el título de Compendio de historia general del derecho.61
Obviamente, la característica central de todos estos manuales es su poca
originalidad, debida a la ausencia de posibilidades reales para investigar
en México fuentes originales y documentales acerca de temas como el

54
Guadalajara, Facultad de Derecho de la Universidad de Guadalajara, s.f.
55
Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 1955.
56
México, Miguel Ángel Porrúa, 1986.
57
México, Miguel Ángel Porrúa, 1984.
58
México, UNAM.
59
México, Limusa.
60
México, UNAM.
61
México, Porrúa.
72 JAIME DEL ARENAL FENOCHIO

derecho germánico, el medieval, o la recepción del ius commune en Europa


occidental; su valor estriba, en cambio, en procurar al estudiante de dere-
cho un panorama aunque sea elemental de la historia del derecho de otras
culturas, especialmente de la occidental, desde la antigüedad hasta el siglo
XX. No puede desconocerse, sin embargo, que esta disciplina tiene un
inestimable valor para la formación de juristas y de historiadores siempre
y cuando logre superar el papel meramente informativo que algunos toda-
vía le dan y transformarse en vehículo eficaz para ejercer la crítica de la
concepción legalista dominante en nuestros días y liberar, así, a los juris-
tas del formalismo excesivo con el que, por desgracia, todavía encaran los
problemas jurídicos de una sociedad agitada por los cambios y por el des-
pertar de sociedades históricamente constituidas.62 En este sentido la
presencia que en los últimos años ha tenido en México la obra y la persona
de Paolo Grossi, ex director del Centro de Historia del Pensamiento Jurídico
Moderno de la Universidad de Florencia, ha sido determinante en algunos
miembros del grupo, así como en los alumnos y juristas que cada vez más
consultan sus provocadores y luminosos libros, principalmente El orden ju-
rídico medieval63 y, recientemente, Mitología jurídica de la modernidad.64
Sus conferencias y textos han venido a refrescar no sólo la historiografía
jurídica nacional sino la concepción misma del derecho imperante en Méxi-
co desde el siglo XIX, como lo pretendiera hacer en 1910 Rafael Altamira en
su primera visita a nuestro país.65 Su idea acerca del “absolutismo jurídico”,
y su reflexión acerca del derecho de los privados van dirigidas a liberar al
jurista —de la mano del historiador del derecho— de su servidumbre “mo-
derna” respecto de la ley. Otro jurista extranjero muy influyente en los últi-
mos años en ciertos ámbitos de la ciudad de México —en este caso historiador
de la filosofía del derecho y español— es Francisco Carpintero Benítez,
dos de cuyos libros se han publicado en prensas mexicanas.66 Sus aporta-

62
Sobre esto he reflexionado en mi ensayo “La renovación de la enseñanza de la
Historia general del derecho en la Escuela Libre de Derecho: su sentido romanista”, in-
cluido en mi libro Hombres e historia de la Escuela Libre de Derecho, México, Escuela
Libre de Derecho, 1998, pp. 385-396.
63
Madrid, Marcial Pons, 1996.
64
Madrid, Trotta, 2003.
65
Cfr. Altamira y Crevea, La formación del jurista. (Estudio preliminar, edición y
notas de Jaime del Arenal Fenochio), México, Escuela Libre de Derecho, 1993.
66
Libertad y derecho, México, Escuela Libre de Derecho, 1999; Historia del derecho
natural. Un ensayo, México, UNAM, 1999.
“ESCUELA” MEXICANA DE HISTORIADORES DEL DERECHO 73

ciones a la historia de los derechos naturales han sido, francamente, reve-


ladoras e innovadoras, así como demolitorias de concepciones tradiciona-
les y, ahora lo sabemos, dizque sabidas por todos. La ruta marcada por
estos dos autores, así como antes por Wieacker, D’Ors —desde el derecho
romano—, Viehweg, Tomás y Valiente, y Víctor Tau —para el derecho in-
diano— podrán orientar el trabajo historiográfico jurídico que los miem-
bros del grupo realicen en el futuro si pretenden renovar sus temas, sus
métodos, su epistemología y sus perspectivas en aras de una nueva histo-
ria del derecho mexicano, o de la historia del derecho escrita desde Méxi-
co. En esta renovación temática no podrá descuidarse nunca más la historia
de la justicia, ni la de la cultura jurídica, por citar sólo dos ejemplos de
notables ausencias, y deberá explorar con mucho mayor detalle y exten-
sión el dilatado y desconocido siglo XIX, sin olvidar que el siglo XX debe
atraer ya la atención de los historiadores del derecho, por más difícil y
complejo que haya sido.
Ahora se participa frecuentemente en congresos, seminarios, mesas
redondas y simposiums tanto organizados por historiadores del derecho
como por historiadores en general. Los VII congresos nacionales de His-
toria del Derecho Mexicano y los dos internacionales de historia del de-
recho indiano (Morelia y Veracruz) celebrados hasta la fecha muestran
la vitalidad de la disciplina y el interés de los historiadores del derecho
para que participen los historiadores no especializados pero sí preocupa-
dos en temas jurídicos.
No quisiera dejar de referirme al que a mi modo de ver constituye el
fruto más significativo que ha dado todo este esfuerzo continuado durante
los casi últimos treinta años: la formación de esa “escuela” mexicana de
historiadores del derecho, cuya característica principal, a diferencia de lo
que ocurre en otros países, es, más allá de las comprensibles y a veces
inevitables disidencias, la amistad y colaboración que une a todos sus miem-
bros, no obstante las diferencias de edad, de formación y de preferencias
temáticas. En realidad no se trata de una escuela en sentido doctrinal, pero
todos sí de un grupo unido, no cerrado y ajeno a cualquier liderazgo exclu-
yente; donde las capillas académicas simplemente no existen y sí, por el
contrario, la voluntad de colaborar y acudir a cualquier convocatoria aca-
démica. Tal vez esto se deba, por una parte, a lo poco numeroso del grupo;
por otro, a la conciencia de minoría “extraña” a los ojos de los juristas
profesionales que no dejan de ver con cierta condescendencia benévola el
trabajo de investigación histórico jurídica, tan “inútil” y tan poco remune-
74 JAIME DEL ARENAL FENOCHIO

rado. Conciencia de minoría y orgullo vocacional, además de la clara con-


ciencia acerca de la “utilidad” de los estudios históricos, unen más que las
posiciones doctrinales, las preferencias metodológicas, los lugares de for-
mación o la admiración o gratitud a cualquier maestro.
Por si fuera poco, a todos los miembros de la “escuela” los vincula la
conciencia de estar inaugurando el conocimiento de algo de lo que poco o
nada se sabe, y que de suyo es valioso para la historia y para el derecho.
Otra característica digna de subrayar es la libertad en la que se mueven sus
miembros, tanto doctrinal, como política y temáticamente. No resienten la
presencia de una figura o de una determinada escuela que condicione u
oriente a todos bajo la misma guía, y aunque siguen predominando los
“indianistas”, casi todos han incursionado en otras épocas y problemas.
Quizá se eche de ver de menos en su trabajo reflexiones acerca de los
aspectos teóricos o metodológicos que afectan y condicionan la disciplina
y, por el contrario, se aprecie la abundancia de estudios —referidos exclu-
sivamente a la historia del derecho mexicano— pocas veces relacionados
con contextos historigráficos más amplios, como la historia del derecho
europeo o como la cada vez más necesaria historiografía anglosajona.
Respecto de la geografía local del grupo ésta exhibe un predominio casi
total de la ciudad de México, pero afortunadamente comienza a despertar-
se el interés en algunos estados de la federación: Michoacán el más nota-
ble, bajo la batuta de Jaime Hernández y Rafael Diego-Fernández,
Querétaro, Aguascalientes, con De la Torre, Zacatecas con Enciso, Puebla
gracias a Juan Pablo Salazar y en el Estado de México, gracias a Téllez.
De cualquier forma, urge la incorporación de historiadores del derecho
provenientes de todas las entidades federativas interesados en construir la
historia del derecho de sus respectivos estados.
Para terminar, se tiene que aceptar que después de las tareas realizadas,
a veces en condiciones poco favorables y siempre en medio de un ambien-
te de extrañeza e incomprensión, en los últimos diez años se nota cierto
agotamiento o desinterés en algunos miembros del grupo quienes incluso
han abandonado o suspendido las tareas del historiador del derecho o el
país: Beatriz Bernal se fue a España, Adame se ha concentrado en el dere-
cho comercial y en el romano, González, Soberanes, Barragán y Rigoberto
Ortiz han preferido servir a la administración pública, José Antonio Caba-
llero se ha inclinado por la sociología del derecho, Villalpando por la his-
toria y por la novela, y Miguel Ángel Fernández no termina por decidirse
entre la literatura de la historia jurídica. Lira y Diego-Fernández, por su
“ESCUELA” MEXICANA DE HISTORIADORES DEL DERECHO 75

parte, han tenido que limitar su producción historiográfica debido a que


han sido puestos al frente de instituciones de alta investigación científica,
aunque no han dejado de trabajar y producir obras muy valiosas. Sin duda,
estas actitudes pueden explicarse en cada caso pero también es cierto que
hay causas que han afectado a las posibilidades mismas de la historiografía
jurídica en México: las reiteradas crisis económicas, las necesidades de
la administración pública, la permanente incomprensión de los juristas, la
todavía no muy extendida enseñanza de la disciplina, el predominio del
positivismo legalista, y el menosprecio de la elite tecnocrática por la histo-
ria y en general por las humanidades. No menos importante fue el término
de la dirección del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM de
José Luis Soberanes, quien tanto hizo durante su gestión por impulsar la
historia del derecho, sea mediante publicaciones, organización de congre-
sos, o intercambio de conferenciantes e investigadores, sea mediante el
apoyo brindado a estudiantes mexicanos para formarse en el extranjero
como historiadores del derecho.
La muerte de Margadant, y la vejez de Zavala también han influido en
contra del auge que sin duda se alcanzó en las décadas anteriores, freno
que se hace evidente con la incapacidad del grupo para renovarlo con nue-
vos miembros durante los últimos años, principalmente con jus historiado-
ras. Cabe precisar, sin embargo, que hoy por hoy en Italia se está formando
José Ramón Narváez bajo la dirección de Grossi. También hay que confe-
sar deplorables fracasos como el de ciertos “manuales” que circulan por
ahí, y malos resultados como algunas de las historias jurídicas y constitu-
cionales muy abundantes de papel y carentes de ideas.
Junto a estos signos de decaimiento, aparecen, por fortuna, otros muy
alentadores: el interés de instituciones, escuelas y facultades no sólo de
derecho por impartir cursos de historia jurídica, la visita frecuente de his-
toriadores del derecho europeos y latinoamericanos a esos centros de ense-
ñanza, la participación de los mexicanos en foros de historiadores no
juristas, el interés de los historiadores de diversas especialidades por la
historia jurídica, la publicación de números dedicados especialmente a la
historia del derecho en revistas de historia como el recién publicado núme-
ro 16 de la revista Istor,67 y la convocatoria que desde la Suprema Corte de
Justicia viene haciendo Salvador Cárdenas a jueces y magistrados federa-

67
Publicado por el CIDE.
76 JAIME DEL ARENAL FENOCHIO

les, y a un amplio público de juristas y abogados, para adentrarse en el


conocimiento de la historia del derecho, a través de las casas de la cultura
jurídica que se ubican en todo el territorio de la República y cuyo primer
fruto fue el ciclo de conferencias organizado para conmemorar los dos-
cientos años del Código de Napoleón, celebración que también llevó a
cabo la Escuela Libre de Derecho.
Quiero concluir con la afirmación sorprendente de que no obstante la
tarea realizada, y los frutos obtenidos, aún falta todo por hacer en la histo-
riografía jurídica mexicana. Millares de temas no han sido ni siquiera ex-
plorados, millones de documentos falta por descubrir y revisar, decenas de
instituciones esperan ser estudiadas con perspectiva histórica; nuevas ge-
neraciones de historiadores del derecho han de sustituir a las actuales y
consolidar, en circunstancias difíciles, una disciplina liberadora del jurista
y necesaria para el historiador. Docencia e investigación deben retroali-
mentarse y ésta ayudar a la formación de los profesores especializados en
la disciplina que sustituyan a los abogados eruditos que tan útiles fueron
en el pasado para que la misma sobreviviera pero que hoy obstaculizan la
renovación y el sentido profunda de la historia jurídica. El intercambio con
profesores del extranjero se debe mantener así como el envío de mexica-
nos a otros países; sólo así se podrá romper con el nacionalismo que im-
plica una historia jurídica patriotera. Además, habrá de intensificarse el
diálogo con los historiadores de otras disciplinas afines a la nuestra. En
fin, la calidad de lo producido y publicado en México habrá de cuidarse,
así como exigirse la renovación constante de métodos, temarios y biblio-
grafías. Si la historia del derecho llegó muy tarde a México únicamente así
podremos estar seguros de que su estudio y cultivo no abortarán: el esfuer-
zo de muy pocos durante estos años lo merece, y más la decaída ciencia
jurídica mexicana, tan necesitada de las orientaciones de una historiogra-
fía fresca, crítica y reveladora de un pasado ignorado y de un presente
demasiado complaciente con la ausencia de independencia intelectual, de
exigencia científica y de imaginación jurídica.

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