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IV Workshop Nacional del Ética, Política y Derecho

Universidad Nacional del Quilmes, Maestría en Filosofía


5 al 7 de septiembre de 2018

RESUMEN

Laura Duimich
GETEP – CEHEPyC
UNComahue

La “Tesis del fin de las ideologías” y la sociedad postindustrial:


reflexiones sobre un vínculo (in)existente

Introducción

Los discursos acerca del postmodernismo o la postmodernidad han recibido críticas desde
diferentes perspectivas teóricas. El interés de nuestro trabajo está centrado en las críticas
realizadas por autores marxistas contemporáneos que toman distancia de los enfoques
postestructuralistas acerca de la ideología y que, además, intervienen en una controversia
más amplia relacionada con los discursos de la postmodernidad. Con relación al concepto
de ideología, Terry Eagleton señala que la “tesis del fin de las ideologías” desplegada en el
último cuarto del siglo XX, es una reedición de una primera “tesis del fin de las ideologías”
que surge en la Segunda Posguerra. Uno de sus principales representantes fue Daniel Bell,
quien además de proclamar el fin de las ideologías sostuvo que el nuevo escenario mundial
correspondía a una sociedad “postindustrial” (equivalente a lo que Friedric Jameson
caracteriza como capitalismo tardío, sustrato material del postmodernismo). En contra de
los argumentos de Bell, y como parte de su embestida contra el postmodernismo, Alex
Callinicos niega la existencia de una sociedad postindustrial: si esto es así, buena parte de la
crítica cultural contra el postmodernismo se vería reducida a una controversia meramente
discursiva.
Para abordar esta cuestión presentamos, en primer término, las lecturas acerca de la
postmodernidad realizadas por Jameson, Eagleton y Callinicos, contemplando diferencias y
continuidades en tres enfoques correspondientes a la tradición marxista. En segundo lugar,
nos detenemos en la “tesis del fin de las ideologías”, sostenida en buena parte del debate
intelectual de la segunda mitad del siglo XX y revisamos sus supuestos que parten de la
postulación de una sociedad postindustrial. La mirada crítica sobre la existencia de un
cambio de época que sostiene Callinicos pone en duda al mismo tiempo la existencia de la
postmodernidad más allá de una construcción discursiva.

Algunas lecturas marxistas en torno a la postmodernidad

Fredric Jameson, el más influyente crítico cultural marxista estadounidense de nuestro


tiempo, realiza una detallada caracterización de la fase actual del capitalismo –el
capitalismo ‘tardío’–, a la que identifica con la posmodernidad.1 De acuerdo a su criterio,
“‘globalización’ y ‘postmodernidad’ son lo mismo, las dos caras de nuestro momento
histórico o, mejor aún, de la fase del modo de producción en la cual nuestro momento,
nuestro presente, se halla inserto” (Jameson, 2012b:23). En otras palabras, sostiene que en
la etapa contemporánea del capitalismo la globalización corresponde a la base –citando la
clásica imagen marxiana– y la postmodernidad a la superestructura. Aunque, advierte que
la ‘filosofía postmoderna’ no consiste en una teoría de la postmodernidad, sino en una
ideología; y como tal debe analizarse como “un fenómeno que es tan económico como
cultural, tan psicológico como estético, tan político como filosófico” (Jameson, 2012b: 27),
de modo que la filosofía de la postmodernidad puede entenderse como una ideología de lo
postmoderno.
A partir de los aportes de Raymond Williams, y con la convicción de que resulta acuciante
romper la tajante división de base y superestructura, Jameson indica que es posible
entender la postmodernidad en términos de la noción de estructura de sentimientos. Aun
más, por la naturaleza de los fenómenos que dan forma al capitalismo avanzado, esa
distinción se vuelve cada vez más imposible de sostener, puesto que hablar de los
fenómenos culturales obliga a hacerlo en términos comerciales, o en términos de economía
política (Jameson, 2012a: 27). Por eso, considera que toda postura acerca del

1
Si bien en su artículo de 1984 y el libro de 1991 se refiere a la lógica cultural del capitalismo tardío en
términos de “posmodernismo” (Jameson, 2012a), en una intervención posterior, realizada en 2010 y
publicada en formato libro en 2012, sostiene que hoy cambiaría el nombre a postmodernidad, pues su
“intención no era identificar un estilo artístico concreto –al que todavía podemos llamar ‘postmodernismo’-
sino describir todo un cambio cultural sistémico” (Jameson, 2012b: 20).
postmodernismo en la cultura –sea para venerarlo o vituperarlo– constituye en sí misma
un posicionamiento político respecto de la naturaleza del capitalismo tardío.
De acuerdo a Jameson, en las discusiones más antiguas acerca de la cultura era posible dar
cuenta de una cierta autonomía relativa de la esfera cultural, pero el capitalismo avanzado
ha destruido esa lógica. Y esta destrucción no implica su desaparición, por el contrario, la
disolución de la esfera autónoma provocó que la cultura ahora se expanda “a lo largo de
todo el dominio social, al punto que puede decirse que todo, en nuestra vida social (desde
el valor económico y el poder estatal, hasta las prácticas y la misma estructura psíquica), se
ha vuelto ‘cultural’ en algún modo original” (Jameson, 2012a:91). Aun más, llama la
atención acerca de la capacidad del capital multinacional para colonizar los que identifica
como reductos precapitalistas, tales como la naturaleza y el inconsciente. De allí que el
postmodernismo resulte una pauta cultural dominante, como norma hegemónica, y no sólo
un estilo.
En su libro Ilusiones del postmodernismo (2004), Terry Eagleton sostiene que la “palabra
postmodernismo remite generalmente a una forma de la cultura contemporánea, mientras
que el término postmodernidad alude a un período histórico específico” (2004: 11). La
postmodernidad se relaciona con cierto “estilo de pensamiento que desconfía de las
nociones clásicas de verdad, razón, identidad y objetividad, de la idea de progreso universal
o de emancipación, de las estructuras aisladas, de los grandes relatos o de los sistemas
definitivos de explicación” (2004:11). Este estilo de pensar, según la lectura de algunos
autores, se origina en un cambio histórico de Occidente, en una nueva fase del capitalismo y
por lo tanto el postmodernismo (la expresión cultural) no haría más que reflejar este
cambio de época. Mientras que el análisis de Jameson se centra especialmente en las
expresiones estéticas del postmodernismo, Eagleton hace hincapié en los aspectos que se
vinculan al pensamiento postmoderno, destacando tres doctrinas clave: el rechazo a la
noción (empirista) de representación, el escepticismo metodológico (que niega la verdad) y
la relación neonietzscheana entre racionalidad, intereses y poder (Eagleton, 2005:14).
Alex Callinicos da un paso más allá respecto de Eagleton y Jameson y argumenta en contra
de la visión que se impone en el clima intelectual a finales de la década de los años 1980
que se apresura a anunciar un cambio de época en la vida social. En su opinión, dicha tesis
es falsa. Es en ese contexto en que el término “postmodernismo” aparece repetidamente en
las discusiones teóricas, y por eso la “década de 1980 constituyó un momento estelar para
el posmodernismo” (2011: 35). Según Callinicos el postmodernismo representa la
convergencia de tres movimientos culturales diferentes: algunos cambios en el arte, que
reaccionaban contra el funcionalismo y la austeridad que valoraba el movimiento anterior;
el postestructuralismo francés (sobre todo los escritos de Gilles Deleuze, Jacques Derrida y
Michel Foucault); y el tercer aspecto que destaca es que el arte y la filosofía parecían dar
cuenta de cambios ocurridos en el mundo social.
En este sentido, las teorías de la sociedad postindustrial postuladas por Daniel Bell y Alan
Touraine parecían fundamentar esta percepción de cambio.2 Según Callinicos, “[e]l libro de
Lyotard, La condición postmoderna, publicado en 1979, goza de cierta posición decisiva en
las discusiones acerca del postmodernismo porque, precisamente, conjuga el arte
postmoderno, la filosofía postestructuralista y la teoría de la sociedad postindustrial. Quizá
esta totalidad tenga algunas fisuras, pero su aparente coherencia ha impresionado a
muchos” (2011:38). Como es sabido, el punto central de la posición de Lyotard es que
define a lo postmoderno por oposición a lo moderno, y las ciencias identificadas como tales
son las basadas en “grandes narrativas”, y entre éstas podemos ubicar las de, por caso, Karl
Marx. Lyotard es incrédulo respecto de los “metarrelatos”, y considera característica del
postmodernismo la negación de la existencia de un patrón general sobre el cual
fundamentar una concepción de una teoría verdadera o una sociedad justa, “claramente
vinculada con el pluralismo y antirrealismo, cuyos paladines son los posestructuralistas”
(Callinicos, 2011:38). Esta perspectiva se justifica en Lyotard en razón de la época
postindustrial y postmoderna, en la que la principal fuerza de producción es el saber.
En pocas palabras, la principal tesis de Callinicos en Contra el postmodernismo, es la
negación del postmodernismo a partir del rechazo de los discursos que postulan la
existencia de un mundo socialmente transformado, esto es, la sociedad postindustrial; la
negación de un arte postmoderno y la refutación de la filosofía postestructuralista. De
modo que no asistimos al nacimiento de una nueva era, sino que es una mera continuación
del capitalismo en su fase moderna. De todas formas, debemos hacer una salvedad, si bien
considera que las tesis del posestructuralismo son falsas, y que a fines del siglo XX no se

2 Callinicos señala que Bell y Riesman se disputan el haber inventado esta expresión a fines de los años 1950.
Véase Callinicos, 2011:248.
asiste a una nueva época postmoderna, Callinicos reconoce que no se debe descartar el
trabajo de Deleuze, Foucault y Derrida, puesto que algunas de sus visiones parciales
pueden considerarse un aporte. Por eso, tal como propone Eagleton, es menester trazar
una distinción entre “las teorías filosóficas desarrolladas entre las décadas de 1950 y 1970
y agrupadas luego bajo el título de ‘posestructuralismo’ de la apropiación que se hizo de
ellas durante los años ochenta para apoyar la tesis del surgimiento de una nueva era. Este
último desarrollo ha sido liderado por filósofos, críticos y teóricos sociales
estadounidenses, con ayuda de algunas figuras francesas, Lyotard y Baudrillard, quienes,
cuando se comparan con Deleuze, Derrida y Foucault, aparecen como meros epígonos del
posestructuralismo” (Callinicos, 2011:41). Finalmente, Callinicos señala que uno de los
principales problemas de las teorías posestructuralistas es que la negación de objetividad
al discurso y la negación del sujeto no permiten oponerse al poder al que se refieren, en
coincidencia con la posición de Eagleton a la que nos referimos anteriormente.

La “tesis del fin de las ideologías” y la sociedad postindustrial

Como es sabido, cuando se acercaba el desenlace del prolongado fracaso de la experiencia


soviética, muchos autores se apresuraron a decretar –y celebrar– el fin de las ideologías y
el ingreso a una era post ideológica. Terry Eagleton señala que se trató de la reedición de la
“tesis del fin de las ideologías” que había sido presentada en el escenario posterior a la
Segunda Guerra Mundial, con la diferencia de que esta vez, las posiciones que invitaban a
suprimir el concepto no tenían origen solo entre representantes de la derecha política, sino
que también autores que se habían considerado parte de la izquierda compartían este
diagnóstico, como los cultores del postmodernismo (Lyotard y Baudrillard, solo para
mencionar los citados por Callinicos). En esa primera versión de mediados de siglo XX, uno
de los protagonistas de la ofensiva contra el concepto de ideología fue Daniel Bell (1965),
quien también se apresuró a señalar el advenimiento de una nueva sociedad postindustrial
(1973).
Así, una sociedad en la que el proletariado no podía considerarse ya un actor de peso, y
muertas las ideologías portadoras de un discurso equivocado acerca de la sociedad (Bell
estaba pensando en ideologías inspiradas en la tradición marxista) mostraban el error de
sus pronósticos acerca de la caída del capitalismo y sus inaplicables aspiraciones
igualitarias, configuraban el campo más propicio para fundar las bases de la nueva fase del
capitalismo. Derrotado el socialismo y sus esperanzas emancipatorias, nada podría frenar
el crecimiento iniciado en la fase de expansión de las décadas de 1950 y 1960.
Callinicos sostiene que “revolución” y “postmodernismo” carecen de referente en el mundo
social, pero la diferencia radica en que “[l]a inexistencia de una revolución socialista exitosa
es un hecho histórico contingente. La postmodernidad, por el contrario, es una
construcción meramente teórica cuyo principal interés reside en la circunstancia de ser un
síntoma del talante actual de la intelectualidad occidental” (2011:51). Hasta aquí,
podríamos pensar que –por caso– el modernismo también es un constructo teórico sin
referente y con eso la posición de Callinicos perdería interés para nuestro estudio. Sin
embargo, el punto es que agrega que “[p]ostmodernidad y revolución, no obstante, están
relacionadas. La creencia en una época postmoderna no sólo se asocia, por lo general, con
el rechazo a la revolución socialista, por irrealizable o indeseable, sino que el fracaso
percibido de la revolución es lo que ha contribuido a la difundida aceptación de esta
creencia” (2011: 51-52). De este modo, el interés por dar cuenta de una nueva etapa en la
historia, inédita y sin precedentes, deja entrever rápidamente su fundamento político, y en
tanto discurso de tipo performativo, podemos caracterizarlo como ideológico.
Como parte de su razonamiento, Callinicos presenta argumentos para establecer que no es
correcto hablar de un arte postmoderno, puesto que los elementos que suelen identificarse
como característicos de este arte no son novedosos, y recurre a detalladas descripciones de
obras de arte de otros tiempos en los que los mismos elementos pueden encontrarse, y sin
embargo son consideradas habitualmente como obras del modernismo, como el caso de los
movimientos de vanguardia de las primeras décadas del siglo XX. Además, mientras el
postmodernismo “da la espalda a la revolución social […] quienes practicaron un arte
revolucionario y abogaron por él, como Breton y Benjamin, son considerados sus
precursores” (2011:77).
Con relación a las bases materiales en las que ciertos autores identifican el surgimiento del
postmodernismo como expresión cultural (como Jameson) de una nueva fase del
capitalismo, Callinicos recuerda que poco tiempo antes del auge teórico del
postmodernismo, Daniel Bell advirtió un profundo ´sentido de final´ entre los intelectuales
de Occidente, “simbolizado […] en el difundido uso de la palabra post […] para definir,
como forma compuesta, la época hacia la cual nos dirigimos” (Bell, 1974:51-54 citado en
Callinicos, 2011: 78). Algunos de los ´posts´ a los que Bell se refería eran los términos:
postcapitalista, postburgués, postmoderno, postcivilizado, posthistórico y –aquel que fuera
protagonista del título de uno de sus libros- sociedad postindustrial. De acuerdo a
Callinicos, “[l]a idea de la sociedad postindustrial es, desde luego, absurda. Tal como la
formula Daniel Bell, por ejemplo, el concepto denota el último estadio de una progresión: el
paso de la sociedad tradicional a la industrial y ahora a la postindustrial” (2011:247). En
ese contexto surgen análisis diversos acerca del avance del sector servicios por sobre el
sector industrial.
Alex Callinicos y Terry Eagleton coinciden en señalar que la ofensiva post no hace sino
justificar la inevitabilidad del capitalismo como sistema global, y en que los presupuestos
de las tesis de los autores postmodernos son equivocados. De acuerdo a Callinicos, el
cambio de una sociedad industrial a una postindustrial a finales de la década de 1980 no
era claro, y revestía una intencionalidad política que consistía en desactivar los discursos
que apuntaban a destacar la fuerza de los trabajadores industriales como actor político
capaz de socavar las bases del orden social capitalista. De esta forma, la desmovilización de
los trabajadores luego de la resistencia a la implementación de las políticas neoliberales a
finales de la década de 1970, se veía ahora justificada teóricamente por quienes sostenían
que su rol en la nueva fase del capitalismo ya no era de interés, y –con ello- su poder de
negociación era considerablemente menor. Recordemos por caso, la aplastante victoria de
Ronald Reagan ante la huelga de los controladores aéreos y la de Margaret Thatcher contra
los poderosos sindicatos mineros británicos. Pareciera entonces que, en efecto, no hay una
correlación directa entre el postmodernismo y una supuesta sociedad postindustrial.

Comentarios finales

Sin despreciar el detallado análisis que Callinicos presenta acerca de por qué no podríamos
hablar de la existencia de una sociedad postindustrial –tema que dejamos a los
economistas políticos–, consideramos relevante sostener que su argumentación en contra
de la existencia de un correlato material con el postmodernismo que, de acuerdo a su
visión, tampoco existe, las indagaciones de autores como Eagleton y Jameson siguen siendo
pertinentes para comprender las lógicas culturales y dentro de ellas los fenómenos
ideológicos. En otras palabras, el postmodernismo existe como fenómeno -si se quiere-
independiente de una trama social específica descripta en términos “post”, y por lo tanto, es
un objeto de estudio perfectamente consistente. Recurriendo a la no muy afortunada
imagen arquitectónica de “base y superestructura”, es perfectamente posible que esta
última se transforme a ritmos diferentes respecto de la primera. Aun más, si tenemos en
cuenta la perspectiva del materialismo cultural que Eagleton y Jameson recuperan de
Raymond Williams y la Escuela de Birmingham, suena razonable que así sea, o dicho de
otro modo, no necesitamos esperar un cambio en las relaciones de producción, para
observar transformaciones en la esfera de la cultura y –dentro de esta- en la ideología.

Bibliografía

Callinicos, A. (2011) Contra el postmodernismo. Buenos Aires: Ediciones R y R.

Eagleton, T. (2004) Las ilusiones del postmodernismo. Barcelona: Paidós.

Eagelton, T. (2005) Ideología. Una introducción. Barcelona: Paidós.

Jameson, F. (2012b) Posmodernismo. La lógica cultural del capitalismo avanzado. Vol.1.


Buenos Aires: La marca editora.

Jameson, F. (2012b) El postmodernismo revisado. Madrid: Abada Editores.

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