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Conferencia dada en el marco del Primer Conversatorio: Culturas y Naturalezas: ¿Qué

tienen para decir las ciencias sociales sobre la naturaleza?


Desenclaustar el conocimiento, a cien años de la Reforma: Reflexiones antropológicas en
el marco de conflictos socio-ambientales
Por: Dra. Eliana Lacombe

Primer Santanazo. 4/10/2016. Registro propio.

Hoy les voy a hablar como comunicadora y antropóloga, como docente e investigadora de la Universidad Nacional
de Córdoba; pero también como vecina de Villa Parque Santa Ana e integrante de la Asamblea Santa María sin
Basura. Elijo presentarme así, porque uno de los puntos de mi reflexión, nacida la experiencia en la lucha
comunitaria contra la instalación del mega-enterramiento sanitario de Cormecor, se orienta justamente a
reflexionar sobre lo que llamaré el conocimiento involucrado, en oposición a las formas consagradas en que se
piensa y ejercita la ciencia –particularmente vinculada al ambiente- como una supuesta actividad separada y
distante del mundo social, que llamaré conocimiento abstraído.
Pensemos en primer lugar en las divisiones y distancias creadas socialmente en torno a categorías tales como
vecinos y técnicos o científicos. Existe entre estas categorías de representación un hiato, una separación que hace
suponer a la mayoría de la gente que los vecinos no poseen ningún conocimiento científico, que no pueden ser
científicos ni técnicos, y que los técnicos no son vecinos, como si los científicos habitásemos en una burbuja
ascética, separada del mundo del llamado “común de la gente”... O bien que un científico verdadero debiera
cortar todos los vínculos con el mundo social y jamás presentarse como vecino ante otros, si quiere legitimar su
saber. Es decir, que la separación entre ciencia y comunidad, es una estructura, estructurada y estructurante,
profunda que incluso nos obliga a desdoblarnos como personas.
Esta forma estructurada de concebir la ciencia como técnica y a los científicos como ascetas, se traduce en formas
epistemológicas y metodológicas de hacer ciencia, de manera abstraída y apartada de la comunidad, que tiene
efectos nefastos para las comunidades, sobre todo cuando deben hacer esfuerzos sobrehumanos para
contrarrestar las legitimaciones que algunos informes técnicos otorgan a proyectos que afectan –de manera real
o potencial- la vida de esas comunidades.

Facultad militante: Filosofía ahora opina de ingeniería ambiental


La Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC avaló un documento del Departamento de Antropología sobre el informe de impacto
ambiental de Cormecor
22 septiembre, 2017

Esta semana se conoció el respaldo que la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la UNC expresó sobre informe de
impacto ambiental del nuevo predio de enterramiento de la empresa Cormecor a requerimiento de la Justicia provincial.
En simultáneo, el Consejo Directivo de la Facultad de Filosofía y Humanidades decidió brindar su aval institucional a un documento
de posicionamiento presentado por la dirección de su Departamento de Antropología, en el que, a iniciativa de docentes e
investigadores, se declara como “técnicamente inadmisible” el mismo informe que se encuentra bajo estudio de la Justicia.
De esta manera, la unidad académica bastión del kirchnerismo universitario recayó nuevamente en la utilización de órganos
institucionales de gobierno como tribuna de difusión de las opiniones de un sector de su comunidad.
En esta oportunidad en particular, destaca la lejanía existente entre las disciplinas que desarrolla Filosofía y Humanidades con
respecto a las características técnicas del informe de impacto ambiental cuestionado, lo cual elimina cualquier duda con respecto al
tenor político del posicionamiento.

Diario Alfil, 22/09/2017. Fragmento


____________________

En Córdoba, hemos asistidos en los últimos años a los reclamos de diferentes organizaciones ambientales ante el
Consejo Superior de la Universidad, denunciando la arbitrariedad, falta de exhaustividad, inexactitud, incluso
falsedad de informes técnicos o estudios de impacto ambiental producidos por profesionales, equipos de
investigación o institutos de esta casa de altos estudios.
Y el Consejo Superior ha debido aclarar que los estudios de algunos profesionales o equipos de investigación no
representan la voz de toda la universidad, haciendo evidente la fragmentación de las disciplinas, la diferencia de
perspectivas, pero también, de las posiciones políticas ante los conflictos.
Lo que se ha empezado a resquebrajar es la idea monódica de la ciencia como una verdad única absoluta e
irrefutable. Y en ese camino se ha vuelto a hacer evidente la disputa entre las disciplinas por fijar sus límites
disciplinares, sus campos específicos de aplicación. Lo que en realidad es parte del problema que pretendo
abordar, la excesiva compartimentación y aislamiento disciplinar que genera datos sueltos, desintegrados y
desarticulados.
Por una parte, una ciencia aislada de la vida de las comunidades, distanciada y encerrada en sus propias lógicas,
tiende a perder de vista sus efectos sociales; no es capaz de revisar sus propios límites epistemológicos y tiende
a construir “verdades abstractas” disociadas del mundo y de su complejidad. Una ciencia pensada en términos
de técnica disociada de su dimensión humana y de los colectivos y procesos socio-políticos que la producen y
sobre los que se articula, construye sus propios sistemas de creencias, soberbias y guetos.
Y el primer punto que intento problematizar, es la idea instalada socialmente de que sólo las ciencias duras
pueden analizar y concluir sobre cuestiones vinculadas a Ambiente.

Por una parte, quiero llamar la atención sobre la forma predominante de concebir y producir datos científicos en
relación a impactos ambientales. Los estudios de impacto ambiental, usualmente reducen los aspectos sociales a
una cita de censos o a referencias muy vagas sobre la condición socioeconómica de la población cercana. En
general no involucran trabajos de campo y mucho menos instancias participativas de trabajo con las comunidades
potencialmente afectadas por los proyectos en análisis. Y cuando lo involucran realmente se implementan como
una encuesta socio-económica que nada tiene que ver con informar a la comunidad, conocerla, escucharla,
interpretarla ni poder prever las formas diversas en que las comunidades pueden resultar afectadas por los
proyectos en cuestión. No se toman los antecedentes cercanos ni lejanos de sufrimiento ambiental, para poder
aprender de las experiencias y evitar que se repitan.
Hay una relación absolutamente desproporcionada entre la cantidad de páginas que los EIA suelen dedicar a los
análisis químicos de suelo, y los breves párrafos que dedican a las personas y comunidades cercanas a los
territorios potencialmente afectados. En el mejor de los casos, los impactos sobre las personas tienden a pensarse
meramente en relación a afecciones a la salud sin tomar la menor atención a los conocimientos locales sobre el
territorio ni sobre las configuraciones de las prácticas cotidianas, identidades, bienes culturales, historias y
relaciones humanas que los proyectos pueden afectar. ¿Por qué sucede esto? ¿Se trata de las jerarquías
diferenciales entre las ciencias exactas y las ciencias sociales? ¿Se trata de la histórica división entre naturalezas
y culturas? ¿De la preminencia del positivismo cuantitativita que reduce todas las complejidades a datos simples
por lo que lo único que puede reconocer en relación a los aspectos sociales es un censo?
Pero estas formas desarticuladas y cuantitativitas de producir estudios de impacto ambiental, han chocado con
la oposición de vecinos afectados o potencialmente afectados. En Córdoba, hemos asistido a diferentes conflictos
socio-ambientales en los cuales el Consejo Superior de la UNC ha debido salir a relativizar las conclusiones e
informes de algunos institutos o grupos de investigación cuestionados por las comunidades, que incluso han
develado considerables errores y omisiones de información.
El traslado de los reclamos ambientales hacia la Universidad ha revelado las limitaciones de los informes técnicos,
pero también su uso y abuso como conocimiento sacralizado de “la Universidad” que políticos, empresarios y
periodistas utilizan de manera obscena, intentando con la llamada evidencia científica, soslayar la participación
ciudadana.
Creo –quiero creer- que no siempre hay una animosidad dañina en la intervención de ciertos profesionales que
participan en estos estudios de impacto ambiental, que sirven para legitimar la realización de obras
potencialmente dañinas para el ambiente y son activamente resistidos por las comunidades. Hay también usos,
abusos, maniqueísmos, manipulaciones de los informes técnicos que operan en otros niveles y mediante la
orquestación de actores de los medios, políticos, empresarios…y también corporaciones científicas.
Pero esta orquestación perversa, dónde el conocimiento técnico actúa como un objeto fetiche, es posible en
relación a un sistema de sentido común no problematizado dónde lo científico se torna incuestionable.
Pero es nuestra responsabilidad como científicos conocer el uso y los alcances de lo que estamos informando y
firmando, para asumir la responsabilidad ética y política de nuestras prácticas.

EL DATO COMO FETICHE


Mapa de zonas “aptas” para la instalación de un sitio de disposición final de residuos sólidos urbanos de la zona
metropolitana de Córdoba. Informe ISEA 2012

Y para ser más descriptiva, invito a reflexionar sobre los procesos en los que los datos producidos científicamente
son usados de modo fetichista, es decir, como objetos válidos en sí mismos, autonomizados de sus procesos de
producción relativos. Y lo quiero hacer a partir de la historia de producción y circulación de un mapa.
Tras un agudo conflicto con vecinos y la municipalidad de Bouwer por los efectos nocivos del Vertedero de
Córdoba ubicado en Potrero del Estado, la Municipalidad de Córdoba debió cerrar ese vertedero y comenzó a
utilizar provisoriamente otro predio dentro de su ejido. En 2012 la Municipalidad de Córdoba firmó un convenio
con la UNC para que esta casa de estudios colaborara con los intendentes en la elección de un predio para instalar
un nuevo enterramiento de residuos sólidos urbanos. Por entonces no existía Cormecor ni un proyecto específico.
Por lo que el trabajo de la UNC se realizó sobre meras especulaciones. Pero más allá de esto, que es grave; ese
convenio establecía que una vez realizada una primera etapa exploratoria sobre un radio de 50 km en torno de
Córdoba, se realizarían en una segunda etapa estudios de campo específicos en torno a los predios
provisoriamente considerados aptos. Esto involucraba entre otros aspectos, talleres con las comunidades más
cercanas a esos predios. Nada de lo que acordaba el convenio para la segunda etapa, se hizo. Es decir, se omitió
el trabajo en terreno con la participación de las comunidades. Sin embargo el primer informe elaborado por el
ISEA con información secundaria y realizado en gabinete –sin estudio de campo-, se toma habitualmente como
una información concluyente de la Universidad. A pesar que la UNC nunca hizo estudios de campo en relación al
actual predio expropiado por la provincia para Cormecor. Y a partir del informe del ISEA se propagandizó la idea
de que la Universidad avalaba a Cormecor y la elección del sitio.
Con la información exploratoria relevada a través de documentación pública el ISEA (Instituto Superior de
Estudios Ambientales) diseñó una serie de mapas que cruzaban algunas variables específicas, como distancias al
centro de Córdoba y a vías de comunicación consolidadas, fuentes de agua permanentes… señalando una serie
de manchas que definían -según esos criterios acotados- grados de aptitud de las zonas. Pero esos mapas al
superponerse, van generando diferentes restricciones. Es decir, no se pueden considerar aisladamente unos de
otros. Pero además, es evidente, por ejemplo, que esas proyecciones gráficas no tienen en cuenta los ejidos
urbanos reales a la hora de marcar radios de exclusión o apartamiento. Y eso resulta contradictorio con la ley
nacional que plantea los presupuestos mínimos para el tratamiento integral de los RSU (25.916), en el Art. 21
plantea claramente que para ubicar sitios de disposición final deben estar los suficientemente apartado de las
poblaciones y que en tal sentido debe considerarse el crecimiento poblacional incluyendo el período de postcierre
de estos sitios. Es decir, que es necesario considerar mínimamnete los ejidos urbanos y proyectar su crecimiento
a 100 años, para este caso. Si bien el propio ISEA recomendó un apartamiento mínimo de las poblaciones de 4
km, en los mapas en cuestión no tuvieron en cuenta esa restricción. Es decir, el mapa del ISEA es una
representación parcial e incompleta, que de ningún modo podría considerarse concluyente ni irrefutable. Sin
embargo ese plano es utilizado por Cormecor para argumentar que el predio de Alto del Durazno es apto para
instalar el basural. Lo que se repite en notas periodísticas y hasta lo he visto publicitado en power point de
institutos de la UNC, para refutar la queja de los vecinos. El mapa, es mostrado como la prueba de que la
Universidad avala a Cormecor. .
En julio de 2017, la cámara I en los contencioso administrativo que tramita el amparo ambiental presentado por
los vecinos, pidió a la Universidad que dijera si las objeciones de los vecinos eran atendibles. Y contestaron dos
Ingenieros químicos. Refutaron todos los puntos planteados por los vecinos, incluso los que referían al daño
psicológico, a la falta de garantías en la participación ciudadana, etc. En relación a la denuncia de los vecinos que
plantean en cuanto a las distancias que separan el predio del ejido urbano, que es de 1 km y no de 5 km como se
dice en el EIA, los ingenieros químicos contestaron que el predio era correcto porque se ubicaba dentro de las
zonas aptas marcadas por el mapa del ISEA. Aunque el mapa no había considerado el ejido de Santa Ana y es
contradictorio con la propia recomendación de este Informe en relación a los 4 km mínimos de apartamiento.
Entonces, el mapa no es cuestionado, actúa como una verdad revelada y abstraída, incluso del resto de datos que
el mismo informe da. De esa manera evadieron contestar sobre las distancias reales a que referían los vecinos. El
mapa no era cuestionado, actúa como un objeto científico sacralizado. Un dato fetichizado.
Es decir, la representación gráfica de algunos datos geofísicos es tomada como una verdad irrefutable y traducida
en aval de toda la UNC. La síntesis gráfica sirve incluso para desconocer y ocultar la complejidad de los aspectos
planteados en el propio informe que lo contiene. Desconocer por ejemplo, los 4km de apartamiento
recomendados, las restricciones que plantean la superposición de otros planos. Usada como verdad abstraída, es
claramente una operación simbólica con profunda eficacia. Una significante que borra su significado. Pero esa
eficacia, ese poder de verdad del mapa, se sostiene en tanto y en cuanto los profesionales guardan silencio,
porque actúan corporativamente y se des-responsabilizan ante un “dato técnico”.
Esta CIENCIA ABSTRAÍDA no puede ser nuestro modelo de ciencia.

Tenemos dos dimensiones del problema. Por una parte, la forma en que producimos conocimiento. Y por otra el
uso de ese conocimiento. Estas dimensiones, la de la producción y la de los usos, no deben dejar de interpelarnos:
¿Cómo producimos conocimiento? ¿Con quiénes? ¿Desde qué lógicas epistemológicas y políticas? ¿Para qué,
para quiénes? Pero también ¿Quiénes y para qué utilizarán los datos que producimos? Y cuál es nuestra
responsabilidad en relación a evitar manipulaciones y distorsiones que se usan para extorsionar y perjudicar a
comunidades.

(((FOTO TAYM))) EL CONOCIMIENTO LOCAL. HACIA UN MODELO DE CONOCIMIENTO IMPLICADO

En relación a cómo producimos conocimiento, sólo quiero hacer otra advertencia epistemológica, volviendo a la
nociva separación entre el conocimiento científico/universitario y lo que llamaré provisoriamente saber local.
Fueron los vecinos, los lugareños de la zona de Alto El Durazno los que advirtieron una y otra vez y describieron
con precisión la inundabilidad del lugar y el comportamiento del agua de escorrentías en la zona. Mucho antes
que Taym se inundara, advirtieron que si ponían un megabasural allí, las aguas contaminadas llegarían al canal
Los Molinos que abastece de agua potable a un tercio de la población de Córdoba. No se los escuchó, se los
descalificó e incluso un geólogo con cargo jerárquico en la empresa Cormecor los ridiculizó. Sin embargo, el 28
de marzo de 2017 las escorrentías producidas por las lluvias en el Valle de Paravachasca, inundaron la planta de
tratamiento de residuos peligrosos Taym, arrastraron contaminantes allí depositados e ingresaron al canal los
Molinos, tal cual lo habían advertido los vecinos.

Hecho que tuvo que ser documentado audio-visualmente para poder desmentir a los profesionales que
afirmaban que en la zona no había peligro de inundación.
¿Qué lugar ocupan los saberes locales en nuestras formas de conocer? Las memorias de inundaciones en la zona
abundan y han ido siendo confirmadas técnicamente por fotos estratigráficas, estudios de suelo que a través del
descubrimiento de arena, canto rodado y hasta caracoles milenarios confirman la hipótesis de que ese territorio
es un paleo-cauce. Pero las memorias de los lugareños no son valoradas como la arena, el canto rodado, los
caracoles ni las imágenes estratigráficas.
Con la descripción del caso Taym, quiero llamar la atención en relación a que el saber no está sólo en las aulas de
la universidad, ni en los laboratorios, ni es el resultado de la aplicación de una técnica… El conocimiento científico
no es un objeto sagrado, irrefutable... El saber no es uno y para siempre, no se limita a la aplicación de un método.
La producción de conocimientos es una práctica constante de observación, de revisión de los propios saberes y
presupuestos metodológicos, a través de la reflexión crítica sobre múltiples experiencias.
El desastre de Taym tiene que enseñarnos, el sufrimiento de la comunidad de Potrero del Estado y de Bouwer
por vivir a pocos quilómetros del basural de Córdoba, debe enseñarnos… el padecimiento de los vecinos de
Ituzaigó por las fumigaciones y de San Antonio por la Planta de Porta, no pueden seguir siendo ignorados…
¿Cómo es posible que después del conflicto por el basural de Córdoba e Potrero del Estado se intente instalar
otro mega enterramiento, tres veces más grande en la misma zona? ¿Cómo es posible que ningún científico
convocado para realizar informes de impacto ambiental sobre el proyecto de Cormecor haya evaluado esa
experiencia como un antecedente a tener en cuenta? ¿Por qué el padecimiento de las poblaciones es tan
subestimado en los estudios de impacto ambiental? ¿Por qué es soslayado por la Secretaría de Ambiente?
Lo hemos visto en el EIA de Taym, de Cormecor, en el de las Canteras de la Quintana, se desconoce
sistemáticamente a las personas que habitan en el lugar, se dibujan conclusiones, se afirman previsiones
infundadas. Hemos leído afirmaciones como que el impacto de colocar allí un enterramiento sanitario será bueno
porque la gente es de clase socioeconómica baja…
Una de las primeras voces universitarias que se manifestó en este sentido, fue el Departamento de Antropología
con un pronunciamiento crítico sobre el Estudio de Impacto Ambiental presentado por Cormecor y aprobado por
la Secretaría de Ambiente. Pero el poder de las voces de los profesionales universitarios también es muy desigual.
Unos logran portadas de grandes diarios y otros, publicaciones digitales de última hora. La opinión que favorece
al que paga la pauta publicitaria hace la diferencia. Pero también hay una asimetría creada entre la legitimidad
otorgada a las ciencias sociales y a las ciencias duras o “exactas” en relación a las llamadas cuestiones
“ambientales”.
Y aquí quiero retomar una pregunta que nos plantearon los organizadores: ¿Qué pueden decir las ciencias
sociales?
Hay una prevalencia en el campo de los estudios ambientales, dominados por la ingeniería ambiental, a mirar a
las comunidades desde la perspectiva de las teorías NIMBY. Una teoría que pone a las comunidades bajo sospecha
moral de insolidaridad o hipocresía, ya que lo único que tienen para decir es que las comunidades reaccionan
mecánicamente oponiéndose a los cambios y que son hipócritas porque no quieren en su patio trasero lo que no
les importa que pongan en otro lugar. Es la idea de los daños colaterales, la idea de que siempre hay que sacrificar
algo –personas, territorios, ambientes- en nombre del progreso. Las teorías NIMBY son otra herramienta
ideológica creada por científicos para desconocer el derecho de las comunidades locales a defenderse de las
agresiones del llamado progreso o desarrollo; que se esgrime siempre bajo el argumento de que es beneficioso
para una mayoría y sólo perjudicial para una minoría que debería aceptar ser sacrificada.
Este claramente es el argumento que sostuvieron los vocales de la Cámara en lo Contencioso Administrativo, que
tramitan el Amparo Ambiental contra Cormecor, cuando pidieron a la UNC que evaluara no sólo el impacto que
el proyecto podría producir en su entorno mediato, sino el perjuicio que produciría de no concretarse a un millón
de habitantes de la ciudad de Córdoba. Lo que están diciendo los funcionarios de la justicia es, ni más ni menos,
sacrifiquemos a una minoría en nombre de una mayoría. Una falsa dicotomía por otra parte ya que descartan
todas las opciones que podrían resultar más beneficiosas que el proyecto en cuestión.
Lo que he observado casi atónita en este proceso, es la eficacia simbólica del sentido común que sostiene que
hay personas y territorios sacrificables, y que se evidenció entre los actores de la justicia pero también entre
académicos. Hay decanas que nos han dicho “a alguien le tiene que tocar”, por ejemplo.
Entonces…creo que los antropólogos tenemos una herramienta fundamental para aportar y es nuestra
perspectiva etnográfica, nuestra convicción de que ningún conocimiento puede prescindir del trabajo de campo,
un trabajo que involucra a las comunidades, a las personas en relación con su medio, a las personas y sus
imaginarios, sus costumbres, su cultura, su patrimonio, sus conflictos. Nosotros hemos aprendido a reconocer las
relaciones entre los rituales religiosos y la productividad agrícola; entre las moralidades del contra-don y los
circuitos económicos…como plantea Latour, los antropólogos somos el tipo de cintíficos capaces de atar rosas y
espadas. Podemos rehacer los nudos gordianos desatados por las especializaciones cientificistas. Sabemos que la
permanente fragmentación disciplinar puede engendrar constructos teóricos absurdos.
Pero lo más importante, es nuestra convicción relativista sobre las formas de conocer y concebir el mundo,
nuestra conciencia y vigilancia sobre la violencia etnocéntrica… nuestra capacidad de revisarnos bajo el espejo de
los otros, respetando sus modos, sus formas de concebir y relacionarse con el mundo.
Por eso la teoría NIMBY aparece ante nosotros como inadmisible, como la violencia de un saber sentado en la
torre de Babel que desprecia los conocimientos y derechos a la resistencia de los “comunes” sobre sus territorios.
Los antropólogos podemos traducir mundos, y podemos así intentar generar espacios de diálogo entre los
mundos de la universidad y los comunitarios, entre los mundos jurídicos y los de una ciencia social que puede
interpretar, evaluar y prevenir los impactos socio-ambientales en un sentido mucho más integral que el que viene
predefinido internacionalmente como un formulario que se puede completar desde cualquier gabinete.
Somos buenos construyendo nuevas categorías para pensar nuevas formas de construir sociedades. Interpelar
los sentidos comunes es otro buen trabajo que podemos llevar adelante.
He escuchado de funcionarios académicos de esta universidad frases como “A alguien le tiene que tocar”, “Yo
tengo una cárcel a dos cuadras de mi casa y no me quejo” o “Digan ustedes dónde quieren que lo pongamos…”
Creo que estas frases sintetizan una forma recurrente de des-responsabilizarse de su propia basura.
El desafío es ¿Cómo hacemos pensar en otros sentidos para construir propuestas superadoras?

(((Foto Kuca))))
Kuca, una vecina de Santa Ana, construyó una improvisada pancarta con un cartón y escribió: “Que cada municipio
se haga responsable de su basura”. Es una frase que concentra una consigna ética y un programa político. Digamos
que es una buena frase para pensar. Nosotros necesitamos instalar la idea de que la basura es responsabilidad
de cada uno que la produce. La basura es mía. Mi basura es mía y debo ser el primer responsable de que no llegue
indiferenciada al basural.
Como antropóloga inmersa en esta realidad social, considero que es necesario amplificar esta consigna local,
ponerla a circular en los circuitos del poder, interpelar los sentidos comunes despreocupados de los ciudadanos
que día a día arrojan 2500 toneladas de basura en el margen de la ciudad y se quejan indignados cada vez que el
recolector no le recoge sus propias bolsas de en frente de su casa. La basura siempre es del otro. No, la basura es
del que la produce y es el primero que debe ser interpelado y educado por el Estado. Por eso, la muestra de fotos
de planta baja culmina con la pregunta: ¿Vos qué hacés con tu basura?
Todos los conflictos ambientales nos enseñan, y el conocimiento es una construcción múltiple, interdisciplinaria,
pero también debe ser inter-societal. ¿Cómo lo hacemos? Es un desafío a afrontar. A cien años de la Reforma
Universitaria, creo que debemos desenclaustrar el conocimiento, no sólo salir a los barrios, al campo, a los
pueblos en tareas de extensión; sino reconocer el valor de los conocimientos que no se producen entre las
paredes de la universidad, buscarlos, construir diálogos y dejarnos afectar con un sentido ético por los conflictos
sociales y políticos que habitamos y nos habitan.

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