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hora
de
acabar
con
la
epidemia
de
armas
en
Estados
Unidos
Por
el
Comité
Editorial
The
New
York
Times,
5
de
diciembre
de
2015
Este
fue
el
primer
editorial
en
aparecer
en
la
portada
de
The
New
York
Times
en
casi
100
años.
Cualquier
persona
decente
siente
una
tristeza
profunda
y
una
rabia
más
que
justificada
por
la
más
reciente
matanza
de
personas
inocentes
en
California.
Los
cuerpos
policiales
y
las
agencias
de
inteligencia
investigan
las
razones
que
motivaron
estos
actos,
e
incluso
se
hacen
la
pregunta
esencial
sobre
si
los
asesinos
tenían
conexiones
con
el
terrorismo
internacional.
Son
acciones
correctas
y
apropiadas.
Sin
embargo,
los
motivos
no
importan
para
los
muertos
en
California
o
en
Colorado,
Oregon,
Carolina
del
Sur,
Virginia,
Connecticut
y
muchos
otros
lugares.
Los
estadounidenses
también
deberían
dirigir
su
atención
e
ira
hacia
los
líderes
que
eligieron,
cuya
labor
es
mantenernos
a
salvo
y
que,
sin
embargo,
dan
prioridad
al
dinero
y
al
poder
político
de
una
industria
que
se
beneficia
de
la
distribución
ilimitada
de
armas
cada
vez
más
poderosas.
Es
un
escándalo
moral
y
una
desgracia
nacional
que
la
población
civil
pueda
adquirir
legalmente
armas
diseñadas
específicamente
para
matar
personas
a
gran
velocidad
y
con
una
eficacia
brutal.
Se
trata
de
armas
de
guerra
con
escasas
modificaciones,
que
se
comercializan
deliberadamente
como
instrumentos
de
protección
e
incluso
de
insurrección.
Los
representantes
electos
de
Estados
Unidos
oran
por
las
víctimas
de
estas
armas
de
fuego,
pero
rechazan,
impíos,
la
más
mínima
restricción
de
armas
de
destrucción
masiva
y
no
temen
a
las
consecuencias
de
sus
decisiones.
Nos
distraen
con
debates
sobre
la
palabra
terrorismo.
Seamos
claros:
todos
estos
asesinatos
en
masa
son,
a
su
manera,
actos
terroristas.
Aquellos
que
se
oponen
al
control
de
armas
afirman,
como
lo
suelen
hacer
siempre
después
de
una
matanza,
que
ninguna
ley
puede
prevenir
de
manera
infalible
el
acto
de
un
criminal
en
particular.
Es
cierto.
Hablan
acerca
de
los
desafíos
constitucionales
que
se
deben
enfrentar
para
lograr
una
regulación
efectiva
de
armas
de
fuego;
muchos
lo
dicen
con
sinceridad.
Estos
desafíos
son
reales.
Argumentan
que
quienes
están
resueltos
a
cometer
los
asesinatos
consiguen
las
armas
ilegalmente
en
lugares
como
Francia,
Inglaterra
y
Noruega,
donde
hay
leyes
estrictas
que
las
prohíben.
Sí,
es
verdad.
Sin
embargo,
estos
países
al
menos
están
intentando
hacer
algo.
Estados
Unidos,
en
cambio,
no.
Es
incluso
peor:
los
políticos
ayudan
a
estos
asesinos
en
potencia
al
crear
un
mercado
de
armas,
y
los
votantes
permiten
que
esos
políticos
conserven
su
puesto.
Es
tiempo
de
dejar
de
hablar
sobre
cómo
detener
la
distribución
de
armas
y,
en
lugar
de
ello,
reducir
su
número
de
manera
contundente
mediante
la
eliminación
de
varios
tipos
de
armas
y
municiones
de
gran
calibre.
No
se
necesita
debatir
sobre
la
peculiar
redacción
de
la
Segunda
Enmienda.
Ningún
derecho
es
ilimitado
e
inmune
a
una
regulación
sensata.
La
posesión
de
ciertos
tipos
de
armas,
como
los
fusiles
de
combate
ligeramente
modificados
que
se
usan
en
California,
y
de
ciertos
tipos
de
municiones,
debe
estar
prohibida
entre
la
población
civil.
Definir
estas
armas
de
manera
clara
y
efectiva
es
posible
y,
sí,
aquellos
estadounidenses
que
las
poseen
tendrían
que
entregarlas
por
el
bien
de
sus
compatriotas.