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citado en el epígrafe (“Musik, Musik kann Euch vom Tode lösen”) no es la ofre-
cida por Barnatán, sino la siguiente: “Música, música puede libraros de la
muerte.”
Las “simpatías y diferencias” de Barnatán son difíciles de catalogar. Por un lado,
parece tener cuentas pendientes con Emir Rodríguez Monegal, a quien moteja
varias veces, sin nombrarlo expresamente, de “espeso crítico uruguayo” (386,
399, 414). Ello no le impide, por otro lado, aprovechar su obra con frecuencia,
en general sin declarar el préstamo.
Así ocurre, por ejemplo, con una imperdonable especie inventada por Monegal
(Borges. Una biografía literaria, 1987, 132), y puntualmente repetida por Bar-
natán (95), según la cual Wilhelm Klemm, expresionista alemán de quien Bor-
ges publicara varias traducciones en su juventud, se habría convertido más tar-
de en simpatizante nazi. Por el contrario, Klemm fue perseguido por el nazis-
mo, que robó o destruyó sus empresas editoriales y le mató dos hijos. Su última
publicación de la preguerra es, por lo demás, de 1922, con lo cual apenas pudo
haber apoyado al detestable régimen. Se ignora qué llevó a Monegal a cometer
su error, pero puede saberse quién ha malguiado a Barnatán.
Tampoco sus preferencias incitan a Barnatán a trabajar mejor. Parece profesar
alguna variante mística del judaísmo, lo cual es en sí respetable, pero no excusa
la aberrante explicación que balbucea sobre el poema “El Golem” (359-360; en
su descargo, puede agregarse que otros comentaristas de lo “cabalístico” en
Borges comparten ese deplorable nivel). Es asimismo insuficiente, en especial
bajo esa perspectiva, que deje al lector en ayunas acerca de Orígenes, la pla-
neada “revista bimensual de estudios judíos” para la cual Borges reseñara origi-
nalmente “Las luminarias de Hanukah” (139), de Cansinos, o que apenas men-
cione de pasada a Carlos M. Grünberg e ignore a muchos otros amigos judíos
de Borges.
Mención destacada merece el aspecto biográfico de esta “biografía”. Resalto el
punto, a riesgo de plagiar a Perogrullo, porque la biografía de Borges es apenas
uno de los temas que Barnatán trata. Su proyecto debería haber llevado por
título “Borges y yo”, o más precisamente, “Yo y Borges”. Pero dejo este aspecto
de lado, porque ya lo trató con su habitual solvencia Annick Louis (Variaciones
Borges 3, Aarhus, enero de 1997).
Si la biografía difiere de otros géneros, es porque quien la lee espera encontrar
datos que le ayudarán a reconstruir la vida del biografiado. Barnatán es más
modesto que los lectores para quienes escribe. La vida de Borges no le interesa,
o sólo le interesa en la medida en que encuentra material propuesto por otros,
sea éste correcto o no.
Borges pasó una parte importante de su juventud en Europa (1914-1921, 1923-
1924). Las biografías aparecidas hasta 1995 ignoran esa importante etapa de
formación, o se ocupan de ella como de un penoso deber. También Barnatán
desaprovecha la oportunidad de corregir errores o de ensanchar nuestro cono-
cimiento, aunque vive en España, cerca de las fuentes básicas para este capí-
tulo de la vida de Borges.
Para desengañar a quienes se dejen obnubilar por el compacto volumen, listaré
algunos de los errores que contiene. Me concentraré a propósito en los prime-
ros decenios de la vida de Borges, porque son, por un lado, los menos conoci-
dos, y por otro, los más maltratados por Barnatán. (Ello no implica, por cierto,
que el resto de la obra carezca de fallos.)
Con encomiable esfuerzo, Barnatán se trasladó a Ginebra en 1983, para locali-
zar la pensión en que vivieran los Borges, ubicada en la rue Malagnou, número
17.
La calle ha cambiado entretanto de nombre, y se llama ahora Ferdinand Hodler.
Barnatán fotografía la casa que “ostenta el número 17” (72), y aunque compara
su foto con otra de la época, no advierte que ha elegido la casa errónea. La
pensión en que habitaron los Borges se encuentra actualmente en la calle Fer-
dinand Hodler N° 9, y no 17, porque la municipalidad cambió hace años la nu-
meración. Barnatán no ha sido el primero en cometer ese error; recelo que no
será el último.
En página 77, Barnatán atribuye a Borges la publicación de varios artículos en
innominadas “revistas germanas” antes de haber cumplido los 20 años. Hasta
prueba de lo contrario, aseguro que esos artículos son engendro de su imagina-
ción o, más probable, de su descuido de copista.
Borges y Cansinos no se conocieron, según pretende Barnatán, “en el Madrid
de finales de 1919” (129), época en que aquél se encontraba en Sevilla, sino en
el Madrid de mediados de marzo de 1920.
Quizás hubo, como quiere Barnatán, carta de presentación de Isaac del Vando-
Villar, pero quien introdujo a Borges en la tertulia de Cansinos fue el poeta Pe-
dro Garfias. Borges mismo refirió el episodio en una carta de la época al poeta
sevillano Adriano del Valle. (Esta correspondencia fue dada a conocer por Rosa
Pellicer, Zaragoza, en 1990. Es falaz, por lo tanto, la pretensión de Javier Herre-
ra Navarro, quien volvió a publicarlas como “inéditas” en 1991).
Barnatán sigue la opinión de autores europeos (Meneses, Pellicer, Bernés, y
otros a quienes no nombra en este contexto) cuando repite que Borges parti-
cipó en la velada madrileña de “La Parisiana”, a fines de enero de 1921 (117). Si
bien plausible, es más probable que Borges no haya participado en ella, a pesar
de que la reseña de la velada aparecida en Ultra de febrero lo mencione. Por
esa época estaba, según mis investigaciones, en Palma de Mallorca, preparán-
dose para una diatriba con un crítico de sobrenombre “Pin”. (La mención en
Ultra se explica porque Borges estaba invitado a la función; el cronista copió la
lista de invitados como si hubiese sido la de los participantes.)
En página 127, Barnatán reproduce una cita de Borges: “Un poeta, de cuyo
nombre no quiero acordarme, le entregó un día [a Cansinos] un libro que se ti-
tulaba Música en verso...”. Barnatán no sólo no se toma el trabajo de aclarar al
lector que el título pertenece a una obra del poeta y crítico musical argentino
Mayorino Ferraría, radicado en esa época en Madrid; de haber estudiado el
asunto, habría comprobado que el libro aludido apareció recién a comienzos de
1926, casi dos años después del segundo regreso de Borges a Buenos Aires – a
destiempo, pues, para ser comentado por Cansinos delante suyo. La anécdota
podrá ser verídica, pero, en ese caso, toca a otro poeta o a otro libro, confun-
dido por Borges en el recuerdo, o, cuando más, al manuscrito del libro de Fe-
rraría antes de su impresión. Barnatán pierde también ocasión de mencionar