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Primera Parte

Tatiana Lobo
"Hasta que los leones tengan su propio historiador, las historias de cacería
seguirán glorificando al cazador."
Proverbio africano
EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS
"Comencé a distinguir el brillo de los ojos bajo los árboles... Los huesos negros
reposaban extendidos a lo largo... Los párpados se levantaron lentamente, los ojos
sumidos me miraron, enormes y vacuos, una especie de llama blanca y ciega en las
profundidades de las órbitas..."
Josef Conrad. El corazón de las tinieblas.
Meses después de comenzar a leer los expedientes sobre los esclavos de la
Colonia recordé esta frase de Conrad en uno de sus libros más aterradores. A
medida que mis apuntes, resúmenes y transcripciones llenaban cuadernos, tuve la
sensación de que, por más que investigara, las tinieblas que rodean a los esclavos
negros de la provincia española de Costa Rica nunca recibirían suficiente luz:
llegarle al corazón es imposible, porque la historia la escriben los vencedores. La
verdad histórica, en su origen mismo, nace abortada.
¿Cómo recrear los hechos de las vidas privadas y alcanzar la concretidad de lo
cotidiano, cuando los protagonistas no nos dejaron reportes ni crónicas, ni diarios
de vida, ni biografías ni la más mínima reseña? ¿Cómo interpretar la documentación
escrita por la pluma falsificadora del amo?
Tampoco la lectura de la legislación que regulaba y normaba el sistema esclavista
merece credibilidad. AI contrario, las leyes despiertan muchas reservas porque
dejan grandes interrogantes sobre si se aplicaron o no y en qué medida se violaron
o se hicieron respetar.
Viajar al corazón de las tinieblas tiene, además, el inconveniente de que no siempre
lo que parece, es. Porque ocurre que muchas veces el final que el escribano registra
en un documento no es el verdadero final de la historia particular sino que este se
encuentra en otro expediente que no guarda relación con el primero. La
investigación, entonces, se hace tan azarosa como la compra de un billete de lotería
y la verdad de lo ocurrido —siempre parcial—, un asunto de olfato y buena suerte
más que de estadísticas.
Aceptada toda duda por parte del lector, pues en este tema todo está por
investigarse, presentamos este libro como una tímida aproximación de lo que fue la
vida cotidiana de los esclavos durante la Colonia, la vida de esos negros cuyos
descendientes somos todos nosotros. Porque América entera, le guste o no a
quienes alardean de pálidos blasones de hidalguía, se amasó con tres grandes
troncos: el indígena, el europeo y el africano. Identidad en proceso, inacabada e
inconclusa, tanto más traumática y confusa cuanto que ha sido, sistemáticamente,
deformada por la historia oficial.
Tatiana Lobo W.
Historia de la esclavitud en América
"La identidad no es una pieza de museo, quietecita en una vitrina, sino la siempre
asombrosa síntesis de las contradicciones nuestras de cada día."
Eduardo Galeano. El Libro de los Abrazos.
El dominio que un hombre ejerce sobre otro, la apropiación de vidas ajenas para el
propio y egoísta beneficio, ha tomado —y toma— muchas y muy diversas formas.
Pero nunca ha sido tan regular y sistematizada, ni alcanzó formas más brutales ni
cifras tan altas, como entre los siglos XV y XV11I, coincidiendo con la conquista y la
colonización de América. Lo que inicialmente fue una forma de sacar provecho
económico a los cautivos de guerra, se convirtió, en estos siglos, en un vulgar
secuestro acompañado de asesinato. Ni las ideas humanistas del Renacimiento ni
el racionalismo que le siguió, pudo neutralizar la más irracional deshumanización
que registra la Historia.
La esclavitud fue el sistema que Europa necesitó para sus fines expansionistas.
Convertida en norma de lo cotidiano, la aberración fue justificada con el racismo. Y
el cristianismo la legitimó con sus eternas excusas misionales: había que salvar el
alma de los salvajes africanos, como había que rescatar al indio para la vida eterna.
Mientras, el cristianísimo y blanco europeo la pasaba de maravillas, aquí en la tierra,
acumulando oro a fuerza de sudor y sangre morena.
La esclavitud, en tanto sistema, fue introducida por los romanos en Europa
occidental, para obras de ingeniería, construcción de puentes y acueductos, más
que para labores agrícolas o servicio doméstico. Al retirarse los romanos,
posteriormente, con la presencia de los moros en la Península Ibérica, se revitaliza
el régimen esclavista. En el siglo VIII aparecen las Siete Partidas de Alfonso X el
Sabio, que constituyen un código basado en la legislación romana y en las leyes
islámicas para regular y normar las relaciones entre amos y esclavos, sus deberes y
derechos. De manera que cuando los portugueses introducen los primeros esclavos
negros africanos en España, en 1441, ya existía un cuerpo legislativo. Las Siete
Partidas contemplaban, entre otras cosas, que el amo no podía matar a su esclavo
porque no era dueño de su vida, excepto si lo encontraba, en el lecho, con su
esposa o su hija.
Ni durante el imperio romano ni durante el tiempo que los moros ocuparon la
península, la esclavitud tuvo "color": prisioneros de guerra de piel clara o de tez
oscura, esclavos cristianos o mahometanos, formaban parte de la vida doméstica
cotidiana peninsular. Los hombres y mujeres esclavizados de uno y otro bando
podían tener acceso a puestos importantes, tal el caso de algunas españolas en los
serrallos (la hubo que estuvo a punto de ser sultana). Lo mismo ocurría con los
moros en manos cristianas, que si no llegaron a reyes sí formaron parte de la
nobleza castellana y andaluza. En la Edad Media la esclavitud era concebida como
una más de las desgracias de la guerra, pero todavía no se la identificaba con un
determinado tinte de piel. Aún en el siglo XVI el racismo contra los negros no
desataba su virulencia; Otelo, el Moro de Venecia, no era objeto de menosprecio ni
por su autor, ni por los espectadores del teatro isabelino.
El racismo contra Ios negros es, entonces, una consecuencia del sistema
esclavista, y no al revés. Había que justificar el sistema y el racismo fue la piedra
angular que legitimaba el secuestro, la violencia, la explotación y el crimen.
Junto con los primeros conquistadores llegan a América los primeros negros,
nacidos en Andalucía, como criados de los españoles; son sirvientes domésticos.
Pero, a partir de Colón, se instaura en el continente una novedosa forma de
esclavitud, la de los indígenas, encubierta bajo el eufemismo de encomienda, tan
despiadada, que hace a fray Bartolomé de Las Casas solicitar que su fuerza de
trabajo sea reemplazada por negros africanos. Para comprender a de Las Casas,
hay que entender que, para él, la esclavitud doméstica de los negros era algo muy
familiar. No hace falta recordar que la aberración más espantosa, cuando se
convierte en práctica cotidiana, termina por parecer "normal". Poco tiempo después,
el dominico se arrepintió de su propuesta, aunque tarde, ya la inmensa maquinaria
era indetenible. Alrededor de veinte millones de personas fueron arrebatadas con
violencia de sus hogares en Africa. Casi la mitad pereció en la travesía, millones de
ellos murieron por las más crueles condiciones de trabajo, miles perdieron la vida
luchando por su libertad. En menos de dos siglos la codicia europea había
despoblado dos continentes enteros.
La esclavitud fue un sistema que tuvo sus singularidades según la geografía donde
se aplicaba. No fue lo mismo el negro en España que en sus colonias americanas;
las plantaciones de caña y la explotación minera marcaron la diferencia. Si los
métodos para la cacería y el tráfico de carne humana fue el mismo el trato a los
hombres y mujeres esclavizados no fue igual. Por ejemplo, la Corona Española
tenía una legislación tradicional, Inglaterra no la tenía. El español debía cumplir con
una moral definida y controlada por la jerarquía de la Iglesia Católica Romana, en
cambio el protestantismo anglicano permitía una mayor libertad para que cada
individuo arreglara sus asuntos de conciencia directamente con Dios. El catolicismo
reconocía la humanidad del negro, sus derechos espirituales, procuraba su
inmediata evangelización y promovía su libertad, al mismo tiempo que justificaba la
esclavitud como autorizada por la Providencia. Para los ingleses, el alma del
esclavo nunca fue motivo de mucha preocupación. Además, estaba el factor
económico; para la mentalidad industrial de los ingleses, la esclavitud era un
sistema capaz de generar utilidades y beneficios al menor plazo, en el que el
acortamiento de la vida del esclavo por sobreexplotación no afectaba las ganancias,
toda vez que se le podía reemplazar por otro. España nunca desarrolló,
exceptuando los ingenios azucareros, una industria agrícola notable, y el esclavo
significaba una inversión monetaria que lo convertía en un capital en sí mismo, cuya
vida productiva era mejor alargar.
Que había algunas ventajas para los negros en los territorios bajo dominio español
lo prueba el hecho de que muchos esclavos procuraban escapar de sus amos
británicos para pasar a las colonias españolas. La Corona aprovechó esta
circunstancia para ofrecer la libertad a quienes buscaran asilo bajo su bandera, en
un intento por sabotear la economía de su competidor en las exportaciones de
productos agrícolas a Europa.
LA LEGISLACIÓN ESPAÑOLA
Las Siete Partidas prohibían al amo matar al esclavo o castigarlo con
derramamiento de sangre, con lo que se reconocía la humanidad de este. Pero el
reconocimiento de su humanidad acababa ahí. Toda la riqueza que el esclavo
produjera o generara le pertenecía al amo. El hijo heredaba el status de la madre,
era esclavo si su madre lo era, aun cuando el padre fuese libre. El esclavo del
español era un ser humano reducido a cosa, puesto que no podía disponer de bien
alguno, carecía casi totalmente de derechos civiles y políticos, sus lazos familiares
no eran respetados y la familia podía ser vendida por separado. Al comprar un
esclavo, el español adquiría su cuerpo de por vida.
Las Siete Partidas no sufrieron grandes modificaciones durante la Colonia, pese a
las numerosas cédulas reales que, sobre los esclavos, emitía la Corona. La más
famosa de estas cédulas, el llamado Código Negro Carolino, de 1784, influido por
los sucesos políticos de Francia que conmovieron a Europa, parece que nunca se
aplicó, por la oposición de los grandes hacendados de los ingenios azucareros en
Cuba. El Código Carolino contemplaba la jornada de doce horas de trabajo, con
interrupción de dos para el descanso; alimento y vestuario igual al de los hombres
libres, adoctrinamiento religioso, y condiciones decentes de vivienda, incluida una
enfermería. El Código prohibía el trabajo a los menores de 16 años y los mayores de
60, a quienes debía mantener el dueño. Los amos debían entregar listas anuales de
sus esclavos para que las autoridades comprobaran que no había sido muerto
ninguno y los clérigos debían reportar las infracciones y violaciones a la ley. Los
castigos quedaban regulados, hasta el número de latigazos, no más de 25, los que
debían aplicarse "con mano suave".
El peor delito de un esclavo era la fuga. Toda vez que su cuerpo pertenecía al amo,
esta se concebía como el hurto de sí mismo y estaba penada como un vulgar robo.
Una cédula real de 1775 prohibía auxiliar a los cimarrones (fugitivos) con graves
multas para quien lo hiciera. Para el esclavo prófugo que fuese atrapado y que
regresaba sin oponer resistencia, la pena era de 100 azotes. Para el que opusiera
resistencia, 200. Esta sutil hipocresía encubría un hecho muy evidente, que nadie
resiste, con vida, 100 azotes... Y es todavía más sarcástico que se amenazara al
esclavo que intentaba una tercera fuga, con "la pena grave", la muerte. Pero si un
esclavo se fugaba y volvía arrepentido, por su propia voluntad, la promesa era
recibirlo sin ningún castigo. La paradojal y contradictoria mentalidad de la época,
presa entre los ideales cristianos y los intereses económicos, reconoce: "Si los
esclavos se fugan, no es para convertirse en ladrones ni salteadores de caminos,
sino que aspiran a conseguir, por este medio, la libertad."
La libertad definitiva, la abolición del sistema esclavista, llega en fechas diferentes al
continente americano. Muchas voces se alzaron en su contra pero la verdadera
razón de su eliminación no fue tan humanitaria; las ideas abolicionistas logran
triunfar cuando al capitalismo industrial le resulta más ventajosa la mano de obra
asalariada que mantener a Ios esclavos con sus familias completas. Y llega también
cuando a las colonias europeas en Africa ya no les interesa continuar despoblando
el continente.
EL TRÁFICO NEGRERO
El negocio de carne humana no fue privativo de los europeos. También los negros
africanos comerciaron con negros, los que vendían a los tratantes europeos. Pero
no cabe la menor duda de que sin el dinero de los blancos el tráfico negrero jamás
se hubiese dado. Los barcos traficantes llegaban a las costas africanas cargados de
barras de metal, armas, pólvora, artículos de bazar, aguardiente, sin faltar las
cuentas de colores. Así comenzaba el trueque. Los reyes de lugares como Costa de
Marfil ya tenían almacenada su mercadería humana en las factorías. Los europeos
no solían arriesgarse a los peligros de la cacería en el corazón de las selvas
africanas, tarea que dejaban para sus intermediarios costeros. Patrullas de
guerreros negros se internaban a capturar sus presas, las que conseguían por
medio de la violencia y el asalto, no sin resistencia por parte de los secuestrados.
Duras y cruentas luchas, con cuantiosos saldos de muertos, llevaban a cabo
hombres y mujeres para evitar su captura. Una vez en las factorías, comenzaba lo
peor del calvario. El traficante europeo pagaba por su mercancía y recorría uno y
otro puerto de embarque hasta completar la carga en sus bodegas. Encadenados,
sujetos a espantosas condiciones, la humanidad negra comenzaba su larga
travesía por el Atlántico. Las condiciones del infame transporte son indescriptibles.
Como bollos de pan en azafate de panadero, alineados uno junto a otro en bandejas
superpuestas que a veces alcanzaban la increíble altura de solo cuarenta
centímetros, sacados a cubierta un par de horas al día, si el tiempo lo permitía, eran
pocos los que conservaban la vida. Algunos, desesperados, preferían la voracidad
del tiburón a la del hombre blanco y se arrojaban al mar al menor descuido. Los
moribundos, los débiles, los enfermos, eran lanzados por la borda sin
contemplaciones, por sus mismos captores que ya no veían un buen negocio en
ellos. Se calcula que alrededor del sesenta por ciento llegaba con vida a los grandes
centros negreros americanos: en el Caribe, La Habana y sus abastecedores
Jamaica y Barbados; en tierra firme, Portobelo.
Los que lograban sobrevivir al horror, a grilletes y cadenas, a collares de metal y
bozales —que les producían terribles heridas durante las tempestades—, sin poder
moverse, atados unos a otros para evitar las fugas y los suicidios, eran sometidos a
una cura de embellecimiento y engorde, alimentados, bañados y embetunados con
aceites para hacerlos parecer más atractivos, saludables y vigorosos, al posible
comprador. Después de un periodo de "aclimatamiento", comenzaba la distribución,
la venta, los remates.
Desde el siglo XV, el monopolio esclavista estuvo en manos de los portugueses.
Después, la Corona Española salió de algunos compromisos políticos otorgando
concesiones, llamadas "asientos", a empresas negreras de otras nacionalidades.
Después del monopolio portugués, que duró hasta el siglo XVII, el asiento
más-importante fue el de la Compañía Real de Guinea, concedido a los franceses
entre 1701 y 1710, que quebró. Como resultado del tratado de Utrecht, en 1713, el
monopolio lo obtuvieron los ingleses con la Compañía Real de Inglaterra que trabajó
hasta 1750 creando muchos problemas a los españoles por irregularidades en el
cumplimiento del contrato, y por favorecer el comercio ¡legal. Los portugueses
volvieron, en 1759, y compartieron el negocio de carne humana con el pequeño
asentista español, como la marquesa de Valdehoyos, para el Caribe. La Compañía
Gaditana se mantuvo conjuntamente con los negreros en pequeña escala y el
tráfico se mantuvo próspero hasta 1769, año en el que comenzó a decaer en la
región centroamericana. La Gaditana resurgió, con accionistas franceses e ingleses
para terminar sus días en 1779.
Lo que iba en camino de convertirse en una transnacional esclavista, se debilitó
porque, al entrar el siglo XIX, comenzaba a ser más lucrativa la mano de obra
asalariada. Además, los movimientos emancipatorios de las colonias españolas
inspirados en la Revolución Francesa, y los alzamientos de esclavos que veían
acercarse los tiempos de su liberación, condujeron, gradualmente, a la extinción de
la trata y, finalmente, a la abolición del sistema.
Pero no todo el tráfico negrero tuvo carta de legalidad. El comercio con patente de
corso, la piratería y el contrabando, comprenden, muy probablemente, el volumen
mayor. Barcos de bandera inglesa recorrían la costa atlántica compitiendo con
piratas españoles y portugueses, con corsarios franceses, holandeses, daneses y
hasta noruegos. Para muestra, un botón: en 1710 un barco danés, con setecientos
negros bozales, encalló entre bahía del Almirante y Gandoca. Alertados, españoles
y franceses se unieron para capturar la valiosa carga y castigar a los osados. Pero
los esclavos, náufragos, lograron huir, algunos en dirección a Marina donde fueron
capturados por los soldados del fuerte de San Fernando. Perseguida, la tripulación
danesa escapó hacia las montañas arrastrando, consigo, piezas completas de sus
naves. Quizás, algún día, como producto de este singular episodio, aparezca, ante
los ojos sorprendidos de un arqueólogo, un mascarón de proa con la figura de una
rubia sirena en lo más denso de las selvas de Talamanca.
La aventura de los daneses motivó la visita, a Cartago, del Administrador de la
Compañía de Guinea, quien viajó desde Panamá para indagar acerca de la venta
fraudulenta que estaban haciendo los españoles de Matina con los esclavos
capturados del naufragio y para reclamar su importe, pues al ser ilegales, se
sobreentendía que pasaban a pertenecer a la compañía francesa, con el porcentaje
obligatorio para la Corona Española. Pero el francés se estrelló contra la habilidosa
matrafulería de los cabildantes de Cartago y su viaje tuvo pobres resultados.
La esclavitud en Costa Rica
"Los esclavos no pueden aparecer en juicio contra su amo, por reputarlos por
enemigos necesarios."
Resulta intrigante por qué la esclavitud en Costa Rica ha sido tan ignorada por los
investigadores, rio es inadecuado afirmar que, en muchas ocasiones, ha sido
tergiversada voluntaria y maliciosamente, disminuyendo, el investigador, el número
de esclavos, restando importancia a la participación de estos en la economía y
presentando al amo con apariencia paternal y bondadosa para disimular el
verdadero trato que les daba. ¡Todo con tal de sostener el mito de la democracia
rural!
La realidad es otra. Así como hubo indios encomendados, exterminados por la
violencia y por la sobreexplotación de su fuerza de trabajo, hubo también negros
africanos sometidos a igual trato. El negro, además de formar parte importante de
las raíces étnicas del costarricense, trabajó en los cacaotales, en la ganadería, en
las tareas urbanas, construyó caminos, levantó casas e iglesias, desarrolló el
comercio, la agricultura y la exportación de ganado mular: la negra fue ama de
llaves, criada y partera, amamantó y crió a los hijos de su ama, curó las dolencias
del blanco, lo alimentó y lo atendió en la vejez, cosió su ropa, tejió sus telas, fue su
amante y, como luego veremos, también la madre de sus hijos. El africano, con su
sangre, su trabajo y su ingenio, contribuyó a forjar la sociedad costarricense y como
tal debe ser reconocido en todos los textos de historia de la nación.
El tráfico negrero en Costa Rica fue intenso, .según se desprende del material
fichado en el AMCR. Alrededor de 2.000 transacciones legales, algunas de ellas por
venta del mismo esclavo y otras por más de diez esclavos, dan cuenta de la práctica
esclavista. Lo que es incuantificable fue el tráfico ilegal, el que se hacía en Marina
con los piratas ingleses y sus socios, los zambos mosquitos. La esclavitud en la
Costa Rica colonial fue, sin duda, un rubro importante en la economía de ese
periodo. La única mano de obra posible cuando ya la población indígena estaba casi
extinguida.
Los esclavos, además de dar status social a sus amos, podían ser rematados,
heredados, vendidos, hipotecados, alquilados, jugados a los dados y naipes, etc.
Las mujeres, además, servían de amantes ocasionales, "prostitutas" a las que no
era necesario pagar, que además se tenían a mano, en la propia casa. De las
esclavas se obtenían "crías", las que, a su vez, también significaban un buen
negocio.
Es difícil imaginar la vida de los hombres, mujeres y niños esclavos de Cartago,
porque los documentos que hablan sobre ellos no están escritos por ellos. Su
ocupación estaba, fundamentalmente, en los cacaotales de Matina, en las
haciendas ganaderas de Bagaces, en los establos de muías, en milpas, frijolares,
trapiches, en el comercio y en las casas, en donde se generó el término de "criado",
que luego se hizo extensivo a todo el servicio doméstico.
El ideal cristiano y católico valoraba la libertad y se entendía que el esclavo la
quisiera. Se le daban facilidades para que pudiera comprarla al mismo precio en el
que el amo lo adquirió, otorgándole el derecho a acumular el dinero necesario con la
venta de su fuerza de trabajo, en sus pocos ratos libres o permitiéndole hacer su
propio comercio en pequeña escala. También se le daba carta de libertad
(manumisión) por otras razones; en los testamentos, para salvar el alma del
testatario con una buena obra; cuando eran hijos del amo y este tenía escrúpulos de
conciencia; por afectos particulares; en retribución a buenos servicios, a mujeres
dóciles en el lecho, o alguna vez por enamoramiento. Pero, por lo general, se
liberaba al esclavo cuando este estaba muy viejo e impedido —a pesar de que la ley
lo prohibía— y se había convertido en una carga económica para el amo, esto es
cuando ya era inservible. Existía también una especie de libertad condicional, que
consistía en darle la libertad siempre y cuando acompañara a su amo hasta la
muerte de este.
Entre las ocupaciones del esclavo resultó muy frecuente su alquiler como jornalero,
cuando sus dueños eran mujeres españolas viudas o solas que no tenían otro
ingreso. Y también era frecuente enviarlo a transacciones de contrabando con los
piratas ingleses y los zambos mosquitos, que con tanta asiduidad llegaban a
Matina. Era cosa corriente que los esclavos compraran otros esclavos para sus
amos.
Curiosamente, se devaluaban conforme se aclaraban. La rápida mezcla con
españoles e indios condujo a mulato o pardo y luego a blanco, según reportan los
documentos de la época. A finales del siglo XVIII, los esclavos se han blanqueado.
El esclavo blanco era más barato que el negro quizás porque la piel clara, además
de borrar el signo exterior de la esclavitud, era señal de muchas generaciones
criollas, lo que lo convertía en menos sumiso que el aterrorizado negro bozal, a
quien acababan de arrebatar de su casa y de su pueblo. El blanqueamiento también
disminuía la resistencia física frente a la malaria y a otras enfermedades
abundantes en el trópico.
También se depreciaban cuando sufrían mutilaciones o enfermedades. La siguiente
es una lista de dolencias de esclavos "en baratillo". (La expresión es cruel, pero es
la que cabe):
-quebrado por los supinos
-con dos dientes y un colmillo menos
-entumido de las rodillas
-con el pescuezo quebrado
-vieja, quebrada y tuerta
-quebrado de una ingle
-rayado en la cara
-lisiado del brazo izquierdo
-con una quemadura antigua desde la olla de la garganta -llena de bubas
reventadas e imposibilitada de andar.
-lisiado de pies y manos
-lisiado de los brazos
Ninguna de estas enfermedades parece natural y fueron producto del trato bárbaro
recibido por parte de los traficantes, de las dramáticas condiciones del viaje, o de
sus mismos amos.
Con respecto a las marcas a fuego de los asientos negreros y las que el rey—o los
amos— solía imprimirles para distinguirlos como de su propiedad, el infamante
"carimbo", hemos recogido estas:
-tatuado con la marca de Guinea -marcado en el hombro derecho -marcado en la
espaldilla izquierda
-marcado en el pecho derecho con la P coronada de la Real Contaduría de
Portobelo, y en la espaldilla izquierda con la que usa el Asiento de la Real
Compañía de Inglaterra.
Las características de salud, prestancia y fortaleza aumentaban el valor, así como
una cara poco agradable ("malagestado") podía ser motivo de un precio "con
descuento". Se llamaba "pieza de indias' al esclavo que tenía una estatura superior
a 1 metro 80 centímetros, y la expresión posiblemente se debe a que, en algún
momento, se les cambiaba por cierta cantidad de algodón tejido. Las "piezas" eran
las más codiciadas.
El lenguaje que solía usarse era el mismo empleado para la ganadería: crías,
hembras, cabezas, machos, etc. La expresión "negro bozal" se refería a los negros
recién sacados de Africa y proviene del bozal que solía colocárseles para que no
mordieran cuando, inmovilizados, intentaban defenderse.
En Cartago, los remates solían efectuarse en la plaza real, en los corredores del
cabildo, después de efectuado su avalúo y fijado un precio base para la puja. Los
avaluadores tomaban en cuenta todas las particularidades físicas. Las siguientes
son algunas descripciones que aparecen en nuestros archivos:
• José María, 3 años, color cariblanco, pelo lacio no muy negro, narigón, de
fisonomía delgada.
• Juan José, 18 años, de regular estatura, color prieto amulatado, nariz roma, ojo
redondo y pequeño, pelo crespo, cargado de ceja.
• Miguel Bonilla, alto, azambado, lampiño, pelinegro crespo, ojos virados y talones
grandes.
• Josefa Carazo, 30 años, pelo crespo, color rojo, baja y gruesa.
• Negrita bozal, pantorrilluda y muy jetona.
No cabe duda de que los españoles y los criollos tenían una idea muy clara acerca
de la verdadera naturaleza de la esclavitud. No se engañaban y, en el fondo,
mantenían el criterio medieval de que la esclavitud era una desgracia. En la primera
quinta parte del siglo XVIII, una distinguida dama de Cartago, doña Agueda Pérez
de Muro, lo resume en una frase muy esclarecedora. Al verse involucrada en una
denuncia que, por contrabando, le hacen dos esclavos suyos, quienes la llevan ante
los tribunales, alega en su defensa:
Los esclavos no pueden aparecer en juicio contra su amo, por reputarlos por
enemigos necesarios.
Pero esta conciencia acerca de que la injusticia del régimen esclavista no podía
engendrar sino enemigos, no eliminó el sufrimiento ni los abusos. Puede ser que la
esclavitud fuera más tolerable en manos españolas que en manos inglesas, pero no
por eso dejó de ser un sistema repleto de atrocidades, en el que la persona carecía
de los más elementales derechos humanos, que no disponía de bienes materiales,
ni siquiera de su propio cuerpo, y que no podía protestar cuando le arrebataban a
sus hijos, vendidos estos a veces antes de nacer.
En Cartago también hubo poste para los azotes y cárcel para los díscolos. No hay
que olvidar esto, aunque, a veces, las ventas de los esclavos tomaran la aparente
respetabilidad de un aviso matrimonial:
Juan Manuel, de color blanco, altura proporcionada, ojos negros, pelo lacio y negro,
ño padece mal de corazón, gota, ni otro accidente ni enfermedad pública ni secreta,
ño es prófugo, ladrón, borracho, ni tiene otro vicio...
Estamos a comienzos del siglo XIX, los esclavos ya no son negros. Juan Manuel es
blanco, nació en Cartago, y quizás no tiene la menor idea de dónde queda Africa.
Entre sus abuelos hay más de un hidalgo que abusó sexualmente de su esclava
mulata. Han pasado los siglos, Juan Manuel ya no es negro, pero costó 300 pesos.
El que lo compre, quizás lleve el título de don pero tenga la piel más oscura que
Juan Manuel; el dinero blanquea... La esclavitud ya no necesita justificaciones
externas. Volvemos al principio del sistema, ¡los esclavos pueden ser de cualquier
color. El régimen esclavista se ha quitado la careta, lo que interesa es la fuerza de
trabajo, sea cual sea el tono de la piel. ,
Pero el racismo que sirvió de legitimación a la encomienda y a la esclavitud no
desapareció. Ahora, finalizando el segundo milenio, recrudece bajo sus formas más
inhumanas y crueles. Por tal razón es necesario aclarar que las palabras indio,
blanco, negro, mestizo, pardo y mulato serán utilizadas, en el presente trabajo,
solamente con un sentido histórico y para mejor explicar la posición que cada uno
de ellos ocupó en el estamento colonial. Otras expresiones —como trata negrera,
tráfico negrero, etc. — se usarán solamente por su abundancia en todas las fuentes.
LOS ASILADOS
"Luego que les nombré habitación, en voz alta dijeron !Viva España ¡"
Los primeros asilados políticos que recibió Costa Rica fueron esclavos negros y
mulatos escapados del dominio británica!. Es imposible saber cuán frecuente fueron
estos asilos por la falta de documentación. Los pocos casos que están registrados
hacen sospechar que el intento de buscar refugio en las colonias españolas existió
como norma en el área insular y continental del Caribe. El pequeño puerto de
Marina, con el Fuerte de San Fernando, quedaba al alcance de la isla de San
Andrés y no tan lejos de Jamaica, enclavado en un punto de la costa atlántica
relativamente aislado de la ruta de navegación usada por los ingleses. Estos no
tenían asentamientos en el litoral costarricense, quizás por la cercanía con
Portobelo, ciudad fuertemente resguardada por los españoles, por ser el centro de
las rutas comerciales entre Europa y América del Sur, lugar de arribo y salida de las
flotas de galeones, famoso por sus ferias y bocado muy apetecible para la voracidad
corsaria. El Fuerte de San Fernando tuvo su importancia porque estaba situado
entre Portobelo y la franja nicaragüense ocupada por ingleses y piratas zambos
mosquitos.
En aquellos años, la comunicación entre las Antillas Mayores y Menores era
constante: balandras, fragatas, goletas, veleros de todo tipo y precarias piraguas,
surcaban las tibias aguas con todas las banderas y todas las intenciones. Pacíficos
comerciantes, terribles corsarios como Drake, Morgan y Mansfield, naves de
guerra, contrabandistas, barcos negreros, bucaneros y aventureros de toda laya y
colonos ingleses, franceses, españoles y holandeses que se trasladaban de
residencia, pululaban en un hervidero fácil de imaginar. De manera que la voz de
que la Corona Española ofrecía la libertad a todo esclavo que escapara de los
territorios ingleses para buscar asilo bajo su estandarte, corría como la pólvora, de
isla en isla y de costa a costa.
¿De qué escapaban los esclavos cuando huían de sus amos ingleses para buscar
asilo en los territorios españoles?
Según un informe de Henry Coor, en Jamaica el azote "era aplicado en el campo
más o menos durante todo el día". Un viajero. Charles Wesley, describe el trato que
recibían los negros y los mulatos en una plantación de azúcar, en 1730: "Me visto
sus cuerpos tintos en sangre, la piel desgarrada de sus espaldas... ají picante y sal
frotados en sus heridas, y laca derretida gota a gota aplicada a su cuerpo". Un
pastor bautista denunció, en Londres: "Estaban sometidos al castigo en todo
momento, con varios instrumentos de tortura legalizados: el cepo común, el tornillo
de presión, el collar de hierro, el yugo, el bloque, el aparejo y el látigo". Y un
misionero moravo resumió así lo que vio en Jamaica: "No hay una sola noche en
que no se escuche el chasquido del látigo y los gemidos de las víctimas."
Desgraciadamente, en Costa Rica no hubo viajeros ni cronistas que dejaran
descripciones sobre el trato que, en Cartago, se les daba a los esclavos. Pero es
presumible que fuera mejor que el que recibían en Jamaica. Además de la promesa
de libertad, un trato mejor impulsaba a los esclavos de los británicos a buscar cobijo
bajo la bandera española, Este mar Caribe, hoy tan lleno de tablas de surf, conoció,
en otros tiempos, las increíbles hazañas de quienes se arriesgaron entre tormentas
y tiburones, como tripulantes de frágiles piraguas, a veces con solo sus harapos y
un botellón de agua dulce por todo equipaje, detrás de la soñada libertad.
Para los vigías del Fuerte de San Fernando quizás no era un espectáculo extraño
ver diminutas barquichuelas tomando tierra, en procura de asilo. La duda de que
fuesen zambos mosquitos disfrazados de esclavos fugitivos solo era resuelta
después de un exhaustivo interrogatorio. Al menos así consta en los dos casos que
se seleccionaron para ilustrar estos episodios.
LA NEGRA MARINERA
Grande fue la alarma de aquel vigía pardo cuando avizoró un bote alcanzando la
playa de los alrededores del río Matina. Su temor de que fuera una incursión de los
piratas mosquitos no desapareció cuando vio desembarcar un bulto grande y otro
pequeño, que se arrojaron, agotados, sobre la arena. Después de avisar a sus
compañeros más cercanos, el vigía se acercó cautelosamente para verificar que no
era el temido enemigo, y fue mayor su sorpresa al ver que se trataba de una negra y
de una mulatita de pocos años, las dos aterrorizadas y en lamentable condición
física, flacas y extenuadas. Se trataba de una mujer joven con una niña de unos seis
años. El vigía esperó a que llegaran refuerzos y después condujo a la negra y a la
niña a presencia del Teniente del Fuerte de San Fernando.
Era el 11 de febrero de 1770.
El Teniente las recibió y de inmediato mandó correo a Cartago, al gobernador Juan
Fernández de Bobadilla, informándole que le estaba enviando a madre e hija, bajo
la custodia de uno de sus hombres, Trinidad Montoya.
Al llegar las fugitivas a la ciudad, el Gobernador hizo traer a un intérprete que
hablaba inglés para interrogar a la mujer, una negra bozal. El intérprete, de nombre
Antonio, tradujo la increíble aventura de la negra:
...salió del paraje nombrado Brufü (sic) embarcada en una piragua pequeña ella y su
hija, con destino a tierra de cristianos, resuelta a aprenderla ley de Dios y tomar
agua de bautismo. Que logró hacer fuga porque murió su amo que era un inglés
nombrado Fedrid (sic), y que dilató, navegando, 15 días hasta que logró llegar a la
boca del río de Matina de esta gobernación, en donde, por venir de costa a costa,
aterrada, logró saltar a tierra y habló con los vigilantes que se mantienen en guardia
en dicha boca...
Esta es la escueta reseña de la odisea de una negra que robó un bote y navegó
desde Bluefields hasta Matina. De cuáles peligros afrontó, de cómo logró robar el
bote, del hambre, la sed, de sus miedos, del buen o mal tiempo, de su preocupación
por la niña, nada de esto interesó al Gobernador. Le preocupaba mucho más
averiguar sobre la posición del enemigo inglés, que la osadía, el valor y el arrojo de
una negra esclava.
Interrogada sobre la posición de los ingleses en Bluefields, la negra dijo:
hay algunos ingleses pero no tiene presente cuantos, y que hay algunos moscos
mestizos y dos ingleses ricos, llamados el uno Fateri (sic) y el otro Enajil (sic), que
cada uno tiene una hacienda de árboles de cacao, grandes, que están arriba del río
de Bruñí, que no tienen muchas armas, que hay unos pedréos sobre un cerro y
abajo unos cañones grandes... y que hoy tiene este armamento un inglés llamado
Marquías (sic)...
La prófuga contó todo lo que sabía de Bluefields y de ciertas intenciones que, había
oído, tenían los mosquitos de penetrar hacía la costa del Pacífico de Nicaragua para
robar plata.
Cualquier duda que pudo tener el Gobernador sobre la sinceridad de la negra,
quedó disipada por el informe de Trinidad Montoya, quien "tiene observado que
dicha negra no encierra malicia y antes ella le parló venía con deseos de ser
cristiana."
La negra, pues, no es una avanzadilla de los piratas mosquitos, ni tampoco una
espía del enemigo. Es una fugitiva que pide asilo y este se le concede pero no se
hace ninguna mención, en el documento, de cumplir las promesas reales de darle la
libertad.
No se habla de liberarla, pero sí de evangelizarla. Y como la doctrina cristiana, en el
caso de mujeres, se impartía en casas privadas, es posible que la negra, cuyo
nombre no se consigna, haya pasado a "criada" de algún español hidalgo bien
conectado con la gobernación, y que su pequeña niña, la mulatita de padre inglés,
por la que se lanzó a la aventura incierta de navegar tan larga distancia, pasó al
servicio de una dama española.
Esto, en el mejor de los casos, porque lo usual cuando había esclavos sin dueño,
era que pasaran a propiedad del fisco, quien los remataba de inmediato para
ingresar el dinero en la caja real. Y no era costumbre vender madres con sus hijos,
juntos. Se les sacaba mejor precio si se vendían por separado.
PRIMEROS FUNDADORES DE SAN JOSÉ
En una piragua de 10 varas de largo, con siete remos, aparecieron, cerca del Fuerte
de San Fernando, en la boca del río Matina, un día de octubre de 1744, diecisiete
esclavos fugitivos de la isla de San Andrés, por entonces bajo el dominio británico.
Estos esclavos que hablaban inglés, se cuentan entre los primeros pobladores de
San José.
Cuando el gobernador, Juan de Gemmir y Lleonart, recibió la noticia con un correo
expreso que le envió el comandante del Fuerte, se puso muy contento. Diecisiete
esclavos era una cantidad considerable de fuerza de trabajo escamoteada al
enemigo. El informe del comandante decía lo siguiente:
El día 12 del corriente, como a las 10 del día, se divisaron dos personas hacia la
boca del Suerre, haciendo señas de llamada... Incontinente despaché seis hombres
bien armados... y habiendo llegado cogieron uno de los dos bultos... que salió ser
mujer, la que venía como embajadora de 16 personas que estaban a bordo de una
piragua, y dijo que salían de un paraje que se llamaba Santover (sic)... Quería ella y
los suyos ser vasallos de nuestro señor, dándoles libertad y paraje donde vivir
sujetos a las banderas españolas… Lo que oído por mi—dice el comandante—
considerando que 17almas buscaban el premio de nuestra Santa Madre Iglesia, era
una lástima que se perdiesen, le prometí, en nombre de nuestro rey, el ampararlos,
recogerlos y defenderlos de los enemigos que les quisiesen hacer mal. Y oído por la
negra que, aunque holandesa de Curazao, se explica medianamente en lengua
española, me dijo que lo agradecía, primero porque los españoles eran cristianos,
gente de buen corazón y que ella era cristiana. Lo segundo porque los ingleses los
castigaban con mucho rigor.
Y continúa, el comandante:
Viendo que estas gentes se llevan del cariño y agrado, la acaricié y agasajé...
Pero como lo cortés no quita lo valiente, entre caricia y caricia, tomó sus
precauciones. Por si aquellos venían con intenciones piráticas, mandó traer a los
restantes con 18 hombres bien armados y con diferentes órdenes de lo que, en
semejante caso, me pareció ser preciso...
Una vez la milicia frente a la piragua, acompañados por la negra embajadora,
saltaron del bote 5 niños. La piragua, con el resto de su tripulación, fue escoltada
hasta la barra del río, por cuatro canoas en la que iba la milicia armada. Pese a los
intentos del comandante por entablar conversación con ellos, no fue posible porque
solo la negra de Curazao hablaba "castilla", además de una india que venía entre
los refugiados y que "se explicaba algo" porque era de un pueblo de la jurisdicción
de Los Chontales, robada hacía 10 años por los mosquitos.
El grupo estaba compuesto por seis negros y un indio, seis niños varones entre los 6
y los 4 años. Mujeres adultas había seis, dos negras y cuatro indias y dos niñas
pequeñas, una de 5 años y la otra de apenas 3 semanas. El comandante les
procuró lo necesario: ...luego que les nombré habitación, en alta voz dijeron ¡Viva
España! Trajeron sus cajas de ropa de vestir y algunas armas de pólvora y me las
rindieron... Los demás trastes (sic) los dejé para que no discurran que los tiranizo...
Esteban Ruiz de Mendoza, el comandante, aseguró que trataba muy bien a los
refugiados, quienes se deshacían en vivas a España, procurando causar la mejor
impresión.
La noticia fue muy bien venida en Cartago. Se reunieron los notables de la ciudad a
deliberar lo que harían con tanta gente. Finalmente llegaron a la conclusión de que
se les debía instruir en la fe católica y ponerlos a poblar Ujarrás "que fue de indios y
no queda ninguno". Y luego comunicaron al comandante que se dejara la piragua
para uso del Fuerte del San Fernando que redoblara la vigilancia de las costas
porque podía suceder que los ingleses salieran a rastrear a sus esclavos y tomaran
su fuga como pretexto para atacar Matina.
Las armas que traían los prófugos —8 escopetas y 2 sables— pasaron a formar
parte del arsenal de la sala de armas; causó extrañeza la ausencia de la pólvora ya
que venían descargadas. Sus herramientas de carpintería, sierras, azuelas y
hachas les fueron devueltas.
El 25 de noviembre llegaron los asilados a Cartago. Su número había disminuido:
uno murió en Matina y también murió la india que no alcanzó a recuperarse del
parto. La madre de la niña que tenía tres semanas, no resistió el mal camino y dejó
a su criatura huérfana. Esta fue puesta al cuidado de un capitán para que la
continuara amamantando una de sus esclavas. De inmediato se procedió a la
evangelización de todo el grupo. El hecho de que los dos fallecidos y otros que se
encontraban en grave estado de salud ya habían sido bautizados, de emergencia,
por el comandante, indica las pésimas condiciones del viaje y las penurias que
tuvieron que pasar.
Se nombró al intérprete Manuel García para facilitar su adoctrinamiento y para que
pudieran ser interrogados por el Gobernador. (Se debe recordar que, en esos años,
los bilingües eran los esclavos. Los amos solo hablaban castellano). Tomadas
todas estas providencias, el Gobernador pasó a averiguar el lugar de donde
salieron, el nombre del amo, la razón por la que huyeron, cómo robaron la piragua, y
si pasaron a territorio de mosquitos antes de desembarcar en Matina. También le
interesa saber si conocen algún proyecto bélico de los ingleses y de los mosquitos.
El primero en presentar declaración es un negro de 24 años, llamado Lananí —o al
menos así le suena al escribiente que toma nota del interrogatorio— quien dijo
venían de la isla de San Andrés, que era carpintero de ribera, esto es, fabricante de
canoas, que su amo se llamaba Santema (sic), y que el motivo que tuvo para huirse
de su servicio era el mucho castigo que le hacía.
Lananí contó cómo había amarrado a su amo y a la mujer de este, salió al
embarcadero donde lo esperaban los demás, robaron la piragua que era del amo de
la negra María Francisca y navegaron directamente a Marina "porque querían ser
cristianos y vivir entre españoles". Dijo que había escuchado decir a su amo que los
mosquitos y los ingleses pretendían asaltar Marina y que con este fin el Gobernador
de Jamaica había pedido licencia al Rey de Inglaterra para que un tal capitán
Joachim pasara a atacar Coclé y Matina pero agregó que dos balandras inglesas
que habían salido de Jamaica fueron destrozadas por dos navíos españoles.
Buenas noticias para el Gobernador... Sus refugiados son, además, excelentes
informantes y hasta le traen la buena nueva de un triunfo naval para España...
El próximo interrogado, Juanina, casta angola, dijo que había sido esclavo de un
inglés de nombre Estevhan (sic), que su amo lo ocupaba como marinero.
Que el motivo que tuvo para huirse fue el mucho castigo y también porque era
práctico de costa, por haber venido con su amo a comprar cacao en la Boca del
Toro, junto al Escudo de Veragua, y también porque la negra Nana Francisca lo
instó a que, como práctico, se viniese con ella...
Juanina repitió, a la letra, lo mismo que ya había dicho Lana ni, sobre los proyectos
de los ingleses de atacar Matina y sobre el triunfo de la marina española sobre la
británica.
Su hermano Guinza, también esclavo de Estevhan, además de repetir lo anterior,
confesó que con la prisa de huirse les había olvidado la pólvora y por esto traían las
escopetas descargadas. Explicó que habían enrumbado a Matina, porque
la negra María Francisca dijo, ... que habían de venir a Matina por ser tierra de
españoles.
Cada uno de los esclavos interrogados repetía lo que había dicho el anterior, como
si lo hubiesen preparado, conjuntamente, durante la siendo muchacho de 8 a 9
años, lo cogieron los mosquitos, con otros de su misma nación Talamanca, y los
vendieron como esclavos a los ingleses...
El primer inglés que había comprado al pequeño indio robado de Talamanca había
muerto, y su viuda, entonces, se casó con Estevhan. Aquí conoció a María
Francisca, con quien tenía cinco hijos y que fue quien les había aconsejado huir
hacia Matina.
El Gobernador no tenía el propósito de interrogar mujeres "por no multiplicar más
volumen de estos autos", pero no le quedó más remedio que escuchara María
Francisca, autora intelectual de la fuga y además quien había elegido la ruta y el
puerto de desembarque. Ignorar a la jefa de la expedición, en quien todos los demás
habían depositado su confianza, era imposible, así que la llamó. Era la misma
holandesa de Curazao que representó al grupo cuando salió a parlamentar con los
españoles. También esclava de Estevhan y de su mujer Seriet, María Francisca
había colaborado en amarrar a estos y a sus hijos, y en el robo de la piragua. Era
una negra de poco más de 30 años, a quien ocupaban en oficios domésticos,
compañera del indio Tame y madre de cinco hijos, los menores, gemelos. Su
biografía aporta datos interesantes sobre el movimiento de los negros en las
Antillas, y también sobre la inadaptabilidad de los colonos ingleses al clima del
trópico. María Francisca nació en Curazao, en casa de un amo holandés y
"cristiano". Cuando aún estaba pequeña, su ama murió y él se trasladó a Jamaica
donde se casó y al poco tiempo murió. La viuda del holandés la vendió a un inglés
quien estaba casado con una mujer, Seriet, ellos la llevaron a San Andrés lugar en
el que murió el inglés y entonces Seriet se casó con Estevhan.
Esta complicada historia de viudos y de viudas vueltos a casar y a enviudar, motivó
los sucesivos traslados de María Francisca por las islas antillanas. Por qué hablaba
castellano habiendo nacido en Curazao quizás se explique en las raíces del
papiamento. Y la presencia de un holandés "cristiano", es decir, católico, en
Jamaica habría que buscarla en la política europea de ese año.
El Gobernador ha quedado satisfecho con el interrogatorio a los esclavos. Pero no
ha quedado convencido con la propuesta de los vecinos de Cartago de trasladar a
los refugiados a Ujarrás. Finalmente toma la decisión de entregarles tierras en el
valle occidental, más cómodo para ellos por tener tierras en que puedan hacer sus
milpas y sementeras, e inmediatos a una iglesia de ladinos y su cura
Pero estos prófugos que piden asilo no son los primeros. Otros habían llegado
antes, porque el Gobernador pide que estos
... se le entreguen al capitán Juan Carmona, como otros que tiene, que salieron en
la misma conformidad en el año 1737...
(El documento que habla de los que llegaron en 1737 no existe o no es posible
encontrarlo).
En nota fechada el 29 de marzo de 1745, en la Villa Mueva de la Boca del Monte, el
capitán José Cuende reporta que ya ha trasladado al grupo:
pasé a dicho paraje... con el capitán Juan Carmona, ... a donde se hallan poblados
los otros negros, y a estos les señalé paraje de tierras realengas para que se
poblasen... haciendo que todos los días festivos acudan a la iglesia...
La Real Audiencia de Guatemala, consultada sobre el caso, consideró muy caro el
mantenimiento y el transporte desde Matina a Cartago, pero:
por ser negros que vienen huyendo de la tiranía de su amos ingleses y en busca de
nuestra fe católica, en nombre de Su Majestad se les da la libertad.
Hubo tres que no alcanzaron a disfrutar de la ansiada libertad: la india de Chontales,
la otra india recién parida y un negro al que alcanzaron a bautizar con el nombre de
Cristóbal. Este fue enterrado en Matina, otra en Cartago y la tercera en la mitad del
camino. Los demás se asentaron en el valle de Aserrí.
AI MEJOR POSTOR
"Por cantidad tan ynsorvitante es imposible halle quien me compre."
El esclavo era una mercancía con la cual se podía hacer muchas cosas, todas
rentables. La más rentable de todas, quizás, era su venta.
Los remates solían efectuarse cuando los esclavos pertenecían a la Corona y, por lo
general, se trataba de esclavos decomisados por haber sido adquiridos de
contrabando, En cualquiera de los casos, ventas directas o subasta pública, su
precio variaba según la edad y otras propiedades. Los más caros eran aquellos a
los que solía distinguírsele con la característica de "pieza de Indias", esto es
individuos jóvenes y fuertes, de estatura no menor al 1,80 m. El comprador que se
interesaba por uno de menor estatura, si estaba dispuesto a pagar el mismo precio
podía reclamar los centímetros faltantes con un niño pequeño. Al comienzo del
tráfico se les vendía por "tonelada", compuesta de 3 a 7 personas. En nuestros
archivos no hay datos que sugieran ventas por medida, pero sí los hay de niños
separados de sus madres a pocos días de nacidos y hay uno en que la criatura fue
vendida antes de nacer. Los niños pequeños, arrancados bárbaramente de los
pechos de sus madres, eran puestos, por el comprador, bajo los cuidados de una
nodriza, quien se encargaba de amamantarlo el tiempo necesario.
En Costa Rica no se advierte diferencia de precio entre hombres y mujeres y existen
algunos casos en que mujeres de cuarenta años — edad considerada avanzada, no
apta para la procreación— valían tanto como una esclava joven; quizás esto se
debía a su experiencia en el manejo de asuntos domésticos.
Los esclavos más caros eran los que venían directamente de Africa, llamados
bozales y a veces "negros finos". Cuanto más generaciones nacían en América,
menos era la sumisión y más la insubordinación. En cambio, el individuo que
acababa de ser sacado con violencia de su hogar, sometido a la crueldad del
transporte, separado de los suyos, que no entendía ni la lengua, ni las costumbres,
dominado por el terror y la desesperación, bajo el impacto psicológico de su
vulnerabilidad, era más fácil de dominar y más sencilla la tarea de obtener de él todo
lo que se le requería. El mulato o el esclavo blanco, familiarizados con la cultura del
amo y con sus leyes, no dudaban en aprovechar todos los recursos que se le
presentaban, o que él mismo sabía procurase, con astucia y habilidad.
Cuando se le sacaba a remate, era colocado en un lugar público, donde podía
congregarse la gente, de preferencia Ios días festivos porque garantizaban la
concurrencia de muchos compradores. En Cartago solían hacerse en los
corredores del cabildo, frente a la plaza mayor, después de misa. Previamente,
antes de ser expuestos como ganado, se efectuaba el avalúo y su precio se tasaba
según sus calidades y casta. Lugar de procedencia, edad, color, estatura,
musculatura, dientes, estado de salud y marcas eran tomados en cuenta para fijar
su precio. La subasta se anunciaba con muchos días de anticipación, por voz de
pregonero, y con las características de todos los que se sacaban a remate. No solo
se pregonaba la edad y las cualidades físicas, también las morales, cuando se
trataba de esclavos criollos, ya conocidos, y sus especializaciones, si las tenían.
A finales del siglo XVIII los esclavos han devenido en artesanos, carpinteros,
sastres, zapateros, sangradores y hasta músicos.
La esclavitud era un sistema, y, como tal, influía no solo en los amos, también en los
hombres y mujeres esclavizados. Al no tener posibilidades de movilidad social —a
menos que fuesen liberados—, los esclavos asumían las reglas del juego
aceptándolas como naturales. Sabían cuál era el peldaño social que ocupaba, que
no se pertenecían a sí mismos, que podían ser vendidos en cualquier momento, que
sus lazos familiares no eran respetados, y se sometían a este destino porque no
tenían escapatoria. Ciertamente hubo grandes levantamientos de negros, con
héroes de gran talla, pero estas rebeliones se dieron en Haití, Jamaica, Cuba, en
lugares de grandes concentraciones de mano de obra esclava, como la requerida
por las plantaciones de algodón y de azúcar.
En Costa Rica, las fincas de cacao, además de no necesitar mano de obra
numerosa, no se desarrollaron como para crear, en los esclavos destinados a su
cultivo, un movimiento masivo hacia la libertad. La relación entre amo y esclavo se
dio, sobre todo, en el entorno doméstico y esto definió el comportamiento del
hombre y la mujer esclavizados, hacia una mayor tolerancia y aceptación del
sistema, por ser la opresión más sutil y porque permitía la aplicación de astucias
para lograr mejores posiciones dentro de este.
En el caso de la mujer, el lecho del amo podía ser un escalón de movilidad social,
toda vez que los hijos así procreados tenían mayores posibilidades de ser liberados
por su padre, aunque casi nunca se les reconocía, oficialmente, como tales.
En el caso de los hombres, se dieron situaciones tragicómicas como el ilustrativo
episodio que sigue a continuación.
PEDRO SALGUERO QUIERE QUE LO VENDAN MÁS BARATO
El caso de Pedro Salguero es un buen ejemplo de los recursos, a veces
esperpénticos, a los que tenía que recurrir un esclavo cuando quería mejorar su
suerte, lo que hoy llamaríamos "progresar". Pedro había nacido en Cartago, era
mulato blanco y conocía muy bien los tiquismiquis de la ley que favorecían a los
esclavos.
Estamos en 1787. Pedro, esclavo de don Miguel Alfaro y de doña Micaela Lebrón,
acude a las autoridades a denunciar a su amo alegando que este lo hacía trabajar
demasiado, razón por la cual reclama su derecho a cambiar de amo. Lo que quiere
es que lo vendan a otro que lo trate con más consideración:
...y dice que en la casa de sus amos se le hostiliza con un dobladísimo trabajo, tan
incesante y fatigoso que ya se le hace insufrible, y que por esta razón ha deliberado
buscar otro amo que lo trate con más piedad. Y que, en efecto, ha solicitado para
ello a don Lorenzo Guillén, natural del reino de Panamá, comerciante...
Pedro Salguero ya tiene su próximo comprador, se puede decir que lo ha
seleccionado. Salguero es un precursor del obrero que puede elegir a su patrón.
Don Lorenzo Guillén, el amo elegido por Salguero, ya había escrito, formalmente, a
don Miguel Alfaro, comunicándole su interés por comprarlo. Don Miguel estuvo
anuente a vender a su esclavo por la cantidad de 350 pesos plata, libres de escritura
e impuestos.
Pero a don Lorenzo la suma le parece demasiado elevada, y Salguero, viendo que
su venta peligraba, decidido a cambiar de amo y a trasladarse a Panamá, acudió,
nuevamente, a las autoridades, alegando que por cantidad tan ynsorvitante es
imposible halle quién me compre, siendo que soy un mulato que no tengo oficios
que me hagan merecer la expresada cantidad.
Salguero está muy al tanto de cómo andan la oferta y la demanda en el mercado de
esclavos y sabe que su amo está cobrando, por él, más de lo que vale, porque:
en esta provincia—dice— no se ha visto vender esclavo, aunque sea negro fino, ni
de renta sus habilidades, por la expresada cantidad...
Por lo tanto, alega, si su amo ha elevado su precio es porque no quiere venderlo, lo
que es mucha deshonestidad. Para probar que él tiene la razón pide
que se me venda por mi legítimo precio, el que corresponde a mi edad, color y
propiedades, nombrándose, para ello, peritos queme justiprecien...
Pedro Salguero se salió con la suya. Las autoridades aceptaron su propuesta, se
nombraron a los peritos para que lo avaluaran, y estos, después de examinarlo,
dijeron: que el justo y legítimo precio del esclavo es de 250 pesos de dinero, según
la edad, color, aspecto y propiedades de dicho esclavo. Con cuyo tanteo se con
formaron el vendedor y el comprador...
Y conforme también el esclavo, agreguemos. Pedro Salguero, mulato astuto, un ser
humano que se vio en la necesidad de devaluarse para escapar a la
sobreexplotación, consiguió la rebaja que le permitiría obtener un amo más
considerado y un viaje al extranjero. Pero no era su destino viajar a Panamá... Don
Lorenzo Guillén murió antes de hacer sus valijas.
De todas maneras Pedro Salguero consiguió que lo vendieran, ¡y varias veces!
Tuvo tres amos más: Angel Núñez, Manuel Marchena y Juan Francisco Bonilla.
UN NIÑO POR UNAS MULAS
No todas las historias de ventas de esclavos tuvieron visos tan humorísticos, como
el caso anterior. La valoración de estos estaba muy bien encasillada. Una cosa era
el alma, asunto para la Iglesia, y otra su valor de mercado. Vender a un esclavo era
igual a vender una vaca, un caballo... o una mula.
Don Cristóbal Jiménez, vecino de Cartago, acordó, en 1731, cambiarle, al
presbítero don Antonio de Guevara, un niñito mulato de año y medio, por 150 pesos
en cacao y 6 muías mansas. Pero como Guevara, en lugar de cumplir con el
acuerdo le entregó mulas ariscas y cerreras, en lugar de las mansas prometidas,
don Cristóbal acudió al tribunal eclesiástico a reclamar el cumplimiento del convenio
o la devolución del niño, puesto que el incumplido cliente era el sacristán mayor de
la iglesia parroquial. El notario eclesiástico, por orden del tribunal de la Iglesia,
informó al padre Guevara del reclamo interpuesto por el estafado don Cristóbal.
Llamado al orden, el sacristán se apresuró a asegurar que cumpliría con su parte en
el trato. Días después, presentes ambas partes en el juzgado, Guevara entregó, al
reclamante, 150 pesos en cacao —equivalente a 50 pesos plata— más 4 mulas
mansas: 3 de silla y una de carga.
Aunque este no había sido el acuerdo inicial, don Cristóbal se dio por satisfecho, se
procedió a la firma de la escritura en papel sellado, y el niñito mulato, cuyo nombre a
nadie le interesó consignar, pasó a propiedad legal del sacerdote.
CIMARRONES
"Perjudican a sus dueños haciendo hurto de sí mismos."
La libertad, uno de los anhelos humanos más perseguidos y legítimos, obligaba a
los esclavos a conseguirla mediante la fuga. Cruzar fronteras, internarse en lo más
inaccesible de las montañas, esconderse entre los indios no sometidos, cualquier
recurso, por arriesgado y difícil, era preferible a continuar en el oprobioso sistema.
Algunos sugieren que la palabra cimarrón viene de cima, de las altas e inaccesibles
zonas de refugio donde no llegaban el látigo y los perros. En Costa Rica tenemos el
río Cimarrones, en la provincia de Limón, el que quizá tomó su nombre de los
negros fugitivos que lo cruzaban buscando el territorio libre de Talamanca.
Los "palenques", campamentos creados por esclavos fugitivos, especie de
ciudadelas, de verdaderos pueblos en los que vivían a veces miles de prófugos, no
son mencionados en la documentación de Costa Rica. Al parecer no hubo
asentamientos de esclavos fugitivos aunque sí se cree que muchos escaparon
hacia las selvas, a territorios de indios no sometidos, donde eran bien recibidos y
con quienes se mezclaron.
En la documentación de Cartago aparecen registrados muchos casos de esclavos
escapados, pero no hay detalles que arrojen un poco de luz de cómo y hacia dónde
se fugaban. Es posible que muchos negros ocupados en los cacaotales de Platina
aprovecharan las incursiones de los piratas zambos mosquitos para unirse a ellos,
si bien contra esta especulación estaría el argumento de que los miskitos solían
secuestrarlos para revenderlos en las islas de dominio británico.
Una real provisión de 1777, dice:
Es frecuente, en este reino, huirse ¡os negros del poder de sus dueños, y que las
justicias cuidan poco o nada de aprehenderlos. De que se sigue perjuicio a Ios
dueños y puede originarse grave (daño) a la causa pública...
Sin embargo, su fuga es solo para separarse de la esclavitud y vivir en libertad... Los
que huyen, en lo común, no es con el fin de acercarse a algún palenque y el de
dedicarse a asesinos, ladrones y salteadores, sino es que aspiran a conseguir, por
este medio, vivir libres... (Pero) perjudican a sus dueños en su valor haciendo hurto
de sí (mismos)...
Las contradicciones esquizoides del sistema esclavista español comprendían que
un hombre huyera buscando su libertad, pero no le perdonaban que, al huir,
además de llevarse el alma se llevara también los brazos, la cabeza y las piernas,
por las que el propietario había pagado una suma considerable de dinero. Más
claro,el alma le pertenece al esclavo, pero su cuerpo le pertenece al amo. Y como
es imposible huir trasladando solo el alma, el fugitivo se veía obligado a robarse el
cuerpo.
Puesto que un esclavo prófugo se roba a sí mismo, quienes lo oculten deberán ser
juzgados bajo las mismas leyes que penan el robo común. Los "cómplices' del hurto
deberán pagar cuatro tantos de lo que valiese el negro, por la primera vez; y
pagarle, al dueño, los jornales desde el día que el esclavo huyó...
'' El jornal promedio de un esclavo equivalía a 4 pesos diarios. De manera que un
individuo que costó 400 pesos hacía que su comprador recuperara la inversión en
100 días. ¡Un bocado exquisito para la mentalidad empresarial!
Pero la penalización no era solamente para quien escondiera a un esclavo fugitivo,
sino también para los alcaldes quienes tenían la obligación de saber todo lo que
ocurría en su jurisdicción.
Y también estaban las recompensas: 50 pesos más los gastos en que el capturador
incurrió; si había un denunciante, este recibía la mitad de lo que le correspondía al
capturador.
En cuanto a los castigos para los esclavos recapturados, se le daban 100 azotes, si
era la primera vez que hacía fuga y regresaba sin oponer resistencia; 200 azotes si
se resistía y había que emplear la fuerza para reducirlo. También existía la "pena
grave", la muerte, caso de repetir las escapadas. En la práctica, estos castigos
extremos no eran funcionales. No tenía sentido matar a un esclavo al cual se quería
recuperar, a menos que se considerara un eficaz método de escarmiento para
otros, más que punitivo.
Por su parte, la legislación penalizaba a los amos que no denunciaban de
inmediato, a la justicia ordinaria, la desaparición de un esclavo, despojándolo de
este. Si el esclavo era recuperado, se le confiscaba y se le ocupaba en obras
públicas.
La real provisión a la que aludimos también contemplaba algunas concesiones,
algunas gracias para favorecer el arrepentimiento de los prófugos y motivarlos al
retorno: declarando Ubres de toda pena a los negros y esclavos fugitivos que se
presentaren a sus respectivos dueños en el término de dos meses, desde la
publicación de esta providencia.
La real provisión de 1777 fue publicada, a través de bandos, desde Sacatepeque
hasta Cartago.
Un documento muy pintoresco es el promulgado por un obispo para amedrentar a
los que ayudaran a los esclavos a fugarse o los escondieran. Como las penas
pecuniarias y los castigos corporales no parecían surtir mucho efecto, el Obispo de
Nicaragua y Costa Rica atacó por lo que consideraba más valioso: el alma.
ANATEMAS DEL OBISPO (1772)
A la hermana del obispo Carlos Vílchez y Cabrera, doña María Magdalena, se le
desapareció una esclava de nombre Micaela, de su casa, en León. Como luego de
una intensa búsqueda en Nicaragua y Costa Rica la esclava no apareció, a doña
Magdalena se le metió en la cabeza que alguien la había robado o, con mejores
probabilidades, alguien la protegía, ocultándola.
El Obispo decidió ayudar a su hermana a recuperar a la esclava, y ya que la
pesquisa no había dado un buen resultado, amenazó, al o los encubridores de
Micaela, con excomunión mayor, la que fue colocada en todas las puertas de las
iglesias, incluyendo la iglesia parroquial de Cartago.
La amenaza de las llamas de infierno tampoco amedrentaron a quien había
facilitado la fuga de Micaela. Después de tres cartas muy rudas del Obispo dirigidas
a su feligresía, sin que se supiera nada de la prófuga, Vílchez y Cabrera,
convencido ya del fracaso de la excomunión, envió una circular a todos sus curas
para que lanzaran los siguientes anatemas y maldiciones contra los desconocidos
con gran despliegue histriónico, en un último intento por atemorizar a quienes la
escondían:
...y aunque (los encubridores de ¡a esclava) están publicados por excomulgados... y
se dejan estar en las referidas censuras, rebeldes y contumaces, imitando la dureza
del faraón..., mandamos a vos, dichos curas, que en sus iglesias, a las misas
mayores, teniendo una cruz cubierta con un velo negro, y candelas encendidas,
tañendo campanas y matando candelas, anatematicéis y maldigáis a los dichos
excomulgados con las maldiciones siguientes:
Malditos sean de Dios y su Santa Madre. Amén.
Huérfanos sean sus hijos, y sus mujeres, viudas. Amén. Mendigando anden, de
puerta en puerta, y no hallen quien bien les haga. Amén.
El sol se les oscurezca de día y la luna de noche. Amén.
Las plagas que envió Dios al reino de Egipto vengan sobre ellos. Amén.
La maldición de Sodoma y Gomorra, Datán y Abirón, que por sus pecados los tragó
vivos la tierra, vengan sobre ellos. Amén.
Con las demás maldiciones del salmo: "Deus laudem meum metacoeris (sic)'
Y dichas las referidas maldiciones, lanzando candelas al agua, digan: así como
estas candelas caen en el agua, mueran las almas de los dichos excomulgados y
desciendan al infierno con la de Judas Apóstata. Amén.
A pesar de estas apocalípticas maldiciones y del show representado en los atrios de
las iglesias, con los curas invocando las plagas de Egipto, mientras consumían
candelas en una palangana de agua, Micaela nunca apareció. Es evidente que
despertaba más temor la condición de esclavo que la desaparición del sol y de la
luna.
PAGINA 84-104
Hay muchos negros aquí
Hay muchos negros aquí al decirlo no me escondo el que no tiene de congo tiene de
carabalí. Poesía popular de Puerto Rico.
Cuando hace una década empecé a investigar mis raíces familiares,
esperaba encontrar españoles e indios porque eso decía la tradición oral de la
familia. Sin embargo, poco tiempo después de haber comenzado, la profesora Hilda
Chen Apuy presagiaría un hallazgo al que en ese momento no di mucho crédito.
Durante una clase sobre las diferentes castas que conforman la sociedad de la
India, doña Hilda retomó los diversos grupos étnicos que han dado origen a los
pueblos latinoamericanos y habló particularmente del caso costarricense.
Luego me dijo que muy posiblemente entre mis antepasados
encontraría españoles, indígenas y negros, para este último grupo se remitió a mi
pelo crespo.
Entonces me pareció extraño que en un país donde no hubo esclavitud durante la
Colonia y por tanto tampoco negros, según me habían enseñado en la escuela y
colegio, pudiera haber gente con ascendencia africana, salvo pensaba yo en Limón,
que respondía a un periodo relativamente reciente.
Y a pesar también de que el fenotipo de mi madre y de algunos de sus parientes
denotaba ese componente étnico, no me parecía posible.
Pues bien, tiempo después, rastreando los antepasados de Jesús Zúñiga Bonilla,
Nana Su, abuela paterna de mi madre, llegué primero a Pablo Ramón Cubero, a
quien monseñor Sanabria consignó como negro esclavo del presbítero Manuel
Francisco Martínez Cubero y después a Juan José Bonilla, mulato esclavo de la
Cofradía de Muestra Señora de los Ángeles la patraña de los ticos.
Con estos datos se derrumbó el mito.
El proceso de aceptación y luego de asunción de esa realidad generó múltiples
investigaciones previas a este trabajo, según las cuales pude comprobar que
paradójicamente la mayoría de los costarricenses somos descendientes tanto de
encomenderos como de indios; de amos como de esclavos; de conquistadores
como de conquistados.
Después de decenas de documentos y literatura complementaria y una buena dosis
de empatía, pude vislumbrar todo el dolor y sufrimiento de estos antepasados de los
costarricenses, olvidados o convertidos en una cifra estadística por muchos
historiógrafos y otros estudiosos del pasado.
Las vidas de los esclavos y sus descendientes llegan a nosotros como dice Tatiana
Lobo, desde muy lejos, desteñidas por el lenguaje protocolario de los notarios.
El mito de una Costa Rica blanca ha producido un pueblo ignorante de sus orígenes
mestizos, que práctica el racismo heredado del régimen colonial de múltiples
formas, quizá la más común por medio de chistes sobre los negros y los indios.
Ese mismo mito es el que ha generado un pueblo que se siente superior a sus
vecinos centroamericanos, a quienes llama despectivamente indios; un pueblo que
refleja claramente el complejo de bastardía del que habla Leopoldo Zea.
Algunos podrán preguntarse sobre la utilidad que puede tener una investigación
sobre los orígenes de los costarricenses, sobre todo en momentos de gran presión
mundial a homogeneizar el género humano, a eliminar las diferencias que
caracterizan cada pueblo y a convertir el planeta en un gran y único mercado de
bienes y servicios.
Precisamente para contrarrestar esa tendencia estandarizadora de la humanidad,
es fundamental el rescate de las identidades de los pueblos, de sus historias; esas
historias nunca antes contadas, aquellas que muchos historiadores han preferido
callar para alimentar no en vano los mitos.
En Arqueología y Lenguaje: la cuestión de los orígenes indoeuropeos. Colin
Renfrew hace una afirmación que podemos trasladar a esta investigación: Habrá sin
duda quien se pregunte si todo esto sirve para algo o importa lo más mínimo ¿Qué
nos importa lo que cantaban las sirenas? O, como sintetizó una vez el doctor
Johnson: No siento ninguna curiosidad por saber cuán extraños y desmañados
fueron los hombres en los albores de las artes o en su declive. Pero muchos de
nosotros opinamos de distinto modo. Nos damos perfecta cuenta de que nuestra
identidad, o al menos nuestro sentido de ella, radica en nuestro propio pasado.
Somos lo que el devenir ha hecho de nosotros. Para comprender esto, y sus
procesos, necesitamos saber también, o al menos empezar a comprender, lo que
fuimos y de dónde vinimos.
Y a pesar de que la afirmación de Renfrew se refiere a los orígenes de los
indoeuropeos, hace miles de años, esta sirve igualmente para la finalidad de este
trabajo.
Los costarricenses no podrán tener una conciencia identitaria más auténtica, hasta
que conozcan su pasado y lo asuman plenamente como integrantes del conjunto
latinoamericano, cuyo origen común se remite a una historia de usurpación,
violación, dolor y de amplia capacidad sincrética.
Con esta investigación se pretende integrar a Costa Rica a la historia general de
Latinoamérica, no separarla.
Se intenta reconstruir una parte de nuestra identidad nacional, aquella que se
refiere a nuestros orígenes mixturados, a nuestras raíces pluriétnicas, para combatir
el nacionalismo chovinista promovido, sobre todo, en las últimas décadas.
Asimismo, este trabajo tiene la intención de abrir el camino para investigaciones de
mayor envergadura. Se limitará espacialmente al Valle Central es decir, Cartago,
San José, Heredia y Alajuela, durante el periodo colonial hasta 1824 inclusive, y en
las genealogías, en algunos casos, hasta la actualidad.
En el caso de la genealogía se intenta comenzar la labor que ha relegado la mayoría
de los genealogistas tradicionales, quienes en su afán de ligarse a lo que ellos
llaman madre patria España han olvidado nuestra otredad, el indio y el negro, con la
intención, inconsciente, quizá de fortalecer la idea mítica de una Costa Rica
bucólica, diferente, una Suiza centroamericana, una Costa Rica europea, blanca,
por tanto superior a sus vecinos.
Se escribirá de los sujetos mismos amos y esclavos, quienes estuvieron sometidos
al sistema esclavista, que sustentó el capitalismo que hoy rige en nuestro planeta.
Además, esta investigación nos permitirá vislumbrar la contradictoria mentalidad de
la época, que produjo las más diversas paradojas: padres dueños de sus hijos,
abuelos amos de sus propios nietos, esclavos esclavistas, hombres dueños de sus
amantes, mujeres amas de las amantes de su propio esposo, esclavos hermanos
de sus dueños, esclavos más blancos que sus amos, esclavos blancos y,
finalmente, descendientes de esclavos que casan con descendientes de los dueños
de esos mismos esclavos.
Mauricio Meléndez Obando
Presencia africana en familias costarricenses
Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del
Norte, que más bien es un compuesto de Africa y de
América, que una emanación de la Europa; pues que hasta la España misma deja
de ser europea por su sangre africana, por sus instituciones y por su carácter.
Simón Bolívar. Discurso de la Angostura 1819.
Si se pretende llegar a un conocimiento integral del origen de los pueblos
latinoamericanos, es fundamental el estudio de la esclavitud, que afectó
ampliamente las relaciones socioeconómicas durante la Colonia y aun después de
la independencia.
La esclavitud llegó a todos los rincones de América y aunque en cada lugar tuvo
diferentes impactos, en todos desempeñó un papel relevante. Ahora bien, este
sistema originalmente económico dio paso a otros fenómenos sociales, como el
racismo.
El primer grupo humano esclavizado en América fue el indígena, que más tarde fue
sustituido por el hombre africano, por lo menos legalmente, pues de hecho los
indios siguieron trabajando como esclavos, en los regímenes de la encomienda, la
mita y las reducciones.
En el Caribe, tuvo primordial importancia en las plantaciones de caña de azúcar;
en Estados Unidos, en las plantaciones de algodón; en Costa Rica, su principal
desarrollo corre paralelamente al surgimiento de la plantación cacaotera en el
siglo XVII.
La esclavitud alcanzó en algunos periodos, sobre todo entre la segunda parte del
siglo XVII y primera del XVIII, gran impulso entre la elite costarricense, debido al
florecimiento del comercio cacaotero.
Entonces, el auge esclavista en Costa Rica durante la Colonia está relacionado
íntimamente con la expansión cacaotera, la que al declinar a mediados del siglo
XVIII provocó también el declive del primero. Hay que anotar que en el caso
guanacasteco la utilización de la mano de obra esclava se circunscribió
fundamentalmente a la hacienda ganadera y en el Valle Central, a la servidumbre
doméstica. Cualquiera que fuera su uso, el esclavo era, además, símbolo de
status.
Aunque la esclavitud en Costa Rica no tuvo la intensidad que se dio en las
grandes plantaciones caribeñas o norteamericanas, sí representó el sistema por
medio del cual la elite costarricense obtuvo parte de los excedentes monetarios
que le sirvieron para salir adelante durante el estancamiento colonial
generalizado.
Casi siempre, el comercio esclavista en Costa Rica ha sido minimizado, por eso su
desarrollo e impacto en la economía colonial esperan ser desentrañados.
El mestizaje
La mitología es un acuerdo con el mundo, pero no con el mundo tal como es, sino tal
como quiere hacerse. Roland Barthes. Mitologías
Nos hemos visto en un espejo engañoso que no nos dice lo que realmente
somos. Hilda Chen Apuy
Uno de los mitos más consolidados de la historiografía tradicional y de la mentalidad
popular en Costa Rica es la pureza o españolidad de sus habitantes, claramente
diferenciados por sus rasgos fenotípicos del conjunto centroamericano; sin
embargo, el origen remoto del pueblo costarricense encuentra sus raíces en tres
troncos primarios fundamentales: el indio, el negro y el europeo.
Aunque el número de indígenas y negros durante el periodo colonial fue
proporcionalmente menor que en otras regiones, su presencia y la huella que
dejaron en nuestro pueblo son indiscutibles.
Costa Rica ha sido el país centroamericano en el que más se ha reflejado el enorme
complejo latinoamericano de bastardía del que habla Leopoldo Zea. Conflicto del
hombre que lleva en su sangre y cultura al dominador y al bastardo. Bastardía que
le viene al americano, no solo por la sangre, sino también por la cultura, o
simplemente por haber nacido en América y no en Europa. ... Complejo de
bastardía expreso en el afán inútil por ser distinto de lo que es; por ser otro,
renunciando a lo que es por sí mismo. Viendo lo propio como inferior a aquello que
le es extraño y del que solo se considera eco y sombra.
Se ha rechazado el mestizaje porque como asegura Zea se considera que este no
es más que la combinación de lo superior con lo inferior y por esto mismo, inferior.
Cuando finalmente se acepta la existencia de la mezcla no se hace asuntivamente,
sino como un elemento curioso, casi folclórico.
Debido al racismo contra los negros, resultado de la experiencia esclavista colonial
y fomentada en otros periodos posteriores, uno de los aspectos nunca estudiados
de la esclavitud en Costa Rica ha sido el proceso de mestizaje y la integración de los
negros traídos durante la Colonia con el resto de la población. Cosa similar ha
ocurrido con el componente indígena en la conformación del costarricense.
En Costa Rica, la penetración europea fue tardía y en ella tuvieron mucha
participación las elites criollas guatemalteca y nicaragüense, las cuales tenían
amplia experiencia en conquistar y colonizar nuevos territorios.
Así, cuando Cavalión llegó al territorio costarricense 1561, hacía 69 años los
españoles habían arribado a La Española y hacía 50 años se habían traído los
primeros esclavos negros a América.
De hecho, entre los primeros conquistadores y colonizadores de origen europeo en
Costa Rica hubo mestizos. Por ejemplo, Francisco de Fonseca, de las huestes de
Juan Vásquez de Coronado, era hijo de mulato y Alonso de Cáceres, soldado de
Perafán de Rivera, era de color moreno.
Por eso, el proceso de mestizaje en Costa Rica, entre españoles, indígenas y
negros, comenzó fuera de su territorio, aun antes de la llegada de los primeros
conquistadores a lo que es actualmente Costa Rica, y adquirió mayores
proporciones en los siglos XVI y XVII, cuando españoles, indios, africanos,
mestizos, mulatos y zambos incrementaron sus mezclas entre sí. Y a pesar de que
para estos siglos no hay suficientes datos para realizar afirmaciones categóricas
sobre esta mixturación, sus consecuencias son comprobables en el siglo XVII y
sobre todo al inicio del siglo XVIII, cuando aparecen cientos de familias mestizas y
mulatas, en Cartago, San José, Heredia y Esparza.
Ya a principios del siglo XVII se hallan referencias de esclavos mulatos, mulatos
blancos y cuarterones, así como sus descendientes ya libres, quienes
paulatinamente se fueron mezclando con el resto de la población. Los
descendientes libres de africanos fueron segregados oficialmente del resto de la
población cartaginesa en 1676, cuando las autoridades del Cabildo de Cartago
ordenaron a los mulatos libres que vivían dispersos que se concentraran en la
Puebla de los Pardos.
Una cruz de Caravaca establecía el lindero de este barrio.
Asimismo, la población esclava durante la Colonia fue predominantemente mulata.
Salvo algunos periodos de auge en el contrabando negrero ilegal, la mayoría de los
esclavos era el resultado de las relaciones interraciales entre negros, españoles e
indios.
Ahora bien, no se puede pensar que el proceso de mezcla tenga su origen en las
relaciones consensuales entre amo y esclava, encomendero e india, sino más bien
en la violación del amo o cualquier allegado de la familia esclavista o encomendera,
ni tampoco que el mestizaje haya sido el proyecto español de colonización, como
algunos idealistas afirman ahora.
Todo lo contrario, como dice Zea: Nada querrán saber, los portadores de la cultura
occidental, de mestizajes, de la asimilación de unos hombres y sus culturas con
otros. El mestizaje es solo combinación de lo superior con lo inferior, y por ello
mismo, inferior. Mestizar es reducir, contaminar. Por ello, culturas supuestamente
inferiores, como las que esta colonización encuentra en Norteamérica, serán
simplemente barridas y sus hombres exterminados o acorralados. Y lo que no
puede ser barrido, por su volumen y densidad, como en la América, Asia y Africa,
será simplemente puesto abajo, en un lugar que imposibilite contaminación o
asimilación alguna.
Lowell Gudmundson hace una descripción bastante completa sobre el mestizaje en
los principales centros de población costarricenses en la última cuarta parte del
siglo XVIII, fundamentado en los registros censales.
Doriam Chavarría y María de los Ángeles Acuña, por su parte, hacen lo mismo para
el período comprendido entre 1738 y 1821 en la ciudad de Cartago. En su tesis de
licenciatura en historia, demuestran que el proceso de mestizaje llevó a la
destrucción de la sociedad segmentada, para dar paso a una sociedad multirracial,
donde se combinan toda la gama de fórmulas étnicas. Pienso que estos resultados
son aplicables a las principales poblaciones del Valle Central en ese mismo
periodo.
Los criterios originalmente rígidos en la clasificación de la población por castas se
fueron relajando en Costa Rica durante toda la época colonial, conforme el proceso
de mestizaje se acrecentó. Precisamente, a fines del siglo XVIII, los criterios de las
autoridades civiles y eclesiásticas para la distribución de la población según su
casta se fundamentó en el conocimiento que estas tuvieran sobre los antepasados
de las personas o en su apariencia física, cuando este era el caso la clasificación
podía resultar antojadiza.
Así, individuos blancos podían recibir las categorías de mestizos o mulatos si tenían
un antepasado indígena o negro respectivamente reconocible, o si la autoridad
percibía rasgos indígenas o negroides en el individuo. En los registros de bautizos,
la clasificación de la criatura podía depender de lo que manifestaran los padrinos,
quienes eran los encargados, a menudo, de llevarla a la pila bautismal.
El proceso de mestizaje de los tres grupos étnicos fundamentales produjo casos
confusos. Por esta razón, encontramos hijos de un mismo matrimonio consignados
indistintamente como mestizos, mulatos o españoles, lo que demuestra el proceso
de mezcla en la población costarricense durante la Colonia.
Cuadro número uno, distintas castas en una misma familia página 92, consultar con
la profesora.
También se hallan casos de un mismo individuo, quien, en diferentes etapas de su
vida, recibe distintas categorías. Por ejemplo, José Joaquín Ulloa Ulloa, hijo legítimo
de don Tomás Cayetano Ulloa español y María de la Encarnación Ulloa mulata
blanca, es consignado como mulato en la partida bautismal 1786; en su partida
matrimonial 1808 recibe el tratamiento distintivo de don, exclusivo para los
españoles peninsulares o criollos y en el bautizo de su hija María de Jesús 1822
recibe la categoría de mestizo; asimismo, Dominga Ulloa Ulloa, hermana de José
Joaquín, es inscrita como mulata en su partida de bautizo 1798 y como mestiza en
la de casamiento 1817.
Los descendientes libres de los esclavos y los esclavos mismos intentaban unirse
con una mujer de mejor posición social que la suya, como una forma de ascenso
social; seguro de que sus hijos tendrían un mejor status. En estas familias, es
frecuente encontrar casos en que sus nietos son consignados como mestizos y no
como mulatos, quienes a su vez casaban, a menudo, con otros mestizos y entonces
desaparecía la raíz africana de los documentos oficiales.
Cuadro número dos, perdida de la raíz africana página 94, consultar con la
profesora.
Además, tal parece que en algunos casos, cuando la presencia de la raíz africana
era reducida, las personas recibían el trato de mestizos. Jerónimo de las Mercedes
Flores era hijo de una cuarterona y un sujeto español; por lo que era oriundo de la
clase de pardos y estaba en ella en grado quinterón. A la vez su madre, Josefa
Flores, había sido hija de una tercerona y un sujeto español.
Jerónimo de las Mercedes Flores había casado con doña Josefa de Flores,
española por los cuatro costados, hija del alférez Ignacio Flores Escalante y doña
Feliciana Soto Jiménez.
Jerónimo y sus hijos fueron incluidos en el padrón de pardos por el Comandante de
Pardos de Villa Vieja. Entonces, en 1793, Jerónimo explica al gobernador José
Vásquez y Téllez:
Que siendo oriundo de la clase de pardos y estar en ella en grado quinterón como
hijo de cuarterona y un sujeto español y al mismo tiempo hallarme casado con Da.
Josepha de Flores, mujer española como todo se patentiza de las certificaciones
que con la solemnidad debida ante vuestra señoría presento, teniendo como tengo
con la dicha mi esposa algunos hijos varones que para los efectos que les pueda
convenir más necesitan de que sean tenidos y conocidos por la clase que les
corresponde: a vuestra señoría rendidamente pido y suplico que en vista de dichas
certificaciones se sirva teniéndolo por conveniente declarar por su decreto el
privilegio que gozan por estar en grado sexterones para que en lo sucesivo se
entienda no ser pertenecientes a la clase de pardos y sí a la de mestizos y dicho
suplico asimismo se me devuelvan las diligencias originales para en guarda del
derecho que a mis dichos hijos favorece: que ello recibiré bien y merced con justicia
que pido, y juro en forma lo necesario.
Finalmente, el gobernador Vásquez y Téllez decreta: en su virtud se declarase por
ahora en lo principal y otro sí por mestizos los hijos del presentado.
Después de esta resolución, los hijos de Jerónimo y doña Josefa fueron incluidos en
el respectivo padrón de mestizos. Esto explica también por qué algunos esclavos
son catalogados como mestizos: como Antonia Apolinaria, mestiza blanca, de 18
años, esclava de doña Francisca Miranda, en 1780, y como Lorenzo Ulloa, mestizo,
alto de cuerpo, de 40 años, esclavo de don Manuel Alfonso de Ulloa, en 1782.
Asimismo, tal costumbre hace pensar que muchas de las personas que aparecen
consignadas como mestizas en documentos sacramentales y civiles tenían
ascendencia africana, en muchos casos difícil de rastrear y determinar.
En los albores de la independencia, las autoridades eclesiásticas en San José
utilizaron finalmente la designación simple y llana de blanco, para aquellas
personas que, aunque de origen mixturado, manifestaban un fenotipo caucasoide.
Cuadro número tres los mestizos blancos página 96, consultar con la profesora.
Ya en el siglo XVIII se utilizaba, ocasionalmente, esta clasificación, quizá, con el
mismo sentido.
Sin embargo, para un estudio profundo del mestizaje en la Costa Rica colonial hace
falta una investigación global e integradora que confronte los datos de las
autoridades civiles, censos, por ejemplo con los datos de las autoridades religiosas,
registros sacramentales, lo que finalmente dará una visión más amplia y exacta
sobre este fenómeno.
La reproducción criolla de esclavos costarricenses estuvo prácticamente
fundamentada en las mujeres, primero con mayor intensidad en las negras, luego
en sus descendientes mulatas. Casos como los de Juana de Retes, María Sanabria,
Mónica Cubero, Dominga Fallas y Lucía Calvo, quienes fueron madres, abuelas y
bisabuelas, y las hubo hasta tatarabuelas de esclavos, son frecuentes en la
documentación colonial. Asimismo, el blanqueamiento de esta prole, en el que dio
su contribución genética el amo, sus hijos, sus parientes o amigos, se evidencia en
las descripciones de sus descendientes, principalmente, a fines del siglo XVIII.
Cuadro número cuatro algunos esclavos blancos página 97, consultar con la
profesora.
Este proceso de blanqueamiento, que paulatinamente borró los rasgos negroides
de los habitantes del Valle Central no así en Guanacaste, ha sido fundamental en la
extensión de la idea de la españolidad de los costarricenses y del olvido de sus
antepasados africanos.
Conocer el antepasado blanco de estas mulatas y su progenie resulta casi
imposible, salvo para los casos de paternidad reconocida, cuando el padre de casta
superior no había tenido descendencia legítima con su cónyuge o cuando era
soltero y no tenía más herederos que sus propios esclavos hijos.
Es posible que por la presión social y el contradictorio racismo del régimen español
colonial, en algunos casos, tal reconocimiento fuera extraoficial; lo sabían los
parientes, los vecinos o el pueblo entero, quizá, pero el hombre de casta superior no
lo reconocía públicamente.
Además de la mezcla interracial, el negro esclavo era forzado a insertarse en la
nueva cultura a la que había sido implantado, lo que generaba, entonces, el proceso
de asimilación cultural.
Parafraseando a René Depestre, la esclavitud despersonalizó al hombre africano
deportado a América, con el que se pretendía únicamente generar riquezas
materiales.
Depestre explica: El hombre negro se convirtió así en hombre
carbón, en hombre combustible, en hombre nada. Este proceso de cosificación
inherente al trabajo servil entrañaba otro que le era complementario: la asimilación
cultural del colonizado.
En el caso particular del negro esclavo en Costa Rica, este proceso de asimilación
cultural fue acelerado, quizá porque a diferencia de las grandes plantaciones de las
Antillas, donde necesitaban gran cantidad de esclavos, en las plantaciones de
cacao en Matina, se requería un número reducido de ellos, quienes relativamente
aislados entre sí no conformaron un grupo severamente segregado de los sectores
de españoles pobres, mestizos, zambos y negros libres.
Este mismo proceso de asimilación, borró paulatinamente de la memoria colectiva
de los esclavos, y sobre todo sus descendientes, su origen africano, que
evidentemente los hacía ser menos en el orden social en que se vieron obligados a
vivir.
Excepcionalmente, se hallan casos de negros y mulatos, estos en mayor grado
porque ya eran portadores de la sangre de su amo, quienes una vez libres se
dedicaron al cultivo de cacao y al comercio entre Matina y Cartago, y
ocasionalmente fuera de Costa Rica; adquirieron bienes y mejoraron notoriamente
su posición económica, en algunos casos sobrepasando económicamente a castas
superiores. Entre estos casos se puede citar al negro Diego Angulo Gascón,
homónimo de su amo el presbítero Diego de Angulo Gascón, de quien se levantó
mortual para repartir entre sus hijos los bienes que había dejado; al mulato José
Cubero, esclavo del presbítero Manuel francisco Martínez de Cubero, quien fue un
exitoso comerciante entre Cartago y Rivas; al negro Diego García, esclavo del
Capitán Juan García Hernández, quien testó y dejó una suma considerable a su hija
única; al negro Gregorio Camaño, esclavo del capitán Tomás López del Corral y de
doña Águeda Pérez de Muro y al mulato Tomás Cubero, esclavo del capitán José
de Mier Cevallos, quienes se dedicaron al cultivo de cacao en Matina con
buenos resultados.
El proceso de mestizaje forzado y acelerado, la relativa escasez de población
negra, su heterogeneidad, venían esclavos de diferentes partes de Africa, con
lenguas y culturas distintas, su aislamiento y su integración con otros sectores,
españoles pobres, mulatos, mestizos y zambos, impidió el desarrollo de un grupo
segregado con características particularmente diferenciadoras, en el Valle Central.
El legado cultural de estos antepasados de los costarricenses está esperando ser
desentrañado. Por ejemplo, la investigadora Marjorie Ross plantea la posibilidad de
que el gallo pinto haya sido creado en las cocinas de las esclavas. Pero,
lamentablemente, toda expresión cultural que provenga de una minoría que sea
adoptada por los grupos dominantes pasará al haber comunitario con el anonimato.
Tal proceso de mestizaje continuó hasta nuestros días, cuando se puede afirmar
que se ha llegado a la gran síntesis étnica que comenzó con la llegada de los
españoles a América.
Asimismo, miles de inmigrantes que han llegado a Costa Rica en los últimos 150
años, jamaiquinos, italianos, chinos, españoles, alemanes, judíos, nicaragüenses y
salvadoreños, entre otros, están dando su contribución étnico cultural a la
nacionalidad costarricense.
Uno de los legados de la experiencia esclavista colonial en Costa Rica fue el
racismo, que liega a nuestros días, con el que los españoles, y europeos en general,
se garantizaron el dominio sobre los otros: negros, indios y sus descendientes
mestizos.
Se, había estructurado rígidamente la sociedad por castas; no obstante, la
descripción que hace Norberto Castro Tosí, para el caso costarricense, no parece
coincidir con la práctica llevada a cabo en ese período, siglos XVII y XVIII.
Como bien lo explican Chavarría y Acuña, a pesar de todas las regulaciones dadas
por la Corona para mantener la división entre españoles y los demás grupos,
espacial y socialmente, en lo que se conoce como sociedad segmentada, a causa
del peso del mestizaje, se vuelven obsoletas, por lo menos en parte agregaría yo
pues en la realidad no es posible mantener una estricta separación, no obstante los
constantes esfuerzos de la legislación en ese sentido.
Aunque en un principio la clasificación por castas es aplicada con rigurosidad, en el
siglo XVIII se torna vacilante; sobre todo porque el mestizaje dificultó el
reconocimiento que originalmente garantizaba el fenotipo del individuo.
A mediados de dicho siglo, algunos curas y autoridades civiles optaron por seguir
clasificando como mestizos a quienes tuviesen un antepasado indio, y mulatos a
quienes tuvieran un ancestro negro, no importaba cuán lejos en el tiempo estuviera
ese antepasado indio o negro, siempre que fuera conocido. En los casos en que no
conocían a los antepasados probablemente preguntaban a las personas allegadas
o se remitían a la apariencia de estas.
Esta confusión que provocó el mestizaje se evidencia en familias costarricenses
cuyos integrantes son clasificados indistintamente como españoles blancos,
mestizos o mulatos. Cuadro número uno distintas castas en una misma familia
página 92, consultar con la profesora.
Para el caso del Valle Central y Esparza, las denominaciones más comunes, tanto
en la documentación sacramental como civil, son: indio, negro, español, mestizo,
mulato o pardo, zambo y cuarterón, estos dos últimos citados ocasionalmente.
Antes de finalizar este apartado, es importante destacar que el origen del mito de
una Costa Rica exclusivamente blanca española comenzó durante la Colonia
misma pues aquellas familias que tenían raíces indias o negras se esmeraban por
ocultarlas, no siempre exitosamente, para destacar su ascendencia española; estas
salían a la luz pública en algún pleito judicial: como el caso de Juan de Ocampo,
quien apela a la legislación indiana para forzar a Francisco de Umaña Chaves a que
se case con su hija, Juana de Ocampo Chaves, a quien había dado palabra de
casamiento. Umaña argumenta que él y Juana son parientes y que, por tanto, no
pueden casarse; sin embargo. Ocampo alega que, según la legislación, los
indígenas y sus descendientes no necesitan dispensa para contraer matrimonio y
que como la abuela de ellos, Juana Hernández Palacio, era indígena, no requerían
de tal dispensa.
Todavía a principios del siglo XIX, hallamos algunos costarricenses preocupados
por demostrar su ascendencia española, para recibir el trato que correspondía a su
condición y disfrutar de los privilegios que reportaba pertenecer a ella. Pedro
Chaves de la Sala o Chaves Barrantes pide levantar información para comprobar
que su ascendencia es española, diversos testigos aseguran en el documento 1806
que el bisabuelo de Ramón, Gregorio de Chaves Zúñiga, era natural de los Reinos
de España, cuando en realidad había nacido en Costa Rica en 1643, aunque sí
consignado en ese año como español, es decir, descendiente de españoles; la
sentencia favorece a Pedro, español. Curiosamente, en este documento nadie
recordó a la bisabuela india ujarrasí, Juana Hernández Palacio, antepasada de
infinidad de familias josefinas.
En el Cuadro número cinco expedientes de limpieza de sangre y similares página
101, consultar con la profesora, presentamos una lista, que no es exhaustiva, sobre
expedientes de limpieza de sangre y similares hallados en el Archivo nacional y el
Archivo Eclesiástico de la Curia Metropolitana.
Herederos de esta concepción, la mayoría de los genealogistas costarricenses,
latinoamericanos en general, han investigado los antepasados de origen europeo
de las familias, obviando el origen mestizo de nuestro pueblo, hablando y
escribiendo de malas razas en los mismos términos que se hizo durante la Colonia.
Infinidad de familias que llevan hoy apellidos españoles tienen su origen en negros
o indios quienes, por supuesto, en tiempos remotos no tenían un sistema de
identificación o nominación como el español. Asimismo, es posible que los
antepasados de tales familias no hayan tenido ninguna relación consanguínea con
el fundador español o criollo portador de ese apellido.
Orígenes tribales en África
Establecer el lugar exacto de procedencia de los negros traídos a Costa Rica y
América en general durante la Colonia resulta la mayoría de las veces imposible
porque los documentos, al referirse a los esclavos, únicamente citaban una zona
geográfica de procedencia o un grupo de amplia distribución.
Muchas veces los términos utilizados para referirse al esclavo hacen alusión a
amplias regiones y en otras son nombres genéricos aplicados a esclavos
embarcados en alguna de las factorías de la costa africana, donde eran llevadas
miles de personas de diversas partes de aquel continente. Asimismo, los nombres
con que los europeos designaban a los distintos grupos africanos no coincide con
los que se designaban ellos mismos.
Por otra parte, el contrabando ilegal de esclavos, en que no mediaba ningún
documento oficial, impide conocer con certeza su procedencia.
Se consultó bibliografía sobre las comunidades africanas que fueron seriamente
afectadas por la trata negrera, de donde hemos extraído los datos más relevantes
de las castas más comúnmente citadas en los documentos coloniales
costarricenses.
Contrabando de esclavos
El contrabando ilícito de esclavos fue tolerado y hasta promovido por las
autoridades españolas en la provincia de Cosa Rica en el siglo XVII y principios del
XVIII.
A los esclavos comprados en los mercados autorizados de Portobelo, Tierra Firme,
se sumaron cientos habidos fuera del marco legal español.
Quizá la situación llegó a tal grado que era vox populi en toda la Capitanía de
Guatemala y, entonces, se ordena al gobernador de Costa Rica, el capitán Diego de
la Haya Fernández, que levante una investigación sobre el comercio ilícito de
esclavos, la cual inicia en 1719.
Ninguno de los vecinos principales quedó exento de sospechas, hasta el vicario de
Cartago, el licenciado don Diego de Angulo Gascón, fue sentado en el banquillo.
Autoridades civiles y eclesiásticas debieron afrontar la rigurosidad del capitán de la
Haya, cuya indagación concluyó en abril de 1722, con el remate de los esclavos de
comercio ilícito. Casi todos sus dueños pagaron a la Real Hacienda el valor de sus
esclavos para conservarlos. La ley privilegiaba a sus antiguos propietarios.
De la Haya investigó a 50 propietarios de esclavos de la provincia.
De los 115 esclavos indagados, 63, el 54,7 por ciento, resultaron ser
según el Gobernador de trato ilícito. Cuadro número seis investigación de diego de
la haya página 104, consultar con la profesora. Sería interesante conocer el número
total de esclavos en Cartago en ese momento, para saber la proporción que
representaban los esclavos de entrada ilegal respecto del total.
En un primer momento, luego del decomiso, el Gobernador pensó en la posibilidad
de mandar los esclavos a Santiago de Guatemala, pero esto representaba un costo
para la Corona de 3425 pesos de plata. Entonces, envía primero, en diciembre de
1720, el expediente a Guatemala, para que allá tomaran la decisión. En octubre de
1721 de la Haya recibe la notificación de Guatemala en que le comunican que
venda los esclavos en Cartago, los que fueron rematados en abril de 1722.
Hechas las rebajas de ley, 5 por ciento de almojarifazgo, 2 por ciento para la armada
de Barlovento, 2 por ciento para el Castillo del río San Juan, la sexta para los jueces,
las costas del gobernador y los 1297 pesos y 1 real que se le entregaron a los
denunciadores, a la Corona correspondieron 10283 pesos y 4 reales de cacao y
1125 pesos de plata. A estas cifras habría que sumar los 1225 pesos de
cacao a que se habían obligado José de Mier Ceballos y su esposa, Catalina
González Camino, por 8 esclavos de mala entrada de su propiedad que no fueron
incluidos en el remate.
Se ha seguido el rastro de cinco de los esclavos decomisados por de la Haya, estos
fueron Diego Angulo Gascón, homónimo de su dueño, el Vicario, José Aguilar,
Manuel Granados, José Cubero y Victoria Cubero, cuyas historias desarrollaremos
más adelante.
En los 54 expedientes que se conservan de la investigación de Diego de la Haya
hay abundante información, tanta como para elaborar un trabajo específico sobre
este caso. En ellos, además, hay datos sobre el contrabando, de esclavos y de
bienes, la hacienda cacaotera de Matina, las relaciones entre amos y esclavos y
decenas de historias de cómo habían llegado estos africanos a tierras americanas.
En 1703, cuando era gobernador Francisco Serrano de Reina, hay un antecedente
de una investigación similar a la efectuada por de la Haya ordenada por la Real
Audiencia de Guatemala, que había mandado indagar el comercio ilícito de
esclavos y particularmente los decomisos hechos en Matina y Caldera. Para ello
comisionó a su abogado Francisco de Carmona, quien llegó a la provincia de Costa
Rica acompañado por un escribano de su Majestad.
Carmona investigó los esclavos negros que compró fray José de San José a
extranjeros que llegaron al puerto de Moín en dos balandras en 1702 y los esclavos
que decomisó, en 1701, Gregorio Caamaño, teniente de gobernador de Esparza, a
Francisco de la Torre, propietario de las embarcaciones Nuestra Señora de la
Soledad y Santa Isabel, que habían llegado en pésimas condiciones al puerto de
Caldera.
Por cierto, Carmona, además de efectuar la indagación para la que había sido
enviado, cobró diversas sumas como indulto a distintos vecinos de Cartago
propietarios de esclavos de ilícito comercio, a lo que no estaba autorizado, según
asegura don Diego de la Haya dos décadas después, cuando quienes habían
pagado a Carmona debieron volver a pagar a las Cajas Reales.

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