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Las lecturas (de ciencia-ficción) de Roberto

Bolaño: una guía para desesperados - Canino


Toni Junyent @tonijunyent

A lo largo de las páginas de su última novela póstuma, que no por casualidad se titula El espíritu de la
ciencia-ficción, el escritor chileno va dejando caer, para diversión y deleite del fan del género, un buen
puñado de nombres de escritores y escritoras del género. Puede que hayas oído hablar de algunos de
ellos, pero, por si acaso, en este glosario te contamos quienes son.
En noviembre del año pasado salió al mercado la última novela póstuma, hasta la fecha, de Roberto
Bolaño. Los seguidores irredentos del escritor chileno ya conocerán de sobra su generosidad a la hora
de salpicar sus narraciones de nombres de poetas y escritores, muchos de ellos latinoamericanos.
También en el libro póstumo de ensayos, artículos y discursos Entre paréntesis (2004) pueden
rastrearse algunas de sus lecturas favoritas: hay, por ejemplo, un hermoso texto sobre Philip K. Dick.
Diría que fue a través del autor de 2666 que tuve noticia por primera vez de la existencia de Nicanor
Parra, de J. Rodolfo Wilcock o de Silvina Ocampo.
Pero para lo que no estábamos del todo preparados, aunque el nada azaroso título de la novela ya lo
anunciara, era para el jubiloso goteo de autores y autoras de ciencia-ficción que inunda las páginas de
su libro. Desde nombres clave del género, como Ray Bradbury o Ursula K. Le Guin, a otros mucho
menos conocidos por los no iniciados en el género, como Joanna Russ o Harlan Ellison. Una de sus
novelas póstumas, Los sinsabores del verdadero policia (2011), ya estaba dedicada a Manuel Puig y a
Philip K. Dick, y en algunos de los poemas contenidos en La universidad desconocida (2007), también
póstuma, podía hallarse algún guiño a escritores como R. A. Lafferty. Pero nunca como en El espíritu
de la ciencia-ficción dejó Bolaño tan patente su amor por el género y su más que probable condición
de comprador empedernido de ficciones escapistas y especulativas sobre otros tiempos y otros mundos.
Es curioso, hasta cierto punto, que en su obra posterior, una vez empezó a publicar regularmente,
apenas queden restos de esta afición; quizá la ciencia-ficción fue un poco un amor de juventud. Al fin y
al cabo, El espíritu de la ciencia-ficción es una novela de juventud.
Como comprador empedernido de ficciones escapistas y especulativas (y de todo tipo) que soy, pensé
que podía ser divertido hacer una especie de glosario de los autores que aparecen nombrados en el
libro. A varios de ellos, el alter ego de Bolaño en la novela les escribe cartas, cuyo tono oscila entre lo
onírico y lo alucinado; a otros, los va mencionando de pasada; el resto aparecen en un anexo en el que
pueden verse hojas originales de trabajo de Bolaño, de cuando estaba planificando la novela, y en una
de ellas hay una lista de posibles candidatos a ser destinatarios de las cartas. Los he listado por orden
alfabético en función del apellido. Algunos están vivos e incluso tienen cuenta en Twitter (no siempre
gestionadas por ellos mismos). Otros no. Los años entre paréntesis junto a los nombres de novelas
suelen referirse a su fecha original de publicación, que a menudo difiere de la edición española, si la
hay. A muchos de estos autores, si los queréis leer, tendréis que ir a buscarlos a las bibliotecas públicas
o a las librerías de segunda mano, que supongo que es lo que hacía Bolaño. Bueno, despeguemos.

Forrest J Ackerman (1916-2008)

Murió un minuto antes de la medianoche del cuatro de diciembre de 2008, con 92 años, y se podrían
decir demasiadas cosas sobre Ackerman, o Forry, o Mr. Ciencia-Ficción, como prefieran. Fue, por
decirlo de alguna manera, el fan por excelencia, el primero de todos. Coleccionista -en su mansión de
Los Angeles conservaba más de 20.000 libros y 300.000 objetos relacionados con el cine de género-;
impulsor infatigable de la ciencia-ficción; escritor y agente de autores como Ray Bradbury o Isaac
Asimov; inspirador de un buen puñado de cineastas, como Joe Dante, Peter Jackson o John Landis,
que luego le regalarían cameos en sus filmes. Landis le hizo aparecer en un cine, detrás de Michael
Jackson, en el videoclip de Thriller (1983), pieza fundamental de la cultura pop de los ochenta (y de
todos los tiempos). Su mítica revista Famous Monsters of Filmland, pionera en tomarse en serio la
fantasía y la ciencia-ficción y dedicar espacio a los especialistas de efectos especiales de las películas,
tuvo a mediados de los setenta una breve edición española, de la mano de la editorial Garbo.

Brian Aldiss (1925-)

Nacido en Norfolk, Inglaterra, Aldiss se las tuvo intermitentemente durante casi veinte años con
Stanley Kubrick para adaptar al cine un relato breve que había escrito en 1969, Los superjuguetes
duran todo el verano, proyecto que, tras un sinfin de rodeos, terminaría germinando en A.I.
Inteligencia Artificial (2001), la película de Spielberg. Brian Aldiss empezó a escribir muy joven, y
brilló no solo como narrador de ciencia-ficción sino también como antologista. Sin embargo, su
primera novela, The Brightfount Diaries (1955), relataba en forma de diario ficticio su experiencia
como vendedor en una librería de Oxford. Admirador confeso de H. G. Wells, Aldiss fue a menudo un
audaz experimentador, y prueba de ello son libros tan singulares como Invernáculo, Informe sobre
probabilidad A o A cabeza descalza, esta última todo un juego de hibridación lingüística que los
surrealistas habrían aplaudido. A principios de los noventa empezó a publicar poesía.
Alexander Beliaev (1884-1942)

Bolaño escribe su apellido Beljaev, aunque, si os topáis con algún libro suyo lo veréis escrito como lo
ponemos aquí, o incluso como Alejandro Beliaev. De niño se lastimó la columna vertebral al caer de
un tejado, y durante sus periodos de convalecencia se aficionó a leer a Wells, a Verne o a Tsiolkovski -
el padre de la astronáutica-, lecturas que, con el tiempo, le llevaron a la escritura. En España se han
publicado novelas como Ictiandro, El ojo mágico y también pueden hallarse relatos suyos en
antologías. Murió en 1942, durante el sitio de Leningrado, y su mujer e hija fueron deportadas por los
nazis a Polonia. Se le considera algo así como el Julio Verne ruso.
Alfred Bester (1913-1987)

Fue en la década de los cincuenta cuando este neoyorquino publicó las dos novelas por las que más se
le recuerda, dos clásicos de la ciencia-ficción: El hombre demolido (1953) y Las estrellas, mi destino
(1956), también conocida como ¡Tigre, tigre! Bester escribió guiones de cómic durante los cuarenta,
para series de DC como Superman o Linterna verde, y también trabajó en radio y en la televisión, que
sería el escenario de otra de sus novelas, Carrera de ratas (1953), ésta fuera de la ciencia-ficción.
Aunque seguiría publicando historias cortas esporádicamente, a principios de los sesenta se convirtió
en editor de la revista de viajes Holiday, donde estuvo prácticamente una década. Gigamesh ha
recuperado recientemente Los impostores, la última novela que Bester escribió y publicó a principios
de los ochenta. Murió sin haber tenido descendencia con la actriz Rolly Bester, fallecida tres años atrás
y con la que estuvo casado media vida. Se lo dejó todo a su amigo Joe Suder, camarero de un bar
cercano a su casa.
Ray Bradbury (1925-2012)

Cabe suponer que el autor de Crónicas marcianas (1950) y Fahrenheit 451 (1953), fallecido en 2012,
no es un desconocido por aquí. Nació en Waukegan, Illinois, aunque su familia se estableció en Los
Angeles en 1934, cuando él ya sabía que quería dedicarse a las artes. Sus paseos por Hollywood le
llevaron a trabar pronto amistad con gente como Ray Harryhausen y, más adelante, a trabajar
activamente escribiendo guiones para numerosas series de televisión y para películas como el Moby
Dick (1956) de John Huston. Su infancia en Illinois la evocó en varias narraciones; entre otras, una
novela hermosa y aterradora, El carnaval de las tinieblas, llevada al cine por Jack Clayton en 1983.
Sus antologías de relatos, como El país de octubre o Remedio para melancólicos, editadas en España
por Minotauro, contienen auténticas perlas, no siempre adscritas de forma estricta a los campos del
terror y la ciencia-ficción.
Fredric Brown (1906-1972)

Si Bradbury fue un estupendo cuentista, el ingenio y el humor del autor de Universo de locos (1946)
no era menos deslumbrante en el arte del relato corto: para comprobarlo, acudan a la suculenta
antología cronológica que editó Gigamesh, que comprende tanto relatos como novelas, entre las que
también destaca ¡Marciano, vete a casa! (1955). También escribió muchas novelas de misterio, fue
corrector de galeradas para el Milwaukee Journal y escribió historias para capítulos de series de
televisión como Alfred Hitchcock presenta.
Philip K. Dick (1928-1982)

“Estas son algunas de las conclusiones a las que hemos llegado: Dick era un esquizofrénico. Dick era
un paranoico. Dick es uno de los diez mejores escritores del siglo XX en Estados Unidos, que no es
decir poco. Dick era una especie de Kafka pasado por el ácido lisérgico y por la rabia. Dick, en El
hombre en el castillo, nos habla, como luego sería frecuente en él, de lo alterable que puede ser la
realidad y de lo alterable que, por lo tanto, puede ser la historia. Dick es Thoreau más la muerte del
sueño americano. Dick escribe, en ocasiones, como un prisionero porque realmente, ética y
estéticamente, es un prisionero“. Aquí quien habla es el mismo Bolaño; este texto es parte de su
artículo sobre Philip K. Dick recogido en el libro Entre paréntesis (2004).
Harlan Ellison (1934-)

Los acólitos de Harlan Ellison, en España, se ven obligados a buscar su nombre en índices de antiguas
antologías, en librerías de segunda mano, porque bien poco nos ha llegado aquí de su extensa obra,
quizá porque ha escrito muchos más relatos que novelas. Son célebres los tres tomos de sus Visiones
peligrosas, una antología en las que, a finales de los sesenta, invitó a un puñado de autores a
experimentar y a tratar temas poco explorados hasta entonces en el género. Orbis y Martínez Roca la
editaron por aquí, en tres volúmenes. A Ellison le debemos, por ejemplo, la película de culto 2024:
Apocalipsis nuclear (Un muchacho y su perro) (1975), que adaptaba una novela suya, o la aventura
gráfica para ordenador I have no mouth and I must scream (1995), inspirada en uno de sus relatos. Su
nombre aparece en los créditos de Terminator (1984): demandó a la productora de la película,
acusándoles de plagiar en parte un relato suyo, y además de ver su nombre en pantalla les sacó también
algo de dinero. No es la única batalla que Ellison ha librado por asuntos de derechos. En 2007 se
estrenó en Sitges Dreams with sharp teeth, un muy interesante documental sobre su figura.
Philip José Farmer (1918-2009)

A Farmer se le conoce sobre todo por la saga de El mundo del río, aunque la mismísima Anagrama
publicó en los ochenta La imagen de la bestia y ¡Cuidado con la bestia!, dos delirios pulp bastante
subidos de tono por donde asomaba, como personaje secundario, Forry Ackerman. El sexo era una
constante en su obra: dejó su trabajo en una planta acerera tras ganar un premio Hugo al “escritor más
prometedor” en 1953 con su primera novela, Los amantes, que narraba relaciones sexuales entre un
humano y un extraterrestre. Utilizó, sin pedir permiso, el seudónimo de Kilgore Trout, escritor ficticio
de ciencia-ficción que aparece a menudo en la obra de Kurt Vonnegut, para escribir la novela corta
Venus en la concha; Vonnegut no se tomó muy bien el cumplido y le pidió que no escribiera más con
ese nombre.
Alan Dean Foster (1946-)

Aunque este graduado en Ciencias Políticas por la Universidad de California tiene en su haber varias
sagas de fantasía y otras novelas, de las que bien poco ha llegado a España, su nombre suele asociarse a
menudo al cine: fue el negro de George Lucas en la novelización de la primera película de Star Wars,
también novelizó las tres primeras entregas de Alien y escribió, entre otros, varios libros basados en el
universo de Star Trek. Figura como autor de la historia original de la primera película sobre el universo
creado por Gene Roddenberry, la de Robert Wise de 1979. Tragedia en el Dark Star (1976), un libro
que a menudo aparece medio sepultado en librerías y mercadillos, es su novelización del debut de John
Carpenter, de quien también adaptó La cosa y Starman.

James Hauer (¿?)


Aunque aparece tanto en el libro como en las notas de trabajo de Bolaño, James Hauer es con toda
probabilidad una invención del escritor chileno. El estreno de Blade Runner (1982) quizá hizo que al
escritor chileno le rondara por la cabeza el apellido de Rutger Hauer y le diera por confundir al
respetable incluyendo un escritor ficticio en la novela, a la manera de Lovecraft o Borges.
Joe Haldeman (1943-)

El autor de La guerra interminable (1974) visitó recientemente Barcelona, con motivo de la Eurocon
2016, y presentó en la Filmoteca, en flamantes 35 milímetros, Robot Jox, de Stuart Gordon, que
Haldeman coescribió para la Empire de Charles Band en 1989. “Vais a ver una de las películas más
estúpidas de la segunda mitad del siglo XX“, dijo Haldeman nada más arrancar la presentación de una
producción accidentada que coincidió con la ruina económica de la Empire y durante la cual escritor y
cineasta tuvieron serias diferencias. Joe Haldeman empezó a escribir tras ser gravemente herido por
una mina en la guerra del Vietnam, por lo que no es de extrañar que el antibelicismo esté muy presente
en sus novelas y relatos. Actualmente sigue publicando y enseña redacción y escritura en el MIT
(Massachussets Institute of Technology).

Thea von Harbou (1888-1954)


Aunque se la conoce sobre todo por su portentosa sociedad creativa con Fritz Lang, su segundo
marido, con quien alumbró películas como Las tres luces (1921), Metrópolis (1927) o M, el vampiro
de Düsseldorf (1931), Von Harbou fue una escritora precoz -publicó su primera novela con diecisiete
años- y una de las guionistas más reputadas del cine alemán de entreguerras, trabajando también con
Murnau y con el danés Carl Theodor Dreyer. Su sociedad con Lang se rompió definitivamente tras la
subida al poder de Adolf Hitler: el cineasta huyó a Francia nada más recibir la oferta de hacerse cargo
de la UFA, una de las principales productoras del país, mientras que Von Harbou permaneció en
Alemania y siguió trabajando en el cine, afiliándose al partido nazi al mismo tiempo que se casaba en
secreto con un joven periodista indio. La historia es larga, pero si me permitís la elipsis, Von Harbou
resbaló y se lastimó la cadera en una proyección de Las tres luces a la que había sido invitada en 1954,
con sesenta y cinco años, y murió poco después en el hospital, muy debilitada ya en aquellos años por
constantes migrañas. Unos años después, Lang dirigió El tigre de Esnapur y La tumba india, delicioso
díptico de aventuras que revivía, a todo color, dos películas mudas de 1921 en cuya producción
precisamente había conocido a Von Harbou décadas atrás. Todo un gesto. Gallo Nero reeditó en 2013
la novela en la que se basó Metrópolis, prácticamente lo único que puede leerse en español de la
guionista y escritora bávara.

R. A. Lafferty (1914-2002)

Puede que Raphael Aloysius Lafferty sea uno de los secretos más bien guardados de la ciencia-ficción
norteamericana; también puede ser que los miembros de su selecto club de fans, entre los que se
cuentan Bolaño, Michel Houellebecq, Bill Hader, Alan Moore, Neil Gaiman, el escritor español
Alberto López Aroca, el actor de serie Z Toni Junyent y la gente de la editorial catalana Males
Herbes, estén un poco locos. Sea como fuere, existen pocas novelas tan intrépidas, divertidas y
absurdas, en el mejor sentido, como Llegada a Easterwine. Autobiografía de una máquina ktisteca
(1971). Para empezar, podéis probar con Salomas del espacio (1968), la Odisea de Homero en clave de
space opera, o con las manifestaciones de su humor caústico y su desencanto espiritual contenidas, en
forma de relato corto, en los recopilatorios Novecientas abuelas (1970) y Los seis dedos del tiempo
(1970).

Ursula K. Le Guin (1929-)

Escritora, poeta y también traductora de español y chino, Le Guin creó en sus narraciones los mundos
de Ekumen y Terramar para hablar, a través de la fantasía y la ciencia-ficción, del poder, de los sexos,
de ecología, en fin, de nuestro mundo, del que es y del que podría ser. Con La mano izquierda de la
oscuridad (1969), su novela más celebrada, Le Guin puso sobre la mesa la cuestión de género en un
momento en el que no era algo habitual. Su última novela, Lavinia (2008), revisita la Eneida de
Virgilio desde el punto de vista de la esposa de Eneas, personaje de quien el poeta griego tan solo
proporcionaba el nombre.
Fritz Leiber (1910-1992)

A Leiber, que escribió tanto ciencia-ficción como terror y fantasía, se le debe la invención del término
espada y brujería. De hecho, algunas de sus aportaciones a este subgénero están siendo editadas
recientemente por Gigamesh. De momento, han publicado el Primer libro de Lankhmar. Experto
ajedrecista, poeta ocasional y actor secundario en un buen puñado de películas de la primera mitad del
siglo, de Leiber pueden hallarse en los lugares apropiados novelas tan peculiares como Los cerebros
plateados (1976), Un fantasma recorre Texas (1966) o Crónicas del gran tiempo (1984), y un montón
de relatos desperdigados en antologías.
George R. R. Martin (1948)

Sabemos que le conocéis, como mínimo de vista, a través de la pantalla del ordenador, y que esperáis
que termine a tiempo la saga de Juego de tronos (1996-). También ha escrito muchos relatos cortos y
novelas como Muerte de la luz (1977) o Sueño del fevre (1982).

Anne McCaffrey (1926-2011)


Aunque nació en Cambridge, Massachussetts, Anne McCaffrey emigró a Irlanda en 1970, nada más
divorciarse, y allí murió hace algunos años dejando tras de sí un montón de novelas, la mayoría de las
cuales ella consideraba de ciencia-ficción, aunque a menudo se la solía ubicar en el género de la
fantasía. Su saga más célebre es la de Los jinetes de dragones de Pern (1968-), que a día de hoy cuenta
con una veintena de libros, algunos de ellos escritos por el hijo de la autora. La primera novela que
publicó, la aventura de abducciones extraterrestres Reconstituida (1967), rompía una lanza por los
personajes femeninos fuertes e independientes, algo que por entonces no se estilaba mucho en el
género.

Vonda N. McIntyre (1948)

Como Alan Dean Foster, también Vonda N. McIntyre escribió novelas sobre Star Wars y Star Trek,
y se dice que fue ella quien le dio a Sulu (George Takei; John Cho en las películas de J. J. Abrams)
el nombre de pila Hikari. Su Serpiente del sueño (1978) está considerada toda una novela de culto, y lo
último que publicó fue La luna y el sol (1997), una fantasía ambientada en la corte de Luis XIV, el Rey
Sol, que este año tendrá versión cinematográfica: The king’s daughter, con Pierce Brosnan y William
Hurt. En sus ratos libres, diseña y teje, con lana, criaturas marinas para el Crochet Coral Reef.

Joanna Russ (1937-2011)

Cinco años le llevó a Joanna Russ encontrar alguien que publicara su corrosiva El hombre hembra
(1975), una de las novelas que siempre se citan cuando se habla de la irrupción del feminismo en la
ciencia-ficción a principios de los setenta, junto a La mano izquierda de la oscuridad. De hecho, a
Russ, que además de novelista fue una implacable crítica literaria, no le convenció demasiado la novela
de Le Guin, a la que acusó de no ir lo suficientemente lejos en sus postulados. Junto a novelas como
Picnic en paraiso (1968) o Ellos dos (1978), esta nativa del Bronx también escribió ensayos sobre
literatura y teoría feminista como How to suppress women’s writing (1983).
Alice B. Sheldon / James Tiptree Jr. (1915-1987)

A la autora de En la cima del mundo (1978), Bolaño le escribe dos cartas en la novela: la primera de
ellas, que además es la primera del libro, se la dirige a Sheldon; la segunda, a su seudónimo James
Tiptree Jr., el nombre que la escritora usó para publicar sus novelas y relatos desde finales de los
sesenta. El misterio de su identidad fue objeto de innumerables conjeturas durante los primeros setenta,
hasta que la misma Sheldon desveló el enigma en 1976. Antes de ser escritora, fue ilustradora, también
crítica de arte y psicóloga, como menciona Bolaño en el libro. En 1987, mató a su marido de un tiro
mientras dormía y luego se suicidó. Desde 1991, el premio James Tiptree Jr. distingue anualmente
obran de ciencia-ficción o fantasía que exploran temas de género.
Robert Silverberg (1935-)

Ya que estábamos con Alice Sheldon, podemos añadir que el autor de Alas nocturnas (1968) fue uno
de los que tuvo que comerse sus palabras cuando se supo que James Tiptree Jr. era una mujer, pues
había escrito en un artículo que había algo ineluctablemente masculino en su escritura, descartando
totalmente la posibilidad de que se tratara de una mujer. El prolífico Robert Silverberg también usó
varios seudónimos para publicar sus primeras novelas, a finales de los cincuenta. En 1975 anunció que
dejaba la escritura, aunque cinco años después volvió con El castillo de Lord Valentine (1980),
primera entrega de lo que sería la saga de Majipur. Escribió varios relatos a cuatro manos con Isaac
Asimov, e incluso la novela Anochecer (1990).
E.E. Smith (1890-1965)

Además de ser considerado el padre de la space opera, E. E. Smith (o E. E. “Doc” Smith) era
ingeniero químico y fabricante de donuts. Empezó a escribir en 1915, espoleado por un vecino que le
sugirió que plasmara por escrito sus ideas sobre los viajes espaciales. De ahí surgió Skylark of space,
primera entrega de lo que sería la saga de Skylark. Sus historias solían aparecer, serializadas, en
revistas de ciencia-ficción de la época, como Amazing Stories. Los madrileños Pulp Ediciones
editaron varias narraciones suyas a principios de la década pasada.
Norman Spinrad (1940)

A su cáustica e inclemente Incordie a Jack Barron (1969), que anticipaba con bastante acierto la
decadencia del medio televisivo, le costó encontrar editor, y tres años después escribía El sueño de
hierro (1972), provocadora distopía en la que las ideas de Adolf Hitler no encuentran altavoz en
Alemania y emigra a Nueva York, donde escribe narraciones de ciencia-ficción, una de las cuales, El
señor de la esvástica, aparece como una novela dentro de la novela. Son el tipo de cosas que escribe
Norman Spinrad, el agitador de la nueva ola que Harlan Ellison contribuyó a hacer brotar mediante
sus Visiones peligrosas. En 2007, al ver que nadie en Norteamérica quería editar su novela Osama the
gun, Spinrad empezó a publicarla gratuitamente en Internet, hasta que la editorial Wildside Press
decidió hacerse cargo de ella.
Olaf Stapledon (1886-1950)

Este influente escritor inglés, admirado por gente como Borges, Stanislaw Lem o Arthur C. Clarke,
fue también filósofo y activista por la paz. Condujo ambulancias en Europa durante la Primera Guerra
Mundial, bajo objeción de conciencia, y después de la Segunda Guerra Mundial estuvo especialmente
activo dando conferencias, uniéndose también al movimiento contra el Apartheid en Sudáfrica, en
1950. El mismo año en el que murió, sin que nadie se lo esperara, de un ataque al corazón en su casa,
tras cancelar un viaje a Yugoslavia. Sus obras más representativas dentro de la ciencia-ficción son
Hacedor de estrellas (1937) y Sirio (1944).
Theodore Sturgeon (1918-1985)

La prosa sutil y hermosa de Sturgeon, de influencia reconocida para escritores como Bradbury o
Kurt Vonnegut, sigue siendo relativamente desconocida para el gran público, aunque escribió muchas
historias cortas en revistas de ciencia-ficción, recopiladas posteriormente, y originales novelas como
Más que humano (1953), en la que especula sobre la evolución de la conciencia humana, o Venus más
X (1960), en la que abordaba de forma pionera el asunto de las diferencias de género. Su talante
inquisitivo y discrepante se resume en la llamada Ley de Sturgeon, que dice: “Nothing is always
absolutely so” (Nada es exactamente de esa forma). Su otra máxima famosa es aquella que dice que “el
noventa por ciento de la ciencia-ficción es basura, pero también el noventa por ciento de todo es
basura”, a lo que añadía que las buenas novelas de ciencia-ficción eran tan buenas como las novelas de
cualquier otro género.
John Varley (1947-)

Natural, como Richard Linklater, de Austin, Texas, Varley escogió para sus estudios superiores la
Universidad de Michigan porque fue el centro de estudios más lejano de Texas donde le admitieron.
Empezó estudiando física para pasarse al inglés y, antes de cumplir los veinte, huir a San Francisco
justo a tiempo para participar, en 1967, del llamado verano del amor. Allí desempeñó varios trabajos
temporales hasta que decidió apostar por la escritura: una de sus primeras novelas cortas, la
melancólica e inquietante La persistencia de la visión (1970), muy bien podría la traslación literaria de
su particular resaca tras habitar durante unos años en el epicentro del movimiento hippie. Su obra
también cuenta, entre otras, con las novelas de la saga de Titán y algunas recopilaciones de relatos,
como Blue Champagne (1986). Tras tener que reescribir seis veces el guión de la película Millennium
(1989), que adaptaba uno de sus relatos, decidió que Hollywood no era para él.
Gene Wolfe (1931-)

En uno de los primeros capítulos de El espíritu de la ciencia-ficción, Bolaño narra con detalle el
argumento de una supuesta novela de este escritor neoyorquino, La sombra, que en realidad es
inventada, aunque Wolfe tenga una que se titula La sombra del torturador (1980), primer volumen de
la serie de novelas El libro del sol nuevo, sin ninguna similitud argumental con lo que cuenta el
chileno. A esta exitosa serie le seguiría El libro del sol largo, desarrollada a lo largo de los noventa.
Grijalbo editó en 1993 la recopilación de relatos Especies en peligro, y su obra como novelista incluye
también títulos como Paz (1975) o Puertas (1988).
Donald A. Wollheim (1914-1990)

Para su segundo largometraje, tras Cronos (1993), Guillermo del Toro decidió adaptar el relato corto
Mimic, de Donald A. Wollheim, escritor y ferviente entusiasta de la ciencia-ficción. Wollheim fue
pionero en la publicación de antologías de este género a principios de los cuarenta, al mismo tiempo
que escribía novelas, algunas bajo el seudónimo de David Grinnell. Podría decirse que fue
directamente responsable de que unos cuantos de los autores que han aparecido en esta guia vieran
publicadas sus historias y, lo que también es importante, llegaran al público: apostó por lo que hoy en
día se conoce como libro de bolsillo. Durante veinte años fue editor jefe de la editorial especializada
Ace Books (Bolaño también la menciona en el libro) y cuando ésta fue vendida a un consorcio
bancario en 1968, él y su mujer fundaron su propia editorial, DAW Books, llevándose consigo a la
mayoría de autores a los que llevaba años publicando. Lanzó al mercado Yonki (1953), la primera
novela de William S. Burroughs; reeditó, en los sesenta, al otro Burroughs, a Edgar Rice, cuyas
novelas llevaban tiempo descatalogadas; hizo debutar en bolsillo a Philip K. Dick o a Ursula K. Le
Guin; contribuyó a las carreras de Leiber, Silverberg, Marion Zimmer Bradley o Roger Zelazny,
entre muchos otros. Su contribución al género fue valiosa; tanto que, sin ella, probablemente El
espíritu de la ciencia-ficción no existiría o no sería lo mismo. Y sin más que añadir, esta ha sido mi
última transmisión desde el planeta de los monstruos.

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