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Breve biografía de Orígenes

Gracias a Eusebio, obispo de Cesarea de Palestina a comienzos


del siglo IV, que dedicó la parte principal del tomo VI de su xxxx
Historia eclesiástica a Orígenes, el marco biográfico de conjunto
es firme, aunque haya algunos detalles que son objeto de
discusión.

EL HOMBRE

Hay dos lugares sucesivos, dos grandes momentos en la vida de


Orígenes. Primero, Alejandría, la gran metrópoli intelectual, que
domina el mundo mediterráneo: es el lugar de su formación y de
treinta años de su actividad. Luego, la ciudad de Cesarea, sede
de la Administración romana en Palestina, un puerto abierto al
exterior; la comunidad judía es allí importante y existe una
escuela rabínica que se haría célebre a finales del siglo III y
durante el IV. Es una época agitada, en la que se suceden los
emperadores. Sobre los cristianos planea la amenaza de
persecuciones, que vienen en oleadas, con el intermedio de
algunos periodos más tranquilos. Una simple ojeada al cuadro de
la p. 16 muestra hasta qué punto la existencia de Orígenes se
desarrolló en medio de estas persecuciones. Señalemos algunas
etapas significativas de su larga vida (69 años).

Su infancia transcurre en el seno de una familia cristiana y culta.


Quizás Orígenes se bautizó muy pronto. Eusebio insiste en el
conocimiento de la Escritura que su padre le enseñaba desde su
juventud. Al mismo tiempo, el ciclo escolar clásico, basado
mucho más en la poesía que en la ciencia, le obliga a la lectura
primero de Homero y, después, de Hesiodo.

La larga persecución de Septimio Severo (202-211), que desea


sobre todo acabar con el proselitismo de los judíos y de los
cristianos, deja huérfana a la Iglesia de Alejandría de sus cuadros
más instruidos. Leónidas, padre de Orígenes, forma parte de la
primera oleada de mártires, y sus bienes son confiscados.
Orígenes tiene que hacerse cargo de su madre y de sus
hermanos y se instala como gramático. Tiene 18 años cuando el
obispo Demetrio le confía su escuela de catequesis. De hecho, es
una escuela para el martirio: algunos de sus alumnos son
detenidos y dan testimonio de su fe hasta la muerte.

El biógrafo señala entonces un periodo de ruptura, de


“conversión”, diríamos nosotros, la de un temperamento
inclinado a lo absoluto. Es la época en que Orígenes, que
probablemente no tenía ya la responsabilidad de atender
económicamente a su familia, decide cerrar su escuela de
gramático y vender su biblioteca profana para dedicarse a la
sagrada Escritura. Lleva una vida evangélica, en la pobreza y el
ascetismo, y parece ser que arrastró a ella a algunos discípulos:
¿era un esbozo de vida monástica?

Pero la fama de Orígenes trasciende la comunidad local, y


algunos jóvenes paganos, judíos o herejes (= gnósticos) vienen a
preguntarle por la doctrina cristiana. ¿Cómo responder a la sed
de sus oyentes? Necesita todos los recursos de una cultura
amplia, abierta (¡fue un error haber vendido sus libros griegos!).
El mismo sigue durante algunos años la enseñanza del filósofo
Ammonio Saccas, que será luego maestro de Plotino. Y el año
211, una vez vuelta la paz, traspasa a uno de sus discípulos la
escuela elemental y se encarga de los alumnos más capaces
para un vasto currículum abierto igualmente a los no cristianos.
Propone el ciclo ordinario de estudios (gramática, dialéctica,
retórica, geometría) para los que tienen necesidad de ellos, y
luego inicia a sus alumnos en las diversas doctrinas filosóficas,
que son otras tantas preparaciones indispensables para una sana
inteligencia de las Escrituras, cuya exposición sigue estando en el
centro de su enseñanza. Más tarde, en Cesarea, mantendrá una
escuela semejante.

Hacia los 35 años, Orígenes empieza a redactar la inmensa obra


escrita que ocupará el resto de su vida. La ocasión y los medios
para ello se los proporcionó probablemente un tal Ambrosio, una
persona que había seguido en otros tiempos la gnosis
valentiniana, más satisfactoria para sus exigencias intelectuales,
y a quien su encuentro con Orígenes le hizo volver a la Iglesia.
Ambrosio le anima a publicar su enseñanza y, como posee
medios para ello, pone a su disposición un equipo de taquígrafos
y de calígrafos para componer y recopilar los manuscritos.
Seguirá a Orígenes a Palestina, animándole en su trabajo. En
Alejandría se dictaron el Tratado de los principios, que expone los
fundamentos de la fe y presenta los principios de interpretación
de la Escritura, y los primeros tomos de los grandes comentarios
seguidos de los textos bíblicos (entre ellos, el evangelio de Juan).

Orígenes tenía unos 47 años cuando se produjeron un


acontecimiento y una crisis que dieron un nuevo giro a su vida: la
ordenación sacerdotal y el conflicto que eso le generó con su
obispo Demetrio. Durante un viaje a Palestina, Orígenes había
sido invitado a comentar la Escritura en la asamblea litúrgica.
¿Podía predicar un laico en la Iglesia? En Alejandría esto iba en
contra de la tradición, y Demetrio protestó. ¿Era para responder a
la objeción o para marcar su estima? En un nuevo viaje, el obispo
de Cesarea, de acuerdo con el de Jerusalén, ordenó sacerdote a
Orígenes sin contar con Demetrio. Este reaccionó violentamente
contra este atentado a su autoridad; convocó un sínodo, desterró
a Orígenes e incluso le declaró depuesto del sacerdocio. Esta
sentencia sólo fue recibida localmente en Egipto. Pero el episodio
sigue estando oscuro; también se habló de acusaciones en
materia doctrinal y hasta de simple envidia.

Sus últimos veinte años fueron de una madurez fecunda. En


Cesarea, Orígenes prosigue la obra que había comenzado en
Alejandría. En el Didascaleo, abierto a todos, el maestro fascina a
sus alumnos con la fuerza de sus palabras, arrastrándolos hacia
el Verbo de Dios. Redacta sus comentarios a la Escritura en la
oración y en la vida en común con su equipo de copistas y
algunos discípulos; y al final de su vida, emprende su gran obra
teológica, Contra Celso. A esto hay que añadir su ministerio
sacerdotal de predicación —muchas veces diaria— en la
asamblea litúrgica. Las homilías que han llegado hasta nosotros
serían, salvo algunas excepciones, las de los últimos años: con
más de sesenta años, indica Eusebio, Orígenes, tras una larga
experiencia y suficientemente dueño de su discurso, habría
aceptado finalmente que se tomaran por escrito sus charlas. En
ellas nos encontramos con un hombre atento a las necesidades
de los fieles y de los catecúmenos de su Iglesia.

En esta existencia tan llena, hay que contar además sus


numerosos viajes. Se le llama para consultarle o para que ilumine
un debate doctrinal; estas misiones, que le llevan lejos de
Alejandría y luego de Cesarea, atestiguan la irradiación de su
pensamiento.

Durante la persecución de Decio, la primera persecución


universal que hubo, Orígenes fue torturado y detenido durante un
largo tiempo. Para las autoridades, su apostasía habría tenido
tanto peso que valdría la pena conservarlo con vida... Confesó,
pues, la fe, pero habría sobrevivido algunos años y habría muerto
hacia el año 254 en la ciudad de Tiro.

SU OBRA

Inmensa y esencialmente exegética, la obra de Orígenes se ha


perdido en gran parte por destrucciones sistemáticas (cf. p. 93) o
por el desgaste del tiempo. Las indicaciones de Eusebio y una
lista establecida por Jerónimo nos permiten hacernos una idea de
lo mucho que se conservaba en la biblioteca de Cesarea en el
siglo IV.

Son pocas las obras que nos han llegado en su original griego
(Contra Celso, parcialmente Comentarios a san Juan y a san
Mateo, Tratado de los principios y un gran número de
fragmentos). Son las traducciones latinas de Rufino de Aquileya y
de Jerónimo (finales del siglo IV) las que nos permiten tener
acceso a la mayor parte de las obras que se conservan. El
intérprete las recibe con precaución y debe tener en cuenta las
intenciones y la manera de actuar de los traductores. Sin
embargo, los textos latinos suelen ser bastante fieles al texto
griego; en el marco de este Documento los tendremos en cuenta
con confianza. Además, ha sido a través de estas traducciones
como Orígenes ha influido tanto en el Occidente cristiano.

Lejos de ser neutra, la exégesis de Orígenes está profundamente


inserta en su contexto eclesial e histórico. Damos aquí una idea
del ambiente en cuyo seno se construyó su lectura.

Las raíces

Desde su infancia, Orígenes vive en la Iglesia. En este punto se


diferencia de Justino, un griego en busca de sabiduría que acabó
encontrándose con la “filosofía cristiana”. Orígenes no acudió a
los filósofos hasta más tarde. Se alimentó de una tradición viva —
la del Nuevo Testamento, como es lógico—, pero también de la
de las primeras generaciones cristianas; cita ocasionalmente a
Ignacio, al Pastor de Hermas, o recoge alguna de las exégesis
recibidas de los “presbíteros”. Además, la comunidad de
Alejandría tiene sus propias tradiciones de lectura, marcadas por
la ya larga confrontación entre la revelación y la cultura
helenística. Fueron los cristianos los que conservaron las
interpretaciones originales que desde el siglo II a.C. había
elaborado el judaísmo alejandrino, que tuvieron su apogeo en la
obra de Filón. Ellos tomaron su relevo e hicieron escuela.
Orígenes, en concreto, es el heredero de Clemente de Alejandría;
no es realmente su discípulo, pero conoce su obra y tuvo que
enfrentarse con una problemática semejante.

Los dos estaban impregnados de la cultura griega, de una


manera particular de acudir a los escritos sagrados. Aunque era
gramático —es decir, profesor de literatura— en sus comienzos,
Orígenes cita muy poco a los autores profanos; posee, sin
embargo, una técnica bien rodada de explicación de los textos
antiguos. Más hondamente, como todo griego bien instruido,
siente el gusto de poder elevarse desde las cosas de aquí abajo a
una realidad inteligible y oculta, de sospechar y vislumbrar en los
textos una verdad más profunda que es preciso descubrir.

Los poetas sagrados Homero y Hesiodo están en la base de la


educación y son objeto de veneración. Sin embargo, sus
escabrosas historias chocan con la idea que se tiene de la
divinidad; hace ya varios siglos —¡desde el VI a.C.!— que se
intenta interpretar esos viejos textos de manera que se pueda
descubrir en ellos una enseñanza sobre las realidades del mundo
físico, psicológico o sobre la vida moral. Algunos filósofos,
especialmente los estoicos, son maestros consumados en esta
exégesis alegórica. En los primeros siglos de nuestra era, ese
modo de leer era un bien común: ¿quién no sabe que Apolo
representa al sol, Atenea a la razón, Ares a los instintos
guerreros? Sobre todo, se tiene la convicción de que las verdades
más altas no pueden enseñarse crudamente, sino que necesitan
rodearse de velos y enigmas. Los mitos, tanto griegos como
egipcios, los ritos de los misterios sagrados, los oráculos, los
sueños, las máximas de los antiguos, ocultan su sabiduría bajo un
ropaje vulgar y sólo la revelan a quienes buscan una significación
más profunda.

Pues bien, los judíos y los cristianos proponen ahora sus propios
textos sagrados. ¿Cómo no van a tener también ellos el reflejo de
ascender hacia la verdad que se oculta bajo la letra?

Los adversarios

El conflictivo ambiente en que Orígenes descifra la Escritura es


otro aspecto del contexto. Con el nombre de adversarios
designamos a los de fuera (paganos, judíos, herejes), sin olvidar
que estas fuerzas exteriores ejercen un atractivo que amenaza
por dentro a la comunidad cristiana. Orígenes recibe de ellos su
problemática y se define ante (¿contra?) el adversario del
momento. Para entrar en su explicitación propiamente teológica,
es indispensable conocer ese entorno conflictivo: el error, la
herejía, afectan a la manera de interpretar el texto bíblico.

Ya hemos hablado de la presencia de paganos en el ambiente de


Orígenes: condiscípulos o alumnos de Orígenes, o bien
perseguidores. La práctica de la idolatría sigue siendo una
tentación para la gente sencilla. En cuanto a los intelectuales
griegos ante los que Orígenes tiene que situarse, tienen una
concepción muy elevada de la divinidad, buscan una vida de
acuerdo con ella y suelen despreciar profundamente a los
cristianos. Su visión del mundo está dominada por un platonismo
religioso impregnado de doctrinas pitagóricas; se preocupan por
los temas relativos a la trascendencia de Dios y la providencia,
por el problema del mal y de la libertad.

Siguiendo a los primeros apologetas, Orígenes tiene que dar


cuenta de las “semillas de verdad” sembradas entre los paganos,
de la diferencia cristiana, que parece tan escandalosa; de los
“profetas” paganos, como Platón, y de la Biblia. Leyendo sus
homilías y sus comentarios a la Escritura, no hemos de olvidar la
existencia de una crítica pagana no desprovista de fuerza, que
desconcierta a los cristianos “más débiles” (Contra Celso, prólogo
6). Esta crítica manifiesta su desdén por las Escrituras bárbaras y
groseras, por una Iglesia llena de ignorantes y de ancianas —¡la
salvación se ofrece a los humildes y pecadores!— que se
considera el centro del mundo. Se escandaliza sobre todo de un
Evangelio que apareció tan tarde en la humanidad y que se
presenta como clave de las Escrituras antiguas; en una palabra,
rechaza una historia de la salvación muy poco comprensible para
el espíritu griego. Orígenes reacciona con su fe, aunque comparte
a su manera esas dificultades.

En la escena aparecen otros dos protagonistas que forman para


Orígenes una pareja antitética: los judíos y los herejes. Las
relaciones con los judíos son complejas. Orígenes puede ponerse
a su lado frente a los ataques paganos. Pero al hilo de sus
comentarios a la Escritura, son más bien un adversario tipo. “Los
judíos” representan a la vez, según la antítesis paulina, la letra
opuesta al espíritu, a los defensores de una esperanza carnal, de
una interpretación que se detiene en la corteza y no sabe ir más
allá del velo. Se percibe un conflicto muy hondo, que no tiene
que ver solamente con la controversia; las tendencias literalistas
“judaizantes” están muy vivas en la Iglesia del siglo III, sobre
todo en Palestina.

Pero no debemos pensar que Orígenes tiene una idea tan


simplista de la exégesis judía. Se muestra relativamente
familiarizado con las tradiciones judías de su tiempo, entonces
esencialmente palestinas y rabínicas —el judaísmo alejandrino se
vio ahogado en los pogromos de comienzos del siglo II—. En
Alejandría, sus conocimientos del judaísmo pasan ordinariamente
a través de una persona a la que llama “el Hebreo”, un judío
convertido a Cristo. Pero Orígenes trata además con letrados
judíos, sobre todo en Cesarea; les pregunta y recoge sus
tradiciones: “Una vez oí a un judío interpretar este pasaje y
decía... Me serviré primero de una tradición hebrea..”. De hecho,
al lado de su estribillo sobre la ceguera de los judíos, que
atestigua una divergencia en la interpretación de Jesucristo, vital
para la Iglesia, Orígenes comparte con ellos muchos
procedimientos exegéticos y percibe la riqueza de la enseñanza
de unos maestros que buscan también, como él, el sentido oculto
detrás de la letra.

Los herejes de Orígenes son los gnósticos Valentín, Basílides,


Marción, mencionados muchas veces en bloque en el discurso, y
sus escuelas. Podemos matizar más. En Alejandría, la gnosis
valentiniana prospera y seduce a los más cultos, en busca de una
salvación, como Ambrosio antes de su encuentro con Orígenes.
Este último escribirá su Comentario a Juan como respuesta —y
por tanto en diálogo— al tratado del valentiniano Heracleón. En
Cesarea, concretamente en las homilías, son más bien las
Iglesias salidas de Marción las que representan al adversario, en
particular la escuela de Apeles. ¿Por qué Orígenes los menciona
en bloque, a pesar de sus diferencias? Porque en todos los casos
el conflicto reside en la recepción y la interpretación de las
Escrituras.

Los marcionitas miran con recelo e incluso rechazan el Antiguo


Testamento, al mismo tiempo que al Dios creador; esa obra es un
“amasijo de historias”, de fábulas, como dice Apeles, sin ninguna
relación con la salvación revelada en Jesucristo. Ponen de
manifiesto las contradicciones entre los profetas, pero también
entre los Evangelios, en donde escogen a su antojo lo que mejor
les va. Los valentinianos utilizan unas Escrituras más extensas:
incluso en el Antiguo Testamento, terreno del Demiurgo, hay
sembradas algunas palabras “espirituales” que no pueden
comprender los no iniciados.

Pero incluso en los Evangelios el gnóstico distingue algunos


“misterios” que sabe interpretar espiritualmente gracias a la
alegoría, manejada de forma magistral. Las palabras y los actos
de Jesús sirven de trampolín para describir el drama celestial, del
que aquí tenemos sólo una sombra, o de la bajada y subida-
iluminación de las almas.

Orígenes reacciona violentamente..., ¡aunque nos parece que


está familiarizado con sus procedimientos! Les reprocha a los
gnósticos que manipulan arbitrariamente el texto, que lo
violentan, que lo reconstruyen al servicio de su propio sistema, y
ello porque chocan con las contradicciones o con las aparentes
incoherencias del texto sagrado. Pero entonces, ¿cómo entender
las Escrituras en las que Dios se revela, “la sinfonía de las
Escrituras”, a la luz de Cristo?

El ministerio

Las raíces y el entorno de Orígenes no bastan para definir su


carácter. En él, la lectura de la Escritura tomó forma en la
existencia de cada día. Desde los dieciocho años tuvo un cargo
pastoral: catequista, didascalo, doctor, presbítero. Su vida parece
estar unificada en un largo ministerio —y no solamente en un
estudio— de la Palabra, de la que se alimenta a sí mismo y
alimenta a los demás. Un día, comentando el Levítico, reconoce
su propia tarea en la “figura” del sacerdote que descuartiza y
dispone los miembros del toro para el holocausto. Se trata de
discernir, en la Palabra de Dios, la piel exterior y los miembros
interiores; de disponer los miembros de manera que pueda tocar
a Cristo, a los miembros de Cristo, según la capacidad del que
escucha; se trata de ver qué significa el hecho de tocar la franja
de Cristo, de lavar sus pies con lágrimas y enjugarlos con los
cabellos, y cómo es preferible ungir su cabeza de mirra y cómo
es sublime sobre todo descansar sobre su pecho (cf. Nº 33). La
Palabra se adapta a cada uno según sus fuerzas; en su
exposición, Orígenes se abre a esta densidad de sentido y cuenta
con la pesadez, las dificultades, con la hostilidad del Adversario,
que prosigue su combate contra la Iglesia y se mantiene tras las
falsas interpretaciones de la Escritura, las herejías y la
persecución. La misma lectura de la sagrada Escritura es ya el
lugar de un combate espiritual.
Antes de dar testimonio en el martirio, el mismo Orígenes ahondó
cada vez más profundamente en la Escritura, buscando la
Palabra de Dios según el sentido espiritual que el Espíritu da a la
Iglesia (Hom. Lev. V,5), y no según su propio sentido. “Llama —le
dice a su alumno Gregorio- y el portero te abrirá; busca [...]; ora
[...]: esto es absolutamente necesario para comprender las cosas
divinas” (Carta a Gregorio, 4). El Verbo de Dios se cubre siempre
de un velo y se rodea de oscuridad para poder acercarse hasta
nosotros sin aplastarnos. Pero Orígenes se había hecho tan
transparente, según Gregorio, que en él el Verbo parecía
penetrar a pie desnudo (Acción de gracias 11,18).

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