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EL GOCE

U n co n ce p to lacan ian o

por
NÉSTOR A. BRAUNSTEIN

m
siglo
veintiuno
editores

MÉXICO
ARGENTINA
ESPAÑA
m _________________________

s ig lo xxi e d i t o r e s , s.a. de c.v.


CERRO DEL AGUA 248, ROMfcHO DE TERREROS, 04310, MÉXICO, D.F.

siglo xxi editores, s.a.


G U ATEM ALA 4824, C 1 4 2 5 8 U P , BU EN O S AIRE S, AR G E NTINA

siglo xxi de españa editores, s.a.


M E N É N D E Z P ID A L 3 B I S . 2 8 0 3 6 . M A D R ID . E S P A Ñ A

Braunstein, Néstor A.
El goce: Un concepto lacaniano - 2a ed. - Buenos Aires : Siglo XXI
2006.
341 p. ; 13.5 x 21 cm. (psicología y psicoanálisis)

ISBN 978-968-23-2634-9

1. Psicoanálisis. I. Título
CDD 150.195

portada de peter tjebbes

primera edición, 1990


quinta reimpresión, 2005
segunda edición, aumentada, revisada y actualizada por el autor, 2006
primera reimpresión, 2009
© siglo xxi editores, s. a. de c.v.

isbn 978-968-23-2634-9

impreso en impresora publimex, s.a.


calz. san lorenzo 279-32
col. estrella iztapalapa
R E E D IT A R , R E E S C R IB IR , A C T U A L IZ A R

Goce e ra el n o m b re original de este libro cu an d o a p areció en Mé­


x ico en 1 990. En 1 9 9 4 m e exp licaro n que la ed ición en fran cés n o
p od ría a p a re ce r co n ese título tan p arsim on ioso p orq u e era p oco
exp lícito para el le cto r galo. Así es co m o Goce vio la luz en la edi­
torial P oin t H ors-Ligne co n el título de La jouissancé: un concept la-
canien. A p artir de en to n ce s se fu eron su ced ien d o reim p resiones
tanto en castellan o co m o en fran cés hasta que la editorial P oin t
H ors-Ligne dejó de publicar. Al p oco tiem po recib í u n a solicitud
de E d ition s E res, casa muy prestigiosa, que p ro p o n ía sacar una
nueva ed ición . R espondí que p refería que n o fuese o tra reim p re­
sión pues había d etectad o e rro res que qu ería co rre g ir y que la tra­
d u cció n al fran cés se b en eficiaría co n una revisión. La invitación
de É rés m e llevó a un a rele ctu ra cuidad osa y, co n ella, a la convic­
ción d e que hoy pod ría transm itir de un m o d o m ás claro los co n ­
cep tos elaborad os quince años antes. Así, en mayo de 2 0 0 5 , apa­
reció un a nueva ed ición en fran cés m eticu lo sam en te revisada p or
D aniel K oren, co n u n a nueva p o rtad a (Klimt fue sustituido p or
P arm ig ian in o ) y co n m u ch o s cam bios, incluyendo algunas refe­
rencias bibliográficas de actualización que m e p areciero n im pres­
cindibles.
Goce era bien recibido en tod a A m érica latina, h acía su ca rre ra
en España y era frecu en tem en te citad o en la bibliografía lacan ia­
n a in tern acio n al en inglés y en francés. Varios cap ítulos a p a re cie ­
ron en inglés y está en m arch a la edición en p ortu gu és (Editorial
E scu ta) después de u n a co m p leta trad u cció n . Mi am igo Jean-M i-
chel R abaté m e h o n ró p id ién d om e que escribiese el cap ítulo so­
bre “D eseo y g o ce en la en señ an za de L a c a n ” p a ra el Cambridge
Companion to Lacan que él p rep arab a. R ed actar ese capítulo impli­
có resum ir m u ch as de las tesis propias del texto del libro en espa­
ñol; allí d escu brí tam bién, esp ecialm en te p or los señ alam ien tos
ríe la trad u cto ra, T am ara F ran cés, que p od ía y d eb ía ex p lica r m e ­
j o r mis p ro p u estas au n q u e fuesen escasas las críticas que se m e
form u lab an desde el exterio r.
A la vista de todos estos an teced en tes, ¿au torizaría u n a nueva
reim presión en castellano o som etería todo el m aterial a u n a revi­
sión exhaustiva aco rd e co n los cam bios h ech os en la edición fran­
cesa? Me decidí p or esta últim a opción y trabajé febrilm ente a m e­
diados del año 2 0 0 5 en la transform ación del texto. El resultado es
el volum en que el lecto r tiene en sus m anos.
Resolví cam biar el título y utilizar el de la ed ición fran cesa p or
dos razones: p rim ero, para ser más explícito, aunque se perdiese el
magnífico equívoco que presenta el volumen en español: Goce, que
se puede escu ch ar tam bién co m o ¡Goce!, y, en segundo lugar, para
h acer saber que este libro es y n o es el mismo que venía circulando
desde 1990. La organización no h a cam biado; se m antienen los ocho
capítulos, que conservan sus títulos originales. Pero no hay un solo
párrafo que tenga la m ism a red acción , algunas referencias han de­
saparecido, varios erro res y erratas han sido corregidos (nada garan­
tiza que no aparezcan nuevos), la bibliografía h a sido actualizada a
partir de la edición de los Autres écrits de Lacan en 2 0 0 1 , m uchos tex­
tos im portantes elaborados p or colegas en estos años han sido incor­
porados al aparato referencial del libro, y, en algún caso, co n creta­
m ente en el capítulo 3, “G oce y sexualidad”, he sentido, más que la
conveniencia, la exigen cia de incluir un ap artado especial, el quin­
to, para abordar las relaciones com plejas en tre la enseñanza de La­
can y el pensam iento de Foucault. Es así com o surgieron esas pági­
nas, articuladas co n el con ju n to del libro, bajo el encabezam iento
de “Freu d ( la c a n ) o F ou cau lt” que actualizan el punto más debati­
do hoy en día de la ap ortación lacaniana en torno del goce.
En ese tercer capítulo tam bién es donde ap arece una innovación
term inológica que m e p arece im ponerse, p or lo m enos en español:
el psicoanálisis es u n a gozología. A lgunos (Jean A llouch, e tc.) han
p ropuesto que es u n a erotología, p ero esos m ism os autores re co n o ­
cen que esta dim ensión que yo califico de gocera del psicoanálisis
tiene poca relación co n E ros y sí una íntim a co n e x ió n , cu an d o no
un a consustanciación, co n lafreu d ian a pulsión de m uerte. En fran­
cés o en inglés sería difícil en co n trar u n a palabra eufónica y co rre c­
ta para n o m b rar eso que en español resulta tan claro y opu len to de
significación: gozologia. Junto a ese nuevo térm ino ap arecen otros
sintagm as que la timidez y el respeto p or convenciones lenguajeras
habían m antenido a distancia tiem po atrás: aspiraciones gom as, con­
sideraciones gozológixas, gocificación y desgocificación del cuerpo, etc. U na
vez que el g o ce ha tom ado su lugar en la con cep tu alid ad freudiana
y lacan ian a, el ap o rte de los sufijos que n u estra len g u a o fre ce se
convierte en necesidad expresiva a la que no hay razones para re­
nunciar.
Tras estas p recisio n es p od em o s volver al p rin cip io y E n el prin­
cipio. ..

NÉSTOR A. BRAUNSTEIN,
C uernavaca, M éxico, en ero de 2 0 0 6
PRIMERA PARTE

TEO RÍA
1. EN EL PRIN CIPIO ...

Siento la tentación de co m en zar con una form u la gnóm ica:

Im A nfangw ar der Genuss (E n el principio era el g o c e ),

que, es claro, evocaría y se co n trap o n d ría al com ien zo del Evange­


lio de S an Ju an :

Im A nfang war das Wort, (En el principio e ra la p alab ra).

No m e decido a h acerlo porque advierto que tal contraposición


sería falsa. E n tre g oce y palabra, no puede decirse cuál es p rim ero
en la m edida en que am bos se delim itan recíp ro ca m e n te y se im­
brican de un m o d o que la exp eriencia del psicoanálisis m uestra co ­
m o inextricable. P orqu e sólo hay g oce en el ser que habla y porque
habla. Y sólo hay palabra en relación co n un g o ce que p or ella es
h e ch o posible a la vez que resulta co artad o y desnaturalizado, se­
gún verem os. Es claro que la form ula Im A nfan gw ar der Genuss hu­
biera podido co m p lacer al últim o Lacan , pero era inim aginable pa­
ra G oethe y su Fausto que del verbo (Wort) de San Ju a n pasaran a
la fuerza, al sentido y, p or fin, al acto: E n el principio era el acto, un
acto que es tam bién, p o r fuerza, un efecto de la palabra y está en
relación co n el goce.
U n a alternativa sería la de h acerlo equívoco buscando un sinó­
nim o que parezca aceptable y escribir:

Im A nfang war dieFreude (En el principio era la a le g ría ),

un aforismo que subrayaría el aspecto bienaventurado y jubiloso que


acom paña al g oce. Sin em bargo, al escribir de tal m od o mi tentado­
ra fórm ula gnóm ica com enzaría a confundir el goce con su significa­
ción corrien te, inespecífica, tan distinta de la que le adjudicam os al
considerarlo un co n cep to central del psicoanálisis con tem porán eo.
P or cierto que, tratán d ose de psicoanálisis, la siguiente fórm ula
que inevitablem ente surge en nosotros se oye co m o muy parecida
a la an terior:

Im A nfan gw arF reu d (En el principio e ra F re u d ).

Y, u n a vez p ro n u n ciad a, hay que bu scar el Genitss, el g o ce , en


Freud, en un Freu d p ara quien el g oce n u n ca fue otra cosa que un
vocablo de la lengua, que n o hizo de él un co n ce p to de su teoría.
L a significación vulgar, la del d iccionario, es una som bra de la
que conviene distinguirse co n stan tem en te si se qu iere p recisar el
vocablo co m o co n cep to psicoanalítico. En ese trabajo de discrimi­
nación uno n u n ca queda del todo con form e; las dos acep cion es pa­
san siem pre, im perceptiblem ente, de la oposición a la vecindad. La
vulgar convierte en sinónim os el g oce y el placer. L a psicoanalítica
los enfrenta, y h ace del g oce ora un exceso intolerable del placer,
o ra una m anifestación del cu erp o más p ró xim a a la tensión extre­
m a, al d olo r y al sufrim iento. Y h ay que optar: o la u n a o la otra.
Y h em e aquí, dispuesto a eslabonar un discurso sobre el goce, una
tarea imposible pues el goce, siendo del cu erp o y en el cuerpo, es del
orden de lo inefable, a la vez que sólo p or la palabra puede ser cir­
cunscrito, indicado. El goce es lo que se escurre del discurso, mas sin
em bargo ese objeto inefable es la sustancia misma de la que se habla
a todo lo largo de un análisis y, trataré de m osU arlo, aquello de lo
que habla siem pre y desde siem pre el discurso del psicoanálisis.
“Goce”, en español, es un im perativo, u n a o rd en , u n a intim ación
que no podría confundirse con su p recedente más arcaico en la len­
gua, el “gozo” que, p o r aquello de lo inefable, es imposible de d ecir
co m o p resen te del indicativo de la p rim era p erson a del singular.
Pues al decirlo se lo disuelve, co m o sucede co n el im pronunciable
n om bre de Dios.
“Goce” en español, der Genuss en alem án, la jouissance en francés.
EL g o ce : de lacan a fr eu d 15

Ja m ás enjoyment. G ozarán los trad uctores al inglés buscando en su


lengua la palabra justa. A tendiendo a la imposibilidad de n om brar­
lo y al origen lacan iano del co n cep to , m uchos optan sim plem ente
por el uso del francés: jouissance. “'Goce” y "jouissance", que deriva del
verbo latino gaudere (aleg rarse), (sichfrenen, Freude, ¡F reu d !) y que
reserva algunas sorpresas en la lengua co rrien te cu an d o se desdo­
bla en sus acep cion es según la autoridad, según la Real A cadem ia
Española:

Gozar. 1, Tener y poseer alguna cosa; como dignidad, mayorazgo o ren­


ta. / / 2. Tener gusto, complacencia y alegría de alguna cosa. / / 3. Co­
nocer carnalmente a una mujer. / / 4. Sentir placer, experimentar sua­
ves y gratas emociones.

Es in teresan te q ue la d im ensión objetiva de la p rim e ra a ce p ­


ción p red o m in e sobre la d im ensión subjetiva de la segunda y la
cu arta, que el g o ce sea algo que se tiene m ás que algo que se sien­
te. Y s o rp re n d e la te rce ra de las acep cio n es. No p u ed e d u d arse de
lo involuntario del desenfado del acad ém ico al n o e x clu ir que sea
“o tr a ” m u jer la que p u ed e c o n o c e r carn alm en te a “u n a ” y tam p o­
co p u ede d udarse de su p u d o r no e x e n to de lacanism o en el uso
del artícu lo indefinido “u n a ” pues a las m ujeres n o puede acced er-
se sino tratándolas una p o r una. El sexism o sem ántico im prim e su
sello inconfesado en esta acep ción : gozar, sí, p ero de una mujer en
el co n ocim ien to de la carn e. Parecería que fuese inconcebible que
se gozase de un hombre. Y, p ara ellas, sólo q u edaría gozar “co n o cie n ­
d o ” a otra. No hay recip ro cid ad en el goce. Palabra de acad ém ico
que el psicoanalista d eb erá pensar.
“G ozar”, que deriva de! latín gaudere y que tiene u n a h eren cia no
re co n o cid a en el m uy castizo verbo “j o d e r ”, un vocablo que tuvo
que esp erar a que el calen d ario m arcase el añ o 1 9 8 4 p ara que la
Real A cadem ia Española le diese cabida p or p rim era vez en la tri­
gésima edición de su d iccionario y con una etim ología que se an to­
ja arbitraria pues lo h ace descen d er del latín futuere (fo rn ica r), del
que indudablem ente deriva la palabra francesa foutre. U n verbo que
tuvo que esp erar siglos p ara e n trar en el d iccion ario hasta que íi-
n alm ente lo consiguió aunque p reced id o p or un a advertencia in­
sólita: “Voz muy m also n an te”1 (¿alguna relació n , au n q ue sea p or
o p o sició n , co n la afirm ación lacan ian a sobre el psicoanálisis c o ­
m o u n a “ética del bien d e cir”?). De todos m odos el verbo “jo d e r”
no tendría m u ch o de qué quejarse pues, una vez admitido, irrum pe
cargado desde un principio con cuatro acepciones muy ligadas al gait-
derelatino y a sus derivados en rom ance: gozary jauir. Esas cuatro acep­
ciones son, en síntesis, las siguientes: 1. Fornicar.2 / / 2. Molestar, es­
torbar. / / 3, Arruinar, ech ar a p erd er / / 4. Interjección que denota
asom bro o incredulidad.
Las vecindades sem ánticas de “g ozar” y ‘jo d e r” podrían llevarnos
a agregar a ese par el verbo “ju g a r”, esp ecialm en te si consideram os
la vecindad fon ológica en francés en tre jouiryjouer. No obstante, la
investigación filológica nos enseñ a que palabras com o ‘ju g a r” y “jo­
ya” n o p roced en del gaudére sino del jocúm, que es una brom a o una
chanza, algo p ró xim o al Wifc freudiano, si nos colocam os en el pla­
no del lenguaje y de sus artificios.
Pod ría pensarse tam bién que este “ju g ar” da cu en ta del “conju­
g a r”, la o p eració n gram atical que se realiza sobre el verbo, p ero só­
lo para ad vertir al cabo que la “co n ju g ación ” n o es juego sino sub­
yugación, un som eter a los verbos al torm en to de un mismo yugo
(jugum en latín ). Ju g a r y con ju gar que rem itirían al céleb re senti­
do antitético de las voces, ah ora no primitivas, ah ora derivadas, que
interesaran en su m o m en to al F reu d paralingüista.
Valgan deslinde, sem ántica y etim ología para introd ucir este vo­
cablo “g o c e ” que recib irá del psicoanálisis otro brío y o tro brillo.
En psicoanálisis el goce en tra atravesando el p o rtó n de su signi­
ficación convencional. Así aparece, a veces en la escritura de Freud,
a veces en el L acan de los prim eros tiempos, com o sinónim o de una
gran alegría, de p lacer extrem o , de jubilo o de éxtasis.
O cioso y pedestre sería h acer el relevam iento de las oportu nid a­
des en que Freud re cu rre a la palabra Genuss. P ero estar ía bien re­
cord ar, in d ep en d ien tem en te de los vocablos usados, ciertos m o­
m en tos capitales en que el g o ce, lacan ian o ah ora, es re co n o cid o
p or Freud en el espacio de la clínica. Al respecto, no puede dejar
de m en cionarse la voluptuosa expresión que él advierte en el hom -
EL g o c e : de lacan A FREI D 17

bre de las ratas en el m o m en to en que recu erd a el relato de la tor­


tura, un intenso placer que era d escon ocid o p or el p aciente en el
m o m en to de llegar al colm o del h o rro r ('vocativo. O el júbilo que
Freu d percibe en el rostro de su n ietecito, cu an d o está em p eñ ad o
e n ju g a r co n un objeto, el célebre carrete, de la m ism a m an era en
que el propio niño es jugado p or la altern an cia en tre la presencia
y la au sen cia de la m ad re; ju e g o del vaivén del ser que se re ite ra
cu an d o h ace e n trar y salir su im agen del m arco d e un espejo. O el
goce voluptuoso, infinito, que exp erim en ta el presidente Schreber,
tam bién an te el espejo, al con statar la transform ación paulatina de
su cu erp o en un cu erp o fem enino.
El vocablo “g o ce” aparece en la enseñanza de Lacan afectado tam­
bién p o r el uso convencional; no podía ser de otra m anera. Así fue
hasta nn m om en to que puede precisarse co n rigor cronológico. Has­
ta enton ces en co n tram os al goce co m o equivalente al júbilo y al jú­
bilo en co n tran d o su paradigm a en el recon o cim ien to en el espejo
de la imagen unificada de sí mismo, del moi (ahaEdebnis), Luego lle­
ga el g oce en el advenim iento al símbolo (fort-da) que perm ite un
prim er nivel de au ton om ía fren te a los aprem ios de la vida.
R eferen cia a! g o ce que es errática en los prim eros años de una
enseñanza, la de L acan , que se cen tra en to rn o del deseo: la rela­
ción del deseo con el deseo del O tro y del recon o cim ien to recíp ro ­
co, dialéctico, intersubjetivo de los deseos. U n deseo que h a trascen­
dido los m arcos de la necesidad y que sólo puede h acerse re co n o ce r
alienándose en el significante, en el O tro co m o lugar del código y
de la Ley.
No es que el deseo esté desnaturalizado p or la alienación y p or
ten er que expresarse co m o dem an da p or m edio de la palabra; no
es que el deseo caiga bajo el yugo del significante o que éste lo des­
víe o lo trastorne, no, es que el deseo sólo llega a ser deseo p o r la
m ediación del o rd en sim bólico que lo constituye co m o tal. L a pa­
labra es esa m aldición red en to ra sin la cual no hab ría sujeto, ni de­
seo, ni m u n do. Tal es el eje de la enseñanza de L acan duran te unos
pocos años, hasta finales de la década de los cin cu en ta. Los co n ce p ­
tos clave en ese período son: deseo, alienación y significante. Su dis­
curso gira en to rn o de las vicisitudes del deseo, la refracción de és­
te en la d em an d a articulada, el deseo de re co n o cim ie n to y el re co ­
n ocim ien to del d eseo, el acceso a la realid ad que pasa p or la im­
p osición al sujeto de las co n d icio n es im puestas p o r el O tro (el
m u n d o, el ord en sim bólico que induce efectos im aginarios, la re­
gulación de la satisfacción de las necesidades y el ajuste de las co n ­
diciones de esa satisfacción). Son las con secu en cias ineludibles de
ver la p ráctica analítica co m o m olinete de palabras y de re co n o ce r
la función de la palabra en el cam po del lenguaje.
No fueron pocos los discípulos y los lectores de Lacan que se que­
daron en esta apreciación m enos pática que patética de los concep­
tos. No fueron m uchos, si es que alguno, los que advirtieron la sacu­
dida del árbol conceptual del psicoanálisis que tuvo lugar en aquel
hoy ya muy lejano día en que ta c a n anunció que la originalidad de
la condición del deseo del h om b re se im plicaba en otra dimensión
diferente, en otro polo contrapuesto al deseo, que es el goce.
De inm ediato nada pareció notarse. Fue muy lentam ente com o se
hizo patente que el nuevo co n cep to replanteaba el estatuto del psi­
coanálisis y obligaba a practicar un segundo retorn o a Freud, a colo­
carse mas allá de la dialéctica del deseo en la em presa de subversión
del sujeto, tanto del sujeto de la ciencia co m o del de la filosofía.
N ada había de arb itraried ad en L acan al p ro m ov er sorpresiva­
m ente la n oción del g o ce a un lugar cen tral de la reflexión analíti­
ca co n trap o n ién d o lo al deseo, su “o tro p olo ”. P o r eso es necesario
que el co n cep to de g o ce tenga que deslindarse en una doble opo­
sición, p or un lado, con respecto al deseo, y p or o tro , co n respecto
a lo que parece ser su sinónimo, el placer. D efinir el g oce co m o con­
cep to es distinguirlo en su valor diacrítico, diferencial, en esa do­
ble articu lación, co n el p lacer y con el deseo.
¿Mas, de d ón d e la jouissancé? ¿Por qué re cu rre Lacan al térm ino
de “g o ce” y h ace de él un co n cep to nuclear? No lo e xtrae del diccio­
nario de la lengua donde se con fu nd e con el placer, no lo en cu en ­
tra en la obra de Freud, d ond e se liga al júbilo y a la voluptuosidad,
aun la masoquista. H em os de adm itir que la jouissancé llega a Lacan
p or un cam ino inesperado, que es el del d erech o . L acan se n utre
co n la filosofía del d erech o de H egel; es allí donde ap arece el Ge-
nuss, el g oce, co m o algo que es “subjetivo”, “p articu lar”, imposible
de com partir, inaccesible al entendim iento y opuesto al deseo que
resulta de u n recon o cim ien to recíp ro co de dos conciencias y que es
“objetivo”, “universal”, sujeto a legislación. La oposición en tre goce
y deseo, central en Lacan , tiene pues una raigam bre hegeliana. La­
can lee a Freud co n un cuchillo afilado en la piedra de Hegel.
N o se h a insistido suficientem ente sobre este p u n to aun cu an d o
L acan lo ind icara co n claridad en las prim eras leccion es del Semi­
nario x x . Esta im portación con cep tu al desde la teo ría del d erech o
(prohibiciones) y de la m o ral (deberes) p odría desarrollarse larga­
m en te con profusión de citas. Me co n ten taré sim plem ente con re-
mi tir al lecto r a los apartados 3 6 al 39 de su Propedéutica filosófica de
1810 .3 Es en to n ces cu an d o el dialéctico tom a partido co n tra el go­
ce que es “accid en tal” y cu an d o se pronuncia en favor del olvido de
uno mismo para orien tarse hacia lo que él con sid era “esen cial” de
las obras hum anas, aquello que rem ite e incum be a los dem ás.
Desde este rem oto origen se ve que la cuestión del goce como par­
ticulares a la vez un a cu estión de ética. El psicoanálisis n o puede
ser indiferente ante esta oposición que enfrenta al cu erp o gozante
con el deseo que pasa p o r la regulación del significante y de la ley.
La filosofía y el d erech o , en síntesis, el discurso del am o, privilegia
ia dim ensión clesiderativa. H egel en el texto citado puede sostener:
“Si digo que una cosa tam bién m e gusta, o si m e rem ito a mi goce,
sólo exp reso que !a cosa vale así para mí. Con ello he suprim ido la
relación posible con otros, que se basa en el en ten d im ien to ”.
G oce que, en discurso del d e re ch o rem ite a la n o ció n de “usu­
fru c to ”, del disfrute de la cosa en tan to que es un objeto de ap ro ­
p iación . El discurso jurídico ocu lta que la ap ro p iació n es u n a e x ­
p ro p iació n pues algo sólo es “m ío ” en tanto que hay otros para
quienes lo “m ío ” es ajeno. Sólo puede gozarse legítim am en te de
aquello que se posee y p ara poseerlo plen am en te es necesario que
el o tro ren u n cie a sus pretensiones sobre ese objeto. Aquí, de gol­
pe, se en cuen tran y confluyen las teorías del d erech o y del psicoa­
nálisis. Desde un principio se plan tea en am bas la cuestión funda­
m ental de la p rim era propied ad de cad a sujeto, su cu erp o , y las
relaciones de este cu erp o con el cu erp o del o tro tal co m o ellas es­
tán reglam entadas en u n cierto discurso o vínculo social. Cuestión
de la co m p ra y la posesión del otro en el esclavismo, el feudalismo
o el capitalism o, y tam bién prob lem ática psicoanalítica del objeto
de la dem anda, trátese tanto del objeto oral co m o del excrem en ti­
cio. Lo cen tral es el g oce, el usufructo, la propiedad del objeto, la
disputa en torn o del goce del mismo y del goce mismo com o obje­
to de litigio, la apropiación o exp ropiación del g oce en la relación
con el O tro. ¿Es m ío mi cu erp o o está consagrado al goce del O tro,
ese O tro del significante y de la ley que m e despoja de esta propie­
dad que sólo puede ser mía cu an d o consigo arran carla de la ambi­
ción y del cap richo del O tro?
El d erech o m uestra en esto su esencia: la regulación de las res­
tricciones im puestas al goce de los cuerpos. Es, d icho de otra m a­
n era, el co n trato social. ¿Qué es lícito h a ce r y hasta dónde se pue­
de llegar co n el cu erp o propio y con el de los dem ás? Asunto, co m o
se ve, de las b arreras al g oce. Licitud y licencias.
Pero no es sólo la teoría del d erech o. Tam bién la m edicina y lo
que el psicoanálisis descubre en ella actú an co m o fuente de inspira­
ción para la p rom oción lacaniana del co n cep to de g oce. Fue el 5 de
m arzo de 1958 cuando, en su sem inario d edicado a “Las form acio­
nes del in con scien te”,4 Lacan propuso la m en cionad a bipolaridad
del g o ce y el deseo. P ero fue en una ocasión bastante posterior, en
1966, disertando sobre el tem a de “Psicoanálisis y m ed icin a”, cuan­
do Lacan reco rd ó la exp eriencia banal del m éd ico obligado a cons­
tatar una y o tra vez que bajo la apariencia de la d em anda de cu ra­
ción se esconde a m enudo un aferrarse a la en ferm edad que derrota
sin atenuantes a los instrum entos que la técn ica pone en m anos del
m édico. Q ue el cu erp o no es vínicamente la sustancia extensa pre­
conizada por Descartes en oposición a la sustancia pensante sino que
“está h ech o para gozar, gozar de sí m ism o”.5 Este g o ce — dice— es
lo más evidente al mismo tiem po que lo más oculto en la relación
que entablan el saber, la ciencia y la técn ica con esa carn e sufriente
y h ech a cu erp o que se p on e en m anos del m édico para su m anipu­
lación. Allí está, a la vista de todos: el g o ce es la carta rob ada que el
imbécil del prefecto de policía no puede en co n trar en el cu erp o del
paciente después de fotografiarlo, radiografiarlo, calibrarlo y diagra­
m arlo hasta una escala m olecular. El goce es lo viviente de una sus-
ta n d a que se hace oír a través del d esgarram iento de sí mismo y de
la puesta en jaque al saber que preten d e dom inarla.
L a m edicina surge, hay que re co rd ar la lección de C anguilhem ,6
co m o una reflexión a ce rca de la enferm ed ad y el sufrim iento dolo­
roso de los cuerpos. L a p reocu p ación p o r la salud y p or la fisiolo­
gía son secundarias al interés por la patología. L a m edicina define
su m eta co m o el log ro de un estado de bienestar, de ad ap tación y
de equilibrio. No es difícil re c o n o ce r en ella el ideal freudiano ini­
cial (m éd ico, p or cierto ) del p rincipio del placer, de la m en o r ten­
sión, de la con stan cia y el equilibrio. L a salud recibe de la medici­
na su clásica d efinición: “es el silencio de los ó rg a n o s”. P ero el
silencio no es sino la ignorancia, la indiferencia del cu erp o y de sus
partes ante el bullicio de la vida. “G ozar de b u en a salud” puede ser,
así, una ren u ncia a la exp eriencia del g oce en favor de las vivencias
del placer, de lo que aleja y enajena al sujeto de la vida de su cu er­
po co m o la propiedad de alguien, él mismo, que lo usufructúa. En
la m en cio nad a co n feren cia decía L acan : “I.o que yo llam o g o ce en
el sentido en que el cu erp o se exp erim en ta es siem pre del orden
de la tensión, del forzam iento, del gasto, incluso de la hazaña. In­
discutiblem ente, hay g oce en el nivel en que com ienza a a p arecer
el dolor, y sabem os que es sólo en ese nivel del d olor que puede e x ­
perim entarse toda una dim ensión del organism o que d e o tro m o­
do p erm an ece velada”.
El “g o ce de una buena salud” puede ser lo co n trario del g oce del
cu erp o co m o exp erien cia vivida del mismo. La m ed icin a se ve así
dividida en tre las m etas del p lacer y el g oce, y, p o r lo co m ú n , asu­
m e sin crítica la d em an d a que se le form ula: la de p on er barreras
al g oce, d escon ocién d olo co m o dim ensión co rp o ral de la subjetivi­
dad. Se puede aludir a la pregunta acerca de esta relación en tre m e­
dicina y g o ce y el vínculo que ese n o q u erer saber del m éd ico tiene
con el discurso del am o o se p u ed e eludirla. Prefiero aludir a ella:
otros p od rán tratarla m in uciosam en te.7 No serán los prim eros pe­
ro sí, tal vez, los más atinados. Al term inar su co n feren cia de 1 9 6 6
L acan definía su am b ición : la de co n tin u ar y m a n te n e r co n vida
propia el descubrim iento de Freud convirtiéndose él m ismo en un
“m ision ero del m é d ico ”. E ra d estacan d o esta idea del g o ce del
cu e rp o u b icad o “m ás allá del p rin cip io del p la c e r” co m o L acan
asum ía de m od o radical su misión, co n tra ria a la em presa univer­
sal d e la productividad. El saber resiste a la n oción del g o ce inhe­
ren te a los cu erp os, un a idea que sólo p u ed e plan tearse desde el
“d escu b rim ien to de F re u d ”, de Freu d en el sentido subjetivo del
“d e ”, lo que F reu d descubrió, y tam bién en el sentido objetivo, lo
que L acan descubrió al descubrir a Freu d. Ese descubrim iento de
Freud tiene un n om b re inequívoco: el inconsciente. Cabe pues la
pregunta: ¿por qué sólo a partir de la novedad ap ortad a p o r Freud
es que puede plantearse la articulación del g o ce y el cu erp o?
Para respon d erla hay que h a ce r un segundo “re to rn o a F re u d ”.

2 . EL GOCE EN FREUD

P u es. . . Im A nfang toar Freud.


En el com ienzo estaba Freud plegado al discurso oficial de la me­
dicina, ad h erid o a una co n cep ció n m ecán ica y fisiológica del siste­
ma nervioso co m o un aparato reflejo que recibía y descargaba las
excitacion es que le llegaban. El organism o tal co m o lo co n cib e el
p rim er F reu d está regu lad o p o r vías nerviosas aferen tes y eferen ­
tes que aspiran a evitar la tensión y el d olo r y a p ro vo car estados
de distensión, de ap acigu am ien to, de d iferen cia e n erg ética m íni­
ma, qtie se sienten subjetivamente co m o placer. Para ese Freu d m é­
dico y n eu rólo go , escen ario más que a u to r del descubrim iento del
in con scien te, las neurosis eran estados m órbidos que sobrevenían
tom and o la form a del sufrim iento cu an d o el ap arato n o podía d e­
sem barazarse de los in crem en tos d e en ergía que lo trastornaban.
R eco rd em os esq uem áticam ente que él re co n o cía tres organizacio­
nes d iferen tes:8 un sistem a <|), p ara recib ir las e x citacio n es y dar
cu en ta de las m odificaciones que se p rodu cían en el en to rn o ; Lin
sistema ip, p ara equilibrar las cargas, p ara facilitar los cam in os de
descarga, para aco tar y afo rar las excitacion es, y un sistema cu, para
registrar los sucesos co m o exp eriencia m em orizada y o frecer un ac­
ceso directo a la realidad.
EL g o c e : de lacan a freu d 23

En esta prim era exposición m etapsicológica, la de 1895, el yo for­


ma parte del sistema y ocu p a un lugar decisivo en el p roceso de­
fensivo al servicio del principio del displacer-placer. C on este apa­
rato se presen ta una p rim era versión del origen y funcionam iento
del inconsciente.
El p acien te de la neurosis, el “en ferm o ”, es un niño que ha m i ­
do pasivam ente u n a seducción p o r parte de un adulto; la sexuali­
dad ap arece p rim ero en el O tro. Ese niño h a registrado (en co) es­
ta irru p ció n de lo real sexual exterior. El re cu e rd o es u n a huella
que no puede integrarse en el sistema de rep resen tacio n es (o de
“n eu ro n as”) que es el sistema del yo (i|i), p orqu e su presencia pro­
voca un au m en to tensional que n o en cu en tra vías p ara su descar­
ga. En otras palabras, el recu erd o trau m ático es un a suerte de cu er­
po extrañ o al yo, que am enaza el sistem a en su con ju n to. Para el
p rincipio del placer, que p reten d e el eqLiilibrio en erg ético , este re­
cu erd o es inasimilable, no cabe en la m em o ria y, p o r ese m otivo, es
separado del sistema reco n o cid o de las representacion es. Es así co ­
mo el recu erd o ha devenido traum atism o, a la vez herida y arm a hi­
riente que no se pu ed e tolerar; d olo r y tortu ra de una m em oria in­
conciliable co n el yo. El aparato n eu ron al — o el sujeto, si se quiere
arriesgar u n a p rem on ición de lacanism o— se ap arta h orrorizad o
del recu erd o . Pero este distanciam iento, esta represión, lejos de ha­
ce r d esap arecer la evocación del traum a, la eterniza: imposible de
m etab olizary de digerir queda el recu erd o co m o un quiste incrus­
tado en la estru ctu ra psíquica. Ya no se lo p u ed e atenuar, ya n o se
lo p u ed e esquivar co n el razonam iento o con el olvido.
L a paradoja es evidente: el principio del p lacer h a determ in ad o
el ostracism o y el exilio del re cu e rd o traum ático. Para protegerse
del displacer, el ap arato ha d ecretad o la ign oran cia de esa p resen­
cia de un O tro lascivo y de su deseo que interviene sobre el cu erp o
d e un niño, objeto indefenso del que se abusa p ara gozar. Sin em ­
bargo, al escindirse co m o núcleo reprim ido de representaciones in­
conciliables co n el yo, este rép ro b o del psiquismo, m etam orfosea-
do en m em o ria in co n scien te, se conserva p ara siem pre, se h ace
indestructible, atrae y liga con él las exp eriencias ulteriores y re to r­
na, m artillante, u n a y o tra vez, en las que luego se llam arán “form a-
d o n e s del in con scien te” de las cuales es el síntom a la más estrepi­
tosa. L acan insistirá en señalar que lo rep rim ido no existe más que
p o r su re to rn o y que la represión es lo m ism o que el re to rn o de lo
rep rim id o . El p rincipio eco n ó m ico del p la ce r ha en g e n d ra d o la
persistencia onerosa y an tiecon óm ica de lo intolerable que vuelve
y que lastima. El sujeto, el del inconsciente, se exp erim en ta a sí mis­
m o en la tortu ra de esta m em oria re cu rre n te que lo p on e en esce­
n a com o objeto de la lascivia del O tro.
El yo ha producido el efecto paradójico de aprisionar al enem igo
peligroso, el desencadenante de reacciones imprevisibles si se lo de­
ja en libertad. Para conservarlo en la cárcel debe vivir defendiéndo­
se de su posible fuga, de una fuga que no deja de realizarse en cuan­
to se debilitan sus defensas. Q ueda som etido a su som etido, esclavo
de su esclavizado. A hora el agente traum atizante no es ya el O tro si­
no el recuerd o de la seducción que ataca — y siem pre— desde aden­
tro, desde su prisión. No hay escape posible. El sistema ha generado
aquello de lo que en adelante tendrá que defenderse. L o extern o de­
vino lo mas íntim o, un interior inaccesible y am enazante.
Esta p rim era teoría de la etiología de las neurosis es el suelo na­
tal del que el psicoanálisis n u n ca acab ará de desprenderse. La teo­
ría del g oce allí incluida.
L a seducción. El cu erp o del niño es la cosa indefensa presta al
abuso. El objeto reclam ad o p o r y para el O tro. La seducción se ha­
ce presente con los prim eros cuidados, con los m odos en que se ad­
ministra la satisfacción de las necesidades, co n la regulación y la su­
peditación del cu erp o del niño a las exigen cias y a los deseos
inconscientes del O tro. Hay una razón de la que no puede haber ra­
zón, un enigm a irresoluble. ¿Quién podría definir el lugar que el ni­
ño ocupa co m o objeto en el fantasma del O tro, en especial el O tro
m atern o, que es el sujeto? ¿Quién p od ría saber lo que él mism o y
desde que n ace rep resenta en el deseo del O tro? La se-ducción vec-
toriza y atrae y enajen a el deseo del niño hacia el deseo de ese O tro
que llama h a d a sí (se-duce) a la vez que im planta defensas y em ite
prohibiciones que constituyen y rodean con alam bradas de púas al
objeto de un goce eventual. Desear es desear lo prohibido. 1.a seduc­
ción originaria, esencial, no anecdótica, localiza el g o ce en el cu er­
po y, a la vez, lo prep ara para su inm ediata reprobación. El goce lle­
ga así a ser inaceptable, intolerable, inarticulable, indecible. En otras
palabras: queda som etido a la castración. Se h ace así sexual a la se­
xualidad y se la canaliza p or las vías que Freud bautizó con el nom ­
bre de cierto rey de Tebas de suerte tan infausta co m o su m em oria.
Parecía que seguíam os en el cam ino de Freud pero, sin apartar­
nos de sus formulaciones, lo hem os desviado en lo que hace a las con­
secuencias. El aparato psíquico que hem os reseñado no está gober­
nado p or un principio soberano, el del displacer-placer, sino p or dos
principios contrapuestos. Para decirlo de m odo esquem ático: de un
lado, el clásico principio del placer, regulador y homeostático (si nos
atrevemos a usar una palabra que Freud nun ca usó si es que llegó a
co n ocerla); del otro lado, un principio que está más allá, llamém os­
le por ahora del goce, goce del cuerp o, que com an d a un retorn o in­
cesante de excitaciones indomables, una fuerza constante que dese­
quilibra, que sexualiza, que h ace del sujeto un deseante y no una
m áquina refleja. ¿No es lícito figurar así, goce m ediante, al Aqueron-
te del indeleble epígrafe de la Traumedutung? la zarza ardiente don­
de m oran las sombras irredentas que perturban p or siempre el dor­
mir de los vivientes. Fkctere si nequeo superas, Acheronte mavebo.
La carn e del infans es desde un principio un objeto p ara el go­
ce, el deseo y el fantasm a del O tro. Él deberá llegar a rep resentar­
se su lugar en el O tro, esto es, d eb erá constituirse co m o sujeto pa­
sando, de m od o ineluctable, p or los significantes que p ro ced en de
ese O tro sed u cto r y gozante y, a la vez, inter-dictor del g oce. El g o ­
ce queda de este m o d o confinado, p or esa intervención de la pala­
bra, en un cu erp o silenciado, el cu erp o de las pulsiones y de la bús­
queda compulsiva de un reen cu en tro siem pre fallido co n el objeto.
H ablo del Wunsch freu d iano, efecto de la exp e rie n cia de satisfac­
ción, H ablo del deseo incon scien te y de su sujeto.
El sujeto, el que L acan introd uce en el psicoanálisis p o r haberlo
oído hablar en él, se p ro d u ce en to n ces co m o función de articula­
ción, de bisagra, en tre dos O tros, el O tro del sistema significante,
del lenguaje y de la Ley, por un lado, y el O tro que es el cu erp o go­
zante, incapaz de en co n tra r un lugar en los intercam bios simbóli­
cos, ap arecien d o en tre líneas de texto , supuesto.
L a teoría traum ática del p rim er F reu d es la puesta en escena de
este exceso de excitación y carga, de este g oce imposible de m ane­
jar que se presenta rebasando el sistema am ortiguad or de las rep re­
sentaciones (F reu d ), de los significantes (L a c a n ), que son el lugar
del O tro. K.l g oce: inefable e ilegal; traum ático. U n exceso ( trop-ma-
tisme, C. Soler) que es un hoyo (trou-matisnié) en lo simbólico, según
la expresión de L a ca n .10 Ese hoyo m arca el lugar de lo real insopor­
table. De este m odo llega el g o ce a ser lo exterior, lo O tro, dentro
de uno m ism o, re co rd ato rio del U n o resign ado p ara e n ü a r en el
m undo de los intercam bios y la reciprocidad. Un tupos inaccesible
para el sujeto que lo alberga y que, por la razón ajena, la del O tro
exterio r interiorizado, debe ser cautelosam en te exiliado. Esa posi­
ción de exterioridad interior, tan em p aren tada con lo que Freud llamó
Eso (Es), el Ello, es trabajada «apológicam ente p or L acan cu an d o ha­
bla de extimidad.11 Es, sin lugar a dudas, el oscu ro n ú cleo de nuestro
ser (Kern unseres Wesen). N o es en él cuestión de palabras, no se tra­
ta del inconsciente. Pero tam poco es ajeno al lenguaje pues es del
lenguaje que resulta excluido y es sólo p o r el lenguaje que podem os
cernirlo. No; no es palabra, es letra, escritura por descifrar. El des­
cifram iento del goce requerirá un capítulo especial, el cuarto.
Al reseñ ar su sem in ario sob re La lógica del fantasma en 1 9 6 7 La­
c a n 1- llegó a d ecir de este g o ce, n ú cleo de n u estro ser, que “es la
ú n ica ó n tica adm isible (avouable. con fesab le) p ara n o so tro s”. La
sub-stancia del análisis. P ero el g o ce n o puede ser abordado sino a
partir de su pérdida, de la erosión del g oce producida en el cu erp o
p or lo que viene desde el O tro y que deja en él sus m arcas. El O tro
no co rresp on d e a ninguna subjetividad sino a las cicatrices dejadas
en la piel y en las m ucosas, pedúnculos que se enchufan en los ori­
ficios, u lceración y usura, escarificación y descaro, lastimadura y lás­
tima, p en etración y casü ación . (Todo esto no es sino paráfrasis.)
El traum a freu diano explicaba las psiconeurosis de defensa; aho­
ra podem os d ecir que tal defensa es defensa fren te a un ascenso en
el g oce, que la defensa es neutralización de un re cu e rd o vivido cíe
m o d o p lacentero o de m odo displacentero. Si la exp erien cia fue de
placer, las defensas y los con troles deben erigirse en el sujeto mis­
m o: la configu ración sintom ática, cen trad a en la form ación reacti­
va, será la de la neurosis obsesiva, la de alguien que se distancia de
sn propio g oce. Si la exp erien cia fue displacentera, según F reu d , el
peligro será rep resentado co m o proviniendo del O tro seductor; las
defensas serán las del asco y la conversión som ática propias de la
histeria fren te a un g oce supuesto en el O tro. Los dos m odos de re­
lación con el deseo del O tro que caracterizan , distinguen y op on en
a la neurosis obsesiva y a la histeria son, así, m odos de separación.
El sujeto se extrañ a del g o ce que resulta desplazado y reubicado en
el cu erp o com o síntom a.
Con el establecim iento de la neurosis, eso (E llo ), el cu erp o , ha­
bla; el g oce d esterrado vuelve p or sus fueros, d em an d a un interlo­
cutor, se dirige a un saber que falta para que sus inscripciones pue­
dan ser descifradas p o r el ú nico desfiladero posible, la palabra. Esa
es la d octrin a freudiana del síntom a. L a fórm ula consagrada y rei­
terada varias veces p or Freud para definir el síntom a es “satisfacción
sexual sustitutiva”.
La teoría de la cu ra psicoanalítica está fundada desde un princi­
pio en la posibilidad de habilitar el cam in o de la palabra a este g o ­
ce sexual, encapsulado y secuestrado, no disponible p ara el sujeto.
E n Freu d, tam bién en L acan al principio, el objetivo es la inclusión
de lo reprim ido en el co n texto de un discurso am plio y co h eren te.
La práctica del análisis d ebería perm itir la inclusión del g oce en la
historia del sujeto integrán dolo a un saber que p u ed e llegar a ser
el saber de alguien, presto a dotarse de sentido, presto, p o r eso mis­
m o, al equívoco y a lo inconm ensurable. Wo Es war solí Ich xuerden.
Im posible decirlo co n m ayor eco n om ía.
Esta posición del síntoma com o goce encapsulado es paradigmáti­
ca y vale para todas las form aciones del inconsciente. El inconsciente
mismo consiste en — y no es otra cosa que— la actividad de los proce­
sos prim arios encargados de o perar un prim er descifram iento, una
transposición, una Enlstellungde los movimientos pulsionales hasta fi­
gurarlos com o cumplimientos del deseo. La condensación y el despla­
zam iento, operaciones ejercidas sobre una sustancia significante, son
pasajes de esa escritura primigenia a la palabra, son procesos de trans­
form ación del goce en decir, del goce del cuerpo en decir en torno
de ese goce. Los procesos primarios ejecutan un contrabando del go­
ce. El goce, por tener que decirlo, es evocado, fallado, desplazado al
cam po de lo perdido, al otro polo: el del deseo.
Pero el inconsciente existe sólo en la m edida en que se lo escuche.
Sólo si lo que se dice encuentra un buen entendedor, uno que no lo
ahogue en la m arejada del sentido, alguien que rescate su condición
enigm ática y habilite un posible gozar del descifram iento. Así, el in­
consciente depende de la form ación del analista. El g oce, supuesto
previo, será el efecto y el p roducto de la acción interpretativa que
produ ce la buena suerte, la feliz en h orabuena de un saber gayo.
Toda la teoría freudiana sobre los sueños y su interpretación es re­
volcada p or Lacan a partir de sus conferencias p or radio de junio de
1 9 7 0 ,13 donde los procesos del inconsciente son puestos en relación
co n el goce. Y luego, poco después, en el Seminario 2 0 ,14 precisará su
planteo a] establecer que, si bien el inconsciente está estructurado co­
m o un lenguaje, no es m enos claro que el inconsciente depende del
goce y es un aparato que sirve a la conversión del goce en discurso.
No creo que sea injusto buscar allí el sentido del apotegm a freudia­
no clásico: “el sueño es el cumplimiento de un deseo”. El cumplimien­
to del deseo (Erfüllung) es su llenado, p or lo tanto, su desaparición
co m o deseo, co m o falta en ser, co m o escisión en el sujeto. P or eso
puede decirse que el sueño es alucinación del goce y también defen­
sa frente a éste (en resum en, form ación de com prom iso) pues topa
con lo imposible de representar y de decir. Es sabido que el proceso
de interpretación del sueño en cu entra un límite en el contacto con
la satisfacción desnuda del deseo que él debe figurar; ése es el mo­
m ento del despertar y de la angustia. La angustia es el afecto que se
interpone entre el deseo y el goce, entre el sujeto y la Cosa.
Es sabido que la interpretación del sueño conduce a un enigma no
interpretable; el punto donde el sueño arraiga en lo no cognoscible,
en un inaccesible lugar para siempre en sombras. Freu d 15 reconoce y
bautiza este punto con el nombre de “om bligo” del sueño; él es, vale
generalizar, el ombligo de todas las formaciones del inconsciente. To­
das ellas pueden com prenderse com o eflorescencias, com o hongos que
se elevan desde un micelio que está más allá de las posibilidades del de­
cir: S (A) ■Faltan las palabras para simbolizar esto que p or las palabras
mismas llega a producirse com o lo imposible, lo real, el goce.
EL g o ce : de lacan a freu d 29

N o sería em p eñ o vano el de releer a la luz de esta clave toda La


interpretación de los sueños, m o stran d o la relación que hay e n tre la
Entstellung (distorsión) o p erad a por el trabajo del sueño co m o pri­
m er descifram iento del goce y el trabajo interpretativo del analista.
P or ese cam ino se desem b ocaría en el capítulo 7 y se descubriría en
la co n cep ció n del ap arato psíquico la m aquinaria que convierte el
goce en un discurso que lo evoca y que es la única vía que perm ite
abordarlo. Razón p o r la cual el sueño es el cam in o real que con d u ­
c e ... a lo imposible, a ese imposible descifrado y h ech o irreco n oci­
ble p or el trabajo del inconsciente.
El in con scien te en su telar, u rd ien d o los sueños, perm ite seguir
d u rm iendo. Es el guardián del rep oso. Si el sueño es form ación de
co m p ro m iso al servicio del p rincipio del placer, lo es p or su natu­
raleza bifronte. Descifra el goce, lo palabrea, vigilando a la vez que su
m ontante no rebase ciertos límites de seguridad, tratando de colocar
el flujo de las representaciones oníricas en el cen tro de ese “ladrillo
de seguridad” por donde deben volar los aviones para evitar la pertur­
bación del en cuentro con otros objetos voladores. Puede recordarse
que el prim er Lacan (en la conferencia del 6 de julio de 1953 sobre
lo imaginario, lo real y lo sim bólico), m ientras preparaba su discurso
de Roma, sostenía que la lectura de “La interpretación de los sueños" mos­
traba que soñar era imaginarizar el símbolo mientras que interpretar
el sueño era simbolizar la imagen. Y ello bien pudiera ser así p ero al
precio de desatender el resto, el significante de lo indecible con que se
tropieza al querer simbolizar la imagen [S (A )] y el de lo irrepresenta-
ble cuando se trata de imaginarizar el símbolo. ¿Qué quedaría afuera?
Lo no especular, el objeto @ * que, co m o causa del deseo (/;/wjrde-go-

* El lector puede sorprenderse al encontrar esta grafía para referirse a lo que Lacan consideraba
su invento más importante. El comenzó por utilizar la a en cursivas para indicar que se trataba de
un objeto imaginario. El uso habitual como la letra a minúscula se presta a confusiones en distin­
tos contextos con la preposición “a” en español o con la conjugación del verbo “tener" (il/ elle a)
en francés. Si l^ican hubiese dispuesto de nuestros actuales dispositivos de escritura es más que
posible que hubiese acogido este signo (@) con entusiasmo: es una pura letra, sin valor fonemá-
tico, una escritura carente de toda significación, el materna por excelencia. Habría que decir que
@ es ©-fónico. Quisiera que este uso de la letra @ en el texto que sigue pudiese llegar a ser de uso
universal en nuestra álgebra lacaniana. En el lenguaje hablado, de todos modos, habrá que seguir
pronunciando la primera letra del alfabeto, de la misma manera que decimos “cero” o “uno” lia­
ra maternas que sólo pueden resultar lastimados por el habla.
c e ), es precisam ente el m icelio sobre el cual se eleva el hongo del sue­
ño com o discurso y también el discurso co m o sueño, asiento y sopor­
te de un prim er desciframiento del goce. Así entendem os, con Lacan,
la m icótica m etáfora de Freud. El sueño, cham piñón del goce.
¿D esplazam iento? Sí; desplazar, transponer. Ése es el trabajo del
in conscien te. U n m aldito (sacre) desplazam iento. ¿Y el de L acan ?
Entstellung, re-flexión de Freud a partir del g oce. Segundo retorn o.
Tam bién nosotros tend rem os que retorn ar.
La Psicopatología de la vida c o t i d i a n a ilustra, tom an d o el discur­
so co m o un sueño, la presencia de este cifram iento y descifram ien­
to del goce. El sujeto trastornado, subvertido p o r la em erg en cia de
un saber inesp erad o (lapsus) o p or la falta de un significante que
trae asociaciones p ertu rb ad o ras (olvido de n om b res p ropios, el
inolvidable Signorelli) o p or u na acción que falla a la hipocresía del
yo. El sujeto queda d escolocad o y avergonzado. L a tensión ( uneasi-
ne.ss) del cu erp o confiesa el g oce que se escapó p o r los resquicios
de la fu nción intencional de la palabra que consistía en m an ten er­
lo escindido y d escon ocid o. El sujeto del lapsus es el sujeto “em ba­
razad o ” que manifiesta su em barazo al no saber va quién es él mis­
ino porque el O tro éxtim o se ha exp resad o. L a verdad atrap a a la
m entira en la equivocación y el yo se revela en ese m o m en to co m o
función de d escon ocim iento, de p rotección fren te al exceso. La pa­
labra, n orm alm en te, tiene la misión d e im pedir que esas fugas (co ­
tidianas y psico-patológicas) se repitan. Misión imposible.
Se sabe que Freu d trabajaba en 19 0 5 sobre dos mesas. En u n a es­
cribía E l chiste y su relación con el inconsciente,17 en la o tra, los Tres en­
sayos de teoría sexual.™ ¿Q uién ha señalado que las dos obras h acen
una? L os freudólogos se p reo cu p an au n p o r descubrir cuál de las
dos se term inó o se publicó prim ero sin advertir la herm an d ad so­
lidaria en tre los dos postigos, dos postigos que son el cu erp o de lo
simbólico y lo simbólico del cuerpo. El chiste y la sexualidad, el anu­
dam iento de la palabra y el g oce, se revelan en uno y otro texto. Del
lado del Witz, el afecto, la alegría, la explosión jo cu n d a de la carca­
jad a, la excitación del recu erd o del chiste escu ch ad o o relatado, la
risa co m o objeto de intercam bio, la dem an d a que va im plícita al re­
latar un chiste: “D am e tu risa”, la sacudida corp oral que es provo­
cada p o r la salida insólita y sorpresiva de un a palabra extrañ a al dis­
curso. Todas son exp resiones de una sexualidad que se desliza y pa­
tina en el pavim ento del significante. El cu erp o es un efecto h ech o
en la carn e por la p alab ra que lo habita; es el cu e rp o constituido
p or los intercam bios y p or las respuestas recíp ro cas a las dem andas.
1.a sexualidad — es la tesis de 1905— tiene u n a g enealogía y esa ge­
nealogía es la de la dialéctica de la dem anda y el deseo en tre el su­
jeto y el O tro. El sujeto es esa función de articulación en tre el cu er­
po y el O tro, el cu erp o co m o O tro y el O tro co m o cu erp o . El afecto
es un efecto de la in corp o ració n de la estru ctu ra y de la in corp o ra­
ción del sujeto a la estructura. Ese es el chiste.
Q ue la palabra tom e cu erp o , que el cu erp o tom e la palabra. El
g oce se descifra en la risa que está más allá del sentido. Si la expli­
cación m ata al chiste es porque lo traslada desde el sinsentido, don ­
de se lo goza, al sentido, d on de su existencia es ya de placer. El go­
ce desconcierta, el placer con-cierta, calm a. Toca a los psicoanalistas
sacar la lección y d ecid ir ad on d e ap u n tarán co n su interven ción :
¿al sentido que h ace p lacer o al g o ce que revela el ser?
La sexualidad ¿end ógen a o exó gen a? La pulsión ¿un h ech o na­
tural o un efecto de los intercam bios? El goce ¿em anan d o del suje­
to o del O tro?
Las topologías bilaterales, diádicas, opositivas, n o p ueden sino
extraviar. El im perio de la b anda de Moebius y su d escon certan te
continuidad es aquí absoluto. L a sexualidad no afecta al cu erp o des­
de dentro de él mismo o desde el afuera del goce perver so del O tro,
sino que es el litoral de unión-desunión del sujeto y del O tro. Si se
pudiesen dibujar el sujeto y el O tro co m o dos círculos eulerianos,
habría que ten er el cuidado de n o h acerlo co n dos trazos cerrad os
sobre sí mismos,
sino con un trazo tan con tin u o co m o el del borde m ism o de la ban­
da de Moebius:

donde la m ínim a discontinuidad im puesta al arranque del vector no


es más que un artificio necesario a la representación intuitiva, ya que
ninguna discontinuidad puede m arcarse en lo real en tre una y O tra
sexualidad, l a sexualidad, la pulsión, el goce. Del U no y del O tro.
De un afuera que es adentro y de un ad en tro que está afuera.
El principio del p lacer revela así su esen cia. Es el m o d o d e co n ­
te n e r y re fre n a r, p o r m ed io de u n a in stan cia in te rp u e sta — el
yo— , el g o ce . Su o p eració n n o d ep en d e de la Ley. Es u n a b a rre ­
ra que L acan llam a “casi n a tu ra l”. 19 Su fu n cio n a m ie n to es co m ­
p arab le al de los fusibles en la instalación e lé ctrica . L a Ley, Ley
aquí co n m ayúsculas, se a g reg a secu n d a ria m e n te y h ace d e esta
tach a casi natu ral un sujeto tach ad o . El p la ce r es un dispositivo
built-in, in c o rp o ra d o d esd e el p rin cip io , u n a fu n ció n del o rd en
vital, in c o h e re n te p ero inelud ib le. A él se a g re g a rá , en un m o ­
m en to ló g icam en te p osterio r, una p ro h ib ició n e x te rn a , m ás allá
de tod a im p u g n ación : es la Ley. L a ca n escrib e “ley del p la c e r” y
“Ley del d e se o ”. Es de h a ce r n o ta r el uso d e las m inúsculas y las
m ayúsculas que rem iten al o rd en de la n atu raleza unas y al regis­
tro sim bólico las o tras. L a ley del p la ce r es el fu n d am en to , o rg á ­
n ico d iríam os, de la Ley.
El g oce está prohibido al que habla co m o tal. La Ley es fundada
p or esta prohibición; es O tra, una segunda, interdicción. Es la que
Freu d en cu en tra cu and o debe re co n o ce r en su teoría y en la clíni­
ca el ca rá cte r decisivo, irred u ctib le y h eteró clito del com p lejo de
castración. Es la p rohibición del g o ce que conlleva u n a m arca y un
sacrificio: el que recae sobre el falo que es, a la vez, el símbolo de
EL g o c e : d f, l a c a n a fre u d 33

esa prohibición. La Ley h ace entrar, así, a la ley del p lacer en el or­
den sim bólico. La Ley del deseo.
Todo este ad elan to co n respecto a la teoría lacan iana del goce
viene a cu en to aquí, en m edio de este repaso de la obra de Freud
en la perspectiva de un segundo reto rn o a ella p ara resignilicarla
en torn o del co n cep to de g oce, en la m edida en que, co m o es sabi­
do, el com plejo de castración es el punto cu lm in ante de la teoría
de la sexualidad en la obra de Freud. En efecto, los tres ensayos de
1905 n o culm inan sino en 1923 con el artículo “La organización ge­
nital infantil”20 que p reanu n cia los decisivos agregados que hizo en
la edición de 1924 a los tres ensayos, a la reescritu ra de la psicopa-
tología psicoanalítica en 1926 co n Inhibición, síntoma y angustia y a
la nueva teoría de las perversiones, au tén tico final de los Tres ensa­
yos de teoría sexual, que es el artícu lo “Fetich ism o”21 de 1927.
H abrá oportu nid ad de volver sobre la relación en tre goce y cas­
tración. Podría d ecirse que tal es la oposición fu n d am en tal en la
clínica lacaniana a la vez que el eje sobre el que se articula la direc­
ción de la cu ra analítica. L o interesante, p o r el m o m en to , es indi­
ca r có m o la teoría freu d iana de la sexualidad d ebe e n ten d erse a
partir del com plejo de castración. E ir adelan tan d o, desde ya, esta
relación de las dos leyes: la ley del placer y la Ley de la castración o
del deseo. L a segunda es la que se en ca rn a — se in co rp o ra m ejor
que se en ca rn a — en el sujeto a través de lo que Freud descubrió
antes que el com plejo de castración, esto es, el com p lejo de Edipo.
Se in corp o ra puesto que h ace de la carne cu erp o , desaloja el g oce
de esa carn e, lo lach a, lo p ro h íb e, lo desplaza, lo p ro m ete. El su­
jeto d ebe re n u n ciar al g oce a cam bio de una p rom esa de o tro g o ­
ce que es el p ropio de los sujetos de la Ley. P o r las vías — am bas
señaladas p or F reu d , am bas im pugnadas ju sticie ra m e n te p or L a­
can — de la angustia de castración m asculina y de la envidia fem e­
nina del p en e, el sujeto se ve llevado, p rim ero, a la localización del
goce en un lugar del cu erp o y, segundo, a la prohibición del acce­
so a ese goce localizado si n o pasa antes por el cam po de la dem an­
da dirigida al O tro, al O tro sexo, en el am or. F.l goce originario, go­
ce de la Cosa, g o ce an terio r a la Ley, es un g oce interd icto, maldito,
que deberá ser declinado y sustituido p or un a prom esa de g o ce fá-
lico que es consecutiva a la aceptación de la castración . “Sólo te es
lícito p ro cu rar aquello que has p erd id o ”.
El goce fálico es posible a p ard r de la inclusión del sujeto com o
súbdito de la Ley en el registro sim bólico, co m o sujeto de la pala­
bra que está som etido a las leyes del lenguaje. El goce sexual se ha­
ce así g oce perm itido p or las vías de lo sim bólico.
El freudiano com plejo de Eclipo e n cu e n tra así su lugar co m o bi­
sagra de articu lación en tre dos goces diferentes.
L a Ley, que separa del goce de la m ad re y p o n e al nom bre-del-
Padre en ese lugar, o rd ena desear; el deseo e n cu en tra su posibili­
dad de realización a través del sesgo del am o r — que será un tem a
para tratar en la perspectiva del g o ce (capítulo 8 ) — , de! a m o r co­
m o sentim iento en carg ad o de suplir la inexistencia de la relación
sexual y de reap o rta r e! g o ce al que se debió renunciar.
En la obra de Freud, los Tres ensayos de teoría sexual encuentran su
continuación lógica en los (rabajos sobre la psicología de ¡a vida am o­
rosa,2* tres también, y en ese texto capital sobre el am o r que, de mo­
do en apariencia paradójico, se llama “Introducción del narcisismo”.23
Es co m o clínico de la historia am orosa de sus sujetos que Freu d
en cu en tra las tendencias disociativas en la vida sexual de los hom ­
bres, esas tend en cias que los llevan a b ifurcar en sí m ism os la ter­
nu ra y la sensualidad y a escindir el objeto am oroso entre la m ad re
y la prostituta, asegurando así su insatisfacción y huyendo sin p arar
de la una a la otra. De allí que, ya en 1913, Freu d enunciase en su
texto “Sobre la d egradación de la vida e ró tica ” (op. dt.) que hay al­
go im plícito en la pulsión sexual misma que conspira co n tra su to­
tal satisfacción. Finalm ente, en su terce r artículo sobre la vida am o­
rosa, “El tabú de la virginidad” (id .), Freud llega a distinguir en la
vida sexual el carácter inhibidor del goce que tiene el fantasm a del
g o ce del O tro , de las m ujeres en este caso, y p lan teará co n nitidez
que los deseos se en gend ran recíp ro cam en te (aunque la fórm ula
de que el deseo es el deseo del O tro n o sea suya), m ientras que los
g oces del u n o y del o tro (sexo) se instauran en un plano de oposi­
ción y co n cu rren cia.
La vida am orosa no es, pues, en ningún m om en to de la obra de
Freud, una prom esa de bienaventuranza y de com plem entariedad.
Esto resulta claro com o el día cu an do se lee la m encionada “Intro­
ducción del narcisism o”. A través del am o r el sujeto intenta recup e­
rar el estado de absoluta felicidad de que supuestam ente disponía
cuando era His Majesty, the Baby y era com isionado p ara suplir lo que
faltaba en el O tro. Prim er tiempo del edipo, más bien identificación
con el falo qué “narcisism o originario” co m o allí se le llama. “Debe
(el bebé) cumplir los sueños, los irrealizados deseos de sus padres”.24
Para ello cu en ta con el am o r hacia sí mismo, reflejo del am o r que
le dispensa el O tro. La investidura sin límites que recibe su propia
im agen esp ecular será m od elo, yo ideal, que h ab rá de p erd erse y
que se buscará recup erar a través de la obediencia a los dictados del
O tro, constituyéndose así el ideal del yo. El am o r del yo idealizado
pasa p o r la relación am orosa con un otro que se elige siem pre se­
gún el m odelo narcisístico. La otra, la llam ada elección de objeto
p or apuntalam iento o anaclítica, no es sino una variación de la elec­
ción narcisística en tanto que las figuras de la predilección am oro­
sa, la m adre nutricia y el padre p rotector, n o son sino los sustentos
necesarios p ara ese yo del narcisism o. Las otras cu atro form as de
elección del objeto del am o r (que no es, p or cierto, el objeto del de­
seo) que Freud distingue son, clara y con fesadam en te, narcisistas.
Del goce al deseo, del deseo al amor, y el am or, p or su parte, reca­
yendo sobre un objeto al que se desplaza la imagen de sí mismo. No;
no hay nada que hacer, la relación sexual n o existe.
P ero el yo es, desde el principio d e la o b ra de F reu d , desde el
Proyecto (Entzmirf) de 1895, una instancia de p ro tección y de desvia­
ción de las cargas de tensión para hacerlas inocuas y así lim itar la
tensión sexual, es decir, el g oce, que se despierta en el organism o
cu an d o se o rien ta hacia la exp erien cia originaria y m ítica de la sa­
tisfacción. L a función del yo es regulada p or el principio del placer,
tiende a la igualación de las cargas, a la hom eostasis, a la evitación
del displacer, al m e n o r esfuerzo. Su objetivo es el de servir eco n ó ­
m icam en te al organism o co m o un todo y lo cum ple p oniendo lími­
tes a la tensión que en el propio organism o se en gen d ra. El g oce,
para L acan , es lo que no sirve p ara nada. En Freud, no sólo no sir­
ve sino que am enaza y co n traría el principio del displacer-placer. El
m odelo freud iano del g oce es el que en co n tram os, m e p arece,vol­
viendo a los Tres ensayos de teoría sexual, en el Vorlust, en el “placer
prelim inar” que Freud opo n e al p lacer final de la descarga orgás-
mica. De ese placer previo, que em ana de las zonas erógenas, dice25
que es un efecto que carece de fin y en n ada contribuye (antes cic­
la pubertad) a la p rosecución del p roceso sexual, l’or eso Freud dis­
tinguía la excitación sexual d e la satisfacción sexual que suprim e
toda tensión y sirve, a m od o de “p eq u eña m u e rte ”, co m o anticipa­
ción de lo que después será “principio de Nirvana”, el estado refrac­
tario a toda nueva incitación. No en vano, el ap artad o que dedica
al tem a del p lacer prelim in ar se titula “El problema de la excitación
sexual" [el destacado es m ío ]. Este “p ro b lem a” (¿para quién?) es la
p refiguración más clara del co n ce p to de g o ce de L acan que se p er­
fila en Freud antes de las co n cep cio n es subversivas de 1920, form u­
ladas en Más allá del principio del placer.
Es h arto sabido el equívoco que se erigió sobre las tesis freudia-
nas que prom ovían la sexualidad a un lugar cen tral en lá constitu­
ción y en la arq u itectu ra del sujeto. Se p reten d iero n fundar sobre
Freud con stru ccion es de aspecto teórico que preconizaban la “libe­
ra c ió n ” de la sexualidad co n fu n d ien d o el o rgasm o con la salud
m ental y hasta co n la felicidad. Se hizo del psicoanálisis un nuevo
evangelio de la norm alización genital. Se dejó de lado lo que cual­
quiera podía advertir en la obra de Freud: lo escaso y lo relativo y
lo am biguo y lo poco alentador de cu an to él escribió acerca de la
cóp u la y del orgasm o y el escepticism o con el que siem pre m iró al
a m o r co m o cam in o h acia la d ich a. A h o ra p od em o s e n te n d e rlo a
la luz ele la teoría del g o ce pues el p lacer ap a re ce en relación co n
el g o ce co m o u n co rto c ircu ito , co m o un co rte b ru sco que p on e
lím ites a un cu e rp o que se e x p erim e n ta co m o tal. Es el p lacer de
la llam ada “satisfacción sexu al” que in te rru m p e el ascenso tensio-
nal — su m od elo es la em isión seminal en el orgasm o m asculino—
y que ap orta, co n la descarga, la d ecep ción .
O sea que el psicoanálisis, con Freu d y con L acan , se ubica com o
una co rrie n te co n traria a las ilusiones que perm itirían soñar con la
superación de la escisión subjetiva p or m edio del en cu en tro am o­
roso, ese en cu en tro que, en lo físico y en lo espiritual, suturaría al
sujeto co n el objeto, al exiliado con su patria, al deseante con la C o­
sa. Sobre este h ech o fatalm ente co n statado en la exp e rie n cia del
análisis se funda el escandaloso apotegm a lacan iano: “la relación
sexual no existe”, pues n o existe co m o rapport, co m o relación que
se establece en la lógica, y n o existe tam p oco co m o reap o rte de lo
que cad a u n o p erdió al en trar en la vida p or efecto de la sección,
de la sexión, de la resección del g oce que se llama castración.

3, RETORNO A LOS PRINCIPIOS FREUD1ANOS

Volvamos al principio. A los Amfangen del psicoanálisis, a! inédito y


ya citado Proyecto de I8 9 5 ,a6 fu n d am en to irren u n ciad o e irren u n-
cíable de todas las co n stru ccio n es m etapsicológicas posteriores.
Volver al principio es reto rn ar a ese com ienzo m ítico y absoluto
en la experiencia de satisfacción que es el fíat lux de la existencia. An­
tes era el caos, tan absoluto que ni caos había, lo innom inado e irre-
presentable, la nada en el oscuro claustro m atern o donde n o había
quien pudiese presum ir que allí algo se en con trab a o algo faltaba.
El punto de partida del sujeto, el p arto del psiquismo, es co n ce ­
bido en to n ces co m o la vivencia del d esam paro absoluto de un o r­
ganism o inerm e fren te a la necesidad, incapaz de aliviarla y de cal­
m ar la excitació n in tern a sin la p ro d u cció n de una alteración
e xterio r que ap orte el objeto de la satisfacción y p erm ita la acción
específica y ap aciguadora. La incapacidad del organism o para so­
brevivir p o r su cu e n ta lo consagra a la m u erte. Sólo el O tro podrá
salvarlo y de ello derivará “su oscu ra au to rid ad ”. Se vive bajo la pre­
misa de que alguien, “un individuo exp erim en tad o , advertirá el es­
tado del n iñ o ”. P ara ello es m en ester que ese O tro esté disponible
y que su atención sea alertada p o r el b erreo , p or el grito que “co ­
bra así la función secundaria, im portante en extrem o , del entendi­
m iento (o co m u n icació n ), y el inicial desvalim iento del ser hum a­
no es la fu en te prim ordial de todos los motivos m orales”.-'
La acción del prójim o auxiliador perm ite la vivencia de satisfac­
ción que, en la perspectiva del organism o, h ace posible la supervi­
vencia y, en la perspectiva de la vida aním ica, se m arca con la im­
p ro n ta de un n orte invariable p ara la brújula del deseo. El deseo
( Wunsch) es el m ovim iento subjetivo de rean im ación constante del
recu erd o de esta vivencia fundam ental. Todas sus aventuras y des­
venturas ulteriores serán com paradas con el presunto Paraíso de la
exp erien cia de satisfacción que no es m ás que una invención re­
troactiva. Tras exp on er, en tercera persona, su elucubración sobre
la vivencia de Satisfacción, F reu d salta a la p rim era persona del sin­
gular. Cito: “Yo no dudo de que esta anim ación del deseo ha de p ro­
ducir inicialm ente el m ism o efecto que la p ercep ción , a saber, una
alucinación. Si a raíz de ella se in u o d u ce la acción reflectoria, es in-
faltable el desen gañ o”.28
Vivencia de satisfacción-deseo-reanim ación del pasado com o alu­
cin ación-com p aración de lo que hay con lo que hubo ( “acción re­
flectoria”) desen gañ o. Infaltable. Lo que no falta es la falta al co m ­
p arar lo que tenem os co n la exp erien cia m ítica, m ágica, fantástica,
paradisíaca, perfecta, de lo que tuvimos y perdim os. Lo que no pue­
de faltar es el d esen gañ o. Esto es lo que hay en el com ien zo. Del
psiquismo. Del psicoanálisis.
Así sucede. Las p ercep cio n es de las cosas n o arm on izan con el
re c u e rd o fu n d am en tal. N o del tod o; “sólo en p a rte ”. U na p arte
del co m p lejo de rep resen tacio n es, un “in g re d ie n te ”, p e rm a n e ce
idén tico, m ien tras que un segundo in gred ien te varía. El objeto de
la p erce p ció n se d escom p o n e: satisface el deseo y n o lo satisface.
“D espués el lenguaje cre a rá p ara esta descom posición el térm ino
juicio".29 Así, el ingred iente con stan te será n om brado co m o la cosa
del mundo (das Ding) y el elem en to inconstante será su actividad o
propiedad, “su p red icad o ”.
No sólo las m otivaciones m orales sino que el pensam iento todo,
“el ju zg ar”, surgen de esta m arca decisiva del O tro en el futuro su­
je to , de esta rep resentación inicial de la Cosa que co n d en a al ser a
vivir en el desengaño. Y n o pod ría h ab er desen gañ o si no hay, an­
tes, el engaño.
Sólo hay, p ara el ser en el m u nd o, desem ejanzas, disparidades,
desen cuen tros, desvíos, dis-cursos. L a coin cid en cia de lo esperado
con lo en co n trad o pone térm ino al acto de pensar; el organism o se
descarga, se vacía. La discordancia, p or el co n trario , p ro p o rcio n a
el envión p ara el trabajo de pensar. Para discernir, en la p ercep ció n
presente, la distancia respecto de la representación de dasDing, au­
sente. Si se p ro d u ce un afo rtu n ad o e n cu e n tro con el objeto, no
queda ocasión alguna p ara el acto de pensar. Son los sectores en di­
sidencia los que “despiertan el interés ”.30
Se vive p o r el O tro, por el prójim o, p o r el Nebenmensch. P ero és­
te no es sólo el salvador. Es, a la vez, “el único p od er auxiliador y el
prim er objeto hostil. Sobre el prójim o, entonces, apren d e el ser hu­
m ano a d iscern ir... Y así el com plejo del prójim o se escinde en dos
com p onen tes, u n o de los cuales se im pone por una ensam bladura
co n stan te, se m an tien e reu n id o co m o u n a D ing (C osa) m ien tras
que el o tro (co m p o n en te) es com p ren d id o p or un trabajo m ném i-
c o ... y da origen, p or el cam in o juicioso del establecim iento de di­
ferencias, a la representación del cu erp o p ro p io ”.
Tal vez q u ep a que pida disculpas p or este rep aso de! p rim er
Freud que nadie m e pidió. Y que m e disculpe diciend o que nada
de lo aquí escrito resp o n d e a la solic itud de nadie y que tan sólo
p re ten d o u b icar al le cto r en los oríg en es de das Ding, de la Cosa
freudiana, para que podam os ad en trarn os en los vericuetos del go­
ce lacaniano. O que siga con el desarrollo. Será mejor.
En el p rin cip io ... Im A nfangw ar das Ding, pero cuando está la Co­
sa no hay sujeto que pueda juzgar sobre ella. Después de perdida la
Cosa (y el goce está del lado de la Cosa, así co m o el deseo está del la­
do del O tro ),31 después de establecida una disparidad insalvable con
el objeto, puede llegar a haber un sujeto. En la huella, en la estela de
la Cosa. El objeto, perdido, es la causa del sujeto. De u no que no es
ya el U n o, de uno que se cu enta y que piensa y üene m otivaciones
éticas a partir de que no puede subsistir sin ese O tro al que apela con
su grito, prim ero, y co n su palabra articulada, después.
Das D ing es lo que queda en el sujeto co m o huella de lo que ya
n u n ca habrá. L a “d escarga” quedó vedada, se vivirá en el desenga­
ño, habrá que pensar, que discernir, que establecer la diferencia en ­
tre las cosas, todas, y la Cosa, em peraü'iz intangible de la vida aní­
m ica, objeto absoluto.
Freud 110 se quedó en el establecim iento del punto de partida.
Se ap roxim ó tam bién, diez días después (los que van del 25 de sep­
tiem bre al 5 de o ctu b re de 1 8 9 5 ), a las con secu encias, es decir, al
pasaje de este m ito del origen a “los procesos psíquicos n orm ales”.
P rocesos norm ales q u e son posibilitados p o r las “asociaciones lin­
güísticas”, que p erm iten “el p en sar observador, co n scie n te ”. ¿Có­
mo? P orque estos “signos de d escarga lin g ü ística... equiparan los
procesos de p ensar a los p rocesos perceptivos, les prestan u n a rea­
lidad objetiva y posibilitan su m em o ria ”.32
Se ve con claridad que, en Freu d, los p rocesos de pensar no tie­
nen en sí “realidad objetiva” sino que ella les es prestada p or los sig­
nos lingüísticos que equiparan pensam ien to y p ercep ció n y los ha­
cen así m em orables, históricos. (Signos = Zeichen. E n el capítulo 4,
d edicado al descifram iento del g oce, sacarem os p rovecho de la ter­
m inología freudiana.)
La realidad objetiva del pensam iento p ro ced e de los fraguados
(Bahnungen) lingüísticos. Este desciframiento, este trasvasamiento del
ser por el em budo del lenguaje, no tiene su origen en el lenguaje
mismo, en un proceso de aprendizaje o de im itación de la palabra,
sino en la experiencia de dolor, en el con tacto con “objetos-percep­
ciones que lo hacen gritar a uno porque excitan dolor, y cob ra en or­
m e sustantividad que esta asociación de un sonido [ .. .] , ponga de re­
lieve este objeto co m o hostil y sirva para guiar la atención sobre la
[imagen-] percepción. Toda vez que ante el dolor no se reciben bue­
nos signos de cualidad del objeto, la noticia del propio gritar sirve co ­
m o característica del objeto. E ntonces, esta asociación es un m edio
para h acer conscientes, y objetos de la atención, los recuerdos exci­
tadores del displacer. H a sido creada la prim era clase de recuerdos cons­
cientes. De aquí a inventar el lenguaje no hay m u ch a distancia” [ ...]
“Así hem os averiguado que lo característico del p roceso del pensar
discernientess que en él la atención está vuelta de antem ano hacia los
signos de la descarga del pensar, los signos de lenguaje”.33
¿Q ué ha q u edado de das D in g p a ra el sujeto en ciernes? Nada.
N o la representación, no el recuerdo. Tan sólo la desesperación por
su ausencia. El grito pelado. El fu n d am en to del ser yace en esta di­
feren cia en tre las rep resen tacio n es posibles y la Cosa que desapa­
reció p ara siem pre dejando la im p ron ta del d esen cu en tro y de la
disparidad sobre las exp erien cias de la realidad, de una realidad
EL g o c e : de lacan a kreud 41

que d epen de de y, a la vez, no es o tra que el O tro del lenguaje, de


ese lenguaje en el que habrá que trasvasar las desazones, que esta­
blecer las diferencias. H abrá que alienarse.
La in corp o ració n del ser al lenguaje es la causa de un des-tierro
definitivo e irreversible con resp ecto a la Cosa. Y la Cosa, en la de­
finición que p ro p o n e Lacan cu and o reto m a y co m en ta a Freu d en
el sem inario sobre la ética en el psicoanálisis, es “aquello de lo real
que p ad ece del significante”.34 Así co m o se diría de alguien “que
padece de ca ta rro ”, qLie “p ad ece del sín tom a”. H em os de volver so­
bre esta definición.
La palabra es la estela que co rre tí as la nave, el surco que no pue­
de alcanzar al arado que lo causa. Pero del arado y de la nave es im­
posible saber si no es p o r las huellas que dejan a su paso. 1.a tierra
y el mar, el cu erp o , en una palabra, lleva sobre sí la inscripción de
lo irrecu p erab le. La palabra se graba en la carn e y h ace de esa car­
ne un cu erp o que es simbolizado en los intercam bios con el O tro.
Hablar, pensar, p asar p o r los significantes de la Ley: tales son los
efectos de la falta del objeto que to m a así el lugar de la Causa
(Ding). Som os todos náufragos rescatados del g oce que perdim os
al e n trar en el lenguaje.
La co n se cu e n cia es el d iscern im ien to , la distinción len g u ajera
de la plu ralid ad y v aried ad de los o b jetos del m u n d o. El sujeto
n ace y se in teg ra a la realid ad co n sen su al y co m p a rtid a a p artir
de su exilio de la C osa, esa Cosa que cre a el silencio o el cao s co ­
m o lo que hab ía an tes. L a p atria es un e fe cto del exilio y de la
nostalgia.
Es así co m o se constituye el g o ce que L acan elabora a partir de
la “m itopsicología” freudiana. En el principio e ra el G oce p ero de
ese g o ce no se sabe sino a partir de que se lo ha perdido. P orqu e
está perdido es. Y p orq u e el g oce es lo real, lo imposible, es que se
lo busca p or los creadores cam inos de la repetición. La palabra, pro­
ced en te del O tro, ten d rá que ser el pharmakon, rem ed io y venen o
(cf. D errida, La diseminación35) , instrum ento ambivalente que sepa­
ra y devuelve al g oce p ero m arcán d olo siem pre co n un minus, con
un a pérdida que es la diferencia insalvable en tre el significante y el
referen te, en tre la palabra y las cosas.
El g oce de la Cosa está perdido, el g oce sólo será posible atrave­
sando el cam po de las palabras. P ero será otro g oce: fallido y evoca­
dor; nostálgico.
H em os de seguir co n F reu d y d ar con él el salto irreversible que
lleva de los Amfangen al Jenseits, de los com ienzos al más allá, al más
allá del principio del placer, pisando el te rre n o ya abonado p o r lo
que significó el descubrim iento del incon scien te y sus form aciones
co m o m odos de tratar el goce, de desplazarlo y de palabrearlo. Pun­
to quizá propicio para que p ro po n ga un nuevo aforism o: el incons­
ciente es u n trabajo cuya. materia prima es goce y su producto es discurso.
El incon sciente no sería nada sin la teoría sexual. Y viceversa. Y
del psicoanálisis nada queda si no es parándose sobre esos dos pies:
el incon scien te (que, se sabe, no es de Freud sino de L acan ) y la se­
xualidad que, co m o teoría, da cu en ta del vaciam iento del goce del
cu erp o y su pasaje a la articulación significante de la que resultan
el sujeto y el objeto que es la causa de su deseo. Tem as que dejo in­
dicados aquí antes de retom arlos en el capítulo siguiente.
F reu d tuvo inconvenientes p ara re c o n o c e r desde un principio
esta fuente p ertu rbad o ra que asalta al ap arato desde ad en tro y que
no aspira a la en soñación ni a la retracció n . El naturalism o lo llevó
después a co n ceb irla co m o una “en e rg ía ” y a darle el n om b re de
“libido”, palabra de la lengua latina que sólo alcanza su plena sig­
nificación cu an d o se tiene en cu e n ta que Liebe es, en alem án, el
nom bre del am or.
Fue con este térm in o am biguo d e “lib id o ” que F reu d incluyó
el g o c e (n atu ralizad o , cu an tificad o de m o d o m e ta fó rico ) en su
teoría. Sus historiales clínicos, su co n ce p c ió n de la “elecció n de
la neurosis”, sus postulados genéticos sobre los desplazam ientos de
la libido por distintas zonas del cu erp o para acab ar en la “prim acía
genital” que, para él, lo es del falo p orq u e sólo hay un genital, el
m asculino, y sólo un a libido, la ligada al órgan o viril tanto en el ni­
ño co m o en la niña, son m odos todos de co n ceb ir el g oce y de pres­
tarle un a an d ad ura teórica com patible co n el con ju n to de la d oc­
trina y de la clínica. Así resulta la clínica psicoanalítica co m o una
historia de los vagabundeos del g oce, de sus “fijaciones”, de sus “re ­
g resion es”, de su transform ación en síntom as, de su “introversión”
£L g o c e : dk lacan a freud 43

sobre fantasm as, esas fo rm acio n es im aginarias que rem plazan a la


acción en el e x te rio r y que son “reservas n atu rales” del g oce. En
el fantasm a el g oce es asubjetivo, se m anifiesta en síntom as, en re ­
presiones histéricas, en form acion es reactivas obsesivas, en distan-
ciam ientos y p recau cio n es fóbicas, en invasiones irrefrenables que
determ inan la ru p tu ra psicótica con la realidad exterior, en coagu­
laciones que se escenifican en la perversión. Tam bién la teoría de
la cu ra se im p regn a co n esta e rran cia de la libido sobre los objetos
exteriores: es así co m o se confiere un privilegio selectivo a la figu­
ra del psicoanalista. La teoría del g o ce resulta ser el fu ndam ento in-
confesado de la transferencia que es a la vez resistencia y m o to r de
la cura, im án que atrae la libido y abisme) insondable del que ella
habrá de despegarse p ara que un final del análisis sea posible. En
síntesis, la teoría de la libido es la teoría de! goce. T od o esto es muy'
sucinto p ero “que se recu rra (a F reu d) y se lo verá”36 co m o dijo La­
can en otra ocasión sobre la que retorn arem os.
El sujeto n ace p o r estar exiliado de la Cosa, del g oce no simbo­
lizado, y se orien ta hacia un “prim ad o g enital” que no es o tra cosa
que la p rim acía del significante, ten ien d o ese significante co m o
fu n d am en to al falo, soporte de todos los procesos de significación.
A tal punto que d ecir “La significación del fa lo ’ es u n a red u n d ancia
pues no hay otra, según co m en tab a L a ca n ,37 ironizando a ce rca de!
título de uno de sus “escritos”.38 De la Cosa al falo, es decir, a la cas­
tración: ése es el sentido de la ru ta freudiana que acab a dando el
lugar central en la psicopatología al com plejo de castración y a sus
vicisitudes. El com plejo reorganiza p or retro acció n todo lo sucedi­
do antes de establecerse la prim acía fálica. El proceso de la subjeti-
vación puede en ten d erse com o una sucesión de m igraciones, exi­
lios y vaciam ientos del g oce. La sexualidad pasa así p or “fases” que
van signando esta larga jornada que lleva de lo real an terio r y e x te ­
rior a la simbolización (la Cosa de los com ien zos), a lo real que res­
ta co m o saldo imposible después de la sim bolización y que se p re­
tende ap reh en d er co n las pinzas de la palabra p ero que se escu rre
y, es más, se p ro d u ce co m o efecto de discurso p o r la palabra mis­
m a, el objeto el huidizo plus de goce.
P or tod o esto es que la sexualidad h u m an a, con todas sus muí-
tiform es m an ifestacion es, es más elia, en sí m ism a, tina sublim a­
ción que aqu ello q ue es sublim ado. S ublim ar es sexu alizar y n o ,
co m o q u e rría u n a lectu ra ap resu rad a, “d ese x u a liz a r”. Pues la se­
xu alid ad es sim bolización del g o c e que es así d es-n atu ralizad o ,
h u m an izado, ap alab rad o en la relació n de la m u jer y del h om b re
con sus cu erp o s y co n el cu e rp o del O tro . Es allí d on d e se le p re ­
senta a Freud la ard u a cu estión de la h e te ro g e n e id a d de los go­
ces, en igm a que lo lleva a la sucesión d e escritos en los que trata
de d ar cu en ta de la asim etría d e los g o ce s m ascu lin o y fem en in o
a p artir de la asim etría que el co m p lejo de ca stra ció n (atravesa­
d o p o r am bos) d eterm in a co n rela ció n al falo. C u estión de la h e­
te ro g e n e id a d de los g o ces qu e o cu p a rá a L acan en su esfuerzo
p o r re sp o n d e r a la p reg u n ta freu d ian a: ¿Q ué q u iere una m ujer?
Ya m en cio n é que la o b serv ación m ás p re ca ria de la vida am o ­
rosa, lo elem en tal de lo que se escu ch a en un análisis, alcan za pa­
ra m o strar que los seres h u m an os, los habientes, no están g o b e r­
n ad os p o r el p rin cip io del p lacer, F re u d n o p od ía d ejar de
co n statarlo . Y si el am o r no p u ed e e n te n d e rse sin to m a r en cu e n ­
ta ese fatal d estin o d e te n e r que inscrib irse c o m o g o ce , m en o s
aún p u ed e co n sa g ra rse al p rin cip io del p la c e r la o tra actividad
que p arece su co n trap artid a: la g u e rra .39 Las observaciones sobre
la g u e rra y la m u e rte de los años de la p rim e ra g u e rra m undial
co n vergen co n las observaciones sobre la vida am o rosa. El artícu ­
lo d ed icad o al tabú de la virginidad40 (1 9 1 9 ) c o n cre ta la co n clu ­
sión de que los g o ces n o confluyen sino que rivalizan e n tre sí. Un
añ o an tes ya había observado y asen tad o que el d eseo fem en in o
no estaba o rien tad o hacia ei h o m b re sino h acia el p en e y que el
ó rg an o p od ía ser sustituido sim b ólicam en te p o r el h ijo.41 El h o m ­
bre era allí, p ara ella, un ap én d ice n ecesario p e ro , en últim a ins­
tancia, prescindible. M ientras tan to , el h o m b re, p or su p arte, no
p od ía tam p o co satisfacer sino más bien insatisfacer su aspiración
sexual con u n a m u jer que es apen as un reem p lazo (Ersatz) de la
m ad re in terd icta.
4. MÁS ALIÁ OEL PLACER

Es necesario conservar la m em oria de todos estos an teced en tes pa­


ra co m p ren d er el trabajo de Freu d a com ienzos del añ o 1 9 1 9 , una
época en la que p od ría decirse que no trabaja sobre dos mesas si­
no sobre tres y que lo lleva a una reform ulación con cep tu al que im­
plica un nuevo com ien zo p ara el psicoanálisis. En efecto, aunque
Más allá del principio del placer*- ve la luz en 1920, su red acción data
de los meses de m arzo a mayo de 1919, m es que vio tam bién la re ­
dacción segunda y definitiva del artículo “L o om in oso” (Das Unheim-
liche) .43 A su vez, la term inación de “Pegan a un n iñ o ’*44 tuvo lugar
en m arzo de 1919. N unca se destacó lo suficiente, ni siquiera por
parte de Freu d m ism o, la diáfana unidad de los Ues textos y la luz
que ellos, co m o con ju n to, arrojan sobre (y reciben de) el co n ce p ­
to de goce.
A co m en zar p o r lo om inoso: ¿por qué ad h eriría el p roceso cul­
tural a esas creacion es co n carácter de siniestras y p o r qué tendrían
las rep resentacion es de lo h o rro ro so la p reg n an cia que tienen so­
bre el im aginario de los h om bres sí el principio del p lacer gob er­
nase co m o sob eran o? ¿Por qué rein cidiría el sujeto en pesadillas
que lo m uestran acosado, sin salida, co n d en ad o a ser el objeto de
sevicias y crueldades? ¿Por qué apegarse a las anticipaciones de la
m u erte y el h olocausto, a las p rem on icion es del fracaso, a los fan­
tasmas de la vergüenza, a los estragos y desgarros de la culpa, a las
posesiones d em oníacas, a las invasiones de lo h o rre n d o im pensa­
ble, inexpresable? ¿Cuál es la necesidad o la con ven ien cia de crear
hidras y d ragones, íncubos y súcubos, infiernos y suplicios?
Es posible que u n a p rim era respuesta ponga en juego a la co n ­
ciencia “que nos h ace culpables”, al pago debido p o r el p lacer que
se tuvo o se fantaseó, a la presencia en cada uno de esa instancia de­
velada p o r Freu d en esos m ism os años, el su p eryó.4 ’ No es m era
coincidencia; no. La p rim era respuesta que se nos o cu rre rebota de
inm ediato co m o pregunta: ¿Y p o r qué, en un organism o supuesta­
m ente regido p or el principio del placer, el superyó? Es bien claro
que el superyó no se co m p ad ece en la búsqueda de una m en o r ten­
sión sino que instala en el individuo una eficiente m aquinaria para
no dorm irse en los brazos del placer y para exigir la retaliación por
tod o crim en co m etid o aunque fuese m ás co n el pensam iento que
co n la acción. A tal punto que no faltó el psicoanalista (Bergler) que
sugiriese que está regido p or un “principio de tortu ra”.
El superyó es la instancia que vigila y sanciona las transgresiones,
es el código legal y penal, es la fuerza ju ríd ica y policial que ord ena
dentro de cada uno el suplicio. En la gráfica imagen freudiana (a la
que no podríam os asignarle un estatuto ontológico) com anda la in­
tranquilidad, exige satisfacciones que n o son las de las necesidades
ni las de las dem andas y m arca al deseo co m o peligroso e incolma-
ble. Esgrim iendo la am enaza de castración en los hom bres y la del
abandono am oroso en las mujeres perpetúa sus imperativos de sacri­
ficio, de deuda impagable, de posesión subyugante ejercida p o r el
O tro. Su exh ortación incesante no es sino la que se expresa con una
sola palabra: “¡G o ce!” ah ora co m o imperativo del verbo que conflu­
ye con la significación hom ofónica del sustantivo. C on más confian­
za, nos tutearía, ordenándonos: “¡G oza!” (Jouis\).
C on él, gracias a él, el erotism o se tiñe de culpabilidad y la culpa
se erotiza, el am or se liga a la transgresión, el placer en tra en la caja
registradora de las deudas, el p ecad o se hace goce, la conciencia co­
n oce el g o ce oral de los re-m ordim ientos, las llamas del infierno
echan su som bra sobre la carne inflamable de todos nosotros, seres
privados de la relación sexual. El superyó con m u ta el placer en goce
y sostiene el g o ce para que no se extinga con los d erram es de la sa­
tisfacción alcanzada. De allí tam bién su característica subrayada p or
Freud, relativizada por L acan en el sem inario sobre la ética, de ser
tanto más aprem iante cuan to mayores son las ofrendas que recibe.
El fascinado respaldo a lo siniestro u om inoso p or la vigilia cons­
tante del superyó es p rueba de un m asoquismo prim ordial que do­
blega, siempre, al principio del placer. Sabidas son las pruebas que
Freud aporta en el tiem po de su giro de los años veinte. L a com pul­
sión de repetición, descubierta años antes en la uansferencia analí­
tica, que nos m uestra a los habientes co m o seres carentes de inteli­
gencia, de esa inteligencia que gobierna al reino animal, la que nos
lleva a tropezar dos veces con la misma piedra para, después del se­
gundo tropiezo, ir a buscarla p or tercera vez para que nos conteste a
la pregunta de p or qué chocam os con ella en las tíos oportunidades
anteriores y a no darnos p or satisfechos hasta habernos deslom ado
para quitar la piedra del cam ino y estar habilitados así para tropezar
con la siguiente. Q ue lo diga Sísifo, que lo cuente Prom eteo, que lo
expliquen las Danaides y los m ártires y los científicos.
En el mismo sentido abunda la imposibilidad de apartarse del re­
cuerdo traum ático, del accidente, de la humillación, de la evocación
dolorosa que nos ataca desde adentro. O el juego de los niños que
convoca los fantasmas de ser abandonado (fart-da) , de ser devorado,
envenenado, seducido, golpeado, vigilado, perseguido, acosado, tor­
turado, vilipendiado, castigado.40
O la exp eriencia com p rob ad a una y otra vez en el análisis de la
reacción terapéutica negativa en la que el sujeto no es digno del ali­
vio de su sufrimiento sino que insiste en sostenerlo al punto de pre­
ferir aban donar el análisis antes que perm itir su curación. Am an a
sus delirios, am an a sus síntomas, más que a sí mismos y testimonian
en su carne el infausto imperativo del goce. I .a defensa es defensa del
sufrimiento y la técnica psicoanalítica es torpe si no tom a al goce, en
vez del placer, com o punto de partida en el abordaje de cada caso.
El superyó m arca al sujeto con un m andam iento de goce. Pero ese
imperativo es también un llamado: “no estás al servicio de ti mismo
sino que te debes a algo superior a ti que es tu causa, tu Causa. L a
existencia te es prestada y debes rendir cuentas p or ella aunque no
la hayas pedido, debes ofrendar tu libra de carne a un Dios inclem en­
te”. L o que re-liga a los sujetos es esta n oción de la culpa de existir
que se apagaría co n la adoración y la gratitud a Aquél que nos hizo
sus deudores, a quien se instituyó com o acreedor. El principio del sa­
crificio es el fundam ento y no el efecto de las religiones. Y el goce es
consustancial al sacrificio. E n su ofrenda es el sujeto quien se ofren­
da, se som ete al yugo que lo instala en la com unidad, que lo incluye
dentro del vínculo social haciéndolo partícipe del clan (socius).
Es sabido que p ara L acan , a diferencia de Freu d, la castración no
es una am enaza sino que, p o r el con trario, es salvadora. L a am ena­
za verdadera, la terrible, es que la castración llegue a faltar. La clí­
nica m u estra una y o tra vez que la falla en la función del p adre que
es la de incluir al sujeto en el o rd en sim bólico es la causa de un lia-
m ado desesperado, p atético, a la intervención castrad ora que sepa­
re al niño del g o ce y del deseo de la M adre. Es e n to n ces cu an d o el
síntom a viene a suplir el d efecto apuntado. Es la ilum inadora lec­
tura lacaniana, no f'reudiana, del caso de Ju an ito . N ada tenía que
tem er el niño de ese p adre dom esticado que tan fácilm ente dejaba
al hijo su lugar en el lech o ju n to a la m ad re. El caballo n o es el sím­
bolo o el equivalente del padre real sino la figura del Padre Ideal
que es llam ado p ara co rre g ir la falla paterna.
Igualm ente, el fantasm a de “pegan a un n iñ o ”47 está c e n u a d o en
torn o del segundo tiem po de éste, el que cae bajo la represión, que
es el de la fórm ula "mi p adre m e p eg a ”. Allí el látigo no anula al su­
je to sino que lo llam a a la ex-sistencia, lo m arca co m o pecador, lo
desaloja del goce m ortífero de la m adre. Es un instrum ento que fun­
ciona co m o un significante (S ,) y deja co m o saldo al sujeto (S) que
habrá de dar cu enta de sus actos en el m undo del lenguaje, p or m e­
dio de la palabra. Si la fusta p ro d u ce d olo r es porque el O tro pide
ese d olo r co m o p ren d a d e rep aración y red en ción , porque el O tro
pide ese estrem ecim iento de la carne magullada, ese llanto y esa pro­
m esa de sumisión. Es la prueba de que “tú a alguien le im portas”. Si
el nacim iento del h erm an o, ese h erm an o al que se h ace flagelar en
el p rim er tiem po del fantasm a, ese h e rm a n o que era el “contacta-
neum" de la m irad a envenenada observada p o r San Agustín, am ena­
zaba al sujeto con la extin ción, co n su desaparición del cam po del
O tro, la fustigación del segundo tiempo del fantasm a no sólo casti­
ga el anhelo sádico expresado en el prim er tiem po, sino que devuel­
ve a la existencia y se carga a cu en ta de la deuda de vivir.48
Ya m en cio n é el sem inario del 5 de m arzo de 1958 en el que La­
can en u n ció la relación y la oposición en tre el deseo y el g oce co ­
m o fundam ental para co m p ren d er lo que sucede en la exp eriencia
psicoanalítica. Ese día se escribió el p ro to co lo del n acim ien to del
innovador co n ce p to d e g oce. En el sem inario p re ce d e n te , del 12
de feb rero de 1 9 5 8 ,49 señalaba L acan que los azotes arrojan al suje­
to de la om n ip oten cia y lo lanzan a la existencia. El niño, así, gol­
peado, tío es ni todo ni nada. Los latigazos se dan, implican un don
de significante que devuelve a la ex-sistencia alienada, no en el Uno
sino en el O tro. H acerse golp ear es un m odo de ratificar el deseo
del O tro que ha sido puesto en duda p or la aparición del rival. Es­
to es de con statación frecu en te en los niños politraum atizados, en
los niños que deben sobreponerse a la hostilidad m ortífera de sus
m adres, en tantas víctimas golpeadas, en tantos accid en tes y m ani­
festaciones de un destino inflexible y atroz. El látigo produce la abo­
lición pero también la constitución del sujeto en su división; sus m a­
taduras llaman a la vida. El fantasm a de la flagelación está más allá
del principio clel placer, cierto; es g oce, ciertam en te; pero es tam ­
bién el principio de una seguridad, la de ser un objeto que cu en ta
en el deseo del O tro. “P o r que te quiero te a p o r re o ” es la significa­
ción latente de los fantasm as de Jo b que aseguran al sujeto un lu­
gar en el discurso del am o y lo llam an ora a la resignación, o ra a la
rebelión. Tam bién sucede así en el g oce crístico en el que se invier­
te la deuda y adopta la form a de la invocación “Mi Señor, mi Señor,
¿por qué m e has ab an d on ad o?”. Así, existir es existir para la Ley, ser
sujetos de ella, asegurarse de que los seres hum anos están todos ba­
jo la férula y recib en su ser junto con la m arca del deseo del O tro.
De este m o d o es co m o h istóricam en te se ha presen tad o y se ha jus­
tificado el discurso del am o.
Todos estos argu m en tos reunidos decidieron a F reu d a postular
la existencia de una pulsión fundam ental, la de m u erte, de la cual
las pulsiones de vida son desviaciones, ram ificacion es, que pasan
p or la im agen narcisística del yo. L a pulsión de m u erte es la pul­
sión, a secas. El psicoanálisis recom ien za en los años veinte cu an d o
las explicaciones naturalistas son cuestionadas. Los intentos del pro­
pio Freu d de preservarlas bajo el m an to de una “m itob iología” son
burdos y h acen resaltar, p or co n traste, aquello de lo que se trata.
Esto sucede al m ism o tiem po que Freu d se ve forzado a ab an d on ar
el proyecto de co n stru ir una melapsicología fundada en el principio
del placer. L a in terru p ció n de la serie de artículos m etapsicológi-
cos de Freud al cabo de los cin co prim eros’’0 no tiene otra causa que
la que se lee co m o su autén tica con tin u ación en Más allá del princi­
pio del placer. A d elan tand o sobre capítulos ulteriores, tengo que de­
cir desde ya que la existencia hum ana n o apunta a la distensión si­
no a la inscripción histórica, historizada, del p ad ecer subjetivo. La
clínica m uestra hasta el hartazgo esta vocación de la palabra para
h acerse re c o n o c e r co m o signo, co m o escritu ra, p o r m ed io de las
desgracias, d e los azotes de la vida, de las exigencias de que el O tro
recon o zca el pasaje significativo del sujeto, de las puestas a p ru eb a
del aguante y la toleran cia de ese O tro, de los estiram ientos cons­
tantes y al m áxim o d e laminilla libidinal.
En todo esto — y lo que digo no es la opinión com partida por to­
dos los lacanianos— salta a la vista un rasgo particular del goce. El go­
ce es dialéctico aunque de un m odo que se distingue de la dialéctica
del deseo. En prim er lugar debem os en ten d er que la referencia dia­
léctica en Lacan no es hegeliana pues, en Lacan, n o podría recon o­
cerse un m om ento final de síntesis al que se llegaría por alguna “as­
tucia de la razó n ”. En efecto, cre o que no puede sostenerse que la
dimensión del deseo sería, en sí, dialéctica mientras que la del goce
no lo sería. Tal es la posición que sostuvo J.-A. Miller51 en su semina­
rio del 2 de mayo de 1984: “El concepto mismo de goce es un con cep ­
to fundam entalm ente no dialéctico con relación al d eseo”. En esa cla­
se, el h eredero de Lacan desarrolló, co n particular agudeza, la idea
de que la enseñanza de Lacan habría adoptado una línea contraria a
la dialéctica a partir, precisam ente, de su texto de 1960: “Subversión
del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”. Tal po­
sición de Miller es congruente, p or otra parte, con la sostenida en su
conferencia “Teoría de los g oces”52 en donde sostenía que puede de­
cirse sin am bages que el deseo es el deseo del O U o pero no puede
postularse que el goce sea el goce del O tro. En esto hay que convenir.
Por cierto que el goce de uno n o se confunde con el “goce del O tro ”.
Sin em bargo, no por evitar esa confusión, deja el goce de estar ligado
a la dimensión del O tro y a la dialéctica del sujeto co n él. Menos aún
podría coincidirse con Miller cuando, ese mismo día de 1984, afirmó
que el progreso que va en la enseñanza de Lacan de 1960 a 1964, de
“Subversión del sujeto” a “Posición del inconsciente”, consiste en la
eliminación de la referencia dialéctica.
Lo discutible de ese aserto de Miller se com p ru eb a al seguir el hi­
lo del Sem inario de Lacan, particularm ente cu an d o se llega a “La ló­
gica del fantasm a” y muy específicam ente a la lección del 31 de ma­
yo de 1 967.51 Ese día L acan record ó que fue H egel quien introdujo
la n oción de goce y ello a partir de la contradicción en tre el goce del
am o y el goce del esclavo, entre el ocio de uno y el goce de la cosa
del otro “no sólo en tanto que esa cosa él la ap orta al am o sino en
cuanto la transform a para h acerla aceptable". Lacan incluyó esta re­
ferencia preciosa para en ten d er la naturaleza dialéctica del goce:

Edipo no sabía de qué gozaba él. Yo he planteado la pregunta de si


Yocasta lo sabía e, incluso, por qué no, de si una buena parte de su go­
ce no residía en dejar a Edipo ignorarlo... ¿qué parte del goce de Yo-
casta corresponde a que ella deje a Edipo en la ignorancia? Es en es­
te nivel que, gracias a Freud, se plantean de aquí en más las preguntas
serias con respecto a la verdad. [...]
Lo que Hegel vislumbra es que en el origen la posición del amo es
de renuncia al goce, la posibilidad de comprometerlo todo alrededor
de esta disposición o no del cuerpo, no solamente del suyo propio, sino
también del cuerfx) del otro. Yel Otro, a partir del momento en que la lu­
cha social introduce el que las relaciones entre los cuerpos estén do­
minadas por lo que se llama la ley, el Otro, es el conjunto de los cuerpos [el
destacado es m ío ],

En síntesis, estas breves citas de Lacan de 1967 confirm an la consi­


deración del goce en una referencia dialéctica aunque esa dialéctica,
lacaniana y no hegeliana, no con d u ce a ninguna síntesis. En ella se
trata de lo particular pero de un particular que sólo ap arece com o tal
en la m edida en que es un apartam iento con relación a lo universal.
El goce, sí, es del U no pero de ese U no no hay percatación posible si
no es a partir del enfrentam iento con el O tro y con la división insta­
lada en el O tro en tre su deseo y su goce. Más aún, hay un goce que
depende de la ignorancia del O tro, que se extrae, tal com o en Yocas­
ta. de saber que el O tro no sabe. Y ésa es la dialéctica, opositiva, diver­
gente, de los goces. Los goces no se definen en sí, se definen diacríti­
cam ente, p or diferencia, co n respecto a lo que n o es ese goce.
Oposición de los goces entre el am o y el esclavo, entre el goce mascu­
lino y el fem enino, en tre el privador y el privado, entre el que sabe y
el que ignora, en tre una raza y otra. ¿Por qué no plantear entonces,
com o hem os aprendido a hacerlo respecto del significante, que el va­
lor del goce no tiene otra sustancia que una diferencia con relación a
lo que este goce presente no es?
Hay más que d ecir en torno de esta oposición binaria planteada
por Lacan entre el g o ce y el deseo. El deseo de recon ocim ien to (del
d eseo ), n oción clave en el p rim er L acan , conlleva la lucha dialécti­
ca co n el deseo del O tro y, p or lo tanto, el g oce de la batalla, de la
g u e rra p or h acer re c o n o ce r el propio deseo fren te al deseo-no-de­
seo del O tro. (D eseo-no-deseo en tanto que el deseo del O tro es un
deseo de ser él reco n o cid o ; n o de re co n o ce r a alguien m ás.) Esta
es la clave de los textos freudianos sobre el m asoquism o, co m e n ­
zando p o r “Pegan a un n iñ o ”. Es tam bién la clave de la clínica de
la vida y de la historia. C on el co n ce p to de g o ce (co n trap u esto al
de d eseo) la lucha a m u erte en tre el am o y el esclavo (en todas sus
variantes y versiones) en cu en tra su fundam ento.
“Si m e castigan es porque mi deseo existe y no se ha desvanecido en
el deseo del Otro. En el castigo recupero mi goce al precio de alienar­
lo en la relación de oposición con el O tro ”. El goce se hace posible a la
vez que se aplaca por esta intervención del O tro que es recibida com o
una salvación con respecto al O tro goce, éste sí no dialéctico, que es el
goce terrorífico y desenfrenado del U no sin la intervención diferencia-
dora del Otro. El flagelo es un significante que llama a la ex-sistencia,
a transitar por una relación dialéctica y contrapuesta de los goces que
se articula con la relación dialéctica del deseo pero que no se confun­
de con ella, con sus “acuerdos” y con sus pactos simbólicos. Hay que re­
cordar nna vez más las frases de Hegel que fueron citadas al comienzo
de este capítulo para advertir que, en la concepción jurídica del goce,
éste es particular, a diferencia del deseo, que es universal. Y también
que, evocando al Lacan del breve artículo dedicado al Triebde Freud,54
el deseo viene del O tro mientras que el goce está del lado de la Cosa,
del lado del Uno. De acu erd o. Pero ello no excluye al goce del pla­
no de la dialéctica, pues el g o ce del U n o sólo puede alcanzarse
arrancándolo del goce del Oti o y preservándolo de sus embates. El go­
ce procurado por los azotes que provienen del O n o , del destino o de
Dios es una m arca que rubrica este deseo-no-deseo del Otro. Una ma­
nera de forzarlo a recon ocer que uno existe.
Gozar es usufructuar de algo. Esa “fruición en el uso” es el despo­
j o de alguien que no dispone del m ism o d erech o de usufructo. El
cu erp o es el bien prim ero y es, a la vez, un cam po de batalla entre el
goce del U n o y el goce del O tro. ¿A quién p erten ece el cuerpo? ¿Es
él mi esclavo y puedo disponer de él o, p o r lo contrario, soy yo el es­
clavo del O tro que puede disponer de mí y de ese cuerpo que yo, fan-
tasm áticam ente, en mi con dición de testaferro, creo que “ten g o ”?
¿Qué pasa con el O tro, qué hoyo excavo en él si yo a este cuerpo lo
condeno a m uerte (suicidio de separación) o lo m ortifico co n dro­
gas que lo anestesian y lo privan de responder a sus dem andas?
No. El goce está del lado de la Cosa, com o decía Lacan con preci­
sión (op. cit-), pero la Cosa no se alcanza sino es apartándose de la ca­
dena significante y, por lo tanto, reconociendo una cierta relación con
ella. Nadie lo ilustra mejor que el suicida pero también se com prueba
lo mismo en los a-dictos, en los psicóticos, en los escritores para quie­
nes la pluma representa un m odo de escapar a los vínculos del discur­
so. Formas todas de la a-dicción se abordan en el capítulo 7.
El p lacer está del lado del acto reflejo. Es lo que lleva a la pata
de la ran a a co n traerse cu an d o se le aplica una co rrie n te eléctrica,
ja m ás p od rá esa reacción cre a r un objeto. L os habientes inscriben
sus trabajos, sus discursos, en el tiem po. Viven m atándose y dejan­
do el testim onio de su padecer, de su parecer, de su para-ser. L a sus­
tancia verd adera de la pulsión de m uerte está del lado del goce, del
dolor, de la hazaña.
La m uerte, psicoanalítica, no es la p retendida inercia de u n a na­
turaleza inanim ada sino este registro donde se inscribe la pasión im­
posible de una subjetividad a través de sus tri(e)bu laciones, de sus
derivas, de sus luchas antieconóm icas que vulneran el principio del
placer. Por ello se justifican los sarcasmos que Lacan dirige a Freud
cuando éste habla de las virtudes unitivas de Eros y cu an d o sostiene
la idea d e la vida, de la vida hu m ana, co m o orien tad a a la creación
de unidades superiores y cada vez más vastas. No es necesario evo­
car la fisión n uclear para co m p ren d er que Freud — allí— no es con ­
g ru ente ni siquiera consigo m ism o y que toda su reflexión sobre la
historia de la hum anidad en E l malestar en. la cultura pone de m ani­
fiesto esta om nipresencia de la pulsión de m u erte co m o sustrato úl­
timo de toda acción hum an a en lo individual y en lo colectivo.
La m eta de la pulsión no es el aplacam iento, la satisfacción (Be-
friedigung. Fried = p az), sino la falla que relanza el m ovim iento pul-
sional, incansablem ente, siem pre hacia adelante. N uestra historia,
la de cada u n o, es la historia de los m odos de fallar el objeto im po­
sible; un resultado de la no existencia de la relación sexual. Esto va­
le tam bién p ara la historia de la cultura, de la organización de los
m odos de afron tar esa inexistencia.
El sujeto tien e una sub-stancia que es g o ce . L a p rim era teoría
freudiana del psiquismo p roponía un sujeto gob ern ad o p or el prin­
cipio del placer en quien la sexualidad era una im pureza y una ten­
sión aportada por la sed ucción del O tro , el adulto perverso. L a se­
gunda teoría m uestra el in crem en to de las excitacion es co m o algo
que se origina en el interior (es la idea m ism a de pulsión de m u er­
te) , que adhiere a fantasm as y que requiere del O tro para que se in­
tegre dialécticam ente de un m odo que está especificado en el guión
del fantasm a, en el aparato del g oce.
El co m en tario y la reescritu ra de la o b ra co m p leta de F reu d a la
luz del g o ce es posible y hasta n ecesaria pues p erm ite ren ovar lo
que Freu d dijo. Estam os ah ora en condiciones ele reform u lar la his­
toria del psicoanálisis a la luz de los vuelcos que ha sufrido y ubicar
cu atro (o cin co ) puntos esenciales. El prim ero es el descubrim ien­
to del incon sciente y sus procesos de com p osición , con el proyecto
freudiano de hacerlo andar por los cam inos del principio de placer
(1 895-1915). El segundo es el m om en to en que Freud trasciende el
naturalismo originario y arroja la teoría escandalosa de la pulsión de
m uerte (19 2 0 -1 9 3 0 ). Este punto, se sabe, no fue aceptado por el mo­
vimiento psicoanalítico oficial que prefirió inclinarse p or un reflujo
del pensar y el obrar psicoanalíücos en función de objetivos hom eos-
táticos. Con lia ese reflujo se irguió el “reto rn o a F re u d ” lacan iano
(1 9 5 3 -1 9 5 8 ) que se co n ce n tró en torn o de lo evidente pero a la vez
desconocido, incluso p or Freud, de que “el inconsciente está estruc­
turado co m o un len g u aje”, terce r m o m en to crucial de la historia
del psicoanálisis, que abrió la posibilidad de ese cu arto giro (a par­
tir de 1958) que es aquel en el que nos incluim os los analistas pos­
teriores a Lacan. L a tesis central es que el incon scien te está estru c­
turado co m o un lenguaje, sí, p ero d ep en de, co m o tal, del g oce; es
una p ro cesad o ra del g o ce p or m edio del ap arato lenguajero que
transm uta el g o ce en discurso.
Es evidente que a cada uno de estos cu atro m om en tos (o cinco,
si incluimos co m o u no más el tiem po de reflujo que se p rodu ce en­
tre el segundo y el tercero [1 9 3 8 -1 9 5 3 ]) co rresp o n d e u n a m odali­
dad diferente de co n ceb ir el psicoanálisis, su p ráctica, el lugar del
psicoanalista y el p roceso de su form ación. En síntesis, que el goce
perm ite y obliga a reescribir y a reh acer el psicoanálisis.

REFERENCIAS

1Aun en la última edición del DRÁE (2001) se sigue diciendo que es vocablo malso­
nante, si bien se ha eliminado el adverbio muy. Hay una cierta actualización, ¿verdad?
2 En la edición de 2001 “fornicar" se convirtió en “practicar él coito" ([I).
9 G. W. F. Hegel, Propedéutica filosófica, u n á m , México, 1984, pp. 59-62.
4 J, Lacan [ 19 5 8 ], Le Séminaire. Lim e V. Les farmations de Vinconscienl, París, Seuil,
1998, pp. 251-252.
5J . Lacan [1966], Intervenciones y textos, Buenos Aires, Manantial, 1985, pp. 86-99.
La cita es de la página 92.
6 G. Canguilhem, L o normaly lo patológico, Buenos Aires, Siglo XXI, 1971.
7J . Clavreul, Lórdre medical, París, Seuil, 1979.
8 S. Freud [1896], vol. I, pp. 339-436.
®S. Freud [1900], vol. IV, p. I.
10 J. Lacan, Le Séminaire. Livre XXI. Les non-dupes errenl. Clase del 19 de febrero dé
1974. Inédito.
11J. Lacan [1959], Id., Livre VII. L'éthique dona la psychandlyse, París, Seuil, 198.6,
p. 167.
12 Lacan [1967], Reseñas de enseñanza, Buenos Aires, Manantial, 1981, p. 45. Omi-
car? (29), 1984, pp. 13-18.
13 Lacan [1970], “Radiophonie”, Autres écrits, París, Seuil, 2001, pp. 403-448.
14 Lacan [1973], Le Séminaire. Livre XX, Encoré, París; Seuil, 1975, p. 49.
ls Freud [1900], vol. V, p. 519.
16 Freud [1901], vol. VI.
17 Freud [1905], vol. VIII.
Is Freud [1905], vol. VII.
19 Lacan [1960], Écrits, París, Senil, 1966, p. 821 [Escritas II, México, Siglo XXI, 1984,
p. 801],
20 Freud [1923], vol. XIX, pp. 145-150.
21 Freud [1927], vol. XXI. pp. 147-152.
22 Freud [1910, 1912 y 1918], vol. XI, pp. 155-204.
28 Freud [1914], vol. XI, pp. 65-98.
24 Freud [1914], vot. XIV, p. 88.
35 Freud [1905], vol. VII, p.193.
26 Freud [1896], Vol 1, toe. cit.
Freud [1896], vol. I, pp. 362-363.
■s Idem, ibidem p. 364.
29 Idem, ibidem p. 373.
30 Idem, ibidem p. 376.
” Lacan [1964], £., p, 853; en español, II, p. 832.
31! Freud [1896], Ibid., p. 414.
33 Idem, ibidem pp. 414-415.
í4 Latan, S. Vil, 27 de enero de 1960, p. 142.
:i1J. Derrida, La diseminación, Madrid, Fundamentos, 1975, pp. 192-262.
38 Lacan [1970], “Radiophonie", A. E., p. 420.
3' Lacan, S, XVIII, 2 de junio de 1971.
Lacan [1958], “La signification du phallus”, i'.,, pp. 685-696; en español, II, p.
665-675.
39 N, A. Braunstein, “F.l psicoanálisis y la guerra”, Por el camino de Freud, México, Si­
glo XXI, 2001, pp. 28-40.
40 Freud [1917], vol. XI, pp. 189-204.
41 Freud [1917], vol. XVII, pp. 117-122.
42 Freud [1920], vol XVIII, pp. 7-62.
43 Freud [1919], vol. XVII, pp. 219-252.
44 Freud [1919], vol. XVII, pp. 175-200.
4:’ M. Cenes, Las voces del superyó, Buenos Aires, Manantial, 1993. Se encuentra en
esc libro una reseña minuciosa del proceso que lleva a Freud a elaborar el concepto
de superyó para dar cuenta de la clínica psicoanalítica en su conjunto. Igualmente im­
presionante es el trabajo acerca del superyó en los escritos y seminarios de Lacan. Se
insistirá en esta referencia en el capítulo 8 de esta obra.
4<i N. A. Braunstein, “Mi papá me pega (me ama)”, Freudiano y lacaniano, Buenos Ai­
res, Manantial, 1994, pp. 151-172.
47 Freud [1919], “Pegan a un niño”, loe. cit., vol. XVII.
4íl N. A. Braunstein, íbid.
4(1 Lacan, S.V, p. 247.
50 Freud [1915-1917], vol. XIV, pp. 105-256.
51 Miller, Seminario L ’extimité. Inédito.
n2 Miller, Recorrido de Lacan, Buenos Aires, Manantial, 1986, pp. 149-160.
>:1J . Lacan [1967] , S. XIV. I,a logique du fantasme. Inédito.
34J . lacan “Du Trieb de Freud etd u désirde l'analyste”, ÉcritS, op. til., pp. 851-854
[Escritos II, op. cit., pp. 830-833.]
I . ENTRE GOCE Y LENGUAJE

Todo sujeto está y es llam ado a ser. Esta convocación no pod ría pro­
ced er desde ad entro, desde alguna fuerza interior que residiera en
él o ella, de una necesidad biológica que lo im pulsara a desarrollar­
se. La invocación es subjetivante, hace sujeto. A él se le dem anda que
hable asum iendo el nom bre que el O tro le diera. Tiene que hablar,
d ecir quién es, identificarse. El O tro requiere su palabra: si el len­
guaje m ata a la cosa al rem plazaría y hacerla ausente, la palabra de­
be representarla y ella ord en a, n ecesariam ente, el recon ocim ien to
de este O tro del lenguaje, el que con fiere la vida ap artando de ella,
mortificando. El sujeto adviene, alcanza así su ex-sistencia... pero la
debe. El O tro le indica de mil m odos que la vida que recibió no es
gratuita, que hay que pagar por ella.
Mas, ¿con qué m o n ed a podría p agar el infans, el sujeto an terior
a la función de la palabra, el precio de su ex-sistencia? P agar quie­
re decir que se acepta la deuda y el pago es u n a ren u n cia. Cada m o­
neda en tregad a, cu alq u iera sea su n aturaleza, es u n a ren u n cia al
goce, cad a vez que se la ha d ad o ella no puede volver a ser usada.
La co m p ra de un nuevo objeto o de una nueva prestación obliga a
dar una nueva m o n eda; la pérdida es irrem isible. Y para vivir hay
que pagar, despedirse co n re n u e n cia del g oce. Es más, la clín ica
m u estra los efectos devastadores que se p ro d u cen en aquellos a
quienes la existencia les es dada g ratu itam ente, los que no tropie­
zan co n un O tro que sea d em an d an te en un sistem a de equivalen­
cias, los que reciben antes de pedir, fuera del régim en de intercam ­
bios, cu an d o la satisfacción anticipada de las d em andas aplasta la
posibilidad mism a del deseo.
“El tom a y d aca de leche y c a c a ”1 del que hablé en o tra ocasión
m an da que la vida se desenvuelva en un m ercad o del g oce d on d e
nada se adquiere si n o es pagando. L a transacción n u n ca es la bue­
na, n u n ca se la acep ta de b uena gana, n u n ca se sabe si el precio pa­
gado co rresp on d e al valor de lo que se recib e a cam bio, m ás bien,
hay que resignarse a la p érd id a que im plica e n tre g a r algo real a
cam bio de u n a recom p en sa que es sim bólica, un quantum de g oce
a cam bio del brillo inconsistente de las im ágenes y las precarias cer­
tidum bres que dan las palabras de am or y los signos siem pre fala­
ces que em anan del O tro, de un O tro que tam bién se pregunta p or
qué habría él de ren u n ciar a su g oce. El O tro co n mayúsculas, re­
presentado siem pre p ara el sujeto p or alguien en lo im aginario, p or
un otro co n m inúsculas, co n lo que com en zam os a esbozar la fun­
ción y tam bién los atolladeros del amor.
El con flicto del sujeto y el O tro sería fatal si no existiese una ins­
tancia sim bólica que regulase los intercam bios. Es la Ley, p ero és­
ta, aunque ciega, no es neutral pues se trata de la Ley del O tro, de
la cultura, que es consustancial al lenguaje y que se manifiesta pa­
ra cad a habiente co m o la obligación de apropiarse de un a lengua,
m aterna.
L a Ley n o es sino la im posición de estas lim itaciones y estas pér­
didas del g oce. Ser un buen niñ o, un n iñ o p ru d en te, bien ed u ca­
do, es decir, siguiendo la etim ología, bien con d u cid o desde afuera
para acep tar que la m ad re p erten ece al O tro, que la m adre llega a
existir a partir de que el O tro (Ley de prohibición del incesto) la
tacha con su interdicción, que el p ech o es un objeto imposible que
existe en un rein o de alucinación, que el e x cre m e n to tam bién de­
be ser en treg ad o p ara el g o ce del O tro ed u cad or, que la p ro d u c­
ción que u no h ace no puede ser gozada p or u n o mismo, que uno
pued e, a lo sum o, especu lar con ese bien, re ta rd a r su en trega o sol­
tarlo cuando no se lo espera, p ero que la razón (logos) del O tro aca­
bará p or im ponerse sobre el goce de la acum ulación y de la tensión,
que al lím ite de esa b arrera natural que es la ley del placer se super­
p on e la Ley del O tro que prom ulga lo im posible de su fran q u ea­
m iento y que los goces de m irar, de ser visto, de golpear, de escu­
pir, de m order, de vomitar, de hacerse pegar, de hablar, de escuchar,
de ser oído, de gritar y de ser gritado, todos ellos están som etidos
a la edu cación , a la represión de sus rep resentan tes pulsionales, a
la supresión discursiva de las palabras inconvenientes, a la retorsión
sobre sí m ism o, a la tran sfo rm ació n en lo co n tra rio , al desplaza­
m iento sublim atorio de los objetos y de los fines, al desconocim ien­
to, a la conversión del g oce en vergüenza, asco y d olo r y de la m or­
dedura en rem ordim ientos.
Los párrafos preced en tes pueden resum irse en su conclusión: la
de la incom patibilidad del goce y la Ley que es la Ley del lenguaje,
la que o rd en a desear y abdicar del g oce. Ella obliga a vivir convir­
tiendo las aspiraciones al g oce en térm inos de discurso articulado,
de vínculo social. La d em anda está condicionada por lo que puede
pedirse. Del goce originario no queda sino la nostalgia que lo crea
retroactivam ente, que lo mitifica, a partir de que se lo ha perdido,
de que es irrecu p erab le en esa form a prim era, de que hay que ver­
tirlo por otro canal, pervertirlo. El cuerpo, en principio un yacimien­
to ilimitado del g oce, va siendo progresivam ente vaciado de esa sus­
tancia (m ítico fluido libidinal) que trashum aba p or sus poros, que
inundaba sus recovecos y se agolpaba en sus b ordes orificiales. Aho­
ra se lo podrá alcanzar, sí, p ero pasando p or el ro d eo del narcisis­
mo, p or el cam po de las im ágenes y de las palabras, com o un goce
lenguajero, puesto fuera del cu erp o (hors corps), som etido a los im­
perativos y a las aspiraciones del ideal del yo que lo com an d an con
falsas prom esas de recu p eración . [I (A) ].
Del goce del ser se habrá pasado al goce fálico. De la Cosa abso­
luta del p u nto de partida, absoluta porque no sabía de topes ni de
m ercados de la renuncia, sólo quedan los objetos fantasm áticos que
causan el deseo desviando hacia o u a cosa las cosas del O tro, las que
sólo se m arcan cu an d o se las alcanza, p or la d iferen cia d ecep cio ­
n ante, p or la pérdida co n respecto a la Cosa que p retendían. El ob­
je to @ , ofrecido co m o plus de g oce, es la m edida del goce faltante
y p or eso, p or ser m anifestación de la falta en ser, es causa del de­
seo. Pues el g o ce de @ es residual, es com p en satorio, indicador del
goce que falta p or ten er que transarlo co n el O tro que sólo da qui­
tando. Así co m o la plusvalía es el plus de valor que p rodu ce el tra­
b ajador p ero que en el acto m ism o de la p ro d u cción le es arreb a­
tado p or el O tro (así lo estipula el co n trato de trabajo) y a él sólo
se le deja un rem an en te de p lacer bajo la form a de salario que re ­
lanza el proceso y que lo obliga a regresar al día siguiente, así el plus
de g o ce es ese g o ce que es la razón de ser del m ovim iento pulsio-
nal y, a la vez, lo que el sujeto p ierde, su minus, la libra de carn e, el
valor usurario en tregad o u na y o tra vez a la codicia insaciable del
Shylock O tro.
Pero nadie se resigna de b uena gana a la ren u n cia que se le exi­
ge. El g oce rechazado vuelve p or sus fueros, insiste. Es el fundam en­
to de la com pulsión de rep etición . L o p erd id o n o es lo olvidado;
m ás aún, es el fu n d am en to mism o de la m em oria, de un a m em oria
inconsciente que está más allá de la erosión, de un an h elo infinito
de recu p eración que se m anifiesta en o tro discurso, el del incons­
ciente, el de la cad en a de la en u n ciación que co rre su b terrán ea y
que alim enta y p erturba a la cad en a del en u n ciado.
Para ten er y para conservar la vida se ha debido acep tar la p ér­
dida de la bolsa: n u n ca se acaba de p erd o n ar al ladrón.

2 . EL GOCE ( n o ) ES LA SATISFACCIÓN DE UNA PULSIÓN

Difundir, co m e n ta r y ex te n d e r sacan d o nuevas co n clu sion es de la


enseñanza de Lacan e ir más allá de la letra de sus textos n o es o pe­
ració n ca re n te de riesgos. M uchas veces el e xp osito r cita una fra­
se, un aforism o de fácil m em orización y el le cto r q ueda seducido
p or la facilidad de la exp resión. Pero una cita es, en principio, una
in terp retació n (el analista lo sabe bien cu an d o re c o rta una e x p re ­
sión de su analizante y se la devuelve d an d o p or entendidas las co ­
millas) y, ad em ás, un re c o rte que sólo con serva su sentido en la
m edida en que se con serve el co n te x to en d on d e lo citad o recib e
su valor. El p ro b lem a se agrava cu an d o , co m o su ced e m u ch as ve­
ces, el p rim er co m en tarista c o n o c e y m an eja con d estreza el te x ­
to del cual e x tra e su cita, p ero lo en treg a a un p ú b lico que, a su
vez, deviene com en tarista segundo, citad or de segunda m ano, fun­
d ad o r de u n a d o xa co rrie n te que desvirtúa la en señ an za sin alte­
rar la literalidad.
Vaya ese p roem io co m o introd ucción al co m en tario de una sen-
tencia de Lacan que está alcanzando un triste destino e n tre los la-
can ianos a p artir d e los com en taristas. Me refiero a la exp resión
m ulticitada de “E l goce es la satisfacción de una pulsión ’ que ap arece
com o frase subordinada en el m edio de una o ración en el sem ina­
rio de la ética.2
Esta frase es retom ad a p or Jacques-A lain Miller en su sem inario
de 19843 y es llevada casi al absoluto en un texto de Diana Rabino-
vich4 en el que se lee: “El g oce, definido siem pre p or L acan co m o
goce de un cu erp o , recibe su definición neta en La ética: el goce es
la satisfacción de una pulsión”. Es atractivo tener una definición tan
concisa, ap aren tem en te irrefutable y ap aren tem en te avalada p or la
palabra del M aestro. P ero nada sería tan peligroso. El equívoco se
agrava p o r el m odo de titular los sem inarios que sigue J.-A . Miller
com o editor. Es bien sabido que L acan nu n ca tituló las clases sino
que sólo lo hizo co n cad a sem inario en su con ju n to. Y, aun esto, de
un m odo n o definitivo co m o lo p ru eb a el que los sem inarios 3, 8 y
11 hayan sido editados co n títulos diferentes de los que tenían cuan­
do eran clases de sem inario. M ucho m enos es posible evitar las equi­
vocaciones al escandir los sem inarios en fragm entos y darles títulos
a esos fragm entos.
El sem inario del 4 de mayo de 1 9 6 0 5 nos llega así co n el en cab e­
zado, quizá p oco discutible, de “La pulsión de m u e rte ”. Lo que sí
es p ro b lem ático es que, co m o segu nd o subtítulo, referid o a una
parte de su texto, ap arece “El g oce, satisfacción de u n a pulsión”.
Es necesario p o r lo tanto regresar a la precisión de la palabra la­
caniana para no q u ed ar co n la falsa idea de que la pulsión es co m ­
patible con la idea de satisfacción, idea p rofundam ente antifreudia-
na pues para Freu d es la necesidad lo que se satisface m ientras que
la pulsión es un ser m ítico, m agn o en su in d eterm in ación , que es
una fuerza con stan te, una exigencia incesante im puesta al psiquis-
m o p o r su ligazón co n lo corp oral que acicatea más allá de tod a po­
sible dom esticación, siem pre h acia adelante. La pulsión n o se satis­
face, insiste, se rep ite, tiende a un blan co al que siem pre falla y su
objetivo no se alcanza con la saciedad, con la paz (Friede) de su apla­
cam iento (Befriedigung) sino con el nuevo disparo de la flecha, siem­
pre tirante, tenso, el arco de su aspiración. Bien pudo d ecir F reu d 6
que “la m eta de una pulsión en todos los casos es la satisfacción que
sólo puede alcanzarse can celan d o el estado de estim ulación en la
fuente de la pulsión” para referirse inm ediatam en te después a las
pulsiones de m eta inhibida que “también” se asocian a u n a satisfac­
ción parcial. Es distinto ten er una m eta que lograrla. L a m eta ( Ziet)
es una aspiración.
Pero no es ocioso o tarea de eruditos disipar el equívoco. Al co n ­
trario, si el g o ce no es la satisfacción d e u n a pulsión, p od em os
ap ren d er de la discusión aquello que sí es o, m ejor dicho, en qué
sentido muy particu lar y restrictivo p u ed e decirse, co m o efectiva­
m en te dijo L acan , que el g o ce es la satisfacción de un a pulsión,
bien, p ero de u n a muy p recisa, la pulsión de m u erte, que no es
aquella en la que se piensa en principio cu an d o se habla en gen e­
ral de la pulsión y, m u ch o m enos, es el g o ce la satisfacción de toda
o de cualquier pulsión, de una Triebindefinida en el con ju n to pul-
sional.
Para esclarecerlo definitivam ente hay que re cu rrir al texto, hay
que re c o rre r sus vericuetos. Se im pone la cita en su co n texto :

Cosa paradoja], curiosa, pero es imposible registrar la experiencia ana­


lítica de otro modo, la razón, el discurso, la articulación significante
como tal, está allí en el comienzo ah mío, está allí en estado inconscien­
te, antes del nacimiento de algo que fuese experiencia humana, está
allí hundida, desconocida, indomeñada, no sabida ni siquiera por
aquel que es su soporte. Y es con relación a una situación estructura­
da de tal modo que el hombre tiene, en un segundo tiempo, que ubi­
car sus necesidades. La toma del hombre en el campo del inconscien­
te tiene un carácter primitivo, Fundamental. Pero, este campo, en
tanto que está desde un comienzo lógicamente organizado, conlleva
una Spaltung, que se mantiene en todo el desarrollo ulterior, y es con
relación a esta Spaltung que debe articularse la función deí deseo co­
mo tal. Este deseo presenta así ciertas aristas, cierto punto de tropie­
zo, y es precisamente en esto que 1a experiencia freudiana llega a com­
plicar la dirección dada al hombre por su propia integración.
Problema del goce, en tanto éste se presenta com o hundido en
un campo central de inaccesibilidad, de oscuridad y de opacidad,
en un campo cercado por una barrera que hace más que difícil su ac­
ceso al sujeto, inaccesible tal vez en la medida en que el gócese presenta
no pura y simplemente romo la satisfacción de una necesidad, sino como la sa­
tisfacción de una pulsión, en el sentido en que este término necesita la elabora­
ción compleja que trato aqu í de articular ante, ustedes.1 [El destacado es mío.]
La pulsión propiamente dicha es algo muy com plejo... para cual­
quiera que se aproxim a a ella de modo estricto, intentando com­
prender lo que acerca de ella articula Freud. La pulsión no es reduc-
tible a ia complejidad de la tendencia entendida en su sentido más
amplio, el de la energética. Conlleva una dimensión histórica, de cu­
yo verdadero alcance tenemos nosotros que percatarnos.
Esta dimensión se marca en !a insistencia con la cual se presen­
ta, en tanto que (la pulsión) se relaciona con algo memorable pues­
to que memorizado. La rememoración, la historización, es coexten-
siva al funcionamiento de la pulsión en eso que se llama lo psíquico
humano. Es allí también que se registra, que entra en el registro de
la experiencia, la destrucción.

Dicho lo cual Lacan pasa a ilustrar el co n cep to p o r medio del sis­


tem a del papa Pío VT, fábula del m arqués de Sade en la que se pro­
pone que es p or el crim en que el h om bre viene a co lab o rar en nue­
vas creacion es de la naturaleza. Lee en to n ces L acan a sus auditores
lo que probablem ente sea la cita más extensa de sus veintiocho años
de sem inario para enseñarles, respecto de la pulsión de m u erte que
ella debe escindirse en tre lo que resulta del principio en ergético o
principio del Nirvana, que con d u ce al cero, a lo inanim ado, a la ani­
quilación, y, por otra parte, [el destacado es m ío ], la pulsión de m uer­
te. Y agrega:

La pulsión de muerte ha de situarse en el dominio histórico, en tan­


to que ella se articula en un nivel que sólo es definible en función de
la cadena significante, es decir, en tanto que una señal, una señal de
orden, puede ser colocada en relación con el funcionamiento de la
naturaleza. Hace falta algo de más allá, de donde ella misma pueda
ser captada en una memorización fundamental, de modo tal que to­
do pueda ser retomado, no simplemente en el movimiento de las me­
tamorfosis, sino a partir de una intención inicial.8
Para L acan , pues, siguiendo a B ernfeld, “u n o de los freudianos
más o rto d o x o s”, hay que distinguir en tre el m ovim iento en ergéti­
co hacia el cero y aquello que nosotros, en tanto analistas, podem os
llam ar en nuestro registro co m o la pulsión, algo que está más allá
de la ten d en cia a re to rn a r a lo inanim ado. C on la pulsión, esa que
en co n tram o s en n u estra exp erien cia , e n co n tra m o s algo que se
ap ro xim a a la voluntad de d estru cción , “de O tra-cosa en la m edida
en que todo puede ser cu estionad o a partir de la función del signi­
ficante”. Esta voluntad de destrucción que es, siguiendo a Sade, una
voluntad de creació n a partir de la n ada p ara volver a em pezar. Es­
ta fuerza destructiva y cread o ra está ligada a la historia en tanto que
es m em orable y m em orizada, suspendida de la existencia de la ca­
d en a significante. L aca n 9 ve así a la pulsión de m u erte co m o “una
sublim ación creación ista”.
D ebim os p asar p or el recu erd o de las posiciones sostenidas p or
L acan en su sem inario del 4 de mayo de 1 9 6 0 para articular los tres
sentidos del térm in o pulsión según có m o se co n sid ere a] el nivel
energético, nivel que está fuera del registro de la exp erien cia psicoa-
nalítica, y que es u na especulación que podríam os llam ar “m etabio-
lógica” de Freu d ; ése es el nivel de la pulsión tal y co m o es descrita en
“Pulsiones y destinos de pulsión”10 de 1 915, cuyo eje es la pulsión
sexual, siem pre parcial. De ella L acan habrá de d e c ir11 que co n to r­
n ea al objeto, al objeto @ , que tiende a él y que inelu ctab lem ente
lo falla, en contraposición con la pulsión de muerte, m em orizada, his-
torizante, asimilable a una voluntad de d estru cción que co n d u ce a
la inscripción del sujeto en la cad en a significante. Estas dos últimas,
la parcial y la de m u erte, son las p ertin en tes a nuestro cam po y, en
el fondo, pueden reunirse en tanto que la m eta últim a de toda pul­
sión es este registro de la vida en lo sim bólico a través, no de la obe­
diencia, sino de la trasgresión del principio del placer.
C reo conven ien te citar aquí un co m en tario a n te rio r:12
La h istoria, postula F reu d en E l malestar en la cultura, es el re ­
sultado de la lu ch a e te rn a en tre la pulsión de m u e rte y las pulsio­
nes de vida. L a historia, d ice H eid eg g er en su Introducción a la me­
tafísica, es el resultado de la luch a e te rn a e n tre dikéy tekhné, en tre
la n o rm a instituida que aglutina unidades cad a vez m ás co m p le­
jas y tekhné, la actividad disolvente del h om bre que im pugna los ór­
denes y las ó rd en es de lo estab lecido p ara d estru ir lo existen te y
crear nuevas form as de existen cia... Ambas concep tu alizacion es se
recubren y con vergen , p ero la heid eggerian a es m ás ajustada por­
que elude los equívocos biologistas ineluctablem ente vinculados a
los co n cep tos de vida y m u erte.
Si, com o creem os, la pulsión es lo propio de la dem anda que p ro­
voca el desvanecimiento del sujeto (¡S 0 1)), ella, la pulsión, tropieza
con lo imposible de su realización. La falta es estrucniral; está inscrip­
ta en el O tro al que la dem anda se dirige [S (A )]- En otras palabras,
si consideram os a la pulsión en relación con el cam po del lenguaje y
no en una discutible transcripción biológica y hedonista, no pode­
mos acep tar sin objeciones el sintagma “satisfacción de una pulsión”.
Ese sintagma no es ni lacaniano ni freudiano pues parte de confun­
dir la pulsión co n la necesidad, y la distinción en tre los dos registros
siempre estuvo clara en nuestra experiencia. Si el goce tiene que ver
con la pulsión es en la medida en que la pulsión deja un saldo de in­
satisfacción que anim a a la repetición y que es en esta m edida que la
pulsión es historizadora, en tanto que insatisface. E n todo caso po­
dría afirmarse que el goce es el saldo del movimiento pulsional alre­
dedor del objeto porque eso que se delinea en tal caso es el vacío de
la Cosa, el tropiezo co n lo real co m o imposible.
L a o tra con sideración que nos ayuda a en ten d e r la pulsión esen­
cialm ente co m o pulsión de m u erte es la que a rra n c a tam bién de
Freud cu an d o él nos indica el ca rá cte r fu n dam en talm en te con ser­
vador de las pulsiones; ellas tienden al restablecim iento de un esta­
do anterior. ¿Cuál es ese estado an terio r últim o al que p u ed e refe­
rirse el h abiente? N o es n ecesario im aginar un estad o m ineral
an terior a la vida y a los intercam bios m etabólicos tom an d o presta­
da de un dudoso discurso biológico la respuesta p ara un arcan o al
que p odem os dilucidar con térm inos psicoanalíticos. L a m u erte no
es sino aquello que cerce n a todo g o ce posible del habiente, pues
no hay g oce sino del cu erp o viviente. De ahí la consustancialidad
en tre la pulsión de m uerte y el o rd en sim bólico situada p or Lacan
a partir de su segundo sem inario,13 el dedicado al yo. Si la vida que­
da definida para nosotros a partir del ingreso en las estru ctu ras de
la subjetividad que son las de la tran sacción co n el O tro, es decir, a
partir de que la carn e se h ace cu erp o p o r la introm isión del signi­
ficante en el p ro ceso vital, el m ovim iento pulsional p uede ser visto
co m o esta fuerza que p ro p en d e a la recu p eración del estado ante­
rio r a la palabra, o sea, en lo que venim os trabajando, a la recu p e­
ració n de la Cosa co m o objeto absoluto del d eseo, a la re cu p e ra ­
ción de ese g o ce del ser a partir del cual el sujeto llega a ex-sistir.
Se plantea nuevam ente la antinom ia e n tre el g oce p rim ero, goce
del ser, y la p alabra en tanto que ésta viene del O tro y con sagra al
O tro, obliga a la ren u n cia al g o ce a cam bio del p lacer y bloquea el
goce del ser exigiendo que éste sea enea- y descam inado p or las vías
del pensar. Será accesible al sujeto, sí, p e ro co m o o tro g oce, un go­
ce segundo, secundario, sem iótico, lenguajero, p arlanch ín , puesto
fuera del cu erp o , que la teoría — y ya verem os p or qué pues no es
algo evidente y da lugar a múltiples discusiones y m alentendidos—
considera y designa de un m od o que podríam os llamar forzado con
el n om b re dudoso, am biguo y sin em b argo necesario de goce fálico.
Hay un punto de partida insondable e insoslayable: los casos en
que la función de la palabra no existe o ha sido anulada y el vivien­
te, aun cuando esté dentro del cam po del lenguaje, n o se incluye en
intercam bios discursivos. Piénsese, a m od o de ejemplo y paradigm a,
en el aurista o en el catatónico. O, para estar en el punto de partida
absoluto, en el recién nacido y su situación con relación al O tro, la
de un objeto dejado a su disposición y arbiuio o arbitrariedad.
Es el estad o de un a indistinción e n tre yo y m u n d o, siendo “el
m u n d o ”, esencialm ente, el cu erp o de la m adre. Esta Cosa origina­
ria y m írica, an terio r a tod a d iferen ciación , es llam ada p o r Freud
en su texto de 1 9 1 6 14 con el nom bre de yo-real, que es inicial, es de­
cir, un ser en lo real, an terio r a todo reco n o cim ien to del O tro, an­
terior a la entronización u lterior del principio del placer que cons­
tru irá un yo-placer y que será el yo definitivo, el que acep tará en
m ayor o m en o r m edida las co accion es de la realidad que m odifica
y con tin ú a al principio del placer. ( Vide infra, ap artado 7, p. 111; en
él p odrem os exten d ern o s sobre este pu n to.)
E n relación co n este yo-real inicial es que incide la llam ada invo­
can te del O tro que dio pie, al inicio del capítulo, a evocar la apela­
ción subjetivante. L a intervención del O tro es antitética del goce;
desaloja de ese real pleno, expulsa del Paraíso y lo constituye com o
tal en tanto que se le ha perdido.
La palabra es siem pre palabra de la Ley que p rohíbe el g oce. El
Paraíso existe a partir de que hay en él dos árboles de cuyos frutos
no se debe com er. Tras la expulsión q ueda obstruido el cam in o de
regreso a la Cosa (yo-realI) y sólo queda el del destierro y la resigna­
da habitación en el lenguaje. Un ángel que blande u n a flam ígera
espada asegura el cum plim iento de la Ley.

Estamos por el momento en esta barrera más allá de la cual está la


Cosa analítica, donde se producen los frenados y donde se organiza
la inaccesibilidad del objeto en tanto que objeto del goce. Es preci­
samente ahí que se ubica el campo de batalla de nuestra experien­
cia, .. Para compensar esta inaccesibilidad, es más allá de esta barre­
ra donde se proyectan toda sublimación individual y también las
sublimaciones de los sistemas de conocimiento, y ¿por qué no?, la
del propio conocimiento analítico.13

O la C osa in accesib le o el O tro . M as, sien d o y p o r ser así, el


O tro es el ob jeto de un odio prim itivo q u e justifica la negatividad
absoluta co m o v ocación o rig in aria del ser. Tal es la razón de que
toda pulsión sea en el fo n d o pulsión de m u erte, ataqu e a la exi­
g en cia alienante de h a ce r p asar el g oce p or la cad en a del discur­
so. No o tra cosa dice Freud: “El odio es, co m o relación co n el ob­
jeto , más antiguo que el am o r; b ro ta de la repulsa p rim ordial que
el yo narcisista o p o n e en el co m ien zo al m u n d o e x te rio r prodiga-
d o r d e estím ulos”. 16
Si E ros tiende a la ligazón, a la constitución de n exos, es de ne­
xos en tre significantes que se trata, del vector que va de un signifi­
cante (Sj) a o tro significante (S2). L acan podrá ironizar con justa
razón acerca del carácter delirante que tom a en este punto el enun­
ciado freudiano al p reten d er que las ligazones en tre las células que
llevan a la constitución de organism os m ulticelulares o de socieda­
des com plejas pudiesen ser u n a pru eb a de la acción de Eros. Está
bien, las pulsiones son seres m íticos p ero de ellas sólo sabem os p or
nuestra p ráctica lenguajera. Los biólogos n ada pueden decir, no es
su cam p o, a cerca de nuestros Eros y T áñ alos tal co m o surgen de la
exp eriencia psicoanalítica. L a acción de la pulsión de m uerte recae
en to n ces sobre el intervalo de la cad en a, tiende a disolver ese vín­
culo que es el del discurso. Es así co m o niega al O tro y exp resa es­
te an helo irredim ible de reto rn o al g o ce del ser. Es u n a actividad
iconoclasta que pide volver a em pezar. L a negatividad d estru cto ra
que se ap od era del deseo, destacada p or F reu d ,17 L acan e Hyppo-
1ite 18 en la discusión en torn o de Die Vemeinung p uede ser en ten d i­
da a p artir de esta inclusión del g oce del ser en la teoría.
La pulsión no es, pues, algo que se satisface y da acceso al goce,
sino que es, en esencia, una aspiración al g o ce que fracasa p o r te­
n e r que re c o n o ce r al O tro y pagarle con la cu o ta “g o c e ra ” que él
exige a m odo de alquiler p o r la resid en cia que ofrece. En su fun­
d am en to la pulsión es destructiva y no apaciguable. Hay que recu ­
rrir otra vez a F reu d en u n a expresión so rp ren d en te p o r su clari­
dad co n relación al g oce. L a leem os en E l malestar en la cultura19
cu an d o trata acerca de la pulsión de m u erte:

Pero aun donde emerge sin propósito sexual, incluso en la más cie­
ga furia destructiva, es imposible desconocer que su satisfacción se
enlaza con un goce narcisista extraordinariam ente elevado, en la
medida en que enseña al yo el cumplimiento de sus antiguos deseos
de omnipotencia. Atemperada y domeñada, inhibida en su meta, la
pulsión de destrucción, dirigida a los objetos, se ve forzada a procu­
rar al yo la satisfacción de sus necesidades vitales y el dominio sobre
la naturaleza.

Registram os en el p árrafo an terio r el sintagm a que hem os dicho


que no es freudiano, satisfacción (pero no de la pulsión, satisfacción
del yo). E n el m o m en to d e co n clu ir este parágrafo, p odem os defi­
n ir el sentido de nuestra em presa al analizar el aforism o de Lacan
que le da título: evitar que la rep etición de una fórm ula fácil y des-
con textu alizad a haga p erd er de vista el sentido específico que tie­
ne en L acan y en F reu d la ligazón en tre la pulsión y el g oce. C on ­
cretam en te, he tratad o de re ca lca r la originalidad del co n ce p to
fre u d ia n o de pulsión una vez que éste es transform ado de raíz por
la introducción de la revulsiva pulsión de muerte, lina vez que ese co n ­
cepto se ha divorciado de la idea de aspiración a un apaciguam ien­
to o satisfacción y ha sido referido al goce co m o “más allá del prin­
cipio del p lacer”. Los com entaristas de L acan lo saben bien, pero
la d oxa que crean llega a ser con tradictoria con la enseñanza de La­
can en un punto fundam ental.
La pulsión no tranquiliza ni sacia. La pulsión historiza, hace lo me­
morable co m o trasgresión, confina con el fracaso al llevar a lo real
com o imposible y es así co m o alcanza su m eta.
Es h ora de pasar ya al punto siguiente p ara evitar un nuevo equí­
voco, el de una co n cep ció n m an iq u eay apresurada del O tro com o
el “m al” que ap artaría de ese suprem o “B ien ” que sería la Cosa.

3. LA PALABRA, DIAFRAGMA DEL GOCE

Del goce del ser, p or la introm isión n ecesaria de! O tro y de su Ley
que exigen que tal goce sea entregado en el m ercad o de los inter­
cam bios, queda u n a falta en ser que es el deseo. P o r el O tro hay al­
go p erdido co m o disfrute del cu erp o . Es el fu n d am en to de la co n ­
sabida aspiración de! Wunsr.h freudiano: la de recup erar, sea p or el
co rtocircu ito de la alucinación, sea por la larga ru ta de las transfor­
m aciones de la realidad, la (identidad de) “p erce p ció n ”, esto es, el
goce de la Cosa. El g oce, lo que de él queda inscrito, el Ello freu­
diano, Eso, lo pulsional que ha sido resignado, torio ello es caótico,
está desarticulado. Son impresiones (cf. cap. 4) que no pueden ser
subjerivadas y asumidas co m o siendo alguien. Las “representacio­
nes de co sa” freudianas (Sachvorstellungen, no Dingvorstellungen, pues
de la Cosa no hay rep resentación ) deben gan ar el acceso al sistema
p reconsciente articulándose con las “representacion es de p alabra”
(Wortvorstellungen), m as este p ro ceso no es simple. Las rep resen ta­
ciones de palabra, es decir, los significantes de la lengua n o vienen
tan sólo a sobreinveslir, a darles una carga extra de “e n e rg ía ” a los
significantes del deseo co m o aspiración a la recu p eración del goce.
El significante sustituye las rep resen tacio n es de cosa y les im pone
otras leyes que no son las pretensiones del goce ( qui n ’a jamais connu
de loi) sino las del discurso y las del lenguaje. Del goce no quedan si­
no estas m etáforas y m etonim ias, estas m on edas que de lo simbóli­
co vienen p ara hacerse carg o y “desnaturalizar” ese real previo que
es ah ora inaccesible e irrecu p erab le. Ellas simbolizan; lo simboliza­
do es el g o ce p erd id o , ren u n ciad o , e n tre g a d o a la exig en cia del
O tro. Para Freud, Triebverzicht, ren u n cia pulsional.
Es así porque el lenguaje articulado, el habla, es un cam ino que
descam ina. Para ro d ar p or él hay que ir ad onde él lleva, es decir, al
exilio, a la realidad, a las cosas del m undo que no son sino otro nom ­
bre de la pérdida originaria. Articulado co m o lo está en “rep resen­
taciones de co sa” (para conservar la term inología freu d iana), el de­
seo inconsciente es inarticulable, debe acep tar las leyes de la cadena
significante, trad u cir el g oce en unas palabras y circu n lo cu cion es
que necesariam ente lo desvirtúan. H a de articularse com o dem an­
da, re co n o cer al O tro y aceptarlo co m o condición de la satisfacción.
L a idea cenUal que quiero destacar en este m om en to es qLte la ca­
d en a significante no tiene m edida co m ú n y no tiene posibilidad de
significar el g o ce al que aspira, que el significante es inconm ensura­
ble con el goce y que la falta de tal m edida com ú n es lo que define
al goce com o una suerte de sustancia que co rre p or debajo, algo que
con stan tem ente se p roduce y a la vez se escapa pues el discurso 1(5
tach a com o imposible, indecible. ¿Y qué nom bre, qué n om bre sino
el de libido co rresp on d ería a esta sustancia fabulosa y escurridiza, a
esta hommelette?
R epitiendo lo elem ental de la co n cep ció n lacaniana del discur­
so: el sujeto es el efecto de la cad en a significante, está en el lugar
del significado de un significante u n o (S1) que lo rep resen ta ante
o tro significante (S.,); en tre los dos h acen la cad en a. El p ro d u cto
de esta o p eración de articulación de los dos significantes es un res­
to irreductible, un real que es el resto in-significante, el objeto inal­
canzable que causa el deseo y rep resen ta al g o ce p erd id o bajo la
form a de un plus ( minus) de g oce. E n tre el sujeto y el objeto @ así
producido co m o saldo que cae del en cu e n tro de los dos significan­
tes hay una disyunción, un d esen cuen tro esencial que perm ite es­
cribir la relación en tre los dos efectos de la función de la palabra
(el sujeto co m o significado y el objeto co m o g o ce faltante), ora con
la doble b arra de la disyunción, o ra co n el losange de la fórm ula
del fantasma. El en cu en tro de am bos es, excep tu ad a la psicosis y se­
gún se verá en el capítulo corresp on d ien te, imposible.

$ // @
($ 0 @)

Cabe insistir en la h eterog en eid ad radical en esta fórm ula en tre


los significantes y el sujeto que es su efecto de significación, por una
parte, y, p or la otra, el goce, indicado p o r el objeto R ecord em os
aquí que todo es estru ctu ra p ero n o todo es significante,20 @ es, pre­
cisam ente, aquello de la estru ctu ra que no es significante.
Con F reu d, desde Freu d, sabem os que este trasvasam iento que
es a la vez un vaciam iento del g oce en la articulación significante,
en el discurso, se va escandiendo, se va repartien d o en m om entos,
puntos dram áticos de co rte e in terru p ció n , que la teoría freudiana
h a delim itado co m o fases o estadios de la evolución psicosexual.
C ualquiera recu erd a los esquem as cron ológicos que colocan en las
abscisas a determ inadas edades y en las ord enad as a tales fases evo­
lutivas de m od o que p areciera que el psicoanálisis es otra cro n o lo ­
gía del desarrollo, u n a más. Con Freud, desde Freud, sabem os que
todas estas fases, m arcad as co m o lo están p or la ren u n cia al goce
oral p rim ero y anal después, con incisos n u n ca bien determ inados
a ce rca del g oce u retral, el m uscular, el visual y algu n os etcéteras
más, son todos p rep aratorios de una ren u n cia final que los resigni-
fica retroactivam ente a todos ellos y a los fantasm as que les co rres­
ponden. Después del preludio pregenital, sobreviene el atravesa-
m iento edípico de la castración, con d ición del p eríod o de latencia
d on de ya, idealm ente, todas las ren u n cias al g o ce co rp o ral se han
producido y sólo queda una pura disponibilidad del sujeto p ara asi­
m ilarse a la palabra “fo rm ad o ra” (alienante) del O tro, No p or ca­
sual coinciden cia, ese períod o de latencia coincide co n la llamada
“edad esco lar”. Lo no sepultado p o r la castración es lo que retorn a
de la rep resión bajo la form a de síntom as, m on um entos que co n ­
m em oran el g oce abandonado aunque traspuesto tam bién, de otra
m an era, a los térm inos lenguajeros. L os síntom as son traducibles,
interpretables, efectos de u n a “con versión ” del g o ce (al que siem­
pre rem itirá n ), form as tam bién ellos del g oce fálico. Todo c o rre así
hasta que el em puje de la pubertad reactiva las dem andas de la se­
xualidad; éstas habrán de canalizarse bajo los dictados de la prim a­
cía de la genitalidad, es decir, del ún ico genital que es el masculi­
n o, quedando la niña dividida en tre un goce que es tam bién fálico,
el del clítoris, igual o com p arab le al del h om b re, y o tro g oce, vagi­
nal, que sería co m p lem en tario del g o ce fálico y p or lo tanto inclui­
do d entro de su órbita, bajo su égida y suprem acía (tesis que L acan
co rreg irá y a las que dará o tro a lcan ce ). C on Freu d y desde Freu d
hem os oído hablar de este proceso d e ren u n cia al objeto más arcai­
co del deseo, cuya dinám ica se ju eg a en el escenario del com plejo
de Edipo y que acab ará, del lado m asculino, en una identificación
con el p ad re rival y, del lado fem en in o, co n u n a d em an d a h ech a al
padre, después de acep tar la decep ción p or la castración irrem isi­
ble de la m ad re co n su saldo de envidia del p en e y aspiración a re­
cu p erarlo en la form a de un equivalente sim bólico que es el hijo.
La sexualidad, con sus disposiciones polim orfas, con sus com p o­
nentes sexuales “perversos”, co n su m ultiplicidad inicial de zonas y
objetos ha sido después de este p roceso allanada. Allí d on d e el go­
ce se d erram aba de m odo anárquico en el verde paraíso de los am o­
res infantiles hay ah ora una ley, efecto de la castración y de la p ro­
hibición del in cesto , que d eterm in a los objetos y los m od os de
satisfacción accesibles al que habla.
Este proceso es desm enuzado p or Freud de m uchos m odos y en
distintos textos, pero quizá resulta más claro en “Los dos principios
del acaecer psíquico”,21 donde se describe el reem plazo del princi­
pio del placer p or su sustituto m odificado, que es el principio de rea­
lidad. En ese artículo, el vocablo Lust del Lustprinzip no debe ser en­
tendido co m o “p lacer”, es decir, com o límite y b arrera al goce, sino
com o el goce mismo, mientras que la realidad, m aestra de las conve­
niencias y reguladora de los ideales, es esa oscura razón del Oti o que
se superpone y desplaza el goce del cu erp o haciendo que el sujeto
quede dividido en tre dos Otros difíciles de conciliar: el cu erp o com o
O tro que le es ajeno en tanto que sostiene aspiraciones prohibidas
de g oce (go ce del O tro ) y el O tro del lenguaje que reclam a ren u n ­
cias al goce que siem pre se suscribirán co n desgano y son el funda­
m ento de los síntom as y de la psicopatología de la vida cotidiana.
Este proceso de “desgocificación” (acuñem os un neologism o nece­
sario) justifica que leam os así, trasgresivamente, el artículo acerca de
los dos principios. El Lustprinzip corresponde en ese texto al goce ini­
cial, a lo que Freud en 191522 llamó yo-real. El principio de realidad
es el verdadero n om b re del principio del placer-displacer. Los dos
principios, el del placer y la realidad (am bos entrelazados), actúan
de consuno com o barreras interpuestas en el cam ino del goce.
Los goces sucum ben a la castración y se m etam orfosean p o r te­
n er que significarse atravesando el em budo de la palabra, acep tan ­
do su Ley, la de la cultura, y evocando siem pre la ren u n cia pulsio-
nal que los desvía (pervierte) p or ese estrech o desfiladero. De allí
que F reu d propusiera a esas “pulsiones parciales” co m o “p recu rso­
ras” de la castración ya que sólo con ésta alcanzan su significación
definitiva que es la de incluir siem pre la función im aginaria del -<j>.
Pasando p or la castración sim bólica los objetos del deseo se cargan
con el lastre de su imposibilidad. En relación co n <I>, co n el Falo co ­
m o significante del g oce que está prohibido para el que habla co­
m o tal, es que tod o lo del g oce que es accesible está tach ad o y de­
be desplazarse a lo largo de la cad en a significante, fuera del cu erp o
hors-corps. P or eso es que el objeto el del fantasm a, lleva sobreen­
tendida esta función de la castración. A unque no se escriba de tal
m odo p o r razones de parsim onia, su n om b re com p leto es: objeto
« / H>).
L a carn e se in corp o ra al lenguaje y así se h ace cu erp o. Las aspi­
raciones pulsionales requieren del O tro, ese O tro al que se dirigen
dem andas. P or ello la escritura lacaniana de la pulsión es () D, y el
sujeto se constituye a partir del m o d o en que el O tro significa y res­
ponde a la dem anda, im poniendo sus condiciones, m ostrando p or
dónde sí y p o r dónde no. El sujeto sólo llegará a existir co m o una
consecuencia de la acción del Oti o del lenguaje sobre esa carne que
se h ará cu erp o en la m edida en que acoja los cortes que el lengua­
j e hace en el flujo vital. El cu erp o devendrá m apa, pergam ino don ­
de se irá escribiendo la letra que co n sangre entra. U n cu erp o es hu­
m ano en tanto que se incluye en este sistema de transacciones que
cam bian el goce por la palabra. La división subjetiva (£¡) alude en­
tre otras cosas a este proceso de extrañ am ien to que constituye co ­
m o Eso, co m o Ello, al polo pulsional y que deja al yo co m o en carga­
do de las relaciones co n el O tro y co m o organizador de las defensas
co n tra los excesos en el g oce. Desde lo rep rim ido p ro ced e la pul­
sión co m o exigencia de trabajo, co m o tensión im puesta al psiquis-
m o p or su relación con lo co rp o ral, co m o trasgresión al principio
del placer,23 co m o aspiración al goce que no se co m p ad ece de los
m andam ientos y restricciones que im pone el O tro. L a “dinám ica”
de la m etapsicología freudiana es este conflicto en tre el goce trans-
gresivo y el placer hom eostático, en tre el todo m enos quieto deseo
sexual infantil y la aspiración a seguir durm iendo.
El g o ce es declinado (valgan las dos acep cion es, la gram atical y
la subjetiva del “d eclin ar”); ahora hay u n a clínica del g oce, de los
m odos de ju g arlo y de conjugarlo, de evocarlo y fallarlo, de rech a­
zarlo y reconquistarlo sin q u erer saber n ada de ello. R eap arece des­
pués de m etam orfosis lenguajeras en las fo rm acio n es del incons­
ciente, ese inconsciente que trabaja con u n a m ateria prim a que es
g oce y la transform a en un p ro d u cto que es discurso, utilizando ese
instrum ento que está estru cturado co m o él y que es su con d ición ,
( “el lenguaje es la co n d ició n del in con scien te”, insistía L acan 24): la
batería del significante que tend rá que servir a sus fines, a sus fines
de goce. No se trata de la lengua sino de lalengua de la lingüistería
(lingüisteria) lacaniana, esa lalengua que es la carne del fantasm a.25
El inconsciente consigue pasar algo de su contr abando g o cero pe­
ro, de todos m odos, p ara d ecir que no a la Ley hay que acep tar que
sí se es súbdito de ella y que se re co n o ce n sus co accion es. El sueño
transgresivo n o ctu rn o no la d eroga sino que con firm a su im perio,
al igual que el chiste. Lo reprim ido la re c o n o ce con h arto d olo r en
el síntom a; lo inconm ensurable del goce está co n d en ad o a vegetar
en los p arques bien delim itados del fantasm a, esas reservas falsa­
m en te “n atu rales”. El g o ce se ha refugiado en la fantasía incon s­
ciente cuyos archivos y p rotocolos exp lo rara M elanie Klein, fanta­
sía loca, irreductible a la razón, descuartizadora, corrosiva, salvaje,
asocial, que evoca un goce del O tro sofocante y d evorad or vincula­
do p or la “trip era” al cu erp o m ítico de la Madre co m o rep resentan­
te de la Cosa. Sobre estas form aciones im aginarias terroríficas y te­
rribles del g oce recaerán las represiones y renuncias que h acen al
sujeto escindido, en otras palabras, al buen niño d e la neurosis.
Estamos, con él, en el m undo de la com unicación, del sentido y
de la recíp roca satisfacción especular de los yoes. El sujeto se desco­
noce al colocarse bajo los em blem as de un sí-mismo, de un self que
pegotea su pedacería gozante en una im agen unificada y totalizante
de sí y del otro, el “objeto” com o le dicen los partidarios de una así
llamada “teoría de las relaciones objetales” que pretende ser un “nue­
vo paradigm a” para el psicoanálisis y que rápidam ente ha conquista­
do la mayoría de las voluntades en la mundial del psicoanálisis, ávi­
da siem pre de cualquier novedad que le p erm ita re tro ce d e r a
tiempos teóricos anteriores a Freud. No es éste el escrito adecuado26
para h acer el recu en to y la crítica de esta psicología de la persona to­
tal que florece en nuestros tiempos aportando la bandera renovado­
ra de un inconfeso “retorn o a ... A dler”, no p or vergonzante m enos
flagrante, de una “regresión científica” com o la llama uno de los sos­
tenedores de la regresión anterior, la de la psicología del yo, tan vi­
tuperada por Lacan en sus tiempos. Pues estamos en la ép oca en que
los partidarios del m odelo que im peró en los años cincuenta y sesen­
ta resultan ser dem asiado freudianos, conservadores (dos vocablos
que resultan sinónimos para los “innovadores”), tradicionales, etc.
Con el selfy con el objeto total27 (que es “la persona del o tro ”) se tie­
nen los artefactos que perm iten rechazar al inconsciente y al objeto
siempre parcial de la “anticuada” teoría freudiana de las pulsiones.
No puedo dejar de apuntar que el cen tro de tal em presa teórica es
la deportación del goce fuera de la teoría del psicoanálisis para con ­
vertir éste en una co n cep ció n de las relaciones interpersonales do­
minada por ideales de arm o n ía y com pletud. Ya podem os im aginar
cuán bello queda el psicoanálisis cuand o conseguim os quitar de él
las pulsiones, la castración y el edipo, el goce y el deseo inconscien­
te y, liberados de tales fardos, m ostrar que la cura puede reducirse a
un relato porm enorizado de las interacciones entre un terapeuta sim­
pático y un paciente que aprende de él a integrar un se//previamen­
te disociado p o r la falta de una m adre suficientem ente buena.28
Y así vamos, de digresión en digresión, hacia nuestra co m p ren ­
sión ya ad elantada de un g o ce apalabrado, de un g oce del que no
sabem os sino p o r el discurso que le im pone su legalidad y que lo
divide en tre u n goce previo, m ítico efecto retroactivo de la palabra,
y un goce ulterior, que se p ro d u ce a la vez que se escapa p o r ten er
que atravesar el cam po m inado para él del lenguaje. Sin em b argo,
del g oce nada se p od ría saber si n o es p o r este apalabram iento. L a­
can pudo especular acerca del g o ce del árbol o de la ostra. No es el
caso de seguirlo: el goce no es una Junción vital; ap arece en tanto que
la vida está m ortificada p or la palabra y la Ley. Es cosa de habien­
tes. L a palabra saca el goce del cu erp o y tom a a su cargo el d ar cu er­
po al g oce, otro cu erp o , un cu erp o de discurso. Este p roceso nun­
ca es ni co m p leto ni pacífico y q u ed an las fo rm acio n es del
inconscien te co m o m em oriales de la trad ucción imposible, co m o
em ergen cias del g oce que no conviene. El discurso es, retórica m e­
diante, el p ortad o r y el p ro d u cto de este g o ce pasado p o r el lengua­
je , adm inistrado según una rigurosa eco n om ía g ocera.
L a p alabra articu lad a tiene, a la vez, que dejarlo p asar y co n tro ­
larlo, reg u lar su voltaje. El significante n o existe en el cielo de las
ideas platónicas. Su lugar es difícil de precisar y Lacan dirá que las sus­
tancias pensante y extensa de Descartes no alcanzan para localizarlo
pues “el significante se sinia en el nivel de la sustancia gozante”, es de­
cir, del cuerpo que se siente, irreductible a la física y a la lógica o, me­
jo r dicho, soporte de otra lógica diferente de la de los lógicos. Si el
significante está ahí y si el g oce sólo existe p or su interm ediación,
es que “el significante es la causa del g o c e ”, a la vez que le p on e un
límite y le da su razón de ser, es decir, que “el significante es lo que
pone alto al g o c e ”.29
¿Q ué es esto de la “sustancia g o zan te”? La m ejor ilustración que
p u ed o p ro p o n e r es la muy usada an alogía que co m p ara al habien­
te co n la co m p u tad o ra. ¿Q ué hay en ella? U n cu e rp o , efecto de la
c re a c ió n significante, sin d uda, u n p ro d u cto de la industria que
es su m aterialid ad física, el hardware, to ta lm e n te estú p id o en sí
aun cu an d o sea el sop orte de las actividades de la m áq u in a. Es un
cu erp o b ru to que no sirve p ara n ad a hasta que se le in co rp o ra n
los p ro g ram as, u n a o rg an izació n e stru c tu ra d a d e significantes,
una in form ación cod ificad a y sin cu erp o , el software. C on el “soy"
del hard y co n el “pienso’ del saft ten em os a la vista las dos sustan­
cias cartesian as. L a m áq u in a p u ed e fu n cio n a r y a la p e rfe cció n ,
m u ch o m ejor, m ás ráp id a y más eficien tem en te que estas m áqui­
nas tontas que som os los hab ien tes. Para ella lo que n o sirve, lo
que yerra, lo am biguo, es m ateria de d escarte, de d escartes. Si es
su ficien tem en te avanzada, ap ren d e d e sus e rro re s y los co rrig e ,
no se co m p lace ni se aferra a ellos. Su hardware e s in d iferen te a la
com p osición y a las o p eracio n es de su software. El u n o no incide
sobre el o tro hab id a cu en ta de su com patibilidad técn ica. No hay
allí fantasm a, n o hay im agin ario, están d escartad as la neurosis y
la com p u lsión de rep etició n . Tal es la d iferen cia en tre la m áqui­
na y el hab lan te: este últim o es el asiento (n o el sujeto) de un go­
ce que pasa p o r él, que se siente en la co n flu en cia del cu e rp o y el
lenguaje, que no re c o n o c e un p rincipio de eficien cia y que es la
fuente de u n a co m p lacen cia en el e rro r y en el errar. ¿De qué ser­
viría un a m áquina g ozan te si es que a algún cib e rn é tico se le o cu ­
rriese inventarla? En la co m p u tad o ra el p en sar — n o el saber, se­
gún la p recisión de Lacan™ en su sem inario de! 2 0 de m arzo de
1 9 7 3 — p rolifera en un absoluto desierto del g oce, en la có p u la fe­
liz del hardware y el software. E n el h om b re y en la m ujer, h ech o s
de la sustancia gozan te insoñ ad a p or D escartes, el significante ha­
ce la có p u la, no la felicidad.
En este sentido es que p ro p o n g o que la p alab ra es el filtro o
— recu rrien d o a u n a an alo g ía foto gráfica— (sin que se m e esca­
pen las otras co n n o tacio n es) que la palabra es el diafragma del goce.
Es d ecir que el habla cu m p le co n resp ecto a esta “sustancia gozan ­
te ”, al fluido libidinal freu d ian o o a la m ítica y tan elástica lam ini­
lla lacan ian a, la fu n ción de in tercep ció n y de p ro te cció n co n tra
excesos indeseables (o dem asiado deseables). Diaphrasein en grie­
go es, precisam en te, separar, interceptar, p o n er una barrera.
L a palabra, el fárm aco ofrecid o p o r el O tro , la d ro ga instilada
desde la cu n a en el habiente, consid erad a ah ora un term ostato re ­
gulador, el diafragm a que regula el paso de la luz, esa pupila que se
dilata en la oscuridad y se co n trae co n los rayos lum inosos. Sabe­
m os que dem asiada luz inu n d a la p laca fo to gráfica y h a ce que la
im agen resulte velada y que la falta de luz n o perm ite que la placa
se im presione haciendo que la im agen carezca de definición. Sabe­
m os también que el diafragm a d ebe ser sensible, co m o lo es la pu­
pila, y habrá de regu lar su diám etro esfinteriano p ara adecuarse a
distintas cond icion es y a las horas del día.
Así fu n cion a la palab ra: deja de a ctu a r o no existe o está des­
tru id o su ap arato en el psicótico. En tal caso el g o ce in u n d a al ha­
blante y b arre co n la subjetividad: se ro m p en las b arreras que p er­
m iten lim itar la p e n e tra ció n de la p alab ra del O tro , q ueda el
cu erp o som etido a m etam orfosis incon trolab les que el sujeto pre­
sen cia atón ito . E n la neurosis, p o r el co n tra rio , asistimos a un es­
pasm o o co n tra ctu ra de este diafragm a que p ierd e flexibilidad y
nos m u estra la fen o m en o lo g ía e n tera d e los clásicos m ecanism os
de d efen sa del yo que n o son m ás que o p e ra cio n e s lengu ajeras
ten d ien tes a re fre n a r un g o c e vivido co m o p eligroso o in to le ra ­
ble. S itu aciones especiales y n o red u ctib les a esta sencilla oposi­
ción del d iafragm a ce rra d o o abierto e n co n tra m o s en las p erver­
siones, toxico m an ías y en ferm ed ad es psicosom áticas. H abrá que
hab lar de ello en los capítulos d ed icad os a la clín ica, p ero im p or­
ta subrayar desde ya la utilidad clín ica de la oposición y la co m p o ­
sición en tre g o ce y discurso p orq u e ella está en el co ra z ó n de la
e xp erien cia m ism a del análisis en tan to que éste consiste en o pe­
rar sobre el d iafragm a del g o ce. Las co n d icio n es de la cu ra n o só­
lo no son las m ism as, sino que d eb en ser rad icalm en te distintas
p ara el caso en que el diafragm a no exista (psicosis) o esté oclui­
do (n eu ro sis). El dispositivo freu d ian o surge de la e x p e rie n cia de
las neurosis y consiste en cre a r las co n d icio n es de posibilidad que
perm itan el paso del g o ce a la palabra. Es esta idea tam bién la que
nos d a o tro cam in o de acceso a lo que se ju e g a en la tran sferen ­
cia que es tran sferen cia del saber, cie rta m e n te , y co n stitu ció n del
sujeto supuesto saber, p ero sólo en la m ed ida en que esta suposi­
ción es la de un sabergozarque ab re tanto el paso al a cto perverso
com o al acto an alítico y d on d e sólo el deseo del analista p od rá es­
tablecer la diferen cia.

4 , LA COSA Y EL OBJETO @

El g o ce existe a causa del significante y en la m edida en que el sig­


n ificante no lo d etien e y lo som ete a su n o rm a que es la n o rm a fá­
lica. El lengu aje es lo que fu n cio n a co m o b a rre ra a un g oce que
n o existiría sin él. Sin em b arg o , en lo que llevam os visto, hem os
h ablado de un g oce que inunda al ser y que éste es devastado p o r
la ex ig en cia de ap alabrarlo. No hay m isterio ni co n tra d icció n p or
cu an to tam bién llevam os dich o que el lengu aje es el que p ro d u ­
ce el g oce co m o lo que había antes de su interven ción . Es la fun­
ción del lenguaje: m atar a la cosa d án d ole una nueva existen cia,
una vida desplazada. E ra mi p ro b lem a al co m en z a r el prim er ca ­
pítulo. ¿E ra p rim ero el g o ce o el verbo? P ro b lem a clásico d e ga­
llina y huevo, es decir, de estru ctu ras que no re c o n o ce n antes ni
después au nq ue la p reg u n ta p or su génesis siem pre re to rn e . Si el
g oce es un efecto retroactiv o de la p alabra que lo lim ita, cab e pre­
guntarse p o r su origen y p u n to de partida. (Si el universo está en
exp an sión , cab e p reg u n tarse p o r el m o m en to en que tod o él es­
taba co n ce n tra d o en un p u n to. ítalo Calvino escribió sobre esto
un cu e n to m e m o ra b le en Las cosmicómicas.) i .a p re g u n ta p o r el
origen rem ite n ecesariam en te a u n a respu esta que es del o rd en
del m ito. Bien se sabe que los psicoanalistas n o n os reh u sam os a
los mitos. Las pulsiones son seres m íticos y m agnos en su in d eter­
m in ación , d ecía F reu d . E d ip o es com p lejo p o r ser m ítico. El fan­
tasma fundam ental co m en zó a ser tratad o p or L acan co m o “el mi­
to individual del n e u ró tic o ’’.31 L a libido lacan ia n a es un fluido
m ítico. E tcétera. P o r su p arte, el m ito originario del g o ce y de su
p érd id a u lterio r recib e de L a ca n u n a respu esta que articu la un
térm ino freu d ian o co n u n a larga trad ició n filosófica: es la Cosa.
K ant co n Freu d. Q ue en la más breve de sus definicion es, ya cita­
da, m o stran d o la relación de tal Cosa co n la p alab ra es: “aquello
de lo real prim ordial que p ad ece del significan te”.32
La C osa co m o un real p u ro , a n te rio r a tod a sim bolización, e x ­
te rio r a tod o in ten to d e ap reh en sió n , b o rra d a p ara siem p re p o r
cu alq u ier p alab ra, n ú cle o de im posibilidad e n c e r r a d a co m o lo
m ás ín tim o y lo m ás inaccesible al su jeto, éxtima, co m o la llam ó
d e m o d o n e o ló g ico L acan en el sem in ario VII, el de L a ética del
psicoanálisis. T o d a rep re se n ta ció n d e ella la desvirtúa. C ualquie­
ra es d u e ñ o de im agin ar el p ech o , el c u e rp o de la m a d re , la vida
in trau terin a, el claustro m atern o y lo que le p arezca, p e ro sabien­
do q u e todas estas im ág en es no son de la C osa, sino que b ro ta n
a p artir d e la existen cia de u n m u n d o p ro d u cid o y e stru ctu ra d o
p o r lo sim b ólico que habilita tales p ro d u ccio n e s im agin arias, ta­
les re p re se n ta cio n e s, en to rn o de un real im p osib le d e re c u p e ­
rar. L os fan tasm as, in clu y en d o el de la C osa, son un e fe c to del
p ad ecim ien to de lo real p or la acció n del significante. L a sim bo­
lización, la in tru sió n del lengu aje en la c a rn e , im p on e la falta en
ser que ca racteriza al sujeto y lo lanza p o r v ered as de d eseo. L a
idea h ab ía sido ya ad elan tad a p o r N ietzsch e33 en un breve y esen ­
cial te x to d e 1 8 7 3 que fue p u b licad o p o stu m a m e n te : n ad a sabe­
m os de lo real sino a través de co n stru ccio n e s ficticias que son las
que el len g u aje habilita. Vivimos en un m u n d o d e m en tiras, de
ficciones. L a ca n d irá que tod o d iscu rso es del sem b lan te34 y tie­
n e co m o fu n ción re p re s e n ta r y e n m a sc a ra r la v erd ad de la q u e
deriva. P or ello, el co n o cim ie n to es im posible y sólo q u ed a el sa­
b er que es u n fantasm a.

¿Cómo volver, si no es por un discurso especial, a una realidad pre-


discursiva? Es allí donde está el sueño, el sueño fundador de toda
idea de conocimiento. Pero es allí también que debe considerarse
com o mítico. No hay ninguna realidad prediscursiva. Cada realidad
se funda y se define por un discurso.33 [El destacado es mío.]

En tanto que sitio de un g oce no lim itado y que m ito de la falta


de la falta, la Cosa se presenta co m o la m eta absoluta del deseo, el
sitio o el estado en que se cum plirá la abolición de la falta en ser,
e s ta d o de N irvana, supresión de tod a tensión d iferen cial co n el
m undo, indistinción del ser y del no-ser, m uerte. La tend en cia a la
Cosa es la pulsión de m u erte com o destino final de todos los afanes
vitales hum anos. Este mito de una satisfacción plena que la lógica
del mito, la que llam a a u na co n cep ció n del origen , obliga a consi­
derar el p u n to de partida y lu gar que está más acá de tod o deseo
es, a la vez, el p u n to de llegada, el estado de reposo absoluto que
se alcanzaría una vez consum ida la llama de la vida y alcanzada la
quietud última. Vivir, p ara el ser que habla, es elegir los cam inos ha­
cia la m u erte, deam bular por los senderos del extravío y la erran -
cia del g oce con vistas a su recu p eración .
La Cosa, en tanto que objeto absoluto del deseo, abre al pensa­
m iento la dim ensión insólita y abismal de un goce del ser, an terior
a la ex-sistencia, un efecto retroactivo del lenguaje que, al colocarse
más allá de la cosa misma, eso que los lingüistas llam an el referente,
crea la intuición de un inás acá. Esta suposición, insiste L a ca n ,31’ es
inelim inable y “el len gu aje, en su efecto de significado, siem pre
queda al costado del referen te. Siendo así, ¿no es verdad que el len­
guaje nos im pone el ser y nos obliga a adm itir que, del ser, n u n ca
tenem os n ad a?”. L o que nos lanza no a p a re ce r sino a para-ser, a
existir de costado, en el cam p o del sem blante, dada la “insuficien­
cia” del lenguaje.
C reo que ya n o es n ecesario insistir. La Cosa es un e fe cto del
lenguaje que in tro d u ce la falta y que, así, sep ara de ella. L a Ley
del lenguaje, la de las so cied ad es h u m an as cuyo efecto final y cu­
yo fu n d am en to es la ley de p rohib ición del incesto, la prohibición
de re in teg ració n co n la m ad re, es la que cre a a la C osa y la define
com o perdida. D esde que se p ro d u ce el p rim er acceso a lo sim bó­
lico, la p rim e ra in tru sió n del sím bolo en la vida, la Cosa q u ed a
obliterad a, el g o ce q u ed a m arcad o p o r un minus y el e n te h u m a­
n o es llam ado a ser a través d e la obligación de d ecirse, de articu ­
lar significantes que exp resan siem pre un ú n ico co n ten id o funda­
m ental: el de la falta en él g o ce, ú nico re feren te , “ú n ica ontología
co n fesab le” p ara n osotros, psicoanalistas. Y es p or la falla que se
p ro d u ce en el en te p o r te n e r que d ecirse que resulta el ser, el de
todos los exiliados de la Cosa, los habientes. Ya en el ap artad o an ­
terio r ab ord am os la cu estión del discurso y veíam os que el trab a­
jo de articu lació n de los significantes su p o n e un real previo, un
m ás acá, el de la C osa, y p ro d u ce un saldo inasim ilable e in co n ­
m en su rab le, el g o ce p erd id o , la causa del d eseo, que es el objeto
@, un real ulterior. Es así co m o c o rre el hilo del d eseo, a través de
d em an das que se rep iten en d irecció n al O tro y que recib en de él
signos, m anifestaciones, d on acion es, que no p u ed en co lm ar el va­
cío ab ierto en el g o ce p o r te n e r que ap alab rarse. Y no es que el
O tro sea m alevolente, n o; es sim p lem en te que n o tiene co n qué
resp o n d er a lo que se le pide, que co jea p o r la falta de un signifi­
can te, que está tach ad o (barre).
Al ser la C osa irrepresentable — un escenario vacío, un espacio
que está más allá de la infranqueable superficie del espejo y del cual
el espacio virtual que el espejo hace surgir no es más que el espejis­
m o— , los objetos que p retenden sustituirla, p oblar y am ueblar ese
espacio sólo alcanzarán un estatuto espectral, im aginario. Son los
objetos del fantasm a ante los cuales el sujeto se desvanece (8 () @).
Se in tro d u ce así la distinción esencial e n tre la C osa y los objetos
(das Dingy, p or o tra p arte, die Sache, die Objekte., die Ge.genstánde). Es
aquí dond e p odem os co n sid erar al objeto @ que causa el deseo y
que m o to riza la pulsión. P orq u e la Cosa falta es que los objetos
del m undo aparecen y se multiplican, que los habientes, por la vía del
lenguaje, se dan un m undo y entran en el m ercado del goce con el
O tro. P or la expulsión original se constituyen co m o sujetos en su
división que es, ah ora, división en tre la Cosa y los objetos (incluido
el yo, siguiendo, co m o siem pre, a Freud, quien con sid eró al yo un
objeto p articular sobre el que recaía una clase p articu lar de inves­
tiduras, las narcisistas). Los objetos, todos, son derivados de la p ér­
dida, sus sucedáneos, sus representantes fantasm áticos. Del G oce,
del Gran G oce inicial y m ítico, a los g ocecitos, a las minúsculas @
de los objetos que causan el deseo y lo vectorizan.
Desde un principio L acan se propuso exp licar esta diferencia en
térm inos topológicos. P o r eso es que en el m ism o año 1 9 6 0 en que
rein trod u cía a la Cosa concibió un apólogo que era ya una burda
topología p ero que ilustraba de m odo convincente la diferencia en­
tre la Cosa y el objeto. Me refiero a su celeb re frasco de mostaza.
Sepa Dios p or qué tenía que ser frasco y de m ostaza. L o que im por­
ta de él es que en ese p ro d u cto industrial podem os re c o n o ce r tres
elem entos: a) el frasco, sus paredes, que es una invención hum ana,
una m anifestación del p o d er cre a d o r del lenguaje, en síntesis, un
significante, que p rodu ce, b) algo que intuitivam ente hab ría esta­
do antes, el vacío, envuelto p o r las paredes del frasco y que, sin em ­
bargo, no sería tal sino p or la acción del significante y que, c) invi­
ta y perm ite que sea llenado co n algo definido, la m ostaza, que no
tendría, sin el frasco y el vacío, otro destino que el de d esp arram ar­
se y perderse de m o d o irremisible. Este apólogo m uestra la función
creativa ex nihilodel significante que p rodu ce el vacío com o esa C o­
sa que habría estado desde antes (y ello es falso) y que p ro p o n e al
objeto co m o lo que puede poblar (de m odo en gañ oso) ese vacío.
Dos años más tarde, en el sem inario de la identificación,37 m ostra­
ría la existencia de una figura topológica que, con sid ero, es más ri­
gurosa para d ar cu en ta de este d esen cu en tro estru ctu ral en tre los
objetos de la pulsión (variables, siem pre sustituibles, según la ense­
ñanza freudiana) y la Cosa co m o objeto absoluto alred edor del cual
giran todos estos m ovim ientos pulsionales.
L o que p ropon go, sabedor de que no es en relación con esta dis­
tinción en tre la Cosa y el objeto @ que fue ap ortad a p or L acan en
1962, es ilustrar la excen tricid ad de am bos p or m edio del toro. Pa­
ra quien no sepa de qué hablo es necesario rem itirse a la im agen
intuitiva de un anillo o, m ejor, de una cám ara de ru ed a de autom ó­
vil. Para quien busque referencias más precisas no puedo sino re­
com en d arle el libro d e j . G ranon-Lafont.38 En la cám ara, en el to­
ro, existen dos vacíos que, co m o el vacío del tarro de mostaza, son
creados p or las paredes, p or la superficie del toro. Un vacío perifé­
rico, cerrad o , envuelto p or la gom a de la cám ara, llam ado “alm a”
del toro, y o tro que es el hoyo cen tral, el “agujero p or el que co rre
el a ire” co m o alguna vez lo llamó L acan , al que nada envuelve. Es
claro que los dos vacíos no tienen nin gu n a co m u n icació n en tre sí
y se ubican en dim ensiones diferentes.
¿Q ué nos m u esü a esta estru ctu ra tórica? La actividad del signi­
ficante, la demanda que se repite e insiste, articulada, vale co m o al­
go que cam in ara p or la superficie interna, girando co n stan tem en-
te en torno del vacío cerrad o que es el alm a del toro. El espacio in­
terio r que ella gen era es el espacio del deseo, de esa actividad pul-
sional que co n to rn ea p erm an en tem en te al objeto @ y que lo falla
y vuelve a lanzarse incansablem ente en su p rosecu ción . Los ciclos
de la pulsión abrazan al objeto sin alcanzarlo. El retorn o yerra tan­
to en el punto de llegada co m o en el punto de partida y es asimila­
ble al arco descrito p or L acan en el Sem inario l l . S9 Su repetición,
es decir, la rep etición de las dem an d as que deja el saldo insoluto
del deseo, vuelve a tensar el arco del que saldrán disparadas las fle­
chas que nuevam ente reg resarán co m o bu m eran es a un sitio p ró­
xim o al de la partida. Esta rep etición , n u n ca se insistirá lo suficien­
te, no es el acto intencional de un sujeto psicológico, sino que el
sujeto es el efecto de los sucesivos lanzam ientos de la flecha. L a pul­
sión es acéfala. I-a historia de cad a uno es el resultado de los m o­
dos de fallar los en cu en tros co n el g o ce y de volver a lanzarse tras
él. (P o r eso hubo que d ed icar un ap artad o en tero de este capítulo
p ara aclarar que el g o ce no es la satisfacción de u n a pulsión.) El to­
ro no existe desde siem pre o desde un principio, sino que es el efec­
to de este etern o reto rn o de la pulsión y es p or él que se configura
el otro espacio vacío, el cen tral y abierto, que es el de la Cosa total­
m ente ajena a los infinitos reto rn o s circu lares de la dem an d a. La
excen tricid ad que hay en tre el deseo y el g o ce , en tre los objetos y
la Cosa, en tre el g oce perm itido (apalab rad o, insatisfactorio) y el
g o ce prohibido (vacío cen ü al) se m anifiesta con claridad m eridia­
na en esta figura topológica.
A lre d e d o r del alm a del to ro g iran las p u lsion es, asp iracio n es
de g o ce som etid as a la resp u esta del O tro , 3 0 D, q u e F re u d lla­
m ó e ró tica s o d e vida. E n su o rb ita r ellas cre a n el esp acio c e n ­
tral, el hoyo insalvable que es su m ás allá inab ord ab le. L a re p re ­
sentación topológica nos perm ite también ap reh en d er la diferencia
en tre el cam p o del principio del placer, de su falla ineluctable, fi­
gurado p o r el alm a del toro , eso que llam am os su vacío periférico,
y de su más allá que es, p recisam en te, el área de la C osa, del g o c e
in n o m in ad o , e n el qu e im p era el silencio de las pu lsion es, irra ­
cional en la m ed id a en que allí n o hay n ad a y que es allí d o n d e
se co n firm a q u e el g o c e es lo que no sirve p a ra n a d a . P e ro esos
esp acios vacíos son , co m o en el frasco de m ostaza, sitios d e u n a
a tra cc ió n e n ig m ática. El vacío pide ser llen ad o y el su jeto, an i­
m ad o p o r u n a pasión que es horror vacui, se lanza a co lm a rlo , se
anula en la tarea gozante de poblarlo. Es la actividad pulsional en
tanto que desplazada de tod o fin n atural o de satisfacción de ne­
cesidades, un trabajo de sublim ación que es, según la definición
dada p o r L acan en 1960, la elevación de un objeto a la dignidad
de la C osa.40 N o es el sitio reservado p ara los artistas exim ios o p a­
ra los seres exce p cio n a le s, sino la resid en cia del h ab ien te en tan ­
to que tal, el esp acio tran sicion al d e W in n ico tt, el á re a de g o ce
d o n d e ju e g a el n iñ o , d o n d e p ro lifera el fan tasm a, d o n d e se co n ­
fro n tan el g o ce del U n o y el g o ce del O tro : un esp acio de im p o­
sibilidad u b icad o en la co n flu en cia de lo im agin ario y lo real, sin
m ed iació n sim b ólica, d o n d e el sujeto se p re cip ita y se disuelve.
R odeado p o r ese espacio de la creació n significante que lo cier­
ne sin p e n e tra r en él se alza el im perio de T án atos, allí d on d e las
águilas no se atreven, allí d on d e, viviente aún, baja A n tígon a pa­
ra e n c o n tra r su sep u ltu ra, fascin an te y p elig roso, asien to de un
g o ce letal al que la palabra p erm ite vislum brar y, tam bién, soste­
n e r a una d istan cia resp etu o sa. A rriesgu em o s u n a tra d u cció n a
m od o de ilustración:

GaLsby creía en la luz verde, en el futuro orgiástico que año tras año
retroced e ante nosotros. En ese en ton ces nos eludió, pero n o im por­
ta m añ an a c o rre re m o s más ráp id o, ap retarem os con más fuerza
nuestros b razos... hasta que una bonita m añana.
Así remamos, botes contra la corriente, arrastrados de regreso in­
cesantemente al pasado. [F. Scott Fitzgcrald, palabras finales de E l gran
Gatsby.]

Esta im agen de la vida ro d ean d o y evitando y postergan d o el en­


cu en tro final y definitivo abre la cuestión de las b arreras al g oce,
que se ab ordará en el ap artado 6.
P ero antes de llegar allí tenem os que h a ce r la visita que estam os
debiendo a Maese Falo.

5 . LA CASTRACIÓN Y EL NOMBRE-DEL-PADRE

Bien sé que la top ología no es popular, p e ro cre o que la m an era


m ás sencilla y m ás e x a cta de ab o rd ar el tem a-eje de este cap ítulo
que distingue form as del g o ce pasa p o r la figura e x tra ñ a e inquie­
tan te, recién evocada, del toro con su cre a ció n de nuevas dim en ­
siones y de espacios in com unicab les. Así co m en zam o s a h acerlo
en el parágrafo a n terio r y así co n tin u arem o s a h o ra de m odo co n ­
g ru en te con lo que allí avanzamos. Puede uno pasarse la vida via­
ja n d o p or la superficie interior de una cám ara de ru ed a de au to­
móvil sin ten er la m en o r intu ición o rep resen tació n del hoyo
cen tral, el del eje alred ed o r del cual se ha girado. En com p aración
co n lo que sería descubrir que vivimos en un espacio tórico , la ce­
lebérrim a revolución co p ern ican a p arecería una m odificación po­
co im p ortante de la co n cep ció n del m undo en el que existimos.
Voy a entrar rápidam ente en materia con una afirmación dogmá­
tica que podrá p arecer apresurada pero que a continuación intenta­
ré desarrollar de m odo razonado: la superficie de la cám ara de aire
que separa de m odo irreversible los dos vacíos y los ubica en dim en­
siones heterogéneas es la función del lenguaje, separador de la Cosa,
efecto de la ley de la cultura, del lenguaje com o instaurador de un cor­
te que no es otro que la castración simbólica, la que gira en torno del
significante del Falo (4>). Se trata del Falo simbólico, imposible de ha­
cer negativo, que representa al goce com o inalcanzable para el que
habla pues, teniendo o n o el pene, órgan o que lo representa en lo
imaginario, es imposible serlo. Toda relación con el goce pasa p or es­
ta prohibición, por esta imposición de que los @ a los que el sujeto
podría acced er conllevan siempre la dim ensión de la castración, ese
nom bre de ® (-<f>)del que hablamos en un apartado anterior.
Éste es un p un to co m p lejo y d eb atido de la articu lació n laca-
nian a y de su lectu ra de Freu d . M ucha tinta h a co rrid o en torn o
del “falogocentrism o” de la teoría, de la asimilación de la función del
lenguaje y la función fálica.41 Las objeciones (D errida,42 Irigaray43 44
45 4Ü) no dejan de reco n o cer el hecho evidente y masivo de esta pre­
rrogativa fálica. E n palabras de D errida,47 “El falogocentrism o no
es un acciden te ni u n a falta especulativa im putable a tal o cual teó­
rico. Es una en o rm e y vieja razón acerca de la cual también hay que
inform ar". Éste es el arg u m en to que D errida re co n o ce co m o váli­
do aunque no esté de acu erd o co n su utilización, pues lo que pasa
co m o descripción de una situación de h ech o ( “la en o rm e y vieja ra­
zó n ”) acaba induciendo “una p ráctica, una ética y una institución;
p or lo tanto, una p olítica qvie asegu re la trad ición de su verdad"
(id .). La queja es c o rre c ta y vale co m o una advertencia en torn o de
los peligros de pasar del falocentrism o de la teoría al falocratism o
opresivo en la vida co n creta. Caribdis y Escila son ah ora la ren u n ­
cia a p ensar lo que de h ech o sucede y ha venido sucediendo (falo­
cen trism o ) y, del o tro lado, acab ar acep tan d o de m a n e ra co n fo r­
mista que la razón estructural im pone la pasividad en cu an to a los
m odos de rectificar las injusticias del falocratism o. La pregunta es:
¿C óm o p od rían en fren tarse los d esm anes d e la d om in ación si se
d escon o cen los principios fundam entales de su poder?
El cu estíonam ien to de esta solidaridad en tre el significante y el
falo sólo puede hacerse después de acep tar que el ord en hum ano,
la Ley, ha sido falocén trica. P or supuesto que ello no justifica nin­
gún an drocen trism o, eso que h istóricam ente h a venido sucedien­
do a todo lo an ch o del planeta. E l psicoanálisis no tom a partido si­
no que explica la necesidad de la articu lación y bien es sabido que
sólo el co n ocim ien to de la necesidad p uede abrir el cam in o a una
posible libertad co n relación a lo que se p resen ta co m o fatalidad.
Es p recisam en te la clave de la posición lacaniana co n ce rn ie n te al
g o ce fem en in o que ab ord arem os en el cap ítu lo siguiente. Y es el
cen tro de la apuesta teórica, clínica e incluso política de la consi­
deración de la diferencia en tre los goces que deben ser distingui­
dos en su especificidad.
L a Ley tiene un efecto no tem ible, no angustiante, que es la cas­
tración . Sim bólica, sin duda, ¿cuál o tra p o d ría ser? P or ella se ins­
tala la sep aración en tre el g o ce y el d eseo. L o prohib id o se h ace
fu n d am en to del deseo y éste debe apalabrarse. Según veníam os re­
co rd an d o, en Freud y desde Freu d, toda ren u n cia al g oce, tod o pa­
go h ech o en la cu enta del O tro, todo este vaciam iento del g oce que
es la ed u cación de las pulsiones culm ina en el com plejo de castra­
ción que resignifica todas las pérdidas an teriores en relación con el
falo, significante de la falta co m o universal para los habientes, que
divide el cam p o de la sexuación en dos m itades no co m p lem en ta­
rias que son la del U n o y la del O tro , la del h om b re y la de las m u­
jeres. La sexualidad y la diferencia en tre los sexos pasa a ser así un
h ech o de lógica que significa y resignifica la diferencia anatóm ica.
E n tre el hom bre y la m ujer hay un significante que los divide según
el m o d o p articu lar que tienen de p osicion arse co n resp ecto a él;
hay un m u ro erigido con ladrillos de lenguaje que los separa.
El Falo, co m o significante, tiene a la imposibilidad del g oce de
la Cosa o g oce del ser co m o significado. I.a castración n o quiere de­
cir o tra cosa que esto: todo ser hu m an o, tod o el que habla, está su­
jeto a la Ley de prohibición del incesto y ha de ren u n ciar al objeto
p rim ero y absoluto del deseo que es la M adre. T eniendo o no el fa­
lo, nadie, ni el niño, ni la M adre, ni el Padre, podrán serlo. El Falo
es el significante de esa prohibición absoluta; es así com o se susti­
tuye ese punto cero del lenguaje que es la Cosa. Su valor es idénti­
co al del nom bre-del-Padre que, en función m etafórica, sustituye el
significante del D eseo de la M adre. ¡A ten ción! P lan teo aquí una
ecuación:
Falo = N om bre-del-Padre

que es en esen cia c o rre c ta p ero a la que h ab rá, siguien d o a L a ­


can , que im p o n er c o rre c c io n e s que exp liqu en p o r qué son dos
térm inos d iferen tes los que la te o ría n ecesita y cuál es la razón ,
derivada de la p ráctica clín ica, que im p on e su dualidad. No tar­
d arem o s en h a c e rlo .4ii
El Falo (O) es el tapón, tron co del significante, que señala a la
vez el lugar y la imposiblidad de la Cosa. O cupa el lugar cen tral del
toro, el del hoyo “p o r donde c o rre el a ire ”, por d on d e pasa el de­
do en el anillo. De allí su función de soporte de la Ley y de allí tam­
bién que sirva p ara design ar la falta en el O tro, la castración de la
M adre, su ca rá cte r d e incom pletud, lo que la b ace deseante de al­
go que no se co m p leta en su relación con el hijo. Es decir: S (A),
materna que exp resa el g oce en tanto que im posible de subjetivar
y que obliga a transitar los callejones del deseo y del intercam bio.
O, en otras palabras, que se desea en función de la castración y que
los objetos del deseo llevan su m arca, son -tp. Los giros del deseo,
de lo que queda insatisfecho de la pulsión, se realizan alred edor del
alm a del toro, de su vacío periférico que tiene la form a del anillo y
que van ciñen do y delim itando el vacío cen tral de la Cosa tapona­
do p or el significante Falo, significante del Deseo de la M adre, que
es con tin uado y desplazado p o r el significante nom bre-del-Padre.
C on lo visto hasta aquí puedo p rop on er u n a doble equivalencia y
con ella una p roporción que no hay que apresurarse a tom ar en sen­
tido m atem ático, sino que es para pensar com o relación topológica
entre lugares irreductibles. En el hoyo central del loro nos en con tra­
mos con la Cosa co m o lo rea! que halla su significante en el Falo (<T>)
simbólico, m ientras que en el alm a del toro tenem os ese incesante
girar en to m o del @ , real, perdido retroactivam ente a partir de que
se da vueltas en su derredor. El significante que polariza esa búsque­
da es el falo en tanto que parte faltante a la imagen deseada (cp), un
significante imaginario que para el sujeto sólo puede hacerse presen­
te con el signo de la negación, de la castración que lo vuelve desean­
te y que hace del @ la causa del deseo. Insistiendo en que se trata de
u n a relación topológica, elástica, y no de u n a pretensión calculado­
ra con visos de exactitud es que podem os p ro p o n er que

cp $ :: @ Cosa

Es un h e ch o que la ru ta que lleva al g o ce está atran cad a y que


debe tom arse el desvío de la palabra, salir del g oce del cu erp o y en­
trar en el deslizam iento de los significantes, d e uno en o tro , bus­
can d o el elusivo punto de capiton ad o. Ese g oce, co n n o tad o de cas­
tración , es el g o ce fálico o goce del significante o goce semiótica, goce
hors-corps para distinguirlo de los otros, g oce del ser y g oce del O tro,
que son goces del cu erp o y, p or en d e, goces hors-langage, fu era de
la palabra, inefables.
(Distinguir y sep arar g o ce del ser y g o ce del O tro es un riesgo
teó rico en el que in cu rro , sabedor de que lo que viene siendo esta­
blecido co m o la enseñanza de L acan p or parte de la mayoría de sus
discípulos exegetas y com entaristas tiende a identificarlos y a h acer­
los sinónim os.49 En las páginas del capítulo siguiente y recu rrien ­
do a la topología de la banda de M oebius sostendré la necesidad de
diferenciarlos para así dar cu enta de la diferencia clínica que exis­
te en tre el g o ce del ser, vinculado a la Cosa, y el goce del O tro , que
es tam bién el del O tro sexo, fem enino. El g oce fem enino p od rá ser
loco y enigm ático p ero no p or eso las m ujeres son locas ni necesi­
tan inyecciones de incon scien te co m o no h a dejado de sugerirse.)
El Falo, significante al que rem iten todos los dem ás, función or­
ganizadora (en sentido lógico-m atem ático) de los avatares del ha­
biente, está ausente de la cad en a, es im pronunciable, es el círculo
que se traza co m o -1 respecto de lo que p u ed e decirse.50 No es un
significante, n o es tam p oco el ó rgan o (p en e) ni la im agen de éste,
sino lo que induce en toda im agen el efecto de ap arecer m arcad a
p or una falta, p or una no com p letu d . Sí es -1 es p orq u e designa, en
el O tro , una falta de significante. Significante, pues, de la falta de
significante; pura positividad que tach a de negatividad, que co n d e­
na a n o ser o tra cosa que sem blante a todo lo articulable. L o tacha
de negatividad y lo h ace “para-ser” en el sentido de que tod o lo que
se afirm a, sea en el sentido de la atribución o de la existencia, co n ­
lleva una som bra: “esto que es, en tanto significante, lo es p or no
ser Falo ”. Es reco n o cien d o al Falo en este lugar cen tral y a la vez ex­
cén trico com o se exp lica y co m o se m uestra la falta de fun d am en ­
to de todo falocratism o y se con firm a que, sí, efectivam ente, la teo­
ría es “falo g o cé n trica ”. Pues la castración está en el ce n tro del
advenimiento del habiente y n o es ni p atrim onio ni motivo de opro­
bio p ara ninguno de los sexos.
El significado del falo en tanto que -1 no es un ce ro , no es una
ausencia; es una afirm ación de que la batería del significante, el sis­
tem a del O tro, es inconsistente, conlleva una ausencia que h ace de
él un conjunto ce rra d o ya que sin tal ausencia el con ju n to no ten­
dría limites y, por ende, no existiría co m o conjunto. Es así co m o Fa­
lo, S (A) y p ro h ib ición del g oce (d e la C osa) co m o absoluto son
equivalentes. Falo es el nombre del significante que desvía de la Cosa in­
tangible hada los objetos del deseo.
El sujeto de la dem an da, el que resulta de la repetición de los gi­
ros en el alm a del toro de la dem an d a de satisfacción pulsional (esa
satisfacción que no existe p ero que n o p or ello se deja de pedirla,
es más, es lo único que se p id e), ese sujeto que se desvanece para
q u edar reem plazado p or lo que pide al O tro (S () D ), tropieza ne­
cesariam ente con el h ech o de la falta de significante en el O tro, ese
O tro que es deseante, que está tachado, pero cuyo deseo es un enig-
m a ( “¿Q ué [m e] q u iere?”). La significación de esta falta (S [A]) es
la del goce co m o prohibido “o tam bién que no puede decirse sino
en tre líneas para quienquiera que sea sujeto de la Ley, puesto que
la Ley se funda en esa prohibición m ism a”.51
Estas distinciones se som eten a u n a difícil intuición en la m itad
su perior del grafo del d eseo 52 allí d on d e el v ecto r h orizon tal que
va del g o ce a la castración in tersecta el v ecto r retroactiv o que c o ­
rre de d e re ch a a izquierda y que co n d u ce de la pulsión al signifi­
can te de la falta en el O tro . Se ap recia en el grafo la d iferen cia to-
p oló gica que hay en tre la pulsión, el deseo (d) co m o resto que se
p ro d u ce p o r la insatisfacción de la d em an d a, el fantasma (3 0 ® )
co m o respuesta im aginaria al deseo p o r un a p arte y a la falta del
g o c e p o r o tra, el goce co m o lo que d ebe ser ab an d on ad o en el a c­
to de la en u n ciació n siendo que el g o ce es la causa y la razón de
ser de la en u n ciació n m ism a y, p o r fin, la castración co m o resulta­
do de este atravesam iento p o r la pulsión, siem p re insatisfactoria,
y p o r la falta del significante en el O tro que p erm itiría una feliz
alien ació n y d aría co m p letu d a la b a te ría y so p o rte al g o c e . Las
mayúsculas que co rre sp o n d e n a la pulsión y a la p rohib ición del
g o ce o Ley indican que se trata de térm in o s sim bólicos, m ientras
que las m inúsculas y las itálicas de la d del d eseo y de la @ del ob­
jeto del fantasm a están para ind icar g ráficam en te, co m o escritu ­
ra, su c a rá cte r de im aginarios.

La condición de la enunciación es que no falte la falta, que la cas­


tración simbólica se haya efectuado, que haya existido el corte que ha­
ce del sujeto un súbdito de la Ley. En palabras más freudianas, menos
lacanianas, que el com plejo de Edipo haya cum plido con su com eti­
do. La Cosa ha quedado interdicta, y el Falo, significante im pronun­
ciable [S (A )], ha tom ado su lugar e instaurado, en el sujeto, la falta
irremisible. Es a esta falta, efecto del Falo, que ha puesto la Cosa a una
distancia insalvable, que responde otro significante que se constituye
en eje de articulación de la palabra hablada, que es el significante que
estructuralm ente realiza la castración, es decir, la separación en rela­
ción con el deseo de la Madre: es el nom bre-del-Padre. Un significan­
te, este sí, articulable, que funciona com o uno (S ,), co m o lugar ine­
ludible para el engan ch e de un segundo significante (S,) que es el
m odo económ ico de escribir todo el conjunto de significantes que só­
lo alcanzan significación en la m edida en que se articulan con el S (
primordial, el nombre-del-Padre. El inconsciente, el inconsciente co­
m o saber insabido, es este S9 que tiene com o soporte al S, que es el
nom bre-del-Padre, palabra articulable que viene al lugar de la falta
abierta p or el Falo co m o -1 en la batería del significante, en el O tro,
significando allí la Ley que d ecreta la exclu sión de la Cosa co m o
Real imposible. Y que deja, co m o el o tro efecto de la articulación
de la caden a significante S1~»S2, un resto que es el objeto @ , un real
co n to rn ead o p o r la pulsión y tam bién e x terio r a lo sim bólico, vivi­
do m uchas veces p o r el sujeto en la form a del afecto que es su efec­
to, el efecto d e su caída. Así ap arece desde el principio mismo de
la lectu ra que L aca n 53 h ace de Freud: “L o afectivo en este texto de
Freu d [Die Vemeinung] es concebido com o lo que de una simboliza­
ción primordial conserva sus efectos hasta en la estructuración discur­
siva”. E n el com entario esclarecedor que hizo de este texto en su Se­
m inario L ’extimité54, j.-A . Miller destacó que esta “simbolización
prim ordial” es la que se hace de un real previo (la Cosa, podem os de­
cir), m ientras que los “efectos” ulteriores (de ese real) que subsisten
en la estructuración discursiva, lo que representa en ella lo que en el
discurso es inarticulable, “lo afectivo” del decir de Freud, es un real
que el discurso en gen d ra p ero que n o es discurso, es el @ (objeto)
que cae de él. Y vale la pena conservar siempre esta distinción entre
lo real previo y lo real posterior al discurso que, sobra decirlo, remite
a un tiempo lógico y no cronológico y que muestra la función de cor­
te que tiene la palabra entre la Cosa (anterior) y el objeto @ (poste­
rior), entre un goce del ser y oU'o goce efecto de la castración (Ley
del lenguaje) que es el goce fálico, ese que co rre tras el objeto @ que
causa el deseo. No cuesta descubrir tras esta tem prana precisión de
Lacan la fórm ula del discurso del am o, consustancial al discurso del
inconsciente, donde S, (en este caso, el nom bre-del-Padre) ocupa el
lugar del agente, esto es, el lugar del semblante.
H e dich o y h asta lo h e escrito en la fo rm a de u n a ecu a ció n que
el n om b re-d el-P ad re es lo m ism o que el F alo, p e ro n o sin te n e r
en cu en ta una m ín im a d iferen cia que ya es h o ra de precisar, pues
“el privilegio del Falo es que u no p u ed e desgañ itarse llam ándolo
y él n u n ca dirá n a d a ”.35 Es inarticu lab le; p ara d ecir hay que unir
u n significante co n o tro significante p u esto que un significante
n o p uede significarse a sí m ism o, p o r eso el Falo es un significan­
te m ud o y sin par. M ientras que el n om b re-d el-P ad re “es el Falo
sin d u d a, p e ro es ig u alm en te el n o m b re-d el-P ad re [ .. ,] Si este
n om b re tiene alguna eficacia es ju stam e n te p orq u e alguien se le­
v anta p ara co n te s ta r” (id.) y p o r eso es que, siendo el Falo, cu m ­
ple a la vez co n una fun ción que el Falo n o p u ed e cum plir, la de
ser el tro n co y el pu n to de referen cia a p artir del cu al se posibili­
ta la articu lació n discursiva. P od em os co n sid e ra r al Falo como sig­
nificante cero y al nombre-del-Padre como su metáfora, el significante uno
que viene a su lugar.
Antes de llegar a un rep aso y u na síntesis de lo que vengo p ro ­
p on ien d o es n ecesario que m e d eten g a en este p u n to p orq u e ha­
llo aquí u n a con fu sión que se difunde a m en u d o en un asp ecto
clave de la teo ría del g o ce . T erm in o de citar u n a afirm ación ine­
q u ívoca en la q ue L acan so stien e, en 1 9 7 1 , la id en tid ad e n tre
n om bre-d el-P ad re y Falo. C u an d o lo form u la así L acan sabe que
está m odifican d o un p u n to esencial de sus p ostu laciones an terio­
res; co n cre ta m e n te , el m o d o habitual de e n te n d e r la m etáfora pa­
tern a p ropu esta en su artícu lo sobre las psicosis. P o r eso se ríe del
d esco n cierto d e sus discípulos ( “Dios sabe qué estrem ecim ien tos
de h o r ro r h e p ro vo cad o [al escrib ir que el n om b re-d el-P ad re es
el Falo] en ciertas almas piadosas”) (id.) y exp lica que cu an d o pro­
puso la m etáfo ra p atern a, en 1 9 5 7 ,56 no p od ía a rticu larla m ejor.
En efecto , en esa fórm u la a n terio r en co n tra m o s la razón de que
u n a au to ra tan advertida co m o C o lette Soler,3' en u n a co n fe re n ­
cia p ro n u n ciad a en Bruselas, y m u ch o s después d e ella, rep itan
que el n om b re-d el-P ad re realiza “la p ro d u cció n del significante
fálico", que el Falo es secu n dario a la m etáfora. C item os: “El n om ­
b re-del-Padre p ro d u ce o tro significante sin par, el falo. L o p ro d u ­
ce [ .. .] co m o significación. Eso se ve tam b ién en la escritu ra de la
m etáfora: el falo está debajo de la b arra, en el lu gar del significa­
do. P o r lo tanto, p ro d u cción del falo co m o significación p ero tam ­
bién p ro d u cció n de la significación co m o fálica”. L a p ro p ia au to ­
ra o fre ce m ás tard e en la m ism a c o n fe re n cia u n a so lu ción que
p erm ite co n ciliar la co n trad icció n y que es esencial para n u estra
exp osición . Es la d e distinguir en tre el Falo (<1>), co n m ayúsculas,
“im posible de negativizar, significante del g o c e ”58 y el falo (-qp),
con m inúsculas, significante del deseo, que, él sí, es consecutivo
a la interven ción del nom bre-d el-P ad re y se p resen ta p ara el suje­
to co m o “im agen del p en e, negativizado en su lu g ar en la im agen
esp e cu lar” siendo esto “lo que p redestina al falo a d ar cu e rp o al
g o ce en la d ialéctica del deseo”,59 lo que p erm ite que, e x p e rim e n ­
tando su falta, et sujeto pueda investir al objeto carg án d o lo con ei
valor d e lo que falta en él, p u ed a deven ir d esean te. “Es pues m ás
bien la asunción de !a castración la que crea la falta en la que se
instituye el d eseo ”.60 L a falta im puesta p o r la castración y asum i­
da p or el sujeto co m o tal en lo im agin ario se in d ica a lg eb raica­
m en te co m o (~cp), menos phi.
T enem os que acep tar la idea de un desdoblam iento del falo, en
tanto que significante, co m o co n secu en cia de la intervención m e­
tafórica del nom bre-del-Padre. P or u n a p arte, co m o lo afirm ó Na-
sio en o tra co n feren cia del m ism o año 1 9 8 2 ,Ü1 en la fórm ula de la
m etáfora p aterna, “el N om bre-d el-P ad re es el significante que se
sustituye y se condensa al falo co m o significante del deseo de la Ma­
d re ” y es en ese sentido que es significante del goce co m o prohibi­
do, que es un significante sin p ar y que es consustancial a la Ley de
p rohibición del incesto, del goce co m o absoluto y, p o r otra p arte,
por su o peración , m arca a los objetos del deseo co m o sus represen ­
tantes en lo im aginario, les co n ced e significación fálica. Y eso es lo
que se en cu en tra en la fórm ula de la m etáfora paterna:
Nombre del Padre
Falo

Ésta, a la luz d e lo que venim os diciendo, p od rá en ten d erse así:


el nom bre-del-Padre, significante que llam a a alguien para que res­
p on d a, articulable, sustituye al Falo co m o deseo de la M adre (es la
p rim era parte del desarrollo d e la m etáfora p atern a en el artículo
de L acan (id.) d on de la p resenta) y adviene allí co m o significante
u no que Loma el sitio de la Cosa, de ese elem en to de lo Real que
p ad ecía p or el Falo, significante inarticulable, y se co loca en el lu­
gar del límite de la batería significante, fu era de A, fuera del p arén­
tesis según se ve en la escritura de la fórm ula anterior. Su efecto es
que, en el nivel del significado, p or debajo d e la b arra, viene todo
lo significable co m o investido p or la fu n ción fálica y, p or eso, a la
luz de lo que estam os viendo, la palabra falo debería escribirse allí con
minúsculas, co m o significante del deseo (qp) que se rep resen ta para
el sujeto bajo la form a de la casU'ación (-<p). “Aquello de lo que tes­
tim onia la exp erien cia analítica es que la castración es en todo ca­
so lo que regula el deseo, en el n orm al y en el a n o rm a l”.63 O, en
otras palabras que el nom bre-del-Padre n o “p ro d u ce ” el significan­
te fálico (C. Soler) sino la significación fálica, que no capitonea, no
p erm ite ap rehend er, sino que está siem pre en m en os (-cp) en rela­
ción con lo real, lanza a los albures del deseo. En resum en, que en
la fórm ula lacaniana de la m etáfora p atern a hab ría un error de orto­
grafíaconsistente en escribir la palabra falo con mayúsculas. Lo que
el nom bre-del-Padre “p ro d u ce ” es la significación fálica p ero él es,
a su vez, un sustituto articulable, decible, del Falo, significante del
g oce, fuente inarticulable de la palabra.
P or eso es que la fu n ción del nom bre-del-Padre es, para el suje­
to, pacificante, en el d ecir de L acan (que ju e g a co n “pacificante” y
su h om ófo n o, pos si fiant, “no tan de fiar”). Pacifica porque, al in-
trod u cir la castración sim bólica, p on e límites al g oce desenfrenado
que es “lo p e o r”, lo que, en la clínica, se m anifiesta co m o invasión
psicótica de significantes que n o en cu en tran su punto de anclaje,
que es, n ecesariam en te, el significante forcluido en tales casos del
nom bre-del-Padre. Es el caos de los S„ p or la falta del S p que sólo
culm ina y se estabiliza cu an d o el delirio viene a tom ar el lugar de
ese N om bre-del-Padre faltante, de S r y se p ro d u ce ese rem ien d o
que es la m etáfora delirante.
R epasando este reco rrid o largo y árido, sin duda — hubiese pre­
ferido que fuese de o tra m an era— en co n tram os: 1) la Cosa, real y
a la vez m ítica, efecto retroactiv o de la sim bolización prim ordial,
objeto absoluto y para siem pre p erdido del deseo; 2) el Falo, signi­
ficante impar, grad o cero , indicador de la radical imposibilidad del
acceso a la Cosa, sím bolo que instala la división de los sexos y de los
goces, ejecutante del co rte de la castración simbólica que co lo ca en
niveles distintos el ser (del g o ce) y el pensar (de la palabra) y que,
al establecer con relación a él la falta en el habiente, la carencia que
se im aginariza co m o castración, co m o falta en la im agen deseada,
induce la significación fálica y lanza al deseo; 3) el nom bre-del-Pa-
dre, significante u no (S j), articulable, diacrítico (esto es, caracteri­
zado p or su diferencia con el resto de los significantes), inductor,
p rod u ctor y, a la vez, rep resentan te de un sujeto ($ ) ante el conjun­
to de los significantes, an te el O tro del lenguaje; 4) el saber incons­
ciente (S„), palabra que expresa la imposible integración del suje­
to en lo real, el n ecesario destierro que lo lleva a habitar en el O tro
del lenguaje después de h ab er rechazad o (p o r la acción del Falo)
el goce del ser p ara tratar de alcanzar o tro g oce, el del para-ser a
través del sem blante y, 5) el © co rn o efecto real que se p ro d u ce p or
el discurso mismo, que conlleva siem pre la castración , objeto que
con toda seguridad se pierde y que es un plus de g o ce dep en dien ­
te del vínculo social establecido en tre el 3» el Sujeto, y el el Otro,
castrado y deseante.
L a C osa, co m o el p asad o , es irre c u p e ra b le ; el o b je to , en su
con d ición de real, co m o el fu tu ro , es im posible. El sujeto está di­
vidido, tam b ién, en tre un g oce pasado y un g o ce fu tu ro, y de am ­
bos está exclu id o . El n om b re d e esta exclu sió n , que im p o n e u n a
falta en ser, es deseo. L os dos, la Cosa y el ob jeto, e scap an al alca n ­
ce de la sim bolización. La palab ra, siem p re en p resen te, co rta d o ­
ra del tiem p o , fab rican te del fu tu ro, es la tijera que divide al go­
ce del ser (d e la C osa) y al o tro g o ce , goce del Otro (fe m e n in o ), que
a b o rd a re m o s m ás ad elan te. P e ro en ella m ism a, en su a rticu la ­
ción de los significantes, en el ejercicio del co rte , en la evocación
de los g o ces posibles y au sen tes, pasados y fu turos, en el len gu a­
je, hay tam b ién un g o ce esen cialm e n te distinto de los dos m e n ­
cio n ad o s y q ue, p o r estar m a rca d o p o r la castració n , es el goce f á ­
lico, fu era del cu e rp o . Este g o c e en la p alabra es u n a trad u cció n
q u e desnaturaliza (si es que algo del g o ce pudiese ser “n a tu ra l”)
y al m ism o tiem p o h ace posible la p a rte del g o ce que es accesi­
ble al h ab ien te.
Este g o ce len g u ajero req u iere la a n u e n cia del O tro , un O tro
d e quien el sujeto sabe sin q u e re r sab er n ad a; es el g o ce insabi­
d o del q u e d e p en d e el in co n scie n te , e stru c tu ra d o co m o un len ­
guaje y e n ca rg a d o d e la fu n ció n de d escifrar el g o c e . S erá el te­
m a del cu a rto cap ítu lo . Pu es es v erd ad q u e, h a b lan d o , el sujeto
g oza p e ro q u e, a la vez, se d efien d e a b razo p artid o de este go­
c e , lo lim ita y lo re fre n a p o rq u e es asocial y m ald icien te. El ha­
bla (parole), el d iscu rso c o rrie n te , o p o n e la seried ad de la len ­
g u a y de la razón con sen su al a la sinrazón de lalen gu a, del d e cir
p o é tico , d el ch iste y d e las e m e rg e n cia s de la v erd ad en el dis­
cu rso . E n fin, o tra vez, que la p alab ra es el d iafragm a del g o ce .
Eso es la castración, la cita debe recitarse en este co n texto : “quie­
re d ecir que es n ecesario que el g o ce sea rech azad o para que sea
alcanzado en la escala invertida de la Ley del d eseo ”.64 En esta sín­
tesis sensacional ap ren d em os que n o se trata de un g oce sino de
dos, el rech azad o y el que h a de alcanzarse, y que estos dos no se
separan sino p or la aparición de una función que los divide, de u n a
tijera o g u ad añ a que im p on e el requisito de atravesar p o r el em bu­
do de la castración y que som ete al ó rgan o que rep resen ta al falo,
al cach ito de carn e que p u ed e estar o faltar, ser saliente o q u edar
m edio escon d id o en tre las m u cosas, a restar siem pre p o r debajo
de la fu nción que se le asigna de ap o rta r el g oce. A lred ed or d e él
se traza el co rte que p ro d u ce la división incolm able de los sexos
(m itificada p o r el an d róg in o platónico y su destino de incom ple-
tud) y se m otiva la angustia del n e u ró tico que p re te n d e ig n o rar
que esa castración que tem e ya la sufrió de e n tra d a y que co n su
d eseo tien e p o co que p e rd e r y tod o p ara g a n a r m ien tras que la
n eu rótica, creyen d o estar fuera del g oce fálico, se lanza a envidiar­
lo y se cie rra el cam in o p ara su p ro p io g o ce que req u iere el falo
p ero sin lim itarse a él, según se verá en el capítulo siguiente, dedi­
cad o al g oce y la sexualidad.
Si en u n ciam os este discurso sobre la distinción d e los g oces es
p orqu e nos p arece esencial p ara un nuevo ab ordaje de la clínica
psicoanalítica en la m edida en que las estructuras clínicas (n eu ro ­
sis, psicosis y perversión) son m odos de posicionarse an te el goce.
Sucintam ente, y com o nuevo adelanto de lo que se verá en deta­
lle en los capítulos correspondientes, hay que hablar de un goce que
se produ ce p or la no instauración (forclusión) del nom bre-del-Pa­
dre, que es un goce no regulado p or el significante y p or la castra­
ción, fuera del lenguaje en tanto que sumisión a las leyes del inter­
cam bio y de las regulaciones recíprocas, fuera de la Ley del deseo,
un goce que no espera ni aspira a recibir del O tro una respuesta a
la falta en ser, goce psicótico, en fin, más acá de la palabra, inundan­
te, invasor, ilimitado. De este — discutido— g oce del ser sabem os no
sólo por la necesidad lógica de concebirlo, sino porque ap arece clí­
nicam ente en esos sujetos cuyo cu erp o es un escenario donde se de­
rram a sin límites la palabra del O tro, sus ondas, vibraciones y rayos
que disponen en él insólitas transform aciones, donde la palabra ope­
ra co m o un real alucinatorio y donde el lenguaje puede llegar, pol­
la vía del delirio, a p o n er u n freno p recario al goce.
Y h ay el g oce posterior a la castración, el g oce fálico, sí, p ero que
no p uede simbolizarse p or m edio de la palabra y sus intercam bios,
donde la castración n o es el cam in o hacia un bien decir, sino una
am enaza que bloquea la insistencia en el deseo y d on d e el g o ce fá­
lico queda secuestrado, reprimido, y se m anifiesta, sim bolizado pero
retenido, en síntom as que recaen sobre el cu erp o (y es la histeria)
o sobre el pensam iento (y es la neurosis obsesivo-compulsiva). (Véa­
se el capítulo 5.)
Hay, adem ás, la salida v olu ntaria del rég im en d e los in tercam ­
bios p or m edio de esa m ercan cía que es la droga y que puede trans­
form arse en u na a-dicción (A-dición, ©-dicción) definitiva; allí el go­
ce del ser es alcan zad o p o r m edio de un co rto circu ito que deja e!
cu erp o a m erced del O tro y de su deseo. (Véase el capítulo 7.)
Hay, p or o tra p arte, el intento de ap od erarse de las palancas del
g oce h aciénd olo p ren d a y presa de un saber a disposición del suje­
to, quien, p or m edio de técnicas corp orales, conseguiría liberarse
de la intolerable castración desplazándola sobre un objeto d egra­
dado y som etido m ediante p rácticas perversas. Sin saber que el fan­
tasma d e sabergozar es a su vez defensa co n tra lo am enazante del
insondable g o ce del O tro. (Véase el cap ítulo 6.)
Y hay, p or fin, después de la intervención del nom bre-del-Padre,
u n g oce que es di-versión de ese g oce originario, regulación del go­
ce p or la castración simbólica, desplazam iento, cam bio de registro,
trad ucción a o tro cód igo, desnaturalización, m etam orfosis irrever­
sible que lleva a transarlo en el m ercad o en el que se discute y se
d ecid e cuál es el quantum de g o ce que puede alcanzarse p or el ca­
m ino del deseo. De este g oce la fuerza de las tradiciones nosológi-
cas nos obligaría a d ecir que es “n o rm a l” con lo que estaríam os ca­
lificando de “an orm ales” a los dem ás. Pero es bien sabido que los
psicoanalistas n o adm itim os hablar en tales térm inos65 au nque sí
pod em os re c u rrir al re tru é ca n o de L acan , n u n ca tan claro co m o
en este co n texto : se trata de la norme tríale, de la n o rm a del m acho.
U n a clín ica del g o ce que regula é ticam en te el acto an alítico y
que distingue los significados psicótico, perverso, adicto, n eu rótico
o apalabrado del g oce en cad a estru ctu ra. U n a clínica que es la ra­
zón de ser de todos estos capítulos y parágrafos, de este largo reco ­
rrid o p or los vericuetos del g oce.

6 . LAS BARRERAS AL GOCE

El goce está prohibido y no solam ente, com o creen los imbéciles (es­
toy quitando las comillas com o lo advierte todo lector avisado), por
un mal arreglo de la sociedad. No es que el O tro n o deja gozar, sino
que el goce le falta también al O tro, que la plenitud no es más que
un fantasma de neu rótico en este tiem po espantosam ente atorm en­
tado p or exigencias idílicas. Lo esencial, el decir mismo de Freud, es
que la relación sexual no existe, que el am o r no es u n a vía recom en ­
dable para paliar el malestar en la cultura, que el deseo, acechado
p or un dios maligno, yerra en la desventura p or los desiertos del go­
ce. “Este dram a n o es el accidente que se cree. Es de esencia: pues el
deseo viene del O tro, y el goce está del lado de la C osa.”U(i
P o r ahí em pezam os nuestro recorrido» p or distinguir al goce de
lo que puede parecérsele pero que son sus contrarios: en p rim er tér­
mino, del placer; en segundo, del deseo. Y ahora venimos a reen con ­
trar a estos viejos conocidos en su carácter de barreras interpuestas
en el cam ino del g oce. Pues el placer, ligazón vital, lubrican te de las
incom odidades, arrasador de las diferencias, es la traba casi natural
que hace de! sujeto un trabado, un S tachado, Al p on er límites al
goce, al p rocu rar en la experiencia paradigmática de la cópula, con
el orgasm o, la detum escencia, el placer es el antídoto del goce.
A esa ley hom eostática, y levantándose sobre ella, se sum a la Ley
del lenguaje, que im pone la ren u n cia a los goces, que desgocifica
al cu erp o y que se significa alred ed o r del Falo con su co rrelato que
es la castración, la que h ace a p arecer al sujeto co m o ca re n te y de
tal m an era instituye el deseo, ese girar incansable p or la superficie
interior del toro alred ed o r de su oscuro objeto. Sí; el deseo apala­
brado!' es una transacción y una defensa que m an tien e al g oce en
su h orizonte de imposibilidad; el deseo ha de plegarse a la Ley gra­
cias a la función del Padre. Q ue el deseo sea el deseo del O tro quie­
re d ecir que está som etido y que ha acep tad o la Ley, que trata de
arreglárselas co m o p uede en el exilio de la Cosa, deslizándose ha­
cia los objetos que lo causan y lo em baucan. Hay que acep tar el des­
pojo inicial, de estru ctu ra, para luego relacionarse con esos objetos
de la pequeña eco n o m ía de pérdidas y ganancias. Decía L a ca n 1’7 en
su sem inario sobre la angustia: “El deseo y la Ley son una sola ba­
rrera que nos obstruye el acceso a la C osa”.
El deseo m arca los cam inos a la pulsión que son cam inos de in­
satisfacción. “P or esta razón la pulsión divide al sujeto y al deseo,
deseo que n o se sostiene sino por la relación que él d escon o ce, de
esta división co n un objeto que lo causa. Tal es la estru ctu ra del fan­
tasm a”: s o @.m
Así, el deseo se descon oce a sí mism o en u n a form ación imagi­
naria, el fantasma, que escenifica la aspiración al g oce y que, en con ­
secuencia, es otra b arrera al g oce. Y ello tanto si el sujeto se limita
a im aginarlo n eu róticam en te y ren u n cia de tal m odo a im ponerlo
en la realidad ( “introversión de la libido”, decía un Freu d jungiza-
dó) co m o si lo actúa de m odo perverso pues en am bos casos term i­
na cayendo en cu en ta de que se trataba de o tra cosa, de que el ob­
jeto está p erd id o tanto en el fantasm a m astu rb atorio co m o en el
intento perverso de dem ostrar que el goce puede ser logrado por
m edio del saber h a ce r co n los cu erp os, el propio y el del partenai-
re. El fantasm a p ro p o n e objetos @ co m o co n d icio n es o co m o ins­
tru m en to s de g oce y estos objetos son un efecto , ya se vio, del Fa­
lo y de la castración que los carg a d e valor fálico negativo. Estos
objetos, co m o lo dem ostraba F reu d en 1 9 1 7e9 en su muy co n ocid o
trabajo sobre las trasm utaciones de las pulsiones (su ap roxim ación
m áxim a a la función y al co n cep to del objeto @ de L a c a n ), están
som etidos a sustituciones y desplazam ientos simbólicos en un siste­
m a de equivalencias co m o el que existe en tre el pene, el hijo-Lumpf,
la caca, el regalo, el dinero y, para la mujer, el varón co m o apéndi­
ce del falo codiciado.
Y los objetos, las cosas de este m u n d o, no son más que pantallas
ofrecidas al fantasm a co m o prom esas de gratificación im aginaria.
De allí tom an su p recio las m ercan cías que la publicidad se e n ca r­
ga de “e n c a re c e r” y reco m en d ar para su con su m o siendo com o es
un a actividad que o p era sin saberlo sobre el objeto @ de L acan , Se
ve co n nitidez que la realid ad y el ab ig arram ien to de los objetos
obran tam bién com o defensas co n tra el g oce. El discurso de Lacan
se ap roxim a aquí al de M arx y el de M arx, al de Freu d. Plusvalía y
plus de g oce, m ercan cía y fetiche, dinero y falo, o ro y caca, exp lo­
tación y ganancias o pérdidas, salario y despojo, g oce del U n o y go­
ce del O tro , co n trato y robo y la propiedad co m o un rob o, valor de
cam bio y valor de uso (¿o de g oce?) son todas referencias que apro­
xim an a la econ om ía política y a esta otra eco n o m ía que es su fun­
d am en to y que es una eco n om ía d e goce. En palabras del e co n o ­
m ista Karl Polanyi: “Hay un p u n to negativo en el que tod os los
etnógrafos m od ern os están de acu erd o : la ausencia del móvil del
ben eficio; la ausencia de! p rincipio de trab ajar p o r la re m u n e ra ­
ción; la ausencia del principio del m en o r esfuerzo; y sobre tod o la
ausencia de toda institución separada y diferenciada, basada en mo­
tivos eco n ó m ico s”70 y en las de N orm an O. Brow n,71 que tam bién
cita a Polanyi: “La categ o ría últim a de la eco n o m ía es el pod er; pe­
ro el p od er no es u n a categ oría e co n ó m ic a ... es, en su esencia, una
categoría psicológica”. En fin, todo el capítulo 15 de este Lifeagainst
Death (título original de la obra que estam os citan d o ) p od ría in­
cluirse en nuestro texto sobre el g oce. P or eso es m ejor cortocircu i-
tarlo y co n vo car a un invitado inopinado, Aldous H uxley,72 que en
Contrapunto (de 19 2 8 ) nos recuerd a:

El instinto de adquirir comporta, a mi ver, más perversiones que el


instinto sexual. Al menos, las gentes me parecen todavía más extra­
ñas en lo referente al dinero que en lo referente a sus amores [...]
Nadie se halla de igual modo (que los atesoradores) incesantemen­
te preocupado por el sexo; me figuro que porque en las cuestiones
sexuales es posible la satisfacción fisiológica, mientras que no existe
en lo referente al dinero. Cuando el cuerpo se halla saciado el espí­
ritu deja de pensar en el alimento o en la mujer. Pero el hambre de
dinero o de posesión es casi puramente una cosa mental. No hay sa­
tisfacción física posible. Nuestros cuerpos obligan, por así decir, al
instinto sexual a conducirse normalmente [...] En lo que respecta
al instinto de adquirir no existe cuerpo regulador, no hay una masa
de carne bien sólida que haya que sacar de los rieles del hábito fisio­
lógico. La más ligera tendencia hacia la perversión se pone inmedia­
tamente de manifiesto. Pero la palabra perversión acaso no tenga
sentido en este contexto. Porque la perversión implica la existencia
de una norma, de la cual se aparta. ¿Cuál es la verdadera norma del
instinto de adquisición?

L a econom ía, la actividad de producción y de consum o, encuen­


tra su razón más allá del principio del placer. El psicoanálisis cuestio­
na tanto la econom ía política clásica co m o su revestimiento marxista.
El núm ero, la contabilidad, la acum ulación recon ocen su fundam en­
to en la castración y en la investidura del dinero com o @/-qp.
U n caso p articu lar que hubiera p od id o alen tar la reflexión de
H uxley es el de d o n ju á n , que clasifica a las m ujeres según la geo­
grafía (p o r países) y las contabiliza de m o d o que sus desvelos de
conq u istador no apuntan al objeto sino al catálogo que lleva su sir­
viente d on d e se inscribe el registro de sus logros. Se trata en su ca­
so de rebasar ese límite que la relación con el cu erp o im p on e a la
sexualidad. En el catálogo, en la colección de fotografías de “sus”
m ujeres que p u ed e llevar un n eu rótico creyendo haberlas “poseí­
d o ”, en el h e ch o de p asar el sexo a la contabilidad, se en cu e n tra
u n a m an era especial de en fren tar al p lacer co m o b arrera al g oce y
de sosten er la im agen tu rgen te del falo más allá de su d ecad en te
destino. Ni qué decir de la angustia de castración que sostiene y que
quiere desm entir este coleccionista singular que es d o n ju á n .
Los objetos, los fetiches, las m ercan cías constituyen a la realidad
q ue tiene la m ism a sustancia que el fantasm a, que sirven co m o él
p ara en cu b rir lo real, co m o pantallas que p on en a distancia d e la
Cosa vedada p or la Ley. Esa Ley que no p rohíbe sino que im pone
el deseo y el deseo en vano: esforzarse, ro m p erse tras el objeto que,
p o r otra parte, no es más que en gañ o, ap ariencia, sem blante. Escu­
rridizo.
F ren te a esa imposibilidad y a lo d ecep cio n an te de las cosas, se
alza un fantasm a particular, un m od o especial de im aginarizar un
g o ce del cual el sujeto se pudiese ap od erar y e jercer dom inio y po­
sesión, el fantasm a de llegar al g oce p or m edio del saber, de la ar­
ticulación de significantes que perm itirían la apropiación de lo real
y una dicción que con firm e al sujeto que está en posesión de la ver­
dad. El fantasm a de un sabergozar que fundam enta y em p arien ta
los discursos del am o, de la cien cia y de la perversión. Este saber
ten d ría que ceg a r el pozo incolm able que co n d en a a la relación se­
xual co m o imposible porq u e el Falo es un significante sin par que
o rd en a posiciones asim étricas y goces no conciliables en tre el hom ­
bre y la m u jer (que, precisam en te p or eso, p o r no h ab er O tro sig­
nificante, el propio de ella, no existe).
En resum en, que el goce está defendido; la Cosa está rod eada de
alam bres de púas, círculos de fuego co m o el que protege a B run-
hilda, vallas electrificad as, m u ros de B erlín , que la h acen objeto
em in ente del deseo precisam en te p or el halo de imposibilidad que
la circu n d a. La Ley y el orden simbólico p o r una parte; p or o tra, el con-
junto fantasmático de las funciones imaginarias, saber y realidad inclui­
dos, y, finalm ente, el deseo mismo constituyen un conjunto de defen­
sas que el g o ce e n cu e n tra más allá de la p rim era d efensa, “casi
natu ral”, que es el placer. E n este co n texto la sexualidad, función vin­
culada tanto al deseo co m o al placer, regulada p or la Ley, es tam ­
bién ceb o ofrecido y a la vez b arrera al goce.
Con tantos obstáculos, debiendo atravesarse tantas capas co n cén ­
tricas de la cebolla para alcanzar el núcleo del g oce, la vacuola ce n ­
tral de la Cosa, es fácil co n ceb ir que sea inalcanzable. Tal vez, en
tanto que el Falo es el significante del goce co m o imposible, quepa
decir que la b arrera erigida en el cam ino del g o ce es la castración y
así es co m o ap arece en el vector horizontal superior, el de la en u n ­
ciación (el d é la cad en a incon scien te), en el grafó del deseo com en ­
tado p oco tiem po ha. Del goce a la castración y, pasando p or la castra­
ción, al deseo que aspira a re cu p e ra r el goce rechazad o p or la vía
engañosa del sem blante. El sem blante de la articulación discursiva
inventa un m u nd o que no es sino flor de retórica, ju e g o m entiroso
de m etáforas y m etonim ias, de procesos prim arios y secundarios. El
goce es del cu erp o (el O tro ), p ero no es alcanzable sino pasando
p or los desfiladeros del lenguaje (tam bién el O tr o ) ... que lo trans­
form an de m od o irreversible y lo hacen irreco n ocib le.

I,a Cosa es eso que de lo rea], un rea! que todavía no tenemos que
limitar, lo real en su totalidad, tanto el real que es propio del sujeto
com o el real con el que tiene que vérselas como siéndole exterior
eso que, de lo real primordial, diríamos, padece del significante.73

Es claro que en este punto la distinción en tre e x te rio r e in terior


no es p ertin en te pues tal distinción es, precisam ente, u n efecto de
ese significante que h ace p ad ecer y que tach a a la Cosa, que saca al
ser del agujero central del toro y propulsa al hablante a d ar vueltas
en torn o de sil alma, la de! toro. La Cosa n o sabe de ad en tro y afue­
ra ; el que está afuera, despatriado, es el sujeto en relación con su
origen, fuera del g oce del ser.
Y, sin em bargo, co m o ya he citado, algo de la Cosa, de lo real pri­
m ordial, conserva sus efectos hasta en la estru ctu ración discursiva.
Pero el pasaje de la Cosa al discurso no es ni fácil ni d irecto. E n tre
am bos, en tre g o ce y deseo, está la angustia que será objeto del últi­
m o parágrafo de este ya largo capítulo.
L a bisagra de articulación del goce del ser y el goce fálico es el in­
consciente. Puede vérselo en su doble función: prim ero, la de per­
m itir que el g oce sea posible y, segundo, la de con d en arlo a ser im­
posible al obligarlo a acep tar la Ley que o rd en a su conversión de lo
real a lo simbólico y que induce efectos imaginarios. Debe apalabrar­
se y vivir en el sem blante, en las fronteras de lo real. Del inconscien­
te n o cab e h acer ni el panegírico ni la denigración. Según el cristal
co n el que se lo m ire le caben el uno y la otra. M ejor es d ecir que
ahí es, con la difícil tarea de articular al O tro que es el cu erp o una
vez que ha sido som etido a la castración simbólica p ero dentro del
cual quedan enclaves activos que resisten a la n orm alización y al
O tro del lenguaje, el ed u cad o r aliado de la realidad a través del Yo.
Un inconsciente que, así, 110 es ni el Ello de las exigencias pulsiona­
les ni el Yo de los m ecanism os de defensa. Este tem a será abordado
de m od o más preciso en el capítulo 4: “D escifram iento del g o ce ”.
Ju n to a estas consideraciones acerca de las barreras al g oce es im­
p ortan te ag regar eso que no es b arrera al goce, el nombre-del-Padre
aun cu an d o pudiese pensarse que lo es. Ese significante h ace posi­
ble al g oce p o r m ed io de la trad u cción , de la ubicación del signifi­
can te falo en el lugar de gozne que p erm ite al g oce subjetivarse.
Hay que distinguir aquí al p adre real y su función del significante
que lo representa en el sujeto, el nombre-del-Padre o, com o vimos, re-
presentante-del-Falo (que no tiene n o m b re). L a función del nom -
bre-del-Padre74 es la de con ju gar a la Ley (ella sí obstáculo) con el
deseo. Esta con sideración no “patriarcalista” del Pad re, m erced a
cuyo n om bre ni el hom bre ni la m ujer quedan adheridos al servi­
cio sexual de la m adre, lleva a entender, quitando lo im aginario, a
los com plejos de castración y de Edipo. L a castración misma pier­
de su aspecto sospechosam ente am enazante y om inoso para pasar
a ser exactam en te lo co n trario , una función de habilitación para el
g oce, la con d ición de una relativa y p recaria inm unidad co n tra ese
m aligno g oce del O tro que deja al sujeto fu era de lo sim bólico. Esa
función de pasaje es, co m o ya dijimos, posibilitada p or el incons­
ciente en cargad o de transportar el g oce del cuerpo a la palabra. No
es un secreto que está estru ctu rad o co m o un lenguaje. T am p oco el
lenguaje es b arre ra al g oce. Al co n tra rio , es el ap arejo del g o ce , 5
el que p resen ta y rep resen ta a este g o ce cuya falta h aría vano al
universo. L o que q u ed a más allá del princip io del p la ce r está sos­
tenid o sobre el len gu aje;76 si algo del lenguaje es b a rre ra co n tra
el g o ce es el h e ch o de que, al hablar, se p ro d u cen efectos de sen­
tido, de com p ren sión, de soldadura de lo sim bólico co n lo imagi­
nario, de recíp ro cas con firm aciones narcisísticas e n tre los interlo­
cu tores que son, muy a las claras, trabas opuestas al g oce que se
p rod u cen p or efecto del blablablá. P u ed en rastrearse aquí las dis­
tintas funciones del aparato psíquico freudiano, de las diversas tó­
picas de esa m áquina m etabólica del g o ce que Freu d inventó.
El gocefálico se inscribe en la articulación de lo real, de lo que res­
ta de la Cosa u n a vez que se ha desplazado al deseo, y lo sim bólico,
lo que p u ed e co m p o n erse p o r m edio del apalabram iento del goce
ord en ad o p or el significante. E n tre un O tro y el otro donde el su­
je to ha de inscribirse.
El goce del ser tiene otra inscripción, es inefable, está fuera de lo
simbólico, en una atribución im aginaria que h acem os inventándo­
lo com o si fuera g oce del O tro, de un O tro devastador que, p or la
falta de inscripción del nom bre-del-Padre (forclu sió n ), reap arece
en lo real. Q ueda entendido que no es el O tro el que goza, que só­
lo hay goce de uno que goza atribuyendo un g oce al O tro que lo to­
m aría a él co m o su objeto.77
E n esta agrupación de los registros de dos en dos, propuesta p or
Lacan , queda un terce r espacio de superposición, el de lo imagina­
rio intrincándose co n lo sim bólico p ero sin alcanzar lo real, que es
el nivel del sentido; gracias al sentido se constituyen los objetos de
la realidad, el consenso com p artid o, el acu erd o garantizado p or la
palabra, la ideología; el g o ce queda excluido de él y es defendido
por todas las instancias señaladas en los párrafos anteriores. El sen­
tido sirve al re co n o cim ien to del m u n d o del cual el artífice es en
nuesUos tiem pos el com u n icad or, el Gran O tro de los mass media,
el que em p alm a las rep resen tacio n es desde atrás del televisor, el
que uniform a en el planeta los m odos de m a n te n e r el g oce a dis­
tancia y configura los yoes que se recon o cen recíp ro cam en te en un
ideal co m ú n , es decir, que se masifican desgocificándose según la
fórm ula freudiana d e 1921.78
L acan inscribió estas relaciones en su n u d o b o rro m e o cu an d o
p ro n u n ció su te rce ra co n feren cia en R om a,79 de m o d o que, sien­
do cad a uno de los aros de cu erd a la rep resentación de u n o de los
registros, queda un área de triple superposición de lo real, lo sim­
bólico y lo im aginario en d on d e se ubica el objeto @ que conserva
ese triple estatu to, esa triple p erten e n cia . Se ven en el n udo tres
áreas de doble superposición que excluyen uno de los tres registros:
g o ce del O tro (sin sim bólico), goce fálico (sin im aginario) y cam ­
p o del sentido (sin r e a l... y sin g o c e ).

R etorn an d o sobre algo ya visto en el p arágrafo anterior, vale la


p ena recalcar' que en esta escritura de su nudo L acan escribe al go­
ce fálico co n las iniciales J qp, es decir, usa la phi m inúscula que re­
mite al significante im aginario, al falo co m o sem blante y no al Fa­
lo con mayúsculas, significante del g oce que, habilitando la función
del nom bre-del-Padre, co n d en a las puertas del goce del ser. Vale la
p ena re te n e r esta distinción.
C reo que no fuerzo la co n cep ció n de L acan , aun cu an d o trans­
g red a lo que exp lícitam ente d ice en esa co n feren cia, si p rop on go:
1) que la ciencia, esa actividad que se p ro p o n e ap ro p iarse de lo
real p or m ed io de lo sim bólico, es h om olog a al g o ce fálico en tan­
to que repu d ia todo im agin ario y tam p o co qu iere saber n ad a del
g o ce del O tro , del O tro sexo (en eso se ap ro xim a a la perversión
tal co m o se verá en el cap ítulo co rresp o n d ien te), 2) que la ideolo­
gía, com o área de acu erd o en to rn o de la realidad, o cu p a el te rre ­
no del sentido en tanto que tiene h o rro r a lo real, y que, 3) la reli­
gión, consagrada al goce del gran O tro, inefable, m ística, se ubica
en la intersección de lo real y !o im aginario. En ton ces el psicoaná­
lisis, saber sobre esta estructura, saber b o rro m eo , en cu en tra su lu­
gar en to rn o del objeto fugitivo incluso para el saber — objeto
del que no podría h ab er ciencia— que se localiza a un tiem po en
los tres registros y m arca la n ecesaria incom pletud que afecta a to­
dos ios intentos de d ecir una verdad plena, de lograr ese Saber Ab­
soluto co n el que sueña el am o.

7. LA “CAUSACIÓN DEL. SUJETO” O MÁS ALLÁ DE LA ANGUSTIA

Al c e rra r este capítulo elijo darle una estru ctu ra cíclica, franckiana
(m ú s.), y volver al com ienzo retorn an d o a la célula originaria: “El
sujeto es y está llam ado a ser”. D icho de otra m an era, el sujeto no
crece en las m acetas, no es un p ro d u cto natural, es “repuesta de lo
real”. Para que exista es necesario que alguien lo llam e (en el do­
ble sentido, de cali y de ñame [him or her\). C on la invocación del
O tro el significante en tra en lo real y p ro d u ce al sujeto co m o efec­
to de significación, a m o d o de respuesta. Así lo en ten d ió L acan a
todo lo largo de su enseñanza.80 La carne deviene cu erp o y ese cu er­
po es de alguien, cu erp o sexuado, som etido a la Ley, desgocificado,
lenguajero.
“En el p rincipio era el g o c e ”, pero el g oce no era p orq u e sólo
existe después de haberlo perdido. L a Cosa es lo real, p ero sólo en
tanto que m ortificado p or el lenguaje. Para Freu d en el principio
era lo que se llama, mal se llama, “Yo-realidad (in icial)”.81 Mal, por­
que la trad u cció n c o rre c ta de Real-Ich sería Yo real, m ien tras que
“realid ad ” sería, según los casos y los m om en tos de la escritura freu-
diana, Realitáto Wirklichkeit. En la cita a n terio r h e puesto en tre pa­
réntesis la palabra iniáal porque ella es un adjetivo que califica al
Yo real (significando que ese yo real está desde un p rim er m o m en ­
to) y 110 form a p arte del sustantivo en la m edida en que no se opo­
n e a un segundo y supuesto “Yo-realidad definitivo”, fórm ula que
ap arece en una nota co m p lem en taria a la Standard Edition, que es
de Jam es Strachey y no de Freu d. Freud jamás opuso dos form as di­
ferentes del “Yo-realidad". Es cierto qire habló d e él de dos m an e­
ras diferentes en dos m o m en to s separados de su reflexión y eso es
lo que ha dado pie al e rro r de los com entaristas. E n efecto, pode­
m os oh.señar q u e define p or p rim era vez un Real-Ich en su artículo
de 1911 a ce rca de los dos p rincipios del su ced er psíquico82 y, en
ese texto , el sin tagm a Yo-real tiene el sentido de un yo que re c o ­
n o c e el p rin cip io de realidad co m o guía tutelar. Es ése, p or con si­
g u ien te, un ''yo-realidad". L a p ropuesta de 1 9 1 5 83 es u n a inversión
total; n o es un ag regad o d e o tro Yo-real “in icial” y d iferen te del
“definitivo”, el m ism o del artícu lo d e 1 9 1 1 , q u e te n d ría que d ejar
el paso, en tre el “m o m en to in icial” y el “m o m e n to definitivo”, a
un interm ediario que sería el Lust-Ich,e\ Yo-placer. L a expresión “Yo-
realidad definitivo" es ulterior, no figura en el artículo sobre las pul­
siones y los destinos pulsionales. A p arece una ú n ica vez en la obra
de Freu d, en el artículo de 1925 en torn o de la d en egació n 84 y allí
está incluido en una clara relación de oposición con el “Yo-placer
inicial”.
P ara dejar claro y p ara resu m ir este pu n to insistiré en que en
las obras de F reu d hay tres o p o sicio n es d e dos térm in os, n u n ca
u n a puesta en relación o rd en ad a y sucesiva de tres: a] en el artí­
culo sobre los dos principios de 1911 se trata de dos m odos de fun­
cio n am ien to del yo ( Lust-Ich y Real Ich) que están en fu n ción de
los principios del p lacer y de la realidad con una an teriorid ad cro ­
n oló gica del p rim ero (lo que resulta más cla ro cu an d o se trad u ­
ce Lust co m o “g o c e ” y n o co m o “p la c e r” siguiendo la distinción
lacan ian a en tre am bos que deriva de la elab o ració n freu d ian a del
dualism o pulsional de los añ os veinte; en este caso valoram os la
p rim acía del yo del g o ce sobre el yo de la re a lid a d ); en esa p rim e­
ra distinción f'reudiana hay, pues, yo-piacer (go ce del ser) y yo-rea-
lidad ( “p or la ligazón con los restos de p alab ra”); b] en el artícu ­
lo d ed icad o a las pulsiones en la Metapsicologia de 1 9 1 5 S5 la oposi­
ción es la misma pero la relación es exactam en te la inversa porque
lo que es originario es el Yo-real y el Yo-placer se d esarrolla a p ar­
tir de él; el sujeto n ace co m o Yo real, sum ergido en lo real; secu n ­
d ariam en te va surgiendo en él un yo regulado p or el principio del
p la cer y, finalm en te, c] en el breve ensayo sobre la d en eg ació n de
1 9 2 4 s6 se re to m a la o p o sició n en los térm in o s p rim ero s, ios de
1911, en tre un Yo-placer originario y un Yo-realidad definitivo. Só­
lo la n o ta d e S trach ey da pie p ara p en sar en un a co n sid e ra ció n
f'reudiana de tres m o m en to s diferentes. El Vocabulario1 de Laplan-
ch e y Pontalis con tribu ye a la confusión p or cu a n to , después de
re c o n o c e r que en el texto de 1925 F reu d no reto m a la exp resión
de “yo-realidad in icial” que había usado en 1915, estab lecen que
“E l ‘yo-realidad definitivo’ co rresp o n d ería a un tercer tie m p o ”. [El
d estacad o es m ío.]
Esta confusión causó estragos hasta en el más autorizado de los
lectores que Freud pudo imaginar, L acan m ism o, quien en su Se­
m inario EncoréRR le rep ro ch a a Freud haberse equivocado al postu­
lar un Lust-Ich co m o an terio r al Real-Ich. Lacan salta aquí p or enci­
m a de b ], de la form u lación de 1915, co in cid en te en todo co n su
propia idea.
C reo que hay que atenerse a ese escrito de 1915: en el principio
era el yo-real, un ser-ahí ( dasein), botado en el desam paro. Luego po­
drá teorizarse acerca clel yo-placer y el yo-realidad, integrado a la rea­
lidad, en el m undo convencional del sentido, en la intersección de
lo imaginario y lo simbólico, efecto de la acción de la m etáfora pa­
terna. El yo integrado a la realidad, el del narcisism o llam ado por
Freud “secundario”, no es sino la continuación y una simple modifi­
cación del Lust-Ich, del Yo-placer que ha aprendido p o r la experien­
cia que es “conveniente” aceptar lo existente aunque sea desagrada­
ble y con trario al principio del placer. El yo de la realidad, el de 1911
que retorn a en 1925 co n la carga del adjetivo “definitivo”, no está
“más allá del principio del p lacer”. Su principio n o es de goce com o
el del Yo-real del texto de 1915, el que odia a! O tro antes que la rea­
lidad le im ponga la conveniencia de am arlo. Se podrá de este m odo
conservar las tres articulaciones freudianas, la de 1915, p or una par­
te, y las dos de 1911 y 1924, p or !a otra, distinguiendo al yo-real del
yo de la realidad, es decir, del fantasma, pues la realidad ( Wirklichkdí)
n o es o tra cosa que un fantasma que p on e al g oce a distancia, que
protege de él.
Son muy contadas las oportunidades en que L acan acudió al sin­
tagm a “sujeto del goce”.su C onsidero que sólo p uede hablarse de “su­
je to del g o c e ” en relación con el yo-real, a n terio r a lo sim bólico, su­
m ergid o en el m u n d o del O tro ; éste es el sujeto h u n d id o en el
“g oce del ser”.
Para L acan este sujeto del goce no existe sino co m o un m ito n e­
cesario pues “d e n in g u n a m an era es posible aislarlo co m o suje­
to ”.90 L a idea de un sujeto del g o ce a n te rio r a la in terv en ció n del
significante, d e un p u ro real, es co rrelativ a del o tro e n te m ítico
q ue L acan va a re scatar del texto de Freu d , el de la Cosa. Pues si
el sujeto surge del llam ado que h ace el O tro , ¿qué hay ahí antes
p ara que la invocación subjetivante resuen e? ¿Cuál es ese real que
ha de resp o n d er? De un lado está el d eseo in vocan te, el del O tro .
Del o tro lado está el g o ce, el del ser. De un lado la p alab ra ap ela­
d ora, del o tro , el grito pelad o. De la in tersecció n e n tre am b os ha­
brá de surgir el sujeto del significante, sujeto del deseo. L acan tie­
n e u n a escritu ra p ara este sujeto del g o c e aun cu a n d o n o lo
llam ase así; es S, letra ese sin tach ad u ra que ap a re ce en el esquema
L, definido en los Escritos co m o el sujeto “en su inefable y estúpi­
da e x isten cia”.91
Ese “grito p elad o ” resuena en el O tro y algo viene de allí co m o
respuesta. El grito se h ace significante del sujeto y m uestra el cam i­
no: la m áquina gozante sólo puede subvenir a sus necesidades im­
plicándose en otra dim ensión, la lenguajera. El goce lleva a ex-sistir.
El presu jeto S del g o ce se co n fro n ta co n un O tro de la o m n ip o ­
tencia, absoluto, sin tach a, que se p resen ta y luego se rep re se n ta ­
rá co m o M adre. En este esquem a ten em os la figu ración del g oce
p rim ario, el de la Cosa o del ser. Podem os rep resen tarlo co m o dos
círculos ajenos en tre sí:
El Sujeto m ítico y sin tacha debe inscribir su g oce haciéndose oír
p or el O tro, transform ándose en lo que en treg a, en su grito deses­
p erad o, ap arecien d o en el cam po del O tro co m o @ , co m o objeto
que escapa a la función del significante, co m o cu erp o que se ofre­
ce a la m irada, co m o voz sollozante para el oíd o, co m o b oca que
clam a p or el pecho. Es allí d on d e en cu en tra que no hay tal om ni­
poten cia del O tro, que el O tro está igualm ente som etido a la cas­
tración, que no está com p leto sino que es deseante y que su deseo
ap arece para él co m o un enigm a sin respuesta posible. En este se­
gundo m o m en to en co n tram os al sujeto en tran d o en el cam p o del
O tro y haciéndose rep resen tar allí co m o objeto que colm a la falta
de ese O tro. Es el m om en to de la alienación o el m o m en to de la
angustia, de la desposesión total p ara servir a un O tro voraz e insa­
ciable. En este punto el g oce se h ace terrorífico; es el de las fanta­
sías fragm entado ras y siniestras, el de la con fron tación en el lugar
del objeto con una falta que es colm ada en el O tro p o r el n iñ o mis­
mo que viene a llenarla.
Escap and o del g o ce del ser se cae en la angustia, anticipo y co ­
rrelato de la alienación. El sujeto aspiraría a e n co n trarse satisfecho
en la satisfacción que o fren d aría al O tro. Es la posición n eu rótica
infantil de base que impulsa al infansa som eterse a la dem anda alie­
nante del O tro librándose así de la carga de la vida. Pero la aliena­
ción consiste p recisam en te en que no es esto lo que se logra;

La alienación tiene una cara patente, que no es que nosotros seamos


el Otro, o que los otros (como se dice) nos acojan desfigurándonos o
deformándonos. Lo propio de la alienación no es que seamos reco­
gidos, representados en el otro; ella se funda esencialmente, por el
contrario, en el rechazo del Otro en tanto que este Otro ha venido
a ocupar el lugar de esta interrogación del ser [,..] Quiera el Cielo,
pues, que la alienación consista en que nos hallemos cómodos en el
lugar del Otro.92

Mas el C ielo así no lo q u iere y p o r ello hay que su d ar la gota


g ord a, hay que esforzarse y c o r r e r atrás de lo que p u d iera subsa­
n ar la división del sujeto que se p ro d u ce co m o co n se cu e n cia de
ser rech azad o del O tro , de la im posición de u n a sep aración con
relació n a ese O tro cuya esen cia es la falta. H a h abido que atrave­
sar p o r la angustia y la alien ación para deven ir d eseo, a ce p ta r la
inelu ctab le castración y re c o n o ce rs e co m o sujeto p artid o p o r el
significante y, p o r lo tanto, sujeto sep arad o del objeto del fantas­
m a. Separarse del O tro sin ren u n ciar a él, dejan d o u n a p ren d a en
sus m anos, el objeto h ab ien d o salvado la vida a costa de h ab er
p erd id o la bolsa en respuesta a su in tim ación im p eriosa “¡la bol­
sa o la v id a!”. Se h a dejado en sus m an os la bolsa, el g o ce , y se ha
recu p e ra d o u n a vida m o ch ad a en lo esencial. De aquí en más la
relación co n el g o ce no se h a rá desde S, sino, pasando p o r des­
de S. Se vivirá en el fantasm a.
L a o p eración en este punto p uede representarse con los clásicos
círculos eulerianos. El ser del sujeto ha debido pasar p or las redes
del significante, p or el O tro . La alienación tropieza co n el deseo y
con el rechazo del O tro. Ese ( ) l i o está tachado p or una falta [S (A ) ]
y esa falta no es llenada p or el sujeto que se o frece a ello. L a p re­
gunta p or su deseo, el del O tro, queda abierta, es enigm a y, a la vez,
clave de la existencia. El sujeto no e n cu en tra que su propio senti­
do se colm e p len am ente en el O tro y se separa de él. Se sustrae a la
intim ación que revela la incom pletud del O tro y se plantea lo que
al O tro le faltaría si él se negase a reco n o cerlo com o O tro; así es co­
m o el sujeto recu p era su ser. L a relación en tre el Sujeto y el O tro
no puede ser de inclusión p ero tam p oco de exclusión co m o lo era
en el punto de partida, el de los dos círcu los aislados. Hay u n a zo­
n a de intersección en d on d e la falta de U n o se su p erp on e co n la
falta de O tro ; es el área co rresp o n d ien te al objeto @ que deja las
dos tachaduras, la de S y la de A:
¿Q ué de la en señ an za de L acan es lo que acab am os de (re )e -
lab orar? C o n testem o s ráp id am en te: la relació n d e oposición y de
pasaje del g oce al deseo. L acan se o cu p ó de esta cuestión en tre
1 9 6 3 y 1 964, en sus sem inarios X , La angustia, y X I, Los cuatro con­
ceptos fundamentales del psicoanálisis, y en su artícu lo “Posición del
in c o n s c ie n te ”.93 L o hizo de dos m an eras sucesivas y d iferen tes
que, co m o los círcu lo s eu lerian os, p arecen obligar a elegir a cos­
ta de lina p érd id a. L a exp osición en el sem inario de la angustia,
cro n o ló g icam en te la p rim era, se co n d en sa en to rn o de un esque­
m a llam ad o de la división subjetiva; en ese “c u a d ro ” la palabra “di­
visión” alude, sí, a la tach ad u ra del sujeto, p ero en él lo esencia!
consiste en la ad o p ció n del m o d elo m atem á tico d e la división:
¿Cuántas veces S en A? Es el p rim er m o m en to , el del goce. El “cu a­
d ro ” m uestra que el sujeto sólo p u ed e e n tra r en A p ara inscribir
su g o ce co m o @ p ero , co m o resultado de esta o p eració n se p ro ­
du ce un co cie n te que es la tach ad u ra del O tro (A ); es el segundo
m om en to , el de la angustia y esto da paso a un 'tercer m o m en to de
la división, @ dividido S, el sujeto, después de p asar p o r la posi­
ción de objeto @ p ara el O tro, se p ro d u ce co m o un sujeto ta ch a ­
do ( $ ) , sujeto del deseo in con scien te. E n tre el Sujeto y el O tro “el
inconsciente es el co rte en a c to ”.94 Q ueda así un residuo de la o pe­
ración : jS. Es h ora de inscribir la división. (Véase p. 116. )
Este m odelo aritmético de la división no satisfizo a Lacan, que nun­
ca dio las razones de su desinterés ulterior p or esta form ulación que
no pasó a los Escritos ni volvió a ser retom ad a en el Sem inario. Fue
sustituida al ano siguiente p or la referencia lógica a la disyunción, las
A S goce

@ A angustia

S deseo

dos formas, vely aut, de nuestra conjunción ‘o ’ y por la referencia t i ­


pológica figurada con los círculos eulerianos. De la “división subjeti­
va”95 se ha pasado a “la causación del sujeto”96 por el doble proceso
de inclusión-exclusión, reunión-intersección o alienación-separación.
A L acan en ese m om en to le interesa la causa, el objeto @ co m o cau­
sa material que o pera en el psicoanálisis a partir de la incidencia del
significante. De allí que proponga ese neologism o, si no es que bar-
barismo, de “causación”97 del sujeto cuando tan cóm od o hubiese re­
sultado p ro p o n er el sintagm a “producción del sujeto”.
P ero 110 es el interés arqu eológico sino el clínico el que m e lle­
vó a re c o rd a r este m o m en to fugaz de la enseñanza de Lacan , en el
sem inario dedicado a la angustia, aquel afecto, el único, que n o en­
gaña y que ap arece, co m o lo m uestra la pesadilla, en el m om en to
de la ap roxim ación al g oce. Si el sueño está orien tad o p or el deseo
que debe cum plir y p o r el d orm ir que debe p roteger m ediante una
serie de distracciones (¿p o r qué n o trad u cir tam bién así la Entste-
llu n gque o peran los procesos prim arios?), la angustia es ese punto
de anulación subjetiva, de afánisis, en el cual el sujeto d esaparece
en la con fron tación co n lo insondable de la falta en el O tro, de la
castración en ten d id a co m o castración del O tro , de la M adre, p ara
n om b rarla”98 “... donde se revela la naturaleza del falo. El sujeto se
divide aquí, nos dice Freu d co n resp ecto a la realidad, viendo a la
vez abrirse en ella el abismo co n tra el cual se am urallará con una
fobia, y p or o tra parte recu b rién d olo con esa superficie d on d e eri­
girá el fetiche, es d ecir la existencia del pene [m aterno] co m o m an­
tenida, aunque desplazada.”
El sujeto se desvanece ante el goce del O tro, ese goce que se pre­
senta de múltiples m aneras: con las fauces abiertas del m onstruo vo­
raz de la pesadilla, con las formas de un destino devastador e inescru­
table, con el ruido siniestro de un grito que nos envuelve: el grito de
la naturaleza que resuena en nosotros igual que en el cu ad ro de
M unch, ese grito que no escuchan los personajes que dan la espalda
a la b oca que prefiere el alarido y siguen por su cam ino, co n el sem­
blante del goce que el n eurótico, en su im aginario, atribuye a la viu­
da negra y a la mantis religiosa, con ese inefable g o ce fem enino que
se ubica “más allá del falo” y más allá del sentido. Ese inolvidable go­
ce del O u o co n d en a a la relación sexual a no existir. P o r esto nos ve­
mos lanzados a tratar la relación siempre equívoca en tre el goce y la
sexualidad. Será el tem a de nuestro siguiente capítulo.
La angustia tiene, p or lo tanto, una función de interm ed iación
e n tre el g o ce y el d eseo, en tre el S y el S, en tre el sujeto n o n ato ,
abolido, del p rim ero, y el sujeto escindido del segundo. U n a posi­
ción de pasaje de g o ce a deseo que se d eclara clín icam en te co m o
angustia en el n eu rótico y en el perverso. E n tre la falta de la falta,
p ropia del g o ce psicótico (escalón su perior del cu ad ro de la divi­
sión subjetiva), y el apalabram iento de la falta que define al sujeto
d eseante, m eta final del tratam ien to analítico. La angustia n o de­
p en d e de la falta, al co n trario , la angustia surge cu an d o el objeto
del deseo se h ace presente y co n tra ella es que el sujeto re cu rre a
los baluartes de la fobia y del fetiche que acabam os de record ar.
En am bos casos, en la n eu rosis y en la perversión , el sujeto se
identifica con lo que él es para el O tro, se p on e co m o objeto listo
a satisfacer su d em an d a en la neurosis o actú a co m o instrum ento
destinado a preservar su g oce (el del O tro ) en la perversión. Y los
dos acabarían tropezando, era la posición de Freu d, co n lo intole­
rable de la falta que los obliga a re tro ce d e r en su deseo. L acan en
este pu n to difiere del fu n d ad or del análisis y h ace de la castración
no un fantasm a tenebroso, co m o sucede en el n eu rótico , o inacep­
table, co m o pasa en la perversión, n o un pun to de d eten ció n y ro­
ca viva co n la que tropieza el análisis, sino un punto de partida. P re­
cisam ente porque el objeto lo es de una falta “lo que habría que e n ­
señarle a d ar al n eu ró tico es esa cosa que él no im agina, es nada, es
ju stam en te su angustia”,99 en iugar de estar ofreciéndose él mismo,
co m o objeto, para satisfacer lo que el O tro quiera d em andarle, su­
poniendo que así, b u en am en te, p od rá sob ornar a ese O tro.
El sujeto se equivoca al su p o n er que lo que el O tro quiere es su
castración, que es la castración de él (o ella) lo que le falta al O tro,
y d escon oce que la castración simbólica es la que se le impuso al en­
trar en el universo lenguajero. En lugar de plantearse ante el O tro
co m o deseante se da a sí mism o co m o ofrecid o, se figura en su fan­
tasma que es un perverso que p od rá o fre ce r sus “cositas” p ara que
el O tro g oce y esté co n ten to y lo am e, para ten er un lugar estable
en él. C ed e su deseo, se p ro teg e de él co m o si fuese un peligro, se
especializa en asegurar su “yoicidad”, su en cu b rim iento de la falta
que lo habita; es, ni más ni m enos, un yo fu erte, en cu b rid or de la
castración. De esta posición paradigm ática de la neurosis es que La­
can extrae sus aforism os sobre el am o r que m arcan al sem inario de
la angustia co n uazos inolvidables: el am o r consiste en d ar lo que
no se tiene y el am o r es lo único que p uede h a ce r que el g oce co n ­
descienda al d e se o .10CM01
Se ap recia aquí la p osición d iferen te de L a ca n co n resp ecto a
Freud. El p adre no es p rohibidor ni tem ible ni rival ni gozante. Es
un n om bre-del-Padre, puro significante del F alo, que p on e a dis­
tancia del Deseo-de la-Madre y que m arca con la castración (-cp) los
objetos del deseo que devienen así significantes de la falta y quedan
investidos de valor fálico. L a falta n o es tem ible; al co n tra rio , la
aceptación de la propia im agen co m o caren te es lo que perm ite que
el cu erp o del O tro se U 'ansform e en objeto causa de deseo; es el fac­
tor que prohíbe y que tacha, co n una culpabilidad que 110 es psico­
lógica sino estructural, el au toerotism o; es, p or fin, lo que canaliza
esa “transfusión de la libido del cu erp o hacia el ob jeto”.102
L a o p ció n p ara el sujeto es clara: e n tre el g o ce y el d eseo, una
de dos: o la angustia p o r la falta de la falta ( “n o es la nostalgia de
lo que llam an el seno m atern o lo que e n g e n d ra la angustia sino
su inm in en cia, tod o lo que nos an u n cia algo que p erm ite e n tre ­
ver que se volverá a é l”) 103 o el am o r que es d ar la falta, la castra­
ción, el (-cp), lo ú n ico que p od rá p erm itir la co n d e sce n d e n cia de
uno al otro . L a exp erien cia del análisis se ju e g a ín teg ram en te, p or
m ed io de la palabra, en tre estas dos pasarelas que llevan de! g oce
al d eseo: an gu stia y am or. A travesan d o la angu stia, m ás allá del
fantasm a, hacia el a m o r ... co n su ca rá c te r fatal.

REFERENCIAS

I N. A. Braunstein, “Lingúistería (Lacan yel lenguaje)", Ellenguajey elinconsdentejreu-


diano, México, Siglo XXI, 1982, pp. 161-236. La cita es de p. 172.
-J. Lacan [1960], S. Vil, p. 248.
3J , A. Miller, Seminario réponses du réel, inédito mimeografiado, 1983-1984.
4 D. Rabinovich, Sexualidad y significante, Buenos Aires, Manantial, 1986, p. 47.
5 Lacan [1960], S. VII, pp. 243-256.
0 Freud [1915], vol. XIV, 118.
7 Lacan [1960], S. VII, PP. 247-248.
8 Idem, ibidem p. 250.
9 Lacan [1960], S. VII, p. 251.
10 Freud [1915], vol. XIV, pp. 113-134.
II Lacan [1964], S. XI, p. 163.
13 N. A. Braunstein, "Las pulsiones y la muerte”, La re-JIexión de los conceptos de Freud en
la obra de Lacan, México, Siglo XXI, 1983, pp. 11-80. La cita es de p. 47.
13 Lacan [1954-1955], I.eSéminaire. lia reII. Le moi..., París, Seuil, 1978.
14 Freud [1915], vol. XTV, p. 129.
15 Lacan [1960], S. VII, p. 239.
16 Freud, [1915], vol. XIV, p. 133.
17 Freud [1926], vol. XIX, pp. 253-258.
1BLacan [ 1953], É„(Ixican) pp. 381-400y (Hyppolite) pp. 879-888; en español, I, (La­
can) pp. 366-383 y II, (Hyppolite) pp. 859-866.
19 Freud [1930], vol. XXI, p. 117.
20 Lacan [1958], “Remarque sur le rapport de Daniel Lagache”, Écrits, París, Seuil,
1966, p. 659; en español, II, p. 638.
21 Freud [1911], “Formulaciones sobre los dos principios del suceder psíquico”, vol.
XII, p. 223.
22 Freud [1915], vol. XIV, pp. 129-130.
23 Lacan [1964], S. XI, p. 167.
24 Lacan [1970], A. É„ pp. 393403.
25 N. A. Braunstein, "Lingüistería (Lacan yel lenguaje)”, op. dt., p. 213.
~fi Cf. N. A. Braunstein, “Freud desleído", Freudiano y lacaniano, op. dt., pp. 133-150.
27 H. KohuL l<a restauración del sí-mismo, Barcelona, Paidós, 1980. L. Rangell, “The ob-
ject in psychoanalytic therapy”,/ o f theAm. Psa. Ass., 33, 301, 1985.
2BM. Gilí y I. Z. Hoffman, Analysis ofTransference, Internat, University Press, 1982, dos
volúmenes.
29 Lacan [1973], S. XX, pp. 26-27.
30 Lacan [1974], S. XX, p. 89.
91 Lacan, “Le mythe original du névrosé...” Omimr?, (17/18), 1979, pp. 289-307. [In­
tervenarmes y textos, Buenos Aires, Manantial, 1985, pp, 37-59.]
32 Lacan [1960], S. Vil, p. 142.
33 F. Nietzsche [1873], “La verdad y la mentira en el sentido extramoral”, Obras Com­
pletas, Buenos Aires, Aguilar, 1947, vol. I, pp, 395-408.
34 N. A. Braunstein, "El concepto de semblante en Lacan”, Por el camino de Freud, of>.
cit., pp. 121-152.
35 lacan [1973], S. XX, p. 33.
3fi l/nd., p. 44.
37 Lacan, S. IX, 23 de mayo de 1962.
38J. Granon-Lafont, La lopologit urdinnaire de ¡arques Lacan, París, Point Hors-Ligne,
1985, pp. 45-67.
M Lacan [1964], S. XI, p. 163.
40 Lacan [1960], S. VII, p. 133.
41 Cf. N. A. Braunstein, “El Falo como S. O. S. (símbolo, objeto, semblante)”. Por el
camino de Freud, op. cit., pp. 112-120.
45J. Derrida, “Lefacteurde lávente”, Poétique, (21), París, 1975. En español en La tar­
jeta postal. De Sócrates a Freud y más allá, México, Siglo XXI, 2001, pp. 387-485.
43 L. Irigaray, Spe.ndum, de l ’autreJemme, París, Minuit, 1974.
44 L. Irígaray, Ce sexe <¡ui n ’<mest pos un, París, Minuit, 197].
46 C. Soler, Ce que Lacan disait desfemmes, París, Editions du Champ I acanien, 2003.
4' D. Luepnitz, “Beyond tlie Phattus", Cambridge Companion to Izaran, Cambridge
(UK), Cambridge University Press, 2003, pp. 221-237
47J. Derrida, op. át., p. 403.
48 Cf. E. Porge, Les noms du pere chezJacques Locan, Ramonville, Eres, 1997. M. Tort. En
una perspectiva crítica. Fin du dogme palemd, París, Aubier, 2005.
49 En 1998, cuatro años después de la aparición de la primera edición francesa, tra­
ducción de la primera en español de Goce, Patrick Valas publicó i.es dimensions de lajmiis-
sance, Eres, Ramonville. Esa obra está llena de préstamos tomados a mi libro sin ninguna
cita de él y ninguna alusión a las fuentes de los hallazgos del autor. En las páginas 78-80
discute con esta posición que aquí expongo sobre la distinción del goce prelenguajero
del ser y el goce del Otro, postlenguajero. No tengo inconveniente en debatir el punto
pero —me pregunto— ¿no valdría la pena incluir la referencia del autor y de la obra cor!
la que difiere? Lo mismo es válido para el ensayo de Marc-Léopold Levy, Critique de lajouis-
sance comme une, Eres, Ramonville, 2005. Al señalar estas flagrantes y sospechosas omisio­
nes quiero dejar constancia de mi reconocimiento a todos los autores que sí reconocen
—tanto a favor como en contra— la existencia de las primeras ediciones de este libro.
50 Lacan [1960], É., p. 823; en español, II, 803.
51 Iikni, É., p. 821; en español, II, 801.
■',2 Idem, ibidem, p. 817; en español, p. 797.
Lacan [1954], £., p. 383; en español, I, p. 368.

’ 4J.-A. Miller, Seminario L ’extimité, 1986. Inédito.
55 Lacan, S. XVTII, clase del 16 de junio de 1971.
Br>Lacan [1958], É., p, 557; en español, II, p. 539.
57 C. Soler, “Abords du Nom-clu-Pére”, Qiiarto, Bruselas, (8), 1982, p. 61.
sa lacan, op. át.
59 Lacan [1960], É„ p. 822; en español, IE, p. 802.
60 Id., É„ p. 852; en español, p. 831.
M|.-D. Nasio, “La forclusión y el nombre del Padre”, Im reflexión de los conceptos de Freud
en la obra de Locan, op. cit., p, 312.
ra Lacan [1958], É., p. 557; en español, II, p. 539.
6S Lacan [1960], ibid., p. 826y II, p. 806, respectivamente. La expresión de Lacan
no es afortunada. ¿Quién puede — psicoanalíticamente— hablar de “normal” y “anor­
mal”. Si todos somos habientes, ¿para qué la distinción que está cargada ideológica­
mente por el discurso normativo?
64 Ibid., p. 827 y II, p. 807 respectivamente.
Br>Lacan, “Court entretien á la R.T.B.", Quarto, Bruselas, {22), .1985, p. 31.66 Lacan
[1964], É , p. 853; en español, II, p. 832.
157Lacan, S. X, clase del 19 de diciembre de 1962, Inédito.
Uíl Lacan [1964], É., p. 853; en español, II, p. 832.
69 Freud [1917], vol. XVI!, pp. 113-119.
711K. Polanyi, h i gran transformación. México, Fondo ele Cultura Económica, 2003, p. 91.
71 N. O. Brown, Eros y Táñalos, México, Mortiz, 1967, p. 293.
72 A. Huxley, Contrapunto, Barcelona, Seix Barral, 1983, p, 302.
73 Lacan [1960], S, Vil, p. 142,
7-1 E. Porge, Les noms-du-Pere chezfacques Locan. Pbnctuatioris et problématique, Ramorivi-
He, F.rés, 1997,
75 Lacan [ 1974], S. XX, p. 52.
7fl Idem, ibidetn, p. 49
77 Ph. Julien, L'étrangejouissancr. duprochain. Etfnqueelpsychanalyse. París, Senil, 1995.
78 Freud [1921], vol' XVIÍI. p. 110.
70 Lacan, “I.a troisieme". Lettrés de l'EcókFreudunrie, París, (16), 1975, pp. 177-203; en
español, Actas delaEscueta Freudiano de París, Barcelona, Petrel. 1980.
80 Lacan [1956], S. M , pp. 210-211, S. X, clase del 9 de enero de 1963, “L’Étourdil”,
A. £., p. 459, donde se lee: “Es el sujeto quien, como electo de significación, es respues­
ta de lo real ”,
81 Freud [1915], vol. XIV, p. 130.
8Í Freud [1911], “Formulaciones sobre los dos principios del suceder psíquico", ve>1.
XII, pp. 223-231.
85 Freud [1915], vol. XIV, p. 129. El comentario de Strachey aparece en una nota al
pie de esa página.
8,1 Freud [ 1925], vol. XIX, pp. 255-256.
S:i Freud [1915], vol. XIV, p. 129, ofi. cit.
80 Freud [1925], vol, XIX, “La denegación”, op. ál.
87J, Laplanche y |,-B. Pontalis, Vocabulaire de la psychanalyse, París, PUF, 1967. artículo
Moi-plaisir - Moi-réalité, p. 258.
88 I-acan 974, S. XX, p. 52.
89 Por ejemplo, en tres ocasiones én el Seminario X “La angustia”, clase del 13 de
marzo de 1963, y en los sem inarios del 29 de ei lero y 14 de mayo de 1969. En la obra es­
crita en “Presentación de las memorias de un neurópata", AüttesEcrils, París, Séuil, 2001,
p. 215, Debo a Alfonso Herrera esta valiosa precisión.
90 Lacan, S. X, clase del 13 de marzo de 1963.
95 Lacan [1955], É„ p. 53y [1958] p. 557; en español, I, p. 47 y U, pp. 530-531 respec­
tivamente.
92 Lacan, S. XA', clase del 11 de enero de 1967.
93 Lacan [1960], £., p. 829; en español, II, p. 808.
94 Ibid.
93 Lacan, S. X, clase del 13 de marzo de 1963.
96 Lacan [1960-1964], /£., p. 841-842 “Position de l’inconscient”; en español, II, p. 821.
97 Curiosamente este neologismo falta en el índice 789 néologisjnes deJacques La­
can, París, EPEL, 2002. Que sean, pues, 790. El Liitré reconoce “causativo” pero no
“causación”.
98 Lacan [1965], E., p. 877; en español, II, 856.
99 Lacan, S. X, clase del 5 de diciembre de 1962.
100 La expresión "el amor es dar lo que no se tiene” es contrariamente a lo que pien­
san ciertos autores, por ejemplo, Jean Allouch; una constante en la enseñanza de Lacan.
Se la lee en muchos seminarios (V, VIII, X, XI, XII, XIII. XVII y X X I1). El agregado “...a
quien no lo quiere", aparece una sola vez. En el Seminario XXII (clase del 11 de marzo
de 1975) se dice que la fórmula define “el amor de las mujeres, en tanto que una por
una ellas ex-sisten".
1(11 Cf. la última frase de este libro, p. 338.
192 Lacan [1960], É., p. 822; en español, II, p. 801.
103 Lacan, S. X, clase del 5 de diciembre de 1962.
1 . LOS EQUÍVOCOS DE LA SEXUALIDAD

M uchos puntos de partida posibles co m p iten en tre sí y m e dejan


perplejo en e! m o m en to de co m en zar a escribir sobre este tem a, ri­
co co m o es en m alentendidos. Hay que elegir, hay que equivocar­
se, hay que perder.
P odría co m en zar p or rem o n tarm e a la m itología, o a la cro n o lo ­
gía de las elaboracion es de Freud, o a las m odificaciones impuestas
en el dicho de Freud por la recu p eración de su d ecir en la enseñan­
za de L acan o reg resar a puntos elaborados en el capítulo anterior,
o tom ar alguna referen cia literaria, filoso-filosófica o cin em atográ­
fica. Hay que apostar y u a ta r de en tretejer estos com ienzos posibles.
Escojo así un breve epígrafe de L acan que nos sum erge en nuestro
asunto:

Que el acto genital en efecto tenga que encontrar su lugar en ¡a ar­


ticulación inconsciente de¡ deseo, he ahí el descubrimiento del aná­
lisis. ..'

que puede com p letarse co n este otro:

Si el reconocimiento de la posición sexual del sujeto no está ligada


al aparato simbólico, el análisis, el freudismo, no tienen sino que de­
saparecer pues no quieren decir absolutamente nada. El sujeto en­
cuentra su lugar en un aparato simbólico preformado que instaura
la ley en la sexualidad. Y esta ley sólo permite al sujeto que realice
su sexualidad en el plano simbólico. Es eso lo que quiere decir eí
Edipo, y si el análisis no supiese eso, no habría descubierto absolu­
tamente nada.2

Todos podem os constatar que cu an d o, hace un siglo, al abordar


este tem a en 1 905, debía Freud co m en zar p or dem ostrar que, con­
trariam en te a la opinión popular y al saber de la ép oca, la sexuali­
dad estaba presente m u ch o más allá del cam po restringido en don­
de se la en cerrab a, esto es, en el adulto y en torno de la cópula y la
función de la rep rod u cción , hoy, en un nuevo siglo, nos vem os obli­
gados a un m ovim iento inverso, a restringir y cuestionar la ideolo­
gía que ve a la sexualidad y sus símbolos anegando todas las tierras.
En nuestros tiempos, afirm ar el sentido sexual de una manifestación
subjetiva es form ular una obviedad que a nadie sorprende (ni pue­
de interesar). Es un efecto paradójico del éxito del psicoanálisis que
ha m arcado a la m od ern idad co n sus tesis p rovocando de tal m odo
un nuevo cierre del inconsciente. La m ísdca de la represión ha sido
sustituida p or una nueva mística, de la liberación y la actu ación de
los impulsos ah o ra, ya, que sostiene la m ism a a n te rio r represión.
PLies, y ésa es la utilidad de los dos epígrafes, no se trata de la mitifi-
cación de u n a tend en cia natural a la satisfacción en ten d id a co m o
“g o c e ” sino de dem ostrar los m odos en que “el ap arato sim bólico”
es el organizador de la sexualidad de hom bres y mujeres, de habien­
tes, para usar el térm ino que n o prejuzga. Es tam bién, ese rico apa­
rato lenguajero, el que puede esgrim irse para m an ten er a la sexua­
lidad bajo la féru la de ideologías peri midas.
Es una cuestión quizá más fácil de en ten d er que de articular' de
m od o com prensible p orq u e hay que sostener a la vez dos tesis con ­
tradictorias en apariencia. Freud m ism o n o fue ajeno a la dificul­
tad que puede ap reciarse en el p árrafo final del p rólogo de 1 9 2 0 a
sus Tres ensayos de teoría sexual3 d on de sostiene que la m ayor fuente
de resistencias al psicoanálisis p ro ced e de su “insistencia en la im­
p ortan cia de la vida sexual p ara todas las actividades hum an as” [el
destacado es m ío] a la vez que califica co m o “disparatado re p ro ch e ”
al pansexualism o atribuido al psicoanálisis.
Con lo que hem os avanzado en los dos capítulos anteriores pode­
mos levantar la dificultad de esta afirm ación y negación simultáneas.
Se trata, no del pansexualismo de la teoría sino del falocentrism o que
habría evidenciado la clínica psicoanalítica, y que indicaría que todo
el cam po del lenguaje y p or lo tanto de la cultura está m arcado por
esta función de la castración, límite del goce, condición del goce ac­
cesible a los habientes, navaja que corta y separa a los goces del ser,
del significante y del O tro así com o a los goces de los hom bres y de
las mujeres. Allí la sexualidad no es la musa ni el principio explicativo pues­
to enjuego por el análisis sino el efecto, la co n secu en cia de un posicio-
n am iento exigido a todos los usuarios de la palabra co n relación a
la castración, regu lad ora de los intercam bios, con d ición del discur­
so co m o vínculo social. Q ueda la cuestión de saber si el psicoanáli­
sis puede ser el cam in o para pensar y para llegar “más allá de la cas­
tra ció n ” en nuevas y distintas circunstancias históricas, cu an d o los
discursos tradicionalistas han sido de h ech o rebasados p or otras for­
m aciones discursivas qtie im pugnan las soluciones universales y plan­
tean, de acu erd o con la letra y el espíritu del descubrim iento freu­
diano, la consideración individual de los casos.
Para decirlo de otra m anera, el objeto del psicoanálisis, el objeto
que es causa del deseo y plus de goce, @ , es ciertam ente ©-sexual, pe­
ro no p or ello su instauración es independiente de la Ley que tiene
co m o significante al Falo representado por el nom bre-del-Padre. El
falocentrism o histórico y teórico es el fundam ento del orden patriar­
cal. ¿Necesidad estructural y universal para las sociedades humanas
o racionalización de una form a de la dom inación? Tal es el tem a de
m uchos y apasionantes debates contem poráneos que cuestionan a la
vez que vivifican con sus desafíos el discurso del psicoanalista.
¿Pansexualism o de la teoría? C iertam en te n o , p ero sí referen cia
fálica en tanto que el falo es el fu n d am en to del o rd en sim bólico,
un significante, “el significante destinado a designar en su conjun­
to los efectos d e significado, en tanto que el significante los condi­
ciona p o r su presencia d e significante”,4 la bisagra de Ja conjunción
del logos co n el deseo, la razón decisiva p ara que el incon scien te sea
e stru cU ira d o co m o u n lenguaje. L a acusación e n to r n o del p re su n ­
to pansexualism o del psicoanálisis n o d ebe provocar un exceso en
la defensa que lleve a d esco n o cer el rol p ro m in en te de esta Bedeu-
tung, de esta significación o referen cia según se prefiera traducir el
co n cep to de Frege.
El p rim er p roblem a que azota al pensador, psicoanalista o no,
que se a ce rca a la cuestión de la sexualidad es el de distinguir lo
que es del ord en de la biología (del organism o) y lo que es del o r­
den del psicoanálisis (del sujeto) separando, en cad a uno de ellos,
lo que co rresp on d e a las rep resen tacion es ideológicas que invaden
el te rre n o , cam p o privilegiado de todas las distorsiones, desde el
d escon ocim iento, la represión y la hipocresía hasta el exhibicionis­
m o de la presunta superación de prejuicios. F eren czis com enzaba
su “teoría de la genitalidad” asentando de m o d o aüevido: “Fue ta­
rea de los psicoanalistas el rescatar los problem as de la sexualidad
del gabinete ponzoñoso de la cien cia, en d on d e estuvieron en ce ­
rrad o s d u ran te siglos". E n verdad p o co habían e n ce rra d o esos si­
glos, y la obra de Freu d más que rescatar lo que hizo fue llam ar la
aten ción sobre u na zo n a de ig n o ra n cia d estacan d o co m o rasgo
esencial de su trabajo “su deliberada ind ep en d en cia respecto de la
investigación biológica”6 y, si en 1905 insistía en “el ca rá cte r funda­
m ental del quim ism o sexu al”, en 1920 retiraba calladam ente el pá­
rrafo que prom ovía esta hipótesis naturalista.'
Es la indistinción de lo biológico y lo psicoanalítico la que lleva
a p ensar a la sexualidad p o r analogía co n la pulsión de nutrición,
con el ham bre, d en tro del m odelo de la necesidad y la satisfacción
que le es esen cialm en te inadecuado o, m ejor d ich o, que sirve tan
sólo para m arcar las diferencias pues la sexualidad es lo que el ape­
tito no e s ... a m en os que se sexualice, se h u m an ice, se dirija al pe­
ch o antes que o en lugar de la leche. Freu d no siem pre fue claro al
respecto pues su prim era teoría de las pulsiones se basaba en la clá­
sica distinción de las dos grandes necesidades, la de la conservación,
propia del individuo, y la de la rep ro d u cción , p ropia de la especie,
que sería la que se exp resaría a través de la pulsión sexual con su
en ergía específica, la libido. H oy tendría m enos oportunidades de
confundirse; hoy, cu an d o la rep ro d u cció n no es algo que la espe­
cie n ecesita sino lo que la am enaza (p rob lem a de la sobrepobla-
ción, dicen) y cu an d o la función rep ro d u cto ra puede cum plirse in
vilro o de m u ch os otros m odos, sin pulsiones que entu rb ien la fina­
lidad; hoy, cu and o presenciam os día a día los prom isorios y tem i­
bles progresos en la aplicación de la ingen iería genética; hoy, cu an ­
do, p or otra p arte, han estallado todos los m arcos que p retendían
en ch alecar a la sexualidad co m o fuente de p lacer y cu an d o refulge
más que n u n ca la cuestión de su relación co n el g oce, tanto p or lo
que abre cam in o co m o p or lo que le h ace de pantalla en cu b rid ora
y de defensa según dejam os establecido en el apartado sexto del ca­
pítulo an terior; hoy, cu an d o el psicoanálisis recib e las im pugnacio­
nes que p ro ced en de los partidarios de nuevas vías p ara la sexuali­
dad (fem inism o (s) y queer theory) en prim er lugar.
E n este punto cabe den u n ciar el oscurantism o al que el psicoa­
nálisis ha abierto paso, a p esar de F reu d , en co n tra de L acan , en
cuanto a la confusión en tre la “satisfacción sexu al”, el orgasm o y el
logro de la “salud m en tal”, la genitalidad exitosa y la co h o rte de n o­
ciones relacionadas: la felicidad, la m adurez, la com p letu d , etc. A
su vez, este con ju n to de justificaciones norm ativizantes y de ideales
retapizados tom aban co m o m odelo el ham bre saciada, la reducción
de las tensiones, la descarga de la excitación y el vaciam iento semi­
nal co m o análogo a la rep leción estom acal. Se hacía y en m uchos
casos y lugares se sigue h aciend o de !a cópula, de la con ju n ción se­
xual (preferiblem ente lulero-) un ideal que sería aco rd e co n !a as­
piración unitiva de Eros, el cam ino hacia la felicidad cu an d o no ha­
cia la revolución social (R e ich ), la posibilidad de cum plir lo que
sería un sueño universal de retorn o a la unidad originaria, al claus­
tro m atern o. Vaya un ejem plo ilustre:

Llegué a la conclusión de qué el ser humano busca permanentemen­


te, desde su nacimiento, eí restablecimiento de la situación intrau­
terina y que se aferra a este deseo en forma mágica y alueinatoria
t ...] el coito permite el retorno real aunque sólo parcial al útero ma­
terno.8

Se su ceden las form u laciones de teorías p sicoan alíticas cen tra­


das en el paradigm a del orgasm o m asculino y de “investigaciones”
supuestam ente fisiológicas, que buscan y p eriód icam en te afirm an
que consiguen e n co n tra r un equivalente “objetivo” (y m asculino)
del orgasm o p ara la mujer, eyaculaciones, co n traccio n es pélvicas,
paroxism os centellográficos o ch ap oteos neuronales.
L a difusión de un cierto saber psicoanalí tico elevado a la catego­
ría de evangelio del goce llega incluso a m odificar la actitud subje­
tiva an te la cóp u la. Así, L acan observa en su sem in ario del 2 7 de
abril de 1 9 6 6 9 que si antiguam ente el p oeta podía d ecir “animalpost
coitum triste' a lo que alguien supo agregar “excep to la m ujer y el ga­
llo”, hoy en día los hom bres ya no se sienten tristes p orqu e han te*
nido un orgasm o co n fo rm e a la regla psicoanalítica, m ientras que
las m ujeres, que antes estaban co n ten tas p orq u e la tristeza era de
sus partenaires, ahora sí están tristes p orq u e no saben si han gozado
o no de la buena m anera. M ientras el gallo sigue ca n ta n d o ... y las
m ujeres se despiertan de los sueños de la profu nd a psicología.
Es verdad que hay una relación en tre el orgasm o (que puede ob­
tenerse p or m edio de la cópula pero no n ecesariam en te a través de
ella co m o lo con firm an la m astu rb ación , los sueños eróticos y las
em isiones sem inales en situaciones de angustia) y el g oce. P ero esa
relación n o es de identidad ni de perfección ni de recu p eración de
alguna m ítica unidad originaria. No constituye, en sí, una m eta pa­
ra p ro p o n er a nadie y m enos desde una perspectiva que se procla­
m e freudiana.
L e p ro p o n g o al lecto r que haga una p ru eb a, que h u rgu e en los
índices analíticos de las Obras Completas de F reu d buscando el ar­
tículo “o rgasm o ”. Es probable que se sorprenda al co m p ro b ar que
los dedos de las m anos le sobran para co n tar las referencias, que una
sola vez aparece esta palabra en los Tres ensayos de teoría sexual10 y eso
para d ecir que el lactante que m am a con fruición alcanza una reac­
ción m uscular que es “una suerte de o rgasm o ”. Jamás escribió nada
el fundador del psicoanálisis que avalara la actual m itología sexoló-
gica sobre la función saludable del orgasm o. Q ue revise el lector esas
pocas referencias y la sorpresa se m ezclará con la risa al leer que una
de ellas relacion a el orgasm o con la rabia de las niñas después de re­
cibir un enem a. En cuan to a su fenom enología, Freud com paraba
al orgasm o con los m odelos p oco recom endables del ataque, ora epi­
léptico o ra histérico. N unca habló de “satisfacción genital total” y, si
Freu d tiene algo que d ecir al respecto, es algo muy personal: “Yo sé
que el m áxim o de placer de la unión sexual no es sino un placer de
órgano que dep en de de la actividad de los genitales”.11
No son muchas más las referencias que encontram os cuando bus­
cam os el artículo “satisfacción sexual” pero sí resulta claro que, para
F reu d , ésta no es idéntica al orgasm o. Puede incluso d ecir que “el
amor, el am o r sexual, nos ha p rocurad o la exp eriencia más intensa
de sensación placentera avasalladora, dándonos así el arquetipo pa­
ra nuestra aspiración a la dicha”12 para, a renglón seguido, desacon­
sejar ese cam ino a quien aspire a la felicidad, cosa que han h ech o
“con la mayor vehem encia los sabios de todos los tiempos" (id., p. 9 9 ).
Lacan es, pues, rigurosamente freudiano al cuestionar la religión go-
sexual de nuestros ya largos días de “revolución sexu al” co m o se la
¡lam a no sin cierta co m icid ad involuntaria. En su form ulación más
e xtrem a pudo llegar a d ecir q u e 13 “el gran secreto del psicoanáli­
sis es que n o hay a cto sexu al”, exp licánd ose así que en nuestro pri­
m er epígrafe se refiera al “acto genital” que es lo que n o tiene nin­
g una p rim acía sino que d ebe b u scar y e n co n tra r el m o d o de
aco m o d arse en el ap arato len g u ajero “en la articu lació n in con s­
cien te del d eseo ”. Es ella, p recisam en te, la que co n d en a al acto a
esa insatisfacción esencial que es, desde Freu d , consustancial a la
pulsión sexual m ism a. Y d e ahí q ue, después de m u ch o d eb atir
a ce rca d e sí había o n o acto sexual, acabase p o r em id r Lacan una
sen ten cia lapidaria: sí, lo hay, p ero n o hay acto sexual que n o sea
acto fallido. Así su ced e porque no hay, en tre el h o m b re y la mujer,
relación sexual, p ro po rció n sexual, reap o rte sexual, corresp on d en ­
cia o arm o n ía que los p redestinen p ara con ju garse, para reunirse
bajo el m ism o yugo.
Así, el acto sexual constituye un m alen ten d ido co n respecto al
goce (hasta cab ría la p regunta: who framed the sexual act? ) . El orgas­
m o n o es, del g oce, otra cosa que el pun to final, el m o m en to de la
abolición de toda d em an d a en el cual el deseo no es cum plido ni
satisfecho sino en gañ ad o por la prim a del m áxim o placer, fugaz y
fugitivo, d en unciado por los com entaristas m ás lúcidos de nuestro
tiempo que hablan de “la novela can ón ica del orgasm o”,14 una n e o
m itología que tiene co m o uno de sus efectos mayores el de p reten ­
der asimilar el g oce fem en in o al m od elo m asculino y b o rra r las di­
ferencias en tre los sexos al unlversalizar el g oce p en ian o co m o
paradigm a de la satisfacción sexual que n o existe. D esm entida del
goce fem enino co m o O tró goce que es, según la tesis de nuestro ca­
pítulo 6, la esencia de la perversión; la creen cia de que no hay otro
goce más que el fálico.
El g o ce, lo sabem os, está prohib ido — a los dos sexos— p orq u e
to d o sujeto es un súbdito de la Ley, d e su sig n ifican te, del Falo
o b lite ra d o r d e la Cosa y rep resen ta d o p o r el n om b re-d el-P ad re
que ab re el cam in o a la articu lació n de las d em an d as que ciern en
al indecible e inalcanzable objeto del d eseo. Es co m o sujeto de la
castración que cad a uno en tra en el a cto sexual. El ó rg a n o que re­
p resen ta al falo en lo im aginario, p en e o clítoris, está allí co m o in­
d icad or de u n a caren cia co n relación al g o ce , p ro m etid o a una su­
p uesta e im p red ecib le fu n ció n re p ro d u c to ra que es asubjetiva
(p ara la m u jer no hay rep resen tació n de la fecu n d ació n ; de ella
p od rá en terarse un tiem p o después, y del h om b re ni h ab lem o s).
C om o seres del lenguaje estam os som etidos a la lim itación en el
g o ce sexual, que es el final de la e re c ció n , la d e tu m escen cia, de
u n a m a n e ra d iferen te en el h o m b re y en la mujer. En el h om b re
el orgasm o rep resen ta el p u n to de an u lació n de toda d em an d a,
m ien tras que en las m ujeres, con frecu en cia, la d em an d a subsis­
te, n o se ag o ta en la eyaculación del o tro sino que q ueda un sal­
do irresu elto que m otiva su encare, su an h elo de algo más.
En el paroxism o del placer se disuelve toda relación con un obje­
to cualquiera. El funcionam iento hom eostático del organism o hace
allí de m ecanism o de detención del goce; n o se trata de la función
de un sujeto sino de su instantánea disolución, de su reducción al ca­
ch o de carne fláccida que queda co m o saldo del acto. El final de la
cópula deja un saldo de castración. Es así que la cópula llega a ser el
sitio privilegiado de la insatisfacción de los integrantes de la pareja.
I ,a anulación de la erección es exp erim entada co m o una pérdida de
m odo diferente para el hom bre que la padece que para la m ujer que
ha dejado esa función en m anos de su partenaxre. En este sentido, el
psicoanálisis se coloca en contra de toda mística de la sexualidad co­
m o fuente de un conocim iento superior, de una transustanciación,
de un vislumbre de vidas ultra terrenas. Se trata, sí, de un desvaneci­
m iento del ser del sujeto identificado con su apéndice fálico, de un
dejar de gozar que, p or eso, es una “pequeña m u erte”.
El saldo del acto sexu al es el de la se p a ra ció n , del d e sg a rra ­
m ien to, y esto resp ecto del cu e rp o del o tro al que se ha ab razado
y a h o ra se escu rre, resp ecto del hijo que p o d ría en g en d rarse, res­
p ecto del ó rgan o de la cóp u la que se sep ara tanto de la m u jer co ­
m o del h o m b re p o r la d etu m escen cia y resp ecto de la p ropia sa­
tisfacción que se h a revelado en su d esvan ecim iento, en la sepa­
ració n del sujeto co n resp ecto a sí m ism o. Lejos de tod a re cu p e ­
ració n de unidad no hay ni re e n cu e n tro del varón co n la m adre
ni re e n cu e n tro de la niña co n el p en e. El g o ce se ha revelado co ­
m o u tó p ico, som etid o a la castración . P o r eso es que L acan p od rá
usar los adjetivos m ás gru esos de su vocabu lario co n tra estas co n ­
cep cio n es (re)u n itivas que le p arecerán im béciles y abyectas, y lle­
g ará a calificar de d eliran te la idea (freu d ian a) que asim ila la c ó ­
pula co n la ten d en cia de las células y de los organ ism os a juntarse
v a co n stitu ir conjuntos de com p lejidad y o rgan ización crecien tes.
Sin em bargo, porque la relación sexual no existe, porque la co n ­
junción no es sino una ilusión, es que la sexualidad existe en la rea­
lidad. Es, justam ente, un efecto de la falla y de la falta; la sexuali­
dad (hu m an a, claro está) es “fáltica”, gira en torn o de este objeto
tercero que se escapa en el en cu en tro sexual, en torno del plus de
goce. En torn o del objeto que se constituye co m o perdido, p or ejem ­
plo, cu and o F reu d im agina a su niño, el que él creó co m o objeto
teórico , d iciend o: “Lástim a que no pueda b esarm e a m í m ism o”,
co rte con respecto a sí mismo que “lo llevará más tard e a buscar en
otra persona la p arte co rresp o n d ien te”.15
La división prim ordial, la que p on e en m arch a a la sexualidad
en su sentido psicoanalítico es la división del sujeto con relación al
goce inducida p or la castración y es ésta la que lleva al desprendi­
m iento del objeto ( @ ) , suplencia del goce que falta. El objeto se ha­
ce eró tico en la m edida en que viene al lugar de la p arte faltan te al
sujeto en la im agen d esead a.16 Es p recisam en te p or ser separable
que “el falo está predestinado a dar cu erp o al g o ce en la dialéctica
del d eseo ” (id.) y p or allí es que se p ro d u ce la transfusión de la li­
bido del cu erp o hacia el objeto, hacia esa “p arte co rre sp o n d ie n te ”
(en el cu erp o del o tro ) de la que hablaba Freud.
El rebajam iento de la sublime dignidad que el misticismo (anti­
guo y oriental o m o d ern o y o ccid en tal) atribuye al acto sexual no
co n d u ce al psicoanálisis p or el cam in o regresivo de la p recon iza­
ción de un retorn o al autoerotism o y a un g oce idiota, siem pre al
alcan ce de la m ano, ni, p o r o tro lado, a lo que sería la inversa y la
recíp ro ca de esta regresión, la exaltación de valores ascéticos y de
ren u n cia al g o ce del cu erp o en función d e que tal g oce estaría li­
m itado p or el placer.
El psicoanálisis está en otra parte. No es una técnica del cu erp o
com o bobam ente le objetaba H eidegger a L acan (según lo relata La­
can y según se desprende de alguna enuevista h ech a al filósofo en la
que afirma que las consecuencias filosóficas del psicoanálisis son in­
sostenibles porque biologizan la esencia del h om bre) y tam poco es
u n a ideología espiritualizante que ensalza a la sublimación. Es en es­
te sentido que el psicoanálisis es una ética que se manifiesta en una
técn ica lenguajera cen trad a en torno de esa articulación del deseo
inconsciente que define los m odos con que cada uno se a cerca o se
aleja del acto genital, afirm ando cada uno su diferencia, su peculia­
ridad, retoñ o del deseo, en su aproxim ación al goce.
Esto, sin que se deje d e co m p ro b ar una y o tra ve* en la clín ica el
efecto de la culpabilidad que es in h eren te a las prácticas m asturba­
torias. L a culpa no d ep en de de sanciones o códigos exterio res ni
tam p oco de la ridicula am enaza de que “si te lo tocas te lo c o rto ”,
sino de la resignación del ó rgan o al cu m p lim ien to d e su función
de in tercam b io pasando p or la subjetivación de la falta que es lo
que co n ced e al g oce su valor. Valor de g o ce que co rresp on d e al ór­
gano y que se desvaloriza co m o significación p ara un sujeto en tan­
to que disponibilidad p erm an en te de u n a satisfacción que no deja
huellas, que saca a la pulsión de su función m em orab le e historiza-
d o ra ligada al n om bre propio y al registro sim bólico. Es aún perti­
nen te — puede que m ás que n u n ca— la ya clásica crítica de M arcu-
se1' a la “desublim ación represiva” o frecid a g en ero sam en te a los
consum idores de sexo real y virtual.
La falta, lo que Freud enseñó a llam ar “castración ”, es el funda­
m ento del ord en sexual. Es una falta en la im agen o, m ejor dicho y
com o lo evidencia el m ito de N arciso, el h ech o de que el sujeto está
separado de su imagen y que, entre él y él mismo, opera una prohi­
bición. Narciso vivirá feliz si, y sólo si, n o se encu en tra consigo mis­
mo. La superficie del espejo indica la presencia de ese O tro infran­
queable que lo separa de sí mismo: es uno de los sentidos implícitos
en la tachadura de la S, $, que es en Lacan el materna del sujeto. El
trazo vertical está hecho de un cristal azogado que introduce la falla
y m arca la ausencia de relación entre uno y uno mismo percibido co­
m o otro. El que aparece en el reflejo especular es un objeto prohibi­
do, el que u no es en la m irada del O tro, el que recib e un nom bre
“propio” que es el significante cuyo significado es el goce perdido. Es
el prim er m andam iento a! que se somete el habiente: “No gozarás de
ti mismo; te debes". La penalidad es dura y se llama psicosis.
Se trata — repetim os— de esta función de la castración simbóli­
ca que hace pasar del g o ce al deseo y abre la posibilidad de o tro go­
ce am on edado p or la Ley del deseo, un goce más allá de la falta en
ser. Hay que adm itir la falta, lo que n o se tiene, para o fren d ar eso
que no se tiene en el am or, allí donde el goce se valoriza, llega a ser
un valor que se transfiere al cu erp o del partenaire.
D escartad o el espejism o del g o ce total que realizaría a la p er­
sona en el e n cu e n tro co n o tro cu erp o y acep tad o que el orgasm o
“n o es sino un p lacer de ó rgan o que d ep en d e d e los g en itales"18
o u n a desviación de esos labios que n o p u ed en besarse a sí mis­
m os, “una con cesión m astu rb atoria”, 19 co m o d ecía alguna vez La­
can hablando de la cópu la p ara distinguirla de las n ocio n es espu­
rias del “b añ o o c e á n ic o ” o de la recon q u ista del narcisism o
p rim ario, y d escartad a tam bién la vana y co n so lad o ra idea de que
en el e n cu e n tro sexual algo del O tro pasaría al U n o , se abre en ­
tonces y sólo en to n ces la cuestión de la naturaleza de los goces del
U n o y del O tro y la cuestión de la relación en tre am bos goces.

2. Et. GOCF, DEL SER, EL GOCE FÁLICO Y EL GOCE DEL OTRO

En el apartado sexto del capítulo anterior había ubicado, siguiendo


a Lacan, al goce del O tro en la intersección de lo imaginario y lo real
sin m ediación simbólica (p. 100). Es preferible que lo recuerde: “El
goce del se r... es inefable, está fuera de lo simbólico, en una atribu­
ción imaginaria que h acem os de él com o goce del O tro, de un O tro
devastador que, p or la falta de inscripción del nombre-del-Padre (for-
clusión), reap arece en lo real". Y, dos párrafos más abajo, reprodu­
cía el esquema del nudo b orrom eo de "La T ercera” en donde se pue­
de ‘Ver el espacio” de lo que allí se llama goce del O tro (Jouissance de
l ’A utré). Pero lo que tal vez escapaba al ojo del cóm plice que es mi
lecto r es que a este g oce que Lacan llam a goce del Otro lo estaba de­
signando yo con o tra exp resión, usada tam bién en ocasiones p or
L acan , co m o si fuese un sinónim o de goce del ser. (En francés un so­
lo fon em a distingue las exp resion esjo uissan ce de l ’é lrey jouissance de
l ’A utre). En la frase que rep ro d u je deslizaba la idea de que es un
g o ce del ser al que le atribuimos (sin que necesariam ente lo sea) la
condición de ser goce del O tro. A ese goce del ser, parangonable a
un impensable goce del árbol o de la ostra {jouissance de l'huitre) lo li­
gábam os en el apartado cu arto (p. 79) con la Cosa. Decíam os en ese
m om en to que la palabra era la navaja que lo separaba de una clase
diferente del goce que era el filtrado p or la castración, el que tenía
al Falo com o fundam ento significante y que era el gocefálico (J. <j>). Fi­
nalm ente, y para com p letar un trino de autocitas, agreguem os que
en el apartado quinto (p. 86) había asumido el riesgo de tom ar dis­
tancia de lo explícito de la enseñanza de Lacan para dar cuenta de
la exigencia clínica de distinguir y hasta de o p on er el g o ce del ser y
el goce del O tro entendido, vayamos descubriendo las cartas, com o
g oce del O tro sexo. Del Otro sexo, del sexo que es O tro con respecto
al Falo, es decir, del fem enino. Se lee en L ’étourdit: "Llam am os hete­
rosexual, p or definición, a quien am a a las mujeres, cualquiera que
sea su sexo propio”.20
Mi pretensión , ya adelantada, es la de d ar cu en ta de la diferen­
cia en tre los goces p or m edio de la topología de la banda de M oe-
bius. Prom esa o am enaza, h a llegado el m om en to de cum plirla, mas
n o sin transitar antes p or el im prescindible y extenso ro d eo de to­
m ar en cu en ta lo que enseñ a al respecto la exp erien cia clínica del
psicoanálisis y de su fu ncionario. El largo ro d eo ab arcará el ap arta­
d o segundo de este capítulo, en el que se insiste en la distinción de
los tres goces, y el ap artado tercero d on d e se m ostrará el rol causal
de la castración. La d esem b ocad ura topológica — a n o asustarse—
q ued ará para el cu arto.
En la tesis, avanzada desde en ton ces, lo que trato de d em ostrar
es que el g oce fálico, g oce ligado a la palabra, efecto de la castra­
ción que espera y se consum a en todo habiente, g oce lenguajero,
sem iótico, fuera del cu erp o , es la tijera que separa y op o n e dos go­
ces corp orales distinguidos, dejados fu era del lenguaje, que eran,
de un lado del co rte, el goce del ser, g o ce perdido p o r la castración,
m ítico y ligado a la Cosa, an terior a la significación fálica, aprecia-
ble en ciertas form as de la psicosis y, del o tro lado, el goce del Otro,
tam bién co rp o ral, que n o era p erd id o p o r la castración sino que
em ergía más allá de ella, efecto del pasaje por el lenguaje p ero fue­
ra de él, inefable e inexplicable, que es el g oce fem en in o.
Se im pone quizá criticar ¡otra vez! el m odelo naturalista, franca­
m en te insuficiente, de los ciclos de necesidad-satisfacción, del ham ­
bre y de la saciedad, que p arecería (sin que sea así) e n co n tra r una
analogía en la actividad sexual del m acho pero que resulta a todas
luces inadecuado para d ar cu en ta de la exp erien cia de las hem bras
de esta especie agarrad a p o r el lenguaje que constituim os e n tre los
unos y las otras. D e la extrap olación de ese m odelo insuficiente es
de donde partió Freu d. Es forzoso extraviarse en cu an to a la sexua­
lidad si se arra n ca desde ese p un to, del intento de co m p re n d e r la
sexualidad h u m an a sobre la base de sus p retendidos fundam entos
biológicos o cond u ctuales y no de la subordinación del funciona­
m iento genital a la Ley, al com plejo de castración y al co rte que él
instaura en tre g o ce y deseo.
El m odelo del ham bre, del in stin to , sirve precisam en te p ara ob­
turar las respuestas con su p retendida facilid ad . El trabajo teórico
del psicoanálisis desde su fundación hasta nuestros días ha sido el
de tom ar distancia con respecto a sus com odidades. U na vez que se
hizo ev id en te la separación en tre la se x u a lid a d y la fu n ción rep ro ­
d u ctora y, más adelante, q u e la se x u a lid a d no podía en ten d erse se­
gún la racionalidad biológica del principio del p lacer sino a partir
del g oce im plicado en su ejercicio, apareció el problem a de definir
ese g oce en térm inos de lo m asculino y lo fe m e n in o y en térm inos
de lo que del g o ce del o tro (co n m inúsculas) es subjetivable p or
“cada u n o ” en el (d e s ) en cu en tro sexual. Problem a, pues, de la he­
terogeneidad de los goces y de la dificultad recon ocid a ya p or Freud
para definir psicoanalí ticam ente la d ife re n cia enLre lo m asculino y
lo fe m e n in o y resuelta p or él de un m odo para él mismo insuficien­
te co m o una oposición en tre actividad y pasividad en el m arco pul-
sional, después de afirm ar el ca rá cte r m asculino de toda libido. Te­
sis que n o deja de ser cuestionable e irritan te.
P ro b lem a sin solución p ara el saber cu a n d o se co n fro n ta co n
el g o ce, que, p or su esen cia, es irred u ctib le a la p alab ra y se co n ­
funde co n tod o el a c o n te c e r del cu e rp o del que n ad a p u ed e de­
cirse. ¿Q u é p o d em o s n osotro s sab er a c e rca del g o c e , no ya del
nuestro, sino el del O tro , en cuya piel n o p od em os m eternos? P ro ­
b lem a que atribula a la h u m an id ad desde sus albores co n la divi­
sión en tre el g oce del sudor laboral p ara A dán y el del d olor obsté­
trico p ara Eva, goces am bos que son efecto de la Ley después de la
expulsión sin rem edio del g o ce paradisíaco anterior.
E n el m ito de Tiresias, el vidente, la cuestión de los g oces y su
d iferen cia es más palm aria. Tiresias, vagabundeando p o r el m o n ­
te, vio la cóp u la de dos serpientes y, según dos versiones, o las se­
p aró o m ató a la h em b ra. L a co n se cu e n cia fue q ue, ¿com o casti­
go?, quedó transform ado en m u jer d u ran te siete años, al cab o de
los cuales volvió a rep etir su acción d isgregan te en o tra pareja vi­
p erin a y así recu p eró su sexo primitivo. T iem p o después Jú p ite r y
H era discutían a ce rca del g o ce del h om b re y de la m ujer en la có ­
pula y d ecid ieron que la m ejor m an era de dirim ir la cuestión era
p regun tarle al único que había llegado a ten er las dos identidades.
C onvocado, Tiresias respondió sin vacilar que, si se dividiese el de­
leite sexual en diez partes, nueve co rresp on d erían a la m ujer y una
al h om b re. H era, se dice, al ver traicion ad o el secreto de su sexo,
y creyen d o que era m ejor que no se supiera, lo castigó co n la ce­
guera; Jú p iter, al no p o d er absolverlo de la sanción im puesta p or
su cónyuge, lo co m p en só co n las dotes del vidente. Y es así, ciego-
vidente, co m o se lo ve interven ir en el d ram a de Edipo. Es claro
que Tiresias sólo fue sabio después de sufrir la sanción y de recibir
el prem io. Si lo hubiese sido antes, cu an d o lo llam aron a declarar,
hub iera sabido — en la posición del psicoanalista— que no debía
resp o n d er sino que era preferible devolver la pregun ta y, si llega­
ba a contestar, que nada era más ton to que arg u m en tar una dife­
ren cia cuantitativa co m o si la sustancia de la que están h ech os los
goces del h om b re y de la m ujer fuese la m ism a y el asunto pudie­
se resolverse p or m edio de alguna clase de p ro p o rció n . Fue la pri­
m era víctim a de los h o rro re s de la cu an tificació n en m ateria de
subjetividad.
Lo que discutían los reyes del O lim po giraba en torn o de lo im­
pensable y lo irrepresentab le del goce del O tro. Tal es la cuestión
del g o ce que cad a uno de los participantes pierde p o r no ser ese
O tro . El g oce, de uno y o tio sexo, fu nciona a p u ra pérdida. Resul­
ta imposible, p o r fuerte que sea el abrazo, ap oderarse del g oce del
o tro y esto tanto en el sentido subjetivo (n o puedo vivir en el cu er­
po del otro , sentir lo que él siente) co m o en el objetivo (sólo hay
g o ce en el cu erp o de u n o y eso de m odo siem pre parcial, co m o go­
ce de ó rgan o, Organlust).
De m o d o que el g o ce se p ro d u ce en el e n cu e n tro de las zonas
eró gen as y se escapa de los dos d e la p areja en razón d e su misma
división. E ste g o ce del O tro p e rte n e ce ciertam en te al registro del
fan tasm a p ero n o p o r ello deja de ten er efectos reales en la sub­
jetividad. De mil m an eras y de m odo privilegiado en los sueños y
en los síntom as, la clín ica psicoanalítica m u estra los efectos, a ve­
ces inhibidores y angustiantes, a veces estim ulantes, siem pre enig­
m áticos y m ovilizadores, del saber in con scien te que resulta de es­
ta im posibilidad d e ap ro p iarse del g o ce ajeno. G ozar del cu erp o
del o tro (h etero 11 h om o) sexuado. ¿Es eso posible? ¿P od rá uno de
los participantes en la cóp ula saber lo que sucede en el otro? ¿Son
com patibles o incluso com p arab les am bos goces? ¿Son goces co n ­
vergentes que se aseguran recíp ro cam en te? L acan lo cuestionaba,
precisam ente, co m o hem os adelantado p or la función de la castra­
ción. P or eso pudo decir:

El sujeto concluye que no tiene el órgano de lo que llamaré — ya que


hay que escoger una palabra— el goce único, unificante; aquello que
haría un goce uno en la conjunción de los sujetos de sexo opuesto
[pues] no hay realización subjetiva del sujeto como elemento, como
partenaire sexuado en eso que él-ella se imagina del acto sexual.21

En psicoanálisis nada hay p arecid o al yin y el yang, el simpático


par de pececitos que jun tos llenan un círculo.
En el prim er capítulo sostuve que el g oce es también una función
incluida en la dialéctica pero que no se trataba de un acuerdo de las
subjetividades sino de una rivalidad de los goces en la que siem pre
está e n ju e g o el goce perdido, la inconm ensurabilidad entre el goce
del uno y el del otro, la falta de u n a com ún m edida para evaluar lo
que es el bien (o el mal) de cada uno. La disputa de H era y Jú p iter
es la form ulación mítica de esta ancestral discordia en tre los sexos en
la que ningún Tiresias puede arbitrar, m u ch o m enos si va a cuantifi-
car un rapport sexual que — bien se sabe— no existe.
Es aquí d ond e tradicionalm ente ha fu ncionado el paradigm a del
g oce pen ian o co n su clara localización en el tiem po del orgasm o y
en el espacio de la erección -d etu m escen cia que da al varón el tan
dudoso co m o esgrim ido privilegio de un saber ce rte ro a ce rca de la
satisfacción genital. P ero, cabe record arlo, ese desvanecim iento ins­
tantán eo del ser del sujeto en el orgasm o es correlativo de la pérdi­
da del g oce que se escapa de m od o irrecu p erab le con el sem en. Es
un cortocircu ito; los fusibles saltan, la luz se va. En la oscuridad sub­
siguiente ap arece el intento p o r localizarlo, p or apreh en d erlo y ase­
gurarlo. El saber certe ro es ah o ra el de la ineluctable pérdida con
un saldo de d escon ten to con relación a las posibilidades del goce
peniano (fálico, en tanto que el p en e rep resen ta al significante fa­
lo en lo im aginario p or lo real de su d etu m escen cia) para asegurar
la satisfacción subjetiva.
Localizarlo, ¿dónde? En la geografía co m o un g o ce e xó tico que
b rota en los tristes trópicos, en la etnología co m o patrim on io de al­
guna raza o tribu fabulosa, en la historia co m o logro de alguna ci­
vilización p retérita de sabios que ya se extinguió, en la religión co ­
m o éxtasis de benditos incapaces de transm itir lo que sintieron, en
la m itología de la que es colofón y paradigm a la co n stru cció n í'reu-
diana del p ad re gozante primitivo, en la anatom ía cu an d o se rebus­
ca en las neurofibras o en los patterns de d escarga, en la política y
el d erech o que p reten d en administrar, canalizar y distribuir una se­
xualidad “legítim a” o contestataria, en la quím ica que p ro m ete in­
ventar paraísos artificiales y vende sustancias que m im an el goce se­
xual, en la cibernética que perm itiría abolir la m aldición bíblica del
trabajo y encargárselo a gólem s que n o p retend en gozar y dejarían
así todo el g oce en m an os de sus inventores, sin reclam acion es ni
envidias, en el psicoanálisis, en fin, que lo tacha de inalcanzable en
F reu d p or el tropiezo con la ro ca viva de la castración y que habili­
ta otras búsquedas que con finan con el delirio co m o en los casos
de Ferenczi y de Reich basta en co n tra r la articulación lógica y to-
p ológica de Lacan . En la tierra q ue él ro tu ró se planta la sem illa de
este discurso.
Localizarlo, ¿dónde? Si el p en e es el órgan o que no puede sos­
te n er su erección (y la erecció n es precisam en te el g oce del órga­
no que se desvanece co n el orgasm o) y si la m u jer da m uestras de
o tro g o ce que es, en p arte, h om ólog o del varonil, localizado pri­
m ordialm en te en el clítoris, p ero que n o se restringe a ser sólo es­
te g o ce que muy bien puede faltar en ella; si la m ujer puede exp e­
rim en tar goces que escapan de esa y tam bién de toda localización,
se abre la posibilidad de que el goce que falta al Falo sea el g oce de
ella co m o O tro del U n o , co m o O tro de ese significante fálico que
unifica al sujeto y que lo rep resen ta an te el con ju n to de los signifi­
cantes. A parece así la cuestión del g oce del O tro en ten d id o com o
el O tro sexo, ese eteroz (helero-) radical co n relación al Falo en tan­
to que lo adm ite y lo reco n o ce p ero a la vez n o se agota en él y en
el universo de significaciones que él im pone.
P or eso el g oce fem enino ap arece co m o goce del O tro y el inten­
to p ara g ob ern arlo en el cam po del saber ha d ad o lugar a las res­
puestas que acabam os de reseñ ar y a m uchas otras. Pues si el goce
escapa al saber (ligado siem p re, h istó ricam en te, al p o d e r), el sa­
ber se e m p eñ a en atrap arlo allí p recisam en te d on d e sus p resu n ­
ciones se le h an escu rrid o , en las m ujeres, en el dark continent del
que hablaba ese F reu d que, al final de su vida, llegó a la co n clu ­
sión de que n u n ca p ud o co n te sta r la p reg u n ta p or lo que quiere
u n a m u jer y, p or lo tanto , p o r lo que u na m u jer es. L a ca n ag rega­
ba que el psicoanálisis, el m o d o más radical d e in te rro g a r al ha­
b ien te sobre su e x p e rie n cia , cu a n d o se ap licab a a las m u jeres y
cu an d o las propias m ujeres, en tanto que p ractican tes de este psi­
coanálisis, se in terro gab an a sí mismas, no conseguía tam p oco m o­
ver en n ada que fuese digno de d estacar la perplejidad rein an te
a ce rca del g o ce fem enino. Al enigm a, qr.e p arece intem p oral, m u­
chos edipos aventuraron infinitas respuestas y p rovocaron la ru ina
de m uchas esfinges. A tales respuestas podríam os calificarlas ora de
n eu róticas o ra de psicóticas pero, en tanto que propuestas que in­
tentan ligar el g oce co n el saber, d ecía Lacan , “abren la puerta a to­
dos los actos perversos”.22 C om o ya adelan té, al tratar el tem a del
goce en las perversiones, p o d ré explayarm e a ce rca de esta relación
entre el saber imposible sobre el goce fem enino y el intento perver­
so de dom in ar lo que escapa al saber desm intiéndolo ( Verleugnung)
y red u cien d o el g o ce de las m ujeres al solo g o ce fálico, algo que
equivale a con sid erar a las m ujeres co m o h om bres incom pletos.
A dentrarse en la cuestión del g oce fem enino exige un nuevo pa­
saje p or el tem a d e la castración. Veamos.
Ni las m ujeres ni los hom bres n acen co m o tales sino que llegan
a serlo a p artir d e un a co n tecim ien to inicial que es la atrib u ción
del sexo a un ca ch o de c a rn e totalm en te ca re n te de re p re se n ta ­
ciones. El O tro p ro fiere en el m o m e n to del n acim ien to una pala­
bra, “v aró n ” o “m u jer”, que h ará las veces de destino m ás allá de la
an atom ía si viene al caso. El co rte, el co rte de la castración, es ad-
m inistrado p or la palabra que secciona, sexiona, a los cuerpos a rro ­
ján d o lo s a la vida en una de las dos patrias irrecon ciliab les y no
com plem entarias de la especie. Es lo real que m itifica el andrógino
platónico o la extracció n de la costilla (de la cola, según ciertos mi­
tos hebreos, ese idiom a d on d e el sonido tsela tiene tanto el sentido
de “costilla” co m o el de “infortunio, trop iezo ”) ,23 costilla o cola de
ese an d rógin o que era Adán antes de la divina cirugía.
L o que h ace el co rte (len guajero) de la asignación del sexo es
im p on er la otredad a cada uno de los hablantes. Es así co m o la pa­
labra deviene, en esencia, castración , separación y, en una palabra
que en español h ace un equívoco m aravilloso, ablación. La sexuali­
dad se establece p o r un discurso y los órganos d e la an atom ía ha­
brán (o no) de con form arse a él. Desde el discurso, p or el discur­
so, se d eterm in a el valor del órgan o que “h a ce ”, co n su presencia o
ausencia, la diferencia que la simboliza en el O tro del lenguaje. Y
esta diferencia, co m o lo enseña Freud, y co m o lo con firm a sin ce­
sar la clínica psicoan alítica, no es im p ortan te en sí, p o r algo que
tenga que ver con inervaciones, con el m ayor tam año del p ene con
relación al clítoris, con las sensaciones p recoces que p uedan exis­
tir o faltar de una estesia vaginal cualquiera o co n d eterm in acion es
culturales de p rim acía fálica, sino p o r el descubrim iento inevitable
y más o m enos tardío de que la castración existe y o p era en la m a­
dre, ese O tro prim ordial que tiene que dejar de ser fálico tanto pa­
ra el varón co m o para la niña y que determ in a, secu n dariam en te,
la posibilidad de una identificación norm ativa para el varón con su
p adre, que lo tiene (el ó rg a n o ), y, del lado fem enino, una dem an­
da dirigida a quien lo tiene para que lo dé, desplazando ál O tro de
la dem anda de am o r de la m adre al padre (pére-version) e instalan­
do la equivalencia simbólica entre falo y niño (das Kleine).
Es por la falta que el sujeto, hom bre o mujer, se ve torrado a re­
nunciar al autoerotism o y a tach ar al goce m asturbatorio con una cul­
pabilidad que no d epende de los códigos culturales. Esa culpabilidad
es inherente a la pretensión de desmentir la castración, de operar co­
mo un rod eo, un atajo de autosuficiencia interpuesto en el cam ino
del goce. La diferencia sexual implica la castración para ambos se­
xos. (Casi) nadie tiene los dos. El goce n o pod ría m aterializarse en
uno solo, sobre el propio cuerp o; em puja a filtrar las aspiraciones de
ese cu erp o haciéndolas pasar p or el cam po del O tro, del O tro sexo,
y constituyendo al Falo com o el significante de la falta, de lo que se
busca afuera porque no está en su lugar en la imagen de sí. Es de tal
m odo que el falo se constituye en tercero en ju e g o entre el hom bre
y la mujer, buscado en el O tro y condenado a faltar. El desencuentro
es fatal, estructural, ajeno a los (buenos) deseos de ellas y ellos. El au­
sente es causante del deseo que es el deseo del O tro.
Los am antes en el acto sexual abrazan y rodean esta falta que es­
tá en su cen tro , in terio r exclu ido de cad a u n o y an h elad o en el
O tro. Se equivocaba al respecto Freud cu an d o escribía: “La pulsión
sexual se p on e a h o ra [con la pubertad] al servicio de la función de
rep ro d u cción ; se vuelve, por así decir, altruista”.24 La introd u cción
ulterior del narcisism o llegaría para co rreg ir esta idea que podría
fundam entar los fantasmas de la oblatividad y de los dones re cíp ro ­
cos en la o bed iencia a fines superiores que serían de la especie.
Es en el acto sexual (que no lo hay sino fallido) donde se ju e g a
esta relación del h om b re y de la m ujer co n el g oce pues la re p re ­
sentación del falo recae sobre el O tro del abrazo, ese O tro que se
escu rre en la separación ulterior, cu an d o q ueda el ó rgan o, órgan o
de la con ju n ció n , red u cid o a d esech o , p erd id o para la m ujer, re ­
fractario al g oce para el varón, separado de am bos.
El O tro es el falo — así, con minúsculas— en cu an to al valor de
g oce que el sujeto n o puede satisfacer en sí, (-cp). P or eso es que el
O tro porta el mensaje de la castración del U n o ( “Al verm e verás que
hay algo que falta en ti”). Precisam ente p or no co n tar con el falo se
en tra en el acto sexual y se co m p ren d e así el adagio lacaniano de
que el am or consiste en dar lo que n o se tiene, en dar al O tro la cas­
tración. De allí provienen las dos proposiciones, en apariencia co n ­
tradictorias, asentadas p or Lacan en su sem inario del 31 de mayo de
19 6 7 :25 a] que no existe el acto sexual en tanto que posibilidad de inte­
gración , restitución o reap o rte de lo p erd id o en la “se x ió n ” que
constituye al h om bre y a la m ujer com o castrados y b] que no hay si­
no el acto sexual p ara m otivar esta articulación p o r la cual el sujeto
busca en el cu erp o del O tro el goce faltante, la respuesta a su insa­
tisfacción. Quien pardcipa en el acto sexual, cualquiera sea su sexo
y el de su partenaire, lo h ace desde u na posición subjetiva y de enun­
ciación: es una declaración de sexo. Por supuesto, inconsciente.
No hay com p lem en taried ad de los sexos p ero sí es verdad que es
necesario que sean dos para que cada uno se defina p or no ser el
O tro en un sistema de oposición significante. L a d iferencia es irre­
ductible. Lo que en tre am bos d elin ean es lo que les falta, el falo
co m o te rce ro interesad o en la relación y cuya rep resen tació n re­
cae sobre un ó rg an o m arcad o p o r el co m p lejo de castració n , un
ó rgan o cuyo ú n ico rol es el de in tro d u cció n a los intercam bios, lle­
gando a ser el verdadero partenaire del acto sexual, ese acto que se
verifica en la intersección de dos faltas y en el que cada u no de los
participantes es -cp para el O tro.
N o se cre a , sin em b arg o , en algu n a clase d e sim etría. Bien es
verdad que n o es posible definir un estatu to p sico an alítico de los
térm in o s “m a scu lin o ” y “fe m e n in o ”, p e ro las co n d icio n e s d e la
castración de cad a u no difieren en el sen tido d e que para la có ­
pula — si se q u iere p articip ar en ella— del lado del h o m b re , es
n ecesaria la e recció n del m iem b ro viril y, del lado d e la m ujer, es
n e ce s a ria ... la e re c ció n del m iem b ro viril. Del lado del h o m b re
es requisito el d eseo, del lado de la m u jer el co n sen tim ien to . L a
posibilidad d e la violación, en p rin cipio sólo posible al p erso n a­
je falófo ro , es el fo rzam ien to de ese co n sen tim ien to .
En la asim etría del lugar de los deseos respectivos es que debe­
mos buscar la causa de que p ara Freu d la única trad ucción relativa­
m ente aceptable para los térm inos m asculino y fem en in o en el in­
con scien te fuese la de actividad y pasividad; p or cierto que esto no
tiene relación alguna con la p enetración del esperm atozoide en el
óvulo, una “in te rp re ta ció n ” que no p u ed e sino m over a risa. El
h om b re se dirige a la m ujer, en relación con el acto sextial, plan­
teando su deseo co m o dem an d a de satisfacción, h aciendo de ella
un objeto en su fantasm a, co n ced ién d o le el valor fálico, objeto pa­
ra su g o ce evenUial. C om o dice Lacan:

uno no es eso que tiene y es en tanto que el hombre tiene el órga­


no fálico que él no lo es; ello implica que del otro lado se sea lo
que no se tiene, es decir que es precisamente en tanto que ella no
tiene el falo que la mujer puede tomar su valor.21’

Ella, p or su p arte, no teniéndolo, tiene que serlo, en carn arlo , re­


vestirse de este valor que pueda provocar esa erección que es la co n ­
dición de la cópula. Su deseo no p u ed e m anifestarse d irectam en te
sino que tiene que dirigirse a d esp ertar el deseo del O tro. Es el la­
do fem enino de esa generalidad que llam am os com plejo de castra­
ción, y que ap arece co m o con sagración a una fu n ción de m ascara­
da, la mism a que con fiere un aspecto fem enin o a un h om b re que
hace ostentación de sus atributos viriles.
P or todo esto el acceso al acto genital parece m en os cargad o de
dificultades para las m ujeres que para los hom bres. Ellas, una vez
definidas a sí mismas y p or sí mismas co m o deseantes, no teniendo
el órgan o de la co n exió n , tienen allanado el cam ino, n o tienen si­
no que ir a quien lo tie n e ... y a ver có m o él se las arregla. La frigi­
dez no posee así ni la trascen d en cia ni las co n secu en cias que en ­
som b recen la im p oten cia del lado m asculino, d on d e el deseo
puede incluso adquirir una función inhibitoria, según se co m p ru e­
ba reiterad am en te. N ada que renunciar, p oco que arriesgar, pues
la castración está dada de entrada y n o de salida co m o es el caso de)
h om bre. Freu d planteaba esta diferencia en térm inos p arecidos y
n o con relación a cad a acto sexual sino en relación co n el Edipo,
ese E d ip o cuya trasgresión en el sentido de incesto padre-hija no
tiene, en gen eral y p or estas mismas razones, las devastadoras con­
secuencias clínicas de! incesto del varón co n la m adre. Tal “venta­
j a ” del bello-débil sexo resultaba co n trab alan cead a en el discurso
freu d iano p o r la im posición de la d oble e x ig en cia de te n e r que
transplantarse la zona eró g en a dom in an te y definitiva desde el clí-
toris a la vagina. C reo que en este p u n to nadie co n cu erd a hoy en
día co n F reu d .27
L o cie rto es que tan to p ara la m u jer co m o p ara el h om b re la
có p u la req u iere de la e re cció n p en ian a co m o co n d ició n n ecesa­
ria au n q ue n o suficiente (el deseo d e u n o y el co n sen tim ien to de
la o tra han de ag regarse) y relega a la co n d ició n de co n tin g en tes
a las dem ás variables corp orales. Sobra d ecir que esta constatación
banal, así co m o la d iferen cia de posiciones asen tad a en el p á rra ­
fo an terior, no au toriza privilegios ni d eterm in a m ayores ventajas
o facilidades p ara u n o de los dos partenaires au n q u e im agin aria­
m en te p u ed e e n co n trarse que u n o de ellos, en tanto que n eu ró ­
tico, envidia, d esp recia o tem e en su fan tasm a la p osición y el go­
ce del o tro .
En verdad, la condición de la cópula no pasa p or lo que se tiene
sino p or lo que se deja de ten er co m o con secu encia de la división
sexual. El falo nada asegura a su p oseed or sino es p or ser, en él, la
parte faltante a la im agen ideal de sí, causa de la investidura libidi-
nal aco rd ad a a otro cu erp o y razón del rechazo al goce sobre sí mis­
m o, idiopático, intrascendente. El canal de la transfusión de libido
a otro cu erp o se produ ce tanto en el caso de la elección de objeto
h om o o h eterosexual. Lo decisivo no son los órganos involucrados
sino las posiciones subjetivas, es decir, la d eclaración de sexo.
El falo es el objeto de la re c íp ro ca desposesión que co n d u ce el
ju e g o del co rte jo y del am o r; es lo que las m ujeres u o tro s h o m ­
bres b uscan en un h om b re y, tesis ligeram en te escandalosa, lo que
los h om bres buscan en las m u jeres — o en o tro s h om b res, así co ­
m o las m ujeres lo b uscan— n o p o r fuerza en un h om b re en otras
m ujeres.
Para L acan 28 hay un engañ o, un tim o, que es constitutivo del ac­
to sexual. El h om bre aspira a hallar en él un co m p lem en to según
la prom esa bíblica de llegar a ser “una sola c a rn e ” y term ina e n co n ­
tran do que hay en efecto una sola carn e, la suya. O sea que, al fi­
nal, resulta un desengaño co n relación a este timo de la falsa pro­
m esa: b u scand o la ca rn e unificada en cu e n tra la castración y la
verdad del acto sexual, la de que el g o ce falta en alguna parte.
D estaquem os adem ás la d isociación en tre el orgasm o genital,
que es p u nta y lím ite del g oce y el acto de la cóp u la que culm ina
o d ebiera cu lm in ar en el orgasm o p ara el habiente h om b re “estor­
bado p or el falo ”29 p ero no para el h abiente mujer. Es claro que el
orgasm o no req u iere la co n ju n ció n d e los cu erp o s y que ésta no
debe ni tiene p o r qué term in ar en ningún p aroxism o. Esta disocia­
ción lleva a la p reg u n ta p o r lo que rep resenta el g o ce sexual en el
nivel del sujeto, de cad a uno. No es ésta u n a cuestión de sexología
sino de ero to lo g ía,30 d e gozo logia — diría de b u en a gana, aun a sa­
biendas de lo imposible del “objeto” goce p ara el enten d im iento— ,
ciertam en te un a cuestión de psicoanálisis, una dim ensión que se
abre a la investigación particular de las vías abiertas al g o ce de ca­
da uno, fuera de toda norm ativación biológica o cultural.
A cerca del térm ino erotología: el p rim er uso de la palabra erotolo-
gía en lengua fran cesa se produjo hacia 1882. El Dictionnaire Histo-
rique de la Langue Frangaise de R obert ap orta el dato y también la de­
finición: “el estudio del am o r físico y de las obras eró ticas”. Freud
n u n ca lo usó y L acan lo hizo en dos ocasiones, en sem inarios aún
inéditos. En la prim era clase del sem inario de la angustia (1 9 de di­
ciem bre de 1962) dijo que la p ráctica a la que nos dedicam os, el
psicoanálisis, “m e re ce el n om b re de ero to lo g ía ”. N ueve años des­
pués, en el sem inario n u m erad o XVIII ( a ) , E l saber del analista, en la
clase del 4 de noviem bre de 1 971, afirm ó que “el g o ce está en el o r­
den [¿] de la ero to lo g ía”. Mi am igo Je a n Allouch reto m a el térm i­
no e insiste en su consustancialidad co n el psicoanálisis. (Op. cit.)
E n un texto p osterio r m anifiesta31 que el vocablo es p o co con ve­
niente ( “es una apuesta, sin duda una locura, pues nadie ignora que
las intervenciones del diosecillo E ros no tienen casi ni razones ni
sentido”). La palabra gozología, vinculada al co n cep to lacaniano que
trabajam os, tendría la ventaja de su especificidad aunque, debem os
re co n o cer, del escu rrid izo objeto @ no p od ría h ab er cien cia. En
francés habría que cre a r el vocablo jouissnlngie, y luego — em presa
nada fácil-— traducirlo al inglés co m o jouissology. L o que nadie que
haya seguido este texto hasta esta altura podría n egar es que la de­
finición del psicoanálisis no puede re n u n cia r a su objeto, el de su
p ráctica y su teoría que es el g oce, un g oce que — hem os visto y ve­
rem os— está más cerca de Tán atos que de Eros.

3. LA CASTRACIÓN COMO CAUSA

L aca n 32 fue incansable en la insistencia sobre este punto que hoy


se discute a m en ud o. El com plejo d e castración — es decir, un o r­
den de d eterm in ación accesible al psicoanálisis y sólo al psicoaná­
lisis en tanto que p ráctica lenguajera— tiene allí la función de nu­
do en cu a n to a la p ro d u cció n de los h om b res y las m ujeres, en
cu an to al “desarrollo ” de unos y otros (cuestión de los estadios o fa­
ses libidinales), en cu an to a la determ in ación de la posición clíni­
ca del sujeto co m o n eu rótico , perverso o psicótico, en cu an to a la
posibilidad y m odalidades de abordaje del acto genital y hasta en el
p osicion am ien to fren te al niño que se p ro d u ce a p artir de él. La
an atom ía no es el destino sino a partir de la palabra que la recog e
y la significa. L a función (de la cópula) n o h ace al órgan o sino que
es el órgan o , p en e o no, el que es apropiado p or el lenguaje. El o r­
d en sim bólico realiza en el ó rgan o u n a fu n ción m uy interesan te
que es la de transform arlo en significante de la pérdida que se p ro­
d u ce en el g o ce p o r la acción de la Ley; d icho en otras palabras, lo
sim bólico som ete al co rte castrato rio.33 No es otro el sentido de la
m ilenaria práctica de la circuncisión, m arca del O tro en el órgan o
que rep resenta al falo.
La castración significa que el g oce, estan d o perd id o, h a de ser
significado, cern id o, circu nvalado, evocado co n el en tretejid o de
hilos significantes que dibujan sus estanques, lo em balsan, lo acu­
m ulan, evitan su dispersión. La castración es un co n d en sad or del
g o ce que lo h ace subjetivable, subjetivo y, a la vez, e x trañ o , éxtim o;
lo vectoriza, lo canaliza, le señala y le p rohíbe los cam inos. P o r ser
simbólica (no real) y asim étrica (según vimos) abre a un m undo de
pregLuitas p or sus efectos sobre el g oce, p or el goce que falta, p or
la posibilidad de resarcirse de la pérdida, p or el goce del O tro , p re­
guntas sin fin que h acen pulular las respuestas en el incierto m un­
do de los saberes, en el lugar de la verdad inarticulable. Es así co ­
m o se tran sform an en en u n ciad o s: teorías sexuales infantiles,
novelas familiares de! n eu rótico , nociones sexológicas, ensayos de
teoría sexual de los adultos, de las feministas, de los analistas. Nin­
guno de todos estos enunciados podría liberarse de cargas ideoló­
gicas y por ello es im prescindible el debate que los esclarezca.
El Falo es prim ordialm ente lo que h ace p ad ecer a la Cosa, el sig­
nificante que se im prim e sobre lo real, el n om bre de la falta en el
Otro, la tachadura del deseo de la Madre, aquello que rem ite del go­
ce de la m adre al nom bre-del-Padre que lo m etaforiza y lo condena
(en el sentido en que se dice “con d en ar una p u erta”). Es en ese pun­
to de imposibilidad, grado cero del significante, donde se implanta
un S¡ que llama a otro significante, al resto de la cadena, que abre­
viamos con la notación S9, el saber en todas sus modalidades. Es el
indicador de la falta (en el g o ce). Por su intervención co m o signifi­
cante la falta puede ser nom brada. El Falo indica el lugar de ausen­
cia que ha de ser colonizado p or lo que sí se nom bra, p or el semblan­
te que viene al lugar de la verdad y es el agente del discurso, de todos
los discursos. P or ser el localizador de la falta (-cp) es el organizador
y el com andante del deseo, en carn a la respuesta del sujeto a la falta
en ser. Así, los objetos que son causa del deseo (@ ) alcanzan una sig­
nificación fálica, están correlacionados a la castración. El Falo es el
cuerpo infantil, el que puede colm ar la falta en la m adre, antes de
ser tachado p or la castración. Lo faltante en el cu erp o está en el cam ­
po del O tro y es allí donde ha de ser buscado.
C om o órgan o 3"4 perm ite la cópula, es lo que está e n ju e g o en ella,
eso que — p or tenerlo o por no tenerlo— d eterm in a las posiciones
subjetivas de los dos del ayuntam iento; y no sólo cu an d o los dos tie­
nen el título de “h o m b re” y “m u jer”. P or su destino de detum escen­
cia el órgan o volátil e inestable que es el p en e estorba al g oce a la
vez que le m arca el cam ino. U n o de los sentidos esenciales del co m ­
plejo de castración es esa canalización que h ace pasar p or los geni­
tales el g o ce de am bos partenaires. El g o ce es im aginarizado p or el
vuelo de un pájaro que no puede sostenerse en el aire, que debe se­
pararse de su parte-en-aire. Es imposibilidad, n o im p oten cia, y es
inh eren te a la pulsión sexual misma, tal co m o lo indicó el propio
Freud. C om o tal, co m o g oce fálico localizado en los genitales ( Or-
ganlust) y co n cen trad o en el p ene o en el clítoris, está p resente en
los dos sexos y no hay razón alguna para su p on er que sea diferen­
te en uno y o tro o m ayor de un lado que del o tro pues no hay rela­
ción natural alguna en tre el g o ce y el tam año o la visibilidad. Cual­
quier técn ico electrón ico sabe que las válvulas n o son superiores a
los transistores.
Quizás exagerab a L acan en La lógica del fantasma3o al d ecir que

La erección no tiene nada que ver con el deseo pues el deseo pue­
de actuar perfectamente, funcionar, sin estar de ningún modo acom­
pañado por ella. I,a erección es un fenómeno que hay que ubicar en
el camino del goce. Quiero decir que por sí misma esta erección es
goce y que precisamente se demanda, para que se efectúe el acto se­
xual, que ella no se detenga: es goce autoerótico.

Se habla ahí, claram en te, de la e re cció n pen ian a descuidando


que tam bién el clítoris es un órgan o eréctil cuya erecció n de todos
m odos no es con d ición n ecesaria ni d em an d ad a para la cópula. La
objeción que p retend o form u lar a esas tajantes aseveraciones re ca e
sobre la supuesta ind ep en d en cia en tre erección y deseo frente a la
idea difundida de que la erección es el test del deseo. Es claro que
hay ereccio n es sin deseo y que hay deseo sin erección , p ero la có ­
pula sólo es posible en la m edida en que confluyen la erección y el
deseo. No se puede co n tem p lar aisladam ente la función de la e re c­
ción sin ten er en cu en ta su co rrelato inevitable, la detum escencia.
L a diferencia en tre ambas deja un resto, una pérdida, que es la del
objeto @ co m o intersección en tre el g oce perdido y el deseo causa­
do, anim ándose am bas re c íp ro ca m e n te en su rep etició n . No hay
allí satisfacción sino am ortiguación p or el p lacer de órgano.
H abrá que p o n er también en tela de juicio la evocación lacania-
na que se lee a renglón seguido acerca de una supuesta equivalencia
entre el g o ce masculino ligado a la erección y el goce fem enino ex­
perim entado com o algo que las m uchachas designarían entre ellas
com o “el golpe de ascensor”, un conocim iento que L acan atribuye
antes a su experiencia viril que a la psicoanalítica. Es evidente que
hay diferencias radicales en tre los dos parten-aires en cuanto al goce.
Lo que no puede decirse es que tal diferencia sea universalizable.
L a cuestión se plantea co m o relación con el saber y con el saber
co m o fantasm a que posibilitaría el g o ce prohibido. La localización
del g o ce m asculino (y de su in terru p ció n ) es obvia, n o plantea du­
das. El h om bre está co m p letam en te en el gocé fálico, sin resto en
él sem blante del g oce que d ep en de de la erección . P ero ¿qué suce­
de en el O tro (sexo )? Líe ahí el enigm a de I le ra y Jú p iter, de las es­
finges todas, de los hom bres y de las m ujeres, de los fisiólogos, de
los neu róticos y de los perversos, de los psicoanalistas y de las psi­
coanalistas, el que sostenía la perplejidad de Freud y el que en cu en ­
tra la respuesta de L acan , respuesta de no respuesta, afirm ación de
un g o ce recó n d ito , inefable, en el cu erp o y más allá del lenguaje
que co n to rn ea lo imposible de un saber y que sustenta al g o ce co ­
mo ligado a la imposiblidad d e d ecir toda la verdad que, co m o de­
cía N ietzsche, es mujer. Ese g oce de las mujeres, que es. en parte,
goce fálico, y, en parte goce enigm ático, está ligado a lo indecible
y se escribe co n el m aterna S (A ) ■ Para las m ujeres el sem blante
— función del lenguaje, efecto im aginario del significante— y el go­
ce están disociados. Está, sí, lo visible-sensible-decible del g o c e ... y
hay m ás aún, encare.
A hora bien, ¿existe en verdad este g o ce vivido y d eclarad o inefa­
ble? ¿C óm o distinguirlo de un fantasm a, de u n a qu im era, de un
sueño que podría estar sustentado tan sólo p o r la insatisfacción ge­
neral y crecien te con las dudosas prom esas del g o ce fálico?3fi El pro­
pio L acan reserva al g o ce fem enino un estatuto incierto, el de una
creencia:
Quedarán todos convencidos de que creo en Dios. Creo en el go­
ce de la mujer, en cuanto está de más, a condición de que ante ese
de más coloquen una pantalla hasta que lo haya explicado bien.87

U n a creen cia, ya se sabe, es p oco segura y quien la m anifiesta evi­


ta co m p ro m eterse (co m o al d ecir: “cre o que lloverá”), o es, en el
o tro e x tre m o , una certid u m b re e x tre m a y d evo rad ora, algo que
puede llevar a alguien a m orir p or su causa (precisam ente, ese “creo
en D ios” cuyo equivalente lacaniano es el g o ce fem en in o).
A la luz de la clínica parece cierto que hay un goce fem enino que
está más allá del falo y de la detumescencia que aguarda al órgano que
lo representa, un goce en el cu erp o (en corps), un goce que no com ­
plem enta al masculino sino que se presenta com o un plus, algo más
(encoré), suplementario, que hace naufragar todos los intentos de res­
tringirlo y de localizarlo. La desm entida ( Verleugnung) de este goce ha
anim ado siempre los intentos para controlarlo desde los m odos más
primitivos, com o la infundibulectomía, hasta los más científicos, tales
com o la m oderna sexología m asoterápica y la búsqueda de sus cen-
u os encefálicos o de los p L in to s g d e la vagina. También el intento de
rem itir ese goce misterioso a un con tacto sobrenatural del alma con
Dios que hace del éxtasis un orgasm o. La secreción de una ideología
en to m o del goce de los místicos es el rostro invertido de la ideología
del sexólogo. En M éxico: “la misma gata, pero revolcada”.
En Freud hay un recon ocim ien to del desdoblam iento de un goce
fálico (clitoridiano) y otro goce diferente, con cep ción en esencia fe­
cunda, pero que sufrió, después, p or la renovada pretensión freudia-
na de localizarlo, ahora en la vagina. Son bien sabidas las consecuen­
cias infortunadas que trajo esta afirm ación del fundador del análisis
cuyo efecto trágico, paradigm ático y extrem o pudo verse en las o pe­
raciones (tres) a las que se sometió la princesa Marie Bonaparte pa­
ra acercar el clítoris a la vagina38 y cuyos efectos más difundidos han
sido los de una insatisfacción de m uchas mujeres con su propio go­
ce. Posiblemente ninguna tesis freudiana topó con una oposición tan
en conada y virulenta, tan justificada, l a s feministas enfilaron sus dar­
dos co n tra el psicoanálisis, acusado de mil m aneras de relegar y de
inferiorizar el goce fem enino en función del m odelo masculino de
erección-penetración-eyaculación, m odelo que se trató (y n o se con­
siguió) probar com o patrim onio com ún a ambos sexos.
La insatisfacción co n el g o ce fálico p rom ueve !a búsqueda de
otros m odos y m odalidades de gozar sobre e¡ fon do del enigm a en
torn o del g oce fem en in o. La em p resa de definir y alcanzar goces
parafálicos y perifálicos p o r el lado de la prolon gación de la dura­
ción del co ito , del ascetism o, del desplazam iento quím ico m edian­
te sustancias que provocan la erección o que sean capaces de pro­
v o car orgasm os por estim ulación de cen tro s nerviosos, de la
sublim ación estética o del d olo r físico absorbe la im aginación y los
esfuerzos de poetas y científicos. Tam bién de psicoanalistas que opi­
nan que el fist-fucking, las p rácticas S /M o la proliferación de en ­
cu en tros múltiples y anónim os pu eden revelar nuevas verdades.
El psicoanálisis tenía, desde el principio, desde la respuesta co n ­
signada p or las histéricas y desde la p reg u n ta que esa respuesta en­
cubría, la misión de p rodu cir una respuesta diferente a la cuestión
de los g oces orto-m eta- y para-fálicos. Las propuestas form uladas
p o r los analistas eran d ecep cio n an tes p or el e rro r com ún de pro­
ducir fórm ulas supuestam ente universales o universalizables. El co ­
loquio de A m sterdam en 19 6 0 reu n ió dos trabajos, u no de L a ca n 39
y o tro de P errier y G ranoff,40 que prop on ían algo nuevo a partir de
la exp eriencia analítica y que están en la base de la elaboración (re­
lativam ente) definitiva realizada p o r L acan en sus sem inarios de
1 9 7 2 -1 9 7 3 ;41 en ellos la respuesta al enigm a m ilen ario se alcanza
p o r una vía lógica que d esem boca en fórm ulas y form ulaciones ro­
deadas p or un halo de impudicia.
La ausencia de solución universal a! enigm a del g oce fem enino
con du jo a la escandalosa (sólo en ap ariencia pues de h ech o es u n a
verdad banal y siem pre recon o cid a) proposición lacaniana de que
L\a m u jer no existe. Esto im plica que ellas, una p or una, d eben y
pueden en co n tra r su respuesta, la de ellas, que no es com p lem en ­
taria ni análoga a la respuesta masculina sino ind ependiente y su­
plem entaria de ésta. Y eso porque, para L acan , ellas no-todas están,
están como no-todas en el g oce fálico y que, con el falo, no-todo está
dicho acerca del g oce. Son los h om bres los que se em p eñ an en ha­
blar de la m u jer y en e n co n tra r un universal para el g oce que ellas
sienten y ellos presienten, un g oce que, p o r escaparse de las redes
del saber, es m uchas veces tem ido y hasta tenido co m o hostil.
El suplem ento de goce extrafálico (en corps, encoré) que n o podía
ser dicho debía ser escrito. H abía tam bién que escribir la imposibili­
dad de decirlo. Para ello, laboriosam ente, L acan llegó a las fórm ulas
de la sexuación,42 de la sexuación y n o de la sexualidad ni del sexo, de
la elección de un m odo particular de posicionarse de cada habiente
ante la función fálica que está determ inada no p or la anatom ía ni por
la cultura sino p or los avatares del com plejo de castración (determ i­
nante del saber inconsciente) y del deseo que resulta de ese com ple­
jo co m o expediente para la subjetivación de la falta en ser.
Con respecto a estas fórm ulas de la sexu ación que dividen a la
p arte llam ada h om bre y a la p arte llam ada m u jer de los seres h a ­
blantes he tom ado la decisión de no incluir en este libro una rep ro ­
d ucción y una glosa más que se agregaría a las varias existentes. Me
perm ito, en cam bio, rem itir al lector al sem inario de L acan 43 y a los
co m en tario s en riq u eced o res que se le h an h e ch o (p o r ejem plo,
e n 44 y45). P o r o tra p arte, arriesg aré u n a respu esta que im plicará
m arcar una diferencia co n postulaciones explícitas y a mi m od o de
ver confusas del propio L acan , acercán d o m e y ad op tan d o sugeren­
cias que p ro ced en de au to res q u e se o cu p aro n seriam en te de la
cuestión, Serge A nd ré,46 G érard P om m ier47 y C olette Soler,48 para
las que intentaré en co n tra r un m od elo topológico.
Es el m o m en to de rep etir y de rep asar lo asentado al com ien zo
del segundo ap artad o de este capítulo: h abíam os llegado al punto
de sep arar un g o ce del ser y un g o ce fálico y los h abíam os ubica­
d o, con L acan , en dos áreas diferentes del n u d o b o rro m e o (figu­
ra en p. 1 0 8 ). E n la enseñ an za de L acan el g oce que h e llam ado
goce del seres llam ado tam bién, indistintam ente, goce del Otro. ¿Pe­
ro de qué O tro se trata? Pues puede hablarse tan to , a] del cu erp o
co m o O tro , O tro radical, fuera del lenguaje, asiento de un g o ce li­
gado a la Cosa, imposible de sim bolizar o, b] p u ed e hablarse del
O tro , del gran O tro precisam en te co m o el O tro del lenguaje, de
la Ley y del có d ig o (có d ig o que p o d ría h a b e r p ero no h ay), del
O tro d on d e ha de significarse el m ensaje, el O tro indicado co m o
A en el grafo del deseo o , puede, p o r el m om en to acabarem os aquí
la en u n ciación , referirse c] al O tro que es el O tro sexo y el O tro
sexo es siem pre el fem en in o (Eteroz) pues el sexo que es Uno es el
que está íntegramen te regulado por el significante y p o r la Ley del falo.
C reo que la expresión goce del Otro es infortunada porque, dada la
polivalencia del O tro lacaniano y de su materna, la A mayúscula, to­
dos los goces son goces del O tro: 1 ] el goce del cu erp o fuera del len­
guaje (que estoy denom inando goce del ser); 2] el goce que pasa por
la articulación lenguajera sometida a la Ley, en m arcad o p or la cultu­
ra (llam ado aquí y con Lacan goce fálico) y 3] un tercer goce, suple­
m entario y situado más allá de la castración y de su símbolo que es el
goce fem enino para el que propongo reservar, a este sí, la denom i­
nación de g o ce del O tro (sexo ). G oce del O tro (se x o ), se im pone
aclarar, en el sentido subjetivo del genitivo de, el O tro sexo com o el
que goza, y no en el sentido objetivo, pues es imposible gozar del O tro
com o objeto del goce del U no. De este tercer goce, el goce más allá
del falo, es que cabe hablar al term inar este capítulo.
D eclarar co m o infortunada y acabar recon ociend o de m odo res­
tringido el sintagm a goce del Otro exige alguna precisión adicional. Si
algo es claro, según ya se dijo y se citó en el capítulo anterior, es que
“el deseo viene del O tro y el g oce está del lado de la Cosa”;49 en tal
sentido debe verse el goce siem pre co m o referido al U no, ese Uno
del que los habientes somos desalojados por la intervención invocan­
te del O tro que escinde la subjetividad, siendo el goce lo que al O tro
le falta y a la vez lo que él prohíbe en el U n o, eso que se expresa en
los maternas con la doble tachadura del O tro y del sujeto. Así y sólo
así el goce se presenta al sujeto co m o siendo lo O tro, lo radicalm en­
te ausente que en cu en tra su símbolo en la <í> mayúscula del falo y se
manifiesta en el m undo del lenguaje com o nom bre-del-Padre.
P or tod o ello es que reco n o cem o s, en una última síntesis:
1. goce del ser (de la Cosa, m ítico);
2. g o ce fálico (del significante, lengu ajero) y
3. g oce del O tro (fem enino, inefable).
Sí; habría que coincidir con L acan en que el goce del ser (1) y
el goce del O tro (3) se inscriben en la misma región (m arcad a co ­
m o /. A., jouissance de l ’A utre) del n u d o b o rro m eo escrito en super­
ficie plana, en la región de intersección de lo real y lo im aginario,
sin m ediación simbólica, co m o algo co rp o ral ajeno a la función fá­
lica que es la función de la palabra. No deja de ser paradójico — pe­
ro así ha de ser— que el g oce llam ado “del O tro ” quede totalm en­
te fuera de lo sim bólico (figura en p. 1 1 0 ).

4. LOS TRES GOCES Y LA BANDA DE MOEBIUS

Se trata ah ora de articular estos tres goces sin p e rd e r n u n ca de vis­


ta que, con ellos, no nos m ovem os en un te rre n o especulativo sino
en u n a referencia constante a la clínica, a u n a clínica que habrá que
p ensar de m odo diferente co n el co n ce p to de goce.
La en u m eració n de los tres tipos de g o ce tiene algo de excesivo
o de bizarro; es co m o la superposición de tres sustancias h eterog é­
neas, algo así co m o las tres identificaciones recon o cid as p o r Freu d
en el capítulo 7 de su Psicología de masas o los Li es m asoquism os del
artículo a cerca del “p roblem a e co n ó m ico ”, ensam blando tres cosas
que n o p arecen sumarse sino p ro ced er de conjuntos diferentes. No
p odría ser de o tro m o d o siendo el g o ce lo que es en relación con
la lógica: eso de ella queda exclu ido. Y p ara esto que resulta tan di­
fícil de cap tar con las palabras de un discurso p u ed e convenir una
ap rehensión topológica.
Hay que partir de la clínica, de los goces indictos, los que no pa­
san p or el diafragm a colim ad or de la palabra, los de una disolución
de la subjetividad, extern os a toda vida de relación, exüadiscursivos.
Hablo de los cu erp os reducidos a su existencia corp oral en la em ­
briaguez extrem a, el autisrao, la infans-cia. Eso en un extrem o . En
el otro, las experiencias extáticas de quienes, habiendo atravesado
todas las barreras o p ortu nam ente indicadas al g oce, y muy particu­
larm ente aquella que es su contrario, el deseo, se encu en tran en una
relación directa, inm ediata con el g oce. E n tre los dos extrem os, es­
tán los goces diafragmatizados, regulados p or los esfínteres lengua-
jeros, som etidos a la castración y su ley, perseguidores de un objeto
fantasm ático que se escapa inexorablem ente com o la tortuga al bue­
no de Aquiles o com o la m ujer al hom bre. No está mal d ecir que es­
te últim o, el fálico, es g oce perverso (es decir, vertido de costad o,
trans-ferido, m eta-fó tico ), mientras que los otros dos son locos.
Hay que p on er aten ción p ara n o con fu n dir estos dos goces que
están fuera del lenguaje pues ellos no son lo mismo sino, antes bien,
lo contrario uno del otro; m ejor dicho, el revés. El autismo, mal que
le pese a la clásica clín ica psiquiátrica que los engloba bajo el mis­
m o ru b ro ele psicosis, no es asimilable a la paranoia. E n tre ambos,
en tre el más acá y el más allá de la palabra, se extien d e este cam po
de la co b ertu ra insuficiente de lo real p or m edio del lenguaje que
nos da u n a “realidad ”, un cierto sustituto del g o ce que se nos esca­
pa. Es el cam po que L acan llam ó del semblante y N ietzsche, co n más
crudeza, de la mentira. El sem blante o la m entira, am bos tributarios
del falo y de su g oce, son las condiciones de posibilidad del discur­
so pues no hay discurso que no lo sea del sem blante.
Sería fácil m ostrar top ológicam en te la relación en tre los tres go­
ces sobre la superficie de una hoja de papel. Bastaría co n trazar tres
círculos co n cén trico s que rep resentarían las relacion es existentes
en tre los tres goces.

Figurarían allí u n a zona central, que constituiría el núcleo del ser


(el círculo del ce n tro ), lo más íntimo y a la vez inaccesible, la tierra
extranjera interior, eso que de lo Real queda excluido y padece por
el significante; así se representaría el goce del ser. En el medio puede ha­
cerse figurar esta zona som breada, la de la palabra que en m arca y en­
cierra a la Cosa condenándola al silencio y a las filtraciones inespe­
radas, espacio del significante, del goce fálico. Y quedaría un más allá,
una zona de goce que sería exterior, ésa de! goce que exced e a la sig­
nificación y a la función fálica, el que h ace a la m ujer co m o no-toda
(pas-toute) del que nos darían atisbos — ya que no con ocim ien to—
ciertas experiencias de místicos y paranoicos que van más allá del ór­
gano que estorba a m odo de falo. Es el área del goce del Otro (se x o ).
Este m od elo es sencillo, dem asiado. El p roblem a es que con él
se pierde la posibilidad de m o strar la co n tin u id ad y la oposición
qvie hay en tre los dos goces del cu erp o (el cen tral y el exterio r) se­
p arados p or el apalabram iento que h a ce p asar al g o ce p o r el em ­
budo del falo. Con los círculos co n cén trico s la separación es abso­
luta y en tre am bos g oces n o hay oposición sino sim ple falta de
co n tacto. P or eso es que p ro p o n go re cu rrir a o tro m od elo y a otra
d em ostración que L acan usó en un co n te x to totalm ente diferente,
el de la banda de Moebius. Es n ecesario en este pu n to re c o rd a r lo
esencial de esta figura topológica. El lector interesado en los deta­
lles técn icos y en la utilización que L acan da a esta figura puede re­
cu rrir al libro ya citado de G ranon-Lafont.50 Daré p or conocidas las
propiedades topológicas de la banda.
N o nos co n fo rm am o s con la relación e n tre tres espacios visibles
y claram en te separados en tre sí co m o se los ve en nuestros círcu ­
los co n cén trico s y p or eso preferim os la banda, esa cin ta co n una
m ed ia torsión . Sabem os que la b an d a de M oebius que h abitual­
m en te m anejam os, la que h acem o s ju n ta n d o en u n a cin ta el b or­
d e su p erior de uno de sus e xtrem o s co n el b orde inferior del otro ,
es una falsa banda de Moebius p orqu e si la co rtásem o s p or el m edio
y a tod o lo largo co n una tijera, lo que nos q u ed aría sería nueva­
m ente una cinta, u n a superficie co n dos lados y dos bordes. Sabe­
mos tam bién que al espacio ab ierto p or el co rte no lo podríam os,
a nu estra vez, cortar. Ese esp acio que es virtual e intangible es la
banda de Moebius verdadera. El intangible e in co rp ó reo espacio del
co rte es esencial para nuestra co n cep ció n d e los tres goces y de la
sep aración en tre ellos.
C onsidero que el g oce del ser y el goce del O tro (s e x o ), los dos
goces que están fuera de la palabra, tienen la misma falsa continui­
dad que la que ap reciam o s en la falsa b an d a de M oebius. Es allí
d on d e la tijera, bon ito objeto para indicar la función de la castra­
ción, la intromisión del significante fálico (si se quiere hablar de un
m odo m enos intuitivo y más p reciso), p ro d u ce ese vacío, esa sepa­
ración del g oce prim igenio que abre las puertas del g oce accesible
a los sujetos de la palabra, el goce fálico, el de los en can tos y de las
d ecep cio n es lengu ajeras. Se trata de un goce sin cuerpo, fuera del
cu erp o , en el lenguaje, que o pera una división y un en fren tam ien ­
to. El g oce del cu erp o queda ah ora dividido en dos, arm ad o de de­
rech o y de revés, fuera del lenguaje (figurado com o co rte en la ban­
da de M oebius) que lo p artió en 1111 g oce del ser, an terio r al corte,
y un g o ce del O tro , su an típoda, su antífona, su más allá, que es se­
cu nd ario e inconcebible sin ese corte.
C reo haber explicado el porqué de mi rechazo a con ceb ir los ues
goces con el esquem a sencillo de los círcu los co n cén trico s que ca­
recía de la riqueza heurística que debem os ag rad ecer a la banda de
Moebius y a la oposición en tre la banda falsa y la verdadera.
Mi p ropu esta h ace evidente que la castración es ju stam en te el
co rte que h ace que la sustancia de los dos goces del cu erp o sea la
m ism a p ero que ellos no sean lo mism o, que sean distintos sin que
se p ueda pasar del uno al otro . Hay en tre ellos una discontinuidad
que les es esencial. El cu erp o , con su superficie, es u n o, co n su de­
rech o y su revés. El lenguaje (el Falo) es ese ser virtual que produ ­
ce en él la oposición y la diferenciación de los tres goces, es ese há­
lito sutil que m a rca lo im posible del re e n cu e n tro co n el p erdido
g o ce del ser y lo posible, m utilado, que se instaura p o r la interven­
ción de la palabra. El co rte de la castración es co m p leto , total, del
lado del hombre que lo vuelca p o r el em b u do habilitado en él p or
el ó rg an o que lo rep resen ta (reco rd e m o s p o r últim a vez que no
es cu estión de an ato m ía sino de relación co n u n a rep resen tació n
im aginaria del ó rg an o en tan to que faltante al d e se o ). El co rte es
in com pleto en las mujeres que no tropiezan co n el estorb o de un
órgan o que en su im agen corp oral pone b arre ra al g oce co m o sem­
blante de falo; es un co rte no-todo, un co rte que, una vez efectua­
do, abre un más allá y rem ite al significante que falta en la batería
del O tro del lenguaje, al enigm a de la fem inidad, enigm a desde el
punto de vista del falo, claro está.
De la h eterogen eid ad incom unicable de los goces (pues dos de
ellos son inefables y rem iten al S [A] faltante) resulta necesariam en­
te la imposibilidad en lo real de la relación sexual. Si el Falo fuese
un significante que tuviese par, si existiese el significante propio de
LXa mujer, la relación p od ría articularse, p od ría inscribirse; algún
tipo de com p lem en taried ad sería posible. Pero p o r faltar ese signi­
ficante se instaura un desequilibrio que con figu ra y delinea el g o ­
ce vinculado a la castración y los dos goces que están uno más acá,
(goce del ser) y o tro más allá (goce del Otro) del co rte . En síntesis: antes
de la palabra está el g o ce del ser, después de la palabra, el goce del
O tro (se x o ); en tre uno y o tro , el g o ce sem iótico, el que está ligado
al falo, el de la palabra que separa del cu erp o.
Jean A llouch51 nos ha dado la posibilidad de restituir el texto au­
téntico de una referen cia lacaniana que dice bellam ente de la exis­
tencia y la diferencia en tre estos tres goces:

Nada hay más ardiente que aquello que, en el discurso, hace refe­
rencia al goce [al goce del ser], el discurso lo toca allí sin cesar pues
de allí es que él se origina [el goce fálico]. Vuelve a conmoverlo
puesto que intenta retornar a ese origen. Y así es com o impugna to­
do apaciguamiento [goce del O tro ].'2

Las d en om in acion es ele los tres g oces han sido intercaladas en


lo dicho p o r Lacan ,
C reo que hay que insistir en señalar esta d iferencia en tre los dos
goces que se ubican fuera del lenguaje, en no asimilarlos, aun cuan­
do — co m o efectivam ente suced e— estem os vulnerando con una
in terp retación el texto de L acan . Si n o se insiste en ello la co n ce p ­
ción lacan iana de la fem inidad h aría de las m ujeres seres que sólo
pueden ex-sistir en tanto que lenguajeras y vinculadas al o rd en y a
la Ley del falo. M uchos rep ro ch es p ro ced en tes del fem inism o que­
darían p len am ente justificados p orqu e a ellas, en tanto que muje­
res, n o les qu ed aría o tro red u cto que ese lugar im pensable de la
Cosa donde el silencio se confunde con el grito, donde todas las sig­
nificaciones se desvanecen y d on d e la vida ced e su lugar a la m u er­
te. Su g oce sería g o ce fálico y, si n o fuese ése, sólo les q u edaría el
silencio de los árboles y las ostras o el grito que nadie escucha y que
nada dice. En esa co n cep ció n no hab ría para lo fem enino sino la
im postura y la m ascarada fálica, p or u n a p arte y, p or otra, la acep ­
tación pasiva del lugar de @, de objeto, para el fantasm a de un su­
jeto que haría valer sobre ella un deseo esen cialm en te perverso.
I.a riqueza de la form ulación de L acan se ap recia cu an d o se va­
lora sin prejuicios su afirm ación de que L\a m ujer n o existe. Ellas,
las m ujeres, consideradas una p or una, todas diferentes, carecen de
universal, están instaladas en una relación que les es esencial con
el Falo, sí, p ero están co m o n o-toda(s) allí, persiguiendo también,
adem ás, un significante imposible de articular, “algo ” que no está
más acá sino más allá de la palabra, S (A ). Tal significante lleva o po­
dría llevarlas (no es el caso de cre a r o u o universal después de ha­
berlo descartado) a un m undo de valores de experiencia vivida que
está más allá del imperialismo fálico y su universo de significaciones,
secreto de esos místicos y de esas místicas que no, no son lo co s/a s,
y de esas sutilezas del alm a fem enina que desbaratan, en el d ecir de
los en am orad os, las arro gan cias falóforas. Se trata de un más allá
cuyo lem a es encare y que es el d erech o de ese revés que es la locu ­
ra o el revés de ese d erech o a la locura sin el cual todos los d ere­
chos son con cu lcad os.

5. FREUD (LACAN) O FOUCAULT

2005. La actualización que este libro necesita con m ayor urgencia


— creo— es la referencia al goce del O tro, al goce no fálico que está
más allá de la palabra, el que surge por la im potencia del saber para
abarcarlo. En estos quince años (1990-2005) transcurridos desde la
primera edición de Goce surgió, com o heredera de los Gay and Lesbian
Studies de los años o ch en ta — herederos a su vez de la gran con m o­
ción del pensam iento que representó el feminismo de los setenta— ,
la queer theory, que tom ó y desarrolló en los Estados Unidos el trabajo
de investigación de la historia de la antigüedad clásica que debem os
a Michel Foucault (1926-1984). La expresión intraducibie queer theo­
ry fu e acuñada p or Teresa de Lauretis53 precisam ente en 1990 para
dar cuen ta de los múltiples fenóm enos y experiencias subjetivas y de
las correspondientes teorías acerca de las modalidades del goce que
escapan a la normatividad social impuesta y dom inante a la que se ha
bautizado con el presuntuoso nom bre de heteronormatividad.
La h eteronorm advidad es la n orm a social que se presen ta co m o
la colum na vertebral de las sociedades d em ocráticas de avanzada.
Esa n orm a va de suyo, no necesita ser sancionada p o r el ap arato ju ­
rídico. C orresp on d e a la ideología y a los prejuicios de los hom bres
blancos, adultos, de clase m edia, definidos en su orien tación sexual
hacia las m ujeres, m on ogám icos y cen trad os en la pareja h eterose­
xu al co m o p arad ig m a de la relación am orosa y en los valores del
m atrim onio y la familia. “Presupone que una relación com p lem en ­
taria en tre los sexos es tanto un arreg lo natural (tal co m o las cosas
son) co m o un ideal cultural (tal com o las cosas deberían s e r )”.54 L a
h eteronorm atividad no es tan sólo 1111 com plejo ideológico o, si lo
es, lo es en el sentido más radical: el de una ideología que configu­
ra a los seres a los que se dirige clasificándolos y haciéndolos sentir
extrañ os a sí mismos ( queer, es decir, “ra ro s”) cu an d o no se ajustan
al sistema regulador.
Qiieer son e n to n ces tod os aquellos que no se ajustan a esa n o r­
m a: las m u jeres en la m edida en que n o se asu m en co m o “co m ­
p lem en to ” d e los hom b res, las m in orías raciales y culturales, los
indigentes y sin hogar, los hom bres y las m ujeres que buscan su sa­
tisfacción p ersonal en relacion es y e n cu en tro s no estandarizados
(genitales, heterosexuales), los que son objeto de segregación y des­
confianza porque su m o d o de gozar es queer, alien, distinto de lo es­
p erado. Lo esperado no es lo estadísticam ente m ayoritario pues, vis­
ta la diversidad de lo queer, resulta que la m ayoría de la población
es la discrim inada. P ero la ideología oficial se im pone p or la fuer­
za de un biopoder (Fou cau lt) que es efecto del discurso de los bien-
gozantes y bienpensantes. El discurso es el instru m en to transindi-
vidual que ejerce su fuerza perform ativa in d ep en d ien tem en te de
las instancias del sujeto, de su acu erd o o de su deseo.
El b io p o d er se m anifiesta cre a n d o y distribuyendo rótu los de
identidad que p retend en decir, a partir de la n orm a, lo que el otro
es en relación co n aquello que d eb iera ser. Los sistemas clasificato-
rios (la psicopatología en p rim er lugar, desde fines del siglo x ix )
son poderosos discursos creadores de identidades anorm ales. El fas­
cin an te p ro ceso de p ro d u cció n de los queer ha sido estudiado de
m anera exhaustiva p or M ichel Fou cau lt; él abrió nuevas avenidas
para un saber refrescan te y crítico. Foucau lt no llegó a usar la pala­
bra queer co n el sentido que tom ó años después d e su m u erte y que
prevalece en la actualidad. Sus cursos en el Coltige deFrancé55 son in­
vestigaciones ejem p lares, co n tin u ad as actu alm en te p o r m u ch os
pensadores reunidos con la etiqueta de la queer theory.
La hipótesis básica de esta teoría es que la identidad sexual y la
identidad de g én ero, al igual que todas aquellas identidades que re­
ciben su d en om in ación desde la ideología d om in an te, son total o
p arcialm en te co n stru ccio n es sociales que encasillan y segregan a
los “d iferentes”. L a consecu encia política de estos estudios críticos
es la de un desafio al biopodery sus pretensiones dogm áticas de limi­
tar los cam inos del goce del O tro así definido.
E n térm inos lacanianos p od ríam os d ecir que el O tro es el que
p reten d e gozar más allá de la unificación que se q u erría m onopó-
lica por parte del significante fálico. El g o ce cíe! O tro es el de quie­
nes se apartan de la n orm a; es un goce sospechoso, al que habría
que limitar, y som eter a la Ley. L a Ley tiene vocación de perversión
p or cu an to no re co n o ce otro goce que el que sale a la luz bajo el
sol del órgano eréctil del hom bre, del falo co m o sem blante. La con­
signa h eteronorm ativa sería: “todos alred ed o r del falo y de su sus­
tituto, el n om bre-del-Padre”. “F uera de la iglesia no hay salvación”
se d ecía antes, “fuera del n om bre-del-Padre” tam p oco, se diría hoy
co n un tapiz falsa y arcaicam en te lacaniano.
La leona queer' está amenazada por su propio éxito. Las publicaciones
se m ultiplican, sus expositores son convocados para desarrollar sus
posiciones en todos los foros, las librerías tienen anaqueles especia­
les para sus libros, la acad em ia — lejos de aislarla— le o frece un lu­
gar p ro m in en te. Su impulso irreverente se desvanece p or la apari­
ción de u n a nueva norm atividad y p or la co o p tació n en el rep arto
del poder, p or lo m enos en lo intelectual. N adie o casi nadie se ha­
ce defensor abierto del pensam iento straight, que h a pasado a ser
politicamente incorrecto. No se ha term inad o co n el sexism o, con el
racism o ni co n la hom ofobia, p ero se h a conseguido que éstos se
tengan que ocultar. El dosel es ah ora el de quienes sé traicionan a
sí m ismos en lapsus y síntom as que delatan su rechazo a este co n ­
ju n to de m inorías que siguen siendo el objeto de su repulsa. No es
que los bienpensantes y biengozantes hayan rep rim ido — en senti­
d o psicoan alítico— sus prejuicios; es que h an ap ren d id o a supri­
mirlos del discurso.56
Desde un principio los im pulsores de este m ovim iento teórico y
político se en co n traron divididos en cu an to al lugar que debían dar
a! pensam iento psicoanalítico en general y al lacaniano en p articu­
lar d en tro de sus con cep cion es. M uchos, p articularm ente en los Es­
tados U n id os, co n sid eran que, m ás allá de discutibles afirm acio­
nes de Freu d y de L acan , ellos n o p od rían p rescind ir del a p o rte
p sicoan alítico y de valorar la utilidad que la teoría y la p ráctica del
psicoanálisis tienen para el logro de sus objetivos. P o r o tra p arte,
así co m o en los años setenta m uchas pioneras del fem inism o co n ­
sideraron que Freud e ra el rnale chauvinist p i g p ro m o to r de las des­
gracias de las ímijeres, hay m u ch os au tores que se han lanzado y se
lanzan ah o ra co n tra L acan co m o si hubiese sido un evangelista de
la heteronorm atividad, alguien que p reten d ía co n d e n a r las perver­
siones en n om bre de principios p atriarcales y discrim inatorios. Es­
tos últimos son los que insisten en o p o n e r a F ou cau lt co n tra un La­
can al que satanizan co m o el adversario. La lucha en to rn o del
psicoanálisis en el seno de la queer theory es apasionada.
Q uisiera d ar cuenta de las posiciones en ju eg o . E n tre ellos el más
recien te y decidido opositor a la teoría y la práctica del psicoanáli­
sis es Didier Eribon , que o frece el título para nuestro últim o ap ar­
tado de este capítulo:

Tenemos que elegir: es Freud (Lacan) o Foucault. Es Foucault o el


psicoanálisis. Creo que toda la grandeza del proyecto foucaultiano
consiste precisamente en el hecho de que él busca hundir ia teoría
psicoanalítica del psiquismo individual para oponerle una teoría de
la individuación como efecto del cuerpo sujetado, del cuerpo disci­
plinado.57

P ara E ribon, biógrafo e íntim o am igo de Foucault, “el psiquismo


del que se o cu p a el psicoanálisis es un p ro d u cto de la sociedad dis­
ciplinaria y el psicoanálisis es un engranaje de la tecn ología disci­
plinaria” (id). Esta posición extrem a es vista con sim patía tam bién
en ciertos círculos lacanianos. Para Je a n Alloucli:

los psicoanalistas no denuncian los errores; se callan y se espantan,


haciendo com o si Foucault 110 los hubiese comprometido, como si
él no hubiese articulado públicamente una crítica razonada del psi­
coanálisis, algo que equivaldría a una especie de oración fúnebre
[responso] para el psicoanálisis.58

Si el psicoanálisis es lo que Foucault dice — continúa Allouch— es­


tá acabado y eso “incluso desde antes de la muerte de L acan ” ( o¡>. cit.).
P or eso, reiterando una frase anterior, agrega esta fórmula tajante: “El
psicoanálisis será foucaultiano o dejará de ser; eso quiere decir que te­
nem os el en cargo de h acer que Lacan se reúna co n Foucault” (id., p.
179). Más aún: “Foucault nos ha precedido y nosotros no tenem os na­
da m ejor que hacer, con Lacan, que alcanzarlo” (id., p. 173).
Así vem os al psicoanálisis en fren tad o co n quienes quieren hun­
dirlo y teniendo que protegerse de quienes quieren salvarlo siguien­
do la consigna de ir detrás de Foucault. Sostendrem os en las pági­
nas siguientes que todos ellos parten de un e rro r de perspectiva y
de un descon ocim iento de que el psicoanálisis, tanto en Freud co­
m o en Lacan , es el fu nd am en to irren u nciable y el an teced en te di­
recto del que la teoría queer deriva co m o una con secu en cia lógica y
necesaria. Tam bién d escon ocen — en el sentido de la desm entida—
lo que falta en Foucault, el “esfuerzo m ás” que le habría perm itido
ro m p er de cuajo co n el sistem a h eteron orm ativo.
C om o bien dice Tiin D ean:

Puede mostrarse que, aunque la teoría queer remite su genealogía


intelectual a Michel Foucault, ella en verdad comienza con Freud,
específicamente con sus teorías de la perversidad polimorfa, la se­
xualidad infantil y el inconsciente. El “retorno a Freud” de Lacan
implicó redescubrir todo aquello que es más extraño y refractario
— todo aquello que sigue siendo ajeno a nuestros modos normales
y de sentido común en el pensamiento— acerca de la subjetividad
humana. Esto, desde una perspectiva angloamericana, hace apare-
ccr al psicoanálisis de Lacan bastante queer f. . .] El psicoanálisis laca-
niano puede aportar municiones que vienen al pelo para la crítica
queer de la heteron orina tividad.SB

Esa crítica queer com ienza, h istóricam en te, con la exten sa nota
que agrega F reu d a los Tres ensayos de teoría sexual en 1915:

La investigación psicoanalítica se opone terminantemente a la tentati­


va de separar a los homosexuales como una especie particular de se­
res humanos [... ] Sabe que todos los hombres son capaces de elegir un
objeto de su mismo sexo y aun lo han consumado en el inconsciente [...]
El psicoanálisis considera más bien que lo originario a partir de lo
cual se desarrollan luego, por restricción hacia uno u otro lado, tan­
to el tipo normal como el invertido es la independencia de la elección
de objeto respecto del sexo de este último, la posibilidad abierta de dispo­
ner de objetos tanto masculinos cuanto femeninos tal com o se la
puede observar en la infancia, en estados primitivos y en épocas pre­
históricas. En el sentido del psicoanálisis entonces, ni siquiera el inte­
rés sexual exclusivo del hombre por la mujer es algo obvio, sino un proble­
ma que requiere esclarecimiento.60 [El destacado es mío.]

Freud sabía de qué hablaba. N adie ign ora que esta posición teó­
rica es el resultado del análisis de sus propias tendencias y de los sal­
dos de su relación con Fliess.
N o cansaré al lector con citas que posiblem ente conozca de m e­
m oria. Sabemos que cuan do se le preguntaba a Freud sobre la posi­
bilidad de transform ar la orientación sexual de alguien él decía que
era tan difícil, m ediante el psicoanálisis, que alguien pase de la h o­
m osexualidad a la heterosexualidad com o conseguir el cam bio en
el sentido inverso. En la conocida carta de 193561 a la m adre nortea­
m ericana p reocu p ad a por la hom osexualidad de su hijo, después de
rep roch arle que se n egara a llam ar a las cosas p or su nom bre, le de­
cía sin am bages que no había razones para avergonzarse de esa co n ­
dición que no supone vicio ni degradación alguna y que no se la pue­
de clasificar com o enferm edad sino com o una variante de la función
sexual. Bien es cierto que, co m o en el planteo sobre el psicoanálisis
lego, la m ayoría de los psicoanalistas siguió una política con traria a
las posiciones de Freud y se sabe que su hija Amia, en 1956, trató de
im pedir que una periodista inglesa reprodujese esa carta en The Ob-
seruer. Hay todavía, en m uchos países, psicoanalistas que siguen pen­
sando que la hom osexualidad es u n a enferm edad y que se debería
prohibir a los gays el ejercicio del psicoanálisis.
L acan , a quien se le rep ro ch a h aber sostenido en sus sem inarios
I (1 9 5 3 ) y VIH (1 9 6 0 ) que la hom osexualidad e ra una m odalidad
de la perversión, fue un adm irador de la obra de Foucault y alguien
que jam ás hizo en su trayectoria institucional o tra cosa que o p o n er­
se a cualquier inten to de segregación de los psicoanalistas en fun­
ción de sus preferencias sexuales. L a palabra “perversión”jam ás en­
trañ ó para él u na calificación m oralizante y fue pensada siem pre
co m o una constatación clínica que no debía teñirse co n valoracio­
nes que vulnerasen la neutralidad del analista. L acan estuvo muy
atento a los progresos logrados p or el fem inism o en la lucha p or la
igualdad y es evidente que sus tesis sobre la fem inidad que apare­
cen en el Sem inario Encoré (1 9 7 2 -1 9 7 3 ) son su respuesta a las críti­
cas que se hacían a las tesis freudianas desde el Movimiento de Li­
beración Fem enina. Me atrevo a d ecir que sus co n cep cio n es sobre
la repartición de los habientes e n tie hom bres y m ujeres y sus tesis
sobre el g oce su p lem en tario son la m áxim a co n trib u ció n del psi­
coanálisis a la gozología (erotolo gía) fem en in a en la historia de la
hum anidad. A p artir de ellas el co n cep to de perversión h a cam bia­
do d e signo y p or eso p od em os sosten er que la perversión es la
creen cia de que sólo existe un g oce, el fálico, a la vez que se des­
m iente la posibilidad m ism a de un g oce O tro.
Al igual que co n Freu d , cabe señalar que la posición nítida del
m aestro en con tró resistencias en tre sus más cercan os colaboradores.
Aún hoy es posible leer que algunos de sus continuadores — y n o de
los m enores— , com o es el caso de Charles M elman,62 pese a ciertas
denegaciones incidentales, argum entan en to m o de la hom osexua­
lidad desde tomas de partido inequívocam ente hom ofóbicas:

Es verdad que el homosexual no ha elegido su destino [nos cuesta ad­


mitirlo y, aún así ¡qué triste destino!] y que las mismas fuerzas que en
otros conducen a la heterosexualidad revelan en ellos, aveces para
la profunda sorpresa del sujeto y sin que pueda evitarlo [ tal como,
claro, él mismo lo hubiese querido de haber podido elegir], que él estaba
del otro lado (sic). Sólo la religión puede condenar al oprobio o a
la excl lisió n [no nosotros, los psicoanalistas, que estamos excluidos de ese
privilegio]. Dicho esto, parece posible formular un juicio ético, que
partiría menos de la necesidad general de seguridad narcisíslica in­
ducida por una sexualidad diferente y que formularíamos a partir
de esta pregunta: ¿le da la homosexualidad al sujeto una mayor li­
bertad respecto de este orden del lenguaje que por el sesgo del in­
consciente nos determina? [¿quién ha hablado de mayor o menor líber
Ind ante el lenguaje en junción de las preferencias sexuales ?] Sólo se puede
responder por la negativa. La perversión [asimilada, aquí sí con una
valoración peyorativa, a la condición del homosexual] es un sistema de
coacciones y de dependencias más rígido aún que aquel que ella im­
pugna por su insuficiencia, su carácter prosaico o su estupidez. [Ue
este lado somos eso; pero “del otro lado” nos ganan]. Por ello es que no se
puede aceptar que la perversión homosexual sea portadora de
emancipación; parece qué una invasión por el orden fálico tiene in­
cidencias esencialmente conservadoras, aun cuando se oponga al
mal gusto establecido.

Estas son las líneas finales de un largo artículo sobre la hom ose­
xualidad desde una perspectiva que se p reten d e rigurosam ente clí­
nica y lacan iana. El au to r no deja de d ep lo rar que en la h om ose­
xualidad m asculina tanto co m o en la fem en in a se e n cu e n tra una
co n d en a despiadada del padre en todas las figuras que pudiesen re­
presentarlo; odio, llega a decir, que, p o r lo co m ú n , es transm itido
p o r una m adre que en cu en tra en el hijo la m an era de vengarse p or
su castración.
H e rep ro d u cid o co n fidelidad y extensión las opiniones de Mel-
m an para d ejar co n stan cia de que las críticas de Fou cau lt al psicoa­
nálisis no son infundadas p e ro que ellas no p u ed en referirse al psi­
coanálisis en general sino a ciertos paladines de la n o rm a que se
alejan explícitam ente de! discurso de Freud y Lacan : la delfina efec­
tiva en el p rim er caso, A n n a Freu d , y el delfín fru strad o en el se­
gundo, Charles Melman. Sin em bargo, eso es lo anecd ótico. L o que
v erd aderam en te im porta es la co n trib u ció n del psicoanálisis al te­
nía y la política que la práctica y la teoría del psicoanálisis inducen.
En ese sentido es que ad h iero a la tesis citada de Tim D ean sobre
el ca rá cte r p ion ero del pensam iento freu d olacanian o para una au­
tén tica te o ría queer. Y no es que el psicoanálisis d eba c o rre r tras
Fou cau lt con la esperanza de alcanzarlo (Allouch) sino que es Fou­
cault quien, al ren eg ar de los desarrollos de Freud y L acan , cae en
form ulaciones am biguas que opacan los co n tu n d en tes resultados
de sus ricas investigaciones arqueológicas e históricas.
¿A qué m e refiero? A la ign oran cia n ada in o cen te — de m u ch o
se p od ría acu sar a F o u cau lt p ero jam ás de ign o ran cia e ingen u i­
dad— y al silencio a cerca de la pulsión de m u erte en F reu d y del
co n cep to de goce en L acan , todo eso que, según d em ostram os en
el capítulo ! de esta obra, obligaba a rescribir la historia del psicoa­
nálisis p o r inscribir en ella vuelcos que dan sentido a los pasos p re­
vios del descubrim iento freudiano.
C om en zan d o p o r Freud, señalem os, adem ás de a] sus ya citadas
ideas sobre la hom osexualidad, totalm ente con trarias a cualquier
h eteron orm ativid ad, b] la afirm ación de la perversión p olim orfa
co m o cu n a de la subjetividad que subyace en todos los seres hum a­
nos a lo largo de su vida en tera, c] la n oción de que todas las pul­
siones son parciales y aspiran a una satisfacción que no en cu en tran
y que impulsa siem pre h acia d elante en la búsqueda de nuevas m e­
tas, dj la su p eración d e toda perspectiva biológica o biologizante
para en ten d er la sexualidad h u m ana, e] la afirm ación del ca rá cte r
transgresivo de la pulsión que n o se co n fo rm a con las m etas del
principio del p lacer sino que las vulneran en u n a m arch a que lleva
al sujeto “más allá”, f] la tesis de que esa pulsión de m u erte es la
esencia de la pulsión que siem pre está más o m en os ligada co n las
pulsiones de vida, g] el ca rá cte r repetitivo de la insistencia pulsio-
nal y h] la co n d en a de toda posibilidad de co m p lem en taried ad a
través de una genitalidad lograda (blanco siem pre de los sarcasmos
de L a ca n ); en fin, todo en la teoría de Freud conspira contra una lectura
normativa y aboga p or la esencia del psicoanálisis: escu ch ar lo que
se dice en cada análisis, en cad a m inuto del discurso del paciente,
ren u n cian do e im pugnando todo saber previo. La teoría de las pul­
siones y de su especificidad transgresiva, repetitiva, masoquista en
el fon do, es la base para em p ezar a pensar u n a teoría queer, co n tra ­
ria a la asunción de identidades provenientes del O tro.
L a teoría queer es la que está am enazada p or el d escon ocim ien ­
to del psicoanálisis cu an d o piensa que una identidad gay o lesbia­
na o sadom asoquista o lo que sea p uede ser una valla co n tra la he-
teron orm ativid ad , siendo que esas iden tidad es p ro ced en de
clasificaciones y juicios elaborados p o r el O tro. N o es inviniendo el
signo de la discrim inación co m o se d e rro ta a esa discrim inación.
La investigación psicoanalítica es un a h erram ien ta esencial para la
d esco n stru cció n de las categ o rías norm ativas. ¿P or qué? P orqu e
p erm ite revelar en cada caso la singularidad del deseo, base para la
fo rm ació n p o sterio r de m ovim ientos co m u n itarios en d on d e se
alian sin confundirse los sujetos encasillados en u n a taxonom ía que
siem pre es un efecto de la hostilidad del otro , esa hostilidad que se
disfraza de objeüvividad y que p reten d e h acer a p a re ce r a lo que es
diferen te co m o si fuese ab erran te, ch u e co , digno de ser corregid o.
¿Y del lado d e L acan ? L acan ap o rtó , ad em ás de u n a re le ctu ra
d esm istificad ora y an tico n v en cio n al de F re u d , los co n ce p to s que
p u ed en servir de base p ara u n a te o ría n o re cu p e ra b le p o r el dis­
cu rso o ficial. C o n c re ta m e n te , la im p u g n a ció n d e las m etas de
“m ad u rez g e n ita l” que p rim ab an en el discurso an alítico cu an d o
él inició su en señ an za y — lo m ás im p o rta n te , aq u ello en lo que
insistirem os— la p ro m oció n del co n ce p to de g o ce al lugar central
d e la refle x ió n an alítica. El g o c e co m o — insistam os— el polo
op u esto al deseo. E n tre los dos, en tre g o ce y d eseo es que se ju e ­
ga la totalidad de la e xp erien cia subjetiva. En am bos casos se tra­
ta de un sujeto inm erso en las red es del lenguaje, escind id o y se­
p arad o del o b jeto que es causa de su d eseo y e v o ca d o r del g o ce
p ro h ib id o . C o m o co n se c u e n c ia d e esa o m n ip re se n cia de la di­
m ensión gozan te de la existen cia es que se su ced en las tesis laca-
nianas que h acen de valladar insuperable p ara el im perialism o fá­
lico que signa n u estra cu ltu ra y co n sign a a los sujetos a vivir tras
las rejas que canalizan el g o ce p or las zanjas que el p od er cava.
El m onolitism o fálico en las fórm ulas lacanianas de la sexuación
es todo lo co n trario de u n a postración an te los altares de Príapo.
De ese m onolito surge la tesis de que la m ujer es no-toda con reía-
ción a él (É l) y que él n o puede sino soñar con organizar el m un­
do bajo su égida, que él es, a su vez, no-todo p orqu e ellas (no hay
Ella) existen y p ortan el m ensaje de un g o ce suplem entario, irre­
ductible al lenguaje, sentido pero no explicable en los térm inos del
im perialism o arro gan te que llevó la voz can tan te en la historia. De
ahí que L acan term ine hablando de la perversión, en u n a línea co n ­
secuente con la freudiana, en térm inos de su valor civilizatorio e in­
novador, sin que ello im plique cre a r una nueva ética de signo in­
verso a la que dom inó el discurso oficial, el del am o.
P or eso es que la con clusión de L acan , co n secu en cia de su in­
vención del objeto @, la conclusión de que la relación sexual no exis­
te, es la base para tod a teoría queer. No hay ninguna relación n or­
mal o natural en tre los sexos. Sus goces no son co m p lem en tario s
y el ú n ico acu erd o posible en tre ellos em pieza a partir del re co n o ­
cim iento de la h eterog en eid ad que no es ni biológica ni cultural. Las
diferencias culturales existen — que nadie lo dude— y ellas son sus­
ceptibles de d escon stru cción . Pero la diferencia en los dos cam pos
“la p arte h om b re y la p arte m ujer de los seres h ab lan tes”63 n o es
un invento de la cu ltu ra — sin que p o r eso se rem ita a un a diferen­
cia biológica— ; n o es susceptible de d esco n stru cció n ,(l+ no es, co ­
m o algunos p reten d en , “un binarism o que es una p rodu cción se­
xista”/ ’5 un edificio que p od ría d erru m b arse en la m ed ida en que
ha sido fabricado p o r la cultura. En la perspectiva del psicoanáli­
sis el rechazo de la división sexual en h om bres y m ujeres tiene un
n om bre: desmentida d e la d iferen cia en tre los sexos ( “ya lo sé; pe­
ro aun así”) .
El trabajo político p o r realizar en ese cam p o es inm enso y hay
m ultitudes que m ilitan en ese sentido y consiguen victorias día a
día: igualdad ju ríd ica, n o discrim inación de las m inorías sexuales
ni siquiera en la Iglesia y el Ejército, d erech o s a la rep ro d u cción ,
parejas y m atrim onios hom osexuales recon o cid o s p o r la ley, fami­
lias m o n o p aren tales, cam bios en la legislación sobre el n om b re de
los hijos que antes im ponía el p atron ím ico, paridad en los puestos
de p o d er en tre hom bres y m ujeres, abolición de la cultura del do­
sel para los que viven fuera de la n orm a h etero , etc. El psicoanálisis
no puede sino aplaudir ese m ovim iento co n trario a los ideales so-
cíales m ilenarios d e ad ap tación a norm as represivas; m u ch os son
los que en co n traro n en su propio análisis el cam in o para manifes­
tarse ab iertam en te en tal sentido. Pero la exigen cia del psicoanáli­
sis es más radical y va más allá de esas conquistas necesarias que es­
tán valientem ente recon ocid as en la trayectoria individual y teórica
de Foucau lt co m o historiador y d escon stru cto r de las categorías se-
gregacionistas, co m o d en u ncian te de los abusos del biopoder.
Ése es justam ente el valor de la n oción de goce que Foucault p re­
ten d e d esco n o cer. L eam o s un p árrafo muy co n o cid o y clave en
n u estra argum en tación:

I.a sexualidad es una figura histórica muy real, y ella misma suscitó,
com o elemento especulativo requerido por su funcionamiento, la
noción de sexo. No hay que creer que diciendo que sí al sexo se di­
ga que no al poder; se sigue, por el contrario, el hilo del dispositivo
general de sexualidad. Si mediante una inversión táctica de los di­
versos mecanismos de la sexualidad se quiere hacer valer, contra el
poder, los cuerpos, los placeres, los saberes en su multiplicidad y su
posibilidad de resistencia, conviene primero liberarse de la instan­
cia del sexo. Contra el dispositivo de sexualidad, el punto de apoyo del con­
traataque no debe ser el sexo-deseo, sino los cuerpos y tos placeres.®6 [El des­
tacado es mío.]

F1 texto de F o u cau lt es de 1 9 7 6 . ¿Nos a co rd a re m o s que es de


1958 la cita del sem inario de L acan que hem os declarad o co m o ac­
ta de bautism o d tl g oce, aquella en d on d e se d ecía que hasta en ­
ton ces la enseñ anza de L acan había girad o en torn o del d eseo p e­
ro que desde ese m o m en to h ab ía que to m a r en cu e n ta el “polo
o p u esto ” que es el g oce? Ya sabem os que a p artir de en to n ce s la
enseñ an za lacan iana giró en to rn o de la co n trap o sició n del g o ce y
el deseo y que en co n tró su pu n to de inflexión decisivo cu an d o, en
1962, en el sem inario de la angustia, introd ujo la n oció n del obje­
to @ co m o plus de goce. El “polo o p u e sto ” im plica que el deseo ha
sido con sid erad o desde en to n ces una b a rre ra en el cam ino del go­
ce. P o r eso es que nu estra obra desde 1 9 9 0 tom ab a la form ulación
de L acan de 1960, en cu an to afirm aba que sólo el a m o r puede ha­
ce r que el g o ce co n d escien d a al deseo, y la invertía en la línea fi­
nal — que tam bién p od rá leerse en esta nueva ed ición — al postu­
lar que sólo el am o r puede h a ce r a su vez que el deseo con d escien ­
da al goce. Pues la instancia an alítica es la que p erm ite llevar al su­
je to a co n fro n tarse co n su deseo, m o m en to en que la exp erien cia
ha de interrum p irse p ara perm itir al sujeto buscar los cam inos que
p od rá transitar para que su deseo abra cam in o al g oce. Eso n o es
F o u cau lt co n tra a ta ca n d o en n o m b re de “los cu e rp o s y los p lace­
re s”; eso es L acan trabajando en carn izad am en te en esa d irección
d u ran te más de veinte años (1 9 5 8 -1 9 8 1 ).
El p roblem a es que Foucault llega a problem atizar el sexo co m o
cam ino al g o ce y eso lo co m p ro m ete p o r las vías de una nueva éti­
ca, desconocid a p o r la m ayoría de los fottcaultianos pero que no ha
pasado inadvertida para los lectores más lúcidos: u n a ética co m p ro ­
m etida con el ascetism o y con la desconfianza cu an d o n o el rech a­
zo a la sexualidad ( “el dispositivo de l a .. . ”) considerada a su vez m e­
canism o del biopoder.
Por cierto que no deben en ten d erse al pie de la letra las afirm a­
ciones de Foucault que parecen decir lo con trario de lo que él quie­
re decir. Pero ¿cóm o saberlo? ¿Estam os dispuestos a adm itir co n él
que la sexualidad ( “el dispositivo d e ...”) es represiva, despótica, des­
tinada a distribuir a los individuos som etiéndolos a jerarquías? ; \ o
en co n tram os sospechosa la prom oción de las “arles de la existen­
cia”,6' por las que debem os en ten d er “las prácticas sensatas y volun­
tarias p o r las que los hom bres n o sólo se fijan reglas de con d u cta,
sino que buscan transform arse a sí m ism os, m odificarse en su ser
singular y h acer de su vida una obra que presenta ciertos valores es­
téticos y respon d e a ciertos criterios de estilo”? ¿No son estas artes,
estas lechnologies of the selfS'* este “cuidado de sí”, esta “estética de la
existen cia”, una co n tin u ación y una culm inación de las aspiracio­
nes del am o que n o re c o n o ce la servidum bre n ecesaria im puesta
por las pulsiones y p or su ca rá cte r lenguajero? ¿No se cargan sobre
la espalda de los sujetos el fardo de nuevos ideales que conservan
gatop ard ianam ente aquello que p retenden cam biar? C uando escu­
cham os a uno de sus m ás autorizados co n tin u ad ores, Paul Veyne,
diciendo:
Podemos adivinar lo que resulta del diagnóstico [de Foucault]: el yo
(moi), que se toma a sí mismo como una obra a realizar podía soste­
ner una moral que no se basaba en la tradición o en la razón; como
artista de sí mismo, gozaría de esa autonomía de la cual la moderni­
dad ya no puede prescindir [...] Ya no es necesaria la revolución pa­
ra comenzar a actualizarnos: el \o es la nueva posibilidad estratégica/'^
[El destacado es de P. Veyne.]

¿no nos estrem ecem os pensando en que volvemos al reino de la ilu­


sión de un yo au tó n om o, du eñ o de sí, superado, etc.? Y así sucesi­
vam ente co n el énfasis en la ascesis, la insistencia en “resistir a la se­
xu alid ad ”, la consigna de “lib erarse d e la instancia del s e x o ”, la
referen cia a la desexualización (claro, a en te n d e r co m o desgenitali-
zaáón), etc. Las citas se h arían superfluas. No en balde h em os escu­
ch ad o a je a n Allouch sostener que el filósofo más im p ortan te en la
enseñanza ¡de L acan ! e r a ... ¡Plotino!, después de dar un sem inario
en la ciudad de M éxico sobre el tem a del a m o r en el cual la pala­
bra “g o c e ” n o fue p ron u n ciad a una sola vez.™
Tal vez ah ora podam os co m p ren d er el título de este apartado. Es
Freu d (L acan ) o Fou cau lt p or la insistencia de este últim o en des­
baratar los co n cep tos fundam entales del psicoanálisis (transferen­
cia, pulsión, inconsciente y repetición; vale la pena record arlos) pa­
ra reim plantar nuevos ideales, p ara prom over una nueva ética que
p retende superar a la antigua que llevó a la liberación de la sexuali­
dad de los ponzoñosos gabinetes de la cien cia oficial (Ferenczi, op.
cit.) y a un trabajo tendiente a h acer que el sujeto intente cam inos
por los cuales el deseo puede co n d escen d er al goce.
T am poco cabe ce rra r los ojos ante el gran escotom a de Foucault
que tiene las dim ensiones de una hem iceguera: el goce fem enino.
En la obra del historiador y desconstructor ap arecen los placeres co­
m o indiferenciados y las referencias con cretas se dirigen siem pre al
p lacer de los hom bres, el que ellos pueden alcanzar con hom bres,
m ujeres o efebos. U n capítulo en tero de la Historia de la sexualidad•
se titula “la m ujer” sin ninguna referen cia a la sexualidad de la mu­
jer. Todo el discurso gira alred edor del m atrim onio y del lugar que
la m ujer o cu p a co m o guardiana del h og ar del h om bre obligada a
prestarle fidelidad: “El adulterio era juríd icam en te condenado y mo­
ralm ente tachado p o r co n cep to de la injusticia que hacía un hom ­
bre a aquel cuya m ujer seducía” (id., p. 1 59). Q ue nadie espere en­
co n trar u n a línea sobre la m ujer com o sujeto del “p lacer”, m u ch o
m enos co m o gozante. Rara vez ap arecen en la obra escrita y en las
múltiples entrevistas que co n ced ió referencias explícitas a los movi­
m ientos intelectuales y políticos que agitaban a la sociedad en los úl­
timos quince años de la vida de Michel Foucault. ¿Por qué? ¿Por ser
la categoría de fem inidad una invención sexista? ¿Por evitar caer en
las tram pas del dispositivo de la sexualidad sobrevalorando al sexo
co m o fuente de “p lacer” (ya que no se habla de g o ce )? ¿Por una ne­
gativa general a d iferenciar ya que la distinción sería cóm p lice de la
segregación? Me inclino a pensar “m al”, a creer que Foucault no po­
día adm itir otro p lacer sexual que el m asculino, hom o o h etero; eso
es secundario. No sé el porqué de este d esconocim iento; m e niego
a h acer psicoanálisis aplicado. Su hagiógrafo dice:

Foucault no era un monstruo antifeminista como lo pintan sus de­


tractores. Por el contrario, trabajaba con mucho entusiasmo con sus
colegas mujeres, apoyaba el surgimiento de organizaciones políticas
de grupos marginales, incluyendo el de las mujeres [¡hasta «so!] y te­
nía la intención de que Liberation le diera voz a varias tendencias
emergentes dentro del movimiento feminista. También participó en
menor medida en la lucha por el derecho al aborto en Francia.'2

Sobra recalcar la d enegación im plícita en cada uno de los en u n ­


ciados. Y basta con leer las varias (tres) biografías de Foucault para
saber de lo desteñido de sus referen cias al fem inism o y su silencio
respecto de la especificidad de los placeres fem eninos y de las p rác­
ticas eróticas del sexo que no era el suyo.
Esta crítica a F ou cau lt n o p o d ría n u n ca d e sco n o ce r la im p o r­
tancia capital de sus estudios antes y después de la Historia de la se­
xualidad. R esu m irem os n u estras tesis u n ién d o n o s a las con clu sio­
nes del artícu lo ya citad o de Tim D e a n :'3 e! co n ce p to lacan iano
de g o ce es u n a h e rram ien ta n ecesaria para tod o in ten to de m odi­
ficar el cam p o epistem ológico de la vida de los seres que hablan, de
sus vidas co m o realidades corporales. D esgraciadam ente la m anera
en que Foucault abordó el tem a de "los placeres” —desconociendo
sil diferencia y oposición con el goce— ha llevado a muchos teóricos
queer y también a algunos psicoanalistas a ver co n optimismo el placer,
com o si él no estuviese com plicado p or su “más allá” y pudiese expan­
dirse sin en co n trar otras barreras que las culturales a las que habría
que desconstruir. En esta utopía foucaultiana parecería que los obs­
táculos a la felicidad sexual de los cuerpos fuesen un puro engendro
proveniente del exterior, com o si no hubiese barreras internas para el
placer, inherentes al m ontaje lenguajero de la pulsión. Es absoluta­
m ente ingenuo suponer que el sexo puede llegar a ser sólo una cues­
tión de placer y afirmación de sí, de cuidado y de dom inio, en lugar
de ser el punto en donde necesariam ente uno se encuentra con la ne-
gatividad y con el goce com o una búsqueda, con ribetes masoquistas,
de un objeto del deseo que se escapa. Eso es lo que Freud entendió
con la idea que descartan Foucault y la mayoría de los que se inspiran
en él: la pulsión de m uerte. No; no debem os alcanzar a un Foucault
que está p o r delante del psicoanálisis. Más bien debem os en tender
que es la teoría queer la que será lacaniana o no será. El trabajo por
realizar no es ím probo: basta con incorporar la categoría psicoanalí­
tica de goce com o más allá del placer; es lo que le perm itirá a la teo­
ría pasar de la im potencia a la imposibilidad. El precio es la renuncia
al mesianismo y a la soteriología.

REFERENCIAS

1 Lacan [ 1958], E., p. 633: en español, I!, p. 613.


* Lacan [1966], S. III, p. 191.
* Freud [1905], vol. VII, p. 121.
* Lacan [1958], É„ p. 690; en español, p. 669-67(1.
S. Ferenczi, Thatassa, una teoría de la gmitalidad, Buenos Aires, Letra Viva, 1983, p. 5.
6 Freud [ 1905], vol. VII, p. 121. (“Prólogo a la edición de 19I5d elo s Tres ensayos de
teoría sexuaF'.)
7 Ibid., p: 197, nota 12.
8 S. Feréneri, ap. cit., p. 25.
y Lacan, S. XIII
i(l Freud [1905], vol. VII, p. 163.
11 Freud [1916-1917], vol. XVI, p. 296.
12 Freud [1939], vol. XXI, p. 82.
13 Lacan, S. XTV, clase del 12 de abril de 1967.
14 I1. BruckneryA. Finkielkraut, El nuevo desorden amoroso, Barcelona, Anagrama, 1979.
15 Freud [1905], vol. Vil, p. 165.
lfi Lacan [1960], É., p. 822; en español, II, p, 802.
*' H. Marcuse, tiros y civilización, México, Joaquín Mortiz, 1965, pp. 205*228.
18 Freud [1916-1917], vol. XVI, p. 296.
IULacan. S. XIV. clase del 24 de mayo de 1967.
*> Lacan [1973], A. p, 467.
21 Lacan, S. XVI, clase del 17 de enero de 1968.
22 Lacan, S. XIV, clase del 7 de junio de 1967,
23 R. Graves y R. Patai, Hebrew Myths, Nueva York, Greenwich House, 1983, p. 69.
24 Freud [1905], vol. VII, p. 189.
55 Lacan, S. XIV.
:v’ Ibid., clase del 19 de abril de 1967,
2' Cf. un artículo que hizo época en el pensamiento feminista a pesar de lo burdo (y
falocéntrico) de sus enunciados, A. Koedt. (1968) “El mito del orgasmo vaginal”, tradu­
cido y reproducido en Debatefeminista, 12 (23), México, 2001, pp. 254-263, muy bien co­
mentado en ese mismo número porj. Gerhard (2000), pp. 220-253, “De vuelta a El mito
del orgasmo vaginaT.
Lacan, ibid., clase del 31 de mayo de 1967.
28 Lacan [1973], S. XX, p. 70.
i0J. Allouch, La psychanalyse: Une érotologie de passage, París, l-l’H . 1998.
" J. Allouch, “Lacan et les ininorités sexuelles”, Cites, París, Pt f (16), 2003. p. 72.
32 Lacan [1958], i t , 685; en español, II, p. 665.
83 Lacan, S. XTV', clase del 27 de abril de 1966.
H Remitimos nuevamente a la distinción del falo como significante, como órgano y
como semblante, N. A. Braunstein, Por el camino de Freud, op. cit., pp, 112-120.
55 Lacan, XTV, clase del 21 de ju nio de 1967.
36 S. And ir, Queveut unefemme?, París, Navarin, 1987 y Senil, 1995; en español. ¿Qué
quiere una mujer?, México, Siglo XXI, 2002.
37 Lacan [1973], S. XX, p. 71.

’’* S. André: “Mane Bonaparte, 1882-1962”, Omicar?, (46), París, 1988, p. 97.

ia Lacan [1960], £., p. 725; en español, II, p. 704.
411 F. Perriery W. Granoff, Le désiret leféminin, París, Aubier, 1979.
41 Lacan, S. XX.
42 Lacan [1973], S, XX, p. 73.
43 Ibid.
44 S. André, Que veul unefemme?, op. cit.
45 G. Millot, Harsexe: essai sur te transexualismn, París, Point Hors-Ligne, 1983; en es­
pañol, Exsexo, Barcelona, Paradiso, 1984.
46 S. André, op. cit.
4' G. Pommier, L ’exception fétrñnine, París, Point Hors-Ligne. 1985.
® C. Soler, Ce (fue Lacan disait desfemmes, París, Editions du champ lacanien, 1997.
49 Lacan [1964], É„ p. 853; en español, p. 832.
J. Granon-Lafont, La topabgir antinam deJacques Locan, París, Point Hors-Ligne, 1985.
J . Allouch, Lesexedu maitre, París, Exils, 2001, p. 205.
y¿ Lacan, S. XVII, ciase del 17 de febrero de 1979. La referencia equivocada apare­
ce en la edición '‘oficial'’ del mismo seminario, S. XVII, p- 80,
33 Cf. D. Halperin, San Foucault, Córdoba, Cuadernos de Litoral, Edelp, 2000, pp.
135-136
54 T. Dean, “Lacan and queer theory", enJean-M. Rabaté (ed.), The•Cambridge Com-
panifrn tu Lacan, Cambridge, Cambridge University Press, 2003, p. 238.
M. Foucault, Le pouvoirpsychiatrique (1973-1974), Les anormaux (1974-1975), II
faut défendre la sodété, (1975-1976), Naissance de la biopolitique (1978-1979) y L'hermé-
neutique du sujet (1981-1982), París, Gallimard-Seuil, 2003, 1999, 1997, 2004y 2001,
respectivamente. ES conjuiiLo constituye una obra unitaria y trascendente cuyo in­
terés para el psicoanálisis es evidente aunque las consideraciones que él merece al
autor no siempre son ‘‘justas”. Cf. J. Derrida “Etre juste avec, Freud”, en Fenserla f o ­
lie. Fssais sur Michel Foucault, París, Galilée, 1992, pp. 139-195, un texto qué subraya
la injusticia en la valoración de Freud por parte de Foucault.
''' A¿í. el presidente Fox de México pudo declarar en mayo de 2005 que “los mexica­
nos en los Estados U nidos aceptan trabajos que ni siquiera los negros quieren ".E l escán­
dalo asumió dimensiones internacionales, pese a lo cual el arrogante “estadista" se negó a
ofrecer las disculpas que se le exigían y se limitó a decir que había sido mal interpretado.
’7 D. Eribon, Échapper á la psychanalyse, París, fe o Scheer, 2005, p. 86,
5SJ . AUóueh, Lesexé du maítre, op. ni , p. 169
59 -j ] j ean_ "Lacan and queer theory”, op. cit., p. 238.
60 Freud [1905], vol. VII, pp. 132-133,
fil Freud, Epistolario (1891-1939), vol. II, Barcelona, Plaza vJanes, 1970, p. 170.
62 Ch. Melman, artículo “Homosexualité", Dictionnaire de la Psychanalyse, París, AI-
bin Michel, 1997. pp. 276-282.
« Lacan [1973],S. XX, pp. 73-74.
64J. Copjec, Read wy Desire. l.acan Again.it the Historiásts, Cambridge (Mass.), MTT
Press, 1994. Especialmente el notable capítulo 8 (pp. 201-236); “Sex and the enthana-
sia of Reason”.
D. Halperin, op. cit., p. 67.
66 M. Foucault, Histeria de la sexualidad. 1: La noluntad de saber, México, Siglo XXI,
1977, p. 191.
VI. Foucault, Historia de la sexualidad. II: El uso de los placeres, México, Siglo XXI,
J986, pp. 313,314.
L. Martín, (ed.), Technologies oflheSelf, A Seminar with Michel Foucault. Amherst,
Massachusetts University Press, 1988.
t,,J Paul Veyne, “Le dernierFoucault et sa morale”, Critique (471-472), París, 1986, p.
939.
Al interrogarlo en una conversación amistosa sobre esa exclusión nos respondió que
prefería no hablar del goce porque “los millerianos" se habían apoderado de la palabra en
cuestión. ¡Curioso criterio epistemológico 1Para no ser injustos coii nuestro amigo diga­
mos que en su libro Le sexe du maítre (op, cit.) hay una exposición sabia y atinada acerca
del objeto a como plus de goce y del carácter masoquista de todo goce ( pp. 205-240) que
consuenan con el sentido y con la letra de nuestras formulaciones de 1990.
71 M. Foucault, Historia de. la sexualidad. III: La inquietud de. sí, México, Siglo XXL
1990, cap. V,. “La mujer’’, pp. 137-193.
D. Halperin, op. cit., pp. 182-183.
73 T. Dean, op. cit... p. 251.
1. EL GOCE ESTÁ CIFRADO

A bordaré aquí un m o m en to cru cial, de viraje, en la enseñanza de


Lacan, un m om en to que req u iere un especial trabajo para elucidar
los an teced en tes que tiene en su p rodu cción y p ara e x tra e r las co n ­
secuencias que acarrea en la práctica del análisis. Me refiero a la ex­
presión que figura en el texto de Televisión:

I.o que Freud articula com o proceso primario en el inconsciente


— esto es mío, pero que se recurra y se lo verá— no es algo que se
cifre sino que se descifra. Yo digo: el goce mismo. En cuyo caso no
constituye energía y no podría inscribirse como tal.1

La proposición es tajante y definitiva. Es tan im p on en te lo que


ella moviliza y desplaza en la teoría que el com en tario del texto obli­
ga a u n a relectu ra de la enseñanza an terio r de L acan y a u n a re-fle­
xión del texto freudiano en su con ju n to. Esta tesis con d en sa y co n ­
creta una nueva co n cep ció n teórica del psicoanálisis, solidaria con
las dem ás m odificaciones que, en la m ism a ép o ca, se aprecian en
la siem pre inquieta, inquietante, revisión lacaniana de Freud.
Q ue se m e p erd on e el énfasis en la literalidad y el afán exegéti-
co lindante en la rep etición : lo que está cifrado es el g oce, p or eso
es que se lo puede descifrar. ¿Q uién lo descifraría? Un buen desci­
frad or: el p roceso p rim ario (¿en singular?) articu lad o p o r Freu d ,
es decir, el p ar de la con d en sación y el desplazam iento. Es u n a ex­
presión diáfana, no se presta a m alentendidos: el p roceso prim ario,
el inconsciente, no es cifra, no es ocu ltam ien to, es com ienzo de de­
velado ( aletkeia). El es ya y siem pre descifram iento, pasaje de lo ci­
frado, de la letra, de lo escrito, del codicilo, de la partitura, a otro
terren o, el de la palabra, el del discurso. A punta a un O tro que le
o to rgará una significación, que lo incluirá en las redes del sentido,
p osibilitará que sea im agin arizad o , re la cio n a d o con un yo del
en u nciado. Se indica así un pasaje de lo indecible [S (A )] a la ar­
ticulación significante [s (A )]. Así, el p ro ceso prim ario sirve para
el pasaje del g oce al discurso. Dicho de otro m o d o, el inconscien­
te freud iano, que o pera por con den sación y desplazam iento, es el
p ro ceso p o r el cual el g oce, cifrado, es d escifrado y trasladado al
vínculo social, a la palabra articulada y dirigida a alguien, presta a
cargarse de sentido en quien escucha. Presta al m alentendido.
El goce es así trasplantado, exiliado del cu erp o al lenguaje: “H a­
c e r pasar el g oce al inconscien te, es d ecir a la contabilidad, es en
efecto un m aldito (sacre) desp lazam iento”.2 Valgan las red u n d an ­
cias: el incon scien te no es el lugar originario del g oce que es g oce
del cu erp o . Es desde esa patria que el g o ce debe tom ar el cam in o
del exilio y pasar a habitar en el discurso y a recu p erarse en él. Re­
torn o imposible y etern o reto rn o . El sujeto se constituirá en el os­
tracism o yendo del U n o originario al O tro de la palabra. Ya no ha­
brá para Lacan espacio en d on d e soñar co n “la palabra plen a y la
palabra vacía en la realización psicoanalítica del sujeto”, título del
p rim er ap artad o del discurso de R om a.3 Las palabras faltarán de
aquí en más p ara que la verdad p u ed a decirse toda. V erdad del
U no, g oce, y verdad del O tro del lenguaje y la cultura, saber abso­
luto, las dos verdades descuartizándose recíp ro cam en te. E n tre am ­
bas, el sujeto del psicoanálisis, partido, b arrad o, b arrido p or su do­
ble p ertenen cia.
La exp erien cia del psicoanálisis tiene co m o punto de partida la
palabra, la m ansión del d icho (la referen cia a H eid egger es obvia),
un “d escifram ien to de dit-m ensión significante p u ra ”.4 Ese es el
cam po fen o m én ico reco n o cid o desde un com ien zo co m o o p era­
d o r del p rim er re to rn ó de L acan a F reu d , al te rre n o de la “verba-
lización ”. En este cam p o es d on d e el c r e a d o r del psicoanálisis tro­
p ieza Con un m o to r invisible de la a rticu la ció n y del juego
significante, con Un “alg o ” inédito que b aña a la palabra y que se
m anifiesta co m o re-torsiones de la articu lació n p alab rera misma,
“tejido de equívocos, de m etáforas, de m eto n im ias”.5 F reu d le da
un n om b re m ítico, libido, y Lacan o tro n om b re igualm ente mítico:
laminilla ( lamelle). La palabra de Freud pierde algo de su p od er evo­
ca d o r en español, según ya dijimos en el p rim er capítulo: "libido”
es un vocablo que pide ser pensado en una lengua d on d e am or se
dice IAebe. Es el mito freudiano. El de L acan es el de la em anación
de u n a baba que se d esp ren d e del cu erp o y recu b re el cam po vital
de un sujeto. Las palabras giran en torn o de esta cosa inconcebible
“que Freud supone en el linde de los procesos p rim arios”6 (aquí sí
en plural) y que n o es otra cosa que el goce mismo. L a articulación
significante, el trabajo del incon scien te, b ordea, delim ita, des-lin-
da (¿I) ese g oce que estaba cifrado, ignorado, sepultado en un cu er­
po exterio r a la palabra. El g oce subyacente, substancial, supuesto
por la exp erien cia analítica desde Freu d en más. P o r descifrar.
G oce del exilio y de la nostalgia p or la m aldición (necesaria) de
habitar en el lenguaje, fuera del Paraíso. Ese g o ce sin el cual sería
vano el universo7 p ero que no se alcanza sino que se evoca, se cir­
cunscribe, se deslinda, se convoca, se m antiene a prudencial distan­
cia p or m edio de m etáforas que atrap an al sentido y de m etonim ias
que lo postergan. Pues sí, la relación de la palabra con el g oce es lo
que h ace del psicoanálisis una ética del bien decir.
U n descifram iento y un maldito desplazamiento del U n o al O tro.
Del goce al deseo que es, co m o siem pre, deseo del O tro. Y que, tam­
bién co m o siem pre, co m o siem pre en L acan , es falta en ser, nostal­
gia de un pasado m ítico p or recu p erar en un futuro n o m en os ilu­
sorio m ediante el fantasm a vivido en presente. El incon scien te es,
así, un dicho que se dice (en u n ciació n ) a partir de lo que del goce
se ha inscripto. Inscripción de una escritura que sop orta u n a y mu­
chas lecturas. El goce se cuela en ese d ecir que lo descifra. P ero el
sujeto no sabe y no quiere saber nada de tal colación . C on las pala­
bras de 1973, “el incon sciente n o es que el ser p ie n se ... es que el
ser, hablando, goce y no quiera saber nada más de ello ”. En ese de­
cir el g o ce “co n siste ... en los desfiladeros lógicos”8 p or los cuales el
discurso atraviesa.51 Los procesos p rim arios no cu m p len el d eseo
(¿cóm o p odrían si su resultado es alucinatorio?) p ero satisfacen a
un sujeto que lo ignora cuan do utiliza recursos que son los de su la-
lengua allí d on d e piensa que o b ed ece a la lengua de los lingüistas
y de los gram áticos. Cada uno con su m o d o peculiar de vaciar los
tesoros de lalengua originaria, lenguajera, lingüistérica. Y a ese m o­
do singular de vivir en los m árgen es de la lengua se le llama “esti­
lo ”. P o r lo que puede aventurarse esta otra definición — una más—
del inconsciente: es el estilo de cad a uno para descifrar su g oce, pa­
ra filtrarlo p or los desfiladeros lógicos que lo dosifican y que se pre­
tende en san ch ar en la exp eriencia del análisis. Pues la palabra es el
diafragm a del g oce y la neurosis exhibe una o btu ración rígida que
im pide el co n tacto del g oce con el decir.
L o que se dice es el goce p ero el g oce, propio del decir, desapa­
re ce en el d ich o, queda olvidado, es un resto p erdido p orqu é pasa
p or la batería significante de la lengua que lo lleva a cargarse de
sentido, ese sentido que el o tro escu ch a en lo que en tien d e. En­
tre el h ech o de d ecir (en u n ciació n ) y el p ro d u cto que se recog e (el
en u n ciado) hay un olvido constituyente que es el del g oce de quien
habló. L o real irrecu p erab le travestido en el sentido. Y 110 hay di­
cho sin decir. El dicho dice, sin saberlo, una pérdida. Para nosotros,
el m odelo del d icho es lo que se dice en un análisis. El psicoanalis­
ta tiene una m ateria sobre la que trabaja: la diferencia en tre el di­
ch o y el decir. H ay siem pre u n a co n d en a ineluctable que se im po­
ne a la cad en a de los significantes y que se p retend e co n d o n a r en
la exp erien cia del análisis d on d e el otro de la elocución es un otro
que no entien d e y que devuelve al que habla la pregun ta p or el go­
ce que ign ora en su decir. Fun cion es del silencio y de la escansión
en el tiem po y espacio de la sesión, presen cia del analista, ese que
lo es porque acep tó el consejo de cuidarse de co m p ren d er. L a in­
terpretación es una evocación del g oce perdido al hablar. En tal m e­
dida, rem ite a lo re a l. Aun cu an d o el analista, sin saber nada de to­
do esto, ignore también que es en lo real del goce donde interviene.
Pues !a palabra está acech ad a y es desplazada p or el sentido, esa
sombra imaginaria que persigue, infatigable, a los significantes que se
van encadenando en el discurso. Es la función de la palabra en el cam ­
po del lenguaje. En los térm inos que Lacan inscribe cuando dice su
Radiofonía, el significante Ilota por encim a de la barra del signo mien­
tras que el significado fluye por d eb ajo ... a lo que cabría agregar que
el referente se escapa com o producto de esa operación, es el resto de
real que queda olvidado. Ese resto es el objeto causa del deseo, plus
de goce ( minus en tanto que goce perdido para el hablante) y sem­
blante de lo real que así, excluyéndose, se hace presente en lo que se
dice. Simbólico de la articulación significante, imaginario del sentido
y real del goce evocado constituyen la trinidad om nipresente en toda
palabra. Vacía de plenitud y plena de vacuidad.
; Y si la palabra no se dice? El sujeto queda eclipsado puesto que
ya no hay un significante que lo represente ante otro significante. El
hablante enm udece y, en su lugar, aparece el síntoma que es la rever­
sión desde el discurso al goce, un goce ignorado y repudiado. Freud
no tenía em p ach o en definir al síntom a com o una "satisfacción se­
xual sustitutiva”; era su form a de decir que el síntom a es un goce no
sentido y sin sentido, desarticulado. La palabra no dicha, desdicha,
es síntom a y goce des-sentido, jouis-sens, escribirá L a ca n ,11 vocablo in­
traducibie de lalengua lacaniana para el que pudieran arriesgarse
neologismos tales co m o gosentido, yoigozo, yoigosentido.
De todos m odos el g oce no es an terio r sino que se constituye en
la retroactividad de la palabra, com o el saldo que ella n u n ca consi­
gue reintegrar, co m o lo que p ro d u ce y deja atrás en su progreso.
Baba de caraco l, n u n ca recu p erad a. No que el caracol se ancle o se
entinte en su baba sino que en su an dar la segregu e.12 “No que el
significante se ancle [ancre] o se entinte [enere] en el co sq u illeo...
sino que lo perm ita en tre otros rasgos con que se significa el goce
v cuvo p roblem a es saber qué se satisface en ello ”. Y así, p or la pa­
sión del significante, es que el cu e rp o deviene el lu gar del O tro.
(1 9 7 0 , id.). Es así co m o sólo cabe hablar de g oce co n referen cia al
animal que habla y que cabe suponer el goce fuera del lenguaje que
lo constituye com o resto (real) perdido, @ .
El inconsciente, el de Freud y también el de la c a n , es desciframien­
to. L a verdad que habla p or medio del proceso primario es una ver­
dad de goce, de goce antieconóm ico, a contrapelo del principio del
placer, de la m en o r tensión, de la homeostasis, de la ética prudente
del justo medio y de la m oderación aristotélica. En esto L acan 13 tom a
sus distancias con respecto a Freud. L o corrige. No hay una term odi­
nám ica cuyos principios darían al inconsciente una explicación pos­
tum a (ibid.). En verdad, ni el sentido ni la en ergética interesaban a
Freud. Del sueño rechazaba ambos aspectos, uno por no esencial, el
o tro por especulativo; sólo quedaba, com o lo propiam ente psicoana-
lítico, el trabajo del sueño, lo que transformaba al deseo en un deter­
minado contenido manifiesto utilizando la m ateria prima de los pen­
sam ientos latentes que se revelaban en !a sesión com o asociaciones
“libres”. Esto en 1933, en las Nuevas conferencias de introducción al psi­
coanálisis. V mal que !e pese al propio Freud, “incom prendido, aun
p or sí mismo, p or haber querido hacerse e n te n d e r...”.15
En el inconsciente no im pera el placer ataráxico sino el goce des­
co n certan te que se descifra en un discurso. Y ese discurso, p o r las
som bras del sentido que arrastra tras de sí, es a la vez d escon o ci­
m iento de! g oce, alienación del goce en el cam po del O tro. Si esto
es así, se delim ita la posibilidad y el te rre n o del psicoanálisis co m o
praxis ética: la recu p eración (¿im posible?) del goce perdido. O al
m enos el intento. Q ue quienes en cu en tren en estas palabras un eco
de Proust no se sientan defraudados p or las que siguen.
Gozarse en el d espertar que atraviesa las alam bradas del sentido
y plantean al pensante la pregunta p or el ser. ¿C óm o alcanzar ese
resultado si no hay a la m an o más que una práctica de p arloteo (ba-
vardage)? Del g o ce en una punta, g oce cifrado, al g oce en la o tra,
goce recu p erad o . P or ello, el acto psicoanalítico está determ in ad o
según el g oce y, a la vez, p or las m an eras que requiere para preser­
varse de é l.15 Esta exp resión sobre la naturaleza del acto analítico
debe sumarse y co n trap o n erse a las ya clásicas expresiones que apa­
recen en “Fun ción y cam po de la palabra y el lenguaje en psicoaná­
lisis” ( op, cit.) donde se re co n o ce que el análisis no tiene otro m e­
dio más que el de la palabra. Sí, en el m edio de la palabra, con el
m edio de la palabra, en el m edio d ecir de la verdad, p ero tod o ello
d eterm in ad o p o r algo que no es palabra sino g oce, g o ce del cu er­
p o, cosquilleo perm itido p or el significante cu an d o sacude y rasu­
ra tanto co m o se puede el sentido que sólo ap arece en la m edida
en que el sujeto se aliena de su goce al ofren d arlo a! O tro de la sig­
nificación. Este “rasuram ien to ”1' del sentido apunta a la recu p era­
ción del g oce p erdido p or el único m edio al alcan ce del habiente,
el goce del desciframiento.
De este g ozar del d escifram ien to L acan h ace el rasgo definito-
rio de una nueva relación del sujeto co n el saber, el gay saber co n ­
sid erad o u na virtud, una virtud p ecam in osa p o r cie rto . Es el as­
p ecto ético de la teoría del g o ce que absorberá el capítulo 8, al ter­
m in ar nuesü o reco rrid o .
En el final de esta gaya ciencia no hay otra cosa que la caída en
el p ecad o p or la recon ciliación del saber y el g o ce prohibido, p or
la evocación del g o ce en los intervalos de la palabra cu an d o se atra­
viesa la superficie especular del sentido. Un g oce que va m ás allá de
la im p oten cia fren te a lo real, no p ara en co n trarlo sino p ara m ar­
car a ese real co m o imposible, y que d en uncia al yo co m o aliado de
la realidad e x terio r y de sus chalecos de fuerza tejidos p or la co n ­
vención y la obedien cia a las dem andas del O tro. Un gozar del des­
cifram iento que rem ite a la realidad esencial del sujeto, ese real más
allá de lo im aginario y de lo sim bólico, que es tocado y deslindado
p or los procesos p rim arios que im peran en el in con scien te, p or el
d ecir de m etáforas y m etonim ias que en gan ch an al g o ce imposible
de articular. G ozar en la fro n tera de lo imposible, gozar del desci­
fram iento del g oce cifrado, n u m erad o, contabilizado, gozar de un
saber que no preexiste al d ecir y que, p or tanto, no se lo descubre
sino que se lo inventa. R een contrarse co n ese g oce que subyace al
h ech o de hablar p ero del cual el sujeto nada quiere saber, afirm ar
el goce p o r el estilo o el estilete de la palabra que lo inscribe en el
O tro a! cual ella se dirige. Y, al final, ninguna plenitud, un a caída
en el p ecad o . “¡O h , Inteligen cia, soledad en llam as... p áram o de
espejos!” exclam ará el p oeu t.18 Purgatorio.

2. la ca rta 52

C reo llegado el m o m en to de un p rim er repaso. P ara h acerlo m e


serviré de la más sencilla de las rep resentacion es topológicas: la lí­
nea recta. En ella tenem os dos puntas y en cada u n a de las puntas
está el g oce. E n tre esos dos extrem os se ubican procesos de cifra-
m iento y de d escifram iento que perm iten re e n co n tra r en el final
lo que estaba en el principio, el goce, que lleva, sí, las m arcas y la
fatiga del tránsito p or los puntos interm ed ios de esta sucesión de
estados que lo desnaturalizan p rim ero y lo recu p eran después, una
vez transform ado. No es aventurado llamar “sublim ación” a esta m e­
tamorfosis. Del g o ce perdido al goce recob rad o , transm utado. Del
g o ce rechazad o al que puede ser alca n z a d o ...
Vuelvo al com ien zo para m ostrar que esta exp osición sigue un
curso rigu rosam en te co h e re n te con la exp resión de L acan y — se
verá— no ajena a la m etapsicología de Freu d : “L o que Freu d arti­
cula co m o p ro ceso p rim ario en el incon scien te [ ...] no es algo que
se cifre, sino que se descifra [ .. .] el g oce m ism o”. Si en el extrem o
izquierdo d e la línea figura el g o ce , hay que re c o n o c e r que en tre
el g o ce y su d escifram ien to p or el in co n scien te d eb e h a b e r un es­
tado o m o m en to in term ed io que es el del g o ce cifrad o, con verti­
d o en un g ru p o de in scrip cio n es ca re n te s en sí d e sen tid o p ero
prestas a carg arse co n él u n a vez que hayan sido som etidas a un
p ro ceso de d escifram ien to. Q u ed an así d elim itad os tres estados
o rd en ad o s sucesivam ente: 1] el del g o ce prim igenio, 2] el de su ci-
fram ien to o escritu ra y 3] el de su descifram iento incon scien te. Es­
ta co n stru cció n lineal, co m o se ve, está im puesta p or la razón y p or
la exp erien cia; no es facultativa, es imperativa.
El incon scien te — esto es Freu d, esto es Lacan , esto es el psicoa­
nálisis de todos y de siem pre— es ya un discurso, un pasaje del go­
ce a la palabra en d on d e un significante n o significa n ada si n o se
articula co n o tro significante. En este caso lo que es significado y
rep resen tad o p o r el significante es e! sujeto, el sujeto del incons­
ciente, un efecto de la articulación. A hora refulge, inapelable, el di­
ch o de L acan : “El incon scien te se articula p or lo que del ser viene
al d ecir”. Del ser del goce al “pienso” del sujeto de la cien cia y allí,
en tre los dos, la articulación del inconsciente.
El incon scien te es m anifestación de la verdad, de “eso ” del ser
que viene a! decir. P ero la verdad, que así habla, no dice la verdad.
Los procesos prim arios p ro d u cen una trasposición, una Entstellung
de la verdad que vehiculizan. El goce llega al d ecir filtrado p or las
mallas del lenguaje. U na vez p rodu cid o ese d ecir — el m e n o r rela­
to de lu í sueño basta para co m p ro b arlo — es n ecesario un nuevo
p roceso de descifram iento p ara in co rp o rar ese discurso d en tro del
cam po del sentido. Ese trabajo recibe de Freud el n om bre preciso
de Deutung, in terp retació n . P ara evitar confu sion es es n ecesario
m a n ten er la distinción que existe en tre la o p eración que se h ace
sobre u n a escritu ra que es un desciframiento (el m odelo es el de los
jeroglíficos) y la op eración que recae sobre la palabra tal co m o ella
es arro jad a p o r el analista en la situación del análisis y que es inter­
pretación. Así, el g o ce es aquello que se descifra, los p rocesos prim a­
rios son ya descifram ientos y ellos son susceptibles de in terp reta­
ción. El descifrado revela una escritura que, co m o tal, es sinsentido
( nonsense, pas-de-sens) y no llam a al O tro co m o lo h a ce la palabra.
L a in terp retación recae sobre la lectu ra de esa escritura, “es senti­
do y va co n tra la significación”20 (1 9 7 2 ). Esta distinción no rem ite
a u n a oposición binaria en la que hub iera que escog er en tre desci­
fram iento e interpretación, sino a una com p lem cn tación que mues­
tra hasta la evidencia que cad a u na de las dos op eracion es re ca e so­
bre un punto distinto de esa línea recta que va del g o ce cifrado al
gozar del descifram iento.
Es necesario insistir en esta com plem en taried ad de la escritura
y la lectura, del descifram iento y de la interpretación , pues no es ra­
ro ver que aun los más lúcidos y leales com en taristas de L acan se
dejan llevar p o r el entusiasm o al advertir la novedad agregada p or
L acan en su enseñanza cu an d o h ace valer “la instancia de la letra
en el in con scien te” y pasan a una exégesis que en fren ta u n a lectu­
ra de Lacan , “m o d ern a” — escritura!— , con o tra lectu ra de L acan ,
“an tigua” y cen trad a sobre la palabra hablada y sobre el significan­
te. Mi intento en tod o lo que llevo escrito y en todo lo que vendrá
consiste en d estacar y evidenciar la continuidad y la diferencia to-
pológica en la recta de los pu n tos de inserción propios a cada una
de las dos operaciones.
El incon scien te es, en esa recta, un p u nto in term ed io de anuda­
m iento en el cam in o del descifram iento que se halla e n tre el siste­
ma de las inscripciones que le p reced e y el diálogo con su im preg­
n ación de sentido que le sigue. Es un estad o in term ed io en el
descifram iento del g oce. Es ya discurso, pero un discurso que p are­
ce co locarse antes y al m argen del o tro de la interlocu ción y el sen­
tido. Hay que volver — siem pre— a Freud:
Ahora bien, si prosigo para mí mismo el análisis, sin preocuparme
por los otros (a quienes, en verdad, una vivencia tan personal com o
mi sueño en modo alguno puede estarles destinada), llego a pensa­
mientos que me sorprenden, que yo no había advertido en el inte­
rior de mí mismo, que no sólo me son ajenos, sino también desagra­
dables,y que por eso yo querría impugnar enérgicamente, mientras
que la cadena de pensamientos que discurre por el análisis se me
impone de manera inexorable.21

La situación que describe F reu d co m o paradigm ática del sueño


es la de un lo cu to r sin alocutario, u n a cad en a de significantes que
se enlazan siguiendo sus propios designios y que hacen del yo un
testigo, un simple escen ario en el que se rep resen ta una obra p er­
turbadora, d escon certan te, que n o es en tendida ni ap reciad a p or
este esp ectad o r que q u erría im pugnarla co n en ergía. Esto es el in­
conscien te y éste es su trabajo. La in terp retación es un trabajo ulte­
rior que, venciendo resistencias, in tro d u ce al O tro del diálogo, ini­
cialm ente ajeno, en esa vivencia personal y solipsista. Ese O tro es,
justam en te, el sujeto supuesto saber de la transferencia, un O tro in­
ventado p or el discurso psicoanalítico, absolutam ente innecesario,
co n tin gen te, lugar de un develam iento del que el yo, anim ado p or
la pasión de la ign oran cia, nada q u erría saber.
Si vuelvo a la ficció n d e esta lín ea re c ta ( “la v erd ad tien e es­
tru ctu ra de ficció n ”), e n cu e n tro que el e x tre m o Final de ésta no
es el sentido ( “a h o ra e n tie n d o ”) sino el goce recuperado ( “¡A h !”).
Este final sólo es posible atravesan d o la lín ea co m p le ta que lleva
del g o ce al g o ce , a un g o ce O tro . L a in te rp re ta ció n co n d u ce al
sen tido, un sentido que p o d em o s co n sid e ra r equivalente al siste­
m a freu d ian o de la p e rce p c ió n -c o n c ie n c ia y que se vin cu la a la
co h e re n cia que im p era en “n u estro yo oficial”. Del yo da testim o­
nio n o el p ro ce so p rim ario sino el p ro ce so secu n d ario , m ás co n ­
cre ta m e n te y en el caso del su eñ o , la elaboración secundaria, o p e­
ración de maquillaje de la verdad que tiende a p ro te g e r el d orm ir
y a a m o rtig u ar el im p acto de lo real so b re el yo de la vigilia que
se ap ega a la realid ad , a esa realid ad que está h e ch a p recisam en ­
te de sen tid o , en el a n u d am ien to de lo sim b ólico y lo im agin a­
rio ,22 co n exclu sió n de lo real. [Cf. figura del n u d o b o rro m e o , p.
108 .]
No se puede hablar sin ser inundado p or el sentido p ero éste es­
tá co m an d ad o p or el fantasm a, es lo im aginario que fluye bajo la
cad en a de los significantes que flota. L a exp erie n cia analítica no
apu n ta a consolidarlo ni a rectificarlo ofrecien d o uno nuevo y más
consistente, sino a desplazarlo, a levantar su peso de lastre, a co n ­
m overlo, a d en unciarlo en su sospechosa pretensión de suturación
de la relación del sujeto con la verdad que habla. El análisis apun­
ta a rein tro d u cir la dim ensión de lo real del g o ce que el discurso
excluye. Pues todo en la exp eriencia analítica se organiza co n vis­
tas al vaciam iento del sentido, a llegar a un ú n ico y últim o sentido:
que la relación sexual es lo que no hay, que es un sinsentido y que
el discurso es un b ordad o o un zurcido que tiende a ah og ar y ane­
gar — [i (a) n e g a r]— este tope an te el cual la palabra se declara en
d erro ta y la pulsión, silenciosa, vuelve p or sus fueros. “L a esencia
de la teoría psicoanalítica es un discurso sin p alab ra”.23
A h ora el re co rrid o está com p leto. El trazado de la línea exigía
detenerse e identificar estos cinco puntos de su trayectoria: a] el go­
ce originario; b] su inscripción o cifram iento; c] su descifram iento
en un discurso confuso e in co h eren te que m anifiesta la verdad al
mismo tiem po que la disimula; d] su in terp retación que le restitu­
ye la co h eren cia a costa de au m en tar el d escon o cim ien to y, final­
m en te, e) el vaciam iento de ese sentido superfetatorio p ara re cu ­
p erar la verdad d e la inscripción o rigin aria p e ro transustanciada
ah ora en un saber inventado que consiste en gozar del descifrado.
¿Vale d ecir que es un reco rrid o que lleva del goce a la sublimación? Es
la fórm ula que p rop on go: de punta a punta del g oce.
Y de inmediato caigo en la cuenta: no estoy enunciando algo nue­
vo ni estoy poniendo en claro un aspecto desconocido del pensamien­
to de Lacan, sino que estoy regresando, arm ado con el arsenal de las
últimas referencias de la enseñanza de Lacan, a los orígenes del psi­
coanálisis. Pues lo que encuentro al recapitular lo escrito sobre una lí­
nea con dos extrem os y con tres estados intermedios, que son el cifra­
do, el desciframiento y la interpretación productora de sentido, no es
ni más ni menos que la reproducción literal del esquema dibujado en
todos sus puntos por Freud en la célebre carta 52 del 6 de diciembre
de 1896 a la que ahora conocem os en una versión no expurgada.24
El texto es accesible y co n ocid o por todos los psicoanalistas pero
n o obstante requiere ser citado in extenso para dejar en claro hasta
qué punto es co h eren te con la teoría del goce y, más aún, para mos­
trar que en él está definida una clara distinción entre el Ello y el in­
consciente y, por lo tanto, que en la carta 52 tenem os un deslumbran­
te punto de origen que condensa las dos tópicas de Freud y las dos
grandes épocas de la enseñanza de Lacan, Podem os hacerlo sin te­
n er que forzar para nada la interpretación del texto freudiano, antes
bien, volviendo con exactitud a su literalidad.
Freud parte de la idea de una estratificación sucesiva del psiquis­
m o hum ano que supone que los procesos aním icos y la m em oria es­
tán sujetos a un reordenamiento que obedece a ciertas nuevas circuns­
tancias. De esta nueva ordenación Freud tiene una clara concepción:
es una retranscripción, una Umschnft, Las dos palabras en itálicas apare­
cen subrayadas por Freud. Umschrift implica que se trata de escritura,
concretam ente, de inscripción. “L o esencialmente nuevo” en esta teo­
ría es la tesis de la existencia del recuerdo de la experiencia com o una
serie de inscripciones sucesivas y coexistentes, no m enos de tres. Y el
registro en ellas recurre a “diversas clases de signos” (Zdchen).
E inm ediatam ente, para h acer gráfico su pensam iento, dibuja un
esquema, muy conocido, con cinco elem entos ordenados linealmen­
te, de los cuales los tres interm edios están caracterizados, adem ás de
p or la inicial de su nom bre, por los núm eros rom anos 1, I I y 111. La
idea de que estos sistemas de inscripciones tuviesen soportes n euro-
nales es recon ocida en el texto com o muy cóm od a pero no indispen­
sable, admisible a título provisional y, p or lo tanto, descartable.
E n el extrem o izquierdo de la línea está la notación W, que re­
mite a Wakmehmungen, co rrectam e n te traducida al español y al in­
glés co m o percepciones. P ero el térm ino p uede prestarse al m alen­
tendido si se lo tom a en el sentido técn ico que tiene en psicología.
De estas “neuronas W ’ Freud dice que, en ellas, “las p ercep cion es se
originan y la co n cien cia se agrega p e ro que en sí mismas no co n ­
servan huella de lo acontecido. Pues la conciencia y la memoria son mu­
tuamente excluyentes" (destacado p o r F reu d ).
1 II III

w Wz U bw Vb Bew

X X » X X - ► X X - X X - * X X

impresiones - * ello * inconsc. - * preconsc. - * fading S

goce perdido ■-» ciframiento - -» descifrado - * sentido - * goce recuperado

¿De qué se trata? De un registro d irecto de la e x p e rie n cia . De


una W ahm ehmung que en alem án implica claram en te la ap reh en ­
sión de la verdad, de lo real tal co m o cae, golpea, m a rca , a un ser
que recib e el im p acto y no conserva trazas ni m em o ria de lo a co n ­
tecido. P ara evitar el equívoco co n la co n ce p ció n trad icion al, psi­
co lóg ica, de la p e rcep ció n , que supone al sujeto co m o ya consti­
tuido y co m o constitu yente de las p ercep cio n es que serían u n a
función de él, del percipiens con sid erad o fuente y origen del percep-
tum, pienso que es preferible recu rrir aquí al térm ino de impresión
en su doble sentido de aquello que im presiona (u n a placa o pelí­
cula sensible) y de aquello que se im p rim e, que q u ed a grab ado.
Son, pues, im presiones asubjetivas, acéfalas, h ech as en nadie, m atri­
ces de una escritura d on de un sujeto h ab rá de advenir.
L a idea está cla ra m e n te exp u esta p o r F reu d m ism o cu a n d o ,
m u ch os años después, e x p o n d rá su an alogía del psiquism o co n el
Wunderblock, co n el block m á g ico ,25 d o n d e la in scrip ció n h e ch a
con un estilete sob re u n a superficie de celu loid e se h a ce sin dejar
trazas en el celu loid e m ism o (u n a vez que se lo levanta) p e ro de­
ja n d o las m arcas im presas en un a p elícula de ce ra blanda co lo ca ­
da debajo. Estas im p resion es sin m em o ria que están en el e x tre ­
m o del ap a ra to y que h ab rán d e ser recu p erad a s (o n o ) p o r las
in scrip cio n es u lterio res son la in eq u ívo ca m an ifestació n de un
real originario del sujeto, an terio r a la sim bolización, que es el Go­
ce m ism o y rem ite al co n cep to freu d olacanian o d e la Cosa. El co n ­
ju n to del ap arato se o rd e n a rá a p artir de este m o m en to fun d an ­
te en que un protosujeto (si se p e rd o n a el h íb rid o g re co la tin o ) es
im p resion ad o , im preso, p o r lo Real. Y, si no se tiene m ied o de las
analogías, ¿p o r qué no hab lar de imprinting?, es decir, de la acu ­
ñ ación m atricial del fu tu ro h ab ien te p o r u n a e x p e rie n cia que es
a n terio r y e x te rio r al lenguaje au n q u e, co m o es el caso en la in­
vestigación eto ló g ica , el len g u aje n o sea a je n o a la e x p e rie n c ia
m ism a a la que son som etidos, en su caso, ocas y simios p o r el de­
signio de los sabios. Im p resion es del g o ce , jero g lífico s asistem áti-
cos, acu ñ am ien to de u n a m o n ed a en la su p erficie de un cu erp o .
Im p ron tas.
De estas im presiones se pasa a un sistema prim ero (I), ¿de qué?
De signos de percepción, de Wahrnehmungszeichen, que es “el prim er
registro” o “la prim era transcripción” (Niederschrifi) de tales im pre­
siones. C om o se ve, Freud insiste en la idea de la escritura. A hora
agrega la noción, capital en Lacan , de signos, de Zeichen. La caracte­
rización freudiana de estos signos es precisa y preciosa: ellos no son
susceptibles de conciencia y están dispuestos ( “articulados”, se lee en
la traducción al español) según una asociación p o r sim ultaneidad.
Así se p rodu ce u n a escritura que es p uro signo, carente de sentido y
carente de ord enación en el tiempo. En este sistema, com o en toda
escritura, no hay diacronía. Del mismo m od o en que un libro o un
disco fonográfico tienen todo su con ten id o a la vez, en el instante,
pero donde el conjunto de inscripciones impresas y grabadas no re­
presenta nada para nadie si no se lo som ete a un proceso diacrónico
que instaure la sucesión, que lo haga audible, que lo traslade por me­
dio de un descifram iento de la escritura, por m edio de una lectura.
Este sistema de los Wahmehmungszáchen es, pues, un registro cifrado
de las im presiones de goce que m arcaron la carne del protosujeto.
Estas im prontas no son significantes, son — es el propio Freud de la
carta 52 quien lo destaca— signos, marcas anteriores a la palabra, que
p arecen prefigurar la oposición que hará notoria L acan 26 en 7elevi-
sión cuando oponga el registro del signo al registro dei sentido.
Q ue no se m e juzgue por un apresuram iento excesivo si m e atre­
vo a afirm ar que esta sucinta descripción h ech a p o r Freud de este
prim er registro coincide exactam en te y en lo esencial con eso que,
en los años del “block m ág ico ”, llam ará el Ello. Bastará solam ente
con dejar de lado la subrepticia hipóstasis de un discurso ajeno a la
exp eriencia psicoanalítica (lo del “polo biológico”) para co m p ren ­
der que esa referencia es tan prescindible y superflua co m o la que
él mism o indica en esta carta 5 2 acerca de un soporte neuronal de
sus “estratos psíquicos”. Pues la biología en cuestión se red u ce — y
esto es el fondo del asunto— a que estas experiencias que no vacilo
en calificar co m o im presiones del g o ce son m arcas escritas en el
cuerpo, m ejor aún, en la carne que devendrá cu erp o p or obra y gra­
cia de este acuñ am ien to. No hay orden ni co n cierto, no hay sentido
y no hay tiempo. Así es co m o el goce es cifrado. L a ca n 27 ap orta una
im agen esclareced o ra cu an d o co m p ara este d eso rd en sin crón ico
con el funcionam iento de u n a lotería, un gran globo lleno de boli­
tas en las que están inscritas cifras que en sí mismas no significan na­
da. U n desorden de m arcas escriturarias que está presto para adqui­
rir sentido una vez que se produzca el sorteo, un a vez que ellas vayan
saliendo en u n a cierta secuencia azarosa o arbitraria que las poncha
en relación con una m atriz simbólica p reexisten te (asignación de
prem ios) que dotará de sentido a la serie de bolitas sorteadas. El glo­
bo lleno de inscripciones es la “caldera plena de hirvientes estím u­
los” del Ello freudiano. Allí el g oce está cifrado. Sólo el significante
podrá instaurar un orden al desplegar estos elem entos de la escritu­
ra en una diacronía. En síntesis, postido que este prim er sistema de
inscripción de la carta 5 2 es el Ello de la segunda tópica y que sus
características son las que perm iten distinguirlo del segundo siste­
m a, el del inconsciente, que es ya un descifram iento y u n a traduc­
ción de esta escritura prim aria de las im prontas del goce.
El nú m ero es, en la im agen de la lotería así co m o en la lengua
de todos los días, la cifra. U n a cifra sin sentido. Es lenguaje, pero
del lado de la pura escritura, jeroglífico caren te de palabra, donde
los elem en tos son ajenos a la organización del discurso, donde no
hay un ag en te de la palabra que se dirija a o tro para en tab lar un
vínculo social. F u era del sentido p ero presto a cargarse de sentido.
Para esto es necesario que se produzca “el so rteo ”, que se instaure
una serie, que el n ú m ero , m ás allá de su función cardinal, se “o r­
d en e”, que sea “u n o ” en la serie de los nú m eros, que sea “ese” nú­
m ero en la relación en tre los que salen sorteados y la o tra serie de
núm eros; en el caso de la lotería, la del o rd en de los p rem ios.28
El Ello es un con ju n to de elem en tos gráficos, gram as o gram e-
mas, no som etidos a ninguna jerarquía organizacional, totalm ente
com parables e intercam biables en tre sí, ajenos a la con trad icción
lógica o dialéctica, puras positividades que no co n ocen la negación.
Es el im perio del g oce (del ser) an terio r a la organización subjeti­
va siendo ésta un efecto de la o rd en ació n que, en el rein o del sig­
nificante, im pone la m etáfora paterna. Sabemos que el nom bre-del-
P ad re en tron iza la p rim acía del significante fálico y vacía el g o ce
difuso del cu erp o h acién d olo pasar p or un a zona estrictam en te li­
m itada (goce fálico), som etida a la Ley.
E sto, tan esen cialm en te “lacan ian o ” co m o lo es, está afirm ado
con todas las letras p or Freud en la misma carta 5 2 que exp o n e es­
ta topología rectilínea del g oce y la palabra, de su cifram iento y des­
cifram iento:

Por detrás de esto, la idea de zonas erógenas resignadas. Es decir: en


¡a infancia, el desprendimiento sexual se recibiría de muy numero­
sos lugares del cuerpo, que luego sólo son capaces de desprender la
sustancia de angustia de 28 [días], y no ya las otras. En esta diferen­
ciación y limitación [residiría] el progreso de la cultura, el desarro­
llo de la moral y del individuo.

E n resum en, el sistema llam ado p or Freu d en la carta 5 2 de los


signos perceptivos, ele los Wahmehmungszeichen (W z), es un sistema
de pasaje de las im presiones corp orales (W ) a una escritura desor­
ganizada, a un cifram iento que existe en la sincronía y el desorden.
En este sistema no hay n ocion es de tiem po, de co n trad icción y de
ord en . Está prefigurado en todos sus aspectos el Ello que n acería
veinticinco años después y constituye una suerte de m ateria prim a
para que sobre él o p ere el significante, es decir, la batería de las di­
ferenciaciones y los valores que in trod u ce la lengua, el cód igo de
las significaciones. P u ede decirse tam bién qtte en este caos en d on ­
de está cifrada la exp erien cia vivida no o p era la lengua de los lin­
güistas sino lalen gua lingüistérica del psicoanálisis cuya significa­
ción no es de sentido sino de goce.
L a cuestión para el psicoanalista es recu p e ra r esta posibilidad de
g o ce que está atascada, sin trad ucción, en el sistema del Ello. Para
eso tiene él un solo recurso: el de la palabra. Éste fue el prim er as­
p ecto del descubrim iento lacaniano en su reto rn o a Freu d: que el
in con scien te está estru ctu rad o co m o un len g u a je ... a lo que hay
que agregar que es sólo en el análisis que sus elem entos se o rd enan
en un discurso, que el g oce co n d escien de a la audición, a la ord e­
n ación en u n a cad en a tem p oral d iacró n ica. Es en la e xp erien cia
analítica d on de la escritura (del g o ce) perm ite su lectura y donde
la letra se presta a la palabra.
P od em os valernos de una analogía técn ica, el disco co m p acto :
una delgada lám ina m etálica don d e están registrados núm eros, ci­
fras, dígitos, que coexisten sincrón icam en te en u n a superficie pu­
lida ajena p o r co m p leto , en sí, al arte m usical. Esas inscripciones
sin sentido están sin em b argo en con diciones de ser decodificadas,
descifradas p o r un rayo láser que las transform a en impulsos eléc­
tricos; éstos, a su vez, son enviados a un sistema de transform ación
y trad ucción en m ovim ientos que afectan a u na bocina o parlante
de d on d e salen transform ados en música. Puede com p letarse esta
analogía reco rd an d o los estadios previos a la transcripción num é­
rica de las inscripciones digitales: partitu ra del co m p o sito r que es
tam bién una escritura sin crónica y jeroglífica que h ab rá de ser de-
codificada por el in térp rete (sí; el que h ace la interpretación) y pasa­
da de allí al cifram iento digital, al descifram iento electrón ico , al so­
nido y, finalm ente, a la audición d iacrónica d on d e será el oyente el
que d otará a la m úsica escu ch ad a de un sentido al p on erla en rela­
ción co n su subjetividad [vector s (A )].
Y se puede regresar una vez más al punto de partida: los p ro ce­
sos prim arios que Freu d descu bre en el incon scien te no son algo
que se cifra sino algo que se descifra. D icho de otro m od o: del caos
del Ello en el cual el g oce está cifrado se pasa a un cierto o rd en a­
m iento, a una form a de extracción de las bolitas, a un a sucesión dia­
cró n ica de la salida de esos signos que han sido transcriptos a ele­
m entos de otro ord en , a significantes cuya batería está en la lengua,
tom ados del cam po del O tro de la palabra. Los procesos prim arios
p rod u cen un resultado que es ya discurso, un discurso que p arece
a simple vista caren te de sentido y absurdo p ero que está ya en con-
diciones de em paparse d e sentido y transm itirlo. En el discurso del
inconsciente lo descifrado es el goce m ismo que puede atisbarse co­
m o en un palimpsesto, ap arecien d o en las rajaduras de los sueños.
En la carta 5 2 es p recisam en te así co m o se define el Unbewusst
( Ubw), el inconsciente: co m o una segunda transcripción en la que
ya n o prim an las asociaciones p o r sim ultaneidad sino “otros nexos,
tal vez causales”. L a causalidad implica la sucesión en el tiem po de
la causa y el efecto, la diacronía. E n tanto que discurso (lo dicho)
el incon scien te es ya algo que se escucha, un m aterial d on d e el go­
ce h ab rá de quedar olvidado, será ese reste oublié del que se habla
en L ’É to u rd it [1 9 7 3 ] ( op. d t.). Este inconsciente es palabra o rd ena­
da según n exo s que rep ugnan al p en sam ien to organizado p or la
sintaxis y p or la lógica. L a interp retación es la actividad que, tom an­
do co m o punto de partida las form aciones del inconsciente, dota­
rá a esa palabra de sentido y la expulsará del rein o del “ab su rd o”.
Es el nivel de la tercera transcripción que se describe en la carta
52: la que lleva de lo Ubw a lo Vbw, de lo inconsciente a lo precons-
cienie (Vorbeivusst) , que está “ligado a representaciones-palabra, co­
rrespondiente a nuestro yo oficial”. Aquí se dan todas las caracterís­
ticas del pensar racion al d on d e el en cad en am ien to significante
acarrea consigo oleadas de sentido, un senddo que “es de efecto pos­
terior ( nachtragUch) en el orden del tiem po”. Agrega Freud que estas
“neuronas-conciencia” serían tam bién “n euronas-percepción”, esas
a las que yo he preferido llam ar “im presiones”. Q ueda así el aparato
co m o una línea en la cual el ordenam iento sucesivo implica la anu­
lación del tiem po en los dos extrem os. El goce atem poral está figu­
rado en cada una de las dos puntas de la recta que atraviesa p or a) el
cifrado, b) el descifram iento inconsciente y c) la interpretación da­
d ora de sentido en el preconsciente cuando se liga la experiencia vi­
vida con el orden del lenguaje oralizado, hech o oración, articulado
en form a de proposiciones sometidas a la lógica de los procesos se­
cundarios, susceptibles de ser catalogadas co m o verdaderas o falsas.
Freud co m p leta su descripción del ap arato así constituido afir­
m ando que en tre u n o y o tro sistem a existe u n a incom patibilidad
de lectu ra o de código que obliga a que las inscripciones que carac­
terizan a cad a uno de ellos deban ser traducidas p ara pasar de una
m odalidad de inscripción a la siguiente. Esta teoría vale tanto para
el psiquismo norm al, co m o para las neurosis — con ceb id as co m o
efectos de la represión, esto es, de la imposibilidad de “traducción
del m aterial psíquico”— y tam bién para la cu ra que debe ser el p ro ­
ceso capaz de h a ce r que lo retenido en inscripciones anteriores sea
transferido a los nuevos m odos de lectu ra propios de los sistemas
más avanzados. El adelanto que aporta la lectura lacaniana que pro­
pongo de la carta 5 2 consiste en destacar que lo que se cifra y lo que
se descifra es “el g o ce m ism o”. Esta elabo ració n de los co n cep to s
freudianos nos perm ite reto rn ar sobre la obra del propio Freud y
estab lecer de m o d o inequívoco la continuidad que existe en tre el
Ello de la segunda tópica y el inconsciente de la prim era; esas ins­
tancias no se intercam bian o se sustituyen recíp ro cam en te: son dos
sistemas topológicainente diferenciados y dos m odos diferentes, es-
critural el u n o y palab rero el otro , de tratar a las p ara siem pre irre­
cuperables im presiones originarias.
L a secu en cia es, en síntesis: del g o ce en b ru to (W ) al Ello (W z),
ctel Ello al In co n scien te (U b ), del In co n scien te al P re co n scie n te
(Vb) y del P reco n scien te a la C on cien cia (Bew ); ésta no es un siste­
m a de inscripciones sino un m om en to vivencial que retom a el pun­
to de partida inicial ( “. . . so that Üie neumnes of consáousness would on­
ce again beperceptual neurones and in themselves without memory”) 23 [El
destacado es m ío.]

3. E l, PSICOANÁLISIS EN LOS CAMINOS DE PROUST. GOCE Y TIEMPO

El g oce, g oce del cu erp o im presionado, g o ce del U n o sin O tro, só­


lo p u ed e ser re cu p e ra d o m ed iante un recu rso al O tro , el m ism o
O tro del lenguaje y del sentido, que en ajena, obstaculiza y prohíbe
ese g oce. La exp erien cia del análisis p retend e, en la figura del aná-
lista, e n carn ar y suprim ir al O tro del diálogo y de la resistencia pa­
ra que el goce bloqueado en sistemas de inscripción no descifrados
pueda ser subjetivado. El O tro del lenguaje es el m u ro que deberá
ser atravesado en esa búsqueda de las im p ron tas dejadas p or el
g oce. El cu erp o es la p lan ch a o tabla vacía, el escenario, el libro, el
disco acu ñ ad o p or las inscripciones o grabaciones cifradas. El aná­
lisis será así un p ro ceso de lectu ra co n aguja (estilo) o rayo láser
que haga audible lo que está inscripto y d escon ocid o p ara el suje­
to: el g o ce mismo. Para este trabajo no hay código o cu lto p or des­
cubrir; en todo caso hay un código o piedra Roseta p or inventar, el
sistema de lalengua en que el g oce fue cifrado, ajeno a la batería de
significantes co n significación con ven cion al. De la impresión, sor­
teando la supresión y la represión, a la expresión, a la p ro d u cción de
ese libro o de esa letra-carta escon d id a, rob ada al m ism o tiem po
que expuesta, co m o la de P oe, en cada u n o de los hablantes.
Re-citando: “El incon sciente está estru ctu rad o co m o un lengua­
je pero es en el análisis dond e se o rd en a co m o discurso”.30 Y al o r­
denarse co m o discurso, palabra dirigida al otro , se carga de un sen­
tido insólito, se revela co m o saber subyacente al sujeto, se m uestra
co m o p o rtad o r del g o ce que atraviesa el ah ora perm eable diafrag­
m a de la palabra, el que hasta en to n ces lo bloqueaba. Es gozar del
descifram iento, jouis-sens, j ’ouis sens, jouissance que p odrían pasar, ya
lo vimos, co m o gosentido o y’oigosentido. H a ce r pasar el g oce por
el diafragm a de la palabra, articularlo, traducirlo, pasarlo a la co n ­
tabilidad. Para ello es m en ester d esarm ar la co h e re n cia discursiva,
aten tar co n tra la gram ática, ju g ar co n el equívoco lógico y hom o-
fón ico, atravesar la ad u an a del sentido y d e sco lo ca r al Hum pty-
Dumpty que la con trola, el llam ado p or Freud, ya en 1896, en esta
m ism a carta 52, “nuestro Yo oficial”.
P o r el cam ino hay que resignificar de adelante hacia atrás en el
tiem po las huellas de la m em oria y atravesar los fantasmas que co n ­
dujeron en cada m om en to y en cacla caso a la fijación de los re cu e r­
dos. Se trata de despejar y construir los fantasmas originarios estruc­
turantes de la exp eriencia y de la historia personal que se m uestran
en la com pulsión de repetición. ¿Repetición? Sí; de los m odos par­
ticulares de cad a uno de fallar el en cu en tro co n el objeto del deseo.
Y recu p e ra r así el g o ce p erdido en la m ed ida en que el deseo n o
apunta al futuro sino que es nostalgia, m em oria grabada en la car­
ne sin lenguaje y rasgada p or el O tro, p or lo que el U n o fue com o
objeto en el deseo del O tro y de lo que salió constituyéndose al pre­
ció de una escisión interna, co m o sujeto tachado y dividido en tre el
U n o y el O tro, haciendo del cu erp o O tro y h aciendo del O tro el lu­
g ar y el escenario d on d e p retend e restaurarse com o U no, eso que
se llama en psicoanálisis el Ideal del Yo. E n tre el U n o y el O tro. En­
tre la neurosis, alienación en el O tro, y la psicosis, alienación en el
U no. E n tre el O tro sin el U n o de la neurosis y el U n o sin el O tro de
la psicosis. E n tre la letra sin lectura del U no, de la psicosis, y el dis­
curso som etido a los códigos del O tro, que d escon o ce la esencia es-
critural del g oce, en la neurosis. Pues la subjetividad navega entre
Caribdis y Escila. Sus naufragios son la sustancia del psicoanálisis.
El su-jeto co m o lo que sub-yace, la sus-tancia, lo su-puesto del dis­
curso, co n ju g a d o en sus frases, cifrado que habrá de descifrarse, Yo
que debe advenir en el sitio donde es desconocido, allí donde Eso
estaba com o un jeroglífico en el desierto, co m o un libro en terrad o
con el cadáver de su dueño. Tras estos objetivos se o rd en a la prácti­
ca del análisis y se deciden todos sus m om entos: para atrap ar el go­
ce co m o descifram iento p or m edio del ju eg o y el fuego de los en ca­
d en am ien tos y de las sustituciones significantes, p o r el chiste y la
sorpresa, p or la ahtria heideggeriana y por la epifanía joycean a, por
la evocación inesperada que burla las defensas, p or la agudeza del
estilo que rasga la superficie estúpida del discurso que n o dice a fuer­
za de “q u erer d ecir”.
Este planteam iento de la recu p eración del g oce p erdido está en
el origen m ism o d e la reflexión freudiana. ¿No es acaso la “identi­
dad de p e rcep ció n ” la m eta que orien ta la actividad toda del apa­
rato psíquico? ¿Y n o es la “identidad de p en sam ien to” lo que inter­
pon e — p o r la vía de los p ro ceso s secu n d arios— u n a b a rre ra de
sentido, de sentido regulado p ara y p o r el yo, en el cam in o hacia
esa recup eración del g o ce originario? Leído así, arm ados con la dis­
tinción lacan iana en tre placer y g oce, es difícil n o re c o n o ce r ya en
Freud y desde un comienzo que la co n cep ció n del psiquismo está de­
term inada p or el g oce, el g oce en tanto p erdido y en tanto recu p e­
rable p or m edio de u na elaboración que atraviesa p or sistemas in­
term edios y d on d e la neurosis es definida co m o im posibilidad de
la recup eración m ientras que la psicosis es, o ra instalación en el go­
ce, ora ren u n cia a recup erarlo. Está en ju e g o la función de lo real.
L a identidad du p ercep ció n puede alcanzarse p o r el co rtocircu ito
de la alucinación que a h o rra el pasaje p o r los estadios que desci­
fran al g oce. El incon sciente no es la alucinación sino el discurso.
El dispositivo freudiano del análisis es una escenificación con ceb i­
da p ara que este discurso se despliegue.
L a transferencia se funda en la suposición de que el O tro a quien
el sujeto se dirige dispone del cód igo que descifrará su jeroglífico
o, en la otra analogía, que la m úsica existe no en el disco sino en el
ap arato que lo lleva a transform arse en sonidos. L a estrategia del
análisis consiste en pasar ese disco p or el láser in-diferente, a-páti­
co, para que se hagan audibles las inscripciones grabadas en él, pa­
ra que la sincronía del Ello se transform e en diacronía del incons­
cien te y éste, a su vez, en gosentido. Pues el o tro de la transferencia
no es el du eñ o del sentido sino el p retexto para que el texto escri­
to en lalengua devenga gosentido.
R esignificación del pasado que convierte a todo habiente en el
sujeto de una anagnórisis a producirse, de un develam iento de la
identidad originaria y desconocida, de un rebautizo a partir de una
nueva relación del sujeto deí discurso co n el g oce que (lo) trans­
p orta y él d escon o ce. La propuesta es la de pasar de la palabra de
la lingüística a la letra vocalizada de la lingüistería (lingu-histeria),
allí d ond e la voz no es ya cad en a sino objeto plus de goce y causa
de deseo. Y la cad en a, la palabra hablada, es el instru m en to indis­
pensable p ara recibir a la voz co m o objeto que evoca y h ace sem ­
blante del g oce. Q ue reto rn a del discurso a la im p ron ta, del signi­
ficante a la letra, del deseo a la pulsión, de la com u n icación al goce.
El libro está escrito. El disco está grabado. Hay que hacerlos au­
dibles, convertirlos en palabra y en música. R ecuperar, retrmiver, ren-
contrer, la escritura que m arca al habiente. L a “identidad de p ercep ­
ció n ” es el reen cu en tro con la experiencia de satisfacción prohibida
al que habla en tanto que tal. En ese punto en que se anudan los
dos e xtrem o s del ap arato freu d iano de la ca rta 5 2 , p e rce p ció n y
conciencia, Wy Bew, el g oce, goce del objeto, susütuye al sujeto es­
cindido p or el significante, sustituye al significante mismo y anula
la secuencia tem p oral de la palabra o rd en ad a en discurso.
Es esto lo que descubrió y es en esto en lo que se equivocó Mar-
cel Proust, totalm ente al m argen de la investigación psicoanalítica,
a la vez que trabajaba en una sustancia que es la m ism a del análisis:
el goce.
A la recherche du temps perdu,51 búsqueda del tiempo perdido, es la
crónica de un análisis sin analista, fuera de la transferencia. Sus 3 .200
páginas son una investigación (recherche) detallada de las claves a las
que obedece una subjetividad. El resultado transmite una experien­
cia a la vez paradigm ática e irrepetible. Puede discutirse quién es el
O tro de la escritura proustiana, su lector, la posteridad, etc. Difícil se­
ría afirm ar que ese O tro es el sujeto supuesto saber de la experiencia
analítica. Sin em bargo, el resultado de este ricercare, la obra volumi­
nosa, llama a la interpretación, al desciframiento de su desciframien­
to, al com entario. Proust deja, com o producto, un objeto artístico que
desplaza al autor, una obra que, al igual que lo quiso Joyce para la su­
ya, será objeto durante siglos para la elucubración especular y espe­
culativa de los eruditos y universitarios, objeto de scholarship.
L o que m e interesa m ostrar aquí — alcanza co n m ostrarlo, no es
necesario dem ostrarlo— es que E n busca del tiempo perdido es el m o­
delo de un análisis y la m ejor ilustración que p u ed e proveerse de
las hipótesis freudianas de la carta 52 y de las co n secu en cias de la
teoría lacaniana del goce que brota de la exp eriencia analítica. Con
una sola objeción: Proust n o recu p era el Tiem po al cabo de su lar­
go itinerario pues no es el T iem p o lo que ha perdido. AI con trario,
es en el T iem po dond e se perdió, en el tiem po de los relojes y de
la historia, en el tiem po del discurso, en la d iacro n ía y la o rd en a­
ción de sus m om en tos co m o sucesivos y seriales. Y lo que term ina
p or hallar es el g oce, esto es, la anulación del T iem po. Proust se en­
cu en tra co n la sincronía, con el cierre del m ovim iento progredien-
te del aparato psíquico. Sí; el g o ce no tran scurre en el Tiempo sino
en el instante que es la abolición del decurso (del discurso) tem po­
ral. El instante y la etern id ad están fuera del o rd en que distingue
pasado, presente y futuro. Los tiem pos verbales, a su vez, están de­
term inados p o r el discurso, están en relación con la en u n ciación
de la palabra que establece una secuencia que no existe en lo Real;
que es un efecto de lo Sim bólico.
El tiem po proustiano, “tiem po reco b ra d o ” del últim o volum en
de su obra, es, en verdad, el tiem po abolido p o r el re to rn o de las
im prontas prim eras. U n a palabra extran jera de noble prosapia fi­
losófica se im pone: Aujhebung.
En E n busca del tiempo perdido se trata, u n a y otra vez, de la epifa­
nía del goce p or el reen cu en tro co n el incunable de su prim era edi­
ción. El tem a, siem pre el m ism o, siem p re variado, re c u rre en los
múltiples ejem plos que da P roust: el sabor de la m agdalena hundi­
da en una tisana, el sonido de una breve frase m usical, el tropezón
p o r el en cu en tro del pie con un par de baldosas desparejas, la tie­
sura al tacto de una servilleta alm idonada, el sonido de una cu ch a­
ra que g olp ea co n tra un vaso y que rem ite al viaje en ferro ca rril
d on de un em p leado golpeó co n un fierro la ru ed a del vagón dete­
nido, el libro casu alm ente hallado en la biblioteca y que resulta ser
el mism o libro que la m adre leyó al niño insom ne, hoy an cian o. Pe­
se a la referen cia tem poral que se lee en el título m ismo de la obra
m onum ental no hay que injertar nada en el texto p ara rem plazar
la idea de “tiem p o” p or la de “g o c e ”. Basta con le e r la prosa del pro­
pio Proust: la recu rren cia del g oce es una resu rrecció n del ser que
fue y ese ser re su rrecto gustaba “de fragm en tos de existencia sus­
traídos al tiem p o ” en una con tem p lación que, “au nque de etern i­
d ad, e ra fugitiva” (vol. III, p. 8 7 5 ). E n esos m o m en to s en que el
tiem p o es an u lado, se anu la tam bién el sujeto, a m en os que éste
consiga recob rarse aferrán d ose a las sensaciones de la realidad ex­
terio r del tiem po presen te y del espacio circu nd an te.

Y si el lugar actual no hubiese vencido de inmediato, creo que habría


perdido el conocimiento, pues tales resurrecciones del pasado, en el
segundo que ellas duran, son tan totales que no solamente obligan a
nuestros ojos a dejar de ver el cuarto que está junto a ellos para mirar
el camino bordeado de árboles o la marea ascendente, obligan a nues­
tras narices a respirar el aire de lugares muy lejanos, a nuestra volun­
tad a elegir entre diversos proyectos que nos proponen, a nuestra per­
sona loda a creerse rodeada de ellos, o por lo menos a trastabillar
entre ellos y los lugares presentes, en el aturdimiento de una incerti-
dumbre semejante a la que uno experimenta a veces ante una visión
inefable, en el momento de dormirse (ibid.).
Inefable, con la palabra fuera de juego, en estos m om entos de “ale­
gría extra temporal c ausada, sea p or el ruido de la cu chara, sea p or el
sabor de la m agdalena” [vol. III, p, 877] [el destacado es m ío].
U n tiem po, pues, que es la anulación del tiem po después de ha­
berlo vivido, de haberlo olvidado, de haber atravesado el olvido, de
haber resucitado en un “goce d irecto ”, donde “la única m anera de
gustarlas más era tratar de conocerlas más com pletam ente, allí don­
de se encontraban, es decir, en mí mismo, esclareciéndolas hasta en
sus profundidades” (ibid.). Un tiem po del goce que ro m p e co n los
m arcos sociales del tiem po com partido co n los m arcos fenom enólo-
gieos del tiem po de las cosas y co n los m arcos psicobiológicos del
liempo de la propia vida. Un tiempo hecho de instantes sin dim en­
sión de la m ism a m an era en que la línea recia está constituida por
puntos sin dim ensión.33 En este sentido es que, insisto, el tiem po de
Proust es la liquidación del tiempo. Es, co m o él dice, extratem poral.
El discurso está en el tiem po: el goce: está fuera de é¡: lo implica y lo
anula. Es el tiem po som etido a una A ufhebungque lo recup era disol­
viéndolo. P or eso es que el título del último volumen de E n busca del
tiempo perdido podría ser, más bien, el tiem po aufgehoben cine el tiem­
po retrnuvé, “reco b rad o ”, en las traducciones al castellano.
No es el reto rn o del pasado. Es “m uch o más, quizás algo que, co ­
m ún a la vez al pasado y al presen te, es bastante más esencial que
ellos d os” (vol. III, p. 8 7 2 ). Es lo que supera la d ecep ció n que ine­
vitablem ente aco m p añ a a las exp eriencias y los am ores de la reali­
dad, la superación del desfasaje en tre la im aginación, el deseo y la
m em oria.

Pero que un ruido, que un olor, ya escuchado o ya respirado, lo Sean


de nuevo, a la vez en el presente y en el pasado, reales sin ser actua­
les, ideales sin ser abstractos, y de pronto la esencia permanente y
habitualmente oculta de las cosas se ve liberada y nuestro verdade­
ro yo que, a veces desde hacia mucho tiempo, parecía muerto, pero
no lo estaba por completo, se despierta y se anima al recibir el ali­
mento celestial que se le aporta. Un minuto descargado del orden
del tiempo ha recreado en nosotros, para sentirlo, al hombre des­
cargado del orden del tiempo. Y se comprende que éste confíe en
su alegría, aun cuando el sencillo sabor de una magdalena no parez-
ca lógicamente contener las razones de tal alegría, se comprende
que la palabra ‘muerte’ carezca de sentido para él; situado fuera del
tiempo, ¿qué podría él temer del porvenir? (vol. III, pp. 872-873).

Los dos tiempos en los que virtualmente transcurre la existencia,


pasado y futuro, están determ inados y fijados co m o tales a partir del
instante presente que es el instante del '‘pienso”, del discurso actual.
Pasado y futuro no existen en lo real, son dim ensiones introducidas
p or lo simbólico que arrastran sus efectos en lo imaginario bajo la for­
ma de la m em oria hacia “atrás” y el deseo hacia “adelante” de donde
“ego surtí', aquí y ahora. El sujeto proustiano em erge com o tal a partir
de su escapada “del orden del tiem po”, es decir, del orden de una vi­
da psicológica centrada en la construcción fantasmática del ego. La
resurrección, la recuperación del goce del yo verdadero que parecía
m uerto porque estaba sepultado, es una epifanía de lo real inefable,
ilusua la salida del orden del discurso que instaura al tiempo pasado
co m o m uerto y al tiempo futuro com o tiempo de la m uerte. El pre­
sente, sacado del tiempo, es a la vez un instante fugaz y una visión de
la eternidad. Soslayados y anulados lo simbólico y lo imaginario que­
da tan sólo el resplandor de lo real puro, disolvente de la subjetividad,
que tnerece el nom bre de “alucinación” en el discurso de Freud y de
Lacan. El sujeto se encuentra con el objeto causa de su deseo sin la in­
terposición del fantasma. Tal es el sentido de la m anoseada fórm ula
lacaniana del “aUavesamiento del fantasm a”.
Se vive. C u erp o en el lenguaje. O tro que es el cu e rp o , no-yo, y
O tro que es el lenguaje, tam p oco yo. Yo es el rep resentan te imagi­
nario del sujeto que p retende suturar esta división entre dos sustan­
cias ajenas y extrañas. Sobre el cu erp o se estam pa la im pronta de la
experiencia vivida, una exp eriencia para ser significada con los sig­
nos del O tro del lenguaje. Los sabores de las m agdalenas, las sona­
tas de Vinteuil, las im ágenes de los árboles y los cam panarios. Para
el sujeto habitado p o r la palabra queda un recurso, la evocación, la
m em oria, la ord en ación seriada, las referencias espaciotem porales.
Un recurso que p ro p o rcio n a pálidas im ágenes, desvaídas p or los
procesos secundarios del pensam iento, decepcionantes, carentes de
vivacidad, m architas, haciendo pensar en lo que ellas eran cuando
estuvieron vivas, selladas siem pre a fuego p or una diferencia, m ar­
cadas p or el signo de la negación. Lo real es lo perdido. En los m o­
m entos en que reto rn a se le llam a alucinación. ¿Puede recuperarse
el goce originario de otro m odo que bajo las form as difuminadas de
la evocación y la nostalgia? Proust responde qué sí, que lo que es en
Freud “identidad de p ercep ció n ” p uede tener lugar a partir de un
en cu en tro azaroso, con tin gente, no intencional. En su caso, un tro­
pezón con baldosas desniveladas que hace surgir en él una vivencia
deliciosa: “La felicidad que acababa de experim en tar era ciertam en­
te la misma que la que exp erim en té al co m er la m agdalena y cuyas
causas profundas postergué buscar en to n ces” (vol. III, p. 8 6 7 ).
“A este real, ¿dónde lo e n co n tra m o s?”, se pregLm ta L a ca n .33

Pues es en efecto un encuentro, un encuentro esencial, de esto se


trata en lo que el psicoanálisis ha descubierto, de una cita con un
real que se sustrae a la que siempre somos convocados.. . Es la tiqué,
que hemos tomado del vocabulario de Aristóteles en su búsqueda
de la causa. Lo hemos traducido como el encuentro de lo real. Lo
real está más allá del autómaton, del retorno, de la insistencia de los
signos a la que nos vemos llevados por el principio del placer. Lo real
es aquello que yace siempre detrás del autómaton, y de lo que resul­
ta tan evidente que es la preocupación de Freud en toda su búsque­
da (recherche).

Las dos búsquedas, la de F reu d y la de P ro ust, son u n a sola. La


m ism a que la de L a ca n , la del g o c e que a ce c h a tras los e n cu e n ­
tros “fo rtu ito s”, “co m o p o r a z a r”. Y 110 se trata d e la felicidad si­
no del m o m en to en que el stijeto es desb ordad o p or lo real, cu an ­
d o se q u iebran los m arco s tran qu ilizad ores de la realid ad , la de
todos.

La función de la tiqué, de lo real como en cuen tro— el encuentro en


tanto que puede ser fallido, que es esencialmente encuentro falli­
do— se presentó primero en la historia del psicoanálisis de una ma­
nera que, por sí sola, basta para despenar nuestra atención: la del
traumatismo. (Ibid.)
El traum atism o co m o tope co n lo real, con lo que siem pre vuel­
ve a su lugar, con lo imposible del e te rn o reto rn o , co n eso, Ello, que
no deja n u n ca de estar presente co m o trasfondo de toda exp erien ­
cia. l.o trau m ático no en tanto que agradable o desagradable, fue­
ra del registro de lo sensible para alguien, d e lo “p ato ló g ico ” (en
sentido kantiano) , sino en tanto que excesivo, inasimilable, p rodu c­
tor de un fa d in g del sujeto. En el ree n cu e n tro del T iem po proustia-
no, en la “identidad de p e rce p ció n ” freu d ian ay en el g o ce lacania­
n o, ten em os este co m ú n d en o m in a d o r de la abolición tan to del
tiem po co m o del espacio que en m arcan la subjetividad.
En este punto de la exp osición es difícil resistir a la tentación de
citar y glosar toda la exp erien cia que relata Proust en la biblioteca
de los G uerm antes y que es el punto de partida (m ítico) de la escri­
tura de su libro. Se trata de ese punto del relato en que, después de
3 2 00 páginas de novela, el au tor e n cu en tra que todo en él había
sido una p rep aración del m o m en to en que tropezaría con una re­
surrección de las sensaciones que, co m o m uescas del origen, orien ­
taron su vida. En la co n cep ció n que vengo desarrollando, se trata
del m o m en to de unión de los dos extrem os de la línea recta dise­
ñada en la carta de Freud.

Me deslizaba rápidamente sobre todo esto, más imperiosamente so­


licitado por el carácter de certidumbre con la cual se imponía esta
felicidad que por buscar su causa, búsqueda en otro tiempo demo­
rada. Pero yo adivinaba esta causa al comparar las diversas impresio­
nes afortunadas que tenían entré sí de común el que yo las experi­
mentaba a la vez en el mom ento actual y en un momento lejano,
hasta sobreponer el pasado sobre el presénte y hacerme vacilar en
saber en cuál de los dos me encontraba; a decir verdad, el ser que
entonces saboreaba en mí esta impresión la saboreaba en lo que ella
tenía de común con un día antiguo y ahora, en lo que tenía de ex-
tratemporal, un ser que sólo aparecía cuando, por una de esas iden­
tidades entre el presente y el pasado, podía encontrarse en el único
medio en que pudiese vivir, gozar de la esencia, de las cosas, es de­
cir, fuera del tiempo.34 Prosigo con la cita de Proust: Esto explicaba
que mis inquietudes acerca de mi muerte hubiesen cesado en el mo­
mento en que hube reconocido incomcúmtemml4> el sabor de la pe-
queña magdalena, puesto que en ese momento el ser que yo había
sido era un ser extratemporal y, por consiguiente, despreocupado de
las vicisitudes del futuro. Este ser nunca había llegado a mí y jamás
se había manifestado fuera de la acción, del goce inmediato, cada vez
que el milagro de una analogía me había hecho escapar del presen­
te. Sólo él tenía el poder de hacerme recuperar los días antiguos, el
tiempo perdido, ante el cual los esfuerzos de mi memoria y de mi inteligen­
cia fracasaban siempre [vol. III, p. 871, el destacado es mío].

C reo que la idea de Proust a cerca del tiem po en su obra y en su


vida está suficientem ente clara y que la reiteración de las citas sólo
podría privar al lector del goce de recu rrir person alm ente a las cin­
cu en ta páginas de la escena de la biblioteca. Pero hay que pasar al
p u n to siguiente que lleva a su cu lm in ación la lectu ra que, desde
Proust, puede hacerse de Freud y Lacan. Me refiero al goce como u na
escritura y a las posibilidades y las m odalidades de la lectu ra de los
signos grabados sobre los cuales está edificado nuestro yo real.
A lo largo de la enseñanza de Lacan se insiste en la idea de que
no hay g oce sino del cu erp o . No pocas veces el estudioso en fren ta
co n incredulidad esta afirm ación pues p arece co n trap o n erse a la
exp erien cia del goce del espíritu o del saber, de lo que pod ría acer­
tadam ente calificarse del g oce del significante, ese g o ce fálico de
nuestros desvelos expositivos en los tres capítulos an teriores. P or
cierto, una form ulación 110 acaba con la otra, p ero el postulado la-
cania no es que, si el significante puede ser p ortad or del goce, es en
la m edida en que evoca y moviliza las escrituras registradas co m o go­
ce an terio r y e x terio r al significante. Pues la p alabra es el cam ino
abierto al hablante para acercarse al goce perdido que, ése, es goce
del cuerpo. De m odo que, psicosis aparte, sólo hay acceso al goce del
cu erp o p or el cam ino de la articulación significante. Y hay otro go­
ce, más allá, el goce del O tro (sexo).
Esto implica la sucesión ya descrita de im prontas, cifmmiento de
esas experiencias en un Ello de sincronía y perm utabilidad, descifra­
miento de las inscripciones del Ello en una palabra absurda y caren ­
te de sentido que parece más accidente que revelación, interpretación
de esa palabra insensata del inconsciente en un sistema regulado de
significaciones según la batería de la lengua y, finalm ente, atravesa-
miento de la barrera del sentido para recup erar, después del vagabun­
deo palabrero, la verdad de un sujeto exiliado del goce.

La virtud [ . . .] del gay saber [...] no se trata de mordiscar en el senti­


do, sino de rasurarlo lo más que se pueda sin que haga liga para esta
virtud, gozando del desciframiento, lo que implica que el gay saber no
produzca al final más que la caída, en retorno al pecado35 [1971].36

El Proust de la escen a de la biblioteca siente y vive la recu p era­


ción del goce que es la anulación del tiem po en la superposición del
pasado de la m em oria, del presente del fantasm a y del futuro del de­
seo en un instante de epifanía y de inm ortalidad. Los objetos de sus
recuerdos se cargan para él de sentidos ocultos. Ellos asum en el ca­
rácter de jeroglíficos que piden ser descifrados; este descifram iento
“era difícil, pero sólo él da alguna verdad p ara le e r” (vol. III, p. 8 7 8 ) .
Sólo él “porque las verdades que capta d irectam en te la inteligencia
con toda claridad en el m undo de la plena luz tienen algo de m e­
nos profundo, de m enos necesario que aquellas que la vida nos ha
com unicado a nuestro pesar en u n a im presión, m aterial puesto que
ha en trado p or nuestros sentidos, p ero de la que p odem os despren­
der el espíritu” (Ibid.). Estas im presiones se co m p o n en en nosotros
co m o un libro, “un grim orio com plicado y florido”, frente al cual no
tenem os la libertad de escog er sino que se nos presentan com o re­
velaciones de nuestro ser verdadero y oculto.
¿Q uién podrá leer p or nosotros este “libro interior de signos des­
co n ocid o s”? ¿Quién podrá d ecir que v erd aderam en te lo hem os leí­
do cu an d o la lectu ra “es un acto de c re a ció n ”, es d ecir que consti­
tuye retroactivam en te (nachtráglich) a lo leído, d on d e la escritura
se constituye co m o previa a p artir de su lectura? ¿Cuál era el ord en
de realidad de E n busca del tiempo perdido antes de su escritura p o r
el sujeto Proust? Del libro puede afirm arse de lo que Lacan dice del
inconsciente: ni era ni no era, p erten ecía al o rd en lo no realizado.
Su escritura lo crea y al recrearlo lo p royecta retroactivam en te en
el tiem po, lo hace ap arecer en un pasado que nunca existió, es más,
crea al pasado co m o lo que es recu p erad o p o r la escritura.
Así, la sincronía del objeto, del producto creado, es la consecuen­
cia de la d iacronía de su ord enación en lectu ra y de su transform a­
ción en un a nueva escritura, la del libro que hoy cualquier lector
puede leer, si lo quiere y si tiene la valentía necesaria, con la firma
de M arcel Proust. Lo que sucede ah o ra ya no tiene relación con la
vivencia de Proust. El descifró su libro interior y lo transform ó en
objeto, un objeto que es una obra de arte y ofrecid a al consum o de
un lecto r que puede (o no) usarlo co m o instru m en to para el des­
cifram iento de su propia lalengua, de las inscripciones de las que
él mismo es un efecto. En este sentido, se p ro p o n e el objeto de la
sublimación co m o un em b ajador de lo real:

El arte es lo que hay de más real, la más austera escuela de la vida y


el verdadero Juicio Final. Este libro, el más penoso de todos para
descifrar, es también el único que nos ha dictado la realidad, el úni­
co cuya ‘impresión’ ha sido hecha en nosotros por la realidad mis­
ma [ ...] , El libro con caracteres figurados, no trazados por nosotros,
es nuestro único libro (vol. III, p. 880).

No es necesario abusar de la paráfrasis cu an d o las ideas se exp re­


san con tal justeza y cu an d o la superposición de los significantes uti­
lizados hace transp aren te la relación en tre la propu esta proustiana
y la em presa de un análisis: “U n gran escritor n o tiene, en el senti­
do co rrien te, que inventar este libro esencial, el ú nico libro verda­
d ero, puesto que ya existe en cada uno de nosotros; tiene que tra­
ducirlo. F.1 d eber y la tarea de un escritor son los de un tra d u cto r”
(vol. 111, p. 8 9 0 ).

Este trabajo del artista, que trata de ver bajo la materia, bajo la
experiencia, bajo las palabras, alguna cosa diferente, es exacta­
m ente el trabajo inverso de aquel que, en cada m inuto, cuando
vivimos apartados de nosotros mismos, el am or propio, !a pasión,
la inteligencia y la costum bre también cum plen en nosotros,
cuando amasan, por sobre nuestras impresiones verdaderas, y pa­
ra ocultárnoslas por com pleto, las nom enclaturas y los fines prác­
ticos que llamamos falsamente la vida... Este arte tan complica-
. do es, precisam ente, el único arte viviente. Sólo él expresa para
los demás y nos hace ver a nosotros mismos nuestra propia vida,
esta vida que no puede ‘observarse’, y de la cual las apariencias
que uno observa necesitan ser traducidas y a menudo leídas a la
inversa y penosam ente descifradas. I’sie trabajo que habían he­
cho nuestro am or propio, nuestra pasión, nuestro espíritu de imi­
tación, nuestra inteligencia abstracta y nuestras costumbres; es tal
el irabajo que el arte deberá deshacer, es la m archa en sentido
contrario, el retorn o a las profundidades donde lo que ha existi­
do realm ente yace desconocido por nosotros, que él nos hará se­
guir (vol. III, p. 8 9 6 ).

“Este trabajo del a rtis ta ...”, etc., tiene íntima relación con la prác­
tica del psicoanálisis en tanto que desm ontaje de los espejismos de
lo im aginario, de las tram pas del am o r propio, de las capas super­
puestas de n om enclatu ras y de significaciones convencionales, de
desm ontaje per via di levare para perm eabilizar al inconsciente, ese
interm ed iario en tre el Ello y el diálogo. P or el cam ino de Proust y
p or el cam in o de Freu d se llega a un resultado com parable; la re­
cu p eración del g oce m ediante un regocijo en el descifram iento. 1.a
suposición del inicio es la mism a: el libro está ya inscrito, el disco
está ya grabado, pero estas inscripciones están sepultadas co m o je ­
roglíficos en el desierto. No hay que inventar ni que agregar; hay
que recu p erar y trad u cir con una fidelidad al texto originario que
exige la discrim inación para no distinguir lo que es idéntico y para
n o co n fu n d ir lo que es d iferente. ¿Y p ara qué? P ara llegar a una
nueva escritura, para que el g oce descifrado se inscriba en un acto
que haga pasar a lo real el efecto de ese descifram iento. Allí donde
el sujeto sabe de una vez y para siem pre quién es a partir de la ce r­
tidum bre que deriva de una acción que inscribe su n om bre propio
co m o co n secu encia de esa acción. H istorizándose.

Porque — dicho con las mejores palabras— los actos son nuestro sím­
bolo. Cualquier desdno, por largo y complicado que sea, consta en
realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe
para siempre quién es [pues] un destino no es mejor que otro, pe­
ro todo hombre debe acatar el que lleva dentro.37
Al final del re co rrid o n o hay, no p u ed e haber, un a superación
de la partición constitutiva del sujeto, esa partición im puesta p o r la
estru ctu ra en tre el U n o del G oce y el O tro del lenguaje. P ero tam ­
p oco hay un a resignación sino la asunción del lugar segundo de la
subjetividad co n resp ecto al saber, a un saber sin sujeto, escritura
objetivada efe la que el hablante es efecto, en tanto que “respuesta
d e lo re a l”.38'39
P ara lo g rar este resultad o hay que atravesar m urallas de co m ­
p ren sión, de sentido, d e significación, de a ferra m ie n to a los m ar­
cos consensúales de la realid ad , a las certid u m b res com p artid as,
a la ideología de un saber totalizante que es efecto del discurso de
la Universidad (por el cam ino de la “ed u cación ” e-ducerey por el ca­
m ino de la uniform ización de las representaciones a través de la in­
dustria de la co m u n icació n ). R ecord ando siem pre que el hablante
goza pero su goce lo h orroriza y no quiere saber nada de ello. Que
el U n o se cuela pero es de ordinario desconocido en el discurso que
es el discurso del O tro; que las estructuras constituidas del sujeto tien­
den a obturar ese nivel del g oce com o matriz del hablante.
Al final del recorrido podemos rehacer la historia: la de Freud con
su aprehensión genial del conjunto de la estructura psíquica en la car­
ta 52 y su paciente trabajo de rechercheque lo lleva a centrarse primero
en el trabajo de interpretación, de Deutung, de las form aciones del in­
consciente. A partir de sueños, actos fallidos y síntomas, estableció el
catálogo de los recursos retóricos que posibilitan que se otorgue sen­
tido a las manifestaciones aparentem ente absurdas de los procesos pri­
marios. Luego, gradualmente, resistiéndose a ello, admitió que este in­
consciente es ya traducción y pasaje por el molino de la palabra de una
realidad más fundam ental, sincrónica, real, a la que denom inó Ello.
Por su parte, Lacan, más de medio siglo después, rehizo el camino: par­
tió de la experiencia analítica que, fenomenológicamente, es experien­
cia de la palabra, se extravió al confundir Ello e inconsciente en su cé­
lebre fórm ula gnóm ica: Kilo habla y luego distinguió los dos planos:
mientras que el inconsciente es palabra y habla, es discurso (del O u o ),
el Ello goza y está hecho de signos, no de palabras. Puede que en es­
tos términos la distinción sea esquemática y que quepa una precisión
adicional. El inconsciente 110 sólo es el discurso del O tro sino que, por
su parte, está estructurado com o un lenguaje. En ese sentido tiene
dos caras, es de doble vertiente: por una parte m ira a las escrituras del
Ello y las descifra; p or la otra, recibe los significantes que son los del
O tro y con esos significantes realiza su trabajo de lectura. El incons­
ciente se sostiene en ese incóm odo cabalgam iento: entre el inefable
núcleo de nuestro ser y las estructuras del intercambio de la palabra.
En síntesis, el inconsciente es desciframiento del goce y sus produc­
tos son susceptibles de interpretación. La praxis del análisis consiste en
intervenir sobre el discurso desarmando la trama de significaciones pa­
ra que aflore ese goce de desciframiento de un saber que no es saber
de nadie y del que alguien, el sujeto, es el efecto, el hijo. Regocijo.

REFERENCIAS

1Lacan [1970], £., p. 522.


A.
2 Idem, ibidem, p. 420.
3 Lacan, £., [1953], p. 247; en español, 1, p. 236.
4 Lacan [1970], A. £., p. 515.
5 Idem, ibidem.
6 Idem, ibidem.
7 Lacan [1960], É, p. 819; en español, II, p. 800.
8 Lacan [1973], S. XX, p. 95.
9 Lacan [1970], A. É„ p. 515.
10 Lacan [1973], A. É„ p. 449.
11 Lacan [1974], A. É„ p. 517.
12 Lacan [1970], A. É., p. 418.
13 Ibid., p. 523. “Puesto que esta famosa tensión menor con que Freud articula el
placer, ¿qué es sino la ética de Aristóteles?"
14 Freud [1932-1933], vol. XXII, p. 7.
15 Lacan [1970], A. É„ p. 407.
16 Lacan, “Comptes rendus d’enseignement (1964-1968)”, Omicar?, (29) 1984, p.
24; en español, “Reseñas de enseñanza”, H ad a el Tercer Encuentro del Campo Freudiano,
Buenos Aires, 1984, p. 58. La cita es del año 1969.
17 Lacan [1974], A. É„ p. 526.
ls J. Gorostiza, “Muerte sin fin”, Poesía completa, México, Fondo de Cultura Económi­
ca, 1984.
19 lacan [ 1970] ,A .É „ p. 426.
20 Ibid., p. 475.
21 Freud [1901], vol. V, p. 654.
22 Lacan [ 1973], “La troisiéme”, op. át.
- s Lacan, S. XVII, clase del 13 de noviembre de 1968.
84 Freud [1896], vol. I, p. 274,
25 Fraud [1925], vol. XIX, p. 239.
26 Lacan [1974], A £., p. 515.
27 Lacan [1958], É„ p. 658; en español, II, p. 638. [1960].
28 Cf.J.-A. Miller, seminarios del 19 de diciembre de 1984 y del 1 de abril de 1987
(inéditos).
29j . W. Masson (cotnp.), The complete letters o f Sigmund Freud to Wilhelm Fliess 1887-
1904, , Cambridge (Mass.), Harvard University Press, 1985, p. 207.
311 Lacan [1973], A £., p. 452.
31 M. Proust, Á la recherche du lempsperdu, París, Gallimard (La Pléiade), 1969. F.n el
texlo figurará entre paréntesis el número de la página del vol. IIIde esa edición, la
traducción es mía. [En busca del tiempo perdido, Madrid, Alianza,varias ediciones.]
32 G. Bachelard [1932], Im intuición dd instante, Buenos Aires, Siglo Veinte, 1973.
5:1 Lacan [1964], S. XI, pp. 53-54.
Restiftiyo la coma que separa “de la esencia, de las cosas" que todas las ediciones
francesas y españolas omiten por considerar que es un “error evidente”, vol. III, p. 1134,
en referencia a vol. III, p. 871 n. 6. Opino que allí no hay un “error" de Proust, sino
una absoluta exactitud tanto en las palabras como en la puntuación de la frase.
35 Lacan [1974], A £., p. 526.
56 N. A. Braunstein, “Existe el sentido pero no el Sentido del sentido en el que el
sentido nos hace creer”, 2004. En prensa.
,5' | L. Borges [1949], “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, El Aleph, Buenos Aires,
Emecé, múltiples ediciones.
38 Lacan [1973], A. É , p. 458.
MJ.-A. Miller [1983-1984], Seminario: Des réponses du réeL Inédito.
SEG U N D A PARTE

CLÍNICA
1. LL PSICOANALISTA Y LA HISTÉRICA

U n a cie rta trad ició n im p o n e que el an alista co m ie n ce a hab lar


a ce rca de la histeria y de las histéricas h acien d o su elogio y m ani­
festando su g ratitud p o rq u e ellas son las inventoras del p sicoan á­
lisis, las que fo rzaro n al F reu d m éd ico a callar y las que le en señ a­
ron a escu ch ar.1 U n a vez que inventaron al psicoanalista y que éste
ap ren d ió a plegarse co n orejas benevolentes al despliegue de su
sufrim iento, se e n a m o ra ro n de su invención, de este objeto adm i­
rable que se sostenía sin d esfallecer en un co n tra to de larga audi­
ción. P orqu e el psicoanalista no pide sino que se le hab le y p or­
que ellas hacen de! relato p orm en orizad o ele sus síntom as y de sus
d esen cu en tro s co n el O tro un m o d o de sostenerse en la existen ­
cia; porqu e el analista registra co n atención flotante todas sus des­
venturas y p orq u e ellas viven sus desventuras p ara el testigo que
las escuchará con simpatía benevolente; p o r esto es que e! en cu en ­
tro en tre am bos está inscrip to de an tem an o en la n atu raleza d e
las cosas y se o frece a la p rim era vista co m o un p arad ig m a de la
p red estinación .
P ero no es sólo que la histérica invente al psicoanalista. Tam bién
el analista inventa a la histérica porque el dispositivo que en tre am ­
bos inventaron rep ro d u ce la especie que lo en gen d ró. A tal punto
que hoy, lacanianos al fin, acep tam os co m o un h ech o establecido
que la h isterización estru ctu ral es la con d ición para que todo ha­
biente, cu alq u iera sea su estru ctu ra clín ica, p u ed a e n tra r en aná­
lisis. L a fórm ula del discurso de la h isteria es la fó rm u la del c o ­
m ienzo de un análisis. T ien e que h ab er una queja, un síntom a,
transform ado en dem an da de saber, que encu b ra una d em an d a in-
con d icion ad a de am o r y que se dirija a quien supuestam ente posee
ese saber a cerca de lo que u no mism o ignora de sí mism o. El sufri­
m ien to, transform ado en p regun ta h e ch a al O tro, es el fundam en­
to que h ace posible un análisis. El dispositivo analítico es el ofreci­
m iento del terren o para que un discurso se histerifique. No hay en ­
tonces p or qué extrañ arse si, desde que hay psicoanálisis, la histeria
ha cam biado en sus m odalidades de p resen tación. La solidaridad
en tre histeria y psicoanálisis es com p leta. (Solidaridad n o implica
arm on ía.) Las histéricas han inventado el dispositivo que en gen d ró
al analista, al analista que pide y que p ro d u ce histéricas, estas que
despliegan hoy sus en can tos en el cam p o de la escu ch a y n o en el
cam p o p rim ero de la visión. Si antes ellas se m ostraban co m o es­
p ectácu lo ch arco tian o que se d erretía con la hipnosis, es p or el ha­
blar co m o las reco n o cem o s hoy.
Y en la pareja del analista y la h istérica es im posible d e c i(d i)r
quién fue p rim ero.
Ese es el h ech o . C om o lo destacó L acan , co n su oferta el psicoa­
nalista crea hoy la dem an d a. A la histérica n o le cuesta re c o n o ce r
que eso era exactam en te lo que siem pre había querido, antes aun
de llegar a saberlo. D isponer de un O tro sobre el cual d escargar su
síntom a y su insatisfacción, un soporte y un testigo neu tral, no cul-
pabilizador co m o lo fu eron todos los que antes la escu ch aron , al­
guien capaz de en ten d er la verdad en su palabra en lugar de rech a­
zarla co m o m en tirosa o insustancial. C u an d o lo e n cu en tra se cura
rápidam ente y h ace del O tro un sustituto de los síntomas. Freud lla­
m ó a esto “neurosis de tran sferen cia”; L acan n o lo sigue en ese ca­
m ino aunque tam p oco se deten ga a con sid erar en detalle ese sin­
tagm a freudiano. Supongo que p or e n co n tra r que tal expresión es
pleonástica. Pues la tran sferen cia es la neurosis, la neurosis necesa­
ria para que el análisis progrese.
La neurosis en tra en la transferencia y así el sujeto de la n eu ro ­
sis en tra en el análisis. La “satisfacción sexual sustitutiva” que era el
síntom a se desplaza ah ora sobre la figura del analista y el g oce que
se anclaba en el p ad ecer cam bia ah ora de fondeadero. Pues no que­
da al garete, no, cu and o se asienta en el nivel del discurso, m ejor
dicho, de la pulsión vocal, m odalidad del Trieb que apenas si fue vis­
lum brada (p o r Robert Fliess) antes de Lacan .
El análisis pod ría ser el escen ario y el p u erto de destino de este
cam bio en la localización del g oce. Sí; hay un g oce del análisis, del
cum plim iento de la regla fundam ental, del co n tra to analítico, del
en cu ad re discretam ente erotizado en el que “to d o ” podría pasar sin
que “n a d a ” pase, de los intercam bios de discursos e in terp retacio­
nes, del hab lar y del ser hablado. Es una de las asechanzas del aná­
lisis y, en ocasiones, de las más difíciles de ro m p er por la “tram a de
satisfacciones”2 que es capaz de envolver tanto al analizante co m o
al analista que n o sepa estar a la altura de su función.
La histérica y el analista se inventan recíp rocam en te con relación
al goce. El deseo del analista deberá en ton ces a p arecer co m o valla
de conten ción y canal de evacuación para ese goce; si no consigue
h acerlo el estancam iento del análisis es la con secu encia inevitable.
Se palpa aquí la dim ensión de goce de la transferencia que es, com o
lo quería Freud, m odalidad de la resistencia, sin p or ello dejar de ser
el m o to r del análisis. Transferencia del goce, de los fondos deposita­
dos en el banco del inconsciente, del capital cuantificado, cifrado.
La histérica q u errá ser escu ch ad a si lo que el O tro quiere es que
se le hable. No se trata de un en cu en tro fortuito sino del cum pli­
m iento de u na exigen cia estructural. Ella dem an d a ser oída, pide
el tiem po del O tro co m o m edida del deseo de su palabra. El discur­
so, a diferencia del instante de la m irada, req u iere el tiem po para
su despliegue y es así co m o el tiem po deviene objeto y el discurso
tiene que arm arse de los recursos que perm itan que el O tro se sos­
ten g a co m o oyente. Suspensiones de la frase, e n tre co rta m ie n to s
p o r llantos y suspiros, insinuaciones de relatos sabrosos o d olo ro ­
sos que se postergan, creación del suspenso en to rn o de una reve­
lación que tarda, ro d eos y desviaciones en ap ariencia caprichosos
cu an d o el O tro form ula una p reg u n ta, dosificación cuidadosa dé­
las confidencias, ap ro xim acio n es sesgadas a lo escabroso. ¿C óm o
no habría de o cu rrírsele a F reu d, escuchándolas, la im agen de la
cebolla con sus capas co n cén tricas de resistencia a m edida que el
discurso se ap ro xim a al cen tro , al “núcleo p a tó g e n o ” que es el re­
cu erd o del trau m a, fortaleza que en cie rra el en cu en tro del goce de
uno co n el goce del O tro?
El discurso, así estru ctu rad o, seduce, co n d u ce hacia sí. P ero só­
lo a quien quiere y esp era ser seducido. El sed u ctor cu en ta co n el
beneplácito del qiie pide ser seducido, quien n o es, p o r lo tanto, su
víctima, sino su cóm plice. No sobra p or tanto re co rd a r aquí que el
acto analítico está d eterm in ad o p o r el g o ce y p or ¡a necesidad de
preservarse de él.
L a histérica es entusiasta del análisis, un análisis que le cuesta,
que avanza en m edio de inmensas dificultades, del que se queja, pe­
ro que n o acab a de reco m en d ar y hasta exigir a cu an tos la rod ean.
Así a rra n c a el análisis, co n la exposición detallada de los sufri­
m ientos y de la responsabilidad que el O tro y su perfidia o su ingra­
titud tienen en ellos. A tendiendo a los signos de interés del analis­
ta que él deje escapar para adherir a su dem anda, para ofrecerle en
abundancia los datos, los sueños o las asociaciones transferenciales
que se viven co m o dem andas form uladas a ella. H e ahí aquello que
los m éd icos e hipnotizadores de an tañ o habían llegado a re co n o ­
c e r co m o un rasgo de ca rá cte r y que bautizaron con el n om bre de
“sugestionabilidad”. Ese rasgo dio pie a F reu d para escribir un inol­
vidable capítulo de su psicología de las masas.
Con una desesperación por hacerse am ar que la lleva a cre e r que
a m a ... y de ahí a en am o rarse no hay m ás que un paso. Al acech o
de m anifestaciones del deseo del O tro que pudieran filtrarse co m o
dem andas y lista para satisfacer tales dem andas, para sacrificarse in­
cluso hasta la inm olación.
Esa disponibilidad para lo que el O tro p u d iera d em an d ar ap are­
ce co m o una “plasticidad” especial que co n trasta co n el o tro polo
n eu rótico que es la "rigidez” obsesiva. Q ue el O tro diga lo que le
falta para dárselo, p ara darse ella en el lugar de la falta del O tro, es
decir, para identificarse, para llegar a ser el deseo del O tro.
Si el O tro quiere ser un escultor que plasme a los seres hum anos
según form as ideales, en co n trará en la histérica la arcilla m aleable
que le p erm itirá ser un Pigm alión.
Si el O tro se ha en tregad o a una causa que lo uniform a, se en a­
m orará ella del uniform e que ha sido investido com o objeto del de­
seo. Batas de m édicos, sotanas de sacerd otes, togas m agisteriales,
bellezas del atuen d o y del maquillaje, elocuen cias del d ecir y p ode­
res de la política que actu arán así co m o objetos im aginarios a los
que se p ren d erá la sujeto en una dim ensión casi etológica. E n can ­
to suave de la b orrad u ra del yo en la identificación con el ideal del
yo del O tro. L a salvación en la Causa.
Más frecu ente es que el objeto que el O tro re co n o ce sea también
una mujer, la O tra mujer. A parece allí la pregun ta p or el atributo
que la O tra tiene co m o secreto de la atracción que sobre él ejerce
y la identificación co n lo que p uede ser el m otivo de la a u a cció n
en tre ellos. El papel de interm ediaria y de espía de los secretos del
am o r le viene de perillas. O brará co m o “p ro cu ra d o ra ”, co m o juez
y parte, co m o “la im itad a” (cf. Sirnone de B eauvoir), co m o elem en­
to que sostiene las intrigas, identificándose y escu ch an d o las quejas
de una y otra parte, co m o Dora, ju g an d o los papeles que la tram a
le inspira.
Q uiere hacerse carg o del g oce extrayén d olo del supuesto yaci­
m iento que es el O tro y para ello no hay m ejor cam in o que confun­
dirse con él, en trar en su m arsupio. El g o ce es u n a esencia que se
le escapa y que sólo p odría ser fijado sobre la base d e re co n o ce rlo
y aü ap arlo en el O tro , un O tro que debe ser con stru ido, esculpido
y defendido a toda costa. El O tro que es el asiento de un goce ili­
m itado, el Padre ideal, primitivo, m u erto desde siem pre, del m ito
freudiano que ella, la histérica, se em p eñ a en sostener más allá de
todas las desm entidas.3
A ese g o ce ajeno y fugitivo trata ella de m im arlo h acien d o sem­
blante de él ( “artificiosid ad ” d ecían los clín icos desp ectivos). En
una actu ación a la que n o co n ced e m ayor confianza, insegura de
exp erim en tar lo que rep resenta. E n tra en la intriga co m o acu iz, fi­
gurándose lo que pudiera sentir en el lugar del O tro y los efectos
que se producirán en el O tro según las distintas o p (e ra )cio n e s que
en cad a m o m en to se le o frecen para que in terp rete su papel. De
allí que su propia actu ación se le p resenta co m o artificial, rebusca­
da, falsa. L acan aludirá al costado Sin Fe de la intriga histérica, de
este desdoblam iento que la lleva a estar a un tiem po sobre el esce­
nario y en tre los espectadores, participando y sustrayéndose en el
ju eg o d ram ático, diciéndose a cada m om en to que es “de mentiri-
tas” co m o está en él y que ya sabrán quién es ella en verdad, estan­
do sin estar, sintiendo la im postura del gesto y la im postación de la
voz, o frecien d o al O tro un cu erp o anestesiado o m u erto que es ob-
servado desde afuera p o r un a m irada ansiosa de cap tar qué h ace
ese O tro ante su cu erp o dejado en el ab an d on o y la anestesia.
P ero el co m p ro m iso es m en o s fingido que lo que ella cree. Se
equivocará al iden tificar la d em an d a del O tro , una d em an d a que
ella ha p ed id o y ha to m ad o co m o objeto de su d eseo, con el de­
seo del O tro . H abrá de vivir p ara co lm a r al O tro , co n sag rad a a sa­
tisfacer lo que su p on e que es el deseo del O tro a costa del sacrifi­
cio de su d eseo, el p ro p io , un deseo dudoso que en trega de buena
gana y con alivio. O p tará de este m odo p o r un cam in o de abne­
g ación , d e sacrificio, de renuncia. Para ello tendrá que ser un com ­
plem ento im prescindible, un objeto apendicular del O tro. Y de na­
da se quejará después más am argam ente que de h ab er sido tratada
com o objeto. En su imaginación se figurara que el O tro la quiere co­
m o perversa (inocente) y se representará fantasm áticam ente esa per­
versión p ara así asegurarse del O tro según la fórm u la p roclam ad a
por L a ca n 1 co m o característica general de las neurosis y confirm an­
do las observaciones de Freud en sus trabajos acerca de los fantasmas
y acerca del ataque histérico de 1908 y 1909.5-6
O frecerse com o objeto que encubre la castración del O tro que apa­
rece así, gracias a este apéndice postizo, en su plenitud sin fallas, en
el lugar de dueño y señor del goce, en el sitio inaccesible del Urvater.
Esa es la fórm ula de la histeria propuesta por Lacan en su seminario
sobre la transferencia y luego dejada (¿p or qué?) en el olvido:7

@ 0 A

-tp

L a op eración es interesada. Ser en el fantasm a el objeto que ase­


gura el g oce del partenaire del am or para así negar, no la castración
del O tro, co m o sucede en las perversiones, sino la propia, es algo
que la lleva a o cu p ar un lugar p referencial, a h acerse im prescindi­
ble — en el fantasm a— al O tro. Este lugar es incierto. ¿C óm o estar
convencida de ese lugar de privilegio del que la O tra m ujer podría
despojarla? ¿Hasta qué p u nto es digno y aprecia el O tro el sacrifi­
cio y el h om enaje que recibe? ¿Q ué efectos pueden p roducirse p or
su separación y su pérdida?
Si el O tro la quiere es m en ester que dé sus pruebas. Hay que ver
hasta qué punto está dispuesto él a llegar y si es capaz de responder
a las ofrendas ilimitadas que ha recibido. La laminilla libidinal que
la une co n ese O tro in cierto es un ó rg an o elástico que d ebe ser
co n stan tem ente estirado hasta co m p ro b ar su lím ite.8
Y el O tro, a la larga, casi fatalm ente, revela no m e re c e r los sacri­
ficios, ser incapaz de respo n d er con gratitud, ser traidor, perverti­
d o, sádico, indigno de la confianza depositada. El acto siguiente al
de la ofren d a sacrificial bajo el lem a de “todo p or é l” es el del re­
p ro ch e, la acusación, la au tocon m iseración , la reclam ación violen­
ta, la p rovocación que h abrá de p ro du cir las pruebas palpables de
la perfidia del O tro . El te rc e r acto es el del desplazam iento a un
nuevo O tro, persona o causa, que parezca exigir el sacrificio pasio­
nal para restau rar o alcan zar su plenitud. A la esp era siem pre de
ese O tro absoluto, definitivo, al que ella ofren d aría T od o. F ren te a
esta figura del P ad re Ideal todos los dem ás (los otros co n m inúscu­
las) están en falta, son minusválidos.
Así se en tien d en las cu atro bellezas de la histérica.
Q uejosa, víctim a, o b jeto de hu m illaciones, traicion es, in com ­
p rensiones e ingratitudes, ella es alm a bella, depositaría inm ereci­
d a de sevicias y desgracias. Se o frece co m o objeto a la m irad a y a la
escucha del O tro. “Mire a lo que m e veo red u cid a”. “O iga, si es que
puede sop ortarlo, el relato de mis desventuras”. Sade lo prefiguró
con un título m ordaz: Justine o los infortunios de la virtud. El ser del
alm a bella se con fu n d e co n esa queja continuada, ese p rolon gad o
lam ento, esa sucesión de síntom as y crueldades. El g oce co rre a lo
largo del relato sin que se lo identifique co m o tal en los p o rm en o ­
res de las traiciones del am ado, los erro res de los m édicos que de­
jan el saldo de un cu erp o sufriente, baldado, tach ad o p or cicatrices
quirúrgicas, las faltas de re co n o cim ien to p or p arte ele los hijos y
amigos, las injusticias de jefes y m aestros. Se sufre y se llora al co n ­
tar en la otra escena. Se cu en ta reavivando el sufrim iento de las ex­
periencias desgarrad oras en la extensión de la laminilla hasta más
allá de lo tolerable. El relato de la inocencia perseguida, del sujeto
que es castigado cu an d o no h ace sino seguir la ley del corazón , exi­
ge la inversión dialéctica indicada p or Lacan en los com ienzos de
su en señanza.9 El fantasm a de flagelación, pegan a u n niño, aislado
p o r Freu d, es la escenificación privilegiada del alm a bella.
La segunda belleza de la histérica es la bdle indifférence. Bella indi­
ferencia para atravesar sin despeinarse los huracanes y torbellinos de
desesperación que se generan en torno de ella. El O tro se confron­
ta con sus propios límites frente a una experiencia, en apariencia im-
predecible, que lo insta a actu ar y luego lo colm a de reproches por
su actuación. Toda vez que el O tro resuelve h acer algo en favor o en
co n tra de la dem anda histérica, dem anda de que se responda a su
ofrecim iento y entrega, ella se sustrae al hom enaje o a la reacción
que ha suscitado. No es eso lo que ella quería. Su deseo sigue sien­
do un deseo insatisfecho. L a indiferencia cuando no el franco des­
dén son respuestas a la movilización del O tro. Insensibilidad que lo
es también, o que lo es prim ero, del cuerpo. El alim ento o la cach e­
tada, las caricias y el sexo, los adornos y vestimentas que realzan o
que desm erecen la belleza "dan lo mism o”. Son problem a para el de­
seo del O tio, ese deseo que ella despierta o invoca p ero del que se
desentiende, im pertérrita, porque n o le con ciern e. Llegando al ex­
trem o de la an orexia nerviosa donde la puesta e n ju e g o incluye la
propia vida y moviliza a su alrededor, sin que ello le im porte, la de­
sesperación de un en torn o siem pre crecien te. Es que la angustia del
O tro puede llegar a ser un alim ento que n utre y calm a un ham bre
que está más allá del ham bre, necesidad insaciable de un nada que
eleva la potencia fálica de quien se rehúsa, ella, a la dom inancia del
significante fálico. Es ella quien-sustrayéndose- m uestra la inane va­
nidad del deseo. Son ellos quienes se lo rep roch an .
L a tercera belleza co rresp on d e a la “bella d u rm ien te” que sueña
co n un futuro desp ertar en un paraíso de felicidad p ero que, m ien­
tras tanto, espera sin agitarse la llegada de un deseante que la des­
p ierte. El deseo no le co n ciern e; ella actú a el rol de la ausencia de
deseo. L a acción está así siem pre suspendida y, cu an d o finalm ente
se produzca, será desentendiéndose de las con secu encias, será pa­
ra ser arrastrada p or la turbulencia incom prensible del O tro. Amar,
estudiar, luchar p or una causa, ten er un hijo, com p ortarse a favor
o en co n tra de ciertas reglas, trabajar, son cosas ajenas, cosas que
ella p uede h acer pero sin sentirlas propias, co n frialdad, prestan-
dose (sin darse) a satisfacer expectativas extrañas, disociada de las
consecuencias. M ientras no las h ace está dorm ida, cu an d o las hace
es sonám bula. En un futuro, alguna vez, el deseo m anifestado por
el beso del p ríncipe, el am or, p od rá rescatarla de su apatía. Pues de
ella no p ro ced e ningún deseo; está encan tad a.
La cu arta belleza de la histérica es la que la o p o n e a su alterego:
la bestia. L a belleza cu arta le viene del en cu en tro co n un verdugo
sanguinario que la h ace objeto de las vilezas m ás abyectas. El ser
brutal, tosco, violento, caren te de delicadeza, que la relega y la hu­
milla es algo de lo que se queja sin cesar y que p arece, sólo p arece,
la actualización n ecesaria de un fantasm a masoquista. L a pareja de
la bella y la bestia ap arece con llamativa frecu en cia en los gabine­
tes analíticos. L a historia del alm a bella, de la bella indiferencia y
de la bella du rm iente p arece req u erir en algún m o m en to la apari­
ción de este p ersonaje co m p lem en tario que es el responsable de
los infortunios de la virtud y que da sustancia y espesor a las quejas,
esas quejas que se repiten m on óton am en te an te la serie de los fa­
miliares, de los sacerdotes, de los confidentes y de los terapeutas, y
que, todos lo sospechan, son la fuente de un goce recón d ito , un go­
ce que p ro ced e no del m asoquism o sino del fantasm a que aco m p a­
ñ a al sufrim iento y es el de relatar ese su frim ien to an te un oído
com prensivo que se identifica con ella en el reclam o y la com -pa-
sión ( Mitleid).
E n sus corrillos los psiquiatras tom an venganza y se repiten lo
que sus libros n o d icen , que en la esp ecialidad hay dos víctim as
p o r an to n om asia, que son la m u jer del alco h ó lico y el m arid o de
la histérica. A veces am b os h acen p areja y el resultad o garantiza
el g o ce de am bos. P ara el psicoanalista toda víctim a es un sospe­
ch oso de co m p licid ad cu an d o no el au to r intelectu al del crim en .
(Sí; de co m icid ad involuntaria están im p regn ad os los libros de ju­
risp ru d en cia.) Incluso un analista perspicaz co m o L u cien Israel
llegó a escribir un artícu lo que se llam aba así, “la víctim a de la his­
té ric a ”.10
Bien; h a llegado el m o m en to de ab an d o n ar los retratos hablados
p ara en trar en la con sid eración estru ctu ral y ap reciar lo que se ga­
na al in tro d u cir el co n cep to de “g o c e ” en la clínica del pitiatismo,
antiguo n om b re de esta venerable neurosis de la que ya ni los psi­
quiatras quieren saber.
La histérica, ostentando su insatisfacción, aboga p or un g oce su­
p rem o , sublime. L a solución que se o frece al h ab ien te es la de la
norm alización sexual, pasando p o r la castración , que gira en torn o
de un significante del g o ce com o imposible: el falo. L a histérica lo
recusa (ésta es u na de las razones y no la m en o r para hablar siem­
pre de “la h istérica” indep en d ien tem en te del sexo de sus cre d e n ­
ciales). El falo, cam in o ofrecido al g o ce de todos y cad a uno, es to­
m ado p or ella n o co m o significante sino co m o objeto que se revela
insuficiente, incapaz de cum plir con sus prom esas. L a histérica lle­
va al e xtrem o la posición estructural fem en in a que no se satisface
co n él. Im p u gnan do el vector que va desde L\a m ujer (que no exis­
te) hacia el falo, subraya la im p ortan cia del o tro vector, el que, den­
tro del cam p o fem en in o m ism o, se dirige al enigm a de lo que es y

N o-toda es la fórm u la lacaniana, la m ujer no-toda en la significa­


ción fálica, partida en tre el h om bre y la O tra mujer, dirigiendo al­
tern ativam en te su p reg u n ta y en co n tra n d o siem pre respuestas a
medias sobre ese g o ce que exp erim en ta p ero que no sabe en qué
consiste. En la histérica esta altern an cia es ex tre m a . El apasiona­
m iento de su en trega no co n o ce m edias tintas. Su no-toda es des­
m en tid o; la con sagración absoluta a la figura del Padre Ideal redi­
vivo la lleva a un toda-en. P ero toda-en no puede co n d u cir sino a la
d ecep ción , al naufragio anunciado del falo y sus arrogancias. Se pa­
sa así del toda-en al toda-no en la relación con el falo y a la im pugna­
ción de las virilidades imaginarias. Es el m om en to de la identifica­
ción co n lo qtie falta a la im agen , el m o m en to en que ella, d ecía
L acan , “h ace el h o m b re”. Del toda-en al toda-no co m o resultado de
un cuestionam iento que, en los dos casos, está cen trad o en torno
del falo y a su función. La d ecep ció n anim a este pasaje a una pre­
gunta p or su deseo que la lleva, en un m o m en to de su dialéctica, a
colocarse “toda-en” la pregunta dirigida a la O tra m ujer sobre el go­
ce fem enino: es la situación de Dora en su viraje h acia la Sra. K. que
mal p odría tom arse co m o “h om osexualidad ” o co m o “perversión”
aun cu and o el an exo de Freud agregado en 1923 pudiese ab on ar
la confusión. Es histeria y nada más que histeria lo que hay en la po­
sición de la joven ante la pareja de los K.
Esta im pugnación del falo co n , al m ism o tiem po, la mimesis del
h o m b re p ud o h a ce r que un libro prescindible llevase el ju sto tí­
tulo de E l feminismo espontáneo de la histérica. L a p reg u n ta histérica
es consu stan cial a la p reg u n ta p o r la fem inidad. L a resptiesta la-
caniana, “no-toda”, es poco convincente para la histérica que se ju e ­
ga al “toda o n ad a”, oscilante, siem pre provisional y anh elan te de
una definitividad que selle para siem pre el estatuto de “la m u jer”.
De ahí tam bién que la fórm ula del discurso histérico incluya esta
búsqueda reiterativa de un am o que pueda respon d er sin ambigüe-

$ —^ s,
@ // S2

dad a la pregunta p or el ser de la mujer;


de un amo que dé respuestas, que ofrezca un saber (curas, médicos,
maestros, psicoanalistas), un saber que, p or supuesto, siempre fallará
para decir la verdad y que estará en relación de disyunción ( @ / / S v)
con el objeto que es causa de su deseo, con el plus de goce, con la ver­
dad que motoriza su discurso. U n am o que, a poco que se estrechen
los nudos de la relación, a poco que se lo crea, acabará en bestia.
L a histérica va p o r el m undo así, insegura de su identidad, tra­
tand o de definir quién es, cuál es su n om b re propio (ese n om bre
p ro p io que “le im p o rtu n a ”) 11, m im a n d o d iferen tes id en tidad es
que se co n fu n d en co n roles (sociales, te a tra le s), a la pesca d e lo
que es deseo en el O tro p ara identificarse co n el objeto de ese d e­
seo y alcan zar así u n a identidad fantasm ática (te rc e r tipo, identifi­
cación histérica, descrita p o r F reu d en el capítulo 7 de Psicología de
las masas y análisis del yo).12 R ep itien d o p e rm an en tem en te la p re­
gunta dirigida en p rim era instancia a la m ad re: ¿qué es ser una m u­
jer y có m o goza ella? y que, an te la d ecep ció n de la respuesta (cas­
tración fem en in a), se desplaza al padre: “¿qué m e falta?” y que lleva
a la hija a identificarse co n ese falo que es p ara el p ad re u n a m u­
je r más allá de la m u jer (castración m ascu lin a).
E n la pareja de la bella y la bestia, dije antes, el g oce está g aran ­
tizado p ara am bos. C on una pareja cuyo deseo es, en esencia, un
deseo insatisfecho, se p roduce para ciertos n eu róticos una excitan ­
te situación de desafío, un aguijón p erm an en te para gozar co n el
síntom a, síntom a privilegiado “de todo h o m b re ”,13 que es esa mu­
jer. Ser el prín cip e del beso desp ertad or es un fantasm a m asculino
co m p lem en tario del de la bella d u rm iente, así co m o lo es tam bién
el de ser quien p reten d e poseer los secretos del g oce fem enino su­
p erando en ello al resto de los hom bres (partenaires inconscientes
del acto [h o m o ]sexu al). P o r otra parte, si ella es p ortaestan d arte
de un goce dudoso que estaría más allá del falo, él puede satisfacer­
se con la convicción que la vida de pareja p arece aportarle de que
n o hay o tro g o ce más que el suyo, el fálico. Y si ella rehúsa la co a r­
tada y el co rto c ircu ito del p lacer p ro lo n g an d o y p ostergan d o las
ocasiones de satisfacción, él en cu en tra que esta inaccesibilidad sos­
tiene su erección y puede m o n tar cad a (d e s)e n cu e n tro sexual so­
bre un escen ario de violación y estupro.
Pues la ausencia y la indiferencia an te el deseo elevan al g oce a
la con d ición de un absoluto inalcanzable co n lo cual se consvima la
hazaña de gozar al cu ad rad o p o r el h ech o (en el lech o) de gozar
de no gozar. Y es que el deseo no falta sino que, en ella, está insa­
tisfecho pues ella n o se en gañ a, pide el falo y sabe — b ien , muy
bien— que el pene no es sino un sim ulacro descartable, incapaz de
asegurar el goce. Su partenaire es, más allá del varón, el P adre pri­
mitivo, d u eñ o de un g oce irrestricto, n o som etido a la castración,
excep ció n inalcanzable que inscribe la regla de la falibilidad de to­
dos los otros. El deseo queda insatisfecho porque ella no es incau­
ta, co m p ru eb a una y o tra vez la castración del O tro y recib e de esa
castración su propio valor fálico; p o r no tenerlo llega a serlo, es non-
dupe pues sabe que el p ene no es sino la m eton im ia del falo. (N o
quiere hablar con el payaso sino co n el d u eñ o del circo .) C laro, los
non-dupes errent, ésa es la esencia de la neurosis. M uchas veces vie­
ne a cu rarse de su incap acid ad p ara dejarse engañar, de la astucia
con que h ace de su deseo un deseo insatisfecho, de su perdurable
ingenio para cre a r insatisfacción.
L o que pide es saber p ero, m ás allá, sostiene la insatisfacción de
su deseo; m al p od ría en to n ces com p lacerse co n los significantes
que le en trega el am o, el h om bre de Dios o de la ciencia. Su p re­
gunta apunta, p or en cim a de la dem an da, al deseo. C om o en el ni­
ño (“infantilism o” tan d en u n ciad o ), las respuestas a sus “¿p or qué?”
no calm an la curiosidad sino que la exacerban . Q ue el O tro se dis­
ponga a saciar su apetito de respuestas y e n co n tra rá p ron to en ella,
co m o respuesta, u n a v erd ad era “an orexia m en tal”, un escupir y vo­
m itar los significantes que ha dem an d ad o. Bulim ia y an orexia. La
p reg un ta se desm ultiplica, tod a ella es un enigm a, el saber es pues­
to en quiebra p o r su m era presencia. Y es que no hay significante
de La mujer. Esa es la respuesta de L acan a L a pregunta.
Se dirige al O tro con una d em an d a (D) insaciable. El O tro, co ­
m o ante los ¿p or qué? del niño, acaba p or m ostrar su falla, que el
saber le falta. L a respuesta que obtiene la dem an d a es la falta en ser
del O tro co m o efecto infaltable [S (A )]- L a d em anda h a revelado
al deseo (d) y su trasfondo inagotable.

A (Otro) - D (demanda [de saber]) = S (A), [d (deseo)]


L a discordancia en tre D y d revela la falta en el O tro: el gran A
es A- La dem an d a h ech a al O tro revela inevitablem ente L in a falla
que no está en ella sino en él. Así, el lugar de la incógnita se h a des­
plazado. A h ora es ella m ism a el enigm a para ese O tro que no co m ­
p ren d e y que es insuficiente. A unque, y tanto más cu an to que, se­
ducido p o r la suposición del saber absoluto, se esfuerce p or dotarla
de la respuesta. Y es que el g oce p ro ced e precisam en te de la reve­
lación de la insuficiencia del am o, de su im p oten cia y de su casUa-
ción. Ella lo p on e a trabajar p ero las palabras que él dice no h acen
sino exh ib ir su falencia (caren cia de falo). Recibe co n escepticism o
el saber que se le ofrece: “Sí; está bien, p e r o ... n o es suficiente, a l­

go, no sé bien qué, falta”. El clínico se asom bra al ver que toda pa­
labra suya es co rreg id a p or ella aun cu an d o sea sim plem ente la ci­
ta textual de lo que ella dijo. Y es que ninguna palabra p od ría decir
el ser de ella y siem pre se aferrará a su diferen cia, esa d iferencia
que n o quiere ni puede ced er ya que (pre) siente que ser dicha por
el O tro es re co n o ce r su castración, esa castración a la que se aferra,
p orque supone que es lo que el O tro quiere y que el O tro gozaría
co n ella. El analista debe partir en to n ces, para intervenir, de su ne­
cesaria im p erfección, de la ren u n cia a todo lo que sea saber, del re­
chazo a tom ar el lugar del Sj que en gañ osam en te le es atribuido,
de la puesta en acto de su ignorancia. Tam bién en este sentido ca­
be afirm ar que es la histérica la que h a inventado al psicoanalista
con su pasión d om in an te que es la ign oran cia.
En el discurso de la histérica las palabras y el saber pueden ser
aprendidos p ero ellos no la tocan en su cu erp o co rtad o y re co rta ­
do p or el síntom a, p or el ataque de nervios, p or las operacion es del
cirujano, p or el maquillaje y la p ersecución inacabable de la belle­
za y la juventud inm arcesible, p or la búsqueda en el espejo y en la
o tra m u jer del secreto de su deseo insatisfecho.
El goce del síntom a no se disuelve en el goce fálico que pasa por
la articulación discursiva. O , m ejor dicho, es g oce fálico que no ha
atravesado el diafragma de la palabra, que está retenido, reprim ido.
P or eso Freud se inclinaba por la hipótesis de la doble inscripción
con la disociación entre dos VorsteUungen diferentes, la representación
de cosa y la representación de palabra disociadas entre sí, consciente e in­
consciente coexistiendo sin tocarse. Y L acan zanja la cuestión dicien­
do que el saber y la verdad no m uerden del mismo lado de la banda
de M oebius.14 La interpretación sabihonda no levanta la represión
por intachable que parezca ser en las perspectivas de la lógica y de la
técnica. Frente a los discursos del am o y la universidad, es ella quien
tiene razón. P or eso hubo que inventar el dispositivo psicoanalítico
que es la respuesta de Freud al enigm a de la histeria.
Lo esencial de la verdad se sustrae, n ecesariam en te, al saber de
la interpretación , así co m o lo sustancial, la sensibilidad del cu erp o,
se sustrae al g o ce fálico. Q ueda intocada. Esa sustracción debe ac­
tuar co m o acicate del deseo del O tro y, p or lo tanto, en el lugar de
lo que falta, se ve investida de valor fálico, de significación, de esta­
tura im aginaria.
C rean d o la falta en ser (deseo) en el O tro se puede fabricar ella
un deseo postizo, un sim ulacro de deseo. Pues es esa falta en el O tro
lo que obra co m o m olde y com o m odelo para su identificación: ella
será eso que falta. De este m o d o alcanzará u n a identidad y podrá
aspirar a ser im prescindible, a inscribirse de tal m an era en la histo­
ria, p or p ro cu ració n , a través del O tro y de la ofren d a de cu an to él
pueda d em andarle. H a op erad o así el en gaño fundam ental que se
h ace a sí m ism a al con fun d ir la dem an d a (del O tro ) con el deseo
(p rop io). Ser, en el fantasm a, objeto del deseo pasará a o cu p ar el
lugar de ser sujeto. H a sido necesario cre a r la laguna, la falta en ser
en el O tro (¡co m o si no existiese de p or sí!) para ofrecerse en el lu­
gar de lo que puede llenarla. De ahí la constitución de la pareja de
la bella y la bestia. De ahí su form idable predisposición para insta­
larse en el dispositivo analítico.
R eaccionando co n emotividad y agitándose ante el desinterés del
O tro , reclam án d ole su frialdad, y, p or el co n trario , an te la pasión
que pudiera despertar, respon d iend o con la indiferencia y el desa­
pego. Sin co rresp on d en cia, a co n tram an o . Cultivando la falta, pi­
diendo ser vista, reco n o cid a, oída, adm irada, hipnotizada, o rd ena­
da p or un O tro que no alcanza a p oseerla en plenitud p orq u e
siem pre queda ese resto que se sustrae, puesto que “e so ” que cons­
tituye la respuesta no es p recisam en te lo que ella esperaba. Pues
ningún padre es El Padre, ese al que dirige su d em anda.
El análisis le conviene, le corresponde y es fuente de un goce que
es resistencia al deseo y que deberá ser cebado y luego contrariado
p or la operación del analista. Gracias a ese goce el análisis puede
arran car y también puede estancarse en los pantanos de la neurosis
de transferencia. Su pasión requiere un testigo que sea sujeto de (la)
(com ) pasión para quien ella está dispuesta a vivir sufriendo y ofrecien­
do óbolos sacrificiales. Quejándose de ser tom ada com o objeto, es co­
m o objeto que viene a ofrecerse a las m aniobras del O tro. Form ula su
pretensión de especularidad, de intercam bio recíproco de los i (@ ),
ofreciendo ¿por gato por liebre, en un engaño del que es la prim e­
ra víctima. Su idea, su fantasma, es el de un recubrim iento recíproco
y absoluto de los dos deseos. Por ello puede funcionar com o sacerdo­
tisa del amor. Su religión es la relación sexual, esa que no existe. Pa­
ra hacerla existir queda lo que la suple, el amor, lo que permitiría ta­
par la triple falla en lo imaginario, en lo simbólico y en lo real.
@ es lo que le falta al O tro en su tach ad u ra ( $ ) para llegar a ser
A. Ella se o frece en el Ju g ar de tal objeto restau rad or de la inte­
gridad, con la esperanza de que su propia escisión subjetiva, su p ro­
pia castración sea superada en esta relación de absolutos. Si el otro,
gracias a ella, consigue pasar de A a A, ella, de reb ote y p or identi­
ficación, p od rá pasar de S a S en la integridad de un am or invicto.
Se ofrece co m o objeto plus-de-goce, se presenta com o el estuche que
co n tien e ese agalma, garan tía de g oce que falla al O tro , causando
su deseo. P ero el secreto del agalma consiste en estar ocu lto, e n ce ­
rrad o , inaccesible. Para que el d eseo se sostenga es n ecesario que
su objeto se sustraiga y de ese m o d o q uede ensalzado el g oce del
que este objeto “quisiera” ser la co n d ició n absoluta. Del deseo del
O tro ella es — negánd ose— la causa objetal y objetivada. Para po­
d er serlo tiene que sustraerse e ignorar toda posibilidad de Befriedi-
gung, sem brar la insatisfacción.
La relación co n el saber, la que se m u estra en el discurso de la
universidad, le o frece una oportunid ad privilegiada. C olocándose
co m o @ , en el lugar de la ignorancia ofrecid a al discurso del saber
(S.,), ella se p rodu ce co m o sujeto (3 ) que, en su debido m om en to,
buscará al am o. El discurso de la histérica es el revés, especular, del
discurso de la universidad.

S, S2 ------ @

s2 S, 3

discurso de la histérica discurso de la universidad

Se dirige al Padre primitivo, presunto d u eñ o del g oce y del sa­


ber sobre el g oce, O tro que n o co n o ce la castración , al que erige
en un lugar de excep ció n insostenible. Tropieza luego, cu an d o no
es ella m ism a la que la provoca, con esa falla de la que reniega y se
identifica a la falta que está ah ora a la vista co m o siendo la m edida
de su colm ad ura. “L o que m e falta es faltarle” pudo d ecir alguien,
exp resan d o así su deseo p or el lugar que co rresp o n d a a su deseo
ren unciado e insatisfecho. De ahí la difícil posición del analista que
no puede refugiarse en la im postura de la impasibilidad y de la fal­
ta de deseo p ero que tam p oco puede perm itirse indicarle un lugar
de caren cia para que ella anide en él. Es el m o m en to de re cu rrir a
esas vacilaciones calculadas de la neutralidad y esas m uestras de la
necesaria im perfección recom en d ad as p or L acan , eludiendo el es­
collo de indicar un sitio de identificación que pueda después dar
pie a la co artad a del: “No es p or mí sino p o r usted que lo h a g o ”.
En el sem inario, en 1 9 7 5 ,10 Lacan distinguió los tres tipos freu-
dianos de la identificación co m o ligados a cad a u no de los anillos
de la cad en a b o rro m e a y refirió la identificación histérica, la te rce ­
ra de la nóm ina de Freud, a la identificación con lo im aginario del
O tro real. Se trata de un O tro real que ha sido elevado a la catego­
ría del U n o absoluto, del Padre originario, p ara luego sustraerse de
él y elevarse ella alcanzando el rango de objeto causa de su deseo.
Por todo esto el deseo de la histérica es un deseo sin objeto y esen­
cialmente insatisfecho: su objeto es la falta en el O tro y esto es lo que
insaciablemente pide, consuma y consume. Pero de tal falta en el Otro
no puede tener sino manifestaciones dudosas, palabras que son tan
inciertas com o la poca seguridad que puede con ced er a su propia sin­
ceridad. El costado Sin Fe de su palabra se proyecta sobre la palabra
del O tro. La duda exige pruebas de co h eren cia y consistencia, prue­
bas que no hacen sino alim entar la desconfianza. Se alimenta con la
inconsistencia del O tro. De nobodaddy (C. Millot, op. dt.).
T om ar el lugar del objeto @ para d esm entir la falla en el A y vol­
ver al O tro inm ortal de los p rim eros tiem pos es algo que la h erm a­
na p ero que tam bién la distingue del perverso que ella im agina ser.
Vale la p ena co m p arar y diferenciar. El perverso tom a el lugar del
objeto @ en su relación con un sujeto, su partenaireen la perversión,
en el que se p ro p o n e h acer a p arece r la falla subjetiva (S ), el dolor,
la curiosidad p or ver, la sumisión a un co n tra to que él dicta y edic-
ta, el despedazam iento fren te a su m irada de voyeur, la adopción de
un cred o transgresivo que él inocula en el acto de su p en etración
proselitista, etc. En la práctica de estas op eracion es perversas él no
actúa p o r cu en ta p ropia sino p or cu en ta de un tercero , el O tro , la
M adre, cuya incom pletud es desm entida p o r este hijo-falo que ha
tom ado un valor de fetiche o que ha tom ado al fetich e co m o obje­
to de g oce que niega la castración, la casU ación del O tro. En cam ­
bio los histéricos en cu b ren su castración , la que recibieron de ini­
cio, ofreciéndose a su pareja para cum plir el deseo que ellos mismos
p rovocan. El perverso solicita la conversión del o tro ; la histeria es
“de conversión”, hace y se presta a la conversión que ofrece a su par-
tenaire. L acan expresaba esta divergencia de los cam inos diciendo:
“Para volver al fantasm a, digam os que el perverso se im agina ser el
O tro p ara asegurar su g oce, y que esto es lo que revela el n eu róti­
co im aginando ser un perverso: él para asegurarse del O tro ”.16 Y de
ahí la d iferencia esencial que se destaca cu an d o se a cercan las clí­
nicas de la histeria y de la perversión. M ientras que ella, la histéri­
ca, abom ina del g oce, él, el perverso, se consagra a cultivarlo; la un a
lo reprim e y lo destierra, el otro lo co se c h a ... que n o hacen tan m a­
la pareja la bella y la bestia. O peor.
El perverso reniega de la “falla” de la m adre — ella no puede si­
no ser fálica— y ad ora en el objeto elevado a la dignidad del feti­
ch e al instrum ento m ágico con el que juega a desm entirla cu an d o
n o se transform a él m ism o en tal fetiche. La histérica no alim enta
esa esperanza. Su m ad re, co m o la m adre de D ora, es ese ser caren-
te y despreciado que constituye el polo negativo de sus identifica­
ciones, el lugar de un desprecio insalvable. “Si ser m u jer es ser co ­
m o ella en to n ces yo no quiero ser m u jer” es su divisa y se consagra
a establecer una diferencia ( vive la différence!) que tom a las form as
del “fantasm a bisexual” (Freu d ) y de negación de la fem inidad. El
padre se h ace digno de conm iseración por estar unido a una m u­
jer tan insuficiente y ella está dispuesta a identificarse con lo que
falta al padre, con la O tra m ujer que pudiera en señarle lo que es
u na “v erd ad era” mujer, co n las señoras K. Así es co m o la hija devie­
ne lo que colm a la falta en A, tom a el lugar de i]) y no de m enos, mi­
núscula, se reviste de un valor y de un a significación fálicas. Su vi­
da está som etida a los significantes del deseo del p ad re, es decir, de
su castración. Vive en to n ces para o b ed ecer o p ara rep eler esta de­
m anda, oscilando en sus identificaciones. Tanto en lo positivo co ­
m o en lo opositivo, son esos significantes los que la guían p o r el
m u n d o sin que ella quiera saber de tal d ep en d en cia asim iladora.
Afirm ando, p o r el co n trario , su singularidad, pretend ien d o ser re­
co n o cid a co m o “e lla” y d escribiénd ose aquí en M éxico co m o al­
guien “muy esp ecial” y d erritién d ose an te cu alq u iera que le diga
que es “muy sensible”.
P ara esquem atizar; el perverso tiene a la Madre y la histérica tie­
ne al P adre co m o objeto de culto. L a diferencia nodal reside en la
actitu d ante la castración , la que de verdad im p orta, la castración
del O tro. Si el perverso la desm iente, la histérica abom ina d e ella y
la rep rim e. De ahí el p aren tesco, de ahí la oposición, de ahí la fre­
cu en te com p lem en taried ad . El perverso “h ace La m u jer”, diría, pa­
ra cotejar su posición co n la de la histérica que, L acan dixit, “h ace
el h o m b re”. 1'

3 . HISTERIA Y SABER

Particular, muy particular, es la relación de la histérica con el saber.


Bien se sabe que ella sufre p o r no saber, p or rem iniscencias, p or re­
presiones, p o r falta de co n tin u id ad en su discurso, p o r “lagunas
m ném icas”, p or el atrapam iento de su goce en síntom as que hablan
sin d ecir; sufre p o r el saber que insiste en ser inconsciente. Su sa­
b er n o sabido es fantasm atizado p o r ella en el O tro , el sujeto su­
puesto sab er del que está presta a e n am o rarse p recisam en te p or
eso. Su falta se colm a en lo im aginario co m o discurso sin cesuras.
El falo, que separa del g oce, en cu en tra su equivalente en el saber.
¡Ah, si supiese! Sabiendo, el g oce, am arrad o al síntom a p od ría al­
canzarse co m o articulación discursiva. P ero ese saber que a ella le
falta es un atributo del O tro. Y él, exigido, instigado, no da sino res­
tos insatisfactorios que, ya se dijo, alim entan las preguntas. ¿Mala
fe, desprecio? Sucede que él se niega a co m p artir el saber que no
puede no ten er y, basándose en ello, ejerce y sostiene su dom inio
sobre ella o lo usa de un m odo agresivo y hum illante, bestial. En el
fantasm a, el O tro del saber deviene sádico; con ven d ría llam ar “sa-
bism o”18 a esta relación de com plicidad que con frecu en cia se es­
tablece en tre la bella y la bestia que la flagela co n su látigo de pala­
bras. No p ocas veces este fantasm a del saber co m o p oten cia fálica
incita a la h istérica a b uscar ap od erarse del saber, a d esp ertar de
su sueño y de sus ensueños, a avivar en sí la d orm id a curiosidad,
a tratar d e re c u p e ra r el cu e rp o p erd id o p o r m ed io del saber de la
fisiología, de la psicología, del psicoanálisis o de la literatura, c o ­
m o m o d o d e suplir la falta ineluctable del O tro, la respuesta que
infaltablem ente falta al enigm a que se escribe con S
Se sostiene de este m odo la insatisfacción provocada p or el falo,
p or sus prom esas incum plidas ( versagt). C om o el O tro no puede
d ar el saber al que ella aspira, saber siem pre insuficiente, p erp etú a
la in terrogación dirigida a la O tra mujer, la que d eten taría el secre­
to de lo que una m ujer es y quiere. En cierto m od o o p era un pasa­
je al otro lado de las fórm ulas de la sexuación invirtiendo el senti­
do del v ector: d eten tar el saber co m o falo y desde allí tratar de
respon d er a la p regun ta p o r el ser de I/a m ujer: «— JZa. El fantas­
m a d e flagelación revela ah ora su co n ocid a reversibilidad. El suje­
to que era pasivo y gozaba in terro gan d o al O tro pasa a ser activo y
a ejercer el sabismo sobre el partenaire, sobre los alum nos, sobre los
enferm os, sobre los que están p enan do p or no ten er ese saber. No
es raro que este fantasm a del uso sádico del co n o cim ien to acabe
p or d eterm in ar inhibiciones intelectuales y profesionales que son
el motivo, a su vez, de nuevas dem andas al saber, esta vez, el psicoa-
nalítico. Y allí los fantasm as del sabismo ten d erán a actualizarse en
la transferencia y co m o transferencia.
Dirigirse al O tro hasta que aparezca la falla en él y luego ofrecer­
se com o tapón de dicha falla. Desesperarlo, m arcar su insuficiencia,
proponerlo co m o sujeto de análisis aun cu an d o no haya d em anda
en él, incurrir en el riesgo de que se cu re de ese síntom a que es una
mujer, tensar la laminilla libidinal probando sus límites, hablar ince­
santem ente “sobre la relación ” haciendo de sus lam entos acusacio­
nes ( Klagen sind Atiklagen) ,19 vivir siempre al borde de la ruptura y la
separación, de las lágrimas y de la ofrenda agresiva, de la entrega que
se inscribe en el libro cuidadosam ente llevado de la deuda del O tro,
con una m em oria despiadada de las fallas, deslealtades e inconsisten­
cias de ese O tro. Porque el sacrificio de la histérica es una cara de su
amor, siendo la otra cara la acusación p o r la falta de reciprocidad de
aquel que no ha sabido co rresp on d er a tanta entrega. La teaualidad
es representación que apunta a u n tercero, el futuro espectador y el
fuUiro oyente del dram a de la ingratitud, un tercero que puede ser
perm utado por el libro de contabilidad donde se anotan siempre los
daños sufridos y que está presto tanto para ser record ad o minuciosa­
m ente com o para ser increm entado. Lacan, en su artículo sobre la
agresividad, habló de “los contragolpes agresivos de la carid ad ”20 y
ellos constituyen un asp ecto esencial de la intriga histérica: dan­
do y dand o tanto y m ás que lo que se le pide, consigue ella un deu­
dor, alguien que su p u estam ente le está obligado, un ser insep ara­
ble p orq u e está ah í atad o p o r lo que recib ió . Es el asp ecto
interesado de su “m asoh ero ísm o ” (C olette S oler) y de su “función
civilizadora” (C ath erine Millot) cumplida por m edio de la en ü eg a
al Padre alternativam ente idealizado y perverso.
L a relación esp ecu lar y el fantasm a de la sim etría d om in an el
cam p o . L o que da es lo que pide. La p ro yección es co n stan te: “Yo
en su lugar h u b ie r a ...”, “si yo le h iciera lo que él m e h a c e ...”, “no
m e exp lico co m o pudo h a b e r m e ...”. Y tod o esto vivido y actu ad o
p ara u n terce ro — libro, person aje o psicoanalista— , el testigo de
su pasión, el que h abrá de com p ad ecerse, cu lp ar al o tro , absolver­
la en u n a estru ctu ra narrativa judiciaria d on d e ella es alternativa­
m ente víctim a, ju ra d o , juez y verdugo que san cion a y aplica el m e­
recid o castigo.
Su yo deviene la m edida de todas las cosas. Es inconcebible que
el o tro tenga gustos diferentes, se interese p o r otras cosas, quiera a
los de su familia en lugar de los de la familia de ella, no com p arta
su espiritualidad y su am o r a lo bello. N ecesita, exige y contabiliza
las pru ebas de devoción, d e que a! O tro ella le im porta. L.os celos
narcisistas que sufre p o r la rival, p o r el trabajo, p or la rep artición
del tiem po del O tro, la consum en p ero se transform an, a su vez, en
vina nueva m an era de hacerse presen te y de reclam ar p or la deuda
siem pre crecien te del O tro. Su exigencia de ser el objeto omniva-
lente del g oce del O tro , de ser la con d ición de su g oce, de que só­
lo con ella se goce. Su valor de g oce debe equipararse al goce que
falta al O tro: es prisionera del g o ce del O tro que p reten d e saturar
y encap sular a la vez que ju eg a siem pre a sustraerse a ese g oce aje­
no para co n firm ar su valor. Pues es p or la falta de él, de Él, que ella
alcanza valor fálico, valor de goce. P ero de ello n ada le consta si no
es p or la insatisfacción que puede a p o rta r y que ap orta al deseo.
La relación con el g oce del O tro la define en ese difícil papel de
ofrecerse para la satisfacción a la vez que se sustrae para que el de­
seo insatisfecho la sostenga en el lugar fálico-narcisístico de la ple­
nitud que im aginariam ente podría ap o rtar al O tro y que la lleva a
evaluar co n stan tem en te su peso en la b áscula del O tro . P e ro así
queda en d ep endencia de las alzas y bajas en su cotización, expues­
ta a im p red ecib les vaivenes que son cau sa y razón de frecu en tes
hundim ientos narcisísticos de esos que los psiquiatras de hoy cali­
fican co m o “dep resion es” y alim entan con m edicam entos.
Basta co n que el O tro se repliegue, se “h a rte ” (en los dos senti­
dos) de ella, le signifique de algún m od o que “ya no la n ecesita”,
la d erro q u e de su fantasm a de ser indispensable, coloq u e a otra o
a un equivalente cu alq u iera en su lugar p ara que ella quede priva­
da de la razón que había construido para su existencia, sin fondos ni
fundamentos, desfondada. Es entonces cuando sobreviene su identi­
ficación al objeto @ co m o desecho y el goce se manifiesta entonces
com o reproches y autocom pasión masoquista, con un recuento ina-
cabable de las ingratitudes de las que es víctima. De esto ella necesita
hablar, en co n trar un alma gem ela que sea sostén de su “necesidad de
com unicación” a partir de esa “nada” que siente ser y que entrega con
generosidad, dispuesta siempre a volver a ser el “tod o ” del O tro.
Con la insatisfacción co m o m eta prom etida al deseo y el ren co r
consiguiente, con la im pugnación m erecida de la infalibilidad fálica,
im pone un estándar inalcanzable que excava un abismo en tre el de­
seo y el goce. Esa diferencia es llenada p or el síntoma. El deseo insa­
tisfecho se h ace goce de la conversión y a él se apega am ándolo más
que a ella m ism a com o los delirantes hacen con su delirio, aferrán­
dose a la queja y m ostrando su ser a través del sufrimiento. El sínto­
ma está h ech o de goce desconocido y anuda en él las cinco resisten­
cias descritas p or Freud en 1926:21 la com pulsión del Ello, el castigo
del Superyó y las ventajas narcisísticas que derivan de la transferen­
cia, la represión y la supeditación del O tro a los avalares de la propia
enferm edad. Esta queja, avalada por los estigmas que son las m arcas
en el cuerpo, es una acusación por el fracaso del O tro para integrar­
se en una relación sin fallas que excuse al sujeto de los deberes para
con un deseo que le sería propio. Apelando, apostando siempre a la
existencia de la relación sexu al... que no existe.
C abría e n to n ces que alguien — y no n ecesariam en te un inge­
nuo— se p reg u n te co n respecto a ella co m o co n resp ecto a cual­
quier otro n eu rótico en quien el síntom a es g oce: “¿Y p ara qué se
analiza?”, puesto que no quiere ce d e r su diferencia, eso que la h a­
ce tan “especial", puesto que su deseo consiste en sostenerse co m o
dem andante y acreed o ra, siem pre insatisfecha. Si, en última instan­
cia, carece d e fe en el análisis mismo ya que está sostenido sobre la
palabra de la que ella misma duda y puesto que n u n ca p odrá ase­
gurarse del lu gar que ella ocu pa en el O tro, el analista m ism o en la
ocasión. Esta p regun ta no p uede recibir u n a respuesta general si­
no que se sostiene co m o trasfondo de toda relación analítica en el
vaivén en tre el g o ce del síntom a, el g oce en la situación analítica y
la anhelada posibilidad de su canalización a través del flexible dia­
fragm a de la palabra.
No hay respuesta que valga para toda histérica p ero conviene re ­
calcar que ella m uestra de m an era paradigm ática la situación pro-
pia cíe todo habiente; no sólo hay disociación sino tam bién franca
oposición en tre p lacer y goce. Y ésta es u n a diferencia fundam en­
tal, una más, n otad a p o r C arm en G allano,22 en tre histeria y perver­
sión. Para el perverso el g oce es buscado y muy difícil, si no im po­
sible, de distinguir del placer. P o d ría d ecirse que co n su m a la
hazaña de vivir el p lacer com o goce. M ientras qiie para la histérica
el g oce es displacentero, doloroso, vergonzoso, asqueroso. Si el go­
ce del perverso es m on óton o en su escenificación (pocos libros son
más aburridos que Las 1 2 0 jomadas de Sodoma u n a vez que se ha cap­
tado el plan organizador m atem ático que lo rige), el g oce de la his­
térica asom bra p or su polim orfism o, su carácter proteiform e, su im­
posibilidad de fijarse. C laro que no cab e e x a g e ra r: tam bién acá
actúan solapadam ente la com pulsión de rep etició n y la fijeza en la
con ju gación del fantasm a. Los infortunios de la virtud no son más
divertidos que la prosperidad del vicio.
M ientras el perverso se afirm a co m o voluntad de g oce, y ése es
el nom bre que tiene el deseo en él, la histérica consigue gozar con
su rechazo y su indiferencia frente a los goces terren ales en nom ­
bre de un g oce absoluto y p o r tanto imposible, más allá y en co n ­
tra del goce fálico, ap ortand o al deseo la insatisfacción. El síntom a
y el asco, el d olo r y el pudor, colonizan p ara ella las com arcas del
g oce perdido. C reyendo d ecir no al g oce del O tro lo sostiene p re­
cisam ente co m o goce apartándolo d e las vías facilitadoras del prin­
cipio del placer, de las facilidades com placientes. Es el valor ético
del apostolado de la dificultad que ella ejerce.
Su cu erp o se en trega co m o un conjunto de partes dispersas y ca­
ren tes de unidad para que sean la palabra y el deseo del O tro las
argamasas que hagan de “eso” un conjunto. En palabras de Carm en
Gallano (op. á t.), ella rehúsa las con secu encias del significante en
lo real y vive co m o sujeto en fu n ción de la separación (la coupure)
en tre el g oce y el cu erp o . El cu erp o es ofrecido co m o en un anfi­
teatro de anatom ía, es el cu erp o de la lección de R em brandt sobre
el cual disertan los sabios, es el cu erp o anestesiado sobre la m esa
del quirófano, insensible al sexo que es repudiado o vivido en la in­
diferencia, es el cu erp o ofrecid o al bisturí que co rta segm entos o
nervios im aginarios de la sensibilidad, lo que p od ría re p re se n ta r
— tal p arece— una ganan cia en la espiritualidad. C arn e de ciruja­
no, presta al suicidio focal y al descuartizam iento.
Desconfía y rechaza el goce del O tro, ese goce que ella produce
por medio de la insatisfacción con que nutre al deseo. Así, se aliena
del goce, lo recluye en el síntoma, y parece decir: “Yo no gozo para
que el O tro, el O tro de la identificación, no goce de m í”. “Pues se fi­
gura que el O tro dem anda su castración”.23 Es esa medida que se pre­
senta com o “castrante”; representa la imagen viviente de la castración,
con su cuerpo de lagartija, de partes modulares que se cortan y se re­
constituyen. Pues, sustrayéndose, dem uestra la validez universal de la
castración, consagrándose al Padre primitivo, al de la fórmula

3 X . <t> X

a diferencia del perverso que es quien niega el no-toda de la m ujer


y afirm a la validez absoluta de

v x . ox,

eso que Freu d designó co m o prem isa de la universalidad del pene.


De allí p ro ced e o tro rasgo clínico, difícil tam bién de distinguir
de las descalificaciones peyorativas, el de la inconstancia, el carác­
ter cap richoso e im predecible, la frecu encia de los b errin ch es his­
téricos. Eso que motiva la queja del O tro, que se presenta com o “víc­
tima de la h istérica” y p reten d e ign o rar el g o ce que, tam bién él,
deriva del tenso estirarse de la laminilla, allí donde se llega al extre­
m o de la palabra y ap arece el g o ce en el límite de lo articulable, en
la injuria, en la paliza y eir el desvanecim iento. Pues el g o ce de la
histérica — y el de su partenaire, por supuesto— rad ica en la sustrac­
ción que ella p ractica sobre el deseo p roclam án dolo co m o un más
allá de las satisfacciones y de las red u ccion es de tensión.
C atherine Millo t24 puede definir a la histérica co m o la guardiana
del misterio de lo que se h ace inalcanzable por las vías del goce fáli­
co. P ero esta insatisfacción con el goce fálico, com o bien apunta Ser-
ge A ndré,25 no es patrim onio de las mujeres. Es una limitación de to­
do habiente, un efecto de que no haya significante de La m ujer y de
que no exista la relación sexual. En este sentido es que cabe pregun­
tarse si, siendo el deseo el deseo del O tro, no es la histérica una m a­
nifestación, un efecto y una producción del deseo masculino, eso que
nunca se dijo m ejor ni con m enos que veintiocho sílabas: “H om bres
necios que acusáis / a la m ujer sin razón / sin ver que sois la ocasión
/ de lo mismo que culpáis” y que se com pleta co n otros cuatro hep-
tasílabos: “Pues ¿para qué os espantáis / de la culpa que tenéis? / Que­
redlas cual las hacéis / o hacedlas cual las buscáis”.
Es preciso d ecir que en todo este capítulo que llega a su fin se ha
h ech o referen cia a la histérica com o si se ignorase que u no de los
prim eros hallazgos de Freud en la nueva clínica de las neurosis fue
el de casos de histeria m asculina y co m o si no se con ociese el traba­
jo que L u d e n Israel2*’ escribiera sobre el tem a. La razón, no p o r co ­
nocida, debe d ejar de repetirse: no se trata de u n a diferenciación
en función ele la sexualidad biológica sino de u n a elección incons­
ciente en tre los dos cam pos, del h om b re y de la mujer, delim itados
p or las fórm ulas de la sexuación. En este sentido, los casos no po­
co frecuentes de histeria masculina son tam bién casos de histéricas,
ya que lo decisivo es la posición subjetiva ante el significante fálico:

@ 0 A
-cp

Si la negativa al g oce fálico en fun ción d e un g o ce que va más


allá es lo característico de la histérica, es obvio que nadie e n carn a
m ejor esa im pugnación que el h om b re que sufre de trastornos e in­
hibiciones en su genitalidad: eyaculación p recoz y diferentes tipos
de im potencia. Casos en los que se invierte el sentido del deseo, en
d on de se opta p or la pasividad, p or el darse a desear, y se p on en en
acción defensas fren te a! g oce del O tro, del O tro sexo. Tam bién él
se figura que ella q u erría su castración y se protege de ella con un
síntom a que es el de no d ar su falta, aferrán d o se a lo que tem e y
sosteniéndose co m o un “buen c h ic o ” que no en fren ta a la ley de
prohibición del incesto que se exten d ería hasta cu b rir a “toda mu­
jer” en vez del “no-tod a”.2'
Y, en última instancia, habría que buscar la histeria masculina del
lado de “la bestia”, del lado de la com p lem en taried ad y de la co m ­
plicidad que establece co n la histérica co m o su “víctim a”. Es aquí
donde aparece el sentido final de la expresión lacaniana de que “pa­
ra todo h om bre una m ujer es un sinthom a” ( op. cit.), un sinthom a
histérico, podría arriesgarse. Pues la histérica no podría sostener su
discurso si no es hallando la com plicidad de alguien que asuma el lu­
gar del O tro sin tachadura al que ella se dirige, alguien que se colo­
que co m o el sujeto que hace de ella el objeto @ d e su fantasm a y que
esté dispuesto a conferirle el lugar de com p lem en to indispensable
que ella reclam a. Es así; nada puede entenderse en psicoanálisis sin
asumir que el deseo es el deseo del O tro y el inconsciente es el dis­
curso del O tro ... y que p or eso el goce está prohibido al que habla.

REFERENCIAS

1 L. Israel, L a jouissance de Vhystérique, París, Arcanes, 1996. Este libro, aparecido en


francés varios años después de Goce, tiene — además del título— algunos puntos de
contacto con lo que se aborda en este capítulo. Corresponde, sin embargo, a ideas que
ya estaban en el ambiente, como lo prueba el que sea la elaboración escrita de un se­
minario dictado por el autor en 1974. Israel murió en 1996, cuando su libro estaba en
prensa. Comienza por un “Elogio de la histérica”, p. 43.
2 Lacan [1958-1961], £., p. 602; en español, II, p. 582.
3 C. Millot. Nobodaddy, París, Point Hors-Ligne, 1988.
4 Lacan [1960], op. di., p. 825; en español, II, p. 805.
5 Freud [1908], vol. IX, p. 139.
6 Freud [1909], vol. IX, p. 207.
' Lacan, S. VIII, p. 289 y p. 295.
s Lacan [1960-1964], £., p. 848; en español, II, p.828.
9 Lacan [1951-1952], É., p. 219; en español, I, p. 211.
! L. Israel, L ’hystérique, le sexe et te médeán, París, Masson, 1976.
11 Lacan 11960], £., p. 822; en español,p. 802.
12 Freud [1921 ], vol. XVIII, p. 107.
13 Lacan [1975], S. XXIII, p. 19.
14 Lacan [1965], £., p. 861; en español,II, p.840.
13Lacan, S. XXII, clase del 15 de abril.
16 Lacan [1960], £., pp. 824-825; en español, II, p. 805.
17 Lacan, S. XVI, clase del 18 de junio de 1969.
18 N. A. Braunstein, “Sabismo. El saber en la histeria", Por el camino de Freud, op. cit..
pp. 73-85.
18 Freud [1915-1917], vol. XIV, p. 246.
30 Lacan [1948], p. 107 en español, I, p. 100.
21 Freud [1926], vol. XX, pp. 149-150.
22 C. Gallano, “Le barrage de l’identificaüon hystérique”, Actes de IF.cok de la Cause
Freudienne, (11), 1986, p. 115.
23 Lacan [1960], É., p. 826; en español, II, p. 806.
24 C. Millot, "Désir et jouissance che/. l’hystérique”, Hystérie et obsession, París, Nava-
rin, 1986, p. 219.
25 S. André, Queveut uneJemme?, París, Navarin, 1987.
26 L. Israel, L ’hystérique, lesexe et le médeán, op. cit.
2' N. A. Braunstein: “De Síntomas y mujeres, Algunas consecuencias de las diferen­
cias psíquicas entre los sexos sobre la vida erótica de hombres”, Freudianoy lacaniano,
Buenos Aires, Manantial, 1994, pp, 173-190.
1 . ¿EL “POSITIVO” DE LA NEUROSIS?

Hay que saltar. Saltar desde la neurosis, esa negativa al apalabra-


m ien to del g oce, ese negativo, h acia su positivo, la perversión. O tra
vez estam os ante una m etáfora fotográfica, de Freud esta vez,1 “la
neurosis es, p o r así decir, el negativo de la p erversión ”. Fórm u la,
apotegm a, que ap arece invertida ett un artículo que Lacan n u n ca
debió h ab er firm ado y que fuera escrito p or el Gran (o el p eq u eño)
off de la historia del lacanism o.2 N o; la perversión no es el negativo
de la neurosis sino su positivo.
L a inversión n o es, sin em b argo, total. El negativo de la perver­
sión, decía Freud, en singular, en una fórm ula que unificaba a las
perversiones, agregando a renglón seguido, p ero sólo en tre 1905 y
1920, co m o un a cuestión de h ech o , que en la neurosis no había na­
da que indicase una inclinación al fetichismo. En la edición de 1920
de los Tres ensayos de teoría sexual6 esta “particu larid ad ” de las neuro­
sis fue suprim ida porque pudo verse que los n eu róticos n o eran in­
m unes a los en can tos del fetiche y que en este aspecto, esencial pa­
ra la com p ren sión del fen ó m en o perverso, no p odía establecerse la
relación có m o d a (para el au to r y p ara el lector) e n tre perversión
positiva y neurosis negativa.
Pero el h ech o subsiste: el g oce es recón d ito en la neurosis, se ex­
presa en el sufrim iento, en la queja y en el sín tom a que lo dicen
cu an d o el yo calla y el sujeto se m uestra en su división, avergonza­
do si tiene que reco n o cerse co m o gozante. Si el n eu rótico se co m ­
place es cu an d o p u ede señalar su falta en relación con el g oce, ese
goce que re co n o ce y atribuye tan g en erosam en te a los dem ás, los
que viven con facilidad, sin p reocuparse. Todos esos que se deleita­
rían con el esp ectácu lo que él les prodiga con su sufrim iento y con
su escisión subjetiva, a ellos, los unificados p or su fantasm a, los vic­
tím anos, los padres crueles e insensibles, las m adres castrantes y po­
sesivas. Esos otros gozantes que q u errían su castración y a los que
el n eu rótico resiste, ocultándose que esa m utilación que repudia ya
tuvo lugar y que su sufrim iento deriva de no saber qué h a ce r co n
ella, có m o convertirla en deseo. L a histérica del capítulo an terio r y
el obsesivo del capítulo qtre he decidido no escribir m uestran estos
dos polos del g oce rechazad o p o r el n eu rótico m ediante la re p re ­
sión de los significantes que lo evocan y que perm itirían subjetivar-
lo. Así, el n eu rótico goza sin saberlo, d escon o cien d o , trasponien­
do, disfrazando su g oce co n los atuendos del síntom a.
Su no saber lo desgarra y eso lo h ace sujeto del análisis, agente
potencial de ese discurso de la histérica que es esencial p ara que la
exp erien cia pueda com enzar. En la neurosis el g oce ap arece co m o
escenificación fantasm ática de difícil confesión. Es una im aginería
de la perversión que haría de él un anorm al, un ser desdeñable, un
p u erco porque se le o cu rre n p orquerías. Es claro que ese procaz
teatro interior le perm ite jugar co n el interés que desp ertaría en el
O tro al tom arlo o al ser tom ado co m o objeto de su fantasm a. C on
su perversión de cu arto de baño (que n o de tocad o r sad ian o), se
h ace deseable, am able, con dición para el g o c e .. . del O tro. No quie­
re sino hacerse am ar. La perversión le facilitaría la tarea. El argu­
m ento de la perversión en el escen ario del fantasm a es una pieza
clave de la intriga histérica y de la estrategia obsesiva. ¿De qué p er­
versión? De cualquiera, de todas, de la que m ejor convenga.
Pero este goce del neurótico es irrealizable, está con d en ado al ar­
m ario, puede actuarse de tanto en tanto, no siempre, no en todos los
casos, pero su puesta en escena es siem pre decepcionante, forzada,
vivida com o sumisión a los designios de un perverso verdadero o co­
m o un desafío a los sentimientos de culpa, pudor y asco que rodean
e inundan al acto que se fantasea más de lo que se le actúa.
Es más, su rechazo al acting perverso en el que ocasionalm ente
puede incu rrir le sirve para patentizar su virtud. Las excursiones del
n eu rótico p or el cam p o de la perversión n o son infrecuentes pero
se caracterizan p or dejar la im presión de que apun tan más al re ­
m ordim iento u lterior que al goce presente.
No es pues la actuación lo que distingue a la neurosis de la per-
versión sino la posición del sujeto ante esa actu ación. No es tam po­
co el fantasm a p orqu e éste existe tanto en un caso co m o en el otro
y es difícil d ecir quien lleva la delantera. Ni es la pulsión, cuyo ca­
tálogo se establece en el n eu rótico, ta! com o Freud lo hiciera sin re­
cu rrir a su Kraft-Ebing.
Ya he indicado dónde radica la diferencia. No nos sorprende que
sea en el discurso, puesto que las estructuras clínicas son hech os de
discurso, m od os de relación con el O tro, posiciones subjetivas. Re­
laciones con el incon scien te, esa instancia que cad a vez m ás prefie­
ro traducir literalm en te del alem án: lo insabido, lo insabido del sa­
b er que se cre e ig n o rar ( l ’insu que sait). N eurosis y perversión (y
psicosis, sin duda) son m odos de relación co n el saber tal co m o se
m aterializan en discursos.
Sólo q u e ... sólo que el discurso del perverso es raram en te escu­
ch ad o p or e! analista. Y p o r muy buenas razon es. En efecto , si el
n eu rótico , según ya se dijo, viene buscando un saber que le perm i­
ta recu p erar el goce perdido, quejándose del O tro que goza, ima­
ginando co n vergüenza que es un desvergonzado, el perverso tom a
u na actitud que es la con traria, el positivo de esa negatividad. Él vi­
ve para el g o :e , sabiendo cu an to es dable saber sobre el goce pro­
pio y el ajeno, p red ican d o su evangelio, afirm ando sus d erech os so­
bre el cu e rp o , o sten tan d o su d om in io. L o que en uno es falta y
d eber en el o tro es h ab er y saber. Y, siendo así, ¿p or qué hab ría el
perverso de instaurar a o tro en el lugar del sujeto supuesto saber?
¿Qué p odría él esp erar — fu era de consejos y recetas que la situa­
ción analítica exchiye p o r principio— de la palabra de otro?
Más adelante abordaré la cuestión de las relaciones en tre la per­
versión y el amor. Pero desde ya puedo adelantar que en el perverso
el am o r se confunde con el erotism o, con la habilidad y la pericia del
cu erp o , y que tal es el significado que acaba teniendo la palabra
“am o r” en su diccionario. Siendo así, ¿qué lugar puede quedar para
el am or de transferencia p or medio del cual se atan y se desatan los
nudos de un análisis?, ¿cóm o inscribir las técnicas del cu erp o en esa
experiencia de puro parloteo que es un análisis? Pienso que aquí te­
nem os una razón de peso para sustentar lo difícil y lo rara que es la
efectuación del psicoanálisis en un verdadero perverso. Hay un de-
sencuentro estructural, una no corresp on d en cia desde el origen en­
tre la voluntad de goce y el deseo del analista.
L a inversión de las posiciones en cu an to al saber es tam bién in­
versión de posiciones en cu an to al psicoanálisis. El psicoanalista es
quien ap arece atraído p or el esquivo discurso de la perversión, ace­
ch án d olo, con ten tán d ose siem pre con pálidos sucedáneos, con la
literatura (Sade y M asoeh, Masoch y Sade, cach os de Gide, de Ge-
net, de Mishima) y, fu n d am entalm en te, co n esos ensueños perver­
sos de los neu róticos, con los relatos que éstos hacen cu an d o se e n ­
cu en tran en m anos de un perverso, el que les h a ce vivir y revivir el
traum atism o sexual infantil con d en án d olos al silencio.
El vínculo del analista co n el p erverso es aleato rio, p recario ,
siem pre en el borde de la in terru p ció n de la exp erien cia, siem pre
im pulsado hacia los extrem os con trad ictorios con el lugar del ana­
lista que son la com plicidad (co n ) y la im pugnación de la perver­
sión. Pues el perverso, si representa la m ascarada de dirigirse al ana­
lista co m o d epositario del saber del in con scien te, de la ley d e la
sexualidad, g aran te de las buenas costum bres o árbitro de la salud
m ental, si sigue uno de estos ju eg o s es a la esp era del m om en to del
desafío a esos supuestos ideales. Ese m om en to en que, viendo o cre­
yendo al analista en carn ar alguno de tales valores, le p od rá retru ­
car con la fórm ula que lo define, la del desafío: “¿ Y p o r qué n o ?”
Razón de m ás para sostener la neutralidad en estos casos donde la
vacilación, lejos de ser aconsejable co m o sucede en la histeria y en
la neurosis obsesiva, es caída del analista y del análisis posible. Y es
así co m o se inscribe la difícil posibilidad pues la pasividad vale pa­
ra el perverso com o p ru eb a de seducción y com plicidad m ientras
que la actividad es un reto que refuerza su postura.
El perverso actúa en dirección al otro procu ran d o evidencias de
esa tachadura subjetiva en el límite mismo del desvanecimiento (Ja-
ding), del reconocim iento de la falta que aparece com o curiosidad y
co m o deseo de un saber que él se ofrece a colmar. L o suyo no es el
autoerotism o sino la dem anda de la participación — partición de Otro,
de su víctima o de su público— del analista si se da el caso. La neuro-
tización que él induce en el analista, el pasaje de éste al discurso de la
histérica, es un claro indicio diagnóstico de la estructura perversa.
No se trata aquí de un saber p or alcanzar. L a cu estión es có m o
desm entir, en tre o tras cosas, la ign o ran cia, la g rieta que co n d en a
a la relación sexual y al saber que le es co n co m itan te. D am os aquí
n u estro p rim er paso en una co n stru cció n progresiva que tiende
a d e term in ar cuál es la desm entida ( Verleugnung) perversa. El ana­
lista n o puede ser investido co m o sujeto supuesto saber p o r el p er­
verso (¡ay del analista que insistiese en to m a r ese tu g ar!) pues el
supuesto saber es el yo m ism o del sujeto. Lo que él co n su saber
ign ora es que no p u ed e saberse del sexo y que lo que a teso ra co ­
m o verdades n o son sino “teorías sexu ales”, fantasm as, quim eras
que sueldan cosas vistas y oídas, jiro n e s de discursos h eteróclito s,
collages de ciencias, ideologías, ilusiones, legislaciones y m andatos.
Fren te a lo insabible (¡tal palabra existe!) del sexo él proclam a
un dom inio im aginario sobre el saber faltante llenando los huecos
co n racionalizaciones, proyeccion es y wishful thinking. Así, ninguna
sorpresa es posible. L o que p odría caerle co m o una in terp retación
afortunada en tra de an tem an o en una de las dos categorías co m ­
plem entarias: la del “n o es así” y la del “ya lo sab ía”. S ab ed or de
cu an to p uede saberse sólo queda un resto que es equivocación del
O tro.
¿Y q u é sabe? Sabe lo que quiere: gozar. M ientras que en el n eu ­
ró tico el lugar del deseo está sellado p o r u n a incóg n ita y en el psi­
có tico n o existe ni siquiera la p regu n ta, en el perverso el deseo se
llam a "voluntad de g o c e ” y el ú n ico problem a que él e n cu e n tra es
el de có m o p ro cu rarse los m edios para asegu rarlo. Se p resen ta sa­
biendo sobre el deseo y sobre el g oce, concillándolos, resolviendo
su co n trad icció n originaria. Esta seguridad lo h ace atractivo y fas­
cin an te p ara el n eu ró tico que n o esp era sino e n co n tra r quien íe
resuelva la ecu ación de su deseo, quien haga de su p reg u n ta una
dem anda de sumisión. Siendo el negativo de! perverso, el n eu ró ­
tico n o sueña sino co n positivarse, co n adq u irir valor fálico p or re ­
flujo de quien se co lo ca m ás allá ele la castración y, llegado el m o­
m en to, faltarle. El n e u ró tico q u erría a p re n d e r del perverso y
levantar así la h ip o teca de sus inhibiciones. El perverso lo seduce
co n su fantasm a de saber-gozar (el guión en el m edio so b ra ), de
sabergozar. Tal es la característica clínica d om in an te del perverso,
la que cam p ea p o r d oq u ier en su d iscu rso, el fan tasm a p reco n s-
cien te de alcan zar el g o ce a través del saber y del p od er sobre un
objeto inanim ado, red u cid o a un a ignom iniosa abyección o am a­
rrad o p o r un co n trato .
P ara ello, para p o n er en escena este fantasm a, hay que saber ha­
c e r co n el O tro , hay que o b ten er su com p licid ad o su terror, hay
que aplicarse y arriesgarse, hay que m ostrarse y ocultarse, hay que
m an ejar sabiam ente la realidad, es decir, el sem blante. Se trata de
h acer operativo el fantasm a, de triunfar allí d on d e el n eu rótico fra­
casa de an tem ano . El fantasm a d ebe ser escenificado y h acer vero­
símil ese g o ce al que la castración obliga a renunciar. O tra desm en­
tida, la de la falta en el g o ce, o tro sentido a esa Verleugnung en la
que Freud supo ver el m ecanism o esencial de la perversión.
Es claro q ue el teatro re-p resen ta la realid ad y que am bos, tea­
tro y realidad , fantasm a y sem blante, no h acen sino e n m ascarar lo
real, lo im posible, la au sen cia de la re la ció n sexual. L a realid ad
no es lo real y lo verosím il no es la verdad. P ero h a ce r pasar al uno
p o r el o tro exige m u ch a “co n sid eració n a los m edios de la puesta
en e s c e n a ”, figurabilidad, Rucksicht a u f Darstellbarkeit, te rce ro de
los p ro ceso s — se re c o rd a rá — freu d ian os en la elab o ració n o n íri­
ca. l^a san gre debe verse bien roja, el discurso no d ebe p resen tar
fallas ni lapsus. El in con scien te, tam bién él, siem pre tan am biguo
y eq u ívoco, d ebe ser desm en tido p o r la elab o ració n perversa. No
d ebe h ab er en ella lugar p ara el azar, tod o d ebe estar ju sto en su
lugar, el ritual debe estar p erfecta m e n te p recisado p o r el co n tra ­
to o p o r el ed icto, n ad a de lo real d ebe filtrarse en el m ontaje. El
p erverso es u n co n cien zu d o metleur en scéne, a d iferen cia del his­
térico que observa desde el palco lo que h a ce en la escen a y del
obsesivo que dirige h acia el p alco la d em an d a de u n a m irad a de
re co n o cim ie n to p o r sus irrisorias hazañas. P o r este cu id ad o p o r
el detalle, p o r esta p ro scrip ció n del in co n scien te, p or este ju e g o
p rem ed itad o con la ley y las tran sgresion es es el p erverso el m ás
ad ap tad o a la realid ad d e cu an to s p ersonajes pasan p or el p ro sce­
n io an alítico; está p erfectam en te in teg rad o en el discurso, es co n ­
vin cen te, lógico, n o sólo e x p e rto en los vericu etos d e las leyes si­
no, siem p re que p u ed e, legalista y legislador. E n señ a y p re d ica ,
catequiza y p ersu ad e. Su p aren tesco co n las p osicion es del juez,
del m aestro, del sacerd o te, del p olítico y del m éd ico es evidente.
Y, tam bién, co n el psicoanalista, en un vínculo que hay que seña­
lar desde ah o ra p o rq u e es estru ctu ral, si es que se p reten d e, des­
pués, m a rca r la d iferen cia.
Así lo en co n tram os, enclavado en la realidad, d edicado a h a ce r
de ésta una pantalla que ocu lte lo que falta, p roclam an do saberes,
legislaciones, objetos fetichizados, sistem as fdosóficos, d octrin as
esotéricas, m etalengüajes, prom esas de paraísos en la tierra y más
allá, ídolos e ilusiones. H acien d o saber porque n o se p uede saber.
E rige falos p orqu e existe la castración y ella es intolerable. L a del
O tro. Esto deriva de lo que se lee en F reu d 4 desde 1927, p ero está
allí desde antes, desde las reun iones de los m iércoles en V iena y así
p uede leerse en el acta del 24 de feb rero de 1 9 0 9 ,5 cu an d o Freud
presen tó el caso de un fetichista de las ropas y com en tó:

El paciente llegó a ser un filósofo especulativo y los nombresjuegan


para éJ un papel mayor. Algo parecido a lo que tuvo lugar en el as­
pecto erótico le ocurría en el plano intelectual: él apartaba su inte­
rés de las cosas y lo dirigía a las palabras que son, por así decirlo, el
ropaje de las ideas; esto da cuenta de su interés por la filosofía.

Éste es, desde el descubrim iento freudiano, el m o d o perverso de


en frentar la castración, el de la desm entida, el de la conversión ima­
ginaria de sí m ism o, de un objeto cu alquiera o de un ideal en re­
presentantes del g o ce que en lo real falta al O tro o del falo que en
lo sim bólico y co m o significante rep resen ta al goce perdido.
Es indudable la fu n ción civilizadora (sublim atoria, auto- y alo-
plástica) que desde siem pre h a cum plido la perversión p retend ien ­
d o — logrando— m uchas veces ser im pugnadora y constituirse co­
m o subversión disolvente. Al erigir un ideal co n tra rio al ideal
d om inante, u n a ley co n tra o tra ley, p on e en acción la dialéctica he-
geliana que acab a con el triunfo de la taim ada razón.
2. El, FANTASMA PERVERSO: SABERGOZAR

El perverso no p od ría desm entir sin re c o n o ce r p rim ero lo que ha­


bría de desm entir ("ya lo sé, pero aun así'). Sólo instalándose en la
castración y en el desierto de goce que se extien d e a sus pies pue­
de m on tar el escenario de su fantasm a que se sostiene sobre un dis­
curso h o m o g én eo , n eg ad o r de la d isco rd an cia irrem ed iab le que
hay en tre el discurso, siem pre del sem blante, siem pre ajustado a lo
verosímil, y el goce.
Su fantasm a no es m estizo y n o vaga d e un lado al o tro ele la
aduana tóp ica que Freud instaló en tre incon scien te y preconscien-
te.6 H abita co n todos los d erech o s del propietario en el castillo for­
tificado que es el yo. Y tiene h o rro r al h u eco . Su horro; vacui h ace
del sujeto un m uestrario de plenitudes especulares: el dom inio so­
bre el deseo, sobre el discurso, sobre el otro . El yo fuerte, fuertísi­
mo. L a desm entida recae sobre la castración , sobre el inconscien­
te, sobre la falta in h eren te al g oce. Así es co m o se revela aquello
que se p reten d e ocultar. El rem ien d o tapa el d esg arró n al p recio
de subrayar su presencia e indicar su lugar. C uando el fantasm a tie­
ne tanta sustancia y tanta jactan cia, cu an d o es el sujeto el que agi­
ta la b an d era de su fantasm a en vez de ser un efecto de éste, cabe
desconfiar. Pues, y otra vez estam os co n Freud, la certidum bre que
dan el fetiche y sus derivados no h ace sino destacar el sitio de lo que
se resquebraja, de la castración de la m adre, de la incom pletud de­
seante del O tro, del peligro que am enaza al tro n o y al altar.
P o r todo esto podem os afirm ar sin am bages que el fantasma per­
verso es un fantasma encubridor, la construcción especular de u n yo que se
represen ta a sí mismo como sujeto supuesto sabergozar.
Su puesto lo obliga a p o n er a p ru eb a la suposición. El deseo ha
sido per-vertido, apenas una pequeña desviación, co m o voluntad de
g oce, ha puesto apenas unos puntitos de costu ra sobre la falta. Por­
que esta falta es intolerable; deviene cabeza de Medusa, medusan-
te. Al desm entir el deseo se lo ren u n cia, se lo ced e. Puesto que el
deseo está del lado del O tro, desear es m ostrar una falta y ofrecer
esa falta a la falta del O tro, es decir, re c o n o ce r la re cíp ro ca castra­
ción co m o co n d ició n para atravesarla.
De aquí derivan las dificultades p ara definir la relación del per­
verso co n el amor. Si, con Lacan, aceptam os que el am o r consiste en
dar lo que no se tiene (pues d ar lo que se tiene es carid ad ), si el
am or es dar lo que falta, dar la castración, la caren cia en el goce; si,
nuevam ente con Lacan, aceptam os que el am o r es lo único que pue­
de h acer que el g oce condescienda al deseo, entonces, no tardam os
en reco n o ce r la difícil relación que guardan am o r y perversión.
U n a relación difícil n o significa ausencia ni imposibilidad. Des­
de siem pre se ha sabido, aunque desde siem pre se puso m u ch o em ­
peño en n egarlo, que la palabra “a m o r” tiene distintos significados
según sea em pleada p or un h om bre o p o r una mujer. N ada cuesta
exten d er esta idea y acep tar que la palabra “a m o r” significa algo di­
ferente según la posición subjetiva del que habla (n eu ró tico, psicó­
tico, “n o rm al” o p erv erso ). N o se trata pues de decidir si los perver­
sos “tam bién ” am an sino de co m p ren d er lo específico de un am or
que desm iente la falta en vez de basarse en ella. Esto es lo que plan­
teo p o r ah ora, siguiendo la d octrina clásica, aunque al fin del capí­
tulo p ro p o n d ré que lo que se desm iente en las perversiones es al­
go que sí hay y n o una ausencia.
F reu d pudo definir el am o r co m o la (im ) posibilidad de la co n ­
fluencia de dos tendencias opuestas en la vida erótica, la tern ura y
la sensualidad. Neurosis y perversión se presentan aquí tam bién co­
m o negativo y positivo. El n eu rótico divide al am o r p orque ren u n ­
cia a la sensualidad (rep rim ida) en n om b re de la tern u ra, inhibe
las m etas pulsionales goceras. Resigna el goce en aras de un deseo
equívoco y equivocado porque lo ha sustituido p or la dem an d a del
O tro que llega a o cu p ar el lugar del objeto en su fantasm a. Se que­
ja del vaciam iento del goce que él mismo ha p rovocado y se con for­
ma, a regañadientes, co n las m ociones refrenadas de la ternura. Su
cam ino es de im potencia, de sumisión, de insatisfacción, de justifi­
cación. El perverso, p o r el con trario, reniega tanto de la im potencia
com o de la imposibilidad; sueña y afirma la posibilidad del goce. Se
lo ve desdeñando la ternura en n om bre de una sensualidad que se
p retend e d esen frenada y sin ley. Q ue prom ulga, más bien, otra ley,
la de la desconsideración y el abuso del o tro más allá de su consen­
tim iento, una ley categ órica y apática que es ord en ad a p or el g oce
co m o S u prem o Bien. No sin el otro , ciertam en te, pues se requiere
su violentación para acced er al goce del cu erp o , del p ropio, ya que
no se puede gozar del ajeno.
Este es el valor com ú n que unifica la variedad fen om en ológica
del cam po perverso: violación, paidofilia, necrofilia, voyeurismo, ex­
hibicionism o, sadism o, m asoquism o, m odalidades perversas de la
h om osexualidad en los co n tactos fugaces y anónim os. (D icho sea
de paso, es este rasgo de disociación y d egradación de la vida am o­
rosa el que perm ite distinguir en tre la hom osexualidad co m o p er­
versión y la hom osexualidad co m o m odalidad de elección del ob­
jeto am oroso. El acto hom osexual es, en sí, una con d u cta; co m o tal,
p uede ser p racticad o p or sujetos que se incluyen en cualquiera de
las estrucUiras clínicas.) L a esencia de la vida am orosa del perver­
so radica en esta desintrincación que consiste en p ro cu rar el goce
sin pasar p o r el deseo (del O tro ) ab oliend o así la co rrie n te de la
ternura. El consentim ien to y la convergen cia con el deseo del par-
tenaire restrin gen la satisfacción perversa. P o r eso es que n o hay
co m p lem en taried ad de las perversiones. El sádico no es la pareja
del masoquista y el exhibicionista n o lo es del voyeur. Si hay coinci­
d encia en el g oce no se p rodu ce la escisión subjetiva del partenaire,
m eta preferencial del acto petverso en tanto que tal. P or eso el neu­
ró tico es el co m p a ñ e ro ideal y p red estin ad o p ara el perverso. Es
tam bién quien inform a al analista de lo que sucede en tre los dos.
( “L a bella y la bestia”.)
N uevam ente en co n tram os la difícil relación en tre la perversión
y el am or. El deseo ha sido convertido en voluntad de g oce; el eros
se ha h e ch o d octo , d octrin a ( “d o cto rin a ”) y es ah ora erotism o: pe­
ricia del cu erp o , saber h acer con él, exp lo ració n de los yacim ien­
tos en terrad o s del g oce, repudio de las canalizaciones m on óton as
del en cu en tro sexual, invención y pru eb a, exp lo ració n , violación y
extensión de los límites. “¿Y por qué n o ?” Tam bién en esto el dis­
curso perverso cu m p le y ha cum plido u n a función civilizadora al
independizar a la sexualidad de los militarismos de la rep rod ucción
y la satisfacción, al d en u n ciar a la supuesta “n ecesid ad ” sexual, al
desatar al goce de las am arras del p lacer m ostran d o otros horizon­
tes, d en u ncian do los cortocircu itos y las convenciones unificadoras
de las o rd en acio n es del am or. C orrien d o el riesgo siem pre e incu­
rrien d o (co n frecu en cia) en el p ecado de cam biar al am o p o r otro
am o, crean d o nuevos evangelios del buen gozar. El erotism o ha si­
do p or m u ch o tiem po patrim onio del discurso con sid erad o perver­
so, esa form a del vínculo social que afirm a el fundam ental d erech o
al goce y que co m ete una equivocación, determ in ad a p or lo que ya
vimos del fantasm a, al p reten d er que es posible gozar del cu erp o
del O tro, ese cu erp o que es ajeno y del que no recibim os más que
señales, datos equívocos por interpretar, elem entos significantes cu­
ya significación siem pre se nos escapa. Ese erotism o, decíam os, ha
tenido un valor form ativo en tanto que ha convergido co n el psi­
coanálisis al term inar afirm ando que n o hay universales del goce.
Ha descentralizado el m onopolio del goce fálico y ha planteado la
p regunta p or el particular del g o ce de cad a uno expulsando de la
recám ara al ojo del tal Dios y a la m irada del policía.
Al desplazarse del am o r al erotism o el perverso “apenas acen tú a
la función del deseo en el h o m b re”.7 El “ap en as” nos rem ite a una
diferencia estru ctu ral de im p ortan cia capital. Pues el fantasm a que
responde al deseo incluye la castración, el -tp que aco m p añ a co m o
som bra al objeto @ causa del deseo m ientras que el perverso se os­
tenta co m o el dtieño de un fantasm a de au ton om ía que le perm iti­
ría h acer el co rtocircu ito del cam ino que obliga a pasar p or el O tro
y p or su d eseo, p o r la re cíp ro ca castración de los partenaires del
amor.
El “apen as” en exceso co lo ca al perverso más allá del deseo, des­
tinado al ejercicio de una voluntad que actú a co m o im perativo uni­
versal, que h erm a n a a Sade co n Kant. De una voluntad que n o es
ni el libre arbitrio ni el cap rich o , sino tod o lo co n trario de la liber­
tad, la sumisión acrítica, enervada y apática a una n orm a absoluta
que im pide transitar p or cam inos alternativos y que legisla con fe­
rocidad. De un a voluntad que h ace del g oce el principio racional e
ineludible de la acció n , co locado en una dialéctica de oposición y
de sustracción recíp ro ca del g oce en tre los participantes en el acto
perverso. De una voluntad que no n ace de la decisión elaborada de
un q u erer sino de una co acció n que exige escapar de la ley del edi­
po y de la castración y de la división en tre los goces p or la sección,
p or la bisexión. De un a voluntad que lleva al perverso a vivir para
el g oce, para apod erarse de él, para organizarlo, adm inistrarlo, an­
ticiparlo o diferirlo, para regular sus ascensos y caídas, razón p or la
cual el análisis puede ag rad ecer a la perversión (com o, p o r o tra par­
te y p or distintas razones, a la psicosis y a la histeria, a la obsesión y
a la “salud m en tal”) lo q u e ap orta al cam po discursivo, p ero eso no
lo co n d u ce a idealizar la perversión (o a otra cualquiera de las es­
tru ctu ras clín icas). Al final del análisis n o se e n co n tra rá el sujeto
con la perversión sino con la libertad para el acto perverso, tendrá
cabida el sujeto de la ética analítica, el del bien d ecir que debe de­
cidir en cad a m o m en to si quiere lo que d esea.8
Este poquito de exag eración de que nos habla el “apen as” reve­
la que se desm iente la falta en el O tro (castración m aterna, decía
F reu d; S ( $ ) , escribía L acan ) y co lo ca en el lugar de esa ausencia
al objeto @ convertido en fetiche y en tapón, un objeto que no in­
cluye y afirm a la castración, co m o sucede cu an d o falta el “ap en as”,
sino que ren iega de ella.
L a castración . De ella se trata. “Es preciso que el g oce sea re ch a ­
z a d o ...” si se rechazase el rech azo se afirm aría la posibilidad, po­
dría soñarse con un goce que no estaría prohibido, que p od ría uno
agenciárselo. P ero es así justam ente co m o se lo falla porque tiene
que ser rechazad o " ... p ara que sea alcanzado en la escala inverti­
da d e la Ley del d eseo ”.9 Lo que acab o de citar es la definición la-
can ian a de la castración que, co m o vem os, op o n e la castración al
g oce (tal co m o se ve en el diseño del vector superior del grafo del
d eseo ). H e de volver sobre este pu n to en el capíftilo sobre ética y
goce pero es claro desde ya que la ética del análisis está cen trad a en
la conciliación del deseo co n el g oce, en el cu estionam ien to y no
en la p rosecu ción de ese p equ eño "plus" que “ap en as” acen tú a la
función del deseo (en el h om b re y no en las m ujeres). Claro que el
cen tram ien to de la ética en el deseo co m o cam in o p ara que el go­
ce sea alcanzado nos rem ite a m arca r la diferencia con el discurso
del d erech o en H egel que vimos al com enzar, en el p rim er capítu­
lo. Y evocar a H egel es aludir al am o y a su discurso.
La perversión es el rechazo, m ediante la desmentida, a convertir
los valores del goce en los térm inos de la m on ed a del deseo. “Fija-
ció n ” decía Freud para referirse a este m odo de aferrarse al goce pri­
m ario, infantil, negándose a convertirlo y traducirlo en palabras, a
articular el @ por m edio de los inestables significantes de la dem an­
da co n su inexorable saldo de pérdida. Esta conversión del goce en
deseo com o condición previa para reen con trar el goce es lo incon­
cebible en la estrucUira perversa, el objeto de otra Verleugnung. El per­
verso pierde al negarse a perder pues en este ju ego el que pierde ga­
na. Y es hablando, apalabrando, com o se pierde. Fatalm ente.
De todos m odos el deseo no está ausente en eí perverso; está ape­
nas pervertido. C om o en los dem ás hablantes es el deseo el que ani­
ma al fantasm a y, en su caso particular, la ren u n cia al g o ce de todos
m odos ya se produjo (p o r eso no es psicótico) y todas las desm en­
tidas y todos los hom bres y los caballos del rey n o p od rán devolver
a H um pty Dum pty a su lugar anterior, bien arriba de su alta pared.
El sabe bien que el goce debe ser renunciado, “pero aun así”, se des­
vive p or alcanzarlo. Tam bién a él el deseo lo divide, lo h ace sujeto
( ? ) 10 y, p or m ás que tal deseo se convierta en voluntad de g oce, no
p or ello deja de ser, tam bién co m o en cualquier otro , el m edio de
defensa que instala un fusible, “u n a prohibición de reb asar un lí­
mite en el g o c e ”.11
El deseo no afirm a en su caso la falta, antes bien, la niega y la nie­
ga justo allí d on de ap arece la prohibición de gozar: en el O tro. El
O tro no p u ed e y no d ebe estar castrado, la prem isa del falo (y de
su g oce, agregu em os) debe sostenerse co m o universal (y excluyen-
te, adelan tem os). Si, de todos m odos, no se puede ign o rar que el
O tro está castrado [S (A) ] y está habitado p or un -cp, el perverso sa­
le del atolladero recu p eran d o la -cp, haciéndose él el instrum ento
del g oce del O tro ,12 colocánd ose en lo im aginario p or fuera de su
propia división subjetiva, co m o si él fuera ese O tro 13 y co m o si tu­
viera a su carg o asegurar su no castración. De a h o ra en más vivirá
en función de esta em presa, en ajen an d o sus servicios p ara asegu­
ra r su g oce, el del O tro, el tercero de la escena, el que está am ena­
zado p or la ya consabida castración. Su deseo perverso lo lleva a ha­
cerse utensilio, h erram ien ta del g oce del O tro. Esto da su form a al
fantasm a sadiano, el que recibe de L acan form a y estru ctu ra en su
“Kant con S ad e”14 y que es figurado co m o un vector quebrado.
No agotaremos el esquema ni nos detendrem os en su modificación
para dar cuenta del fantasma del m arqués de Sade porque n o viene
al caso (y porque no estoy seguro de p od er hacerlo) pero bien valdrá
la pena que señalemos su aplicación clínica más prom inente. El per­
verso que se tom a y que pretende ser visto co m o un sujeto absoluto
que porta y aporta el goce, un ser sin tachadura, es llevado p or la ló­
gica misma de su estructura y de su deseo a convertirse él en un obje­
to, en un instrum ento, en un com p lem en to que está al servicio del
O tro. El es el fetiche que venera, él es el látigo co n que flagela a su víc­
tima, él es el con trato con el que esclaviza a su flagelador, él es esa mi­
rada que va y que viene en las dos perversiones escópicas, etc. En sín­
tesis, él es @ , un @ que hace positivo al falo, que niega que el falo falte,
que asegura que el goce se falifica en el O tro. Esto es lo que m e lleva­
rá, y ya no falta m ucho, a m odificar la concepción freudiana y lacania-
na de la desmentida. Pues el O tro al que se consagra el perverso no
es — si bien él no quiere saberlo— un O tro absoluto que está fuera
del goce; el O tro es la sede de un goce que le es propio y que el per­
verso d esconoce, un goce que es posible precisam ente p or la falta del
órgano que, para él, imaginariza al falo. Se (vol)verá.
Un sujeto es algo inestable, vacilante. El lugar del sujeto es el de la
incertidum bre en tanto que él es un efecto de lo que se articula en la
cad ena significante; está a m erced de la palabra que vendrá, la que
habrá de significarlo y mostrarle su endeble condición. El perverso re­
chaza identificarse de m odo tan precario, tan dependiente de la res­
puesta que el O tro dé a sus palabras, a sus demandas. El niega la divi­
sión que se le im pone al h acer que su d em anda de satisfacción
pulsional deba articularse co n el deseo del O tro. También en esto él
es el positivo de la neurosis negativa. Mientras que el neurótico vive
encarnando una pregunta dirigida al O tro p or su deseo y dem andan­
do que ese O tro le haga un lugar, el perverso se constituye él mismo
com o respuesta, su dem anda n o es una pregunta sino una imposición
ejercida de m odo categórico. El es la causa p or la que el otro se divi­
de. Es así co m o sufre una metamorfosis que lo transforma en objeto
e instrum ento; no es un sujeto sujetado a los vaivenes de la cadena sig­
nificante. Se identifica con lo real que hace accesible el goce al Otro,
con el plus d e goce, con la causa del deseo del O tro: se hace objeto @.
Esta identificación no puede existir en el vacío; necesita de un parte-
naire, un otro, con minúsculas ciertam ente, un sujeto que experim en­
te, ahora sí, este sí, la división subjetiva y el fading co m o efecto de la
manipulación perversa. El niño violado o seducido, el aterrado espec­
tador de la exhibición, la histérica humillada, el flagelador que debe
obrar contra lo más íntimo de sus convicciones para satisfacer las cláu­
sulas del contrato masoquista, son ejemplos de este forzamiento de la
escisión hasta llegar al borde del desvanecimiento p or la escenifica­
ción atroz que traspasa las fronteras de la conciencia, del pu d or y del
asco. Ese otro que no es bueno cuando es com placiente sino cuando
es violentado, resistente, suplicante. Cuando el otro consiente la per­
versión se esfuma.
Considerada así, la perversión es todo lo contrario de lo que el per­
verso mismo piensa acerca de lo que él es y hace. El fantasma encubri­
dor del yo que trata com o objeto al otro de su acción revela, más allá
de lo imaginario, que sucede exactam ente lo contrario: es el perverso
quien es el objeto y es su víctima quien es el sujeto, más aún, es quien, por la
manipulación perversa, trasciende las barreras del placer y se encuen­
tra con el goce que está más allá. La paradoja es que el perverso, volun­
tad de goce, el que vive para sabergozar, acaba por volcar el goce sobre
las dos vertientes contrapuestas, la del O tro cuya falta es desmentida y
la del otro cuyo goce es alcanzado por el cam ino del sufrimiento y el
dolor. Y el perverso, él mismo, queriendo ser el dueño de la situación,
imaginando serlo, es el objeto de su pasión. Pierde la recom pensa que
se prom ete y concede la que intenta arrebatar. El goce se le escurre en
la efectuación misma de su acto deliberado, concienzudo y volitivo y
esa sustancia gocera que se le escapa es la que brota en quien sufre sus
exacciones, l a fórmula del fantasma se ha invertido y así se la observa
en el esquema lacaniano al que nos estamos refiriendo:

d —» @ 0 3 15

El deseo (d) lo lleva a identificarse con el objeto ( @) y esto lo po­


ne en relación de co rte, de imposible en cu en tro co n el sujeto (90
en su división y en su posibilidad de goce.
A diferencia de lo que cabe esp erar en el final de un análisis, el
perverso no h a instrum entalizado su d eseo y no p u ed e d ecid ir si
quiere lo que desea; el deseo lo ha instrum entalizado a él som etién­
dolo a un im perativo tanto o más inflexible que el de la Ley a la que
p reten d e im pugnar. ¿Debe en ton ces llam ar la aten ción que quien
d em ande el análisis no sea él sino el verdadero sujeto, su supuesta
víctima? (Cf. capítulo 5.)
¿P or qué n o h acer la apología de la perversión y p ro p o n erla co ­
m o u n a m eta deseable? ¿Por envidia p ropia de n eu rótico s distan­
ciados del g oce?, ¿p or m ilitar en la defensa de valores con ven cio­
nales? E sta es una pregun ta ineludible que com p lem en ta y redobla
el clásico ¿y p or qué no? que nos espeta el perverso. La ética del psi­
coanálisis está com p rom etid a en la respuesta.
Sucede, según ya vimos, que la voluntad de goce no da en el blan­
co sino que lo falla p o r d esco n o ce r que la prem isa del g o ce es la
castración y la acep tació n de la Ley del deseo y que el sabergozar
no es sino un fantasm a que, co m o tod o fantasm a, se interp one y le­
vanta u n a b arrera en el cam in o del goce. El perverso insiste y su in­
sistencia exh ib e su defensa; él “también ’ interp one su deseo en el
cam in o del goce en lugar de transitar p o r las vías del deseo hacia
u n a m eta de g o c e .IB El yo d escon o ce su propia función de desco­
n ocim ien to cu an d o p reten d e co lo carse p o r en cim a de la b arrera
insalvable que hay en tre saber y gozar: en el caso de la perversión,
más que en ningún otro, el yo está del lado de la realidad y del sem­
blante. Pues “sólo hay acceso a la realidad p or ser el sujeto con se­
cuen cia del saber, p ero el saber es un fantasm a h ech o sólo p ara el
g oce. Y en cim a, p o r ser saber, n ecesariam en te lo falla”. 1'
P o r ser saber, p or tener que articular los significantes producien­
do co n stan tem en te a lo real co m o un im posible que escap a a la
aprehen sión de la verdad, p orq u e busca im p on erse co m o vínculo
social, co m o discurso, un discurso que inten ta n egar la falta sobre
la que n ecesariam en te se funda. El perverso arg u m en ta: es un pe­
d agogo, un d em ostrador, un e te rn o co m p ro b an te de la justeza de
sus tesis. “P red ica allí un p o co d em asiad o ”.18 Su discurso, cen tra­
do en el g o ce, recalca la falla en el g oce. P recisam en te p or d ecir­
se, p o r n o aten erse al hoy ya — ¡tan p ro n to !— clásico consejo de
callar a cerca de lo que n o puede ser dicho. Y con su palabra de ce r­
tidum bre, d e im posición categ órica de eso que él cree verdadero,
se aleja de toda palabra que podría cu estion ar o m odificar su po­
sición. Es claro que de su cond ición no podría quejarse ya que sur­
ge d e una elecció n que le p arece razon ada y razonable. Su deseo
y su voluntad d ep en d en de un cálculo en torn o del g o ce del cu er­
po. Es “un acto p u ro del en ten d im ien to que razon a, en el silencio
de las pasiones, a ce rca de lo que el h om bre p u ed e exigir de su se­
m ejante y sobre lo que su sem ejante tiene d e re ch o a exigirle”.19 Vi­
ve p ara el g o ce; es su elecció n . Mal p od ría el psicoanálisis cuestio­
nársela desde afuera. Y desde ad en tro es incuestionable p orq u e la
puesta en en tred ich o es incom patible con la posición m ism a que
se cu estionaría. Es el atollad ero de la perversión. P ara el psicoana­
lista; p ara el perverso no.
Su apuesta consiste en saber, siem pre más, más aún, sobre lo po­
sible corp oral ante lo imposible de la relación sexual. Sueña con un
reaporte en lo real, m ediante la puesta en escen a del fantasm a, de
aquello que la castración le obligó a entregar. D esaparece co m o su­
je to p ara ser, desde el lugar del objeto, el am o del g o ce invulnera­
ble a la división, esa división que traslada sobre el otro. Intenta, in­
cansable, h acer pasar el goce p o r los desfiladeros del discurso y así
con trolarlo. Todo esto está bien y ya h a sido dicho, incluso aquí. H a
llegado el m o m en to de sacar las consecuencias.

3. EL PERVERSO Y EL GOCE FEMENINO

Ya hice notar la característica clínica del h o rro r del perverso al vacío,


a la falta en el saber. Su proyecto se materializa al h acer del goce una
doctrina y del cu erp o un cam po experim ental donde opera ese sa­
ber para apoderarse de las palancas de la sexualidad. Llega así a ser
(al m enos en lo imaginario) el físico nuclear de la libido, el que go­
bierna y administra su energía, quien decide acerca de su utilización
y de su econom ía. P ero el h o rro r al vacío en el saber significa tener
todas las respuestas y, muy p articularm ente — punto de tropiezo—
poder con testar al vetusto interrogante a ce rca de lo que quiere una
mujer, esa pregunta que fue causa de los torm entos de Tiresias... por
haber pretendido saber la respu esta... y de Freud, ciertam ente, des­
pués de tantos vanos intentos de contestarla.
A h o ra bien, si, con F reu d , se re to rn a a la tesis (¿perversa?) de
que hay una sola libido, la m asculina, y un solo genital, el viril, que
organiza la genitalidad infantil en torn o de la alternativa fálico/cas-
trado, si se acep ia que en el nivel de la teoría, del saber, la pregun­
ta p o r el g oce es respondida h acien d o valer la calidad p rom in en te
del falo co m o significante y de su función privilegiada que es la de
conjugar (p o n er bajo el m ism o yugo, ¿sí?) al logas con el deseo, si
se adhiere a ésta, la co n cep ció n freudiana de la sexualidad hum a­
na, no se puede tard ar en re co n o ce r que en el corazón de esta teo­
ría subyace un trem en d o agujero p or el que se escapa ese flujo del
goce que no adm ite el yugo co m ú n de la palabra y el falo. En sín­
tesis, que hay del lado de las m ujeres un g o ce suplem entario al go­
ce fálico. De esto ya hem os hablado en el capítulo 3 p ero es m enes­
ter record arlo ah ora para buscar en torn o d e este punto la esencia
de la perversión.
P ara que fuese posible sabergozar sería necesario que todo lo se­
xual estuviese bajo la égida del significante fálico, que las m ujeres
fuesen “tod as” en vez de “no-todas”, que existiese L a m ujer co m o
equivalente sim éu ico del h om b re o co m o su co n trario o su nega­
ción, que pudiese reducirse la sexualidad fem enina p or m edio de
alguna clase de ecuación que refiriese a u n a h om ogen eid ad de los
goces. Freud llegó a darse cuen ta de que n o podía respon d er a la
pregunta p or lo que quiere una m ujer y que su respuesta: “falo” (Pe-
nisneicl) no cerrab a la cuestión sino que abría el espacio de un más
allá. L acan respondió diciendo que debía q u edar abierta para siem­
pre porque las m ujeres no están ausentes del g o ce fálico pero que,
adem ás, son tributarias de o tro g oce, de un g oce O tro , suplem en­
tario, sentido pero inefable, enigm ático, no agotable en un discur­
so del saber, loco (el del h om bre es llam ado “p erverso”) , que está
m ás allá del falo.20 U n g o ce que no sólo es distinto sino tam bién
opuesto y rival del fálico: “la sexualidad fem enina ap arece co m o el
esfuerzo de un g o ce envuelto en su p ropia co n tig ü id a d ... para rea-
lizarsea porfía (á l ’erwi) del deseo que la castración libera en el hom ­
bre dándole su significante en el falo”21 (el destacado es de L a ca n ).
La ig n o ran cia reco n o cid a p or Freu d se h ace en L acan necesidad
p orque respon de a un a falta, en la estructura, la del significante de
L a m ujer que fuese contrapartida y equivalente del goce fálico. Hay
una falta en el saber que rem ite a un imposible de saber, a un más
allá del falo. Y ese insabible n o es un inexistente, no es una falta, si­
no, p o r el co n trario , u n exceso , un goce de más que el saber hasta
ah ora ha pretendido cercar, limitar, localizar, extirpar, haciéndolo
objeto de discurso y con trolán dolo.
L a posición del perverso ante el saber acerca de la sexualidad fe­
m enina es tan interesan te co m o la de Freu d y la de I.aran p orqu e
cierra la p roblem ática que ellos abren y con d en sa la posición que
es co n g ru en te con el discurso del am o co m o revés del discurso del
psicoanálisis. El perverso p roclam a sabergozar, desm iente las faltas
en el saber, desm iente el inconscien te, desm iente que el falo p u e­
de faltar en el O tro, sutura todas las fallas. H asta ah ora, siguiendo
a Freu d, h em os sostenido que la esencia de la perversión era esta
desm entida (antes traducíam os Verleugnungco m o “ren eg ación ” o
“rech azo ”) d e la castración que ponía en peligro al falo, al tron o y
al altar y que, com p rom etid o en este rechazo de una parte de la rea­
lidad, el sujeto se destituía a sí m ism o de su incierto lugar p ara re­
cu p erar la certidum bre que le daba el objeto, el devenir instrum en­
to del goce que él aseguraría co n sus actos. A h ora, llevados p or las
fórm ulas lacanianas de la sexuación y p or las exp lo racio n es recien ­
tes en el antiguo dark continent de la fem inidad debem os desplazar
n uestro co n cep to de la perversión.
M uchos au to res hoy en día sienten que la palabra m ism a “p er­
v ersió n ” d eb ería ser elim inada del vocabu lario p o r que se presta
a los fines de la seg reg ación . P erso n alm en te siento una fu erte re­
pulsión p o r las clasificaciones psiquiátricas y p sicop atológicas pe­
ro creo que el psicoanálisis o p era una inversión de éstas y dem ues­
tra sus p reten sion es reaccio n arias. P o r ello es que los cre a d o re s
del DSM-IV o V u otros en gen d ros de la m ism a calañ a quieren des­
terrar el vocabulario y las co n cep cio n es del psicoanálisis de sus ta­
xonom ías. Ellos lo van consiguiendo. ¿H abrem os de seguirlos?
H asta aquí h em o s d ich o , co n F re u d y co n L a ca n , que se des­
m en tía una falta. A h o ra h em os ap ren d id o que esa falta no es tal;
que hay allí la p resen cia de un algo que está m ás allá, algo que no
es alcanzad o p o r lo que surge del o rd en del discurso que p re te n ­
de c o o rd e n a r el g o ce en to rn o del significante y al sem blante fá­
lico. L a p erversión , lo que h a ce que clín ica m e n te se e n cu e n tre
p o r lo co m ú n del lado m ascu lin o, lo que favorece tantas discusio­
nes en to rn o de si puede hablarse en p ropied ad de “perversión fe­
m e n in a ”, lo que llevó a L acan a d ecir que el sexo m asculino es el
sexo débil co n relación a la p erversión ,22 es esta p ostu ra que asi­
m ila g o c e co n falo. Las m u jeres, ló g ica m e n te , si lo son, no p o ­
d rían acep tar esta ecu ació n g o ce = falo. Sólo p od rían ser p erver­
sas en la m ed ida en que ésta sea su posición co n resp ecto al saber.
Los casos no faltan p ero tam p oco abundan; no es in frecu en te des­
cu b rir la ecu a ció n y, co n ella, la perversión fem en in a, cu an d o , en
una p areja h om osexu al, una de sus in teg ran tes es la que se dirige
al analista co n su d em an d a; la o tra es, en tal caso, la que sostiene
la p osición perversa, la de que solam en te el falo p erm ite el g o ce .
En estos casos uno se p reg u n ta si cab e hab lar de “perversión fe­
m en in a" ya que el ser h om bre o m u jer no es un dato de la an ato ­
m ía sino una posición subjetiva y que la partenaire de n u estra pa­
cien te es, puestas así las cosas, quien o cu p a la posición m asculina.
E s desde la iden tificación co n el falo que esa mujer, desm in tien ­
d o el g oce fem en in o, se dirige a otra m u jer y la con vierte en el ob­
je to @ de su fantasm a.
L a perversión está del lado m asculino, es una respuesta que pre­
ten d e sab er al p recio de d esm en tir la verd ad. L a verd ad , que es
m u jer (N ietzsche con L a ca n ), la verdad que d esen m ascara al falo
co m o sem blante, co m o desplazam iento de lo real p o r el lenguaje,
la verdad que en el psicoanálisis se revela co m o eso que habla pe­
ro que n o dice la verdad sino que la disfraza co n las vestim entas
del sem blante y del fantasm a, la verdad, se dice a m edias. Siem pre
se supo que había un g oce d iferen te (ni m ayor ni m enor, o tro ) y
a ese insabido se lo cu b ría con circu nloqu ios tales co m o “m isterio
de la fem inidad", m isterio que lo es y lo ha sido tanto p ara los h om ­
bres co m o para las m ujeres. L a fun ción del saber ha sido siem pre
la de tratar de circu nscrib ir y de red u cir ese m isterio b u scando lo­
calizar el g oce fem en in o (incluso en la duplicidad freu d iana del
g oce clitoridian o y vaginal), con cib ién d olo co m o equivalente del
m asculino, so m etién d o lo al m o d elo del orgasm o, postulando ci­
clos im agin arios de e re c ció n y d etu m escen cia, e x p e rim e n ta n d o
con electrod o s en la sesera, co n tan d o las term in acion es nerviosas
en lo an terio r y en lo posterior de tal m ucosa, m idiendo secrecio ­
nes y hum edades, co n tan d o los días del ciclo y retorcién d o lo s con
cálculos fliessianos, dosando h orm on as y neurotransm isores, re co ­
m en d an d o masajes y técn icas de gim nasia sexu al. Y hay más aún.
P ero la solución no pasa p or el saber; el discurso del am o renueva
allí su im potencia.
La respuesta perversa a la p regun ta histérica no es la del psicoa­
nalista sino la del am o y la del universitario. Su respuesta es de uni­
versalidad, de red u cció n del en igm a a! significante (fálico, sobra
d ecirlo ). L o desm entido no es la castración sino el g oce de las m u­
jeres, del O tro sexo. L a postulación perversa es que las m ujeres no
gozan porque son una pura disponibilidad p ara el goce del falo-pe­
ne o, si en verdad gozasen, es porque estarían tam bién incluidas, y
del todo, en el goce fálico, co n un g o ce que es h om og én eo al del
hom bre. En cualquiera de los dos casos se afirma que no hay otro go­
ce que el goce fálico. Las mujeres son ora anuladas o ra desm entidas en
su particularidad. N uevam ente debem os re c o n o ce r que la perver­
sión “apen as” acen tú a la función del deseo en el h om bre. Su esen­
cia es la desm entida del g o ce fem enino y el reem plazo de un enig­
m a p or un fantasm a: el de sabergozar.
Ese goce hostil, g o ce del O tro, g oce á l’envi del g oce fálico es lo
insoportable, la cabeza de Medusa que co n d u ce al fantasm a. L a ac­
tividad del perverso h ace sem blante de ser sexual. En verdad el se­
xo es allí el p retexto para d em o strar que el goce del cu erp o puede
som eterse integralm ente a una articulación lenguajera que organi­
za las “p osiciones”. El discurso que el perverso endilga sobre el g o ­
ce es eso, discurso, suplantación del goce con exp erim en tos m en ­
tales que revelan a cad a paso su carácter de artificios, de cálculos
de la modalidad para dom inar y bloquear el goce del OUo, del O tro
sexo. Parece u n a b ú sq u ed a... pero es un disfraz. El teatro de la di­
visión subjetiva n egada y desplazada al O tro ocu lta vina huida fren ­
te a lo incontrolable que se m aterializa en el fetich e, la víctim a, la
m irada o el co n trato . L a angustia subyacente se trasunta en esa fal­
ta de ingen io, en el ab u rrim ien to reiterativo de las escen ificacio­
nes, en los serm ones aplastantes para la víctim a y fatuos p ara el ver­
dugo que todos, también L acan , hem os leído en Sade.
El p u n to de tope del perverso no es la castración del O tro co ­
m o h em o s creíd o al ap re n d e r la lecció n freu d ian a sino el in con ­
cebible g o ce del O tro , ese g o ce que el p erverso, al p re te n d e r des­
m en tirlo , p o n e de m an ifiesto en el O tro al m ism o tiem p o que
q ued a exclu id o de él. No es su in fortu n io p articu lar pues él, c o ­
m o todos, estaba exclu ido desde antes. Su e rro r es el de h ab er p re­
sum ido que no.
Q u iere h acerse du eñ o de la C osa de la que está exiliado. Es e n ­
ton ces cu an d o “se agrega a los fantasm as que g ob iern an la reali­
dad el del cap ataz”.23 Allí el psicoanálisis p u ed e o b rar (y no se pri­
va de h acerlo ) co m o refo rzad or de la perversión al reed itar la idea
de un G ólem servil co m o “Yo a u tó n o m o ”. La fortaleza del yo que
o rg an iza y d irige la vida am o ro sa es, p re cisa m e n te , el fan tasm a
p erverso, el fantasm a del am o que quisiera re d u cir el deseo ingo­
b ern ab le a la v olu n tad racio n al. A d u eñ arse de las pulsiones, de
los “instintos” co m o les d icen , del Ello p a ra som eterlos a leyes y a
principios lógicos. Hay que o ír a C iceró n , hab lan d o dos mil años
an tes que F reu d en un discurso que es su revés: “la voluntad es un
d eseo co n fo rm e co n la razó n , en tanto que el d eseo opu esto a la
razón o muy violento p ara ella es la libídine o cod icia d esen fren a­
d a que se e n cu e n tra en tod os los n e c io s ”.24 L a falta en el sab er
(a c e rc a del g o ce del O tro , del g o ce d e la m u jer) es d esm entida;
en el lu g ar del hoyo el perverso instala el ejercicio d e un poder,
el del capataz.
P ara co n clu ir: la perversión es, en esen cia, un in ten to de cu ra ­
ció n de la falla de la relació n sexual y d e la irrem ed iab le h e te ro ­
gen eid ad de los g oces. Es u na decisión d e su tu rar que es an tin ó ­
m ica co n el p ro y ecto p ro p io del d iscu rso y de la b ú sq u ed a del
psicoanálisis, el designio de no o cu lta r la grieta. Es característica
de la perversión la p reten sión de o b tu rar tod o lo que proviene de
lo insabido del sujeto. E n co n trarse co n el in con scien te revelaría
al perverso la insondable rajad u ra que lo lleva a ce d e r su d eseo, a
rem p lazad o p o r la voluntad de un yo fu erte, a re n u n cia r a la te r­
nura d isociando la vida eró tica. Su única posibilidad, en la pers­
pectiva p sicoan alítica, es que en la p ersecu ción de su g o ce se en ­
cu en tre co n la im p oten cia, co m o en el caso que relató F reu d a sus
colegas en 1 9 1 4 .2r> P ero en to n ces, co m o ah ora o co m o en el caso
de la jo v en h om osexu al, n o es m u ch o lo que se p u ed e esperar. Es
difícil rem p lazar la voluntad de g o ce p or el d eseo cu an d o “lo úni­
c o ” que p u ed e p ro p o n erse p ara cu ra r este pasaje n ecesario p o r la
im p oten cia es el re co n o cim ie n to de la im posibilidad re a l en el fi­
nal del cam in o .
Y, no o b stan te...

REFERENCIAS

I Freud [1905], vol. VII, p. 150.


J. Lacan y V. Granoff, “El fetichismo, lo simbólico y lo imaginario", Marc: Auge
(ed„). El objeto en psicoanálisis, Buenos Aires, Gedisa, 1987, pp. 19-32.
5 Freud [1905], yol. VII, p. 152, n. 47.
* Freud [1927], vol. XXI, p. 147.
* Louis Rose (ed. y trad.), “Freud and ferishism: Previously unpnblished Minutes o I
the Vieima Psychoanalyíic Society", ThePsychoanalytic Quarterly, 57 (2), 1988, p. 147-166.
6 Freud [1916], vol. XIV, p. 188.
' Lacan [1960], É.. p. 823; en español, II, p. 803.
s Lacan [1958], É., p. 682; en español, II, p. 662.
9 Lacan [ 1963], ÍL, p. 773; en español, II, p. 752.
111Idem, ibidem, p. 773; en español, II, p. 752, respectivamente.
II Idem, ibitlém, p. 825 y II, p. 805.
12 Idem, ibidem, p. 823 y II, p. 803.
** Idem, ibidem, p. 825 y II, p. 805
14 Idem, ibidem, p, 775 y II, p, 754.
15 Idem, ibidem,
16 Idem, ibidem, p. 825 y II, 805.
17 Lacan, “Compte-rendu avec interpolations du Séminaire de I'EUiique", Omicar?,
(28), 1984, p. 14; en español, Reseñas <ir enseñanza, Buenos Aires, Manantial, 1984, p. 17.
1(i Lacan [1963], p. 787; en español, II, p. 767.
Iu D. Diderot, Encye!npédie,\, p. 116. Art. “Droit riaturel", citado por Niccola Abbag-
nano, Diccionario de filosofía, art. “Voluntad", México, Fondo de Cultura Económica,
1974. p. 1196.
2!1 Lacan [1972-1973], S. XX.
21 Lacan [1960], É,, p. 735; en español, II, p. 714.
22 Idem, Uridem, p. 823 y II, p. 803.
23 Lacan [1970], A. É„ p. 423.
24 M. T. Cicerón, TuscuUinas, op. cit. por N. Abbagnano, op. cit., p. 1195.
25 H. Nunberg y P. Federa (eds.), Minutes o f the Viena Psychoanalytic Soáety. vol. IV
[ 1912-1918], Nueva York, International University Press, 19fi7, p. 243. (Acta 225; “A ca­
se of foot fetishism", relator: Prof. S. Freud.)
1. NO SE ELIGE LA PSICOSIS

Antes de, después de y en vez de. Así se orien tan los goces co n res­
p ecto al co m ercio de la palabra, a la dicción, a la regu lación de las
relaciones co n el O tro.
Antes de la palabra, p ero no fuera del lenguaje, el goce del psi-
cótico.
Después de la palabra. E n el habiente, en tanto que pudiese no
ser ni n eu rótico, ni psicótico, ni perverso — ¿es esa condición pen-
sable?— , el g oce pasa p or el diafragm a flexible de la palabra que lo
dosifica, lo som ete a la significación fálica, lo desvía p or la m etoni­
mia deseante, lo h ace correlativo de la castración y le perm ite atra­
vesar las barreras del narcisism o y del principio del p lacer p a ra que
la pulsión, historizadora, inscriba el pasaje del sujeto p or el m u n ­
do, dejando su m arca en el O tro, recib ien do su fardo y aportan d o
su cu o ta al m alestar en la cultura.
En vez de, en vez de la palabra, envés de la palabra, es así co m o
viene el g oce coagulad o en el síntom a n eu rótico y en la escenifica­
ción perversa. Bajo los em blem as del yo, dicen que fuerte.
Así, hay un g o ce que insiste, un g oce m aldito, más acá de la pa­
labra, un puro ser en el ser, an terio r a la falla que se p rodu ce en el
en te p or decirse. De este g o ce incom un icab le, que p rescinde del
O tro y se aloja en un cu erp o que escapa a la sim bolización, nos ha­
blan, sin dirigirse a nosotros, los psicóticos. Ellos nos m uestran que
la palabra no fun cion a co m o diafragm a regulador, que el sujeto ha
sido inundado y desplazado p or este g o ce rebelde a los in tercam ­
bios, proliferante, tan invasor que no deja lugar p ara una palabra
O tra que pudiera refren arlo y limitarlo.
Si es el significante del g o ce en tanto que p rohibido p ara el
ser que habla co m o tal, en ton ces es el Falo lo que no se ha simbo-
lizádo; el g oce no ha sido vaciado del cu erp o , la falta en ser no se
instauró, el sujeto nú es deseante. Sin esta falta fecun d a, sin que se
cum pla la función im aginaria de -cp, nada queda por b uscar en el
cam po del O tro. Mas, co m o ya sabem os p ero es m en ester reiterar­
lo aquí, el Falo no cum ple co n su función co m o significante per sé
sino a través de otro significante, el del nom bre-del-Padre, que p er­
m ite la instauración de un tro n co fu n d am en tal, significante u n o
(S ,), at que p od rán articularse los significantes dos (S2J del saber
in conscien te. El Falo tacha a la Cosa y p erm ite la em erg en cia del
sujeto al h acerse rep resentar p or el significante del nom bre-del-Pa-
dre que perm ite la significación fálica (capítulo 2, ap artado quin­
to ). Si este tron co que es el nom bre-del-Padre falta en su lugar, las
ram as quedan sueltas y n o p erten ecen a ningún árbol. Esta es, en
apresurada im agen, la n oció n lacaniana de la forcjusión, clave de
las psicosis. No hay lím ite al g oce, no hay v erted ero de la palabra
articulada. Este es, en tales pacientes, el obstáculo de estructura que
hace difícil que se anuden el saber y el am o r en ese corazón del psi­
coanálisis que es la transferencia. L a in terp retación es aquí ociosa
cu an do no perseguid ora y peligrosa. Es la cuestión prelim inar a to­
do tratam ien to posible de la psicosis.
Esta situación, este destino del ser que no se dice en la inter-dic-
ción, no está al alcan ce de cualquiera. No e s loco el que quiere ser­
lo. Freu d pudo hablar de la Neurosenwahl., de la elección de la neu­
rosis. P ero no, n un ca, de una elección de la psicosis. La lección de
la psicosis — cre o — es que no se la elige.
Esta afirm ación es term inante, aunque discutible y discutida. No
basta con re co rd ar que en 1967 L acan haya d icho que “el locó es el
único h om bre libre”. E ra el año en que Lacan se dirigía a elab o rar
su p rop u esta de los cu atro discursos, cu an d o pudo definir en un
prodigio de síntesis al discurso co m o lien social. Lien, es decir, lazo,
vínculo, atadura. En ese sentido n o cabe discutir que el loco es li­
bre; él, el ú n ico que vive fuera de las cadenas discursivas que h acen
que la palabra q u e se en u n cia tenga que pasar p o r el tribunal del
O tro, esp erar la respuesta del O tro. Es en su lenguaje, fuera de las
co accion es del discurso, que el loco es libre. E n tra r en el discurso
es enlazarse, p erd er la libertad. La locu ra crea una excep ció n y por
esta excep ció n , p o r este lugar exterior, es que los discursos, los cua­
tro de Lacan , constituyen un conjunto.
L acan reiteró en 1 9 6 8 1 lo que había d icho veinte años antes en
sus “O bservaciones sobre la causalidad psíquica”: “El ser del h om ­
bre n o solam ente es im posible de co m p ren d e r sin la locura; no se­
ría el ser del h om bre si no llevase en sí a la locura co m o el límite
de su lib ertad”.2 Su posición es diáfana: la libertad tiene una fro n ­
tera y el n om b re de ese b orde, del borderline, es locura, línea donde
la libertad se acaba. A gregaba en la segunda oportunidad: “El psi-
có tico se presenta esencialm ente co m o el signo, signo en impasse,
de aquello que legitima la referencia a la libertad”.3 Impasse, lo que
no puede atravesarse, lo que separa de uno y o tro lado a la libertad
de su ausencia.
Nótese que no hay lugar para un discurso más, el del psicótico,
ese d on de la palabra n o sería sem blante sino que se co locaría di­
rectam en te en él punto de u n ión de la verdad co n lo real, eso que
Julia Kristeva4 bautizó co m o “v real’1. T od o discurso es sem blante
porque se presen ta co m o verdadero sin serlo. Todo discurso es del
sem blante,5-6 porque habla de entidades que no existen sino a tra­
vés del discurso que les da su estatuto lenguajero. Y, finalm ente, to­
do discurso es del sem blante p oiq u e su agente (el que se dirige al
otro y lo interpela) es el sem blante, es quien tom a el lugar de la ver­
dad al m ism o tiem po que la pone a respetuosa distancia, sea am o,
universitario, analista o histérica. Y el psicótico n o es ni h ace sem ­
blante. Vive fu era de él aun cu an d o no le esté vedado cru z a r su
fro n tera y darse a entender.
No qu iere decir, pues, que el loco sea libre p ara elegir. De he­
ch o , y en tanto que su estado sea psicótico, son los otros quienes eli­
gen p or él. De lo que el loco está libre es de tener que elegir, eso a lo
que nos obliga el discurso a todos los dem ás, los que sabem os que
no se puede elegir sin perder, sin ren u n ciar a u n a parcela de goce.
L a psicosis “salva” al sujeto de p asar p o r la castración simbólica,
de verse obligado a desalojar al goce del cu erp o , de te n e r que m a­
nifestarse en un discurso donde el objeto se constituye co m o p er­
dido, de las b arreras [al g oce] que atascan a la subjetividad en la
significación fálica y que h acen imposible la relación sexual. El lo-
co es el sujeto que está en co n tacto inm ediato con el objeto preci­
sam ente p orqu e no está som etido a ten e r que m etaforizar y m eto-
nimizar su relación con él en el en cad en am ien to de los significan­
tes. L a alu cin ación tom a el lugar que tiene el fantasm a e n tre los
enlazados p or la palabra.
Así la locura nos m uestra una im agen de la libertad que es ajena
a los normales, los más o m enos neu róticos o perversos, los que nos
defendem os de lo real p o r m edio de lo sim bólico, nos aferram os a
nuestra im agen narcisística y nos instalamos en una supuesta “rea­
lidad” que está h ech a de enlaces en tre significantes y significados
arbitrarios. Tal “realid ad ” no es más que una form ación fantasm á-
tica com p artid a p or m uchos bienpensantes que nos perm ite la ilu­
sión de n o estar locos. Vivimos en el reino del sentido; n o somos in­
sensatos. Nos guste o no.
El loco, en p articu lar el esquizofrénico, d en u n cia sin saberlo a
la presunción de la razón que se con firm a a sí m ism a excluyéndo­
lo de los intercam bios y subordinándolo, en nuestras culturas, al or­
den m éd ico a través de la psiquiatría que e n cie rra y d om in a a su
cu erp o co n ayuda de los fárm acos. El psicoanálisis se co n fro n ta así
co n un dilem a: el de idealizar al loco y a la lo cu ra co m o paradig­
mas de la libertad o el de objetivarlo co n la n oción de “en ferm e­
d ad ” y justificar así las m anipulaciones y la reclusión. N uestra o p ­
ción consiste en d en u n ciar la falsedad de ese dilem a y m ostrar un
cam in o diferente, uno que sea co n g ru en te co n el n u n ca desm enti­
do determ inism o de Freud y de Lacan.
El riesgo es doble; p o r un lado el de justificar la red u cción del
loco a u na con d ición de anim alidad, p o r el o tro el de un buñueles-
co fantasm a de la libertad en donde los que estam os encad en ad os
a subsistir m erced a los oficios de un significante que nos rep resen­
te ante o tro acabam os p or co n stru ir la idea d e “la libertad del lo­
c o ” co m o rem ien d o im aginario a nuestra falta de ella.7
El problem a es que en la locura el loco n o es el dueño de su cuer­
po sino que lo en trega al O tro, co m o lo h acen tam bién y a su m o­
do el fárm aco-d ep en dien te y el suicida para que se o cu p e de él. Su
libertad tiene el ám bito de los m uros del m an icom io o de los mise­
rables cuartuchos de hotel adonde se los recluye hoy en día después
de im pregnarlos con produ ctos químicos. Si el loco fuese el único
h om b re libre, lo envidiaríamos. ¿Es así?
¿C óm o se llega a ser psicótico? ¿Es la elección de u n a posición
subjetiva de esas de las que u no siem pre es responsable com o dice
L a can 8 en “L a cien cia y la v erd ad ”? La neurosis, la adicción, el sui­
cidio, la perversión lo son. ¿Lo es tam bién, a la luz de lo que nos
enseña la clínica, la psicosis?
Elegir n o es escog er un objeto del que se habrá de gozar. Si se to­
mase ese punto de partida se quedaría uno en el más b urdo psico-
logismo de ía con cien cia autónom a. Elegir es acep tar la pérdida, re­
signar el g oce. El paradigm a de la elección, una elecció n forzada,
está dado p or L acan en su célebre ‘7a bolsa o la vida”? L a elección
im puesta al sujeto excluye la conjun ción de ambas. El psicótico es
precisam ente aquel que responde lo imposible: la bolsa y la vida, el
que no acep ta !a pérdida de goce. Elegir es elegir la pérdida del ob­
je to y, a partir de acep tar el cercen am ien to (écornement) del goce, se
elige el m odo de relacionarse co n el objeto en tanto que perdido. Esa
es, justam en te, la Neurosenwahl. No sucede así en la psicosis.
Es necesario seguir el pensam iento lacaniano sobre las psicosis y
en co n trar en su enseñanza el m om ento de inflexión a este respecto.
Es verdad que l a c a n pudo hablar de la psicosis co m o una “decisión
insondable del ser” !0 Esta expresión aparece en el artículo dedica­
do a la causalidad psíquica, escrito a pedido de H enry Ey en 1946,
donde Lacan enfrentaba así las pretensiones veterinarizantes del or-
ganodinam ism o. La “decisión insondable” está imbuida del espíritu
sartreano que dom inaba en esos años y, p o r m ás que se p retenda ne­
garlo, es abiertam ente contradicha p or la concepción lacaniana que
se desprende lentam ente diez años después, en el período de elabo­
ración que va del Sem inario III sobre las psicosis11 hasta la escritura
(en 1958) de “L a cuestión prelim inar a todo tratam iento posible de
la psicosis".12 Aquí la cuestión de la psicosis aparece cen trad a en tor­
no del concepto de “forclusión", totalm ente opuesto a la idea de una
“decisión insondable”. La nueva tesis plantea la n o intervención de
la metáfora paterna. El determ inism o propio de la psicosis ha de bus­
carse en la relación del sujeto co n el lenguaje: el significante que se­
ría el eje de toda articulación n o h a tom ado su lugar en la cad en a y
todos los demás vagan sin rum bo. Se ha bloqueado la supercarrete-
ra y el sujeto debe e rra r p or los cam initos secundarios donde todas
las señales se ponen a hablar por su cuenta. Se produ ce un desenca­
denam iento co n relación al lazo discursivo, con relación a la cadena
b orrom ea y co n la cad en a de las generaciones y ése es el ruido de ro­
tas cadenas que ensordece al psicótico.
Cuando el significante del nom bre-del-Pádre falta en su lugar, nos
enseña la clínica, lo que queda n o es un sujeto en la indeterm inación
y en la libertad absoluta sino un sujeto hundido en lo inefable del go­
ce, som etido a la arbitrariedad del deseo de la Madre. Pues la m etá­
fora p aterna es el efecto de la operación de la ausencia de la madre,
cuyo lugar el nom bre-del-Padre viene a ocupar. Para que esta opera-
ción fallida, para que esta forctusión se produzca, dice Lacan en 1968,
en las Jornadas sobre la Psicosis Infantil,13 es necesario el encadena­
m iento de tres generaciones que son las necesarias para producir a
un niño psicótico. La tesis de las Ues generaciones se con trapon e evi­
d en tem ente co n la “decisión insondable” de veinticinco años antes y
se agrega a la com prensión de las psicosis co m o un defecto no com ­
pensado en el anudam iento de la cadena b orrom ea (R, S. I) que fue
elaborado en los seminarios de Lacan de 1974 a 1977.
E l P ad re viene a p o n e r co to a lo peor. No cabe n in gu n a duda
de que él es un im p ostor y que la co n secu en cia de su im postura es
el som etim ien to del sujeto a las ataduras del discurso. Por la in ter­
ferencia del nom bre-del-Padre el sujeto es desalojado del g oce, de
la zarza ard iente de la Cosa. Im postu ra n o es, en cam bio, el deseo
de la M adre; ése sí es bien real. Se sabe de sus efectos cu an d o la
im p ostura fracasa, cu an d o el sujeto n o e n tra en esas form aciones
de discurso y form aciones del in con scien te que n o son sino sem ­
blante. Sobreviene lo peor, eso que ha d e evitar tod o tratam ien to
de la psicosis para n o “e ch ar los bofes sobre los rem os cu an d o el
navio está en la a re n a ”. 14
E n tre la propu esta del am o que en cie rra y red u ce al loco y el re­
curso idealista a u na libertad insondable y fantasm ática, el desafío
para los psicoanalistas es el de en co n trar una te rce ra vía. El deter-
minismo freudiano y la causalidad estru ctu ral lacan iana indican la
d irección a seguir.
2. PSICOSIS Y DISCURSO

Para el psicótico no hay escapatoria. En él n o se plantea la posibi­


lidad de una en trad a y salida m anejable, op eratoria, de las transac­
ciones lenguajeras. Su separación de la cad en a significante es un
efecto , la co n secu en cia d e un d efecto en la cad en a sim bólica del
sujeto. El psicótico se ubica y es ubicado fuera del rnigdel discurso.
U n a dificultad se presenta siem pre al escribir de m an era gen e­
ral sobre las psicosis: se tiende a h acer d e ellas un m od elo global
que resulta siem pre una alusión a lo que se e n cu en tra en la clínica
de los p acientes diagnosticados co m o psicóticos p ero que casi nun­
ca se con firm a p lenam ente en los casos singulares. Es así co m o “la
psicosis” y “el p sicótico” devienen rótulos esquem áticos que e xtra­
vían al clínico y al lecto r que investiga en lugar de orien tarlo con
respecto al p roceso estudiado. L o sabía bien F reu d al final de su vi­
da cu an d o escribía en un texto que los lacanianos, con razón, ten­
dem os a olvidar cu an d o 110 nos olvidamos de leer. En el Esquema del
psicoanálisis15 (1 9 4 0 [1 9 3 8 ]) el fun d ad or m anifestaba que

F.l problema de las psicosis sería sencillo y transparente si el desasi­


miento del yo respecto de la realidad objetiva pudiera consumarse
sin dejar rastros. Pero, al parecer, esto ocurre sólo rara vez, quizá
nunca... Probablemente tengamos derecho a conjeturar, con uni­
versal validez, que lo sobrevenido en tales casos es una escisión psí­
quica. Se forman dos posturas psíquicas en vez de una postura úni­
ca: la que toma en cuenta la realidad objetiva, la normal, y otra que
bajo el influjo de lo pulsional desase al yo de la realidad.

Esta Spaltung debe tenerse siem pre p resen te. H ablar o escribir
sobre “la psicosis” y sobre “el p sicótico” es restringirse a una de las
dos “posturas psíquicas”, la que se ha ap artado de la realidad, es de­
cir, del O tro del significante, e ign o rar la presencia con stan te de la
o tra postura, la que sigue vinculada al O tro. P o r eso en ningún psi­
có tico singular se e n co n trará p lenam ente lo que este u o tro au tor
escribe sobre “la psicosis” co m o m odelo ideal.
Esta consid eración es esencial p ara justificar la afirm ación asen-
tada líneas más arrib a de que el psicótico, p or el fracaso de la m e­
táfora p atern a co n forclusión del nom bre-del-Padre, queda ubica­
do fuera del discurso. Posiblem ente no valga de m od o absoluto pa­
ra ningún psicótico y, no obstante, tiene validez clínica general con
respecto a “la psicosis”.
La definición lacaniana del discurso co m o vínculo social, víncu­
lo en tre cuerpos habitados p or el lenguaje, es el resorte esencial pa­
ra acced er a la co n cep ció n psicoanalítica de las estructuras clínicas
en general y a las psicosis en particular. Desde la definición del sig­
nificante y su co n creció n en la matriz de todo discurso que es el dis­
curso del am o. “U n significante es lo que rep resen ta a un sujeto an­
te (o p ara) o tro significante’’,16 es definición in com p leta si no se
agrega: “... que deja co m o p rodu cción un resto, un real huidi­
zo que escapa a la articulación discursiva del Sx y el S2. En la posi­
ción de la verdad de esa articulación discursiva está el sujeto $ , el
que es rep resentad o p or el significante p rim ero an te el segundo.
L a definición del significante se escribe co m o m aterna del dis­
curso del am o:

agente ------o tro S, ------S2

verdad // producción S II @

E n tre los lugares de la verdad y de la p rodu cción se inscribe, ba­


jo la form a de una doble b arra de sep aración , un co rte que m arca
la disyunción, el d esen cuen tro necesario en tre los dos elem entos.
Al ser ocu p ad os estos lugares en la fórm ula del discurso del am o,
se h ace evidente que la relación de co rte o de disyunción es la que
existe en tre el sujeto y el objeto y que la escritura así p rodu cid a es
la del fantasm a dond e el co rte es indicado p o r el losange (): $ ().
¿C óm o se ap lica esta fó rm u la a la in telecció n de las psicosis?
Ya desde el S em inario X I, años antes de p ro d u cir los m aternas de
los cu atro discursos, L aca n hab ía estab lecido que d eb ía buscarse
la clave en la ligazón e n tre los dos significantes, en el intervalo
que los sep ara, en el “a n te ” ( auprés) o “p a ra (pour) el o tro signi­
fica n te ” de la d efinición . El Sj n o rep re se n ta al sujeto an te el S2,
sea p o rq u e n o hay d iferen ciació n en tre am b os significantes, sea
p orq u e está ro ta la sintaxis que los articu laría. Es el e fe cto d e la
forclu sión.
P or la función de la palabra, p or el discurso, se o btiene un saldo
fugitivo de g o ce que es @ , un @ que, p or definición, es inaccesible
p ara el sujeto. En las psicosis esta función de la palabra y del discur­
so está rad icalm en te p erturbad a. La coagulación o la desarticula­
ción de los dos significantes, ésta es la tesis que aquí se sostiene, pro­
voca co m o efecto una falla estru ctu ral en la co n stitu ció n del
fantasm a, un trastorno en la relación en tre el sujeto $ y el objeto
causa de su deseo, L a psicosis es un p roceso de afectación del in­
tervalo significante, sea, p ero su efecto para el sujeto es la falla en
la constitución del fantasm a en el m iem bro que co rresp o n d e al in­
tervalo en el m aterna del fantasm a, es decir, el losange (/. L a escri­
tura del losange fue dicha p or L acan de U es m aneras diferentes: co­
m o a] co rte, b] incon scien te y c] deseo de. La relación del sujeto
con el objeto del fantasm a puede expresarse de esas tres m aneras.
Eso es, precisam ente, lo que falla en las psicosis. Pod ría decirse que
está ausente o ro to el losange y que p o r eso n o hay fantasm a o el
térm ino mismo de fantasm a debería recibir otra definición si se qui­
siese conservar el incierto sintagm a “fantasma psicótico".
A hora bien, la función del fantasm a es la de distanciar al sujeto
del objeto causa del deseo que es, a la vez, el objeto del goce o el go­
ce com o objeto. Gracias al fantasma el sujeto está protegido con re­
lación al goce, m an tenid o a respetuosa distancia d e él. El losange
equivale, en la fórm ula, a la im agen gráfica del cristal de una vidrie­
ra (o un espejo) que separaría al sujeto del objeto deseado y prohi­
bido, peligroso. L a psicosis es el quiebre del cristal, la situación en la
que el sujeto queda expuesto al goce y es desbordado p or él.
Volviendo al m aterna del discurso del am o, que es el de la defi­
nición del significante, ten em os que exp resar a h o ra la situación
anóm ala que se en cu en tra en la psicosis: a] S, y S„ coagulados, he­
chos u na masa indistinta, hom ologad os en tre sí, lo que L acan de­
signara tem p ran am en te co m o holofrase}1 Ese p egoteo es el respon­
sable, según dice, no sólo de las psicosis sino tam bién de otros
procesos, co m o la debilidad m ental o las afecciones psicosom áticas,
y b] Sj y S2 desarticulados, caren tes de sintaxis, separados de m odo
ineluctable en tre sí. E n am bos casos ha dejado de existir el discur­
so co m o vínculo social. Tom ando com o m atriz el discurso del am o,
cabe arriesgar ah o ra la escritu ra de la relación del psicótico con la
palabra de esta m anera:

s, o s2
3 . @

Esta escritu ra p retend e m o strar que la relación d e disyunción o


co rte, indicada p o r el losange (}, se ha desplazado a la relación en­
tre el lSj y el S2 y que ese m ism o co rte lia dejado de existir en tre el
sujeto y el g oce, que h a desaparecido la b arrera que los m an tenía
divorciados y que alentab a en lo im agin ario la búsqueda d e un
reen cu en tro ulterior. Tal era el fantasm a (3 0® ) co m o respuesta al
deseo que se ilustra en el grato de “Subversión del sujeto y dialéc­
tica del d eseo ”.18 Doble ru p tu ra, pues, en el psicótico: de un signi­
ficante co n o tro y del fantasm a co m o b a rre ra fren te al goce. Doble
efecto clínico: interru p ción de la dialéctica intersubjetiva e invasión
irrefrenable del g o ce del O tro, n o som etido a la regulación fálica y
a la ley que o rd en a el deseo.
O el goce o el discurso. H em os record ad o que Lacan casi nunca
habló de un sujeto del goce. La prim era vez, ya evocada, fue en el se­
m inario de la angustia (13 de m arzo de 1963) para plantear el mo­
m ento m ítico de inicio que habría de culm inar en la división subje­
tiva (fórm ula de la división y la carnación subjetiva). L a segunda fue
en 1966, al presentar la publicación en francés de las m em orias de
Schreber.19 Escribió entonces sobre la recién aparecida polaridad en­
tre el sujeto del goce— p or un lado — y el sujeto, a quien el significan­
te representa para un significante, siem pre otro , p or el otro lado.
L a forclusión o p era sobre la relación del significante del nom -
bre-del Padre con el resto de la cadena. D esam arrado, el habiente
es lanzado a la deriva de los discursos, a la d ep en d en cia de la res­
puesta d ' ! O tro, a ten er que significarse a través de su palabra, a la
ex-sisVncia. P o r esto es que en el psicótico, y en tanto que psicóti­
co , la palabra no es símbolo, no es invitación o invención del inter­
cam bio, no funciona co m o diafragm a del g oce.
El significante rep resen ta al sujeto que no es psicótico. El sujeto
está en el lugar del significado, él es lo significado an te otro signi­
ficante. N unca del todo, p orque queda un resto que es Esta ar­
ticulación con el segundo significante es lo que falta en la psicosis.
U n significante suplanta co m p letam en te al sujeto, no lo ( r e p r e ­
senta; ese significante no necesita conjugarse co n otro , hay coales-
cen cia del significante y el sujeto (significado). No hay un resto ina­
similable, 1111 residuo de la o peración . El psicótico está invadido p or
el g oce, ese g oce del que, de ordinario, cada uno queda excluido
p or la no coalescencia del de significante y el significado. Las pala­
bras son las cosas del psicótico, n o un saldo fugitivo que obliga a p ro­
seguir el en cad en am ien to discursivo. En él hay un significante Sx
que rep resenta al sujeto de m o d o absoluto, se con fu n d e con él, sin
rem ed io ni rem isión, sin que la falta se sim bolice. P or eso es que
hablam os del g o ce ‘psicótico p ero no del deseo psicótico. No hay
falta en ser que m o to rice el discurso.
El psicótico no se sostiene a distancia del g oce, habita en él; es­
tá identificado co n su goce. Él es goce. L a alucinación allí no es una
p ercepción de alguien. No hay distinción entre perceptum y perápims.
Faltando el losange que aleja al sujeto del goce del objeto la con­
densación se p ro d u ce ah ora en tre los dos térm inos del fantasm a.
H abría que pensar en un vocablo análogo al de holofrase para desig­
n ar esta coí lescencia en tre H y @ cuyo ejem plo más conspicuo es la
alucinación. En la p ercep ció n el sujeto tiene delante a un objeto y
puede som eterlo a la “p ru eb a de realidad” freudiana; en la alucina­
ción el sujeto está fundido, confundido, con su objeto. No son dos,
son u n o solo, n o guardan una relación de exteriorid ad recíp ro ca.
En las psicosis el g oce no se localiza en u n a región del cu erp o ,
n o está refrenad o y lim itado p or el significante fálico, rep resentan ­
te de - cp, de lo que en el cu erp o falta a la im agen deseada, sino que
invade el cuerpo en tero transform ado en pantalla d on d e se proyec­
tan m etam orfosis espeluznantes que dejan atónito al sujeto, a un
sujeto que se ve reducido a ser el escen ario pasivo de transform a­
ciones que o bed ecen a la oscura voluntad de un O tro om nisciente
que rige y regula el a co n te ce r orgán ico . Influencia, h ip o co n d ría,
alucinación de ó rd en es, p ersecu ción , m agnetism o, irradiaciones,
transexualism o, negación, putrefacción, cadaverización de un cu er­
po d on d e no im p era sino la O tra voluntad, la que gobierna la car­
ne del presidente S ch reb er p ara los siglos p or venir.
O tro efecto de esta ausencia de regu lación del g oce p o r el falo
{p o r la castración) es que la vertiente paterna, freudiana, del super-
yó, h ered era del com plejo de Edipo, no se presen ta p ara incitar ha­
cia la o tra mujer, la prom etida y posible. Subsiste en ton ces, irrefre-
n ada e in coercib le, la o rd en obscena y feroz del superyó a rcaico ,
m atern o, kleiniano, que co m an d a el ¡Goce!imposible, ¡goce! ilimita­
do de la Cosa que está antes y más acá de la castración.
P o r la defectuosa integración del sujeto en el o rd en simbólico es
que él n o llega a distanciarse de lo real com o imposible. C onsecu­
tivam ente se p ro d u ce una d esorganización co m p leta de lo imagi­
n ario del cu erp o . Sobre este trasfondo de fragm en tación , sobre es­
te trastorn o rad ical d e la existen cia, se im planta la fu n ción
restitutiva del delirio que p reten d e volver a ligar al sujeto en una
cad en a significante y dar cu en ta de la exp eriencia vivida. El conjun­
to de la aventura psicótica resulta de esta dispersión de los signifi­
cantes que han quedado invertebrados, desligados del vínculo so­
cial. La m etáfora delirante intenta rem en d ar la falla de la m etáfora
p aterna en su función de conferir una significación a la falta en el
O tro. Preten d e devolver al sujeto a las redes del lazo social. Restau­
ra r la ligazón, la B in d u n g del g o ce con la palabra.

S . D R O G A -@ -D IC C IÓ N

N o se elige la psicosis. P ero hay un m étod o de sustracción del suje­


to al intercam b io sim bólico que es, éste sí, objeto de un consenti­
m iento y de una elección. Algo que p erm ite u n a co n exió n casi ex­
perim ental con el g o ce y que o pera un co rto circu ito co n respecto
del O tro y de su deseo. U n a senda que perm ite al sujeto un cierto
balizam iento, la produ cción más o m enos regulable de una separa­
ción con respecto a los efectos de la operación de alienación signi­
ficante. U n a separación que puede ser com pleta, es decir, un recha-
7,0 absoluto de la alienación significante. No deja de ser paradójico
que este m étod o sea puesto a la disposición del sujeto precisam en­
te p or ese O tro del cual el sujeto p retend e separarse. E n efecto, es
un p ro d u cto de la industria, algo que se trafica, algo que es p ro­
puesto y ofrecido p or el O tro en el co m ercio lo que puede satisfa­
c e r esta d em an d a de una sep aración radical, de aniquilación del
“p ien so” en beneficio de un “soy” sin atenuantes y más allá de toda
cogitación. Estoy hablando, ya se h abrá en ten d id o, de la droga, las
drogas si se prefiere, y de su efecto p erm an en te en el sujeto, que es
la d ro gad icció n.20
El intento de separación (del O tro ), entendida co m o operación
opuesta a la alienación (en el O tro ), es, según creo , la clave que nos
perm ite in tern am o s en la ju n g la de las drogas, que es una de las ca­
racterísticas específicas de nuestro m undo y de nuestras vidas en la
actualidad. U na realidad cuya presencia irá ganando im portancia
sin que podam os avizorar ningún límite a la creación de nuevas sus­
tancias que lleguen al organism o y lo m odifiquen sin pasar p or el
filtro de la subjetividad.
El m o d o m ás estrepitoso de la separación de! O tro es, sin dudar­
lo, el suicidio del que luego hablarem os. L a d roga o frece una alter­
nativa diferente. C on ella o co n ellas el clam o r es apenas ru m or, el
p ortazo se vuelve un m ero escu rrirse, la soberbia deviene hum il­
dad, lo aparatoso se to m a recóndito, la altanería suicida se hace ver­
g onzante. U n a diferencia salta al prim er plano: en la intoxicación
no hay m u erto sino un “darse p or m u e rto ” que no reivindica con
orgulloso desdén al cu erp o que se en trega co m o un óbolo al O tro
sino que lo degrada y lo m uestra en la m iseria de sus servidumbres
orgánicas.
El suicidio destaca el nom bre, lo h a ce propio, lo quita de la en­
trega al O tro. En cam bio, los alcohólicos son anónim os, en tanto
que alcohólicos y alcoholizados, claro está.
De todos m odos, hay que ten er cuidado de no hab lar fácil y lige­
ram ente de los adictos, toxicóm anos o fárm acodependientes según
se prefiera llam arles. El uso del alcohol y de las dem ás drogas co n ­
figuran una “co n d u cta ” y no un a estru ctu ra clínica. Tal co n d u cta
p u ed e ap a re ce r en sujetos n eu rótico s, perversos o psicóticos y la
m an era de e n ca ra r psicoan alíticam en te los casos n o d ep en d e del
uso de las drogas sino de los rep aro s estructurales; son ellos los que
p erm itirán o rien tar la d irección de la cura. Siem pre será sabio por
p arte del analista que en cu en tra al uso de drogas en el sitio más vi­
sible de la presen tación de un caso el h acer re tro c e d e r este m odo
en cu b rid or en que el sujeto se m uestra o es llevado a m ostrarse al
psicoanalista. “Soy toxicó m a n o ” es un d ecir com ú n p ara escabullir­
se de la p regunta por el ser: el nom bre-del-Padre, del padre co m o
quien n om bra al sujeto, es el de la droga de la que el sujeto está col­
gado (d e-p en d e). L a toxicom an ía m ism a cu b re y elude esa cuestión
confiriendo un sem blante de identidad que n o pasa de ser u n a más­
cara que debe ser arran cad a p ara que las verdaderas preguntas del
sujeto se h agan oír.
L o in teresan te de este co m p o rtam ien to está en el m o d o en que
el sujeto se en fren ta co n este objeto p ecu liar que es la d roga. Se
supone que su adicción le p erm itiría u n a vía de acceso privilegia­
da y d irecta, en co rto circu ito , h acia el g o ce y que sería un m odo
d e im p u g n ar la exigen cia del O tro y de la cu ltu ra que im pone re ­
n u n ciar al g o ce. L a d ro ga llega a ser el ob jeto de u n a necesid ad
im p eriosa que n o acep ta ni las difericiones ni las diferencias de la
satisfacción d em an d ad a. E n co n tram o s ahí una d iferen cia radical
e n tre el ob jeto de la to xico m an ía y el objeto de la pulsión o del
fantasm a. La falta en ser n o p arece ser provocad a p or un objeto in­
n om in ad o e irrecu p erab le sino p o r un a m e rca n cía que se co m p ra
en el m ercad o . En tal sentido la d roga, objeto de la necesidad, en­
m ascara o sustituye al deseo inconscien te que queda m ás d escon o­
cid o que n u n ca al disfrazarse co m o una exigen cia del organism o.
Se trata de u n a necesidad plantead a en térm inos absolutos, de vi­
da o m u erte: o hay el g o ce quím ico o hay la nada. El sujeto queda
abolido, redu cid o a la co n d ició n de desech o, La d roga n o es un
objeto sexual sustitutivo, ca re ce de valor fálico; es, p or el co n tra ­
rio, un sustituto de la sexualidad misma, un m o d o de apartarse de
las co a ccio n e s relación ales im puestas p o r el falo. Así es co m o la
d roga se em p arien ta con el au to ero tism o de la prohibición origi­
n aria: el sujeto se adm inistra a sí m ism o u n a sustancia que lo co ­
n e cta d irecta m e n te co n un g o ce que no pasa p o r el filtro de la
aquiescencia o el forzam iento del cu erp o de o tro ; se consigue de
tal m odo el relevo de la sexualidad.
Es escaso lo que en co n tram os en la enseñanza de L acan acerca
de este tem a p ero la escasez n o es n ecesariam en te la pobreza. Es
p reciosa la ind icación que dejara plantada en la única oportunidad
en que se refirió a la d ro ga co n ese n om bre, al final de su vida,21
cu and o exp resó que la dificultad p ara nosotros, habientes, es la de
sacar de la castración un g oce, la de perm itir que la castración y el
deseo nos liberen de la angustia con d u cién d on os h acia la investi­
dura del cu erp o del O lio que simboliza la falta en el nuestro. Pues
la angustia p ro ced e para nosotros, hom brecillos o futuras m ujerci-
tas, de d escu b rir— co m o en el caso d e jü a n ito — que estam os casa­
dos co n el pito y que la cuestión difícil es có m o disolver este m atri­
m onio funesto con trayen d o otro , con el cu erp o del O tro o co n lo
que sea; de ahí que sea bien recibida cualquier cosa que perm ita es­
cap ar a esta u nión “de d on de viene el éxito de la d ro g a ”. Y con clu ­
ye: “No hay otra definición de la d roga que ésta: es lo que perm ite
ro m p er el casam iento con el pipí”. La droga es la pareja que viene
después del divorcio del hom bre o de la m ujer con el o rd en fálico,
con la admisión de la falta. Es la p rom esa de un paraíso ou tout n ’est
qu ’ordre, beauté, calme, luxe et voluplé,22 d on d e el O tro es sustituido
p or un objeto sin deseos ni caprichos, un objeto que deja el ú nico
problem a de procu rárselo a m o d o de m ercan cía y que 110 traicio­
na.
El alcohólico, el droga-a-dicto, im pugna la deuda simbólica, deu­
da etern a y extern a que no con trajo y que no quiere pagar. Porque,
p ara él, es im pagable. L alen gu a m exican a dice que c o n ü a e r un a
d euda es “en d ro g arse”. La deuda m ism a es llam ada “d ro g a ”. Hay
que insistir en esta relación en tre d ro ga y deuda (sim bólica) con el
Pad re, con el O tro, co n el a creed o r om n ip oten te que exige ren u n ­
ciar al g o ce y e n trar a com erciar.
Frente a la m arca impuesta sobre él p or un Ideal, I (A) que aspira
lo que p rocede del sujeto (vector $ —* I [ A ] ), en el grafo del deseo),
él entrega su voluntad bajo la form a de un cuerpo privado de reaccio­
nes vitales, pura máquina metabólica sin deseo, negación fantástica y
fantasmática de la castración p or medio de la negación del falo.
L a fenom en ología m u estra la diferencia ap aren te e n tre la im po­
tencia que afecta a los alcohólicos y drogadictos de sexo m asculino
y !a prom iscuidad sexual co n m ultiplicación de las búsquedas y de
los con tactos sexuales en las m ujeres de igual condición. La co n tra­
dicción no es estru ctural. La función fálica cum plida p o r los h om ­
bres a través de la investidura fálica de una m ujer que alcanza así
valor de goce {y de síntom a) es algo que el alcohólico, p aradigm a
del grupo, n o realiza. Se co loca él p o r fuera, m ás acá del deseo. L a
alcohólica, p o r su p arte, se niega a recib ir esa significación fálica;
su cu erp o no es ya un objeto de investiduras narcisísticas, es algo
que se da, ob jeto de ínfim o valor que cualquiera p uede tom ar y de­
jar. L a prom iscuidad de la una tiene el m ism o sentido que la im po­
ten cia del otro . En am bos la castración ha pasado a ser real porque
no fu nciona co m o vía p ara alcanzar el goce “en la escala invertida
de la Ley del d eseo ”. El g o ce n o ha sido rech azad o, la castración no
h a sido simbolizada, el g oce se ha h ech o inalcanzable, la ley del de­
seo, la que o rd en a desear, no opera.
H ay el O tro. ¡Ay, el O tro! Ese O tro que d em an d a que se desee
su deseo, que el sujeto se inscriba en él bajo las insignias del traba­
jo , del am or, de la paternidad o de la m aternidad, de la d escen den ­
cia y de la con d escend en cia, de la d ecen cia y de la d ocen cia, de la
p rodu cción de objetos co m o significantes y d e significantes com o
objetos. Está el O tro que, aunque tachad o y aunque n o exista, im­
p one su Ley y h ace al sujeto responsable de su posición de sujeto.
El O tro que pide que se dé cu en ta del paso p or el m undo, que im-
p one que el sujeto explique y responda p or la vida que se le dio en
lo sim bólico cu an d o se le atribuyó el n om bre propio que lo rep re­
senta ante el con ju nto de los significantes.
No siem pre el O tro pide; av e ce s es más letal cu an d o n o lo hace.
La a-dicción no es tan sólo una ren u n cia a p ro n u n ciar las palabras
qué rep resen tarían al sujeto an te el O tro exigen te. L a vida en el
m undo del capitalism o tardío m uestra o tra m an era de d isponer la
capitulación del habiente, la d errota de la palabra. Sucede así cu an ­
do el O tro n o dice ni pide ni espera, cu an d o el o tro calla. P ropon ­
go que en tal caso hablem os de A-dicción. “H az lo cjue quieras. A mí
no m e im porta. Ni te hablo ni te escu ch o ”. La fu n ción dogm ática
de transm itir verticalm ente un m ensaje que desciende de las altu­
ras a la tierra, esa función cum plida p or Dios, el E m perador, el Rey,
el Estado, el Partido, el Padre en todas sus form as históricas ha si­
d o desertada p or todos sus figurones. L a Ley es objeto de irrisión;
n o se h ace presente en el h orizon te. E n apariencia se h a entroniza­
do a la libertad. Para m uchos el inconveniente de la actualidad post-
m o d ern a es que la palabra que se pudiera d ecir ca re ce de efectos.
A los sujetos se los cu enta p ero nadie los tom a en cu en ta. Son nú­
m eros en estadísticas y su presencia se red u ce a d ecir “sí” y “n o ” a
las preguntas del encuestador.
L a palabra que se dice co m -p rom ete, es una prom esa, es una in­
vocación al en ten d im iento y al deseo del O tro , en últim a instancia
a un a falta que tend ría que habitar en él para que la existencia de
alguien ten g a sen tido. P od ríam o s ju g a r co n los dos sentidos del
vocablo “o ra c ió n ”. Sale d e la b o c a ( oris) p ero n o es sim ple e x h a ­
lación de aire; es d em an d a de u n a respuesta, es exp ectativa de un
sentido que se d ará a la o ració n en el sentido gram atical y en el
religioso. El sentido d ep en d e de la respuesta; nu n ca habita co n au­
ton om ía en el sujeto. P roced e siem pre del que escu ch a, tal co m o
se dem uestra a cad a instante en la exp eriencia del análisis. El g oce
del sujeto está refren ad o p or esa exp ectativa de respuesta, p or el
deseo, en la instancia del diálogo. A hora bien, si el O tro ni espera
algo ni h ace saber lo que quiere, si el O tro n o es d esean te, ¿para
qué hablar?
El sujeto es aniquilado p or la sord era del O tro y elige el mutis­
mo. Las drogas que em briagan y ofrecen un atajo al g oce sin pasar
p or el deseo, que llegan al cereb ro y actú an sin la m ed iación del
diafragm a de la palabra, perm iten desprenderse de los com p rom i­
sos que atan al cu erp o con la cultura. De la abolición del sujeto que­
da, co m o resto, el cu erp o h ech o objeto, @ . En este caso nos perm i­
timos hablar de @dicción.
R ecordem os: “Q ue se diga queda olvidado detrás de lo que se di­
ce en aquello que se escu ch a”.23 H em os co m en tad o que la en u n ­
ciación del sujeto es lo que se olvida en el en u n ciad o p or la escu­
cha que corresp on de al oído del O tro. ¿Ysi el O tro no escucha, cuál
es el sentido del d ecir? L o an u lad o en tal caso es el sujeto de la
en u n ciación. El g oce fálico, el del blablablá, e! que pod ría abrir un
cam in o p ara que, transitando p or el deseo, se llegue al goce, está
obliterado. Al ser im perm eables las vías que llevarían al goce que
está más allá de la palabra sólo queda el goce del más acá, el primi­
genio g oce del ser, an terio r a la palabra. Sentim os la con fluen cia
de nuestros tres térm inos: adicción, ©adicción y Adicción, m odalida­
des todas en las cuales el sujeto deja de d ecir y se aparta del Kultu-
rarbeit, de ese trabajo de la cultura reclam ado p or Freud, el que pue­
de h acer que donde Ello estaba llegue Yo a advenir. La indiferencia
en m ateria de política, la ren u n cia a la co n g reg ació n y la a cep ta­
ción de la segregación son las m anifestaciones más visibles en nues­
tro m undo de esta a- @-A-dicción. El psicoanálisis y los psicoanalis­
tas tienen que involucrarse en esta situación sin sum arse a la
antedicha indiferencia.
El cu erp o en todas estas form as de la sin-dicción es asiento de un
g o ce que desaloja al sujeto y lo p o n e fuera del discurso co m o ex­
presión del vínculo social. Bajo el efecto de las drogas el cu erp o es
objeto @ y n o , co m o en los suicidas, S (A ). E n ellos el cu erp o es la
prenda que se en trega a cam bio de la deuda, u n a libra de carn e que
es toda la carn e que se libra en las m anos y en la voluntad del O tro.
De tal m o d o se m aterializa la suspensión de pagos, el “dispongan
de m í”. A rrojan do su cu erp o al abism o es co m o los suicidas respon­
den a la dem an d a insaciable de un acreed o r usurario.
Apartarse de! O tro, de su d em an d a (o de su silen cio), de la or­
d en ad a con ciliación de los deseos, es o p eración que puede h acer­
se de m o d o estrepitoso p o r m edio del pasaje al acto suicida, el m o­
do más radical de ce rra r la pu erta que, so p retexto de “no qu erer
saber más n a d a ” d e los con d icion am ientos de la vida, de la aspira­
ción ro tu n d a a la b o rra d u ra del sujetó en la ca d e n a significante,
p ro d u ce p arad ójicam en te una inscripción indeleble. Pues el acto
suicida conlleva, con el apartam iento, una im pugnación feroz y des­
piadada del O tro y de su g oce. El suicida m ata, es un “h om icid a tí­
m id o ” según lo definió el suicidado C esare Pavese. El sujeto de la
au toinm olación n o dice sino que arro ja su cadáver co m o objeto li­
brado a la descom posición orgán ica. Su tacita sentencia (sentence):
“Aquí tienes mis restos ( corpse) ” es una d eterm in ación que, lejos de
b rindar al O tro ese ob jeto @ que es el cu erp o co m o d esech o, lo
m arca a ese O tro dejando en él una cicatriz que es record atorio per­
petuo de su inconsistencia. Así, la carn e putrescible se inscribe de
m odo indeleble co m o S (#.), p recisam en te cu an d o n o es m ás que
(the rest is) silencio. Al b o rrar p o r p ropia decisión la vida del cu er­
po es al O tro de la Ley al que se tacha. De ahí la fascinación y el es­
p an to, de ahí la repulsa, la secu lar co n d en a y la culpa, etern a si se
pudiera, que recae o que se p reten d e h acer re ca e r sobre el suicida
y sobre su acto.
De todos m odos hay un vínculo esencial en tre el suicidio y la dro-
gadicción. R ecord em os al Lacan de los prim eros tiem pos (1 9 3 8 ) 24
cu an d o hablaba todavía de “la form ación del individuo” y de “los
com plejos fam iliares”:

Esta te n d en cia psíquica a la m u e rte ... se revela en los suicidios muy


esp eciales q u e se caracterizan co m o ”110 v iolentos", a la vez que apa­
rece en ellos ¡a fo rm a oral d el co m p le jo : h u e lg a de h a m b re de la
an o rexia m en tal, env enenam iento len to de ciertas toxicom anías pol­
la b oca, régim en de ham bre de las neurosis gástricas. El análisis de
estos casos m uestra que el sujeto, en su ab an d on o a la m u erte, bus­
ca e n c o n tra r la im ago de la m adre.

Si la relación sexual no existe, si el am o r no puede suplirla y cu m ­


plir con su prom esa, si el trabajo en carece y consagra la esclavitud
en vez de liberar de ella, ¿qué queda, qué, sino la desesperación, la
sed, la atracción p or el maelstrom de que dan cuenta en sus obras un
Poe, un Lowry, un personaje de Drieu la Rochelle {El fuego fatuo) o
un Riinbaud que se b orra del m u n do después de h ab er tratado, y
no en vano, de fijar sus vértigos? ¿Qué queda sino atiborrarse de esa
com ida que el O tro pide que se “le” com a (bulimia) para después
vom itarla y negarse a seguir com ien do (an o rexia)? Los desórdenes
de la pulsión oral son tam bién formas clínicas ele la a-@-A-dicción.
¿Q ué piden — sin palabras— los a-dictos? Ser dejados en paz, sin
ten er que q u erer nada de lo que el O tro quiere de ellos; gozar sin
desear, im pugnando así al falo y a sus pretensiones unificadoras; sa­
lirse del ju eg o co n los dados cargados riel ciar y el recibir, de los in­
tercam bios de palabras, objetos, signos, criaturas, para llegar a vivir
esa relación perfecta del alcohólico co n su botella, puesta de m ani­
fiesto p or Freu d co m o m odelo envidiable de un am o r que no co ­
n oce las fallas, las traiciones ni los reclam os recíp rocos. Vivir desco­
n ocien d o esa d eu d a simbólica con que se les im portuna.
H e dicho que la a-@-A-dicción ilustra un rechazo de la e-dicción,
del edicto prom ulgado p or el O tro. El a-dicto lo consigue p or m e­
dio de un ap artam ien to exp erim en tal, in stru m en tal, o p e ra to rio ,
respecto del O tro , p o r m edio de un m ovim iento de vaivén del cual
el sujeto, pues hay, sí, sujeto de la a-dicción, quisiera ser el am o. To­
das las a-dicciones com ienzan — según se constata a diario— con la
idea del “co n tro l” de las entradas y salidas al g oce. “Sé bien hasta
d onde puedo llegar sin p erd erm e”. Pero “Yo es O tro ” y el O tro, que
p retend e actu ar a través de Yo, que p reten d e “co n tro la r” el vaivén,
term ina siendo arrastrado; el g oce sin dicción se ap o d era y m uchas
veces logra d estruir el diafragm a de la palabra. En el p eríod o clíni­
co, desde la perspectiva del psicoanálisis, la única que aquí consi­
dero, el sujeto se presenta co m o un parp ad eo, un guiño reiterada­
m ente h ech o al O tro ,/o rí y da, que es lo que p on e en acción a ese
O tro del que nada quisiera saber y que, las más de las veces, asume
y se h ace depositario y adm inistrador de su desesperación.
Es así co m o el alcohol y las dem ás drogas h acen estallar el dia­
fragm a de la palabra y abren las com p u ertas de los paraísos artifi­
ciales. P ero n o es artificial, no, la situación del psicótico.
Llegado a este punto creo que puedo señalar otra form a de la adic­
ción que no m e detendré a considerar: m e refiero a la escritura, n o
a cualquiera: la de quien la utiliza co m o m odo de separación (contra­
ria a la alienación) en relación co n el O tro y sus exigencias. Pienso en
m uchas figuras del siglo pasado: Kafka, Jo y ce y Beckett, Plath, W oolf
y Pizarnik, Camus, Céline y Sebald, Roth, Musil y B roch. Pienso en
el m agnífico ensayo de Serge A n d ré:25 “1.a escritura com ienza don­
de term ina el psicoanálisis”, en el que se analizan a fondo las rela­
ciones entre psicoanálisis y literatura y la presencia del goce y el de­
seo del escritor en la obra acabada. Pero pienso también que no sólo
la escritura sino que también la m úsica y las artes plásticas son mues­
trarios de la creatividad que se desencadena en ciertos creadores que
se apartan del lazo social y optan p or los dolores del g oce a costa de
los placeres del recon o cim ien to.26 Pienso, p or fin, en la multitud de
creadores anónim os que h acen un arte bruto ( art brut) , obras de chi­
flados e ingenuos, fuera de las editoriales y de las galerías, no dirigi­
das a ningún otro ni O tro. Dejo indicado solam ente este cam ino pa­
ra la investigación de los goces adictos.
En síntesis, resum iendo el m ovim iento de este capítulo: se han
definido tres form as polares d e ru p tu ra de los lazos en tre el sujeto
y el discurso: la psicosis, la d rogad icción y el suicidio. En todos los
casos el parentesco se entabla p or el apartam iento de la función del
discurso. E n los tres se trata de un h ech o de lenguaje, en el cam po
del lenguaje. L a salida es elegida, en el sentido freudiano ( Wakt).
p o r los dos p rim eros; es forzada en el tercero . L a relación co n el
g o ce y co n el O tro d e la dialéctica subjetiva es rad icalm en te dife­
ren te p ara cada una de estas tres posiciones de a-dicción. Y el desa­
fío p ara el analista es, en cad a vina de ellas, el de restau rar el movi­
m iento del deseo que se ha detenido. Con no m uchas posibilidades;
sólo cu en ta con un instrum ento, la transferencia, cuyo filo está m e­
llado p o r el p roceso m ism o que atraviesa al sujeto. Hay razones, sin
duda, para que estas tres a-dicciones no sean el cam p o electivo del
psicoanálisis. P ero, si n o es el psicoanálisis, ¿qué otra cosa cab e té-
ticam en tet intentar?

REFERENCIAS

1 Lacan [1968], A. p. 361.


2 É. [1946], pp. 176; en español, I, pp. 166.
3 Lacan [1968], A. £., p. 363.
4j . Kristeva, Loca verdad, Madrid, Fundamentos. 1985.
I Lacan [1971-1972], S. XVIII, D'un discours qui neserail pos du semblant.
6 N. A. Braunstein, “El concepto de semblante en Lacan”, México, Siglo XXI, pp.
121-152.
7 Chr. Fíerens, Comment penser la folie, Ramonville, Eres, 2005.
x Lacan, É., p 858; en español, II, p. 838.
9 Lacan [1964], S. XI, p. 193.
10 Lacan ['1948], É. p. 177; en español, I, p. 167.
II Lacan [1955-1956], S. III.
12 Lacan [1958], £., pp. 531-585; en español, II, pp. 513-564.
13 Lacan [1968], A. É„ p. 362.
H Lacan [1958], £., p. 583: en español, II, p. 564.
15 Freud [1938], vol. XXIII, pp, 241-242.
16 Lacan [1960-1964], É., p. 860; en español, II, p. 840.
17 Lacan [1954], p. 256.
!8 Lacan [1958-1960], p. 817; en español, II, p. 797.
i!i Lacan [1966], A. É., p. 215.
-" Aníbal I «US B. de Cali, publicó un artículo que tituló 'Interpelar la droga-dic-
ctón". El guión de su título sirvió de impulsor para estas reflexiones, así como su afir­
mación de que “el drogadicto es quien ‘crea’ o ‘administra’ sin necesidad de los otros,
que lo demandan como sujeto, su propio goce”. El texto de Lenis apareció en el nú­
mero 2 del Boletín de. Estudios Psicoanalíticos de Cali, Colombia.
21 Lacan, “Séance de Clausure de lajournée des Cartels de l’École Freudienne” (18
de abril de 1975), Lettres d e l"Ecole Freudienne (18), 1976.
22 Ch. Baudelaire, l¿s jleurs du mal.
23 Lacan [1973], A. É. p. 449.
24 Lacan [1938], A. £., p. 35.
25 S. André, Fiar, México, Siglo XXI, 1999; en francés, Marsella, Que, 2000.
2h G. Steiner, Grammars o f creatinn, New Haven y Londres, Yale University Press, 2001.
cap. I, pp. 17-64.
I . UNA PRACTICA LENGUAJERA

M ucho y m uchas veces hem os discurrido antes de este últim o capí­


tulo ace rca de las relacion es en tre el goce y la palabra. Tanto que
puede p arecer un exceso. ¿Hay que justificarse p or ello? Diré pri­
m ero que n o hay que hacerlo y luego lo haré.
La clínica psicoanalítica exp lora el m odo de relación del sujeto
con el g oce que pasa — es nuestra tesis— p or la m ed iación activa
del diafragm a de la palabra. L a clínica no tiene otra base m ás que
aquello que se dice en un análisis y lo que se h ace en un análisis es
cre a r con d icion es para el despliegue del saber in con scien te, condi­
ciones para el apalabram iento. P or lo tanto, la experiencia psicoana­
lítica está jugada íntegramente en la relación del sujeto con el goce y está
orien tad a hacia un cierto bien que es el g o ce co m o posible, com o
aquello sin lo cual sería vano el universo, pero tam bién co m o aque­
llo que debe ser rechazad o para que pueda ser alcanzado. E n la ru ­
ta hacia el g oce hay que hacer, forzosam ente, una escala en el puer­
to del deseo.
Esta es la razón que ah o ra en co n tram os para la organización es­
tricta y exclusivam ente lenguajera de esa exp erien cia del análisis.
Ella tiende a que la verdad sea dich a después de ace p ta r que a la
verdad no se la puede d ecir sino a medias, que debe filtrársela por
el sem blante, por el discurso. Las palabras siem pre faltarán para de­
cirla toda. Sólo p o r el lenguaje es que estam os en el m u n d o pero,
del m undo, el lenguaje no nos da más que un sem blante, algo que
se le p arece, que para-es. El análisis está diseñado en relación con
ese g oce del ser que el lenguaje mismo forcluye; n o puede más que
p ro m eter de él, del g oce, el descifram iento.
En su fu nd am en to hay un a presu n ción que la exp erien cia mis­
ma revelará co m o falsa: que la verdad p odría decirse: es la consig­
na inicial: Diga todo..., etc. Esa injunción de la regla fundam ental
no tiene otra m eta que la de co n fro n tar al sujeto con la imposibili­
dad de decirlo todo y así p o n er de m anifiesto la inconsciente estra­
tegia discursiva seguida p or el analizante an te la evidencia de esa
imposibilidad. El “diga to d o ” inicial va seguido de un aunque te pa­
rezca desagradable, que es u n a segunda injunción, la más superyoica
que pudiese im aginarse, pues tanto daría form ularla del m od o en
que se lo h a ce co m o en lo que ese m odo en cu b re y que es u n a or­
den: ¡Goza! En otras palabras, que la exp erien cia del análisis consis­
te en co n fro n tar al sujeto del síntom a con el im posible del goce y
o fre ce r para tal im posibilidad el cam in o del ap alab ram ien to en
cond icion es, suaves, ideales, artificiales; las del dispositivo analíti­
co , las de la transferencia, propicias al am or.
U n a palabra, sí, eso es el síntom a (al m en os en el prim er L acan ),
p ero palabra ausente, “jiró n de discurso que, a falta de h aber podi­
do p roferir co n la garganta, cada uno de nosotros está con d en ad o,
p ara trazar su línea fatal, a hacerse el alfabeto viviente”.1 U n a pala­
bra, sí, p ero si esa palabra puede ser leída en el síntom a “es que (el
síntom a) está ya, en sí m ism o, inscripto en un p roceso de escritu­
r a ”.2 A greguem os, escritu ra del goce, susceptible de descifram ien­
to según sabem os desde la carta 52 que revisamos en el capítulo 4.
P ara tal d escifram ien to es que hubo qvie inventar, co m o lo hizo
F reu d , un dispositivo p sicoan alítico destinado a fo rm a re 1 incons­
ciente, el inconsciente lacaniano.
“Para que el g o ce pueda ser alcanzado en la escala invertida de
la Ley del d eseo ”.3 H acer que el g o ce con d escien d a al deseo — ya
lo sabem os— es la fun ción del am or. En la exp erien cia de la trans­
feren cia es el am o r lo que está en juego: se am a al O tro p orqu e se
le supone el saber, el saber cjue falta, el que h ab rá de resultar de la
lectura del síntom a. P ero la suposición de saber no está sólo del la­
do del analizante. El analista, a su vez, tam bién supone — y es un
acto de carid ad— algo que aún h ab rá qvie dem ostrar: que hay sa­
b er en el O tro , que existe el inconsciente. De este en cu en tro en tre
dos saberes supuestos surge la chispa que perm ite que se hable “de
verd ad ”, que se constituya el incon scien te y que se g o ce de su des­
cifram iento. No es fácil.
La actividad analítica esta orientada a flexibilizar el diafragm a de
la palabra p ara que p or él pase el g oce. Esto en la situación origi­
naria (históricam en te) de las neurosis. R eco n ocien d o esta orienta­
ción es que podrá pensarse el funcion am ien to especial que adquie­
re el d iafragm a de la p alab ra en casos de perversión y psicosis,
cu an d o los sujetos provisoriam ente adscriptos a tales estructuras clí­
nicas son puestos bajo la p ru eba del análisis y de su dispositivo.
“Del goce al d eseo ” no quiere d ecir que el deseo haya de ser di­
ch o . Pues la naturaleza últim a del deseo es, co m o sabem os, la de
una b arrera puesta al g oce; es en relación co n esta función funda­
m ental, escondida p or el disfraz del fantasm a, que hay “incom pati­
bilidad del deseo con la p alab ra”.4 No que el deseo haya de ser di­
ch o, sino que sea tom ad o a la letra “puesto que son las redes de la
letra las que d eterm inan y so b red eterm in an su lu gar” (id .). No que
se le diga, sino que se le lleve al punto de im posibilidad, el del g o ­
ce rechazado, de donde él em an a.
Hay que pasar p o r la palabra, em itida en las con d icion es legisla­
das p or la regla fundam ental, p ara llegar a la letra, a los codicilos
originales del g o ce inscriptos en el cu erp o , a las form as en que se
inscribió la relación del sujeto con el goce; esa historia es la de las
m igracion es libidinales o de las ren u n cias goceras, avatares de la
castración que p ueden ser record ad o s al perm itir que en el análi­
sis o p ere la com pulsión de repetición. R ecu erd o , rep etición y tras-
laboración. De la pulsión a la com pulsión y a los e n cu en tro s falli­
dos co n que tropieza el deseo. Para pasar de un a escritu ra a la otra,
a la del libro que todos llevamos d en tro. (Cf. p. 2 0 7 .)
Pues la letra está escrita y el deseo, saldo inarticulable de la de­
m anda, ha de ser tom ado a la letra. H abrá que llegar más allá de la
dem anda, hasta en co n tra r eso del deseo que pasa a la palabra aun­
que es incom patible co n él. Hay que re c o n o ce r en estas afirm acio­
nes la teoría del dispositivo analítico y de lo que se h ace en él. La
reg la fu n d am en tal es equ ivalente del im p erativo d e g o z a r y de
trascen d er la fun ción trad icio n alm en te aco rd a d a a la palabra. El
uso “n o rm a l” de la p alabra tiende a “ratifica r”, a “co m -p re n d e r”,
a con firm ar, en la re cip ro cid ad del sentido co n sen tid o , las im áge­
nes esp ecu lares de los que se “co m u n ic a n ”. En el análisis se p re­
tend e atravesar la b arrera narcisística del cuidado del yo o del “self,
ese fantasm a organizador en cada uno de la relación con el m nndo,
ese tapón que protege de lo real. El sujeto, em pujado p or la consig­
n a a asociar “lib rem en te”, se ve muy pronto desalojado del terren o
del placer y es forzado a confron tarse con lo traum ático y lo incon­
ciliable para el yo, co n “eso" innom inado que es el núcleo de su ser.
Desde el principio (cf. p. 23) h em os recon o cid o que la represión
oculta p ero tam bién conserva un g o ce secuestrado, no disponible
para el sujeto que se vive d olorosam ente co m o síntom a. Es g oce del
O tro, del cu erp o deshabitado por la palabra. La neurosis es esta de­
fensa del g o ce, defensa “de” en el d ob le sentido: u n a p ro tecció n
co n tra el acceso a un g oce desm edido y un g o ce que está protegi­
do, coagulad o, exim ido del co m ercio d e la palabra. El sujeto de la
neurosis se defiende sustrayéndose a lo que percibe co m o un peli­
gro en la relación co n el O tro del vínculo social: el deseo del O tro.
Tal deseo es n egad o p or las o p eracion es de autodom inio que son
esenciales en la estrategia del obsesivo y que se sostienen en la in­
satisfacción p o r la intriga histérica. C on esta defensa n eu rótica an­
te el d eseo co m o el rasgo que define a la estru ctu ra clínica de la
neurosis se co m p ren d e bien que el deseo, así, no con d escien d a al
g oce y que la relación co n el O tro sea el cam p o m inado y alam bra­
do de las defensas. Se co m p ren d e tam bién que el sujeto retro ced a
espantado ante el supuesto g oce de un O tro que pediría su castra­
ción. D efendiéndose del O tro, justificándose an te él, exp erim en ­
tándose siem pre co m o culpable, el n eu rótico re n u n cia a h a ce r va­
ler su deseo, el de él, lo co n fu n d e con la d em an d a del O tro , se
som ete o se insubordina p ero siem pre en d ep en d en cia de esa de­
m anda, re tro ce d e an te la posibilidad de inscribir su n om bre p ro­
pio, ese n om b re que lo im p ortu n a y le estorba y lo rem plaza p or
una d em an d a dirigida al O tro para que le dé un n om bre: “C om o
tú quieras; eso y así seré”.
L a o p e ra ció n an alítica consiste en re a n im a r este m ovim iento
de las defensas an te el O tro , esta d em an d a de alien ación guiada
p o r el fan tasm a que p ro teg e y h a ce de b a rre ra al g o ce . U n a vez
que se le h a rean im ad o, o p eran d o en la tran sferen cia, se le p on e
un top e, se lo lleva a su inevitable ato llad ero , a su p u n to de im po-
sibilidad. Llegad o a este p u n to , el sujeto se ve fo rzad o a ir m ás allá
de su fantasm a, de las satisfacciones g o ceras a las que h u b iera p o ­
dido p restarse la situación an alítica; es intim ad o a id en tificarse
co n la causa de su deseo, con su falta. Esta acción llevada a cabo
tan to p o r el co rte o p o rtu n o del en cad en am ie n to discursivo co m o
por la sorpresiva intervención interpretativa implica un forzam ien­
to del narcisism o que se con forta p o r costu m b re con la aquiescen­
cia co m p la cie n te del O tro y que ap u n ta a la sim patía, a la co m ­
p ren sió n , a la recip ro cid a d de los sen tim ien tos y d e los
reco n o cim ien to s.
Sí; es raro , e n rarecid o , el am b ien te del análisis. P ara que esta
m arch a co n traria a las buenas costum bres del diálogo sea posible
es necesario que el discurso del analizante y su m o to r fantasm ático
en cu en tren , ch oq u en , co n un deseo que esté, a sli vez, más allá de
los espejismos del narcisism o, de la solidaridad, de la confusión de
los yoes, de la ben evolen cia y de los ideales com partidos. Es n ece­
sario que tal discurso y tal m o to r no se en cu en tren co n o tro sujeto
sino con un vacío que los co n fro n te co n su propio vacío en lugar
de ofrecerles tapones ilusorios para su falta en ser.

2. PULSIONAR Y SUS DESTINOS

“T om ar el deseo a la le tra ” es re co n o ce r que la letra del deseo es es­


ta inscripción del g oce en el cu erp o y que la palabra es, a p artir del
in conscien te, un in ten to de leer esa letra, de traducirla en térm i­
nos de un discurso que es siem pre del sem blante. 1.a subjetividad
germ ina, se exp an d e en esta grieta fecun d a que se abre en tre la es­
critura del g oce y el d ecir que la ciñe hasta top ar con lo imposible
de su (e) misión, con esa zona inaccesible e inanim ada que se abre
más allá del fantasm a y que recibiera de Freud el nom bre de “m uer­
te ” y de L acan el co n cep to que designa allí aquello radical adonde
toda pulsión co n d u ce, lo real imposible.
El m ovim iento en la exp erien cia iniciada p o r F reu d está orien ­
tado p o r esta pretensión de tocar lo real con el significante aun sa-
hiendo que las palabras no están hechas para rellen ar el vacío de la
Cosa (p o r lo m enos en el análisis que repudia el misticism o) sino
para co n to rn ear el vacío, delim itar el h u eco , re c o n o ce r lo incolma-
ble. Es el O céan o en Solaris y la Zona en Stalker, esas películas defi­
nitivas de A ndréi Tarkovsky que ilustran de maravilla la relación de
los exp lorad ores con lo innom inable de la Cosa cen tral y éxtim a y
los m odos en que el n ú cleo inaccesible de n u estro ser p uede ser
co n to rn ead o en un a aventura cuyo saldo es el desam paro.
Frente a lo cancelado e inabordable del orificio central del toro,
¿qué hacer, qué h acer sino dar vueltas en torno de su alma, al espa­
cio vacío periférico e interior que circund a al orificio central por el
que co rre el aire sin p en eü ar n u n ca en él? (p. 8 6 ). Dicho en otros
térm inos, no queda sino “p u b i o n a r crean d o así un nuevo verbo que
falta a la lengua española para traducir el tráben de la lengua alem a­
na sin faltar a su íntim a con exión con el Trieb de Freud. Pulsionaren
relación con una propulsión, con u n a fuerza que acicatea, indóm i­
ta e ind om ab le, siem pre hacia ad elan te, saltando p or en cim a de
las alegrías (ErdeFreuden) terrenales, de los p laceres, característica
del espíritu de Fausto en el discurso de Mefislófeles que sirviera a
Freud para definir a la pulsión.1 Lo que Freud concibió es totalm en­
te con gruen te con lo que estamos desarrollando. La pulsión es fáus-
tica porque el cam ino hacia la Cosa, “el cam ino hacia atrás, hacia la
satisfacción plena, en general es o b stru id o ... y en ton ces no queda
más que avanzar p or la otra dirección del desarrollo, todavía expedi­
ta, en verdad sin perspectivas de clausurar la m arch a ni de alcanzar
la m eta” (id .). Del atrás y del adelante freudianos es que pasamos a
la enriqu eced ora complejidad de los dos espacios, el interno y el ex*
terno, rodeados p or la superficie hueca y esférica del toro. Es ese pul-
sionar interm inable el que encam ina a la vida sin otra clausura de la
m arch a que la puntuación final de la m uerte.
Un pulsionar que salta sobre las vallas del placer, que de tanto
n egar se h ace afirm ación y que es ren u en te a transar con los peli­
gros que lo extravían y que se escriben co m o otros tantos prefijos:
com -, im-, re-, e x -... pulsiones.
Surge la pregunta: ¿de qué naturaleza p od ría ser la fuerza pul-
sionante si no es la de un organism o biológico movido p or necesi­
dades y p or tendencias hom eostáticas ni la de un sujeto psicológi­
co incapaz de distinguir en tre el deseo y el cap richo? Ni biológica,
ni cultural, ni psicológica; ética es la naturaleza de este movimien­
to en el cam po de lo sim bólico p or m edio del cual un sujeto se ins­
cribe, deja las im p ron tas m em orables de su acto , se historiza, po­
niendo en acto la fuerza negativa y cread o ra que es la pulsión de
m u erte freudiana, ajena al m ovim iento en ergético de abolición de
las tensiones que se llam ó “principio de N irvana” en esa vacilación,
instante b árb aro y low de la reflexión de Freud.
Pulsionar, ro d ear la Zona, la Cosa, re c o n o ce r que an te ella nau­
fragan las ilusiones y llegar al punto propuesto por L acan en la cul­
m inación del sem in ario sobre la ética cu an d o el sujeto afron ta la
realidad de la co n d ició n h u m ana, ese fondo de angustia d on d e se
perfila un desam paro insondable e irrem isible. Es en to n ces cu an ­
do, co n fro n tad o con su propia m uerte, es sacudido p or la certeza
de que no puede ni tiene que esp erar el so co rro de nadie. No hay
p ro tecció n ni escu do. Así define L acan la exp erien cia, didáctica,
del fin del análisis. C olocarse más allá de la angustia pues la angus­
tia supone un peligro, bien que innom brable, escondido tras ella,
m ientras que la desolación y el desam paro ap arecen cu an d o la an­
gustia ha sido atravesada, cu an d o ya n o hay peligro, n ad a que te­
m er y ningún O tro al cual d em an d ar (tan to en el sentido de pedir­
le co m o en el de ab rirle ju icio e im putarle la respon sab ilid ad ).
N ada alentador hay para p ro p o n er en razón de que “no hay ningu­
na razón para que nos hagam os los garantes del ensueño burgués”.6
Por cierto que esta ética vinculada a la perseverancia en el ser, al
deseo en tanto que cam ino al goce, a la confrontación sostenida con
la falta, va en co n tra de las ideas difundidas acerca del bienestar y en
co n tra de las propuestas tranquilizadoras. Por eso es que el análisis
no es una terapia m ás sino la im pugnación tácita de todas ellas y que
no puede esperar más que fracasos y postergaciones si pretende com ­
pararse con los ansiolíticos de hoy. Pues su m eta no apunta al princi­
pio del placer, al “com pleto bienestar” de la definición “m undial” de
la salud, sino al más allá, a ese cuerpo que se exp erim en ta aun en el
sufrimiento y a través de una tensión sin pausa, al goce que, si sufre,
es por los topes y los límites que el placer le opone.
Pulsionar, em pujar, rean im ar la búsqueda más allá del fantasma
d on de los objetos @ co m o elem en tos im aginarios del fantasm a vie­
nen a en gañ ar al sujeto recub rien d o el co n d en ad o lugar de la C o­
sa, sosteniendo allí el cebo de las rep resentacion es y de los ideales.7
En ese fantasm a, fo rm ació n im aginaria, ram a del árbol narcisista
del yo cu an d o no es el propio yo bajo la form a de un self, “sí mis­
m o ”, el que es fantasm a, en ese fantasm a, en esa ram a, se sostiene
el síntom a. Allí el goce p erm an ece estan cad o, d escon ocid o, ren u n ­
ciado, des-decido ( versagt), fu era de la palabra, cargad o de un sen­
tido que n o puede recon o cerse. Y desde este red u cto de la ignoran­
cia se p ro d u ce y se fu n d am en ta la d em an d a dirigida al saber, al
saber supuesto en el O tro, que perm itiría subjetivar el goce.
L a transferencia es lo prim ero, es la razón que fundam enta la de­
m anda h ech a a alguien, a un cualquiera (Sq, signifiant quelconque,
en el m aterna de la transferencia que Lacan p ro p u so ).8 Ella perm i­
tirá al sujeto producirse en un discurso significante (S, - S j del cual
él m ism o es el significado. El e n cu e n tro con un cu alq u iera que,
siendo analista, se n egará a e n trar en el cam p o de las significacio­
nes, a tapo n ar la dem an da co n respuestas, a ofrecerse él m ism o co­
m o objeto de identificación o co m o asiento de un saber que estu­
viese a la espera del m om en to en que p od ría aplicarse colm an do el
lugar de la ignorancia y del error. Si el síntom a h acía de co rto cir­
cuito que apartaba al sujeto de su deseo, ese deseo del largo e ina­
cabable cü'cuito, el analista v end rá al lugar del síntom a, reanim ará
el m ovim iento estancado, h ará cine a partir de la foto fija y tom ará
el lugar que se indica top ológicam en te co m o el alm a del toro, ngal-
ma del deseo. Es en torno de él que girarán las d e m an d as... y en­
co n trarán su tope (p. 8 6 ).
Ese es el sentido que conviene dar — creo— al térm ino freudiano
“neurosis de transferencia”. El psicoanalista, haciendo semblante, en
el sitio del semblante co m o agente de su discurso, tom ará el lugar del
objeto causa del deseo y plus (ya sabemos: minus, falta) de goce. El ana­
lista pondrá en m archa y sostendrá el m ovimiento pulsional en torno
del objeto n dejando siempre vacío el espacio central de la Cosa.
L a topología del toro (p. 86) viene otra vez en nuestra ayuda, aho­
ra para ilustrar el lugar del ©-analista. E n la superficie tórica se pue-
de definir cuál es la colocación co rre cta y cuáles son las incorrectas
del analista en relación con la dem anda que recibe. Puede decirse
sin ru b or que el analista en gañ a y estafa al analizante ( l ’escroquerie
analytique, decia L a ca n ),9 pues h ace sem blante, pnra-es, se presenta
co m o siendo lo que no es y oculta lo que sí es; de este m odo, ofre­
ciéndose com o ceb o para el deseo, perm ite al sujeto em erger a par­
tir de lo vano del desear, mas allá de la vanidad de una plenitud cual­
quiera. Al ubicarse en esa posición periférica con relación al cen tro
inarticulable del deseo, al tom ar el lugar de @ y n o el del saber obtu­
rad o r o el de la Cosa inaccesible, se ofrece él co m o pasto para el fan­
tasma y puede llegar a rem plazar al síntom a, disolverlo, apaciguar el
conflicto y hasta convertirse en un obstáculo en el proceso de la cu­
ra. Son los m om entos, puede que eternos, de estancam iento del aná­
lisis en torno de una cierta “tram a de satisfacciones”10 que procede
del análisis mismo. El análisis deviene resistencia al análisis p or el go­
ce (fálico) que en él se alcanza y al que n o se quiere ren u n ciar o, por
otro lado, fracasa p or la posibilidad de conform arse con el buen fun­
cionam iento del sujeto en el m undo que puede llevar a una termi­
nación p rem atura de la experiencia.
Caribdis y Escila del goce d en tro y del g oce fuera del análisis que
b loquean el m ovim iento que consiste en sostener la p reg u n ta disi­
m ulada al principio bajo esa apariencia de respuesta que era el sín­
tom a. Pues si un análisis pudo em pezar, esto es, si acabó la fase de
las entrevistas prelim inares, es porque el síntom a, respuesta incons­
cien te, devino p reg u n ta o en igm a y esa incógn ita e n ca rn ó en un
cualquiera h ech o significante de todos los decires del sujeto. P ro­
ducido este desplazam iento del significante del síntom a al signifi­
can te de la tran sferen cia se dibuja el riesgo de que el análisis y el
analista mismo sean tom ados ya no com o la oportunidad para man­
ten er abierta la cuestión sino co m o el p retexto para su des-viación
( “trans-ferencia”) y cierre.
P o r esto es que el analista n o se dirige a su p a cie n te ni co m o
Sí ni co m o Sj ni co m o S,, sino co m o @ co m o un objeto que
sostiene siem pre la ab ertu ra, la no co alescen cia e n tre dos discur­
sos co m p lem en tario s. El analista rep resen ta la e x ig e n cia p e rm a ­
n en te de un d ecir y de un trab ajar incesan te en to rn o de la falla
subjetiva. L a h istoria, esa em p resa que L a ca n tan to elogió al c o ­
m ienzo de su enseñ an za y tanto vilipendió al final p orq u e no pue­
de dejar de h a ce r cre e r que tiene un sentido, p orq u e siem pre es­
tá dispuesta a cargarse de sentido, la historia — decíam os— debe
volver a escribirse, claro que atravesando las pantallas y los disfra­
ces del sen tido. Si la n eurosis e ra el b loq u eo ah istórico , el cega-
m iento-secam ien to del deseo (en el sentido en que se ciega un po­
zo, se seca un depósito de ag u a ), el análisis d e b e rá ser reap ertu ra
de las fuentes y de las vías in terru m p id as, la ocasión ofrecid a a la
m ovilización del g oce sintom ático, a la sim bolización del cu e rp o
que devino el red u cto de un G oce O tro , g o ce que ya h em os loca­
lizado co n el esquem a de “L a te rc e ra ” (p. 110) en la intersección
de lo im aginario y lo real fuera de la m ed iación sim bólica.
Pienso que esto d ebe ser d ich o asu m ien d o el riesgo d e cre a r la
im presión de la fijación de nuevas m etas ideales p a ra la e x p e rie n ­
cia del análisis, algo que el analista, co n razó n , re ch a z a h a ce r (a
ser) p orq u e ind icar m etas conlleva u n a o m in o sa som b ra de im a­
ginario, de n eofantasm atización, de p rescripción del “b u e n ” cam i­
n o, incluso de p ro m esa que se ad elan ta a la d em an d a, de aliena­
ción en un Bien que, p or no provenir del deslinde h e ch o p o r el
p ropio analizante, ap arecería co m o el fantasm a del analista. Mas
allá de esa interp retación posible, sin em b arg o, d ebe darse cu e n ­
ta de p o r qué el análisis existe, p o r qué se inicia y p o r qué se p ro­
sigue p ara que p u ed a definirse tam bién cu án d o y p o r qué se aca­
ba. En o tras palabras, que hay que evitar el escollo del sen tido
(¡ cuídense de comprenderí) atravesado en la intersección de lo simbó­
lico y lo im aginario, fu era de lo real, cam p o de las psicoterapias.

3. EL DEBER DEL DESEO

WoEsuiar, solllch werden, d on d e Ello, el goce del ser, la sincronía de


los significantes, el desorden de todas las canicas del lenguaje en la
inm ensa bola d e la lotería, el co n ju n to de las escritu ras del goce
que yacen indescifradas co m o los jeroglíficos en el desierto, donde
Eso estaba, deberá instaurarse una ordenación, una articulación dis-
cursiva capaz de p rovocar efectos insólitos y regocijantes de signifi­
cación , un en cad en am ien to d iacrónico de los significantes que re­
velará al incon sciente co m o un saber o rd en ad o p o r el nom bre-del-
P adre en el lugar de Sj que haga del resto de los significantes (el
saber in con scien te) un S2 a partir del cual un nuevo Sp p rodu cto
del discurso del analista, p od rá rep resen tar al sujeto. Esa es, tam ­
bién y en otra dim ensión, la m eta del análisis, su deber ser prescrip-
to p o r el sollen freudiano que es la anticipación del g o ce p o r la vía
del bien-decir y p o r la invención del saber.
Para p ro d u cir este efecto es n ecesaria la presen cia física del ana­
lista. Q ue tenga tetas, esas mamelles de Thirésias m entadas p or L acan
en el sem inario de 1 9 6 4 .11 Q ue preste su cu erp o p ara la investidu­
ra am orosa tom an d o el lugar de causa del deseo; que ponga sus ve­
nas y su sangre para que o p ere el am o r de transferencia y para que
el sujeto pueda llegar a re c o n o ce r su deseo co m o falta en ser. Ten­
drá que prestar no sólo su ser y sus palabras sino tam bién su im a­
gen, en tregarse co m o i (@), co m o o tro especular, pues “la im agen
esp ecu lar es el canal que tom a la transfusión de la libido del cu e r­
po hacia el o b jeto ”.12 Es la razón p or la que no hay análisis sin en­
cu en tro de los cuerpos: la transferencia req u iere el soporte imagi­
nario, un soporte que se subraya más de lo que se le b o rra cu an d o
se adopta un dispositivo que sustrae al cu erp o del analista co m o ob­
je to en el cam p o visual del analizante. No puede olvidarse que si el
sLijeto $ habla en el análisis, él dirige sus palabras, antes que a nin­
gu n a o tra cosa, a la im agen del o tro y que éste es el p u n to inicial
e ineludible p ara llegar a las mayúsculas de I (A) que se ubican en
el o tro e x tre m o del g rafo del d eseo. Esta d isposición se observa
co n clarid ad cu an d o se h ace ab stracción de todos los dem ás m o­
m entos:
E n el lugar de I (A) tenem os, más que u n punto de llegada, un
pu nto de su cción , una m áq uina asp irad ora d e las palabras que
arran ca cu an d o el sujeto acep ta la regla fundam ental del análisis y
la co lo ca en el lugar del superyó: la de gozar p or la articulación dis­
cursiva diciendo todo, en fren tand o el dolor, el pudor, el asco y la
vergüenza que resisten a la confesión del fantasm a, tabernáculo del
g oce, ligado al incesto, a la perversión y a satisfacciones Iibidinales
autoeróticas. Es evidente que el p lacer constituye la principal de las
resistencias que se en cu en tran en el análisis, tanto p o r p arte del
analizante co m o del analista y que, si fuese p or o b ed ecer al princi­
pio del placer, no habría quién se analizase. Va de suyo que si el aná­
lisis existe es p o r el g o ce que apu n ta más allá de las com placencias
narcisísticas, siem pre a la m ano.
En estos párrafos he definido la triple función del analista: a] co ­
m o sem blante de resto caído de lo real que es im posible de sim­
bolizar, b] co m o im agen de un sem ejante esp ecu lar y cj co m o so­
p orte de la regla fundam ental que obliga al sujeto a d e cir(se ), com o
oreja-sopapa que aspira los decires del analizante en función de la
ley del análisis que se inscribe co m o I (A ). Real, im aginario, simbó­
lico. Ese es el abecé de la práctica del psicoanálisis.
Si lo que hay es un dispositivo para u n a invención con stan te y no
una “técn ica psicoanalítica” es porque esta triple función legisla no
un código de p roced im ien tos sino u n a posición del analista frente
al en tram ado lenguajero cread o p or Freu d y en el cual él mismo es­
tá cogido. Es la “estrategia de la ara ñ a ” que co m p rim e en un haz la
táctica, la estrategia y la política del análisis en función de la ética.
Disons q u e j ’y lie la technique d la fin prémiére. “D igam os que yo vincu­
lo a la técn ica co n su fin prim ordial”.13
Se aprecia, p o r ejem plo, en esa “neutralid ad b en evolen te” que
siem pre p arece un ideal im posible a quien oye h ab lar de ella sin
h ab er pasado p o r la exp erien cia de un análisis verd adero y, parti­
cularm ente, cuando esa prescripción de neutralidad se refuerza con
el d eb er lacan iano de “preservar para el o tro la dim ensión imagi­
naria del n o-d om in io, d e la n ecesaria im p e rfe cció n ”14 que h ace
aconsejable en su m o m en to “la vacilación calculada de la neutrali­
d ad ”, esa que p u ed e valer (y n o sólo) para u n a histérica m ás que
todas las interp retacion es. En todas estas form u lacion es que pue­
den p arecer incluso co m o contradictorias, ;d e qué se trata? De ase­
g u rar la presen cia real del analista, sí, y tam bién de h a ce r de ella
u n a fuerza activa y actu an te en función de su deseo para preservar
el h orizonte del g o ce en cad a m o m en to del en cad en am ien to dis­
cursivo y, a la vez, p ara p o n er freno a ese g oce, para p u n tu arlo, pa­
ra canalizarlo hacia un d ecir inédito, para dinam izarlo desde su en-
claustram iento en el síntom a, p ara hacerlo atravesar la b a rre ra de
la angustia que lo separa del deseo.
El g oce es así convocad o y derivado, p rovocado y expulsado y al
fin recu p e ra d o , m an ifestad o y desnaturalizado. La m an iob ra del
analista lo tiene siem pre en cu en ta; el tiem po y el d in ero de las se­
siones se regulan en función de estos indicadores o, dicho co n otras
palabras, p o r estos im perativos de aspecto con trad ictorio.
Es aquí donde resplan d ece la dim ensión ética del análisis que lo
aleja de todo código universal de consejos y obligaciones m orales
o deontológicas y lo habilita para la búsqueda siem pre y en todos
de ese núcleo particular que es para cad a habiente la relación arti­
culada del g o ce y el deseo. En cada caso h abrá que h a ce r valer la
ignorancia renovada del analista siguiendo el consejo freudiano de
abordarlos ren u n cian d o al saber previam ente adquirido; en cad a
caso h ab rá que inventar al incon scien te y a la teoría sexual partien­
do de la originalidad de la nueva exp erien cia.
La ética analítica no está com an d ad a p or los m andam ientos del
O tro sino p o r el deseo inconsciente, h ace del deseo un deber, or­
d en a el d eb er de cad a u n o p ara con su deseo in con scien te y des­
confía, cuando no con tradice, a las sospechosas reglas morales. Esas
reglas m orales que, a su vez, derivan del deseo ya que h acen de ba­
rreras interpuestas en su cam ino al servicio de un presunto bien co ­
mún y com u n itario, co m o unitario, co m o si todos fuesen U n o, el
U n o un ificador de la psicología de las masas, el ideal uniform ante
del am o con sus códigos y sus censuras legales.
En psicoanálisis no se trata de las leyes sino de la Ley y esa Ley
es la que, al p rohib ir el g o ce (de la C osa) en lo real, lo desplaza
al te rre n o del sem blante, o rd en a que se le alcan ce p or vías discur­
sivas, tom an d o el g oce, h ech o sem blante, el lugar de agente de un
nuevo discurso, el discurso an alítico, inverso, inversión, revés, del
discurso del am o. Es la Ley la que o rd e n a d esear a la vez que h a­
ce inalcanzable el objeto (absolu to) del d eseo, la Cosa. O bliga de
tal m o d o a d esear en vano y es así, ro d e a n d o al objeto @ co m o
cau sa de su d eseo , relacion án d ose co n él sólo bajo las apariencias
del sem blante del g o ce im posible, elevando ese sem blante al lu­
g ar de la C osa, es así — d ecíam o s— co m o los h om b res y las m u je­
res se in scrib en en tan to que seres históricos, se h a ce n un n o m ­
bre que es el significado del n om b re que recib ieron al n a ce r co m o
significante, dejan co n stan cia d e su travesía h acia el g o ce que pa­
sa p o r su deseo.
Esta form ulación permitiría quizá soñar co n una superación de la
Ley por m edio de la articulación significante. Implicaría una dim en­
sión de prom esa. Nada de esto. N o hay com pletam iento posible con
el O tro o a través del O tro. Es h ora de volver a las formulaciones so­
bre los tres goces que nos am pararán ante la posibilidad de un erro r
funesto. L a palabra y el orden fálico, inducidos p or el nombre-del-Pa-
dre, vienen a poner un tope al goce del ser, arrancan de la patria ori­
ginaria de la Cosa y lanzan al exilio lenguajero. P ero el O tro cojea.
Hay en él (en Él) u n significante que falta y ése es el significante de la
m ujer que h aría posible la relación sexual. El orden fálico no asegu­
ra ninguna com pletud y tam poco puede hacerlo el nom bre propio.
L o que hace el nombre-del-Padre, representante com o Sj del Falo, es
abrir una b rech a de imposibilidad en el registro discursivo y esa bre­
cha corresponde al significante de l¿a mujer que falta en el O tro y que
está más allá del Falo. El goce fálico, semiótico, tropieza con su pro­
pio borde, con lo inarticulable que com ienza mas allá de él, que es el
goce del O tro, el goce fem enino. La palabra, sometida a la Ley que
prohíbe el goce, produce ese oti'o goce com o un plus indecible. Lo
que en la condición neurótica de la existencia, la de todos aquellos
en los que se produjo el corte de la castración, aparece com o impo­
tencia, com o no poder n om brar el objeto del deseo, acaba estando,
com o consecuencia del atravesamiento de la experiencia analítica, no
en el cam po del poderío imaginario sobre un objeto sometido al do­
minio y al control del yo sino en un área de imposibilidad que se abre
más allá del significante.
L a sexualidad está ligada al significante fálico, el significante sin
par. Más allá de lo que el falo cu b re y en cu b re, se abre el presunto
dark continent de la fem inidad y de su g o ce enigm ático, loco, inefa­
ble, verdadero O tro del O tro que se ubica fuera del lenguaje y que,
así, justifica reiterar que n o hay m etalenguaje, que n o hay posibili­
dad de un análisis “co m p leto " si es que uno o alguien se aferra de
m an era dogm ática al ord en lenguajero. Es, ni m ás ni m enos, esa ro­
ca viva co n tra la cual se m agulló el fu n d ad or del psicoanálisis. Ro­
ca viva la hay si el analista se constriñe a la función de la palabra his-
torizad ora co m o deb ien d o decirlo todo a ce rca del g o ce , co m o
d ebiendo subsum ir todo lo que es del sujeto; esto es, si el analista
se deja ap resar p o r el im perialism o de la palabra.
Es verdad que la Ley o rd en a desear. P ero el deseo, en el registro
n eu rótico de la exp erien cia, se presen ta co m o transgresión, el de­
seo del delito es el delito del deseo en la impasse n eu rótica y “la con ­
cien cia nos h ace a todos culpables”. La vida y el g oce se yerguen y
p rosperan en el suelo fecun d o de la culpa, asum iendo el riesgo de
ir más allá del p a d r e ... p ara lo cual hay que servirse de él.
Cabe decir, invirtiendo la fórm ula freudiana, que el com plejo de
Edipo es un h ered ero del superyó, de ese superyó primitivo y feroz
que p rofiere la o rd en inaceptable e imposible de gozar. El com p le­
jo es un alivio, una atenu ación , un desplazam iento a lo im aginario
de la relación triangular; cum ple co n la función de p o n er escena­
rio y límites a la culpabilidad, a la vez que posibilita una vía para el
g oce, un g oce aco tad o , aforado, después de h aber tom ad o el rod eo
de la castración: es la vía fálica con todas las lim itaciones que ya he­
m os apuntado tanto para los hom bres co m o p ara las m ujeres. En
tal sentido el Edipo es el fu n dam en to de la e x iste n cia ... y el com ­
plejo n u cle a r... de las neurosis, de la sumisión absoluta al Falo y al
nom bre-del-Padre. C om o si debiendo estarles agradecidos p or ha­
bernos sacado del g o ce del ser y de la psicosis co n co m itan te tuvié­
sem os que q u edar p ara siem pre som etidos al orden de im potencia
que ellos instauran, a la ctilpabilidad n eurótica.
D enu n ciar de este m od o el punto en el que se detuvo Freu d es
reen co n trar la propuesta de \ iety.sehe acerca de una ética en la que
se acep te orgullosam ente que si hem os m atado a Dios el Padre no
es para q u ed ar som etidos a su palabra, pues Él está tan castrado t o ­
m o cualquiera; es p ara e xp lo rar la zona que se extien d e más allá de
sus dom inios, más allá del bien y del m al. Es n ecesario, habientes,
un esfuerzo más; es en ese esfuerzo extra d on d e se juega el destino
ético del psicoanálisis.

4. EL ACTO Y LA CULPA

Q ue quede claro: prim ero está la voz ton an te del O tro: “¡G oza!” o,
si abandona el tuteo, “¡G oce!”. Frente a lo imposible de su m anda­
m iento enloquecedor, el sujeto adviene a la ex-sistencia p or m edio
de la palabra, de la entrega ofrendada al O tro de! lenguaje, que es
la localización fálica del g oce, la desertiñcación del goce del cu erp o
y la sumisión de! goce a la Ley de lo simbólico. Se p on e en acción
un artefacto, el de la identificación m asculina co n el padre real fa-
lóforo o el de la dem an d a fem enina h ech a al p ad re (pere-version) .
Ese pasaje p or la castración n o debe confundirse co n el punto de
llegada de la subjetividad; no es cuestión de som eterse al padre, de
acep tar sus condiciones para hacerse q u erer p or él, sino de acced er
a otras vicisitudes, las del deseo que es parricid a y transgresor, que
inscribe otros significantes que aquellos que pudieron co m p lacer al
padre. Es el destino del pulsionar, un deber O tro, o tro deber.
En un texto h arto sugestivo G érard P om m ier escribe: “El senti­
m iento de una falta no se red u ce a la culpabilidad edípica sino que
es in h eren te a la existencia: pues un sujeto debe distinguirse de los
determ inism os (superyoicos) que lo esperaban antes incluso de su
n acim ien to ”.15 Él n o p u ed e existir co m o deseante sino desm arcán ­
dose del deseo del O tro y, p o r lo tanto, cayendo en falta.
Con lo que llevamos visto podem os en ten d er al deber, en senti­
do psicoanalítico, com o doble: edipizarse para trascen d er el goce
loco del ser fuera del lenguaje y, después, transedipizarse, ir m ás
allá del Edipo, para no quedar apresado en las redes del fantasm a,
de la im p oten cia y del síntom a.
La ética del análisis se afirm a más allá de la culpabilidad, en la
relación consustancial del sujeto y la culpa que él-ella en cu en tra ne­
cesariam en te al afirm arse co m o deseante. La m eta n o es en to n ces
de bienaventuranza y de absolución: cada uno afrontará la culpa in­
h eren te al deseo y p ara ello no hay reglas o m andam ientos que in­
diquen qué y có m o hacer. En este cam in o n o hay “co m p añ ero s de
ru ta ”, iglesias, partidos o m aestros iluminados que guíen p or la bue­
na senda ni tam p oco cabe la posibilidad de ren u n ciar a la respon­
sabilidad de elegir disolviéndose en los intereses superiores del gru­
po o la institución. C ada uno está solo y no puede esp erar la ayuda
del O tro. El sujeto d ebe ju g a r su partida cu an d o le llega el tu rn o y
n o p uede “pasar” co m o sucede en ciertos juegos. Zugzwang se lla­
m a esto en ajedrez. H acer la ju g ad a aco rd e con el deseo y som eter­
se a sus con secu encias, a una lim itación del g o ce que le abre vías
diferentes en la escala invertida de la Ley del deseo.
L a neurosis, un mal ético y no una enferm ed ad pred estinad a a
clasificaciones y tratam ientos m édicos, es la im potencia o la renun­
cia ante la ju g ad a que cada uno debería h ace r para llegar a ser. Es
el rechazo al acto afirmativo p articu lar en función de la supedita­
ción a los significantes de la dem anda del O tro, sea p or criterios nor­
mativos, sea p or el chan taje del ab an d on o y la pérdida del am or.
Pues el decir, la exp eriencia discursiva ordenada p or la regla analí­
tica, no tiene la finalidad de com prender, de satisfacerse con un nue­
vo saber, con una “inteligencia” cualquiera, sino la de p rodu cir un
acto que, co m o en el cu en to de Borges sobre T adeo Isidoro Cruz,
haga que el sujeto acate el destino que lleva aden tro, que escriba su
libro proustiano, que sepa, p o r su acto, quién es (pp. 2 0 7 -2 0 9 ).
El análisis co m o “tratam ien to ” de la neurosis tiene una m eta éti­
ca que es la de reab rir este cam p o de la decisión singular que no se
com p ad ece de ópdenes, o rd enacion es y ordenam ientos. ¡A tención!
No se trata de en co n tra r así y de nueva cu en ta esa ideología de la
libertad solidaria de la psicología más oscurantista ni de recaer en
los cantos laudatorios de la individualidad. “El yo es la teología de
la libre em p resa”.113 P or eso hem os evocado recién el Zugzwang aje­
drecístico: hay que ju g a r y el saldo de la acción es el de u n a pérdi­
da irreparable; hay que equivocarse. Lo sabe m ejor que nadie el ob­
sesivo que posterga siem pre su acto para no perder.
“Saber para siem pre quien se es”, saldo retroactivo del acto, de
un a ju g ad a que co m p ro m ete al ser y lo escribe co m o un destino,
de una apuesta cuyo efecto es de ab an d on o y soledad. P od ría ha­
blarse tam bién d e una identificación con la causa del deseo, es decir,
con la falta incolm able que subyace a las decisiones y a los actos. Ése
es, psicoanalíticam ente, el destino. No es una p redestinación real
sino un a razón que se constituye retroactiv am en te a p artir de los
actos. P o r actuar, p or fallar, p or inscribir esa falla co m o rastro de su
paso p o r el m undo, el sujeto “sabe p ara siem pre quién es”. El nue­
vo saber es am biguo: desolado y desolador p or tina p arte, p ero tam­
bién “gay saber”, fuente del entusiasm o y de un co n ta cto renovado
co n el g oce, de una curiosidad aguzada que destierra a la tristeza y
al aburrim iento, esos estados del alm a que anulan las diferencias y
que quitan al m u n d o su relieve.
C itando nuevam ente a P om m ier,1' el analizante se eq uipara en
esto al h éro e m o d ern o, definido n o tanto p o r su valentía co m o p or
el h ech o de afro n tar su angustia y su culpabilidad. Él re c o rre en el
análisis un trayecto paradójico: hab ien d o venido para ap re n d e r a
gozar, p ara p erd er las tiabas a su g oce, se va sabiendo que sólo exis­
te la posibilidad de n egociar su g oce p o r m edio de la insistencia de
la falta en ser que habita en él, su deseo. La am bigüedad del fin del
análisis esta h ech a de esta m ezcla de desolación y entusiasm o que
se exp erim en ta p sicológicam en te co m o “estado m aníaco-depresi­
v o ” en térm inos retom ad os p o r los reto ñ o s ingleses de la escuela
hún gara de psicoanálisis. U n a exaltación desolada que n o deja de
aco m p añ arse de m alh um or p orqu e las cosas n o van co m o u no qui­
siera, p orq u e m arch an con un ritm o que n o aco m p añ a al deseo,
d evorad or del tiem po. El deseo, el au tén tico deseo, n o quiere sa­
b er de postergaciones, tiene prisa p or concluir.
En esta ética sin ideales, m ás allá de los ideales, no se puede sa­
b er gozar p ero sí se puede saber sobre el deseo que apu n ta al goce
co m o su h orizon te siem pre fugitivo, siem pre evocado en los inters­
ticios de la cad en a significante y p rodu cid o p o r el h ech o m ismo de
hablar: el significante u n o rep resenta al sujeto p a ra otro significan­
te, el significante dos; este segundo significante revierte sobre el sig­
nificante uno y lo hace rep resentan te del sujeto. P ero el proceso de
la significación no se basta a sí mism o porque el saldo de la o p era­
ción de los dos significantes es la produ cción d e @ , del objeto plus
de goce que escapa a la articulación significante y que, en tanto que
causa del deseo, es su m otor. El @ que huye p or delante del busca­
piés de la palabra no p u ed e ser abarcad o p o r un a expresión “exac­
ta” que lo recu p ere y lo haga e n tra r en el discurso. Es el elem en to
real organ izad or del discurso de la ciencia, sucesora de la religión,
que en nuestros días p reten d e d ecir la verdad de lo real. Es el res­
to indecible que cae p o r el h ech o de base de que no hay discurso
que no esté infiltrado p o r el sem blante y que la ciencia ha ap rendi­
do desde h ace tiem po a ind icar con ciertos nom bres propios, el de
H eisenberg (in certid u m b re) y el de Gódel (in com p letitud ).
La ilusión del m etalenguaje, del supuesto saber, del discurso que
diga lo verdadero sobre la verdad, de un O tro sin tach ad u ra, O tro
del O tro y g aran tía de los enunciados, es fecun d a y fu n d ad ora de
la situación analítica. El fantasm a de la g aran tía y de un g oce al al­
can ce del discurso constituye al O tro de la tran sferen cia y es a ese
O tro que n o existe, que es una pura suposición, al que se dirige el
discurso del incon scien te, transcripción y descifram iento de un go­
ce del que n o se puede ni se quiere saber. Es un saber sin sujeto, un
saber que nos sabe y que hace al sujeto co m o efecto d e su decir, un
saber en d on d e el sujeto ocu p a el lugar del significado y queda en
u n a relación d e disyunción co n respecto al objeto @ , escritura del
goce, que está en el lugar de la p roducción .

3 II @

Este sujeto de la articu lació n in co n scien te sale de la oscuridad


a la que lo co n d en a el discurso co tid ian o p or la p resen cia del ana­
lista que co rp o riza la regla del análisis, que obliga a d e cir y que
co n sus in terv en cion es, p u n tu acio n es, in te rp re ta cio n e s y escan ­
siones, en m ed io de la estofa discursiva, h ace e m e rg e r los signifi­
can tes am o a los que resp o n d e el ser del an alizante. El analista es
en la cu ra el rep resen tan te o el sem blan te del objeto @ y lo que
p ro d u ce con su o p eració n es el significante am o al que resp on d e
la existen cia del sujeto:

Para ello es n ecesario que se p on g a a distancia de cu alq u ier sa­


ber, que haga a ctu a r el “sólo sé que n o sé n a d a ”, fu n d am en to de
la m ayéutica so crática, la duda m etó d ica de D escartes, la epojé de
H usserl y la p rescrip ción freu d iana de co m e n z a r cacla análisis re ­
n u n cian d o a tod o sab er re feren cial, a to d o lo a p re n d id o en los
análisis an terio res, incluyendo el suyo p ropio, p ara d escu b rir de
nuevo ese saber texUial que es lo insabido, el incon scien te, una ar­
ticulación significante cuyo significado es que no sabemos.
De ahí que n o p u ed a h ab er p rescrip cion es (valga la acep ció n
norm ativa p ero n o la tem p oral de esta palabra) p ara la interven­
ción del analista que d eb erá ser siem pre invención, jamás aplica­
ción de recetas (p rescrip cion es). L a exigida frescura de su decir no
podrá ser n u n ca una inyección de saber co m o qu iera que éste ha­
ya sido adquirido. “Y su no saber no es de m odestia, lo cual impli­
ca todavía situarse con relación a sí; es, p ropiam en te, la producción
‘en reserva’ de la estru ctu ra del único saber o p o rtu n o ”.18 O portu ­
no; hay oportunidad y oportunism o en la p rodu cción del saber, p or
eso es que sí hay prescripción en el tiem po. Sólo una vez salta el ti­
gre, en el m o m en to debido.
U na palabra que es o habrá de ser apofántica,19 esto es, que lleva
en sí, co m o la palabra poética, su verdad o su falsedad y no es suscep­
tible de que a ella se aplique un juicio segundo o secundario que ha­
brá de decidir si su enunciado es ‘v erd adero’ o ‘falso’. Es un dicho
que, en sí es siem pre verdadero y que se valida a sí mismo. No dice
la verdad. L a hace. El inconsciente no consiste en proposiciones (co­
m o son las de la dem anda) a las que un análisis lógico-lingüístico po­
dría calificar según su valor veritativo. Y la palabra del analista será,
habrá de ser, no preposicional20 (nada de: “te p ropon go que admi­
tas que mi interpretación es verdadera”), no verificable, no falsifica-
ble [a pesar (y en favor) de P op p er], actuante, fáctica, fática, ubica­
da en algún lugar entre la cita y el enigm a; palabra ligada a ese goce
particular que es el goce del descifram iento, continuación del uaba-
jo del inconsciente, según vimos en el capítulo 4.
El en u nciado (lo d ich o) es sin-sentido, abierto a la am bigüedad,
polisém ico, equívoco, p ro teico y se red u ce en últim a instancia al
h ech o m ism o de su en u n ciación (el d ecir) y se presta a sucesivas
reelab oraciones. Por esta m an era de intervenir es que, co m o dice
Nasio, “el psicoanalista es aquel que evoca el g o c e ”.21 Lo evoca, no
lo dice, no lo h ace, n o lo tiene, n o lo siente, n o lo transm ite, no lo
recu p era. Y lo evoca en la en u nciación que es la presen cia ética del
analista en el seno del d ecir del analizante. U n a en u n ciación que
es, no la causa sino la co n secu en cia del d icho del analista. “Si se lo
an tep on e, es p or retro acció n , aprés-coup-”22
La técnica, el có m o , qué, cu án d o y cu án to interpretar, ap arece
a h o ra co m o un elem en to supeditado al im perativo ético de evocar
a la vez que m arcar lo imposible del g o ce p o r m edio de un decir,
de un acto da en u n ciación , que sea “form ación del in con scien te”.
Así es; el incon scien te es form ad o (p ro d u cid o ). Es lo que “h ab rá si­
d o ” la palabra del analizante a partir de lo que en él se produjo por
el acto (y n.ás aún p or el silencio que trabaja) del analista.
En efecto, el g o ce o rd en a que la técn ica se subordine a la ética,
el en u n ciad o a la en u n ciación , lo que se dice a lo que no puede de­
cirse. En cuyo caso, co m o d ecía W ittgenstein ...
Q ue el ser se haga en la retroactividad de su acto es algo que no
con ciern e solam ente al analizante. Está implicado allí, y en prim er
lugar, el analista mismo. Es él quien, borgesianam ente, sabe en ton ­
ces y para siem pre qué es y quién es. Su deseo se equipara a la inter­
pretación, fórm ula adelantada p or Lacan desde el sexto de sus semi­
narios. Y su interpretación n o dice el ser sino que lo hace al m odo de
un corte en una superficie topológica que modifica sus propiedades,
que hace algo distinto de lo que había. No se trata de una frase sino
de un acto que anuda al deseo con el goce pasando p or la castración,
esa castración que es bloqueo del loco goce del ser, condición del go-
ce fálico y b arrera significante interpuesta al goce del O tro de acuer­
do a la co n cep ció n ya trabajada sobre los tres goces (capítulo 2).
L a interp retación ab re al deseo puesto que fu n cion a com o sig­
nificante reo rd en ad o r del conjunto. Es, de h ech o , un nom bre-del-
Padre que abre el cam po del g o ce p or la vía del bien d ecir; deja al
sujeto en condiciones de inten tar la aventura del g oce d esam arrán ­
dolo de las cad enas lenguajeras que lo co n ten ían en un a jau la de
síntomas, en otras palabras, lo intima tácitam en te, p o r su m era pre­
sencia, a actuai' más allá de la resignación y la culpa.
La interp retación es oracular, es un d ecir que se presenta com o
equivalente de lo real, más allá de la articulación significante. No es
un discurso que se agrega a otro discurso para confirm arlo, infirmar­
lo o desviarlo. Es una evocación del g oce que se propon e al desci­
fram iento sin d ecir la verdad, advertida de que el goce no es lo que
se cifra sino lo que se descifra. Es oracu lar porque el inconsciente,
el discurso del O tro, es un oráculo y la interp retación le es hom olo­
ga. En la interpretación se definen tanto el ser del analista com o lo
analítico. Es una m anifestación del “soy” que se convalidará por el
“pienso” que le seguirá. Se h ace p or la presencia simbólica, imagi­
naria y real de un analista que n o se separa de su d ecir para ser re­
presentado p or tal decir; él es y está en su decir. El dicho es la conse­
cuen cia del acto y m anifiesta la posición ética, el deseo del analista.
No vale p or el asentim iento o la respuesta que le sigue (discurso del
a m o ), no se le juzg a en el plano del saber (discurso universitario),
no respon d e a una escisión en el sujeto (discurso de la histérica).
U n a interpretación, un d ecir traducido en un dicho que n o es la ex­
crecen cia de la subjetividad de este o de aquel analista y que no sur­
ge de ninguna contratransferen cia en m ascarad ora del deseo.

5 . LA ANALOGÍA INMUNOLÓGICA

Para que una enunciación interpretativa pueda ten er efectos es con­


dición necesaria y previa la entrada del sujeto en la transferencia. So­
bre este pun to el acu erd o de los analistas es universal aunque no
coincidan en la significación de los términos interpretación y transferen­
cia. En térm inos lacanianos que son ya lugar co m ú n , se precisa la
constitución del sujeto supuesto saber. Llegado a este punto siento
la tentación de recu rrir a una (casi) parábola (de h ech o , una alego­
ría) para ilustrar el punto de la relación entre la transferencia y el go­
ce. No faltan — claro está— los antecedentes freudianos, pero en lu­
g ar de recurrir, co m o Freu d, a analogías militares h aré uso de una
com p aración co n la inm unología que las tristes circunstancias del
presente han h ech o casi del saber de todos. Diré, en síntesis, que se
trata de provocar con el análisis un síndrom e de inm unodeficiencia.
El sujeto, excep ció n h ech a del psicótico, llega arm ad o de un sis­
tem a defensivo de anticuerpos. U n an ticuerpo, si escu ch am os eso
que el significante h ace oír, es lo que p on e fren o y se o p o n e al go­
ce que es del cu erp o . H agam os ah ora, p or un m o m en to , una mez­
colanza insólita juntando la ignorancia p rovocada, las resistencias
y la represión; a todas ellas las pensarem os co m o anticuerpos. Nues­
tro sujeto del incon scien te, el habiente, ha sido bañado desde an­
tes de n a ce r en palabras y discursos que, viniendo del O tro , lo han
llevado a rotular co m o indebidos e inconciliables a aquellos signi­
ficantes que, articulándose, podrían h acer que la palabra con su e­
ne y resuen e con el cu erp o . C on el goce. P or eso los rechaza.
El organism o, nos dice la inm unología vulgarizada, apren d e des­
de el principio a re c o n o c e r sus propios co m p o n en tes p roteicos co­
m o propios y los tolera sin re a ccio n a r co n tra ellos. L os linfocitos
circulan p or todas partes llevando la inform ación que perm ite dis­
tinguir lo propio de lo ajeno en el individuo norm al; cu an d o apa­
rece en la circulación u n a p ro teín a extrañ a ella fu n cion a co m o un
“an tíg en o ” que p rovoca una reacció n de rech azo , un p ro ceso de­
fensivo que culm ina con su asimilación o su expulsión. C uando las
proteínas extrañ as no entran en la circulación sino — es el caso co ­
m ún— en el ap arato digestivo, ellas son disgregadas en partículas
elem en tales que luego se usan p ara reco n stru ir o tras p roteín as,
unas que sean com patibles co n las del propio organism o.
No perdam os ni p or un instante nuestro punto de com paración
analógica. El sistema estable de reconocimiento de los propios componen­
tes compatibles en el plano del significante es el “yo”, el viejo yo oficial
indiciado desde los tiem pos de la co rresp on d en cia de F reu d con
Fliess. 1-os significantes venidos de afuera (la palabra del O tro) no
entran en el sujeto sin pasar p or una aduana “linfocitaria” que deci­
de si esa palabra es asimilada a las propias, a las que el yo acepta por
juzgarlas inofensivas o si es rechazada. El destino com ún es que se las
desm enuce aislando sus co m p onen tes elem entales y luego se las re­
construya en com puestos com plejos acordes con la organización del
Yo. Toda intervención del saber del O tro que recaiga sobre el sujeto
activará el sistema de defensas inm unológicas ya preparado. L o radi­
calm ente incom patible será rechazado cu al vil injerto. Son los efec­
tos de lo que Freud llamó “análisis salvaje”. La palabra extrañ a habi­
tualm ente es asimilada y neutralizada p o r un sistema “p ro te c to r”
om nipresente. Es una función del “tim o” co m o dicen los m édicos y
tam bién, pero con un sentido más vulgar, los analistas. El sujeto está
“tim ado” para no reaccion ar frente a los com p onen tes que siente co­
mo propios (yoicos); es inducido a tolerar sus propias proteínas, p or
la arm azón discursiva e im aginaria que se llama “yo”. 1,a palabra ex­
traña es recibida e integrada al aparato de las defensas. Es más, pue­
de actu ar co m o “vacuna’' que lo inmuniza co n tra una palabra nueva
e imprevisible, devastadora. H abrá para ello de ser sem ejante pero
atenuada con relación a los significantes “peligrosos” que hablan de
una verdad que se preferiría desconocer.
El p ro ceso analítico ha sido co n ceb id o desde un principio para
desactivar este sistema de resistencias que pasa, o ra por la asimila­
ción al “y o ”, ora p or el rechazo de esos significantes que p o r rep re­
sión, ign oran cia o m ala fe n o se re c o n o ce n co m o propios. El suje­
to es llevado p or el p ro ceso m ism o del análisis a e xtrañ arse co n
respecto a su p ropia palabra. El sueño, esa p alab ra p ropia que se
escu ch a co m o p ro ced en te del O tro es la vía regia que co n d u ce a es­
te resultado. L os lapsus y lo que se p ro d u ce p o r las escansiones y
puntuaciones del analista no le van a la zaga.
Lo “propio” a lo que no se reacciona, el sistema inm unológico ar­
m ado en el seno de cada uno, es, en síntesis, el discurso del O tro que
ha tom ado posesión del cuerpo del sujeto, de su goce, desplazándo­
lo, haciéndolo extraño, convirtiéndolo en zona interior inabordable,
en Ello, en una satisfacción irredenta e irredimible por el discurso. El
goce, lo propio, es tratado com o ajeno. “Yo es O tro ”, pero no lo sabe.
Ni quiere saber de eso "Disolver los espejismos imaginarios”, tal com o
se dice en el discurso de Roma, es “otrificar” al Yo, descubrir la castra­
ción que se encubre bajo su máscara, revelar la falta en ser, el deseo
que le subyace y denunciar su impostora, su falsa unidad m onolítica.
Es O tro pero cree ser “U n o ”. La ignorancia en sí misma no es su
pecado; al fin de cuentas, la ignorancia es lo único universal en m ate­
ria de saber. El problem a es la ignorancia cuando se cre e saber; no es
la ausencia del saber sino la resistencia a la verdad a partir y en nom ­
bre del saber, cié un saber referencia! que perm ite ubicarse en la rea­
lidad y que es activo desconocim iento de la verdad y del goce que ella
inscribe. Ésa es la acción de los anticuerpos de los que hablo.
R etom em os el p u nto de partida: se trata con el psicoanálisis de
provocar un síndrom e de inm unodeficiencia, es decir, de neutralizar
a este sistema supuestam ente p rotector que es el conjunto de b arre­
ras al g o ce. E n esta analogía que estim o ilustrativa (¿y si no, para
qué?), la neurosis, condición universal, ap arece co m o una enferm e­
dad autoinm une. Es, en pocas palabras, el yo rechazando al sujeto.
El yo trata a lo propio, a las pulsiones que aspiran al goce, co m o ex­
trañas, desconoce a los significantes que las representan, las reprim e,
erige un sistema de defensas para protegerse de ellas, h ace de lo ín­
timo algo éxtim o, lo trata co m o un cu erp o (una proteína) forastero,
lo h ace síntoma, goce incógnito, disfrazado y vivido co m o sufrimien­
to corporal incomprensible. El síntoma se presenta com o “lo más aje­
no al yo que se en cu en tra en el interior del alm a”, es, co m o todo lo
reprim ido, “tierra extran jera in terior”.23 Quizá n u n ca se definió al
síntom a m ejor que con esas tres palabras. Podría decirse también que
es un enclave del discurso del O tro, un rem an en te de la o rd en su-
peryoica inicial de gozar que no encu en tra el exutorio del atravesa-
m iento de la castración y la canalización p or la vía del acto que es
consecuencia de la articulación significante.
O tra vez, Wo Es w arsolllch werden. D onde lo inn om inad o del sín­
tom a hundía sus raíces, tierra extran jera interior, d eb erá yo adve­
nir, significar, h a ce r su lugar a un saber que está allí, descon ocid o.
H abrá que d esarm ar las resistencias que rechazan lo au tén tico p or
juzgarlo am en azan te. Advirtiendo por cierto que la relación en tre
el sujeto y el O tro n o es de oposición y exclusión recíp ro ca (en una
p olaridad m ío / ajeno) sino de intersección de círcu los eulerianos
d on d e lo que falta en uno se sup erpon e y se reú n e co n lo que fal­
ta en otro (ver gráfica en p. 1 1 6 ). El resultado es la doble tachadu­
ra, la del sujeto y la del O tro.
El en gañ o del yo, co razó n de la neurosis, es p recisam en te este
d escon ocim iento de que en tre Sujeto y O tro (A) no hay la posibi­
lidad de la com pletud y el recubrim iento re cíp ro co que p rom ete el
fantasm a, que la escisión es irremisible y que el saldo del doble co r­
te es el objeto del g oce (@ ) que se pierde p ara am bos. En la neuro­
sis rige esta plena identificación del sujeto con el yo con descono­
cim iento de que ese yo es el efecto y el aliado del O tro; al servicio
de ese yo que es O tro se ren u n cia al deseo y se som ete el deseo a la
dem anda del O tro. Se cam bia el pulsionar p or el satisfacer (al O tro)
co n la esperanza fantasm ática de así ser satisfecho.
El tratam ien to analítico tiende a recon q u istar la tierra extran je­
ra interior haciéndola pasar p or el diafragm a de u n a palabra inédi­
ta e insólita que invente una salida al deseo p or la vía del acto que
d eclara la p articu larid ad subjetiva. Allí d on d e Eso estaba. H abrá
que p o n er límites al sistema seu d o p ro tecto r d e los anticuerpos yoi-
cos, defensa del O n o enclavada en el hablante, habilitar al cu erp o
para que sea experim entad o co m o gozante, desenm ascarar a los an­
ticuerpos, ren cau zar el g oce que debió exiliarse después de pade­
c e r una transustanciación y atravesar p or los sistemas de apalabra-
m iento, los que se suceden de u n a punta a la o tra del esquem a de
la carta 52 (cf. p. 1 8 9 ). Después de descifrar al g o ce y gozando del
descifram iento. Adviniendo Yo en ese lugar.
La interpretación tendrá que ser una palabra que burle el sistema
de defensas asimiladoras y /o rechazantes. P or eso no puede ser una
palabra ajena la que ponga en m archa el sistema inm unológico de re­
chazo de los injertos. El erro r de las intervenciones hechas desde el sa­
ber (referencial) del analista, erro r del que los analistas lacanianos es­
tamos más advertidos, consiste en recaer sobre la significación, sobre
el sentido del síntoma o de la transferencia tratada com o síntoma. Yla
interpretación lacaniana, sorpresiva y equívoca, actuando sobre el sig­
no, no preposicional, burla al sistema de los anticuerpos en lugar de
estimularlo a m odo de antígeno o de integrarse a él después de ser so­
metida a un proceso digestivo de asimilación. “Evoca el g o ce ”. L o pro­
voca también. Su enunciado es más próxim o al chiste que a la confe­
rencia. Es, más bien, una negativa a con-ferir. Puesta en acto.
Sólo tend rá efecto si la “p rotección inm un ológica” es deficiente,
si se ha debilitado al yo fuerte de la m etapsicología revisionista, el
del tim o. L a estrategia consiste en h acer del yo otro , un O tro sospe­
choso de com plicidad y encu b rim iento de aquello de lo que se que­
ja . El denunciante es el p rim er sospechoso; eso es algo que n o pue­
de ignorar ni el mas bisoño de los detectives. Hay que hacerlo hablar
para que vayan cayendo las máscaras que ocultan sus verdaderos m ó­
viles e identidad. Esa identidad es la m ism a que la del síntom a pues
co m o un síntom a está estructurado. La interpretación caerá sobre
su discurso tras desactivar los procesos defensivos habituales, las ba­
rreras fantasm áticas. P or eso co m en cé este apartado p roponiendo
que se induzca u n a “inm unodeficiencia”, un sida analítico, que ha­
rá pasar al sujeto p o r Lina situación de d esp rotección, de desam pa­
ro, de atravesam iento de los fantasmas de la vida para entrar en con­
tacto co n lo real d escarnado que se en cu en tra más allá.
Las alegorías y las parábolas cautivan pero, después de exponerlas,
hay que advertir al público de su estructura de ficción: lo esencial que
las constituye es la diferencia entre los dos términos que las integran
más allá del parentesco imaginario que ellas establecen. Pues la inmu­
nología y el psicoanálisis dependen de legalidades diferentes.
De todos m odos n o quisiera ab an d on ar la co m p aració n sin re­
co rd ar que estos recursos retó rico s son convenientes; un discurso
trata siem pre acerca de u n a realidad que h a sirio configu rad a p or
o tro discurso y lo real puede ser circunvalado au nque n o apresado
p or la palabra. L a som bra de lo im aginario cae sobre todo discur­
so ya que la verdad tiene estru ctu ra de ficción.
L acan consum ó una portentosa hazaña al revisar en su totalidad
los dichos de Freud e integrarlos con el decir de Freud. Su gesto ha
de ser constantem ente renovado. H ay que crear inm unodeficiencia
también con relación a la enseñanza de Lacan y a la protección que
m uchos encuentran en un discurso que se asegura de sí mismo y que
rechaza las innovaciones co m o injertos peligrosos. L acan hizo que el
psicoanálisis “convencionalizado” se hiciese extrañ o a sí mismo m e­
diante la im portación de otros discursos (lingüística, filosofía, lógica,
top ología), auténticos anticuerpos, que mostraban p or donde cojea­
ba esa verdad que se desgastaba p or el m anoseo del saber textual del
inconsciente que sólo del texto de Freud saca su consistencia. Y así,
difícil, extrañ o, apetitoso es el objeto del psicoanálisis. Deseable.

6 . LA CARTA AL PADRE

El analista se som ete a la exigen cia ética d e realizar con su sujeto la


travesía que los llevará por las sendas perdidas del fantasm a sin de­
jarse deslum brar p or los espejismos del co n fo rt físico y aním ico. Esa
travesía es la que él mismo ha h ech o y la in ten tará con quienes lo
buscan para h acerla con él. En el final e n co n tra rá un últim o esco­
llo que no es el de la castración postulada p o r Freud sino la subje-
tivación d e la m u erte.
U n a e xig en cia ética; ¿cuál? No la de los universales y los p re ­
cep tos, no una m oral. E sto'es claro. P ero tam p o co u n a ética de la
in d iferen cia o la apatía, de la co m p lacen cia en la m u e rte , del des­
d én. U n a ética an u n ciada desde el título de una o b ra a n te rio r a
F reu d p e ro q u e resu m e el p ro g ram a ético del psicoanálisis casi
— p od ría d ecirse— hasta en la últim a co m a de su te x to : M ás allá
del bien y del mal del que n u estro tan citad o Mas allá del principio del
placer n o es sólo u na paráfrasis sino tam b ién un co m e n ta rio , un a
co n tin u ació n , la cu lm in ación . El sem in ario de L a ca n sobre la éti­
ca p u ed e y quizá d eb e ser leído co m o la co n sta ta ció n de una lí­
n ea secreta, de un hilo hasta ah o ra invisible que Line a N ietzsche
co n F reu d co m o los dos gran des inm oralistas que se p reg u n tan :
“M oralizar, ¿N o s e ría ... una cosa in m o ra l”.24 ¿N o.será el proyecto
subyacente a todas las m o rales co n o cid as hasta hoy el de refre n a r
y o rd e n a r el g o c e su p ed itán d olo a n o rm as y p rincipios sord os y
refractario s al an h elo d e los sujetos a quien es reg u lan , todos esos
cód igos p ro ced en tes de Dios, de la n atu raleza, de la convivencia,
del placer, de la realidad? ¿Será p o r eso que “tod a m o ral es una
larga, una audaz falsificación, gracias a la cu al un g o ce , an te el es­
p ectácu lo del alm a, es im p osib le”?25
E n m edio de la p an op lia d e las m orales se clava el d ard o psi-
co a n alítico : “Se an u n cia u na ética, co n vertid a al silen cio, p or el
ad venim iento no del esp an to, sino del d eseo: y la cu estión es sa­
ber có m o co n d u ce a ella el cam ino de p arloteo de la exp eriencia
analítica A spirando a las palabras y que se exigen del analizan­
te y vaciándolas de sentido hasta en co n tra r el silencioso n ú cleo pul-
sional donde se ha rebasado la angustia para en co n tra r en ese más
allá la falta fecun d a del ser. No es un más allá del bien y del mal si­
no en la m edida en que ese objetivo se consigue yendo más allá de
la angustia.
La originalidad del psicoanálisis en este terren o es la de p on er al
deseo, al deseo inconsciente y no a la “intención que n o es más que
un signo y un síntoma que tiene necesidad de interpretación”,27 en el
lugar central de la ética. U n deseo que se opone a la inercia letal, un
deseo que opta, que decide y que actúa. El sujeto no puede evadirse
de ese deseo diciendo que otro decidió por él; es un deseo colocado
por encim a de los determinismos y de los ideales, donde nada está es­
crito de antem ano aunque, si hay decisión, puede estar escrito para
siempre. U n Wunsch de Freud que en Nietzsche es Wille zur Machi, vo­
luntad de poder, y un Machí de Nietzsche que en Lacan es jouissance.
I lay que elegir, decidir. Es m enester. Ni siquiera la sexuación es­
tá prefijada. A unque quieran llam arlo terrorism o, d ecía L a ca n en
“L a cien cia y la v erd ad ”,28 d e n uestra posición d e sujetos somos
siempre responsables, hem os de responder p or ella, p or el goce que
acep tam os, p or el g o ce que rechazam os, p or d ecir si q u erem os o
n o lo que deseam os.
Vaya un ejemplo clínico de validez universal que tiene la estructura
discursiva de una dem anda de análisis. A los treinta y cuatro años de
edad un hom bre soltero, que vive en la casa del padre y que trabaja en
el próspero com ercio que su padre posee y dirige, escribe a su progeni­
tor una larga carta que es una violenta recrim inación por todos los ma­
les que le sucedieron en la vida y una acusación por la incapacidad de
gozar que experimenta. La carta de Franz Kafka es harto conocida e in­
teresa tanto en relación con su autor com o p or la masiva identificación
que su texto provoca en ios neuróticos, analizantes o no. Ahora bien,
esta asunción especular de un texto ajeno dirigido a un padre, tan por
debajo de su función com o cualquier otro, es posible sólo al precio de
ignorar la última pagina de la célebre carta que, hasta ese final, es la
queja que el analista escucha constantem ente. Es el punto en el que
Franz, que ya no puede justificarse diciendo que tiene diecisiete años
en lo que respecta a sus posibilidades de decidir y poner en práctica sus
resoluciones, interrumpe su catilinaria para decir en pocas líneas lo que
el padre podría decirle (si “el inconsciente es el discurso del O tro” es­
to que Kafka pone en boca de su padre resulta esclarecedor):

Afirmas que me pongo en situación cómoda al explicar mi actitud


hacia ti simplemente por tus culpas, pero considero que, pese a tus
esfuerzos visibles, te hallas en posición mucho más favorable o, por
lo menos, no más difícil. En prim er término, también declinas toda
culpa y responsabilidad tuyas, por lo que nuestro proceder sería el
mismo. Mientras con la misma franqueza con que lo pienso hago re­
caer sobre ti la única culpa, tú quieres ser “superiindigente” y “su-
pertierno” y absolverme, a tu vez, de toda culpa. Lo logras, claro que
sólo en apariencia (tampoco te guía otra intención), y... resulta en­
tre líneas que en realidad he sido yo el agresor y que todo lo que tú
hiciste ha sido autodefensa. Por lo tanto, gracias a tu falta de since­
ridad, habrías logrado ya tu objeto pues has demostrado tres cosas:
primero, que eres inocente; segundo, que yo soy culpable; y, terce­
ro, que de puro sublime estás dispuesto no sólo a perdonarme, sino
también, ló que es más o menos igual, a demostrar y querer creer tu
mismo que también yo soy inocente; desde luego, contra la verdad.
Con esto podría bastarte, pero no. Te has metido en la cabeza la in­
tención de vivir totalmente a mi costa. Reconozco que peleamos el
uno con el otro, pero hay dos clases de combate. El combate caba­
lleresco, en que se miden las fuerzas de adversarios independientes;
cada uno está solo, pierde solo, vence solo. Y la lucha del parásito,
que no sólo pica, sino que también sorbe la sangre de quien lo man­
tiene. Así es el soldado mercenario y así eres tú. Eres inepto para la
vida; pero para poder arreglártelas cómodamente, sin preocupacio­
nes ni cargos de conciencia, demuestras que te he quitado toda tu
aptitud para la vida y que me la he metido en el bolsillo. Qué te im­
porta ahora si eres inepto para la vida; la responsabilidad la llevo yo.
y tú te desperezas con tranquilidad y te dejas llevar por mí, física y
espiritualmente, a través de la vida. Un ejemplo: hace poco, cuando
pensabas casarte, querías al mismo tiempo no casarte, lo que admi­
tes en tu carta; pero, para no tener que resolverlo tú mismo, desea­
bas que te ayudara a no casarte, prohibiéndote esa boda por la “des­
honra” que la unión traería a mi nombre. Pero eso ni se me ocurrió.
Primero, porque en este caso como en todos los demás, no deseaba
“ser un obstáculo para tu felicidad”, y en segundo término, porque
no deseo escuchar jamás un reproche semejante de mi hijo. ¿Me sig­
nificó alguna ventaja haberme vencido a mí mismo al darte libertad
para la boda? Ni la mas mínima. Mi rechazo hacia la boda no la hu­
biese evitado; por el contrario habría significado un estímulo para
ti, ya que la “tentativa de evasión”, como te expresas, se habría he­
cho más completa. Mi consentimiento para la boda no evitó tus re­
proches, pues demuestras que, de todos modos, soy el culpable de
que no se haya realizado. Para mí, sin embargo, en este y todos los
otros casos, en el fondo no demostraste otra cosa sino que mis re­
proches se justificaban y que entre ellos faltaba uno más, particular­
mente justificado, que es el reproche por la falta de sinceridad, ob­
secuencia, parasitismo. Si no me equivoco mucho, también con tu
carta actúas como parásito sobre mí. (Cito la traducción de Haeber-
le escogida entre las varias existentes).

Esas líneas casi últimas en la carta son la razón de que la misiva


n unca fuera enviada: la carta llegó antes a su destino que e ra el pro­
pio autor. El p árrafo final consiste en un cierto recon o cim ien to a
las razones del p adre y en una cierta insistencia en las razones del
hijo p ero — term in a d icien d o el escrito r— “se ha log rad o, en mi
opinión, algo tan ap roxim ad o a la verdad, que puede tranquilizar­
n os un p o co a am bos y h acern o s más fáciles el vivir y el m orir.
F ran z”. Son las palabras que espera un analista cu an d o oye el largo
relato del sufrim iento del alm a bella hasta el p u n to en que se pro­
d u ce la inversión dialéctica del rep ro ch e, el punto en que el analis­
ta puede resolver que las entrevistas prelim inares h an con clu id o y
que el análisis p uede com enzar. Allí d on d e el sujeto alcanza el lími­
te de su au to excu lp ación acusatoria para acep tar su responsabili­
dad en el g o ce que alcanza y en el g oce que rechaza.
El cam ino del análisis lo llevará de ahí en más en d irección al de­
seo en su doble función de b arrera y de cam in o para el g o ce y el su­
je to resultará ser, habrá sido, un m o d o de con ju gación del deseo y
del g o ce que se abrirá en m edio y p or m edio del lenguaje, de una
relación diferente con el saber inconsciente. Y la ética del psicoa­
nálisis se jugará en to rn o del deseo, de su cesión o no cesión y del
bien d ecir co n fo rm e al g oce que así se conjuga con el deseo.
Esa es la función asignada al nom bre-del-Padre. A su nombre, que
es el de un m u erto en la p ecera de lo sim bólico donde flotan las pa­
labras. No el p ad re que aterroriza con su p o d e r aniquilador, tal co­
m o Kafka lo presenta, sino el que puede arm on izar a la ley con el
deseo, al significante co n el goce.
El deseo y el g oce, el O tro y la Cosa. L a exp erien cia del análisis
se inaugura y se prosigue p or la articulación dialéctica de esos dos
pares de co n cep to s en tre los cuales se d esg arra el sujeto $ . Razón
de más p ara que el decir, el d ecir que descifra, sea la bisagra y el
diafragm a que los liga.
Pueden venir al caso otros dos ejemplos históricos y clínicos que
n o le van en zaga ni en celebridad ni en carácter paradigm ático al de
Kafka: los de Freud y Lacan, esos sujetos que se construyen en un de­
cir y en un escribir su désir que convocan en un solo acto al deseo y
al goce: eso que se llama un estilo, un estilete que deja su m arca en
el O tro al realizar la inscripción histórica de un deseo. U n deseo que
no es una variable psicológica sino que se construye, para nosotros,
retroactivam ente, a partir de lo que dejaron los padres del psicoaná­
lisis: analistas, escritos, discípulos, instituciones, disoluciones...

7. ¿C E D E R E L D E SE O ?

Jacques-Alain Miller en su sem inario ha llam ado justam en te la aten­


ción sobre el e rro r que se co m ete cu an d o se lee apresu rad am en te
y de m odo voluntarista el sem inario de L acan sobre la ética del psi­
coanálisis y se extrae de él, a m odo de consigna, un “no ce d e r el de­
seo ” que L acan n u n ca p ro n u n ció . Desde esa con sign a espuria se
avala una justificación de la perversión, del b errin ch e, del negati-
vismo o de un egoísm o d esenfrenado que pasa, o ra p o r el descon o­
cim ien to, o ra p or el avasallamiento del otro. Es u n a lectu ra perver­
sa que con fu n de el deseo incon scien te con la inten ción de gozar y
q ue h ace pasar al goce p or la afirm ación sob eran a del yo. C on tra
esta in terp retación que p arece ab og ar p or un “yo fu e rte ” se yergue
la orien tación lacaniana.
D ebem os leer co n aten ció n el texto de la reunión final del se­
m inario de L acan sobre la ética en 1 9 6 0 a9 y ver que sus e n u n cia­
dos son sum am ente cautelosos. En efecto , no se p od ría co m p arar
al Lacan hab itualm ente ap o d íctico co n el que co m ien za p or ad­
vertir: ‘'Es a título exp erim en tal que p ro fiero an te u stedes estas
proposiciones. Form ulém oslas a m odo de paradojas. Veamos qué
es lo que esto da para orejas de analistas”, inm ediatam ente después
de tom ar estas precauciones dijo: “Propon go que la única cosa de la
que se puede ser culpable, p or lo m enos en la experiencia analítica,
es de h acer cedido sobre su d eseo”.
La propuesta dice que la cesión del deseo en g en d ra culpa; éste
es un dato clínico, un a observación irrefutable dé la que cabe ex­
traer co n secuencias éticas. El sujeto ced e su deseo y para ello tiene
buenas razones, “incluso la m ejo r” {id .), es decir, el bien, la conve­
niencia del O tro y la del sujeto m ism o en tanto que su lugar le es
asignado en el O tro p or el O tro . Pero esto conlleva u n a traición y
un engañ o, los que el sujeto realiza sobre sí m ism o o a los que se
presta preten d ien d o que hay recip rocid ad , que el O tro a su vez ha­
ría una ren u n cia equivalente de su propio deseo. Y esto es lo que
— una vez hechas las cuentas— no se logra. No p o r el egoísm o de
u n o u o tro sino p orq u e el g oce de cada uno es incon m en su rab le
co n el g oce del O tro, porque las renuncias 110 p u ed en co m p arar­
se, p orqu e la pérdida y el perjuicio son inh erentes a la ren u n cia. El
g oce clam a, reivindica su ofren d a. Se niega al cam b alach e. No se
puede trocar. T rocarlo es tru carlo. Y traicion arlo. L a aspiración del
deseo se paga con una cu ota de g oce, co n una m o n ed a que es la li­
bra de carne extraída del cu erp o y reclam ada p or el O tro. Es la opo­
sición del deseo y el goce: los polos en frentados de aq uel sem ina­
rio del 5 de mayo de 1 9 5 8 que co m en tam os en el com ien zo y de
d on d e a rra n c a la reflexión de L acan en to rn o de este insólito e
inaccesible objeto de co n ocim ien to que es el g oce.
No se cede el deseo sin culpa porque ced er el deseo es adorm ecer­
lo, anularlo com o fuerza (pro)pulsiva, adm itir en su lugar la conve­
niencia, el confort, el placer, el servicio de los bienes, el mal menor,
el riesgo calculado, la sumisión a la dem anda manifiesta o supuesta
del O tro, la conform idad con el fantasma que realiza el deseo en lo
imaginario a la vez que lo resigna, la detención del movimiento de ins­
cripción del nom bre propio, la obediencia a la prohibición edípica
de no ir mas allá del padre. Ríen podía Freud exp erim en tar tristeza
entre las colum nas de la Acrópolis, pero mayor y definitiva hubiera si­
rio su culpa si, por n o llegar hasta ese atalaya, p or no rebasar al padre,
se hubiese quedado a los pies de la co lin a.111 La tristeza y la soledad
eran el corolario de la hazaña de su deseo. El Edipo y sus fantasmas
de crim en y castigo operan co m o sitios de detención para el deseo in­
consciente, protegen del goce considerado transgresivo, incestuoso,
pagadero con la ceguera. P or eso es que al final de la m archa analíti­
ca lo que adviene no es el espanto sino el deseo después de atravesar
los alambres de púas de una ley que ord ena detenerse, retraerse an­
te la posibilidad de alcanzar ese goce al que el O tro, sujeto también
él de la castración, debió renunciar.
Freud no podía llegar a Rom a, no podía m ontarse sobre la Acró­
polis, no podía “llegar lejos” porque eso se le presentaba co m o “algo
injusto, prohibido de an tig u o ... y es co m o si con tin u ara prohibido
q uerer sobrepasar al p ad re”. P or eso él evoca en la carta a Romain
Rolland su antiguo trabajo acerca de “Los que fracasan ante el éxi­
to ”. E n cu en tra que su incredulidad y su rechazo psíquico al alcanzar
algo fervientemente anhelado recon oce “la motivación umversalmen­
te válida” del Edipo. Ante el deseo es más seguro recular, desvanecer­
se com o sujeto, p ad ecer una inhibición (Jading), refugiarse en el sín­
toma n eu rótico p o r acción de los ant icuerpos que rechazan el goce
com o lo ajeno o paralizarse p or la angustia erigida co m o última ba­
rrera para desconectar el deseo del goce. Inhibición, síntoma y angus­
tia.
La neurosis, el m alestar en la cultura, deriva de la Ley que h ace
a la cultura posible, al sujeto deseante, el g oce com o transgresión
y co m o crim en , a los afanes del d esean te co m o m alditos, incom ­
prensibles, locos. L a cu ltura es el malestar. Del g oce co n ten id o, ese
al que no se resigna.
El psicoanálisis, se ha dicho, es u na p ráctica que no se guía por
ideales o por prescripciones. Sin em bargo, no queda excluida la po­
sibilidad de juzgar. La p ro m o ció n freudiana del deseo (en su rela­
ción co n el g o ce) al lugar cen tral de la ética perm ite u n a revisión
crítica de todas las desviaciones impuestas al deseo inconsciente. Es
en to n ces cu an d o cabe u n juicio y hasta un Ju icio Final en el tribu­
nal ético, aquel d on d e no cabe el perjurio, del que saldrá una sen­
tencia inapelable según la respuesta dada p or el sujeto a la p regun­
ta: “¿H as actuado conforme al deseo que te habita L a pregunta pone
el acen to en las co nsecu encias lácticas del deseo y n o en el deseo
m ism o, cuestiona a la acción orien tad a p or el deseo que no es, véa­
se, el deseo de uno sino lo que habita m u ñ o . P or este matiz es que
este m o d o de p lan tear el in terro gan te es m ás preciso que el de la
fórm u la previam ente citad a y pro ferid a p or L acan ese m ism o día
acerca de “ced er su d eseo ”. Pues el deseo no es de uno co m o lo da­
ría a en ten d er el genitivo; el deseo está del lado del Otro y “habita”
en uno. “L a m edida de la revisión32 de la ética a la que nos lleva el
psicoanálisis es la relación de la acción co n el deseo que la h ab ita”
y tal acción se inscribe en una dim ensión trágica, tragicóm ica, de
la vida. A ren glón seguido de su p regun ta L acan insiste en que ella
sólo puede ser p lan tead a en su pureza en el co n te x to an alítico y
que ese in terro gan te, con sólo plantearse, es ya una oposición a la
ética tradicional, la de Aristóteles, que p recon iza la tem p eran cia, el
alejam iento de los extrem o s y, en últim a instancia, la obediencia a
las consignas esclavizantes y benevolentes del am o que im ponen la
postergación del deseo. Es en este punto d on d e la ética del análi­
sis se aparta e im pugna al poder.
P sicoan alíticam en te n o hay acto in o cen te. El acto im plica co n ­
secuencias éticas que h acen al actu an te cu lpable. El a cto es una
irru p ción cread o ra en el o rd en significante y conlleva una transgre­
sión, un parricidio. El h éro e analítico no es un in ocen te; es quien
arrosü'a la culpa. L a m eta no es la beatitud, tam p oco la absolución.
Si Dios (el pad re) h a m u erto y es el fu ndam ento del orden incons-
cíen te es p o rq u e lo h em os m atad o. Se es culpable p o r el solo h e­
ch o de existir, p or separarse de la (de todos m odos im posible) alie­
n ación absoluta en el deseo del O tro. Se es culpable p or afirm ar
u na palabra, p or atravesar la castración p ara e xp lo rar los limites del
goce fálico que está filtrado p or el diafragm a de la palabra.
Hay así dos variedades de la culpa. U n a que se exp erim en ta p o r
no h ab er actu ado según el deseo, im aginaria, exp resad a en fantas­
mas masoquistas de castigo y red en ció n ; o tra, real, arro strad a co ­
m o p recio del deseo, asumida y proclam ad a corno una hazaña m o­
vida p o r el deseo. Esta cu lp a es la que reivindica el loco de
N ietzsche en “La gaya cien cia” y cuyo resultado es la exaltación :33
“La alegría o, para hab lar mi lenguaje, el gay saber, es una reco m ­
pensa: la recom p en sa de un esfuerzo con tin u ad o, atrevido, tenaz,
sub terrán eo, que, a decir verdad, no es para todo el m u n d o ”.
El g oce, razón y m edida del acto, arrastra la som bra del parrici­
dio. “La co n cien cia nos h ace culpables”, sí, p ero p or una culpa que
es an terio r e innom inada. Edipo, incon scien te, no es m en os culpa­
ble que A ntígona que sabe de su delito. Más aú n , porque Edipo n o
sabía cuál era su crim en es que el O tro, el C oro, estaría dispuesto a
p erd on arlo , p ero él m ism o en tien d e que n o hay absolución posi­
ble y p or ello se mutila. A ntígona, su hija y h erm an a, asum e la cul­
pa co n altanería y baja al sepulcro para que se cu m p la la sentencia
que le im pone el O tro de la Ley. Ella no se a rrep ien te ni se castiga;
p or el co n trario , reivindica su acto y aboga p or otra ley que lo co ­
m andó, una ley su perior a la de sus verdugos políticos. La heroici­
dad analítica distingue, corno antes H egel, en tre estos dos m odelos
de crim en y castigo. Y opta: el que actú a co n fo rm e a su deseo es el
que h a p od id o designarse co m o yo allí donde EUo estaba y afronta la
responsabilidad de su posición de sujeto, no el que, inconsciente,
ced ien d o a las tram pas del am o r propio (narcisism o) se provoca él
mism o el sufrim iento y la d estrucción .
“De lo ú nico que se puede ser culpable es de h ab er cedido sobre
su d eseo ”. Es el caso de Edipo, no el de A ntígona. Edipo se sacrifica
al servicio de los bienes, del bienestar de la ciudad, abdica, se exilia.
Antígona atraviesa la b arrera del con fort propio y ajeno que perso­
nifica su h erm an a Ism ena y refuta con vehem encia el argum ento de
las ventajas políticas de la obediencia. Ismena le habla en nom bre
de la condición fem enina que im pone la sumisión a los dictados del
O tro. A ntígona responde desde una diferente idea de la fem inidad
que está ligada a lo que del deseo de la M adre, explícitam ente invo­
cado en el texto de Sófocles, no ha sido reglam en tad o p or el nom-
bre-del-Padre. Antígona reivindica esta otra co n cep ció n ; ella habla
desde un lugar de no-toda d en tro de la función fálica, desde un de­
seo que apunta no al falo sino más allá, al significante que falta en
el O tro, aquel p o r el cual La m ujer no existe.
Más allá de la culpa y la angustia, acep tan d o que la castración es
inicial y estru ctu ral, el h éro e analítico h ace su ju g a d a , arriesg a y
pierde, toca los límites de lo (im )-posible en función del deseo y de
lo que co rre bajo la cad en a significante, inarticulado e inarticula­
ble, que es el g o ce, u n a escritu ra en el p ergam ino co rp o ral. Se po­
ne más allá del bien y clel mal, más allá de la organización judicia-
ria de la vida cotidiana, la que h ace de todo acto cre a d o r un delito
punible p o r el superyó co m o verdugo o p or el O tro que tom a so­
bre sí la carga de vigilar y castigar p o r lo que el sujeto pudo h ab er
h ech o después de atravesar los b arro tes internos del superyó cu m ­
pliendo con su im perativo fundam ental que es el de gozar. Se tra­
ta aquí de esa cidpa an terio r que sofrena al acto h ech o co n fo rm e
al deseo que se co n trap o n e a la castración co m o am enaza. El aná­
lisis m uestra la vanidad de am en azar con una p ena que ya fue eje­
cutad a y que, adem ás, ni pena es, pues sólo pasando p or ella es que
se abre la posibilidad del goce.
Por su deseo el sujeto afronta esa amenaza y revela su inocuidad
ya que, pasada la castración prim era y esencial, habiendo recibido so­
bre sí la m arca que habilita el goce fálico, no hay la castración sino la
afánisis, el fa d in g del sujeto, su desaparición bajo la dem an d a del
O tro, la neurosis. El neurótico es el personaje que cede su deseo, que
se escuda frente a él co m o si fuese peligroso. El cum plim iento del de­
seo le parece p eor que la frustración y p or eso renuncia a él, “se lo
m ete en el bosillo”.'14 Cuando podría realizarlo sobrevienen la angus­
tia y la inhibición. Quien m ejor lo ilustra es el fóbico.
El goce fálico, electo del pasaje del sujeto por la castración, evoca y
contornea el incesto pero es, a su vez, una precaria y siempre incierta
garantía ele que no hay incesto, de que el sujeto es algo mas que el ob­
jeto plus de goce del O tro, sometido a su dem anda. Las calles de
acceso a la sexualidad son calles de salida del incesto mientras que la
castidad (“castigad” decía alguien en análisis) es en sí incestuosa pues
muestra al sujeto encadenado el goce incestuoso de la Madre, figuran­
do él con su cuerpo ese goce m aterno que es perverso, que es la for­
ma más generalizada de la perversión femenina, la que pasa por des­
m entir que haya otro goce que el goce fálico a través de la posesión de
la sexualidad del hijo (o hija) supeditada a sus edictos, literalmente su­
peditada, bajo su pie. El fetichismo tiene sanción etimológica.
Cabe aquí evocar la sagaz observación clín ica de Freu d : la obe­
d ien cia al Superyó, e! sacrificio del g o ce fálico p a ra satisfacer sus
exigencias, no aca rre a la paz in terio r sino que, m ientras m ás “vir­
tuoso” es, más se halla el sujeto asediado p o r los escrúpulos y la cul­
pa. Las ren u n cias pulsionales n o h acen sino in crem en tar el males­
tar tanto en el individuo co m o en la cultura.

8 . PARA T R E S G O C E S, T R E S SU PER YO ES33

El superyó freu d ian o es, co m o se sabe, un h e re d e ro del co m p le­


j o de Eclipo que su p o n e el re em p lazo de la a m e n a z a de ca stra ­
ción co m o p eligro e x te rn o p o r la reg u lació n in te rn a de las m o­
cio n es pulsionales. Se co n cib e al superyó co m o u n sistem a de
habilitaciones y prohibiciones del goce. O bed ien te a la ley y d en tro
de sus m arcos el g o ce está perm itido p ero es un g oce lim itado, po­
dado p o r las tijeras de la castración.
El superyó lacan ian o 110 p u ed e con fu n d irse co n el freu d iano.
Su im perativo no es el d e o b e d e ce r sino el d e gozar y el g o ce es
p recisam en te lo que el superyó freu d ian o p ro h íb e. El g o ce es
transgresivo; p o r eso tiene p oco que ver con la obediencia. La cues­
tión es, después de h ab er distinguido co m o lo hicim os en los pri­
m eros capítulos, en tre tres form as del g o ce , la de d eterm in ar qué
quiere d ecir el m and am iento superyoico de “g ozar” puesto que los
goces se co n trap o n en y se excluyen en tre sí. ¿Se trata de gozar an-
tes de, en vez de o después de la castración ; nos inclin arem os p or
el g o ce del ser, p o r el g o ce fálico o p or el g o ce del O tro? ^O ptare­
mos p o r la co n cep ció n de un superyó aniquilador que o rd e n a una
locu ra irresponsable, de u n superyó regu lad or que a la vez p erm i­
te y p rohíbe p ero que siem pre som ete a sus dem an d as neurotizan-
tes, o p or un superyó transgresivo que o rd en a re c o n o ce r al deseo
que habita en el sujeto y h a ce r de él la Ley que facilite el cam in o
del g oce? (Psicosis, neurosis y libertad p ara el acto perverso, res­
pectivam en te.)
P ropon go que la form u lación lacaniana de que la orden del su­
peryó es la de gozar puede en ten derse en tod a su riqueza sólo si se
respeta la am bigüedad de su en u n ciad o reco n o cien d o la polisemia
y la polivalencia del goce. Al aceptarse esta propuesta se tend rá que
re c o n o ce r una triplicidad superyoica que incluye al superyó freu-
diano co m o el que tropieza con la insalvable ro ca viva de la castra­
ción y al superyó lacan iano co m o aquel que elige no d eten erse an­
te la castración simbólica, reco n o cerla co m o el acceso posibilitado
p or la fu n ción y p or la m etáfora p aterna al cam p o del lenguaje y
del discurso y atravesarla en el cam ino de la inscripción del deseo
en lo real p or m edio de actos que rom pan los espejismos im agina­
rios y los perm isos y licencias simbólicas. Actos que, p o r su misma
realización, significan la im pugnación de la norm atividad.
La distinción, triple, habría de realizarse en tre un superyó pri­
mitivo, este sí obsceno y feroz, que exige un goce desenfrenado, aje­
no y an terior al lenguaje, que no quiere saber nada del nom bre-del-
P ad re co m o fu n ción m etafórica que lanza al deseo, kleiniano,
diríam os, para distinguirlo de un superyó freudiano que sería co n ­
secutivo al anterior, pacificante (y 110 tan de fiar), que p ro m ete re ­
com pensas p o r la o bed ien cia a las directivas del ideal del yo p ro ce­
den tes a su vez de id entificacion es con los significantes del O tro
introyectados, p or las ad m oniciones recibidas “de viva voz”; es un
superyó que esgrim e el arm a de la culpa, que recom ien d a d eten er­
se en el cam in o del deseo, acep tar “que 110 se p u e d e ” y que deriva
a la subjetividad p or cam in os de im potencia, de inhibición, sínto­
m a y angustia. Estos dos superyoes deben a su vez distinguirse de
un tercero , lacaniano, que impulsa a gozar al igual que los otros dos
p ero con una diferencia esencial: en él el g oce h abrá de transitar
p or el discurso, es decir, p or el sem blante36 que aspira a recu p erar
el goce perdido en un cam ino ( techenh-e) que va más allá de las pres­
cripciones reguladoras y que con fron ta al sujeto con el límite, co n
el nec plus ultra, con lo imposible que es con secu encia de la inexis­
tencia de la relación sexual. Por sus im plicaciones clínicas este ter­
ce r superyó debe distinguirse de la perversión que p od ría ser su
punto de d esem b ocad u ra com o p ara los otros dos son la psicosis y
la neurosis. L a diferencia no por sutil es m en os im p ortan te: es la di­
ferencia que hay en tre un h acer sem blante de gozar, propio del per­
verso, y un gozar de h acer sem blante, de una gaya cien cia dionisía-
ca que se extien d e mas allá del fracaso en o rd en ar el saber y el vivir
según los objetivos apolíneos de la plenitud, la integración y la ar­
m onía en tre el h om bre y el m undo o en tre el h om b re y la mujer.
Más allá de la culpa, más allá de los ideales, más allá del principio
del placer, m ás allá del bien y del mal, del p adre y del sentido, p e ­
ro no más allá del sem blante o de la m áscara.37
L a relación en tre el superyó lacaniano y la obediencia del perver­
so al m andam iento de gozar aportando al O tro el goce que le falta
es, lo repito, sutil p ero sustancial. No es una relación de exclusión pues
para el sujeto en el fin del análisis el deseo ha tom ado el lugar que
ocupaba el superyó norm ativo y ffeudjano y que con d en aba a la im­
potencia: el acto perverso n o está ah ora prohibido en función de có­
digos jurídicos. El sujeto está en condiciones de intentarlo teniendo
tan sólo que decidir si quiere lo que desea, si da su consentim iento a
ese deseo que ha descubierto habitando en él. No hay una con d en a
a priori sino una posibilidad de decidir. Aquí reside una de las dife­
rencias co n la perversión: ella obedece a un imperativo que, re co r­
damos, “apenas acentúa la función del deseo en el h om bre” (p. 2 5 3 ).
La distinción es de estructura: si el analizado se identifica con su fal­
ta y en función de ella realiza su acto, en la perversión el sujeto se
identifica con la falta del O tro y la desm iente haciéndose él el instru­
m ento del goce que falta o que faltaría a la m ujer; p roced e com o si
para ella no hubiese otro goce que el goce fálico.
El perverso tom a el lugar del objeto @ para asegu rar el g o ce del
O tro hacien d o él, p or m edió de su escenificación, el sem blante de
sabergozar. El analista, p or su p arte, co m o resultado de su análisis,
está en el lugar de sem blante de lugar de la falta en el saber y en
el g oce, y desde allí cuestiona al sujeto en su escisión planteándole
al O tro la pregun ta p o r su deseo, rech azan d o toda pretensión de
obliterar la falta, h acien d o a ctu ar la ign o ran cia, re co n o cie n d o el
g o ce en su h orizon te de imposibilidad y dejando al sujeto la co n ­
signa de aventurarse p o r los cam inos del significante, gozando de
h a ce r sem blante, de inventar el saber, de exaltarse sin alterarse, ac­
tuando según el deseo que reside en él.
El superyó que hem os llam ado freudiano, el que o rd en a som e­
terse ante la am enaza de la castración, rem an en te o h e re d e ro del
com plejo de Edipo, es el fu ndam ento de una form a p articu lar del
g oce que es el g oce del síntom a n eu rótico y de la culpabilidad, de
un g oce que surge del recular del sujeto an te la castración . Es, en
ese sentido, un g o ce fálico que no acierta a canalizarse en el discur­
so, reten id o en el cu erp o y, p o r eso, ap aren tem en te “p refálico” o,
co m o lo llama la d octrin a establecida pregenital (si se acep ta que el
único genital es el falo). Es goce del significante, sí, p ero som etido
a la represión secundaria. No p o r nada su efecto es reco g id o p or
lalengua co m o m anifestación oral: rem ordim ientos.
La cu lp a y el fantasm a de castigo ( “Pegan a un n iñ o ”) n o son,
cu alq u iera lo sabe, ajenos al g oce. Al co n trario , en torn o de ellos
se teje un g oce re to rcid o p or invocar y ofrecerse de m o d o propi­
ciatorio y sacrificial al g o ce del O tro. Este g o ce es el fu n d am en to
de u n a com pu lsión de rep etició n que llevó a algLinos analistas a
acu ñ ar la fórm ula de “neurosis de destino” para designar a un fan­
tasma perverso que im pone acom od arse al supuesto fantasm a per­
verso del O tro y de su g oce. El autocastigo, la p aran oia de autopu-
nición, los despojos, la re c u rre n cia de los accidentes, las prisiones,
las desgracias y las o p eracion es quirúrgicas no son las señas de ha­
b er actu ad o co n fo rm e al deseo sino en tanto que ese deseo está
alien ad o en el fantasm a del g o ce del O tro , ese O tro al que se le
ofren d arían la castración y el fracaso. Culpa y rem o rd im ien tos es­
tán así en la órb ita del g o ce fálico, de la fan tasm atización maso-
quista y edípica, del castigo im puesto p o r h ab er re tro ce d id o ante
el deseo in con scien te.
El goce en el castigo del superyó existe y al sujeto le h orroriza sa­
ber de eso. La m elancolía y la neurosis obsesivo-compulsiva apare­
cen en esta óptica co m o cultivos del goce. Freud hablaba en tales
casos de desintricación (Entmischung) de las pulsiones. Kafka mos­
tró en sus n arracio n es este goce recó n d ito , este desierto S L ib je t i v o

del g oce, que co rresp on d e a la ren u n cia al deseo para som eterse al
enigm ático g o ce del O tro. La hazaña de gozar p o r no gozar no es
patrim onio exclusivo de la histérica.
P ara nosotros el superyó es el g o ce sin el deseo, fuera de él, en
vez de él.

9. DEL AMOR EN PSICOAN ALISIS

El am or, sólo él, decía L acan el 13 de m arzo de 1 9 6 3 , permi t e el


goce co n d escen d er al deseo. Para que tal m ilagro de conciliación
de opuestos sea posible el sujeto deberá m ostrarse co m o deseante,
habitado p or u n a falta que cierra la vía al g oce del ser y ab re la de
un acceso al goce O tro, transcastracional (si se perm ite neologizar).
Es m en ester que, para uno, el O tro se @ ice , se haga sufra una
@ ificación , pase a rep resen tar la causa de ese deseo que instiga a
desafiar los im pedim entos extern o s, los diques de la presunta im­
p oten cia interna. T ransitando p or esta vía m aldita se verá con d u ci­
do al (d e s )en cu en tro @ -m uroso, al a-mur, al im perm eable m u ro de
inaccesibilidad que envuelve a la Cosa.
El e n cu e n tro del d eseo co n el g o ce sólo p u ed e te n e r lu gar ba­
jo los em blem as d e la castració n y su p on e d esp ren d erse de la c o ­
rresp o n d ien te angustia. C o m o ya dijim os al final del cap ítu lo 2
(pp. 117- 119) , en tre el deseo y el goce hay, si no el am or, el grito
desaforado y disolvente de la angustia.
El psicoanálisis tiene la más estrech a relación con el am o r pues
no hay más que el am or com o desfiladero para que se produzca esa
“co n d e sce n d e n cia ” tan an h elad a co m o defen d id a. El bien en el
análisis — hay que su p erar un cierto p u d o r para d ecirlo, para no
caer o para no d ar pie a una acusación justificada de cursilería pas­
toral de la que Lacan estaba muy al tanto— tiene que ver co n el de­
seo conjugado con el g o ce y, p or lo tanto, co n el am or. No podría
deducirse de esto una nueva idealización del am o r ro m an cesco o
un retorn o a los en com ios piadosos que ad orn an las prim eras apo­
logías en E l banquete p latónico y que llegan al colm o en el discurso
de Fedro. El am or está consagrado a un “fatal d estin o ” y fren te a él
sólo cabe la forzada valentía de asum irlo. N o se trata del am or-pa­
sión ni del am o r de los abuelitos fundado en la recip rocid ad y en
la com p ren sión piadosa; se trata del am o r co m o ese m alentendido
ineludible, ese equívoco que, mal que bien, lleva a la rep ro d u cción
de los cuerpos.
Para que pueda aflorar esta co n d escen d en cia es n ecesario que
el g o ce haya sido rech azad o , p erd id o , ren u n ciad o, sep arad o del
cu e rp o p or el O tro del significante y de la Ley. L a co n d ició n del
am o r es la represión originaria. Su trasfondo y su albergue es el in­
con sciente. Es un reto ñ o de la Ley de p rohibición del incesto que
h a ce de la M adre p rim ordial un objeto prohib id o p ara el g o ce y
que, por la vía de la m arca fálica, induce al deseo, ese deseo que en­
cu en tra sólo objetos evocadores de lo p erdido y que llevan la mues­
ca de una diferencia, objetos particulares que son y que no son, que
son p o r no ser la Cosa. L a Ley h ace d e este m odo el g oce, p rohi­
biéndolo. Todo am o r tiene este trasfondo cu lp oso que b ord ea la
transgresión y la quiere y la requiere.
Del g oce y del au toerotism o, pasando p o r la Ley, al deseo que la
Ley o rd en a. El g oce, sí, p ero en carrilad o hacia el o tro ( “extraver­
sión de la libido”, diríam os recu rrien d o al cem en terio del psicoa­
nálisis), no hacia ad entro. De ello deriva la ligazón inconsciente en­
tre m astu rb ación e incesto y la culpabilidad co n co m ita n te . El
autoerotism o co n d u ce p or sus cam inos al p lacer y este p lacer es ra­
zón de un goce paradójico, el goce de la transgresión, de los rem or­
dim ientos, del castigo im puesto p or el O tro que lléva la contabili­
dad del goce, que está p reocupado p or lo que el sujeto experim enta
co n su cu erp o , que esgrim e el látigo, la locura o las llamas del in­
fierno co m o argu m en tos de su ley. O la sífilis y el sida.
El sujeto, neuróticam ente, se asegura del O tro im aginando ser un
perverso, un transgresor. El placer sirve así al goce en la medida en
que evoca la culpa. Cuando esta culpa se atenúa el g oce accesible al
neurótico se ve también atenuado, la sexualidad pasa a ser una acti­
vidad más de la que puede derivarse un mayor o m en o r disfrute y fi­
nalm ente se con tam ina co n sensaciones de hartazgo: es lo que se ob­
serva hoy en día co m o consecuencia de la tan pregonada “revolución
sexual” que no ha tocado ciertam ente en nada a la condición n eu ró­
tica de la represión que le precedió. Q ue, más bien, se ha nutrido de
la sexualidad, haciendo de ella una m ercan cía variopinta que perm i­
te pingües negocios que ya no ofenden a nadie.
L a “sabiduría” del judeocristianism o consistió en esta operación
n eu rod zan te que perm itió que lo sexual llegase a ser red u cto y pa­
radigma del goce, desplazado del resto del cu erp o, limitado al apén­
dice viril (perverso, según nuestra definición ), som etido a una le­
gislación estricta y ligado a la noción de p ecad o . La con trapartid a
era, muy lógicam ente, la localización, restricción y, d en tro de lo po­
sible, la exclusión del g oce fem en in o que quedaba confinado a la
m atern id ad . Esa legislación co n d en a al g o ce a ten er que h acerse
p erd o n ar después de ren d ir cuentas por él al gran O tro, al benefi­
ciario final y generoso que co n ce d e la absolución al p ecad o r a rre ­
pentido que se autoacusa. El resultado de esta op eración , adem ás
del au m en to con stan te del m alestar en la cultura, ha sido la cons­
titución de una eró tica y ha dado origen a la prolífica m itología del
am o r en O ccid en te. La institución jurídica del m atrim on io civil y
su sacram entálización sirvió para dividir esquem áticam en te a la se­
xualidad en cam pos opuestos: lo obligado y lo prohibido. H acer de
la sexualidad u na obligación, un inciso de la deontología, un d eber
para con el partetiaire afecta al narcisism o y cre a una tensión agre­
siva que justifica la m áxim a de La R ochefoucauld cuyo “rig o r” des­
taca L acan acerca de la incom patibilidad e n tre el m atrim onio y las
delicias.39 (IIy a des bon mariages, rnais il n ’y en a point des délicieux.)
Ya lo sabemos; el goce se establece en una relación concurrencial
con el goce del O tro. “No desearás a la m ujer de tu prójim o” es un
m andam iento a la vez pleonástico e imposible. Pleonástico porque to­
da mujer es la m ujer del O tro e imposible porque es precisamente por
ser la m ujer del O tro que es deseada. El objeto — se viene diciendo
desde el principio de este texto— sólo puede poseerse sobre el esce-
naiio -imaginario de algún otro que es desposeído. Es más, es sólo es­
ta desposesión lo que lo h ace objeto para el deseo. Así con el pecho,
así con la mujer, así con t*l falo. La mujer prim era es la mujer del pa­
dre, luego la del h erm an o, luego la del rival. Desearla es consum ar
imaginariamente la desposesión del O tro que reclam ará su bien. El
goce sólo es posible al precio del pecado. Si el O tro n o existe es me­
nester inventarlo, inventar ese ser de la caja registradora que todo lo
ve y todo lo cobra, om nipresente, ese Dios del judeocristianism o me­
tido en la alcoba para observar y reprobar, ocupado y preocupado por
lo que cada uno hace con su falo, es decir, con su partenaire o con su
m ano. En este sentido es más o m enos claro que la llamada revolu­
ción sexual ha provocado un cierto debilitamiento del erotism o y, úl­
timam ente, hasta de la pornografía. Sólo el sida ha venido a devolver
un cierto picante a la sexualidad al ofrecerse com o un infierno pro­
m etido y am enazante que renueva los imaginarios de la castración en
un tiempo en que casi todo el m undo empezaba a aburrirse o a reír­
se de los anteriores. El resto es m anipulación de los mecanism os ci­
bernéticos sucesores y sustitutos de las celestinas de antaño.
L a neurosis, p ad ecer universal que es efecto de la p rim acía del
discurso del am o, es la co n d en a del deseo que debe tom ar sus m o­
dalidades d e prevenid o, insatisfecho o im posible. Tal deseo, más
allá de la castración , se erige co m o el único reg u lad o r en la ética
de! psicoanálisis; es la “m edida inconm ensurable e infinita” que es­
tá en el cen tro de n u estra exp erien cia co m o analistas y que subya-
ce a la única p regunta válida que p odem os h ace r (n o s): ¿ Has actua­
do conforme al deseo que te habita?
El deseo, nunca sobra aclararlo, no puede confundirse con ese gri­
llete del goce que es el fantasma, esa construcción im aginaria que lo
tapona y sirve para m an tener al sujeto alejado del goce (neurosis) o
actuando al servicio del goce del O tro (perversión) h aciendo sem­
blante de no gozar en el prim er caso y de sí gozar en el segundo. Por
el Falo (<t>) co m o significante universal es que el goce está prohibi­
do a quien habla com o tal y que el habíante se pasará la vida con tor­
neándolo con sus decires, viviendo su castración (-cp). El fantasma es
una escenificación del goce co m o posible, presenta im aginariam en­
te la fusión del sujeto y el objeto, del pensam iento y el ser, del hom ­
bre y la mujer, del fen óm en o y el noúm eno, de lo racional y ¡o real,
del semblante y la verdad, unidos sin falta ni pérdida. Está anim ado
p or el deseo al que ad orm ece y suplanta; es la respuesta subjetiva a
la falta en ser y es, a la vez, lo que extravía al sujeto presentándole esa
m áscara de lo real que es la realidad consensual, el m undo ideológi­
co de las significaciones, el sentido. La diferencia fundam ental entre
las psicoterapias y el psicoanálisis pasa p or esta opción ética entre rea­
nim ar y co rreg ir al fantasma, p or un lado, o atravesarlo y colocarse
más allá de su taponam iento del deseo p or el otro.
Es com ú n que la lectura de la observación clínica de Lacan so­
bre la relación en tre el “ceder-el-deseo” y la culpabilidad sea trans­
form ada en una consigna tan insistente co m o inexistente que sería
la de “n o cedas tu d eseo ”. Casi de inm ediato se con fu n d e este de­
seo que no hay que ced er con el fantasm a de u n a realización im a­
ginaria del deseo suponiendo alguna confluencia e n tre el sujeto $
y el objeto @ e ignorando que lo esencial de la fórm ula del fantas­
m a está dado p or ese punzón {> que separa los dos térm inos. Tal lec­
tura del sem inario de L acan induce una interpretación perversa del
psicoanálisis que tend ría que llevar a la escenificación p or el suje­
to de un cum plim iento del fantasm a desm intiendo así a la castra­
ción que o rd en a re c o n o ce r a lo real (la Cosa) co m o imposible.
L a m eta del análisis está, sí, p o r cierto, en el deseo liberado, pe­
ro liberado precisam en te de ese fantasm a de realización y de auto­
suficiencia que lo ata y lo ancla en lo im aginario al p ro p o n erle una
satisfacción que d escon o ce lo sim bólico y que excluye a lo real. El
fantasm a es la co n d en ación del g o ce al que p reten d e representar.
En el libro ya citado, Pom m ier40 señala lo que todo psicoanalista
sabe: que la mayoría de los análisis se detiene a partir de un cierto efec­
to terapéutico y de u n cierto grado de actuación del fantasma, efec­
tos que pueden incluso durar para siempre. ¿Hay que lamentarse de
que no todos los análisis puedan ser llevados hasta su final lógico? ¿O
más bien hay que preguntarse qué pasa con la mayoría de los análisis
que se detienen a la m itad del cam ino cuando el sujeto topa con cier­
tas metas que coinciden con las del principio del placer?
El problem a es de naturaleza ética y co n ciern e al bien buscado
en el análisis. Si la cu ración no coincide con el fin lógico del análi­
sis co n ceb id o co m o la co n stru cció n y el atravesam iento del fantas­
ma fundam ental y si hay “happy endings” sin lógica y finales “lógicos”
sin cu ración , en ton ces, ¿cóm o elegir? El analista hará bien en p ro ­
seguir su m eta de flexibilizar el diafragm a de la palabra p ara que el
sujeto se co n fro n te co n la verdad de su ser, verdad lindante co n la
m u erte y co n el espanto de una tierra desierta llena de cru ces que
abiertas preguntan ¿por qué?, p ero estará p ro n to tam bién a re co ­
n o c e r que el sujeto puede, llegado el m om en to , m anifestar que es­
tá en condiciones de arreglárselas solo co n el d o lo r de existir. La­
can decía que cu an d o eso sucedía él los dejaba partir: “Un análisis
n o d ebe ser llevado dem asiado lejos. Es bastante cu an d o el anali­
zante piensa que está feliz de vivir”.41 La insistencia p or alcanzar
aquel ideal teórico del psicoanálisis puede convertirse en la im po­
sición de un nuevo ideal, en una refantasm atización del deseo del
analista, quien, después de h ab er atravesado la form ación im agina­
ria que h acía de tapón que obturaba su deseo, lo vuelve a erigir co­
m o m eta que debe alcanzarse en el analizante y d on d e su “y ° ”>el
del analista, no dejaría de estar com p ro m etid o.
Toda precaución es poca cuando se trata de fijar criterios de termi­
nación del análisis pues, cualesquiera ellos fuesen, implicarían la su­
misión a un nuevo universal. No puede sino haber criterios para la
term inación de un análisis, infinitamente variables según cada análi­
sis. Mejor aun, criterios — com o dice desde su título G erard Pom -
m ier— de desenlace de un análisis. Es que nada permitiría asimilar el
desenlace de un análisis al de otro. N unca debe olvidarse que, de to­
dos modos, el deseo del analista, deseo sin fantasma, “no es un deseo
p u ro” sino que es “deseo de obtener la diferencia absoluta... donde
puede surgir la significación de un am or sin límite, porque está fue­
ra de los límites de la ley, donde solam ente él puede vivir”.42
Un am or sin límites es el am or que, de en irada, renuncia a su ob­
jeto entendiendo, co m o lo hace el análisis desde Freud, que el obje­
to im pone límites al am o r y lo (pre)destina a la desgracia. Claro está
que se trata del Freud mal llamado pesimista, el que ha trascendido
lo que también puede en con u arse bajo su firm a acerca de las virtu­
des unitivas de Eros. L a “diferencia absoluta” se en cu en tra en el go­
ce, en el atravesamiento de la angustia y el fantasma de los peligros
que acechan en la prosecución indefinida e intransigente del deseo,
la trascendencia también del am or com o lugar privilegiado de refor-
zam iento de la im agen narcisista a través del en cu en tro con un “al­
ma g em ela”. Esta d iferen cia absoluta p lan tea, si no un nuevo arle
de am ar, al m enos una co n cep ció n del am o r que va m ás allá de los
espejismos de la identificación, del altruism o, del “haz el bien sin
m irar a q u ien ”, del “am arás a lu prójim o co m o a ti m ism o”, dei “no
hagas a los dem ás lo que no quieras que te hagan a ti”, de los impe­
rativos categóricos kantiano y sadiano, de la reciprocidad, la oblativi-
clad, la generosidad y demás bellezas catalogadas bajo el rubro del
“am or genital”. Sí; el fin del análisis tiene que ver co n el am or des­
carnado, sin Objeto, absoluto, sin límites, sin espejismos de arm onía
o plenitud, al m argen de la ley, a partir del deseo, allí donde sólo él,
el amor, puede h acer que el deseo condescienda el goce.

REFERENCIAS

I Lacan [1 9 57], £ ., 446; en español, I, p 427.


3 ídem, ibidem, p. 445 y 426, respectivamente.
* Idem, ibidem. [1 9 6 0 ], p. 825 y O, 805, respectivamente.
4 friem, ibidem [19581, p. S i l y II, 621, respectivamente.
s Freud [1921], vol, X V III. p. 42.
6 Lacan [1 9 5 9 ], S. VH, pp. 350-351,
? L atan, Ibid., p. 119.
s Lacan [1 9 67], A É , p. 248.
9 Lacan. S. XXIV', clase del 26 de lebrero de 1977.
10 Lacan [1958], É., p. 602; en español, II, p. 582.
II Lacan [1964], S. X ], p. 238.
12Lacan [1960], É., p. 822; en español, II, p. 802.
** Ibid. [1964], p. 854 y 11, p. 83-4, respectivamente.
14 Ibid. [1960], p. 8 2 4 y II, 804, respectivamente.
, G. Pommier, />■ dénouermnt d ’u n analyse, París, Pcmit H ors-ligne, 1987, p. 197.
1(1 Lacan, [1955], É., p. 335; en español, I ,p . 324.
’7 G. Pommier, <ip. eil., p, 215.
18 Lacan [1 9 6 7 ], A. £ ., p. 249. La cita proviene de la prim era versión del texto
“Proposición del 9 de octu bre de 1967, Grajear?, (1 ), B arcelona, Petrel, 1981, p. 20,
!S Lacan [1973], A. £ ., p. 473.
20 N. A. Braunstein. “Los enunciados del analista", i.l psicoanálisis \ el imguaje frea-
diáno, M éxico, Siglo X X I, 1982, múltiples reediciones;
21 J.-D. Nasio, L ’inconsáent á venir, París, Christian Bourgois, 1980. p. 149.
J . -A. Miller, Le netmi dé ¡Jimñ, París, Verbier, 2003, p. 180.
25 Freud [1932], vol. XVI, p. 53.
i4 F. Nielxsche, Más allá del bien y dtl mal, aforism o 218.
2n Idem, ibidem, aforism o 291.
26 Lacan [1 9 6 0 ], JÉ., p. 684; en español, p. 663.
F. Nietzsche, Id., aforism o 32.
aB Lacan [1 965], É., p. 858; en español, II, p. 837.
29 Lacan [1 9 6 0 ], S. V II, p. 368.
30 Freud, vol. X X II, p, 209.
Lacan [1 9 6 0 ], S. V il, p. 362.
:i- Idem, ibidem, p. 361.
31 F. Nietzsche, Genealogía de la moral, aforism o 7.
14 Lacan [1 9 6 1 ], S. VIII, p. 271.
’ M. Gerez Ambertín, La j noces del superyó, Buenos Aires, Manantial, 1993 e Imperati­
vos del superyó, Testimonios clínicos, Buenos Aires, Lugar Editorial, 1999. Estas dos obras re­
capitulan y aportan lo esencial que puede decir el psicoanálisis sobre el tema. Después
de ellas, hemos dicho, “el superyó nunca volverá a ser lo que era”. 1.a recom endación
irrestricta de acudir a esas obras imprescindibles no se contrapone a las tesis diferentes,
no estrictamente de Freud ni de Lacan, que se sustentan en este parágrafo.

,l' Lacan [1971-1972], S. XVIII y N. A. BraunStein, “El concepto de sem blante en
Lacan” ( ofi. a i.).
37 G. Vatlimo, El sajelo y la máscara, Madrid, Península, 1989.
38 Lacan [1 9 6 3 ], S. X.
® Lacan [1 948], É„ p, 1 19; en español, I, p. 111.
411G. Pommier, op. cit., p. 217.
41 Lacan [1 9 7 5 ], "C onlerences aux États-Unis”, Scilicel (6-7), 1976, p. 15.
42 Lacan [1 9 6 4 ], S. X I, p. 249.
ÍN D IC E

REEDITAR, REESCRIBIR, ACTUALIZAR 7

PRIMERA PARTE: TEORÍA 11

1 . E l. GOCE: DE LACAN A FREUD 13


1. En el principio... 13
2. El goce en Freud 22
3. Retorno a los principios freudianos 37
4 . Más allá del placer 45
Referencias 55

2 . LOS GOCES DISTINGUIDOS 57


1. Entre goce y lenguaje 57
2. El goce (No) es la satisfacción de una pulsión 60
3. La palabra, diafragma del goce 69
4. La Cosa y el ob jeto 79
5. La castración y el nombre-del-Padre 86
6. Las barreras al goce 100
7. La "causación del su jeto” o más allá de la angustia 109
Referencias 119

3 . GOCE Y SEXUALIDAD 123


1. Los equívocos de la sexualidad 123
2. £1 goce del ser, el goce fálico y el goce del O tro 133
3. La castración com o causa 146
4. Los tres goces y la banda de Moebius 154
5. Freud (Lacan) o Foucault 159
Referencias 174

4 . DESCIFRAMIENTO DEL GOCE 1 77


1. El goce está cifrado 177
2. La carta 52 183
3. El psicoanálisis eti los cam inos de Proust.Goce y tiempo 195
Referencias 210
5 . EL GOCE EN I A HISTERIA 215
1. El psicoanalista y la histérica 2 15
2. En función del goce 224
3. Histeria y saber 233
Referencias 241

6 . I A PERVERSIÓN, DESMENTIDA DEL GOCE 243


1. ¿El “positivo” de la neurosis? 243
2. El fantasma perverso: sabergozar 250
3. El perverso y el goce fem enino 259
R eferencias 265

7 . ©-DICCIÓN DEL GQCE 267


1. No se elige la psicosis 267
2. Psicosis y discurso 273
3. Droga-@-dicción 278
Referencias 287

8 . GOCE Y ÉTICA EN LA EXPERIENCIA PSÍCOAXALÍTICA 289


1. Una práctica lenguajera 289
2. Pulsión ai- y sus destinos 293
3. El deber del deseo 298
4. El acto y la culpa 304
5. La analogía inm unológica 310
6. La carta al padre 3 16
7. ¿Ceder el deseo? 320
8. Para tres goces, tres superyoe:; 326
9. Del am or en psicoanálisis 330
Referencias 336

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