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U n co n ce p to lacan ian o
por
NÉSTOR A. BRAUNSTEIN
m
siglo
veintiuno
editores
MÉXICO
ARGENTINA
ESPAÑA
m _________________________
Braunstein, Néstor A.
El goce: Un concepto lacaniano - 2a ed. - Buenos Aires : Siglo XXI
2006.
341 p. ; 13.5 x 21 cm. (psicología y psicoanálisis)
ISBN 978-968-23-2634-9
1. Psicoanálisis. I. Título
CDD 150.195
isbn 978-968-23-2634-9
NÉSTOR A. BRAUNSTEIN,
C uernavaca, M éxico, en ero de 2 0 0 6
PRIMERA PARTE
TEO RÍA
1. EN EL PRIN CIPIO ...
2 . EL GOCE EN FREUD
* El lector puede sorprenderse al encontrar esta grafía para referirse a lo que Lacan consideraba
su invento más importante. El comenzó por utilizar la a en cursivas para indicar que se trataba de
un objeto imaginario. El uso habitual como la letra a minúscula se presta a confusiones en distin
tos contextos con la preposición “a” en español o con la conjugación del verbo “tener" (il/ elle a)
en francés. Si l^ican hubiese dispuesto de nuestros actuales dispositivos de escritura es más que
posible que hubiese acogido este signo (@) con entusiasmo: es una pura letra, sin valor fonemá-
tico, una escritura carente de toda significación, el materna por excelencia. Habría que decir que
@ es ©-fónico. Quisiera que este uso de la letra @ en el texto que sigue pudiese llegar a ser de uso
universal en nuestra álgebra lacaniana. En el lenguaje hablado, de todos modos, habrá que seguir
pronunciando la primera letra del alfabeto, de la misma manera que decimos “cero” o “uno” lia
ra maternas que sólo pueden resultar lastimados por el habla.
c e ), es precisam ente el m icelio sobre el cual se eleva el hongo del sue
ño com o discurso y también el discurso co m o sueño, asiento y sopor
te de un prim er desciframiento del goce. Así entendem os, con Lacan,
la m icótica m etáfora de Freud. El sueño, cham piñón del goce.
¿D esplazam iento? Sí; desplazar, transponer. Ése es el trabajo del
in conscien te. U n m aldito (sacre) desplazam iento. ¿Y el de L acan ?
Entstellung, re-flexión de Freud a partir del g oce. Segundo retorn o.
Tam bién nosotros tend rem os que retorn ar.
La Psicopatología de la vida c o t i d i a n a ilustra, tom an d o el discur
so co m o un sueño, la presencia de este cifram iento y descifram ien
to del goce. El sujeto trastornado, subvertido p o r la em erg en cia de
un saber inesp erad o (lapsus) o p or la falta de un significante que
trae asociaciones p ertu rb ad o ras (olvido de n om b res p ropios, el
inolvidable Signorelli) o p or u na acción que falla a la hipocresía del
yo. El sujeto queda d escolocad o y avergonzado. L a tensión ( uneasi-
ne.ss) del cu erp o confiesa el g oce que se escapó p o r los resquicios
de la fu nción intencional de la palabra que consistía en m an ten er
lo escindido y d escon ocid o. El sujeto del lapsus es el sujeto “em ba
razad o ” que manifiesta su em barazo al no saber va quién es él mis
ino porque el O tro éxtim o se ha exp resad o. L a verdad atrap a a la
m entira en la equivocación y el yo se revela en ese m o m en to co m o
función de d escon ocim iento, de p rotección fren te al exceso. La pa
labra, n orm alm en te, tiene la misión d e im pedir que esas fugas (co
tidianas y psico-patológicas) se repitan. Misión imposible.
Se sabe que Freu d trabajaba en 19 0 5 sobre dos mesas. En u n a es
cribía E l chiste y su relación con el inconsciente,17 en la o tra, los Tres en
sayos de teoría sexual.™ ¿Q uién ha señalado que las dos obras h acen
una? L os freudólogos se p reo cu p an au n p o r descubrir cuál de las
dos se term inó o se publicó prim ero sin advertir la herm an d ad so
lidaria en tre los dos postigos, dos postigos que son el cu erp o de lo
simbólico y lo simbólico del cuerpo. El chiste y la sexualidad, el anu
dam iento de la palabra y el g oce, se revelan en uno y otro texto. Del
lado del Witz, el afecto, la alegría, la explosión jo cu n d a de la carca
jad a, la excitación del recu erd o del chiste escu ch ad o o relatado, la
risa co m o objeto de intercam bio, la dem an d a que va im plícita al re
latar un chiste: “D am e tu risa”, la sacudida corp oral que es provo
cada p o r la salida insólita y sorpresiva de un a palabra extrañ a al dis
curso. Todas son exp resiones de una sexualidad que se desliza y pa
tina en el pavim ento del significante. El cu erp o es un efecto h ech o
en la carn e por la p alab ra que lo habita; es el cu e rp o constituido
p or los intercam bios y p or las respuestas recíp ro cas a las dem andas.
1.a sexualidad — es la tesis de 1905— tiene u n a g enealogía y esa ge
nealogía es la de la dialéctica de la dem anda y el deseo en tre el su
jeto y el O tro. El sujeto es esa función de articulación en tre el cu er
po y el O tro, el cu erp o co m o O tro y el O tro co m o cu erp o . El afecto
es un efecto de la in corp o ració n de la estru ctu ra y de la in corp o ra
ción del sujeto a la estructura. Ese es el chiste.
Q ue la palabra tom e cu erp o , que el cu erp o tom e la palabra. El
g oce se descifra en la risa que está más allá del sentido. Si la expli
cación m ata al chiste es porque lo traslada desde el sinsentido, don
de se lo goza, al sentido, d on de su existencia es ya de placer. El go
ce desconcierta, el placer con-cierta, calm a. Toca a los psicoanalistas
sacar la lección y d ecid ir ad on d e ap u n tarán co n su interven ción :
¿al sentido que h ace p lacer o al g o ce que revela el ser?
La sexualidad ¿end ógen a o exó gen a? La pulsión ¿un h ech o na
tural o un efecto de los intercam bios? El goce ¿em anan d o del suje
to o del O tro?
Las topologías bilaterales, diádicas, opositivas, n o p ueden sino
extraviar. El im perio de la b anda de Moebius y su d escon certan te
continuidad es aquí absoluto. L a sexualidad no afecta al cu erp o des
de dentro de él mismo o desde el afuera del goce perver so del O tro,
sino que es el litoral de unión-desunión del sujeto y del O tro. Si se
pudiesen dibujar el sujeto y el O tro co m o dos círculos eulerianos,
habría que ten er el cuidado de n o h acerlo co n dos trazos cerrad os
sobre sí mismos,
sino con un trazo tan con tin u o co m o el del borde m ism o de la ban
da de Moebius:
esa prohibición. La Ley h ace entrar, así, a la ley del p lacer en el or
den sim bólico. La Ley del deseo.
Todo este ad elan to co n respecto a la teoría lacan iana del goce
viene a cu en to aquí, en m edio de este repaso de la obra de Freud
en la perspectiva de un segundo reto rn o a ella p ara resignilicarla
en torn o del co n cep to de g oce, en la m edida en que, co m o es sabi
do, el com plejo de castración es el punto cu lm in ante de la teoría
de la sexualidad en la obra de Freud. En efecto, los tres ensayos de
1905 n o culm inan sino en 1923 con el artículo “La organización ge
nital infantil”20 que p reanu n cia los decisivos agregados que hizo en
la edición de 1924 a los tres ensayos, a la reescritu ra de la psicopa-
tología psicoanalítica en 1926 co n Inhibición, síntoma y angustia y a
la nueva teoría de las perversiones, au tén tico final de los Tres ensa
yos de teoría sexual, que es el artícu lo “Fetich ism o”21 de 1927.
H abrá oportu nid ad de volver sobre la relación en tre goce y cas
tración. Podría d ecirse que tal es la oposición fu n d am en tal en la
clínica lacaniana a la vez que el eje sobre el que se articula la direc
ción de la cu ra analítica. L o interesante, p o r el m o m en to , es indi
ca r có m o la teoría freu d iana de la sexualidad d ebe e n ten d erse a
partir del com plejo de castración. E ir adelan tan d o, desde ya, esta
relación de las dos leyes: la ley del placer y la Ley de la castración o
del deseo. L a segunda es la que se en ca rn a — se in co rp o ra m ejor
que se en ca rn a — en el sujeto a través de lo que Freud descubrió
antes que el com plejo de castración, esto es, el com p lejo de Edipo.
Se in corp o ra puesto que h ace de la carne cu erp o , desaloja el g oce
de esa carn e, lo lach a, lo p ro h íb e, lo desplaza, lo p ro m ete. El su
jeto d ebe re n u n ciar al g oce a cam bio de una p rom esa de o tro g o
ce que es el p ropio de los sujetos de la Ley. P o r las vías — am bas
señaladas p or F reu d , am bas im pugnadas ju sticie ra m e n te p or L a
can — de la angustia de castración m asculina y de la envidia fem e
nina del p en e, el sujeto se ve llevado, p rim ero, a la localización del
goce en un lugar del cu erp o y, segundo, a la prohibición del acce
so a ese goce localizado si n o pasa antes por el cam po de la dem an
da dirigida al O tro, al O tro sexo, en el am or. F.l goce originario, go
ce de la Cosa, g o ce an terio r a la Ley, es un g oce interd icto, maldito,
que deberá ser declinado y sustituido p or un a prom esa de g o ce fá-
lico que es consecutiva a la aceptación de la castración . “Sólo te es
lícito p ro cu rar aquello que has p erd id o ”.
El goce fálico es posible a p ard r de la inclusión del sujeto com o
súbdito de la Ley en el registro sim bólico, co m o sujeto de la pala
bra que está som etido a las leyes del lenguaje. El goce sexual se ha
ce así g oce perm itido p or las vías de lo sim bólico.
El freudiano com plejo de Eclipo e n cu e n tra así su lugar co m o bi
sagra de articu lación en tre dos goces diferentes.
L a Ley, que separa del goce de la m ad re y p o n e al nom bre-del-
Padre en ese lugar, o rd ena desear; el deseo e n cu en tra su posibili
dad de realización a través del sesgo del am o r — que será un tem a
para tratar en la perspectiva del g o ce (capítulo 8 ) — , de! a m o r co
m o sentim iento en carg ad o de suplir la inexistencia de la relación
sexual y de reap o rta r e! g o ce al que se debió renunciar.
En la obra de Freud, los Tres ensayos de teoría sexual encuentran su
continuación lógica en los (rabajos sobre la psicología de ¡a vida am o
rosa,2* tres también, y en ese texto capital sobre el am o r que, de mo
do en apariencia paradójico, se llama “Introducción del narcisismo”.23
Es co m o clínico de la historia am orosa de sus sujetos que Freu d
en cu en tra las tendencias disociativas en la vida sexual de los hom
bres, esas tend en cias que los llevan a b ifurcar en sí m ism os la ter
nu ra y la sensualidad y a escindir el objeto am oroso entre la m ad re
y la prostituta, asegurando así su insatisfacción y huyendo sin p arar
de la una a la otra. De allí que, ya en 1913, Freu d enunciase en su
texto “Sobre la d egradación de la vida e ró tica ” (op. dt.) que hay al
go im plícito en la pulsión sexual misma que conspira co n tra su to
tal satisfacción. Finalm ente, en su terce r artículo sobre la vida am o
rosa, “El tabú de la virginidad” (id .), Freud llega a distinguir en la
vida sexual el carácter inhibidor del goce que tiene el fantasm a del
g o ce del O tro , de las m ujeres en este caso, y p lan teará co n nitidez
que los deseos se en gend ran recíp ro cam en te (aunque la fórm ula
de que el deseo es el deseo del O tro n o sea suya), m ientras que los
g oces del u n o y del o tro (sexo) se instauran en un plano de oposi
ción y co n cu rren cia.
La vida am orosa no es, pues, en ningún m om en to de la obra de
Freud, una prom esa de bienaventuranza y de com plem entariedad.
Esto resulta claro com o el día cu an do se lee la m encionada “Intro
ducción del narcisism o”. A través del am o r el sujeto intenta recup e
rar el estado de absoluta felicidad de que supuestam ente disponía
cuando era His Majesty, the Baby y era com isionado p ara suplir lo que
faltaba en el O tro. Prim er tiempo del edipo, más bien identificación
con el falo qué “narcisism o originario” co m o allí se le llama. “Debe
(el bebé) cumplir los sueños, los irrealizados deseos de sus padres”.24
Para ello cu en ta con el am o r hacia sí mismo, reflejo del am o r que
le dispensa el O tro. La investidura sin límites que recibe su propia
im agen esp ecular será m od elo, yo ideal, que h ab rá de p erd erse y
que se buscará recup erar a través de la obediencia a los dictados del
O tro, constituyéndose así el ideal del yo. El am o r del yo idealizado
pasa p o r la relación am orosa con un otro que se elige siem pre se
gún el m odelo narcisístico. La otra, la llam ada elección de objeto
p or apuntalam iento o anaclítica, no es sino una variación de la elec
ción narcisística en tanto que las figuras de la predilección am oro
sa, la m adre nutricia y el padre p rotector, n o son sino los sustentos
necesarios p ara ese yo del narcisism o. Las otras cu atro form as de
elección del objeto del am o r (que no es, p or cierto, el objeto del de
seo) que Freud distingue son, clara y con fesadam en te, narcisistas.
Del goce al deseo, del deseo al amor, y el am or, p or su parte, reca
yendo sobre un objeto al que se desplaza la imagen de sí mismo. No;
no hay nada que hacer, la relación sexual n o existe.
P ero el yo es, desde el principio d e la o b ra de F reu d , desde el
Proyecto (Entzmirf) de 1895, una instancia de p ro tección y de desvia
ción de las cargas de tensión para hacerlas inocuas y así lim itar la
tensión sexual, es decir, el g oce, que se despierta en el organism o
cu an d o se o rien ta hacia la exp erien cia originaria y m ítica de la sa
tisfacción. L a función del yo es regulada p or el principio del placer,
tiende a la igualación de las cargas, a la hom eostasis, a la evitación
del displacer, al m e n o r esfuerzo. Su objetivo es el de servir eco n ó
m icam en te al organism o co m o un todo y lo cum ple p oniendo lími
tes a la tensión que en el propio organism o se en gen d ra. El g oce,
para L acan , es lo que no sirve p ara nada. En Freud, no sólo no sir
ve sino que am enaza y co n traría el principio del displacer-placer. El
m odelo freud iano del g oce es el que en co n tram os, m e p arece,vol
viendo a los Tres ensayos de teoría sexual, en el Vorlust, en el “placer
prelim inar” que Freud opo n e al p lacer final de la descarga orgás-
mica. De ese placer previo, que em ana de las zonas erógenas, dice25
que es un efecto que carece de fin y en n ada contribuye (antes cic
la pubertad) a la p rosecución del p roceso sexual, l’or eso Freud dis
tinguía la excitación sexual d e la satisfacción sexual que suprim e
toda tensión y sirve, a m od o de “p eq u eña m u e rte ”, co m o anticipa
ción de lo que después será “principio de Nirvana”, el estado refrac
tario a toda nueva incitación. No en vano, el ap artad o que dedica
al tem a del p lacer prelim in ar se titula “El problema de la excitación
sexual" [el destacado es m ío ]. Este “p ro b lem a” (¿para quién?) es la
p refiguración más clara del co n ce p to de g o ce de L acan que se p er
fila en Freud antes de las co n cep cio n es subversivas de 1920, form u
ladas en Más allá del principio del placer.
Es h arto sabido el equívoco que se erigió sobre las tesis freudia-
nas que prom ovían la sexualidad a un lugar cen tral en lá constitu
ción y en la arq u itectu ra del sujeto. Se p reten d iero n fundar sobre
Freud con stru ccion es de aspecto teórico que preconizaban la “libe
ra c ió n ” de la sexualidad co n fu n d ien d o el o rgasm o con la salud
m ental y hasta co n la felicidad. Se hizo del psicoanálisis un nuevo
evangelio de la norm alización genital. Se dejó de lado lo que cual
quiera podía advertir en la obra de Freud: lo escaso y lo relativo y
lo am biguo y lo poco alentador de cu an to él escribió acerca de la
cóp u la y del orgasm o y el escepticism o con el que siem pre m iró al
a m o r co m o cam in o h acia la d ich a. A h o ra p od em o s e n te n d e rlo a
la luz ele la teoría del g o ce pues el p lacer ap a re ce en relación co n
el g o ce co m o u n co rto c ircu ito , co m o un co rte b ru sco que p on e
lím ites a un cu e rp o que se e x p erim e n ta co m o tal. Es el p lacer de
la llam ada “satisfacción sexu al” que in te rru m p e el ascenso tensio-
nal — su m od elo es la em isión seminal en el orgasm o m asculino—
y que ap orta, co n la descarga, la d ecep ción .
O sea que el psicoanálisis, con Freu d y con L acan , se ubica com o
una co rrie n te co n traria a las ilusiones que perm itirían soñar con la
superación de la escisión subjetiva p or m edio del en cu en tro am o
roso, ese en cu en tro que, en lo físico y en lo espiritual, suturaría al
sujeto co n el objeto, al exiliado con su patria, al deseante con la C o
sa. Sobre este h ech o fatalm ente co n statado en la exp e rie n cia del
análisis se funda el escandaloso apotegm a lacan iano: “la relación
sexual no existe”, pues n o existe co m o rapport, co m o relación que
se establece en la lógica, y n o existe tam p oco co m o reap o rte de lo
que cad a u n o p erdió al en trar en la vida p or efecto de la sección,
de la sexión, de la resección del g oce que se llama castración.
REFERENCIAS
1Aun en la última edición del DRÁE (2001) se sigue diciendo que es vocablo malso
nante, si bien se ha eliminado el adverbio muy. Hay una cierta actualización, ¿verdad?
2 En la edición de 2001 “fornicar" se convirtió en “practicar él coito" ([I).
9 G. W. F. Hegel, Propedéutica filosófica, u n á m , México, 1984, pp. 59-62.
4 J, Lacan [ 19 5 8 ], Le Séminaire. Lim e V. Les farmations de Vinconscienl, París, Seuil,
1998, pp. 251-252.
5J . Lacan [1966], Intervenciones y textos, Buenos Aires, Manantial, 1985, pp. 86-99.
La cita es de la página 92.
6 G. Canguilhem, L o normaly lo patológico, Buenos Aires, Siglo XXI, 1971.
7J . Clavreul, Lórdre medical, París, Seuil, 1979.
8 S. Freud [1896], vol. I, pp. 339-436.
®S. Freud [1900], vol. IV, p. I.
10 J. Lacan, Le Séminaire. Livre XXI. Les non-dupes errenl. Clase del 19 de febrero dé
1974. Inédito.
11J. Lacan [1959], Id., Livre VII. L'éthique dona la psychandlyse, París, Seuil, 198.6,
p. 167.
12 Lacan [1967], Reseñas de enseñanza, Buenos Aires, Manantial, 1981, p. 45. Omi-
car? (29), 1984, pp. 13-18.
13 Lacan [1970], “Radiophonie”, Autres écrits, París, Seuil, 2001, pp. 403-448.
14 Lacan [1973], Le Séminaire. Livre XX, Encoré, París; Seuil, 1975, p. 49.
ls Freud [1900], vol. V, p. 519.
16 Freud [1901], vol. VI.
17 Freud [1905], vol. VIII.
Is Freud [1905], vol. VII.
19 Lacan [1960], Écrits, París, Senil, 1966, p. 821 [Escritas II, México, Siglo XXI, 1984,
p. 801],
20 Freud [1923], vol. XIX, pp. 145-150.
21 Freud [1927], vol. XXI. pp. 147-152.
22 Freud [1910, 1912 y 1918], vol. XI, pp. 155-204.
28 Freud [1914], vol. XI, pp. 65-98.
24 Freud [1914], vot. XIV, p. 88.
35 Freud [1905], vol. VII, p.193.
26 Freud [1896], Vol 1, toe. cit.
Freud [1896], vol. I, pp. 362-363.
■s Idem, ibidem p. 364.
29 Idem, ibidem p. 373.
30 Idem, ibidem p. 376.
” Lacan [1964], £., p, 853; en español, II, p. 832.
31! Freud [1896], Ibid., p. 414.
33 Idem, ibidem pp. 414-415.
í4 Latan, S. Vil, 27 de enero de 1960, p. 142.
:i1J. Derrida, La diseminación, Madrid, Fundamentos, 1975, pp. 192-262.
38 Lacan [1970], “Radiophonie", A. E., p. 420.
3' Lacan, S, XVIII, 2 de junio de 1971.
Lacan [1958], “La signification du phallus”, i'.,, pp. 685-696; en español, II, p.
665-675.
39 N, A. Braunstein, “F.l psicoanálisis y la guerra”, Por el camino de Freud, México, Si
glo XXI, 2001, pp. 28-40.
40 Freud [1917], vol. XI, pp. 189-204.
41 Freud [1917], vol. XVII, pp. 117-122.
42 Freud [1920], vol XVIII, pp. 7-62.
43 Freud [1919], vol. XVII, pp. 219-252.
44 Freud [1919], vol. XVII, pp. 175-200.
4:’ M. Cenes, Las voces del superyó, Buenos Aires, Manantial, 1993. Se encuentra en
esc libro una reseña minuciosa del proceso que lleva a Freud a elaborar el concepto
de superyó para dar cuenta de la clínica psicoanalítica en su conjunto. Igualmente im
presionante es el trabajo acerca del superyó en los escritos y seminarios de Lacan. Se
insistirá en esta referencia en el capítulo 8 de esta obra.
4<i N. A. Braunstein, “Mi papá me pega (me ama)”, Freudiano y lacaniano, Buenos Ai
res, Manantial, 1994, pp. 151-172.
47 Freud [1919], “Pegan a un niño”, loe. cit., vol. XVII.
4íl N. A. Braunstein, íbid.
4(1 Lacan, S.V, p. 247.
50 Freud [1915-1917], vol. XIV, pp. 105-256.
51 Miller, Seminario L ’extimité. Inédito.
n2 Miller, Recorrido de Lacan, Buenos Aires, Manantial, 1986, pp. 149-160.
>:1J . Lacan [1967] , S. XIV. I,a logique du fantasme. Inédito.
34J . lacan “Du Trieb de Freud etd u désirde l'analyste”, ÉcritS, op. til., pp. 851-854
[Escritos II, op. cit., pp. 830-833.]
I . ENTRE GOCE Y LENGUAJE
Todo sujeto está y es llam ado a ser. Esta convocación no pod ría pro
ced er desde ad entro, desde alguna fuerza interior que residiera en
él o ella, de una necesidad biológica que lo im pulsara a desarrollar
se. La invocación es subjetivante, hace sujeto. A él se le dem anda que
hable asum iendo el nom bre que el O tro le diera. Tiene que hablar,
d ecir quién es, identificarse. El O tro requiere su palabra: si el len
guaje m ata a la cosa al rem plazaría y hacerla ausente, la palabra de
be representarla y ella ord en a, n ecesariam ente, el recon ocim ien to
de este O tro del lenguaje, el que con fiere la vida ap artando de ella,
mortificando. El sujeto adviene, alcanza así su ex-sistencia... pero la
debe. El O tro le indica de mil m odos que la vida que recibió no es
gratuita, que hay que pagar por ella.
Mas, ¿con qué m o n ed a podría p agar el infans, el sujeto an terior
a la función de la palabra, el precio de su ex-sistencia? P agar quie
re decir que se acepta la deuda y el pago es u n a ren u n cia. Cada m o
neda en tregad a, cu alq u iera sea su n aturaleza, es u n a ren u n cia al
goce, cad a vez que se la ha d ad o ella no puede volver a ser usada.
La co m p ra de un nuevo objeto o de una nueva prestación obliga a
dar una nueva m o n eda; la pérdida es irrem isible. Y para vivir hay
que pagar, despedirse co n re n u e n cia del g oce. Es más, la clín ica
m u estra los efectos devastadores que se p ro d u cen en aquellos a
quienes la existencia les es dada g ratu itam ente, los que no tropie
zan co n un O tro que sea d em an d an te en un sistem a de equivalen
cias, los que reciben antes de pedir, fuera del régim en de intercam
bios, cu an d o la satisfacción anticipada de las d em andas aplasta la
posibilidad mism a del deseo.
“El tom a y d aca de leche y c a c a ”1 del que hablé en o tra ocasión
m an da que la vida se desenvuelva en un m ercad o del g oce d on d e
nada se adquiere si n o es pagando. L a transacción n u n ca es la bue
na, n u n ca se la acep ta de b uena gana, n u n ca se sabe si el precio pa
gado co rresp on d e al valor de lo que se recib e a cam bio, m ás bien,
hay que resignarse a la p érd id a que im plica e n tre g a r algo real a
cam bio de u n a recom p en sa que es sim bólica, un quantum de g oce
a cam bio del brillo inconsistente de las im ágenes y las precarias cer
tidum bres que dan las palabras de am or y los signos siem pre fala
ces que em anan del O tro, de un O tro que tam bién se pregunta p or
qué habría él de ren u n ciar a su g oce. El O tro co n mayúsculas, re
presentado siem pre p ara el sujeto p or alguien en lo im aginario, p or
un otro co n m inúsculas, co n lo que com en zam os a esbozar la fun
ción y tam bién los atolladeros del amor.
El con flicto del sujeto y el O tro sería fatal si no existiese una ins
tancia sim bólica que regulase los intercam bios. Es la Ley, p ero és
ta, aunque ciega, no es neutral pues se trata de la Ley del O tro, de
la cultura, que es consustancial al lenguaje y que se manifiesta pa
ra cad a habiente co m o la obligación de apropiarse de un a lengua,
m aterna.
L a Ley n o es sino la im posición de estas lim itaciones y estas pér
didas del g oce. Ser un buen niñ o, un n iñ o p ru d en te, bien ed u ca
do, es decir, siguiendo la etim ología, bien con d u cid o desde afuera
para acep tar que la m ad re p erten ece al O tro, que la m adre llega a
existir a partir de que el O tro (Ley de prohibición del incesto) la
tacha con su interdicción, que el p ech o es un objeto imposible que
existe en un rein o de alucinación, que el e x cre m e n to tam bién de
be ser en treg ad o p ara el g o ce del O tro ed u cad or, que la p ro d u c
ción que u no h ace no puede ser gozada p or u n o mismo, que uno
pued e, a lo sum o, especu lar con ese bien, re ta rd a r su en trega o sol
tarlo cuando no se lo espera, p ero que la razón (logos) del O tro aca
bará p or im ponerse sobre el goce de la acum ulación y de la tensión,
que al lím ite de esa b arrera natural que es la ley del placer se super
p on e la Ley del O tro que prom ulga lo im posible de su fran q u ea
m iento y que los goces de m irar, de ser visto, de golpear, de escu
pir, de m order, de vomitar, de hacerse pegar, de hablar, de escuchar,
de ser oído, de gritar y de ser gritado, todos ellos están som etidos
a la edu cación , a la represión de sus rep resentan tes pulsionales, a
la supresión discursiva de las palabras inconvenientes, a la retorsión
sobre sí m ism o, a la tran sfo rm ació n en lo co n tra rio , al desplaza
m iento sublim atorio de los objetos y de los fines, al desconocim ien
to, a la conversión del g oce en vergüenza, asco y d olo r y de la m or
dedura en rem ordim ientos.
Los párrafos preced en tes pueden resum irse en su conclusión: la
de la incom patibilidad del goce y la Ley que es la Ley del lenguaje,
la que o rd en a desear y abdicar del g oce. Ella obliga a vivir convir
tiendo las aspiraciones al g oce en térm inos de discurso articulado,
de vínculo social. La d em anda está condicionada por lo que puede
pedirse. Del goce originario no queda sino la nostalgia que lo crea
retroactivam ente, que lo mitifica, a partir de que se lo ha perdido,
de que es irrecu p erab le en esa form a prim era, de que hay que ver
tirlo por otro canal, pervertirlo. El cuerpo, en principio un yacimien
to ilimitado del g oce, va siendo progresivam ente vaciado de esa sus
tancia (m ítico fluido libidinal) que trashum aba p or sus poros, que
inundaba sus recovecos y se agolpaba en sus b ordes orificiales. Aho
ra se lo podrá alcanzar, sí, p ero pasando p or el ro d eo del narcisis
mo, p or el cam po de las im ágenes y de las palabras, com o un goce
lenguajero, puesto fuera del cu erp o (hors corps), som etido a los im
perativos y a las aspiraciones del ideal del yo que lo com an d an con
falsas prom esas de recu p eración . [I (A) ].
Del goce del ser se habrá pasado al goce fálico. De la Cosa abso
luta del p u nto de partida, absoluta porque no sabía de topes ni de
m ercados de la renuncia, sólo quedan los objetos fantasm áticos que
causan el deseo desviando hacia o u a cosa las cosas del O tro, las que
sólo se m arcan cu an d o se las alcanza, p or la d iferen cia d ecep cio
n ante, p or la pérdida co n respecto a la Cosa que p retendían. El ob
je to @ , ofrecido co m o plus de g oce, es la m edida del goce faltante
y p or eso, p or ser m anifestación de la falta en ser, es causa del de
seo. Pues el g o ce de @ es residual, es com p en satorio, indicador del
goce que falta p or ten er que transarlo co n el O tro que sólo da qui
tando. Así co m o la plusvalía es el plus de valor que p rodu ce el tra
b ajador p ero que en el acto m ism o de la p ro d u cción le es arreb a
tado p or el O tro (así lo estipula el co n trato de trabajo) y a él sólo
se le deja un rem an en te de p lacer bajo la form a de salario que re
lanza el proceso y que lo obliga a regresar al día siguiente, así el plus
de g o ce es ese g o ce que es la razón de ser del m ovim iento pulsio-
nal y, a la vez, lo que el sujeto p ierde, su minus, la libra de carn e, el
valor usurario en tregad o u na y o tra vez a la codicia insaciable del
Shylock O tro.
Pero nadie se resigna de b uena gana a la ren u n cia que se le exi
ge. El g oce rechazado vuelve p or sus fueros, insiste. Es el fundam en
to de la com pulsión de rep etición . L o p erd id o n o es lo olvidado;
m ás aún, es el fu n d am en to mism o de la m em oria, de un a m em oria
inconsciente que está más allá de la erosión, de un an h elo infinito
de recu p eración que se m anifiesta en o tro discurso, el del incons
ciente, el de la cad en a de la en u n ciación que co rre su b terrán ea y
que alim enta y p erturba a la cad en a del en u n ciado.
Para ten er y para conservar la vida se ha debido acep tar la p ér
dida de la bolsa: n u n ca se acaba de p erd o n ar al ladrón.
Pero aun donde emerge sin propósito sexual, incluso en la más cie
ga furia destructiva, es imposible desconocer que su satisfacción se
enlaza con un goce narcisista extraordinariam ente elevado, en la
medida en que enseña al yo el cumplimiento de sus antiguos deseos
de omnipotencia. Atemperada y domeñada, inhibida en su meta, la
pulsión de destrucción, dirigida a los objetos, se ve forzada a procu
rar al yo la satisfacción de sus necesidades vitales y el dominio sobre
la naturaleza.
Del goce del ser, p or la introm isión n ecesaria de! O tro y de su Ley
que exigen que tal goce sea entregado en el m ercad o de los inter
cam bios, queda u n a falta en ser que es el deseo. P o r el O tro hay al
go p erdido co m o disfrute del cu erp o . Es el fu n d am en to de la co n
sabida aspiración de! Wunsr.h freudiano: la de recup erar, sea p or el
co rtocircu ito de la alucinación, sea por la larga ru ta de las transfor
m aciones de la realidad, la (identidad de) “p erce p ció n ”, esto es, el
goce de la Cosa. El g oce, lo que de él queda inscrito, el Ello freu
diano, Eso, lo pulsional que ha sido resignado, torio ello es caótico,
está desarticulado. Son impresiones (cf. cap. 4) que no pueden ser
subjerivadas y asumidas co m o siendo alguien. Las “representacio
nes de co sa” freudianas (Sachvorstellungen, no Dingvorstellungen, pues
de la Cosa no hay rep resentación ) deben gan ar el acceso al sistema
p reconsciente articulándose con las “representacion es de p alabra”
(Wortvorstellungen), m as este p ro ceso no es simple. Las rep resen ta
ciones de palabra, es decir, los significantes de la lengua n o vienen
tan sólo a sobreinveslir, a darles una carga extra de “e n e rg ía ” a los
significantes del deseo co m o aspiración a la recu p eración del goce.
El significante sustituye las rep resen tacio n es de cosa y les im pone
otras leyes que no son las pretensiones del goce ( qui n ’a jamais connu
de loi) sino las del discurso y las del lenguaje. Del goce no quedan si
no estas m etáforas y m etonim ias, estas m on edas que de lo simbóli
co vienen p ara hacerse carg o y “desnaturalizar” ese real previo que
es ah ora inaccesible e irrecu p erab le. Ellas simbolizan; lo simboliza
do es el g o ce p erd id o , ren u n ciad o , e n tre g a d o a la exig en cia del
O tro. Para Freud, Triebverzicht, ren u n cia pulsional.
Es así porque el lenguaje articulado, el habla, es un cam ino que
descam ina. Para ro d ar p or él hay que ir ad onde él lleva, es decir, al
exilio, a la realidad, a las cosas del m undo que no son sino otro nom
bre de la pérdida originaria. Articulado co m o lo está en “rep resen
taciones de co sa” (para conservar la term inología freu d iana), el de
seo inconsciente es inarticulable, debe acep tar las leyes de la cadena
significante, trad u cir el g oce en unas palabras y circu n lo cu cion es
que necesariam ente lo desvirtúan. H a de articularse com o dem an
da, re co n o cer al O tro y aceptarlo co m o condición de la satisfacción.
L a idea cenUal que quiero destacar en este m om en to es qLte la ca
d en a significante no tiene m edida co m ú n y no tiene posibilidad de
significar el g o ce al que aspira, que el significante es inconm ensura
ble con el goce y que la falta de tal m edida com ú n es lo que define
al goce com o una suerte de sustancia que co rre p or debajo, algo que
con stan tem ente se p roduce y a la vez se escapa pues el discurso 1(5
tach a com o imposible, indecible. ¿Y qué nom bre, qué n om bre sino
el de libido co rresp on d ería a esta sustancia fabulosa y escurridiza, a
esta hommelette?
R epitiendo lo elem ental de la co n cep ció n lacaniana del discur
so: el sujeto es el efecto de la cad en a significante, está en el lugar
del significado de un significante u n o (S1) que lo rep resen ta ante
o tro significante (S.,); en tre los dos h acen la cad en a. El p ro d u cto
de esta o p eración de articulación de los dos significantes es un res
to irreductible, un real que es el resto in-significante, el objeto inal
canzable que causa el deseo y rep resen ta al g o ce p erd id o bajo la
form a de un plus ( minus) de g oce. E n tre el sujeto y el objeto @ así
producido co m o saldo que cae del en cu e n tro de los dos significan
tes hay una disyunción, un d esen cuen tro esencial que perm ite es
cribir la relación en tre los dos efectos de la función de la palabra
(el sujeto co m o significado y el objeto co m o g o ce faltante), ora con
la doble b arra de la disyunción, o ra co n el losange de la fórm ula
del fantasma. El en cu en tro de am bos es, excep tu ad a la psicosis y se
gún se verá en el capítulo corresp on d ien te, imposible.
$ // @
($ 0 @)
4 , LA COSA Y EL OBJETO @
GaLsby creía en la luz verde, en el futuro orgiástico que año tras año
retroced e ante nosotros. En ese en ton ces nos eludió, pero n o im por
ta m añ an a c o rre re m o s más ráp id o, ap retarem os con más fuerza
nuestros b razos... hasta que una bonita m añana.
Así remamos, botes contra la corriente, arrastrados de regreso in
cesantemente al pasado. [F. Scott Fitzgcrald, palabras finales de E l gran
Gatsby.]
5 . LA CASTRACIÓN Y EL NOMBRE-DEL-PADRE
cp $ :: @ Cosa
El goce está prohibido y no solam ente, com o creen los imbéciles (es
toy quitando las comillas com o lo advierte todo lector avisado), por
un mal arreglo de la sociedad. No es que el O tro n o deja gozar, sino
que el goce le falta también al O tro, que la plenitud no es más que
un fantasma de neu rótico en este tiem po espantosam ente atorm en
tado p or exigencias idílicas. Lo esencial, el decir mismo de Freud, es
que la relación sexual no existe, que el am o r no es u n a vía recom en
dable para paliar el malestar en la cultura, que el deseo, acechado
p or un dios maligno, yerra en la desventura p or los desiertos del go
ce. “Este dram a n o es el accidente que se cree. Es de esencia: pues el
deseo viene del O tro, y el goce está del lado de la C osa.”U(i
P o r ahí em pezam os nuestro recorrido» p or distinguir al goce de
lo que puede parecérsele pero que son sus contrarios: en p rim er tér
mino, del placer; en segundo, del deseo. Y ahora venimos a reen con
trar a estos viejos conocidos en su carácter de barreras interpuestas
en el cam ino del g oce. Pues el placer, ligazón vital, lubrican te de las
incom odidades, arrasador de las diferencias, es la traba casi natural
que hace de! sujeto un trabado, un S tachado, Al p on er límites al
goce, al p rocu rar en la experiencia paradigmática de la cópula, con
el orgasm o, la detum escencia, el placer es el antídoto del goce.
A esa ley hom eostática, y levantándose sobre ella, se sum a la Ley
del lenguaje, que im pone la ren u n cia a los goces, que desgocifica
al cu erp o y que se significa alred ed o r del Falo con su co rrelato que
es la castración, la que h ace a p arecer al sujeto co m o ca re n te y de
tal m an era instituye el deseo, ese girar incansable p or la superficie
interior del toro alred ed o r de su oscuro objeto. Sí; el deseo apala
brado!' es una transacción y una defensa que m an tien e al g oce en
su h orizonte de imposibilidad; el deseo ha de plegarse a la Ley gra
cias a la función del Padre. Q ue el deseo sea el deseo del O tro quie
re d ecir que está som etido y que ha acep tad o la Ley, que trata de
arreglárselas co m o p uede en el exilio de la Cosa, deslizándose ha
cia los objetos que lo causan y lo em baucan. Hay que acep tar el des
pojo inicial, de estru ctu ra, para luego relacionarse con esos objetos
de la pequeña eco n o m ía de pérdidas y ganancias. Decía L a ca n 1’7 en
su sem inario sobre la angustia: “El deseo y la Ley son una sola ba
rrera que nos obstruye el acceso a la C osa”.
El deseo m arca los cam inos a la pulsión que son cam inos de in
satisfacción. “P or esta razón la pulsión divide al sujeto y al deseo,
deseo que n o se sostiene sino por la relación que él d escon o ce, de
esta división co n un objeto que lo causa. Tal es la estru ctu ra del fan
tasm a”: s o @.m
Así, el deseo se descon oce a sí mism o en u n a form ación imagi
naria, el fantasma, que escenifica la aspiración al g oce y que, en con
secuencia, es otra b arrera al g oce. Y ello tanto si el sujeto se limita
a im aginarlo n eu róticam en te y ren u n cia de tal m odo a im ponerlo
en la realidad ( “introversión de la libido”, decía un Freu d jungiza-
dó) co m o si lo actúa de m odo perverso pues en am bos casos term i
na cayendo en cu en ta de que se trataba de o tra cosa, de que el ob
jeto está p erd id o tanto en el fantasm a m astu rb atorio co m o en el
intento perverso de dem ostrar que el goce puede ser logrado por
m edio del saber h a ce r co n los cu erp os, el propio y el del partenai-
re. El fantasm a p ro p o n e objetos @ co m o co n d icio n es o co m o ins
tru m en to s de g oce y estos objetos son un efecto , ya se vio, del Fa
lo y de la castración que los carg a d e valor fálico negativo. Estos
objetos, co m o lo dem ostraba F reu d en 1 9 1 7e9 en su muy co n ocid o
trabajo sobre las trasm utaciones de las pulsiones (su ap roxim ación
m áxim a a la función y al co n cep to del objeto @ de L a c a n ), están
som etidos a sustituciones y desplazam ientos simbólicos en un siste
m a de equivalencias co m o el que existe en tre el pene, el hijo-Lumpf,
la caca, el regalo, el dinero y, para la mujer, el varón co m o apéndi
ce del falo codiciado.
Y los objetos, las cosas de este m u n d o, no son más que pantallas
ofrecidas al fantasm a co m o prom esas de gratificación im aginaria.
De allí tom an su p recio las m ercan cías que la publicidad se e n ca r
ga de “e n c a re c e r” y reco m en d ar para su con su m o siendo com o es
un a actividad que o p era sin saberlo sobre el objeto @ de L acan , Se
ve co n nitidez que la realid ad y el ab ig arram ien to de los objetos
obran tam bién com o defensas co n tra el g oce. El discurso de Lacan
se ap roxim a aquí al de M arx y el de M arx, al de Freu d. Plusvalía y
plus de g oce, m ercan cía y fetiche, dinero y falo, o ro y caca, exp lo
tación y ganancias o pérdidas, salario y despojo, g oce del U n o y go
ce del O tro , co n trato y robo y la propiedad co m o un rob o, valor de
cam bio y valor de uso (¿o de g oce?) son todas referencias que apro
xim an a la econ om ía política y a esta otra eco n o m ía que es su fun
d am en to y que es una eco n om ía d e goce. En palabras del e co n o
m ista Karl Polanyi: “Hay un p u n to negativo en el que tod os los
etnógrafos m od ern os están de acu erd o : la ausencia del móvil del
ben eficio; la ausencia de! p rincipio de trab ajar p o r la re m u n e ra
ción; la ausencia del principio del m en o r esfuerzo; y sobre tod o la
ausencia de toda institución separada y diferenciada, basada en mo
tivos eco n ó m ico s”70 y en las de N orm an O. Brow n,71 que tam bién
cita a Polanyi: “La categ o ría últim a de la eco n o m ía es el pod er; pe
ro el p od er no es u n a categ oría e co n ó m ic a ... es, en su esencia, una
categoría psicológica”. En fin, todo el capítulo 15 de este Lifeagainst
Death (título original de la obra que estam os citan d o ) p od ría in
cluirse en nuestro texto sobre el g oce. P or eso es m ejor cortocircu i-
tarlo y co n vo car a un invitado inopinado, Aldous H uxley,72 que en
Contrapunto (de 19 2 8 ) nos recuerd a:
I,a Cosa es eso que de lo rea], un rea! que todavía no tenemos que
limitar, lo real en su totalidad, tanto el real que es propio del sujeto
com o el real con el que tiene que vérselas como siéndole exterior
eso que, de lo real primordial, diríamos, padece del significante.73
Al c e rra r este capítulo elijo darle una estru ctu ra cíclica, franckiana
(m ú s.), y volver al com ienzo retorn an d o a la célula originaria: “El
sujeto es y está llam ado a ser”. D icho de otra m an era, el sujeto no
crece en las m acetas, no es un p ro d u cto natural, es “repuesta de lo
real”. Para que exista es necesario que alguien lo llam e (en el do
ble sentido, de cali y de ñame [him or her\). C on la invocación del
O tro el significante en tra en lo real y p ro d u ce al sujeto co m o efec
to de significación, a m o d o de respuesta. Así lo en ten d ió L acan a
todo lo largo de su enseñanza.80 La carne deviene cu erp o y ese cu er
po es de alguien, cu erp o sexuado, som etido a la Ley, desgocificado,
lenguajero.
“En el p rincipio era el g o c e ”, pero el g oce no era p orq u e sólo
existe después de haberlo perdido. L a Cosa es lo real, p ero sólo en
tanto que m ortificado p or el lenguaje. Para Freu d en el principio
era lo que se llama, mal se llama, “Yo-realidad (in icial)”.81 Mal, por
que la trad u cció n c o rre c ta de Real-Ich sería Yo real, m ien tras que
“realid ad ” sería, según los casos y los m om en tos de la escritura freu-
diana, Realitáto Wirklichkeit. En la cita a n terio r h e puesto en tre pa
réntesis la palabra iniáal porque ella es un adjetivo que califica al
Yo real (significando que ese yo real está desde un p rim er m o m en
to) y 110 form a p arte del sustantivo en la m edida en que no se opo
n e a un segundo y supuesto “Yo-realidad definitivo”, fórm ula que
ap arece en una nota co m p lem en taria a la Standard Edition, que es
de Jam es Strachey y no de Freu d. Freud jamás opuso dos form as di
ferentes del “Yo-realidad". Es cierto qire habló d e él de dos m an e
ras diferentes en dos m o m en to s separados de su reflexión y eso es
lo que ha dado pie al e rro r de los com entaristas. E n efecto, pode
m os oh.señar q u e define p or p rim era vez un Real-Ich en su artículo
de 1911 a ce rca de los dos p rincipios del su ced er psíquico82 y, en
ese texto , el sin tagm a Yo-real tiene el sentido de un yo que re c o
n o c e el p rin cip io de realidad co m o guía tutelar. Es ése, p or con si
g u ien te, un ''yo-realidad". L a p ropuesta de 1 9 1 5 83 es u n a inversión
total; n o es un ag regad o d e o tro Yo-real “in icial” y d iferen te del
“definitivo”, el m ism o del artícu lo d e 1 9 1 1 , q u e te n d ría que d ejar
el paso, en tre el “m o m en to in icial” y el “m o m e n to definitivo”, a
un interm ediario que sería el Lust-Ich,e\ Yo-placer. L a expresión “Yo-
realidad definitivo" es ulterior, no figura en el artículo sobre las pul
siones y los destinos pulsionales. A p arece una ú n ica vez en la obra
de Freu d, en el artículo de 1925 en torn o de la d en egació n 84 y allí
está incluido en una clara relación de oposición con el “Yo-placer
inicial”.
P ara dejar claro y p ara resu m ir este pu n to insistiré en que en
las obras de F reu d hay tres o p o sicio n es d e dos térm in os, n u n ca
u n a puesta en relación o rd en ad a y sucesiva de tres: a] en el artí
culo sobre los dos principios de 1911 se trata de dos m odos de fun
cio n am ien to del yo ( Lust-Ich y Real Ich) que están en fu n ción de
los principios del p lacer y de la realidad con una an teriorid ad cro
n oló gica del p rim ero (lo que resulta más cla ro cu an d o se trad u
ce Lust co m o “g o c e ” y n o co m o “p la c e r” siguiendo la distinción
lacan ian a en tre am bos que deriva de la elab o ració n freu d ian a del
dualism o pulsional de los añ os veinte; en este caso valoram os la
p rim acía del yo del g o ce sobre el yo de la re a lid a d ); en esa p rim e
ra distinción f'reudiana hay, pues, yo-piacer (go ce del ser) y yo-rea-
lidad ( “p or la ligazón con los restos de p alab ra”); b] en el artícu
lo d ed icad o a las pulsiones en la Metapsicologia de 1 9 1 5 S5 la oposi
ción es la misma pero la relación es exactam en te la inversa porque
lo que es originario es el Yo-real y el Yo-placer se d esarrolla a p ar
tir de él; el sujeto n ace co m o Yo real, sum ergido en lo real; secu n
d ariam en te va surgiendo en él un yo regulado p or el principio del
p la cer y, finalm en te, c] en el breve ensayo sobre la d en eg ació n de
1 9 2 4 s6 se re to m a la o p o sició n en los térm in o s p rim ero s, ios de
1911, en tre un Yo-placer originario y un Yo-realidad definitivo. Só
lo la n o ta d e S trach ey da pie p ara p en sar en un a co n sid e ra ció n
f'reudiana de tres m o m en to s diferentes. El Vocabulario1 de Laplan-
ch e y Pontalis con tribu ye a la confusión p or cu a n to , después de
re c o n o c e r que en el texto de 1925 F reu d no reto m a la exp resión
de “yo-realidad in icial” que había usado en 1915, estab lecen que
“E l ‘yo-realidad definitivo’ co rresp o n d ería a un tercer tie m p o ”. [El
d estacad o es m ío.]
Esta confusión causó estragos hasta en el más autorizado de los
lectores que Freud pudo imaginar, L acan m ism o, quien en su Se
m inario EncoréRR le rep ro ch a a Freud haberse equivocado al postu
lar un Lust-Ich co m o an terio r al Real-Ich. Lacan salta aquí p or enci
m a de b ], de la form u lación de 1915, co in cid en te en todo co n su
propia idea.
C reo que hay que atenerse a ese escrito de 1915: en el principio
era el yo-real, un ser-ahí ( dasein), botado en el desam paro. Luego po
drá teorizarse acerca clel yo-placer y el yo-realidad, integrado a la rea
lidad, en el m undo convencional del sentido, en la intersección de
lo imaginario y lo simbólico, efecto de la acción de la m etáfora pa
terna. El yo integrado a la realidad, el del narcisism o llam ado por
Freud “secundario”, no es sino la continuación y una simple modifi
cación del Lust-Ich, del Yo-placer que ha aprendido p o r la experien
cia que es “conveniente” aceptar lo existente aunque sea desagrada
ble y con trario al principio del placer. El yo de la realidad, el de 1911
que retorn a en 1925 co n la carga del adjetivo “definitivo”, no está
“más allá del principio del p lacer”. Su principio n o es de goce com o
el del Yo-real del texto de 1915, el que odia a! O tro antes que la rea
lidad le im ponga la conveniencia de am arlo. Se podrá de este m odo
conservar las tres articulaciones freudianas, la de 1915, p or una par
te, y las dos de 1911 y 1924, p or !a otra, distinguiendo al yo-real del
yo de la realidad, es decir, del fantasma, pues la realidad ( Wirklichkdí)
n o es o tra cosa que un fantasma que p on e al g oce a distancia, que
protege de él.
Son muy contadas las oportunidades en que L acan acudió al sin
tagm a “sujeto del goce”.su C onsidero que sólo p uede hablarse de “su
je to del g o c e ” en relación con el yo-real, a n terio r a lo sim bólico, su
m ergid o en el m u n d o del O tro ; éste es el sujeto h u n d id o en el
“g oce del ser”.
Para L acan este sujeto del goce no existe sino co m o un m ito n e
cesario pues “d e n in g u n a m an era es posible aislarlo co m o suje
to ”.90 L a idea de un sujeto del g o ce a n te rio r a la in terv en ció n del
significante, d e un p u ro real, es co rrelativ a del o tro e n te m ítico
q ue L acan va a re scatar del texto de Freu d , el de la Cosa. Pues si
el sujeto surge del llam ado que h ace el O tro , ¿qué hay ahí antes
p ara que la invocación subjetivante resuen e? ¿Cuál es ese real que
ha de resp o n d er? De un lado está el d eseo in vocan te, el del O tro .
Del o tro lado está el g o ce, el del ser. De un lado la p alab ra ap ela
d ora, del o tro , el grito pelad o. De la in tersecció n e n tre am b os ha
brá de surgir el sujeto del significante, sujeto del deseo. L acan tie
n e u n a escritu ra p ara este sujeto del g o c e aun cu a n d o n o lo
llam ase así; es S, letra ese sin tach ad u ra que ap a re ce en el esquema
L, definido en los Escritos co m o el sujeto “en su inefable y estúpi
da e x isten cia”.91
Ese “grito p elad o ” resuena en el O tro y algo viene de allí co m o
respuesta. El grito se h ace significante del sujeto y m uestra el cam i
no: la m áquina gozante sólo puede subvenir a sus necesidades im
plicándose en otra dim ensión, la lenguajera. El goce lleva a ex-sistir.
El presu jeto S del g o ce se co n fro n ta co n un O tro de la o m n ip o
tencia, absoluto, sin tach a, que se p resen ta y luego se rep re se n ta
rá co m o M adre. En este esquem a ten em os la figu ración del g oce
p rim ario, el de la Cosa o del ser. Podem os rep resen tarlo co m o dos
círculos ajenos en tre sí:
El Sujeto m ítico y sin tacha debe inscribir su g oce haciéndose oír
p or el O tro, transform ándose en lo que en treg a, en su grito deses
p erad o, ap arecien d o en el cam po del O tro co m o @ , co m o objeto
que escapa a la función del significante, co m o cu erp o que se ofre
ce a la m irada, co m o voz sollozante para el oíd o, co m o b oca que
clam a p or el pecho. Es allí d on d e en cu en tra que no hay tal om ni
poten cia del O tro, que el O tro está igualm ente som etido a la cas
tración, que no está com p leto sino que es deseante y que su deseo
ap arece para él co m o un enigm a sin respuesta posible. En este se
gundo m o m en to en co n tram os al sujeto en tran d o en el cam p o del
O tro y haciéndose rep resen tar allí co m o objeto que colm a la falta
de ese O tro. Es el m om en to de la alienación o el m o m en to de la
angustia, de la desposesión total p ara servir a un O tro voraz e insa
ciable. En este punto el g oce se h ace terrorífico; es el de las fanta
sías fragm entado ras y siniestras, el de la con fron tación en el lugar
del objeto con una falta que es colm ada en el O tro p o r el n iñ o mis
mo que viene a llenarla.
Escap and o del g o ce del ser se cae en la angustia, anticipo y co
rrelato de la alienación. El sujeto aspiraría a e n co n trarse satisfecho
en la satisfacción que o fren d aría al O tro. Es la posición n eu rótica
infantil de base que impulsa al infansa som eterse a la dem anda alie
nante del O tro librándose así de la carga de la vida. Pero la aliena
ción consiste p recisam en te en que no es esto lo que se logra;
@ A angustia
S deseo
REFERENCIAS
La erección no tiene nada que ver con el deseo pues el deseo pue
de actuar perfectamente, funcionar, sin estar de ningún modo acom
pañado por ella. I,a erección es un fenómeno que hay que ubicar en
el camino del goce. Quiero decir que por sí misma esta erección es
goce y que precisamente se demanda, para que se efectúe el acto se
xual, que ella no se detenga: es goce autoerótico.
Nada hay más ardiente que aquello que, en el discurso, hace refe
rencia al goce [al goce del ser], el discurso lo toca allí sin cesar pues
de allí es que él se origina [el goce fálico]. Vuelve a conmoverlo
puesto que intenta retornar a ese origen. Y así es com o impugna to
do apaciguamiento [goce del O tro ].'2
Esa crítica queer com ienza, h istóricam en te, con la exten sa nota
que agrega F reu d a los Tres ensayos de teoría sexual en 1915:
Freud sabía de qué hablaba. N adie ign ora que esta posición teó
rica es el resultado del análisis de sus propias tendencias y de los sal
dos de su relación con Fliess.
N o cansaré al lector con citas que posiblem ente conozca de m e
m oria. Sabemos que cuan do se le preguntaba a Freud sobre la posi
bilidad de transform ar la orientación sexual de alguien él decía que
era tan difícil, m ediante el psicoanálisis, que alguien pase de la h o
m osexualidad a la heterosexualidad com o conseguir el cam bio en
el sentido inverso. En la conocida carta de 193561 a la m adre nortea
m ericana p reocu p ad a por la hom osexualidad de su hijo, después de
rep roch arle que se n egara a llam ar a las cosas p or su nom bre, le de
cía sin am bages que no había razones para avergonzarse de esa co n
dición que no supone vicio ni degradación alguna y que no se la pue
de clasificar com o enferm edad sino com o una variante de la función
sexual. Bien es cierto que, co m o en el planteo sobre el psicoanálisis
lego, la m ayoría de los psicoanalistas siguió una política con traria a
las posiciones de Freud y se sabe que su hija Amia, en 1956, trató de
im pedir que una periodista inglesa reprodujese esa carta en The Ob-
seruer. Hay todavía, en m uchos países, psicoanalistas que siguen pen
sando que la hom osexualidad es u n a enferm edad y que se debería
prohibir a los gays el ejercicio del psicoanálisis.
L acan , a quien se le rep ro ch a h aber sostenido en sus sem inarios
I (1 9 5 3 ) y VIH (1 9 6 0 ) que la hom osexualidad e ra una m odalidad
de la perversión, fue un adm irador de la obra de Foucault y alguien
que jam ás hizo en su trayectoria institucional o tra cosa que o p o n er
se a cualquier inten to de segregación de los psicoanalistas en fun
ción de sus preferencias sexuales. L a palabra “perversión”jam ás en
trañ ó para él u na calificación m oralizante y fue pensada siem pre
co m o una constatación clínica que no debía teñirse co n valoracio
nes que vulnerasen la neutralidad del analista. L acan estuvo muy
atento a los progresos logrados p or el fem inism o en la lucha p or la
igualdad y es evidente que sus tesis sobre la fem inidad que apare
cen en el Sem inario Encoré (1 9 7 2 -1 9 7 3 ) son su respuesta a las críti
cas que se hacían a las tesis freudianas desde el Movimiento de Li
beración Fem enina. Me atrevo a d ecir que sus co n cep cio n es sobre
la repartición de los habientes e n tie hom bres y m ujeres y sus tesis
sobre el g oce su p lem en tario son la m áxim a co n trib u ció n del psi
coanálisis a la gozología (erotolo gía) fem en in a en la historia de la
hum anidad. A p artir de ellas el co n cep to de perversión h a cam bia
do d e signo y p or eso p od em os sosten er que la perversión es la
creen cia de que sólo existe un g oce, el fálico, a la vez que se des
m iente la posibilidad m ism a de un g oce O tro.
Al igual que co n Freu d , cabe señalar que la posición nítida del
m aestro en con tró resistencias en tre sus más cercan os colaboradores.
Aún hoy es posible leer que algunos de sus continuadores — y n o de
los m enores— , com o es el caso de Charles M elman,62 pese a ciertas
denegaciones incidentales, argum entan en to m o de la hom osexua
lidad desde tomas de partido inequívocam ente hom ofóbicas:
Estas son las líneas finales de un largo artículo sobre la hom ose
xualidad desde una perspectiva que se p reten d e rigurosam ente clí
nica y lacan iana. El au to r no deja de d ep lo rar que en la h om ose
xualidad m asculina tanto co m o en la fem en in a se e n cu e n tra una
co n d en a despiadada del padre en todas las figuras que pudiesen re
presentarlo; odio, llega a decir, que, p o r lo co m ú n , es transm itido
p o r una m adre que en cu en tra en el hijo la m an era de vengarse p or
su castración.
H e rep ro d u cid o co n fidelidad y extensión las opiniones de Mel-
m an para d ejar co n stan cia de que las críticas de Fou cau lt al psicoa
nálisis no son infundadas p e ro que ellas no p u ed en referirse al psi
coanálisis en general sino a ciertos paladines de la n o rm a que se
alejan explícitam ente de! discurso de Freud y Lacan : la delfina efec
tiva en el p rim er caso, A n n a Freu d , y el delfín fru strad o en el se
gundo, Charles Melman. Sin em bargo, eso es lo anecd ótico. L o que
v erd aderam en te im porta es la co n trib u ció n del psicoanálisis al te
nía y la política que la práctica y la teoría del psicoanálisis inducen.
En ese sentido es que ad h iero a la tesis citada de Tim D ean sobre
el ca rá cte r p ion ero del pensam iento freu d olacanian o para una au
tén tica te o ría queer. Y no es que el psicoanálisis d eba c o rre r tras
Fou cau lt con la esperanza de alcanzarlo (Allouch) sino que es Fou
cault quien, al ren eg ar de los desarrollos de Freud y L acan , cae en
form ulaciones am biguas que opacan los co n tu n d en tes resultados
de sus ricas investigaciones arqueológicas e históricas.
¿A qué m e refiero? A la ign oran cia n ada in o cen te — de m u ch o
se p od ría acu sar a F o u cau lt p ero jam ás de ign o ran cia e ingen u i
dad— y al silencio a cerca de la pulsión de m u erte en F reu d y del
co n cep to de goce en L acan , todo eso que, según d em ostram os en
el capítulo ! de esta obra, obligaba a rescribir la historia del psicoa
nálisis p o r inscribir en ella vuelcos que dan sentido a los pasos p re
vios del descubrim iento freudiano.
C om en zan d o p o r Freud, señalem os, adem ás de a] sus ya citadas
ideas sobre la hom osexualidad, totalm ente con trarias a cualquier
h eteron orm ativid ad, b] la afirm ación de la perversión p olim orfa
co m o cu n a de la subjetividad que subyace en todos los seres hum a
nos a lo largo de su vida en tera, c] la n oción de que todas las pul
siones son parciales y aspiran a una satisfacción que no en cu en tran
y que impulsa siem pre h acia d elante en la búsqueda de nuevas m e
tas, dj la su p eración d e toda perspectiva biológica o biologizante
para en ten d er la sexualidad h u m ana, e] la afirm ación del ca rá cte r
transgresivo de la pulsión que n o se co n fo rm a con las m etas del
principio del p lacer sino que las vulneran en u n a m arch a que lleva
al sujeto “más allá”, f] la tesis de que esa pulsión de m u erte es la
esencia de la pulsión que siem pre está más o m en os ligada co n las
pulsiones de vida, g] el ca rá cte r repetitivo de la insistencia pulsio-
nal y h] la co n d en a de toda posibilidad de co m p lem en taried ad a
través de una genitalidad lograda (blanco siem pre de los sarcasmos
de L a ca n ); en fin, todo en la teoría de Freud conspira contra una lectura
normativa y aboga p or la esencia del psicoanálisis: escu ch ar lo que
se dice en cada análisis, en cad a m inuto del discurso del paciente,
ren u n cian do e im pugnando todo saber previo. La teoría de las pul
siones y de su especificidad transgresiva, repetitiva, masoquista en
el fon do, es la base para em p ezar a pensar u n a teoría queer, co n tra
ria a la asunción de identidades provenientes del O tro.
L a teoría queer es la que está am enazada p or el d escon ocim ien
to del psicoanálisis cu an d o piensa que una identidad gay o lesbia
na o sadom asoquista o lo que sea p uede ser una valla co n tra la he-
teron orm ativid ad , siendo que esas iden tidad es p ro ced en de
clasificaciones y juicios elaborados p o r el O tro. N o es inviniendo el
signo de la discrim inación co m o se d e rro ta a esa discrim inación.
La investigación psicoanalítica es un a h erram ien ta esencial para la
d esco n stru cció n de las categ o rías norm ativas. ¿P or qué? P orqu e
p erm ite revelar en cada caso la singularidad del deseo, base para la
fo rm ació n p o sterio r de m ovim ientos co m u n itarios en d on d e se
alian sin confundirse los sujetos encasillados en u n a taxonom ía que
siem pre es un efecto de la hostilidad del otro , esa hostilidad que se
disfraza de objeüvividad y que p reten d e h acer a p a re ce r a lo que es
diferen te co m o si fuese ab erran te, ch u e co , digno de ser corregid o.
¿Y del lado d e L acan ? L acan ap o rtó , ad em ás de u n a re le ctu ra
d esm istificad ora y an tico n v en cio n al de F re u d , los co n ce p to s que
p u ed en servir de base p ara u n a te o ría n o re cu p e ra b le p o r el dis
cu rso o ficial. C o n c re ta m e n te , la im p u g n a ció n d e las m etas de
“m ad u rez g e n ita l” que p rim ab an en el discurso an alítico cu an d o
él inició su en señ an za y — lo m ás im p o rta n te , aq u ello en lo que
insistirem os— la p ro m oció n del co n ce p to de g o ce al lugar central
d e la refle x ió n an alítica. El g o c e co m o — insistam os— el polo
op u esto al deseo. E n tre los dos, en tre g o ce y d eseo es que se ju e
ga la totalidad de la e xp erien cia subjetiva. En am bos casos se tra
ta de un sujeto inm erso en las red es del lenguaje, escind id o y se
p arad o del o b jeto que es causa de su d eseo y e v o ca d o r del g o ce
p ro h ib id o . C o m o co n se c u e n c ia d e esa o m n ip re se n cia de la di
m ensión gozan te de la existen cia es que se su ced en las tesis laca-
nianas que h acen de valladar insuperable p ara el im perialism o fá
lico que signa n u estra cu ltu ra y co n sign a a los sujetos a vivir tras
las rejas que canalizan el g o ce p or las zanjas que el p od er cava.
El m onolitism o fálico en las fórm ulas lacanianas de la sexuación
es todo lo co n trario de u n a postración an te los altares de Príapo.
De ese m onolito surge la tesis de que la m ujer es no-toda con reía-
ción a él (É l) y que él n o puede sino soñar con organizar el m un
do bajo su égida, que él es, a su vez, no-todo p orqu e ellas (no hay
Ella) existen y p ortan el m ensaje de un g o ce suplem entario, irre
ductible al lenguaje, sentido pero no explicable en los térm inos del
im perialism o arro gan te que llevó la voz can tan te en la historia. De
ahí que L acan term ine hablando de la perversión, en u n a línea co n
secuente con la freudiana, en térm inos de su valor civilizatorio e in
novador, sin que ello im plique cre a r una nueva ética de signo in
verso a la que dom inó el discurso oficial, el del am o.
P or eso es que la con clusión de L acan , co n secu en cia de su in
vención del objeto @, la conclusión de que la relación sexual no exis
te, es la base para tod a teoría queer. No hay ninguna relación n or
mal o natural en tre los sexos. Sus goces no son co m p lem en tario s
y el ú n ico acu erd o posible en tre ellos em pieza a partir del re co n o
cim iento de la h eterog en eid ad que no es ni biológica ni cultural. Las
diferencias culturales existen — que nadie lo dude— y ellas son sus
ceptibles de d escon stru cción . Pero la diferencia en los dos cam pos
“la p arte h om b re y la p arte m ujer de los seres h ab lan tes”63 n o es
un invento de la cu ltu ra — sin que p o r eso se rem ita a un a diferen
cia biológica— ; n o es susceptible de d esco n stru cció n ,(l+ no es, co
m o algunos p reten d en , “un binarism o que es una p rodu cción se
xista”/ ’5 un edificio que p od ría d erru m b arse en la m ed ida en que
ha sido fabricado p o r la cultura. En la perspectiva del psicoanáli
sis el rechazo de la división sexual en h om bres y m ujeres tiene un
n om bre: desmentida d e la d iferen cia en tre los sexos ( “ya lo sé; pe
ro aun así”) .
El trabajo político p o r realizar en ese cam p o es inm enso y hay
m ultitudes que m ilitan en ese sentido y consiguen victorias día a
día: igualdad ju ríd ica, n o discrim inación de las m inorías sexuales
ni siquiera en la Iglesia y el Ejército, d erech o s a la rep ro d u cción ,
parejas y m atrim onios hom osexuales recon o cid o s p o r la ley, fami
lias m o n o p aren tales, cam bios en la legislación sobre el n om b re de
los hijos que antes im ponía el p atron ím ico, paridad en los puestos
de p o d er en tre hom bres y m ujeres, abolición de la cultura del do
sel para los que viven fuera de la n orm a h etero , etc. El psicoanálisis
no puede sino aplaudir ese m ovim iento co n trario a los ideales so-
cíales m ilenarios d e ad ap tación a norm as represivas; m u ch os son
los que en co n traro n en su propio análisis el cam in o para manifes
tarse ab iertam en te en tal sentido. Pero la exigen cia del psicoanáli
sis es más radical y va más allá de esas conquistas necesarias que es
tán valientem ente recon ocid as en la trayectoria individual y teórica
de Foucau lt co m o historiador y d escon stru cto r de las categorías se-
gregacionistas, co m o d en u ncian te de los abusos del biopoder.
Ése es justam ente el valor de la n oción de goce que Foucault p re
ten d e d esco n o cer. L eam o s un p árrafo muy co n o cid o y clave en
n u estra argum en tación:
I.a sexualidad es una figura histórica muy real, y ella misma suscitó,
com o elemento especulativo requerido por su funcionamiento, la
noción de sexo. No hay que creer que diciendo que sí al sexo se di
ga que no al poder; se sigue, por el contrario, el hilo del dispositivo
general de sexualidad. Si mediante una inversión táctica de los di
versos mecanismos de la sexualidad se quiere hacer valer, contra el
poder, los cuerpos, los placeres, los saberes en su multiplicidad y su
posibilidad de resistencia, conviene primero liberarse de la instan
cia del sexo. Contra el dispositivo de sexualidad, el punto de apoyo del con
traataque no debe ser el sexo-deseo, sino los cuerpos y tos placeres.®6 [El des
tacado es mío.]
REFERENCIAS
2. la ca rta 52
w Wz U bw Vb Bew
X X » X X - ► X X - X X - * X X
Este trabajo del artista, que trata de ver bajo la materia, bajo la
experiencia, bajo las palabras, alguna cosa diferente, es exacta
m ente el trabajo inverso de aquel que, en cada m inuto, cuando
vivimos apartados de nosotros mismos, el am or propio, !a pasión,
la inteligencia y la costum bre también cum plen en nosotros,
cuando amasan, por sobre nuestras impresiones verdaderas, y pa
ra ocultárnoslas por com pleto, las nom enclaturas y los fines prác
ticos que llamamos falsamente la vida... Este arte tan complica-
. do es, precisam ente, el único arte viviente. Sólo él expresa para
los demás y nos hace ver a nosotros mismos nuestra propia vida,
esta vida que no puede ‘observarse’, y de la cual las apariencias
que uno observa necesitan ser traducidas y a menudo leídas a la
inversa y penosam ente descifradas. I’sie trabajo que habían he
cho nuestro am or propio, nuestra pasión, nuestro espíritu de imi
tación, nuestra inteligencia abstracta y nuestras costumbres; es tal
el irabajo que el arte deberá deshacer, es la m archa en sentido
contrario, el retorn o a las profundidades donde lo que ha existi
do realm ente yace desconocido por nosotros, que él nos hará se
guir (vol. III, p. 8 9 6 ).
“Este trabajo del a rtis ta ...”, etc., tiene íntima relación con la prác
tica del psicoanálisis en tanto que desm ontaje de los espejismos de
lo im aginario, de las tram pas del am o r propio, de las capas super
puestas de n om enclatu ras y de significaciones convencionales, de
desm ontaje per via di levare para perm eabilizar al inconsciente, ese
interm ed iario en tre el Ello y el diálogo. P or el cam ino de Proust y
p or el cam in o de Freu d se llega a un resultado com parable; la re
cu p eración del g oce m ediante un regocijo en el descifram iento. 1.a
suposición del inicio es la mism a: el libro está ya inscrito, el disco
está ya grabado, pero estas inscripciones están sepultadas co m o je
roglíficos en el desierto. No hay que inventar ni que agregar; hay
que recu p erar y trad u cir con una fidelidad al texto originario que
exige la discrim inación para no distinguir lo que es idéntico y para
n o co n fu n d ir lo que es d iferente. ¿Y p ara qué? P ara llegar a una
nueva escritura, para que el g oce descifrado se inscriba en un acto
que haga pasar a lo real el efecto de ese descifram iento. Allí donde
el sujeto sabe de una vez y para siem pre quién es a partir de la ce r
tidum bre que deriva de una acción que inscribe su n om bre propio
co m o co n secu encia de esa acción. H istorizándose.
Porque — dicho con las mejores palabras— los actos son nuestro sím
bolo. Cualquier desdno, por largo y complicado que sea, consta en
realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe
para siempre quién es [pues] un destino no es mejor que otro, pe
ro todo hombre debe acatar el que lleva dentro.37
Al final del re co rrid o n o hay, no p u ed e haber, un a superación
de la partición constitutiva del sujeto, esa partición im puesta p o r la
estru ctu ra en tre el U n o del G oce y el O tro del lenguaje. P ero tam
p oco hay un a resignación sino la asunción del lugar segundo de la
subjetividad co n resp ecto al saber, a un saber sin sujeto, escritura
objetivada efe la que el hablante es efecto, en tanto que “respuesta
d e lo re a l”.38'39
P ara lo g rar este resultad o hay que atravesar m urallas de co m
p ren sión, de sentido, d e significación, de a ferra m ie n to a los m ar
cos consensúales de la realid ad , a las certid u m b res com p artid as,
a la ideología de un saber totalizante que es efecto del discurso de
la Universidad (por el cam ino de la “ed u cación ” e-ducerey por el ca
m ino de la uniform ización de las representaciones a través de la in
dustria de la co m u n icació n ). R ecord ando siem pre que el hablante
goza pero su goce lo h orroriza y no quiere saber nada de ello. Que
el U n o se cuela pero es de ordinario desconocido en el discurso que
es el discurso del O tro; que las estructuras constituidas del sujeto tien
den a obturar ese nivel del g oce com o matriz del hablante.
Al final del recorrido podemos rehacer la historia: la de Freud con
su aprehensión genial del conjunto de la estructura psíquica en la car
ta 52 y su paciente trabajo de rechercheque lo lleva a centrarse primero
en el trabajo de interpretación, de Deutung, de las form aciones del in
consciente. A partir de sueños, actos fallidos y síntomas, estableció el
catálogo de los recursos retóricos que posibilitan que se otorgue sen
tido a las manifestaciones aparentem ente absurdas de los procesos pri
marios. Luego, gradualmente, resistiéndose a ello, admitió que este in
consciente es ya traducción y pasaje por el molino de la palabra de una
realidad más fundam ental, sincrónica, real, a la que denom inó Ello.
Por su parte, Lacan, más de medio siglo después, rehizo el camino: par
tió de la experiencia analítica que, fenomenológicamente, es experien
cia de la palabra, se extravió al confundir Ello e inconsciente en su cé
lebre fórm ula gnóm ica: Kilo habla y luego distinguió los dos planos:
mientras que el inconsciente es palabra y habla, es discurso (del O u o ),
el Ello goza y está hecho de signos, no de palabras. Puede que en es
tos términos la distinción sea esquemática y que quepa una precisión
adicional. El inconsciente 110 sólo es el discurso del O tro sino que, por
su parte, está estructurado com o un lenguaje. En ese sentido tiene
dos caras, es de doble vertiente: por una parte m ira a las escrituras del
Ello y las descifra; p or la otra, recibe los significantes que son los del
O tro y con esos significantes realiza su trabajo de lectura. El incons
ciente se sostiene en ese incóm odo cabalgam iento: entre el inefable
núcleo de nuestro ser y las estructuras del intercambio de la palabra.
En síntesis, el inconsciente es desciframiento del goce y sus produc
tos son susceptibles de interpretación. La praxis del análisis consiste en
intervenir sobre el discurso desarmando la trama de significaciones pa
ra que aflore ese goce de desciframiento de un saber que no es saber
de nadie y del que alguien, el sujeto, es el efecto, el hijo. Regocijo.
REFERENCIAS
CLÍNICA
1. LL PSICOANALISTA Y LA HISTÉRICA
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go, no sé bien qué, falta”. El clínico se asom bra al ver que toda pa
labra suya es co rreg id a p or ella aun cu an d o sea sim plem ente la ci
ta textual de lo que ella dijo. Y es que ninguna palabra p od ría decir
el ser de ella y siem pre se aferrará a su diferen cia, esa d iferencia
que n o quiere ni puede ced er ya que (pre) siente que ser dicha por
el O tro es re co n o ce r su castración, esa castración a la que se aferra,
p orque supone que es lo que el O tro quiere y que el O tro gozaría
co n ella. El analista debe partir en to n ces, para intervenir, de su ne
cesaria im p erfección, de la ren u n cia a todo lo que sea saber, del re
chazo a tom ar el lugar del Sj que en gañ osam en te le es atribuido,
de la puesta en acto de su ignorancia. Tam bién en este sentido ca
be afirm ar que es la histérica la que h a inventado al psicoanalista
con su pasión d om in an te que es la ign oran cia.
En el discurso de la histérica las palabras y el saber pueden ser
aprendidos p ero ellos no la tocan en su cu erp o co rtad o y re co rta
do p or el síntom a, p or el ataque de nervios, p or las operacion es del
cirujano, p or el maquillaje y la p ersecución inacabable de la belle
za y la juventud inm arcesible, p or la búsqueda en el espejo y en la
o tra m u jer del secreto de su deseo insatisfecho.
El goce del síntom a no se disuelve en el goce fálico que pasa por
la articulación discursiva. O , m ejor dicho, es g oce fálico que no ha
atravesado el diafragma de la palabra, que está retenido, reprim ido.
P or eso Freud se inclinaba por la hipótesis de la doble inscripción
con la disociación entre dos VorsteUungen diferentes, la representación
de cosa y la representación de palabra disociadas entre sí, consciente e in
consciente coexistiendo sin tocarse. Y L acan zanja la cuestión dicien
do que el saber y la verdad no m uerden del mismo lado de la banda
de M oebius.14 La interpretación sabihonda no levanta la represión
por intachable que parezca ser en las perspectivas de la lógica y de la
técnica. Frente a los discursos del am o y la universidad, es ella quien
tiene razón. P or eso hubo que inventar el dispositivo psicoanalítico
que es la respuesta de Freud al enigm a de la histeria.
Lo esencial de la verdad se sustrae, n ecesariam en te, al saber de
la interpretación , así co m o lo sustancial, la sensibilidad del cu erp o,
se sustrae al g o ce fálico. Q ueda intocada. Esa sustracción debe ac
tuar co m o acicate del deseo del O tro y, p or lo tanto, en el lugar de
lo que falta, se ve investida de valor fálico, de significación, de esta
tura im aginaria.
C rean d o la falta en ser (deseo) en el O tro se puede fabricar ella
un deseo postizo, un sim ulacro de deseo. Pues es esa falta en el O tro
lo que obra co m o m olde y com o m odelo para su identificación: ella
será eso que falta. De este m o d o alcanzará u n a identidad y podrá
aspirar a ser im prescindible, a inscribirse de tal m an era en la histo
ria, p or p ro cu ració n , a través del O tro y de la ofren d a de cu an to él
pueda d em andarle. H a op erad o así el en gaño fundam ental que se
h ace a sí m ism a al con fun d ir la dem an d a (del O tro ) con el deseo
(p rop io). Ser, en el fantasm a, objeto del deseo pasará a o cu p ar el
lugar de ser sujeto. H a sido necesario cre a r la laguna, la falta en ser
en el O tro (¡co m o si no existiese de p or sí!) para ofrecerse en el lu
gar de lo que puede llenarla. De ahí la constitución de la pareja de
la bella y la bestia. De ahí su form idable predisposición para insta
larse en el dispositivo analítico.
R eaccionando co n emotividad y agitándose ante el desinterés del
O tro , reclam án d ole su frialdad, y, p or el co n trario , an te la pasión
que pudiera despertar, respon d iend o con la indiferencia y el desa
pego. Sin co rresp on d en cia, a co n tram an o . Cultivando la falta, pi
diendo ser vista, reco n o cid a, oída, adm irada, hipnotizada, o rd ena
da p or un O tro que no alcanza a p oseerla en plenitud p orq u e
siem pre queda ese resto que se sustrae, puesto que “e so ” que cons
tituye la respuesta no es p recisam en te lo que ella esperaba. Pues
ningún padre es El Padre, ese al que dirige su d em anda.
El análisis le conviene, le corresponde y es fuente de un goce que
es resistencia al deseo y que deberá ser cebado y luego contrariado
p or la operación del analista. Gracias a ese goce el análisis puede
arran car y también puede estancarse en los pantanos de la neurosis
de transferencia. Su pasión requiere un testigo que sea sujeto de (la)
(com ) pasión para quien ella está dispuesta a vivir sufriendo y ofrecien
do óbolos sacrificiales. Quejándose de ser tom ada com o objeto, es co
m o objeto que viene a ofrecerse a las m aniobras del O tro. Form ula su
pretensión de especularidad, de intercam bio recíproco de los i (@ ),
ofreciendo ¿por gato por liebre, en un engaño del que es la prim e
ra víctima. Su idea, su fantasma, es el de un recubrim iento recíproco
y absoluto de los dos deseos. Por ello puede funcionar com o sacerdo
tisa del amor. Su religión es la relación sexual, esa que no existe. Pa
ra hacerla existir queda lo que la suple, el amor, lo que permitiría ta
par la triple falla en lo imaginario, en lo simbólico y en lo real.
@ es lo que le falta al O tro en su tach ad u ra ( $ ) para llegar a ser
A. Ella se o frece en el Ju g ar de tal objeto restau rad or de la inte
gridad, con la esperanza de que su propia escisión subjetiva, su p ro
pia castración sea superada en esta relación de absolutos. Si el otro,
gracias a ella, consigue pasar de A a A, ella, de reb ote y p or identi
ficación, p od rá pasar de S a S en la integridad de un am or invicto.
Se ofrece co m o objeto plus-de-goce, se presenta com o el estuche que
co n tien e ese agalma, garan tía de g oce que falla al O tro , causando
su deseo. P ero el secreto del agalma consiste en estar ocu lto, e n ce
rrad o , inaccesible. Para que el d eseo se sostenga es n ecesario que
su objeto se sustraiga y de ese m o d o q uede ensalzado el g oce del
que este objeto “quisiera” ser la co n d ició n absoluta. Del deseo del
O tro ella es — negánd ose— la causa objetal y objetivada. Para po
d er serlo tiene que sustraerse e ignorar toda posibilidad de Befriedi-
gung, sem brar la insatisfacción.
La relación co n el saber, la que se m u estra en el discurso de la
universidad, le o frece una oportunid ad privilegiada. C olocándose
co m o @ , en el lugar de la ignorancia ofrecid a al discurso del saber
(S.,), ella se p rodu ce co m o sujeto (3 ) que, en su debido m om en to,
buscará al am o. El discurso de la histérica es el revés, especular, del
discurso de la universidad.
S, S2 ------ @
s2 S, 3
3 . HISTERIA Y SABER
3 X . <t> X
v x . ox,
@ 0 A
-cp
REFERENCIAS
d —» @ 0 3 15
REFERENCIAS
Antes de, después de y en vez de. Así se orien tan los goces co n res
p ecto al co m ercio de la palabra, a la dicción, a la regu lación de las
relaciones co n el O tro.
Antes de la palabra, p ero no fuera del lenguaje, el goce del psi-
cótico.
Después de la palabra. E n el habiente, en tanto que pudiese no
ser ni n eu rótico, ni psicótico, ni perverso — ¿es esa condición pen-
sable?— , el g oce pasa p or el diafragm a flexible de la palabra que lo
dosifica, lo som ete a la significación fálica, lo desvía p or la m etoni
mia deseante, lo h ace correlativo de la castración y le perm ite atra
vesar las barreras del narcisism o y del principio del p lacer p a ra que
la pulsión, historizadora, inscriba el pasaje del sujeto p or el m u n
do, dejando su m arca en el O tro, recib ien do su fardo y aportan d o
su cu o ta al m alestar en la cultura.
En vez de, en vez de la palabra, envés de la palabra, es así co m o
viene el g oce coagulad o en el síntom a n eu rótico y en la escenifica
ción perversa. Bajo los em blem as del yo, dicen que fuerte.
Así, hay un g o ce que insiste, un g oce m aldito, más acá de la pa
labra, un puro ser en el ser, an terio r a la falla que se p rodu ce en el
en te p or decirse. De este g o ce incom un icab le, que p rescinde del
O tro y se aloja en un cu erp o que escapa a la sim bolización, nos ha
blan, sin dirigirse a nosotros, los psicóticos. Ellos nos m uestran que
la palabra no fun cion a co m o diafragm a regulador, que el sujeto ha
sido inundado y desplazado p or este g o ce rebelde a los in tercam
bios, proliferante, tan invasor que no deja lugar p ara una palabra
O tra que pudiera refren arlo y limitarlo.
Si es el significante del g o ce en tanto que p rohibido p ara el
ser que habla co m o tal, en ton ces es el Falo lo que no se ha simbo-
lizádo; el g oce no ha sido vaciado del cu erp o , la falta en ser no se
instauró, el sujeto nú es deseante. Sin esta falta fecun d a, sin que se
cum pla la función im aginaria de -cp, nada queda por b uscar en el
cam po del O tro. Mas, co m o ya sabem os p ero es m en ester reiterar
lo aquí, el Falo no cum ple co n su función co m o significante per sé
sino a través de otro significante, el del nom bre-del-Padre, que p er
m ite la instauración de un tro n co fu n d am en tal, significante u n o
(S ,), at que p od rán articularse los significantes dos (S2J del saber
in conscien te. El Falo tacha a la Cosa y p erm ite la em erg en cia del
sujeto al h acerse rep resentar p or el significante del nom bre-del-Pa-
dre que perm ite la significación fálica (capítulo 2, ap artado quin
to ). Si este tron co que es el nom bre-del-Padre falta en su lugar, las
ram as quedan sueltas y n o p erten ecen a ningún árbol. Esta es, en
apresurada im agen, la n oció n lacaniana de la forcjusión, clave de
las psicosis. No hay lím ite al g oce, no hay v erted ero de la palabra
articulada. Este es, en tales pacientes, el obstáculo de estructura que
hace difícil que se anuden el saber y el am o r en ese corazón del psi
coanálisis que es la transferencia. L a in terp retación es aquí ociosa
cu an do no perseguid ora y peligrosa. Es la cuestión prelim inar a to
do tratam ien to posible de la psicosis.
Esta situación, este destino del ser que no se dice en la inter-dic-
ción, no está al alcan ce de cualquiera. No e s loco el que quiere ser
lo. Freu d pudo hablar de la Neurosenwahl., de la elección de la neu
rosis. P ero no, n un ca, de una elección de la psicosis. La lección de
la psicosis — cre o — es que no se la elige.
Esta afirm ación es term inante, aunque discutible y discutida. No
basta con re co rd ar que en 1967 L acan haya d icho que “el locó es el
único h om bre libre”. E ra el año en que Lacan se dirigía a elab o rar
su p rop u esta de los cu atro discursos, cu an d o pudo definir en un
prodigio de síntesis al discurso co m o lien social. Lien, es decir, lazo,
vínculo, atadura. En ese sentido n o cabe discutir que el loco es li
bre; él, el ú n ico que vive fuera de las cadenas discursivas que h acen
que la palabra q u e se en u n cia tenga que pasar p o r el tribunal del
O tro, esp erar la respuesta del O tro. Es en su lenguaje, fuera de las
co accion es del discurso, que el loco es libre. E n tra r en el discurso
es enlazarse, p erd er la libertad. La locu ra crea una excep ció n y por
esta excep ció n , p o r este lugar exterior, es que los discursos, los cua
tro de Lacan , constituyen un conjunto.
L acan reiteró en 1 9 6 8 1 lo que había d icho veinte años antes en
sus “O bservaciones sobre la causalidad psíquica”: “El ser del h om
bre n o solam ente es im posible de co m p ren d e r sin la locura; no se
ría el ser del h om bre si no llevase en sí a la locura co m o el límite
de su lib ertad”.2 Su posición es diáfana: la libertad tiene una fro n
tera y el n om b re de ese b orde, del borderline, es locura, línea donde
la libertad se acaba. A gregaba en la segunda oportunidad: “El psi-
có tico se presenta esencialm ente co m o el signo, signo en impasse,
de aquello que legitima la referencia a la libertad”.3 Impasse, lo que
no puede atravesarse, lo que separa de uno y o tro lado a la libertad
de su ausencia.
Nótese que no hay lugar para un discurso más, el del psicótico,
ese d on de la palabra n o sería sem blante sino que se co locaría di
rectam en te en él punto de u n ión de la verdad co n lo real, eso que
Julia Kristeva4 bautizó co m o “v real’1. T od o discurso es sem blante
porque se presen ta co m o verdadero sin serlo. Todo discurso es del
sem blante,5-6 porque habla de entidades que no existen sino a tra
vés del discurso que les da su estatuto lenguajero. Y, finalm ente, to
do discurso es del sem blante p oiq u e su agente (el que se dirige al
otro y lo interpela) es el sem blante, es quien tom a el lugar de la ver
dad al m ism o tiem po que la pone a respetuosa distancia, sea am o,
universitario, analista o histérica. Y el psicótico n o es ni h ace sem
blante. Vive fu era de él aun cu an d o no le esté vedado cru z a r su
fro n tera y darse a entender.
No qu iere decir, pues, que el loco sea libre p ara elegir. De he
ch o , y en tanto que su estado sea psicótico, son los otros quienes eli
gen p or él. De lo que el loco está libre es de tener que elegir, eso a lo
que nos obliga el discurso a todos los dem ás, los que sabem os que
no se puede elegir sin perder, sin ren u n ciar a u n a parcela de goce.
L a psicosis “salva” al sujeto de p asar p o r la castración simbólica,
de verse obligado a desalojar al goce del cu erp o , de te n e r que m a
nifestarse en un discurso donde el objeto se constituye co m o p er
dido, de las b arreras [al g oce] que atascan a la subjetividad en la
significación fálica y que h acen imposible la relación sexual. El lo-
co es el sujeto que está en co n tacto inm ediato con el objeto preci
sam ente p orqu e no está som etido a ten e r que m etaforizar y m eto-
nimizar su relación con él en el en cad en am ien to de los significan
tes. L a alu cin ación tom a el lugar que tiene el fantasm a e n tre los
enlazados p or la palabra.
Así la locura nos m uestra una im agen de la libertad que es ajena
a los normales, los más o m enos neu róticos o perversos, los que nos
defendem os de lo real p o r m edio de lo sim bólico, nos aferram os a
nuestra im agen narcisística y nos instalamos en una supuesta “rea
lidad” que está h ech a de enlaces en tre significantes y significados
arbitrarios. Tal “realid ad ” no es más que una form ación fantasm á-
tica com p artid a p or m uchos bienpensantes que nos perm ite la ilu
sión de n o estar locos. Vivimos en el reino del sentido; n o somos in
sensatos. Nos guste o no.
El loco, en p articu lar el esquizofrénico, d en u n cia sin saberlo a
la presunción de la razón que se con firm a a sí m ism a excluyéndo
lo de los intercam bios y subordinándolo, en nuestras culturas, al or
den m éd ico a través de la psiquiatría que e n cie rra y d om in a a su
cu erp o co n ayuda de los fárm acos. El psicoanálisis se co n fro n ta así
co n un dilem a: el de idealizar al loco y a la lo cu ra co m o paradig
mas de la libertad o el de objetivarlo co n la n oción de “en ferm e
d ad ” y justificar así las m anipulaciones y la reclusión. N uestra o p
ción consiste en d en u n ciar la falsedad de ese dilem a y m ostrar un
cam in o diferente, uno que sea co n g ru en te co n el n u n ca desm enti
do determ inism o de Freud y de Lacan.
El riesgo es doble; p o r un lado el de justificar la red u cción del
loco a u na con d ición de anim alidad, p o r el o tro el de un buñueles-
co fantasm a de la libertad en donde los que estam os encad en ad os
a subsistir m erced a los oficios de un significante que nos rep resen
te ante o tro acabam os p or co n stru ir la idea d e “la libertad del lo
c o ” co m o rem ien d o im aginario a nuestra falta de ella.7
El problem a es que en la locura el loco n o es el dueño de su cuer
po sino que lo en trega al O tro, co m o lo h acen tam bién y a su m o
do el fárm aco-d ep en dien te y el suicida para que se o cu p e de él. Su
libertad tiene el ám bito de los m uros del m an icom io o de los mise
rables cuartuchos de hotel adonde se los recluye hoy en día después
de im pregnarlos con produ ctos químicos. Si el loco fuese el único
h om b re libre, lo envidiaríamos. ¿Es así?
¿C óm o se llega a ser psicótico? ¿Es la elección de u n a posición
subjetiva de esas de las que u no siem pre es responsable com o dice
L a can 8 en “L a cien cia y la v erd ad ”? La neurosis, la adicción, el sui
cidio, la perversión lo son. ¿Lo es tam bién, a la luz de lo que nos
enseña la clínica, la psicosis?
Elegir n o es escog er un objeto del que se habrá de gozar. Si se to
mase ese punto de partida se quedaría uno en el más b urdo psico-
logismo de ía con cien cia autónom a. Elegir es acep tar la pérdida, re
signar el g oce. El paradigm a de la elección, una elecció n forzada,
está dado p or L acan en su célebre ‘7a bolsa o la vida”? L a elección
im puesta al sujeto excluye la conjun ción de ambas. El psicótico es
precisam ente aquel que responde lo imposible: la bolsa y la vida, el
que no acep ta !a pérdida de goce. Elegir es elegir la pérdida del ob
je to y, a partir de acep tar el cercen am ien to (écornement) del goce, se
elige el m odo de relacionarse co n el objeto en tanto que perdido. Esa
es, justam en te, la Neurosenwahl. No sucede así en la psicosis.
Es necesario seguir el pensam iento lacaniano sobre las psicosis y
en co n trar en su enseñanza el m om ento de inflexión a este respecto.
Es verdad que l a c a n pudo hablar de la psicosis co m o una “decisión
insondable del ser” !0 Esta expresión aparece en el artículo dedica
do a la causalidad psíquica, escrito a pedido de H enry Ey en 1946,
donde Lacan enfrentaba así las pretensiones veterinarizantes del or-
ganodinam ism o. La “decisión insondable” está imbuida del espíritu
sartreano que dom inaba en esos años y, p o r m ás que se p retenda ne
garlo, es abiertam ente contradicha p or la concepción lacaniana que
se desprende lentam ente diez años después, en el período de elabo
ración que va del Sem inario III sobre las psicosis11 hasta la escritura
(en 1958) de “L a cuestión prelim inar a todo tratam iento posible de
la psicosis".12 Aquí la cuestión de la psicosis aparece cen trad a en tor
no del concepto de “forclusión", totalm ente opuesto a la idea de una
“decisión insondable”. La nueva tesis plantea la n o intervención de
la metáfora paterna. El determ inism o propio de la psicosis ha de bus
carse en la relación del sujeto co n el lenguaje: el significante que se
ría el eje de toda articulación n o h a tom ado su lugar en la cad en a y
todos los demás vagan sin rum bo. Se ha bloqueado la supercarrete-
ra y el sujeto debe e rra r p or los cam initos secundarios donde todas
las señales se ponen a hablar por su cuenta. Se produ ce un desenca
denam iento co n relación al lazo discursivo, con relación a la cadena
b orrom ea y co n la cad en a de las generaciones y ése es el ruido de ro
tas cadenas que ensordece al psicótico.
Cuando el significante del nom bre-del-Pádre falta en su lugar, nos
enseña la clínica, lo que queda n o es un sujeto en la indeterm inación
y en la libertad absoluta sino un sujeto hundido en lo inefable del go
ce, som etido a la arbitrariedad del deseo de la Madre. Pues la m etá
fora p aterna es el efecto de la operación de la ausencia de la madre,
cuyo lugar el nom bre-del-Padre viene a ocupar. Para que esta opera-
ción fallida, para que esta forctusión se produzca, dice Lacan en 1968,
en las Jornadas sobre la Psicosis Infantil,13 es necesario el encadena
m iento de tres generaciones que son las necesarias para producir a
un niño psicótico. La tesis de las Ues generaciones se con trapon e evi
d en tem ente co n la “decisión insondable” de veinticinco años antes y
se agrega a la com prensión de las psicosis co m o un defecto no com
pensado en el anudam iento de la cadena b orrom ea (R, S. I) que fue
elaborado en los seminarios de Lacan de 1974 a 1977.
E l P ad re viene a p o n e r co to a lo peor. No cabe n in gu n a duda
de que él es un im p ostor y que la co n secu en cia de su im postura es
el som etim ien to del sujeto a las ataduras del discurso. Por la in ter
ferencia del nom bre-del-Padre el sujeto es desalojado del g oce, de
la zarza ard iente de la Cosa. Im postu ra n o es, en cam bio, el deseo
de la M adre; ése sí es bien real. Se sabe de sus efectos cu an d o la
im p ostura fracasa, cu an d o el sujeto n o e n tra en esas form aciones
de discurso y form aciones del in con scien te que n o son sino sem
blante. Sobreviene lo peor, eso que ha d e evitar tod o tratam ien to
de la psicosis para n o “e ch ar los bofes sobre los rem os cu an d o el
navio está en la a re n a ”. 14
E n tre la propu esta del am o que en cie rra y red u ce al loco y el re
curso idealista a u na libertad insondable y fantasm ática, el desafío
para los psicoanalistas es el de en co n trar una te rce ra vía. El deter-
minismo freudiano y la causalidad estru ctu ral lacan iana indican la
d irección a seguir.
2. PSICOSIS Y DISCURSO
Esta Spaltung debe tenerse siem pre p resen te. H ablar o escribir
sobre “la psicosis” y sobre “el p sicótico” es restringirse a una de las
dos “posturas psíquicas”, la que se ha ap artado de la realidad, es de
cir, del O tro del significante, e ign o rar la presencia con stan te de la
o tra postura, la que sigue vinculada al O tro. P o r eso en ningún psi
có tico singular se e n co n trará p lenam ente lo que este u o tro au tor
escribe sobre “la psicosis” co m o m odelo ideal.
Esta consid eración es esencial p ara justificar la afirm ación asen-
tada líneas más arrib a de que el psicótico, p or el fracaso de la m e
táfora p atern a co n forclusión del nom bre-del-Padre, queda ubica
do fuera del discurso. Posiblem ente no valga de m od o absoluto pa
ra ningún psicótico y, no obstante, tiene validez clínica general con
respecto a “la psicosis”.
La definición lacaniana del discurso co m o vínculo social, víncu
lo en tre cuerpos habitados p or el lenguaje, es el resorte esencial pa
ra acced er a la co n cep ció n psicoanalítica de las estructuras clínicas
en general y a las psicosis en particular. Desde la definición del sig
nificante y su co n creció n en la matriz de todo discurso que es el dis
curso del am o. “U n significante es lo que rep resen ta a un sujeto an
te (o p ara) o tro significante’’,16 es definición in com p leta si no se
agrega: “... que deja co m o p rodu cción un resto, un real huidi
zo que escapa a la articulación discursiva del Sx y el S2. En la posi
ción de la verdad de esa articulación discursiva está el sujeto $ , el
que es rep resentad o p or el significante p rim ero an te el segundo.
L a definición del significante se escribe co m o m aterna del dis
curso del am o:
verdad // producción S II @
s, o s2
3 . @
S . D R O G A -@ -D IC C IÓ N
REFERENCIAS
4. EL ACTO Y LA CULPA
Q ue quede claro: prim ero está la voz ton an te del O tro: “¡G oza!” o,
si abandona el tuteo, “¡G oce!”. Frente a lo imposible de su m anda
m iento enloquecedor, el sujeto adviene a la ex-sistencia p or m edio
de la palabra, de la entrega ofrendada al O tro de! lenguaje, que es
la localización fálica del g oce, la desertiñcación del goce del cu erp o
y la sumisión de! goce a la Ley de lo simbólico. Se p on e en acción
un artefacto, el de la identificación m asculina co n el padre real fa-
lóforo o el de la dem an d a fem enina h ech a al p ad re (pere-version) .
Ese pasaje p or la castración n o debe confundirse co n el punto de
llegada de la subjetividad; no es cuestión de som eterse al padre, de
acep tar sus condiciones para hacerse q u erer p or él, sino de acced er
a otras vicisitudes, las del deseo que es parricid a y transgresor, que
inscribe otros significantes que aquellos que pudieron co m p lacer al
padre. Es el destino del pulsionar, un deber O tro, o tro deber.
En un texto h arto sugestivo G érard P om m ier escribe: “El senti
m iento de una falta no se red u ce a la culpabilidad edípica sino que
es in h eren te a la existencia: pues un sujeto debe distinguirse de los
determ inism os (superyoicos) que lo esperaban antes incluso de su
n acim ien to ”.15 Él n o p u ed e existir co m o deseante sino desm arcán
dose del deseo del O tro y, p o r lo tanto, cayendo en falta.
Con lo que llevamos visto podem os en ten d er al deber, en senti
do psicoanalítico, com o doble: edipizarse para trascen d er el goce
loco del ser fuera del lenguaje y, después, transedipizarse, ir m ás
allá del Edipo, para no quedar apresado en las redes del fantasm a,
de la im p oten cia y del síntom a.
La ética del análisis se afirm a más allá de la culpabilidad, en la
relación consustancial del sujeto y la culpa que él-ella en cu en tra ne
cesariam en te al afirm arse co m o deseante. La m eta n o es en to n ces
de bienaventuranza y de absolución: cada uno afrontará la culpa in
h eren te al deseo y p ara ello no hay reglas o m andam ientos que in
diquen qué y có m o hacer. En este cam in o n o hay “co m p añ ero s de
ru ta ”, iglesias, partidos o m aestros iluminados que guíen p or la bue
na senda ni tam p oco cabe la posibilidad de ren u n ciar a la respon
sabilidad de elegir disolviéndose en los intereses superiores del gru
po o la institución. C ada uno está solo y no puede esp erar la ayuda
del O tro. El sujeto d ebe ju g a r su partida cu an d o le llega el tu rn o y
n o p uede “pasar” co m o sucede en ciertos juegos. Zugzwang se lla
m a esto en ajedrez. H acer la ju g ad a aco rd e con el deseo y som eter
se a sus con secu encias, a una lim itación del g o ce que le abre vías
diferentes en la escala invertida de la Ley del deseo.
L a neurosis, un mal ético y no una enferm ed ad pred estinad a a
clasificaciones y tratam ientos m édicos, es la im potencia o la renun
cia ante la ju g ad a que cada uno debería h ace r para llegar a ser. Es
el rechazo al acto afirmativo p articu lar en función de la supedita
ción a los significantes de la dem anda del O tro, sea p or criterios nor
mativos, sea p or el chan taje del ab an d on o y la pérdida del am or.
Pues el decir, la exp eriencia discursiva ordenada p or la regla analí
tica, no tiene la finalidad de com prender, de satisfacerse con un nue
vo saber, con una “inteligencia” cualquiera, sino la de p rodu cir un
acto que, co m o en el cu en to de Borges sobre T adeo Isidoro Cruz,
haga que el sujeto acate el destino que lleva aden tro, que escriba su
libro proustiano, que sepa, p o r su acto, quién es (pp. 2 0 7 -2 0 9 ).
El análisis co m o “tratam ien to ” de la neurosis tiene una m eta éti
ca que es la de reab rir este cam p o de la decisión singular que no se
com p ad ece de ópdenes, o rd enacion es y ordenam ientos. ¡A tención!
No se trata de en co n tra r así y de nueva cu en ta esa ideología de la
libertad solidaria de la psicología más oscurantista ni de recaer en
los cantos laudatorios de la individualidad. “El yo es la teología de
la libre em p resa”.113 P or eso hem os evocado recién el Zugzwang aje
drecístico: hay que ju g a r y el saldo de la acción es el de u n a pérdi
da irreparable; hay que equivocarse. Lo sabe m ejor que nadie el ob
sesivo que posterga siem pre su acto para no perder.
“Saber para siem pre quien se es”, saldo retroactivo del acto, de
un a ju g ad a que co m p ro m ete al ser y lo escribe co m o un destino,
de una apuesta cuyo efecto es de ab an d on o y soledad. P od ría ha
blarse tam bién d e una identificación con la causa del deseo, es decir,
con la falta incolm able que subyace a las decisiones y a los actos. Ése
es, psicoanalíticam ente, el destino. No es una p redestinación real
sino un a razón que se constituye retroactiv am en te a p artir de los
actos. P o r actuar, p or fallar, p or inscribir esa falla co m o rastro de su
paso p o r el m undo, el sujeto “sabe p ara siem pre quién es”. El nue
vo saber es am biguo: desolado y desolador p or tina p arte, p ero tam
bién “gay saber”, fuente del entusiasm o y de un co n ta cto renovado
co n el g oce, de una curiosidad aguzada que destierra a la tristeza y
al aburrim iento, esos estados del alm a que anulan las diferencias y
que quitan al m u n d o su relieve.
C itando nuevam ente a P om m ier,1' el analizante se eq uipara en
esto al h éro e m o d ern o, definido n o tanto p o r su valentía co m o p or
el h ech o de afro n tar su angustia y su culpabilidad. Él re c o rre en el
análisis un trayecto paradójico: hab ien d o venido para ap re n d e r a
gozar, p ara p erd er las tiabas a su g oce, se va sabiendo que sólo exis
te la posibilidad de n egociar su g oce p o r m edio de la insistencia de
la falta en ser que habita en él, su deseo. La am bigüedad del fin del
análisis esta h ech a de esta m ezcla de desolación y entusiasm o que
se exp erim en ta p sicológicam en te co m o “estado m aníaco-depresi
v o ” en térm inos retom ad os p o r los reto ñ o s ingleses de la escuela
hún gara de psicoanálisis. U n a exaltación desolada que n o deja de
aco m p añ arse de m alh um or p orqu e las cosas n o van co m o u no qui
siera, p orq u e m arch an con un ritm o que n o aco m p añ a al deseo,
d evorad or del tiem po. El deseo, el au tén tico deseo, n o quiere sa
b er de postergaciones, tiene prisa p or concluir.
En esta ética sin ideales, m ás allá de los ideales, no se puede sa
b er gozar p ero sí se puede saber sobre el deseo que apu n ta al goce
co m o su h orizon te siem pre fugitivo, siem pre evocado en los inters
ticios de la cad en a significante y p rodu cid o p o r el h ech o m ismo de
hablar: el significante u n o rep resenta al sujeto p a ra otro significan
te, el significante dos; este segundo significante revierte sobre el sig
nificante uno y lo hace rep resentan te del sujeto. P ero el proceso de
la significación no se basta a sí mism o porque el saldo de la o p era
ción de los dos significantes es la produ cción d e @ , del objeto plus
de goce que escapa a la articulación significante y que, en tanto que
causa del deseo, es su m otor. El @ que huye p or delante del busca
piés de la palabra no p u ed e ser abarcad o p o r un a expresión “exac
ta” que lo recu p ere y lo haga e n tra r en el discurso. Es el elem en to
real organ izad or del discurso de la ciencia, sucesora de la religión,
que en nuestros días p reten d e d ecir la verdad de lo real. Es el res
to indecible que cae p o r el h ech o de base de que no hay discurso
que no esté infiltrado p o r el sem blante y que la ciencia ha ap rendi
do desde h ace tiem po a ind icar con ciertos nom bres propios, el de
H eisenberg (in certid u m b re) y el de Gódel (in com p letitud ).
La ilusión del m etalenguaje, del supuesto saber, del discurso que
diga lo verdadero sobre la verdad, de un O tro sin tach ad u ra, O tro
del O tro y g aran tía de los enunciados, es fecun d a y fu n d ad ora de
la situación analítica. El fantasm a de la g aran tía y de un g oce al al
can ce del discurso constituye al O tro de la tran sferen cia y es a ese
O tro que n o existe, que es una pura suposición, al que se dirige el
discurso del incon scien te, transcripción y descifram iento de un go
ce del que n o se puede ni se quiere saber. Es un saber sin sujeto, un
saber que nos sabe y que hace al sujeto co m o efecto d e su decir, un
saber en d on d e el sujeto ocu p a el lugar del significado y queda en
u n a relación d e disyunción co n respecto al objeto @ , escritura del
goce, que está en el lugar de la p roducción .
3 II @
5 . LA ANALOGÍA INMUNOLÓGICA
6 . LA CARTA AL PADRE
7. ¿C E D E R E L D E SE O ?
del g oce, que co rresp on d e a la ren u n cia al deseo para som eterse al
enigm ático g o ce del O tro. La hazaña de gozar p o r no gozar no es
patrim onio exclusivo de la histérica.
P ara nosotros el superyó es el g o ce sin el deseo, fuera de él, en
vez de él.
REFERENCIAS