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Universidad de Chile

Facultad de Filosofía y Humanidades


Departamento de Literatura
Literatura Española Moderna y Contemporánea
Profesor: Francisco Cuevas
Alumno: Ignacio Cornejo

Antonio Machado: Comentario a dos poemas

Para muchos lectores, Machado es por encima de todo el autor de ciertos poemas de la
segunda parte de Campos de Castilla que expresan del modo más directo sus ideas respecto
a los problemas españoles de la época (Brown 131).

Machado, si bien es un reconocido admirador de Rubén Darío, y así lo manifiesta en el


prólogo a la edición de 1917, donde lo califica como “el maestro incomparable de la forma
y la sensación” (Brown 132), se distancia de la poética de Darío en tanto Soledades se
constituye como una profunda reflexión sobre los temas del tiempo y la memoria, en
contraposición a las figuras de cisnes, faunos, princesas y palacios que despliega Darío en
Azul (1888) y Prosas profanas (1896).

El tono que utiliza Machado, pese a haber publicado Soledades a sus veintisiete años, es el
de un viejo cansado y triste, cuya alma está vacía de la poesía que tiempo atrás la llenó,
entiendo poesía, no como un conjunto de versos, sino como las experiencias lejanas de la
felicidad y la belleza que el tiempo se ha llevado consigo (Brown 132).

El primer poema de Soledades, “El viajero”, nos habla ya del <<tictac del reloj>> que iba a
estar presente en gran parte de la poesía machadiana: “un sonido odioso, pues el tiempo
presente es siempre amargo y estéril” (Brown 132). En efecto, el ejercicio reflexivo que
realiza la poética de Machado utiliza como punta de partida el paso irremediable del tiempo,
identificado metafóricamente, tanto en “El viajero” como en “Hastío”, con el <<tictac del
reloj>>. De este modo, tenemos que los cuatro versos de la segunda estrofa de Hastío, dicen:
“Del reloj arrinconado, / que en la penumbra clarea, / el tictac acompasado/ odiosamente
golpea”.
Resalta en Soledades la especial importancia que tenían para Machado un selecto número de
imágenes, a las que acude reiteradamente en distintos poemas, sin embargo, es evidente que
tales imágenes poseen una multiplicidad de significados y que se emplean, como fuentes de
las meditaciones de la voz lírica, por su complejo poder evocativo. La imagen del jardín, por
ejemplo, es indiscutible que el poeta, en muchas ocasiones, la utiliza recordando el jardín de
su casa en Sevilla, donde transcurrió su niñez, sugiriendo el tema del pasado perdido de la
infancia (ejemplos). No obstante, en relación con los múltiples significados de las imágenes
de Machado, tenemos que en Soledades, el jardín, además de ser un espacio en que el poeta
rememora el espacio idílico en que vivió su infancia, es un lugar marchito y triste. Por lo
general el hablante lírico, y este es el caso del poema “Hastío”, cuando su estado de ánimo
es melancólico y desesperado por la monótona realidad, no habla de un <<jardín>> o un
<<huerto>>, sino que refiere a un <<parque>> abandonado y triste: “Cae la tarde. El viento
agita/ el parque mustio y dorado.../ ¡Qué largamente ha llorado/ toda la fronda marchita!”

Otro ejemplo de imágenes recurrentes en la poética machadiana es la <<fuente>>, la cual, al


igual que el jardín posee distintos significados. El motivo de la imagen de la fuente en
“Hastío”, así como en otros poemas, es la representación de la infancia perdida del poeta. De
este modo, la fuente “canta la dichosa canción de la niñez perdida del poeta, solloza
monótonamente, como un eco al tedio de la existencia presente, fluye como la vida y el
tiempo cayendo en la taza de mármol de la muerte y se seca la alegría del poeta” (Brown
135): “Dice la monotonía/ del agua clara al caer:/ un día es como otro día;/ hoy es lo mismo
que ayer”.

El siguiente libro de poemas de Machado es Campos de Castilla, publicado en 1912, y


aumentado en una segunda edición de 1917. Pese a la aguda introspección que desborda
Soledades, Galería y otros poemas, Machado deliberadamente opta por dar un giro a su
poética, orientando la introspección que lo caracteriza hacia lo exterior: “el paisaje, los
hombres, la historia, meditando sobre la situación de España y el carácter eterno de sus
habitantes” (Brown 136). El cambio que sufre la poética machadiana tiene relación con las
experiencias biográficas del poeta: en 1907, abandonando su vida bohemia, se establece
como profesor de instituto en Soria, donde al igual que Unamuno y Azorín, se siente atraído
por la región central de España, Castilla, en aquella época austera y pedregosa (Brown 136).
Machado, mientras permanece en la tranquila y sencilla ciudad de Soria, registrará sus
impresiones del campo castellano a través de su aguda sensibilidad poética en Campos de
Castilla, consagrándose como el poeta de la <<generación del 98>>, principalmente por su
preocupación por España y su destino. Tras dos años de vivir en Soria, a sus treinta y cuatro
años, Machado, contrae matrimonio con Leonor, una muchacha de dieciséis años, quien, tras
un viaje a París en 1911, contrae tuberculosis, muriendo producto de esta enfermedad, a pesar
de los cuidados del poeta, en agosto de 1912. Machado, sufriendo por la muerte de su joven
esposa, se traslada a Baeza, otro pueblo pequeño y humilde, en la zona norte de Andalucía,
donde continúa escribiendo poemas, posteriormente publicados en la edición de 1917 de
Campos de Castilla, pero que, no poseen una ligazón con el tema que indica el título del libro
(Brown 136). (ejemplos).

En Campos de Castilla las descripciones de paisajes se convierten en reflexiones de la voz


lírica, volviendo a los temas tratados en Soledades, aunque de una manera distinta, puesto
que el hablante ya no refiere a su zozobra interior, sino que extrapola su angustia a la
decadencia nacional que observa: la monotonía gris y la esterilidad del presente en contraste
con la esplender pretérito del campo castellano (Brown 137). El poema analizado, “Los
olvidos”, da cuenta del árido e infértil paisaje del presente castellano, a través de la
interpelación que realiza la voz lírica a los olivares en que les manifiesta su deseo de que
Dios les devuelva los tiempos lluviosos, los cuales, metafóricamente, aluden a épocas
pretéritas en que España fue próspera : “Olivares, Dios os dé/ los eneros/ de aguaceros, / los
agostos de agua al pie, / los vientos primaverales/ vuestras flores racimadas; / y las lluvias
otoñales, / vuestras olivas moradas”.

La recuperación de la silva es una influencia modernista en la poética de Machado.


Bibliografía

1.- Brown, Gerald. “La poesía”. Historia de la lengua española: El siglo XX (del 98 a la
guerra civil). Trad. Carlos Pujol. Ed. José-Carlos Mainer. Barcelona: Editorial Ariel S.A,
2000. 123-189.

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