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IVE – EjerciciosEspirituales 1

SegundaSemana

PRESENTACIÓN Y HUIDA A EGIPTO

[132, 268-270]

En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu Amor.
Envía Señor tu Espíritu y serán creadas las cosas y renovarás la Faz de la tierra.

Oh Dios que habéis adoctrinado los corazones de tus fieles con las luces de tu Espíritu Santo,
danos a gustar todo lo recto y bueno según ese mismo Espíritu y gozar para siempre de tus celestiales
consuelos.

Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

Ave María.

San Ignacio de Loyola, ruega por nosotros.

Oración preparatoria, la de siempre.

El primer preámbulo es la historia: Lucas 2, 21-39.

El segundo preámbulo es la composición de lugar :Ver la ciudad santa rodeada de murallas y,


elevándose con gran majestad, cubierto de planchas doradas, el imponente Templo de Jerusalén, el lugar
escogido por Dios en todo el universo para su morada. Ver el templo, su disposición, sus atrios, sus puertas.

El tercer preámbulo es la petición: Conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre,
para que más le ame y le siga.

♦ Primer punto: la presentación de Jesús al templo

Lucas 2, 21-24

“Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarlo: se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el
ángel antes de ser concebido en el seno. Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la
Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor:
« Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio: un par de tórtolas o dos
pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor”.

P. Gustavo Lombardo
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A los cuarenta días del nacimiento del Niño, según la ley, debía presentarse el primogénito para
significar su pertenencia a Dios; y ser purificada la madre, que no podía ingresar al Templo hasta que el
sacerdote la introdujera luego de pagar una ofrenda.

Los días previos a la Presentación:

A los ocho días de nacer, como manda la ley mosáica, el Niño fue circuncidado. Allí, con lágrimas,
vertió sus primeras gotas de sangre. Recibe por nombre "Jesús", "Salvador".

Normalmente este rito se hacía en la casa del infante, pues la madre no podía ingresar al Templo
hasta que no pasasen 40 días desde el nacimiento (cf. Lev 12, 2 ss).

En el Antiguo Testamento se explica cuando el Faraón no deja salir de Egipto al pueblo elegido. Lo
último que Dios le mandó para que cediera, fue la muerte de los primogénitos, de todos los primogénitos de
Egipto y de Israel, el pueblo elegido. Por eso Dios mandó que comieran del cordero pascual y con la sangre
del cordero marcaran los dinteles de las puertas de las casas de los judíos para que el ángel exterminador, al
ver las marcas en la puerta, no entrara y no matara al primogénito en esas casas.

Luego Dios elige la tribu de Leví para que ocupe el lugar de los primogénitos. Donde dice Dios: “los
primogénitos son míos, a mí me pertenecen, pero he elegido la tribu de Leví para que ocupen su lugar”. Toda la
tribu de Leví estaba consagrada a Dios, eran servidores del templo, entonces los primogénitos no tenían que
ser entregados a Dios.

De todas maneras había que hacer un rito, que era llevar al primogénito, al primer hijo varón, llevarlo
al templo, presentarlo a Dios y rescatarlo. Presentarlo es ofrecerlo, ofrecerlo en sacrificio, pero como Dios no
quiere el sacrificio de los hombres había que presentar animales en su lugar. Y ahí La Virgen y San José
presentan dos pichones o tórtolas porque eran pobres, otros presentaban otros animales de mayor valor.

El rito era ése, presentar a todos los primogénitos porque todos los primogénitos pertenecían a Yahvé
y rescatarlo, con eso ya bastaba. No había que dejarlo en el templo, no había que sacrificarlo, Yahvé ya había
dejado para sí a los Levitas.

Llevan a Jesús al Templo. Mirar, entonces, a las personas, a la Santísima Virgen, a San José
cumpliendo con lo que la ley mandaba. Era la Madre de Dios, llevaba a Dios mismo encarnado; San José era el
padre nutricio y después de la Virgen el más Santo de todos, sin embargo cumplían al pie de la letra lo que
mandaba la ley de Moisés.

Va de la mano; la santidad es cumplir con toda justicia. Cristo también cumplía con aquello de “He
aquí que vengo a hacer tu voluntad”. Entra Jesús en el Templo “Levantaos puertas antiguas va a entrar el Rey
de la Gloria”. Entra el Rey de la Gloria en el Templo, pensemos en lo que esa imagen nos puede llegar a decir.
¡Si las piedras pudieran hablar ahí! Contemplando al Rey de Reyes, nadie lo reconocía todavía, pasan como
uno más en la humildad.

Cumpliendo al pie de la letra la ley de Moisés, la Virgen no tocará ninguna cosa santa, ni irá al
Santuario hasta ese momento, aunque acunaba en sus brazos al Santo de los Santos, y Ella misma era el
Santuario que había albergado al Sumo y Eterno Sacerdote durante nueve meses; esto es la santidad traducida
en humildad y obediencia.

P. Gustavo Lombardo
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Mientras tanto, San José, "varón justo y piadoso", que había decidido con la Virgen cumplir con la ley,
aunque no les compitiera, trabajaría duramente en su oficio de carpintero para juntar el dinero necesario para
el rescate del Niño, unos cinco siclos que debían pagarse para el Templo. Y así traen al Niño Jesús al Templo.

Contemplemos las personas: La Virgen Santísima cubriendo a su Hijito bajo su velo, y San José
llevando el par de tórtolas para el sacrificio de la purificación.

Se efectuaba la ceremonia en la mañana, después de quemarse el incienso en el altar de los perfumes.


San José toma la pobre ofrenda, los dos pichones de paloma; la Virgen lleva al Niño, atraviesan el patio de los
gentiles y el de las mujeres, suben por las escalinatas semicirculares que da entrada al recinto de los hombres.
Allí, en la grada superior, se hinca María con otras madres del pueblo, y entrega José a uno de los sacerdotes
de turno las dos aves del sacrificio. Una era de expiación, torciéndole la cabeza hacia atrás se le hacía una
incisión y se rociaba el altar con la sangre y se asperjaba a la madre para purificarla. Era una purificación legal,
una purificación que debían hacer las mujeres, porque quedaban manchadas después de dar a luz. Y la virgen,
la más Santa de todas, pasando como impura, como necesitada de purificación, como una más. La otra
paloma era en acción de gracias, se le rompía las alas y se arrojaba viva en las llamas de la hoguera.

Luego el levita reza unas oraciones sobre la Virgen, que sigue humildemente de rodillas, como una
pecadora que necesita perdón, la Purísima quiere ser purificada. Así como Cristo aparecería como pecador y
se dejaría bautizar por Juan, así la Virgen aparece como pecadora.

Ir reflexionando y pensando qué nos dice todo esto a nosotros.

Entonces poniéndose de pie, entrega la Virgen en manos de otro sacerdote a su Divino Hijo. Éste lo
levanta en dirección al Tabernáculo ofreciéndolo al Altísimo, ya que por ser el primogénito le pertenece por
derecho. Jesús aprovecharía para confirmar una vez más su firme disposición de hacer la Voluntad del Padre.

Pensemos en todos los pensamientos que se le vendrían a la Virgen en ese momento, ese Niño que
estaba siendo levantado en los brazos del sacerdote, ella sabía que algún día iba a ser levantado en la cruz.
Pensemos en el acto de ofrecimiento que haría la Virgen de su Hijo, lo más preciado que ella tenía se lo estaba
entregando a Dios. Sabía que no iba a morir ahí, pero lo estaba entregando ya a la muerte, a la cruz.

Ese es el sentimiento, la motivación, la entrega que debemos hacer a Dios en la Santa Misa. Entregar
lo más preciado que tenemos, que somos nosotros mismos.

En todo este ritual, pasó el Niño por tantas manos, y sin embargo nadie lo reconoció, los especialistas
no lo advirtieron. Un sacerdote lo ofreció a Dios y no se dio cuenta, "tienen ojos y no ven"; otro asperjó a la
Santísima Virgen y no la reconoció como Santa Isabel: "Bendita entre las mujeres"; “Dios está donde menos se
le espera encontrar” dice Fulton Sheen.

Se encuentran con Simeón y con Ana y estos lo reconocen, pero ellos llevaban una vida ejemplar: “Eh
aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Este hombre era justo y piadoso y esperaba la
consolación de Israel y estaba en el Espíritu Santo −Justo y piadoso, está canonizado. En la biblia cuando dice
Justo quiere decir Santo− y le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte sin ver antes al
Ungido del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús para
cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: "Ahora, Señor, puedes,
según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has
preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel. Su padre
y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: "Este está

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puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada
te atravesará el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones." (Lc 2, 25-35).

“Y a ti una espada te atravesará el alma”, primero de los siete dolores de la Virgen.

Alegrábase como nunca Simeón al ver a Cristo. Como dirá nuestro Señor “muchos desearon ver lo que
vosotros estáis viendo y no pudieron”. Todos los del antiguo testamento, esperaban, anhelaban ver al Mesías.
Simeón ya vio a Cristo, está en paz.

Nosotros también vemos a Cristo, lo conocemos a Cristo, tenemos que estar en paz. No hay más que
desear. Y todos los días lo vemos a Cristo bajo la apariencia de pan, en la Eucaristía. Por eso podemos decir
cada noche, podemos ir en paz, hemos visto al Señor en este día.

Y a la par de esa alegría de San Simeón está la tristeza de la Virgen, por esa espada clavada en su
corazón. “Toda la alegría se tornó en tristeza” le dijo a Santa Brígida la Virgen, comentando ese momento tan
difícil de su vida, el primero. Ella sabía, probablemente fue como un conocer con más detalle lo que iba a
sufrir Jesús en esa profecía. Ver entonces como la Virgen, la Madre de Dios es una mujer sufrida. Ir meditando
en la ciencia de la cruz, en aquello de San Alfonso: “santificarse es padecer”.

El encuentro con Ana la profetiza nos puede servir para ver otras disposiciones necesarias. Ana
después de casarse, estuvo siete años con su marido y permaneció viuda hasta los 84 años. No se apartaba del
templo, sirviendo a Dios día y noche, en ayunos y oraciones.

La oración, ella rezaba mucho y Simeón era un hombre piadoso; el ayuno, cosas necesarias para
encontrar a Cristo, para reconocerlo en nuestra vida, en las circunstancias. Como dice uno de los prefacios de
Navidad: “Tú sales al encuentro de cada hombre y en cada acontecimiento”. Pero para reconocer a Cristo en
cada hombre y en cada acontecimiento, hay que ser hombres de Fe, de penitencia, de oración.

Como se presentase en aquella misma hora. Alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que
esperaban la redención de Jerusalén.

Así cumplieron todas las cosas según la ley del Señor y volvieron a Galilea a su ciudad de Nazaret.
Pero cumplieron todas las cosas, Cristo todo lo hizo bien, sus padres cumplieron todas las cosas, todo lo que
mandaba la ley.

No podemos regatear en esto de servir a Cristo. No podemos estar a medias.

♦ Segundo punto: la huida a Egipto

En Belén se le aparece a San José el ángel en un sueño y le dice que tiene que irse a Egipto. Se
levantan muy prontamente y parten.

Carvajal nos dice que habían dos caminos, uno llamado el Via maris (Vía del mar) que era muy
transitado y pasaba cerca del mediterráneo; pero lo más probable es que se haya ido por el otro, que era más
difícil, más áspero, por las dudas, para no encontrarse con nadie. Como ya estaba el edicto de Herodes si se
encontraban con los soldados podían matar al Niño.

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La tradición pone la ciudad de Leontópolis o Leópolis cerca del Cairo como la ciudad donde se fue la
Virgen y San José con el Niño en donde había una comunidad grande de judíos. En Egipto hay gran veneración
por este misterio, se sienten halagados por Dios que se haya dignado visitarlos. Después volverían a Nazaret.

Pensar todo lo que recordarían de lo leído y meditado en las escrituras. Harían el mismo camino que
sus padres hacia 1200 años, cuando Moisés los sacara de Egipto y estuvieron 40 años en el desierto dando
vueltas por renegarse a hacer la voluntad de Dios, por no confiar en Él. Y ellos tienen que escaparse por el
mismo camino porque los hombres no reciben a Dios, “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”.

En la huida a Egipto algunos autores ponen al Niño pequeño, otros más grande lo que haría más
dificultoso el camino porque no podía caminar solo y era grande para cargarlo.

“Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto”, pensemos en la obediencia de San José a Dios
y de la Virgen a San José. Cómo se ha perdido eso en los matrimonios de que el hombre es la cabeza y ha de
mandar. Se levantan y ahí mismo se van, de noche, sin esperar nada, confiando completamente en la
Providencia, sin saber ni a donde iban. Todas las penas que habrán pasado en el camino, varios días de
camino, más largo que los otros viajes que había hecho la Virgen.

Habíamos meditado ya todas las asperezas que habrán pasado. “María –decía Fulton Sheen− se
había preparado ya para la cruz en la vida de su hijo. Pero José, que se movía en un nivel inferior de conciencia
de lo que estaba sucediendo, precisaba la revelación de un ángel que le dijese que llevara a Egipto al niño y a
su madre: “Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto y estate ahí hasta que yo te diga porque
Herodes buscara al niño para destruirle”. José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre y partió para
Egipto y estuvo ahí hasta la muerte de Herodes”.

El exilio debía de ser el exilio de nuestro Salvador, de lo contrario los millones de exiliados de países
perseguidos estarían sin un Dios que comprendiera la agonía de una huida espantosa y la desdicha de carecer
de hogar.

Dice Fulton Sheen con respecto a los magos, que ya habían vuelto para ese entonces: “Así, regresaron
a su tierra por otro camino…”.El ángel del Señor les avisó que volvieran, para no hablar con Herodes y no
decirle nada. Por eso es que Herodes se enfureció y mandó a matar a los inocentes. “…Nadie que alguna vez se
encuentre con Cristo con buena voluntad, emprenderá el camino por el mismo camino por el cual llegó”.

Es importante tratar de encontrarnos con Cristo de una manera nueva, para ser así un hombre nuevo
con todas las letras. No volver a pisar el mismo camino por donde nos hemos equivocado, por donde hemos
ofendido a Dios.

San Alberto Hurtado, de la huida a Egipto dice; “Salen a primeras horas de la madrugada en Nazaret.
Pena al cerrar el candado, doblar el camino… Tesoro de recuerdos encerrados en aquella casa, nido desierto.
Herencia de sus pobres padres; allí había nacido; de allí salió para estar tres años en el templo... allí recibió al
Ángel... allí la Encarnación, allí todos esos meses de cielo viviendo sola con Jesús en ella. Al salir, el camino,
como una boca de monstruo que quisiera tragarle.

Estas eran las impresiones naturales; pero las sobrenaturales fueron mucho más intensas. San José se
clava como un clavo inconmovible en la obediente manifestación de la voluntad de Dios. «En Ti, Señor, he
esperado, no sea jamás confundido» (Sal 30,2).

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No me arrepiento de haberme entregado al Amor, decía santa Teresita. La Virgen se encierra en su


corazón con Jesús y ofrece seguirlo ligada a sus pasos. Jesús mientras sigue externamente a esas débiles
criaturas, interiormente va leyendo los secretos de su padre, toda la historia de su vida. Desde el principio
hasta el fin. A nosotros las penas, una a una, a Él todas, desde Nazaret al calvario.

San Ignacio decía: Mirar lo que hacen, caminar, mirar, trabajar para hacer que el Señor sea nacido en
suma pobreza y después de tantos trabajos, hambre, sed, calor y frío, morir en cruz y todo por mí. A los
hombres se les va desgranando uno a uno el rosario doloroso de la vida. Jesús la vio toda, y así también María,
para que se restaure el género humano por la pobreza, dolor y humillación”.

En varios lugares el Padre Hurtado habla de la redención por medio de estas tres cosas: Pobreza, dolor
y humillación. “Contemplémoslos, sirvámoslos, oigámoslos ¡qué diferencia hay con los demás! Mal tiempo,
viento, molestias, ¡pero cuánta igualdad en estas vicisitudes! Qué diferencia de las otras personas, la cara de la
Virgen de la adivina en dulce coloquio con Jesús. Lo de afuera es accidental. Su hijo y la Voluntad de Dios, lo
demás poco importa”

Pensar entonces en todos los santos sentimientos que habrán tenido, la confianza en Dios, las penas
que habrán pasado en Egipto y reflexionar, sacar provecho. Imitar a la Sagrada familia en esta entrega,
sobretodo en aventurarnos por la voluntad de Dios, sin tener, humanamente, nada donde sustentarse, sin que
la prudencia de la carne pueda hacerse de nada. Simplemente porque Dios lo quiere. Y ese Dios lo quiere vale
muchísimo más que cualquier otra cosa que podamos llegar por nuestro razonamiento. Porque en definitiva
es lo único que tenemos que hacer en nuestras vidas: “He aquí que vengo Señor a hacer tu voluntad”.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

P. Gustavo Lombardo
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