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de un año atrás y del que aún – extrañamente, supongo- no me sentía propietario.

Decidí ir a
La Sangre derramada la cerrajería. Quedaba a una cuadra. Llegué y le pedí al cerrajero una Trabex. No podría

José Pablo Feinmann explicar por qué, pero para mí, ese 20 de Marzo de 1976, todo el amparo del mundo (toda
posibilidad de no morir injuriado y avasallado en el interior del hogar como ese sindicalista)

Transición: Una Trabex contra la Junta Militar se cifró en poner una Trabex en la puerta de mi casa.

El cerrajero fue generoso. Atardecía y no me dijo “Venga mañana”. Me dijo “Voy con usted”.
No recuerdo el titular de La Razón del
Tomó la Trabex, una pequeña caja metálica, cerró el negocio y caminó conmigo la
20 de Marzo de 1976. Recuerdo, sí, la
cuadra que nos separaba de mi departamento. No hablamos de política. No hablamos de lo
modalidad que todos los titulares de
que todos hablaban: el golpe. Sólo caminamos esa cuadra, entramos en el ascensor del
este diario tenían durante esos días:
edificio, subimos hasta el octavo piso – ahí estaba mi casa, ahí estaba mi puerta- y él abrió
anunciaban, en grandes letras negras, la
su caja metálica, extrajo un pequeño taladro y taladró, con sabia precisión, la puerta, que
inminencia del golpe. Yo me había
estalló en aserrines que me parecieron tan súbitos y excesivos como fuegos artificiales.
vuelto taciturno. Hablaba poco. Me
Luego colocó la Trabex. Le pagué, estreché su mano y no podría decir si volví a verlo de
sabía mal informado. O escasamente
nuevo. La llave de la Trabex era robusta: un cilindro central y dos paletas dentadas que se
informado. O tal vez creía que no había
desprendían a izquierda y derecha. La introduje en la cerradura y cerré con dos vueltas.
información. Que nadie sabía nada.
Eso hice el 20 de marzo de 1976: poner una Trabex entre la Junta Militar Argentina y yo.
Recuerdo haber leído en un diario la
Increíblemente, estúpidamente me sirvió para dormir mejor esa noche. Y ninguna otra más.
noticia del asesinato de un sindicalista.
Lo mataron en su casa. “Su mujer y sus
hijos pidieron por su vida”, decía el
La muerte del ámbito privado
texto.
“Pero fue ametrallado en presencia de ellos.” Uno estaba acostumbrado a encontrar la Fue un golpe anunciado. Noventa días antes Videla había lanzado un ultimátum al gobierno
obscenidad de la muerte en las páginas de los diarios. Pero, no sé, ésta prefiguró para mí el de Isabel Perón. Luego dijo: “Morirán todos los que tengan que morir”. Luego hubo un
horror que se avecinaba: no podía dejar de pensar en esa mujer y en esos hijos pidiendo período de silencio. Los comandantes no decían palabra. La clase política buscaba una y mil
piedad a los asesinos. Imaginaba, luego, a los asesinos matando a ese hombre en presencia soluciones. Inútil, impotentemente. Los comandantes seguían sin hablar. Una vez más, el
de quienes lo amaban. Busqué, entonces, un teléfono y llamé a un amigo que era concejal en silencio se vivió como terror. Terror para algunos, incertidumbre para otros, ansiedad para
Vicente López. Le pregunté qué sabía, si es que algo sabía. Me dijo “Todos se rajan o buscan muchos más que se preguntaban: “¿Para cuándo? ¿Qué esperan?” El infaltable ingeniero
abogados.” Alsogaray dijo: “Todavía no. Hay que esperar unos meses. El caos económico aún no ha
Regrese a mi casa. Abrí la puerta y miré la cerradura: era una Llavex, una sencilla Llavex; desgastado totalmente a este gobierno”. Luego Oscar Allende habló por la cadena nacional.
una de esas cerraduras que no parecen haber sido hechas para detener a nadie, sino sólo para Dijo: “Nunca un golpe militar trajo nada bueno”. Pero ya era tarde. Ya pesaba mucho más –
cerrar la puerta. Venía con el departamento. Un departamento que yo había comprado cerca como definitiva respuesta de la clase política– la frase de Balbín: “No tengo soluciones”.

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Luego comenzaron a aparecer los enormes titulares de La Razón. Anunciaban la inminencia El 24 de marzo implica la era de la planificación racional y moderna de la Muerte. Los
de lo inminente: el golpe. Hasta que dijeron: “Todo está decidido”. Y el día siguiente, fue el militares argentinos hicieron saber que no serían pinochetistas. Se interpretó tal aseveración
día del golpe. como una señal de templanza: no se incurriría en los horrores del régimen chileno. Y, en
efecto, no fueron pinochetistas, pero el modo en que no lo fueron acentuó decididamente la
Los jefes del golpe (la llamada Junta Militar) anunciaron a la población que permaneciese
ferocidad y el horror de la represión. Para los blindados del 24 de marzo Pinochet había sido
en su casa esa noche para facilitar las “tareas operativas de los comandos militares”. Me
algo así como un exhibicionista: ese Estadio Nacional lleno de prisioneros, ¡qué disparate!,
recuerdo cerrando la puerta de mi departamento, con la Trabex que había comprado cuatro
¡qué alto precio había tenido en la opinión mundial! Pinochet era un tosco. Así, nuestros
días atrás. Vivía en un octavo piso. Qué patético gesto: cerrar la puerta del departamento.
blindados decidieron inspirarse en la modalidad del ejército francés en Argelia: la represión
Era creer que existiría aún el ámbito privado. Que uno podría salvarse de la furia guerrera de
se haría secretamente. La muerte secreta: ésta es la muerte argentina. La muerte se volvió
la Junta guardándose en su casa, retirándose al ámbito privado. Ocurrió, a partir del 24 de
subterránea, silenciosa, furtiva.
marzo, un hecho decisivo: la desaparición del ámbito privado. Ese primer anuncio operativo
de la Junta había sido falso y perverso: pedirles a los ciudadanos que no salieran de sus casas Los que han descrito la Argentina del ‘76 y el ‘77 han incurrido, con frecuencia, en un error
para no entorpecer las tareas de los comandos militares llevaba a creer en la existencia de que amengua la vivencia del miedo cotidiano. Tal vez esta experiencia la sabemos sólo
dos ámbitos, el exterior (en el que se desarrollarían las “operaciones” de los comandos) y el quienes permanecimos aquí. Y es la siguiente: uno se enteraba de desmedidos horrores,
interior (en el que un ciudadano podría permanecer seguro. Como suele decirse, en la desaparecían los amigos, o los conocidos o gente que uno no conocía, pero de cuya desdicha
seguridad del hogar. No hubo tal seguridad. No la hubo porque se aniquiló la diferencia entre se enteraba. Es decir, uno sabía de la existencia permanente del horror. Sin embargo, al salir
el ámbito exterior y el privado. No existió lo privado para la operacionalidad militar. La a la calle lo que más horror producía era el normal deslizamiento de lo cotidiano. La gente
entrada arrolladora en las casas, la destrucción de los hogares, su rapiñaje implacable fueron iba a trabajar, viajaba en colectivo, en taxi, en tren, cruzaba las calles, caminaba por las
los signos de la época. veredas. El sol salía y había luz y hasta algunos días del otoño eran cálidos. ¿Dónde estaba
el horror? Había señales: los policías usaban casco, en los aeropuertos había muchos
Durante los primeros días del golpe todos los diarios entraron en cadena: sólo publicaban los
soldados, sonaban sirenas. Los militares le hacían sentir a los ciudadanos que estaban
comunicados de la Junta. Y gran parte de los argentinos se sintieron sosegados: había
constantemente en operaciones, que estaban en medio de una “guerra”. Pero, a la luz del día,
llegado la hora del orden. Por televisión salía una y otra vez un aviso que decía: “Orden,
nada parecía tan espantoso como sabíamos que era. Quiero remarcar esta sutil y terrible
Orden, Orden. Cuando hay Orden el país se construye de arriba a abajo”. Conocía muy bien
vivencia del horror: lo cotidiano como normalidad que oculta la latencia permanente de la
a ese tipo de argentinos. Y no eran pocos. Uno, un mes atrás, me había dicho: “Por suerte se
Muerte.
vienen los militares. Gente honesta, castigadora”. Todavía le veo la cara. Todavía recuerdo
la forma que tomaron sus labios al decir la palabra “castigadora”. Otro, un viajante de
comercio, me había explicado la eficacia del Ejército en Tucumán: “A los zurdos los atan y
Los perejiles
los vuelan. El pedazo más grande que queda es así”. Hizo un pequeño círculo con el índice
y el pulgar: “Así”, repitió. Estaba decididamente satisfecho. Con este numeroso sector de Siempre se habla, siempre se hablará de ellos: que los secuestraron, que los torturaron, que
nuestro país contó el golpe para recibir consenso. Numeroso, muy numeroso. los arrojaron vivos al mar. Sus padres, sus hermanos y también sus asesinos los nombran, los
recuerdan. Están en el centro del debate, en el centro de la estremecida conciencia moral de

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la república. Son nuestros desaparecidos. A la gran mayoría se les suele aplicar un concepto de la subversión. La subversión era todo cuanto atentara contra el “estilo de vida argentino”
casi despectivo. Se les dice “perejiles”. Será apropiado preguntarnos por qué. o contra el “ser nacional”. Y como “estilo de vida argentino” o “ser nacional” eran
indefinibles y, por consiguiente, absolutos, “subversión” podía ser cualquier cosa. Una de
Supongo que nadie ignorará el tipo de frases que se pronuncian sobre ellos. Se dice, por
las características del terrorismo de Estado es la a-tipificación del delito. Nadie sabe qué
ejemplo: “la mayoría de los desaparecidos eran perejiles”. Se dice: “los que pusieron el
habrá de convertirlo en culpable. Nadie sabe los motivos de la culpa o la inocencia, ya que
cuerpo fueron los perejiles”. Se dice: “Fulano no había hecho nada, era un perejil”. La imagen
estos motivos no están tipificados. Y no lo están porque el Estado terrorista los reserva para
que va tomando forma es la de una especie de seres cándidos, manipulados, inofensivos,
su exclusivo arbitrio. Serán culpables los que el Estado decida que lo son y por las razones
jamones del sándwich, atrapados entre el mesianismo de la dirigencia guerrillera y la
que el Estado decida.
impiedad absoluta del Ejército represor. Patéticos seres que murieron por error, por estar,
ingenuamente, en el centro de una desmesura histórica. Seres que murieron por nada. O peor ¿Quién no recuerda la teoría del “peine grueso” y el “peine fino”? Primero, había que pasar
aún: que murieron por tontos. el “peine grueso”, liquidar el “brazo armado” de la subversión. Y luego, el “peine fino”. Es
decir, el “sofisticado aparato de superficie”. Periodistas, sacerdotes, obreros, escritores,
Detengámonos en la palabra: “perejil”. Sirve, exhaustivamente, a sus propósitos. Dice lo que
historietistas, amigos, familiares.
se propone decir. “Perejil” es un ser silvestre, ingenuo. Es, claro, un “jil”. O, más
exactamente, un “gil”, con toda la carga despectiva que esa palabra tiene en la lengua Eran los perejiles. Vemos los rostros doloridos de sus padres. Vemos las justificaciones
coloquial argentina. Es, también, un anónimo. Un ser alejado del Poder, que ignora los torpes y, a la vez, crueles de los que estuvieron junto a quienes los mataron. Vemos las
mecanismos profundos de la historia, que no sabe por qué actúa, que cree saberlo, pero que confesiones de sus asesinos. Nos dicen: “los adormecíamos, los llevábamos en aviones y los
no lo sabe, ya que es un manipulado. Así, la palabra nos acerca a uno de sus significados más arrojábamos al mar”. Estas confesiones terribles nos los presentan como víctimas, como
precisos: los “perejiles” son “Pérez giles”. Es decir, anónimos tontos. ¿Hay algo más derrotados. Como irrecuperables derrotados. Y, de pronto, vemos sus rostros. Aparece el
anónimo que llamarse Pérez? ¿Hay algo más patético, desvalido, insignificante que ser un rostro de alguno de ellos en el televisor. O en el diario en que los familiares publican sus
Pérez gil? fotos para recordarlos. Y son jóvenes, conmovedoramente jóvenes. Y advertimos que
estaban llenos de vida y, muy seguramente, de alegría.
¿Quiénes fueron? Básicamente fueron los militantes políticos de superficie de la década del
setenta. Los que quedaron para las balas fáciles y abundantes de la Triple A cuando No eran “perejiles”. Si los engañaron, si los mandaron al muere las dirigencias, la culpa no
Montoneros pasó a la clandestinidad. Los que dieron sus nombres para las listas electorales es de ellos, es de las dirigencias. Tendrán que cargar para siempre con ese pecado de soberbia
del Partido Auténtico. Los militantes de las villas. Los profesores de “todos los niveles de la y mesianismo. Si los mataron los represores, serán éstos, los represores, quienes cargarán
enseñanza”, como les gustaba decir a quienes los mataron u ordenaron sus asesinatos. Los para siempre con la eterna condena moral de la sociedad que opta por la vida y por la Justicia.
médicos de las comisiones hospitalarias. Los periodistas de izquierda. Los militantes
Eran, sí, los llamados “perejiles”, hombres y mujeres de superficie. No eran sofisticados.
sindicales, los que estaban al frente de las comisiones internas laborales. De éstos,
Daban la cara. Creían en causas comunitarias. Buscaban una sociedad mejor. No murieron
muchísimos.
por tontos. No murieron en vano. Murieron por generosos. Ya nadie muere ni se enferma de
El lenguaje de la dictadura incurrió en una vaguedad deliberada y feroz cuando acuñó el eso en nuestros días.
concepto de “subversión” y lo utilizó en lugar del de “terrorismo” o “guerrilla”. La
“subversión” era más que el terrorismo, más que la guerrilla, que eran la “expresión armada”
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El que no salta es un holandés – Mabel Pagano fila frente a la pantalla y la Flaca como para sí misma, el fútbol no es la patria. Gol.
Gooooolllll. Golazo. ¡Ar-gen-ti-na! ¡Ar-gen-ti-na!
Estaban ahí aquel día en que nosotros nos pegamos al televisor portátil llevado por el gerente,
¿Hacen falta seis para pasar a la final? Se hacen los seis, pero a la hermana de Carrasco la
ya que el acontecimiento, muchachos, justifica el abandono del trabajo por un rato,
secuestraron anoche a dos cuadras de la facultad, que se embrome, por meterse donde no
imagínense, hace casi cuarenta años que los argentinos esperamos algo así. Vengan, chicas,
debe, dijiste vos y Javier yo siempre le vi algo raro a esa chica, enganchando enseguida con
que esto no se lo pueden perder y nosotras, que ni locas, porque una cosa es un partido
que después de los seis pepinos a los peruanos, concierto de cacerolas en el edificio, en pleno
cualquiera y otra muy distinta, un mundial. Pero la Flaca dijo, yo tengo que hacer ese trámite
Barrio Norte, nunca visto, el delirio, la locura y nosotras, contando de la caravana de coches
de la importadora y se fue. Volvió cuando ya estábamos en los escritorios, todos
y el novio y el marido, con las banderas, los gorritos y las cornetas, nos acostamos como a
emocionados porque todo salió perfecto, según Javier, y qué bárbaros los gimnastas, para el
las cuatro y hasta la chica aquella, Mariana, la de Libertador, con la vincha y subiéndose a
cadete y para nosotras, con la banda y el desfile y los papelitos, una maravilla, no sabés lo
un camión que pasaba para el centro, no se puede creer, ¿viste? Por un anónimo, nada más
que te perdiste, pero la Flaca sin interesarse, ahí parada, con los ojos fijos en ninguna parte
que por una denuncia sin fundamento y al otro porque ayudaba al cura y a las monjas en la
y diciendo que a la misma hora del festejo, ellas estaban ahí, en la Plaza, como cien, dando
villa del Bajo Flores. Te digo que no me quedó uña por comerme y la hora maldita no pasaba
vueltas a la Pirámide, algunas llorando y otras diciéndoles a los periodistas extranjeros que
nunca, tocando el techo con cada gol y mirando el reloj, hasta que al fin se dio. Se me cayeron
no tenían noticias de hijos, hermanos y padres. Y los tipos seguro que las filmaban para
las lágrimas, ¡qué final! ¡El que no salta es un holandés! Y los que desaparecen son
hacernos quedar como la mierda en el exterior, Javier interrumpió golpeando el escritorio y
argentinos, dale Flaca, no empecés, ¿no te dije, pibe, que la Copa se quedaba aquí? Todos
el cadete asegurando que no importa porque, total, quién les va a dar bolilla a cuatro chifladas
con las banderas y los pitos, a gritar y a cantar, dale con el tachín- tachín, juntos, en aquella
y nosotras diciéndole terminala con eso, Flaca, que por ahí, andá a saber cuál es la verdad y
fiesta que parecía que no iba a terminar nunca, porque ganamos, salimos campeones y fue
el gerente rematando con que me gustaría saber quién les paga para que saboteen la imagen
como una borrachera de la que nos despertamos con este dolor de cabeza que nos martillea
del país.
las sienes y un revoltijo de estómago que aumenta a medida que la tapa de la olla se va
Los días siguieron: la república era una gran cancha de fútbol. Empatamos, ganamos, corriendo.
perdimos, pero no importa, porque la copa se la van a llevar si son brujos y el televisor ya
Las cuentas finales no aparecen y la lata está rota de tantas manos que se le metieron adentro.
fijo en la oficina, mirá, mirá que remate, cómo se perdió el gol ese boludo y aquel hoy no
Pero lo peor es lo otro, ellas que siguen ahí, ellas, que ya estaban pidiendo por los que no
pega ni una. Las mujeres, ya bien al tanto de lo que significa un córner, cuál es el área chica
estaban mientras nosotros saltábamos, sordos a lo que decían algunos como la Flaca, ustedes
y qué es lo que debe hacer el puntero derecho. Pero Goyito, el de Expedición, desapareció
no se dan cuenta de lo que está pasando y cuando comprendan, ya va a ser tarde. Aseguraba
hace cuatro días y nada, dale Flaca, vos siempre la misma amargada, el cadete con sonrisa
que éramos como los alemanes, que veían el humo saliendo de las chimeneas de los campos
de costado y Javier que por algo habrá sido, che, porque a mí todavía nadie me vino a buscar.
de concentración y miraban para otra parte, se callaban, como callamos nosotros, entonces y
Y ellas siguen ahí, dando vueltas a la Pirámide, ma sí, ya se van a ir, acabala, parecés la
después, tapándonos hasta las orejas cuando las sirenas nos interrumpían las noches, o
piedra en el zapato, pero tienen que darles una explicación, lo que tienen que darles es una
escuchábamos algún grito, o se llevaban a alguien del piso de abajo. Nos dieron un pirulín
paliza y listo, así se dejan de decir macanas cuando el país está de fiesta. Hay que
para matar el hambre, Flaca, tenías razón y una entrada al circo para comprarnos la
embromarse con alguna gente, la patria no les importa, el gerente opinando desde la primera
conciencia.

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