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Consigna 1
Las memorias sociales son construcciones que están en constante mutación. Implican
miradas diversas hacia el pasado, dependiendo de las disposiciones sociales, de los intereses
sociopolíticos, y de los marcos desde los cuales se recuerde. Los procesos de construcción
de las memorias son, de esta manera, abiertos, nunca acabados (Jelin,, 2009:123). Dentro de
esta dinámica, hay momentos de supuesta calma en los que predomina una versión del
pasado, que es la hegemónica, y que se considera la verdad única de la memoria y la historia
de un pueblo. Pero, hay, al mismo tiempo, momentos en los que las convulsiones y los
sucesos políticos del pasado vuelven, en los que el archivo y el recuerdo “arden” (Huberman,
2007), y que se relacionan con vivencias de un pasado próximo (Franco, 2007) convulso o
dramático, que proveen distintos sentidos y narrativas, con sus omisiones, olvidos y que dan
lugar a versiones que originan distintas disputas y posiciones respecto del tiempo pretérito.
Son estas posibilidades, la luz sobre las sombras de la memoria del pasado el que
caracteriza, justamente, el decir del testimonio (Pollack, 2006:59). Estas sombras del pasado,
al tiempo, se intentan iluminar a través de otras formas, como acudir a los habitus que
conforman las formas protocolares del decir testimonial (Pollack, 2006: 53). En numerosas
escenas, la actriz que performa el papel de Albertina Carri, intenta elaborar el recuerdo y su
propia identidad a través de un discurso memorizado y guinado, recurriendo a los lugares
comunes del decir, como por ejemplo, al final del film “Escenas sobre las vaquitas de San
Antonio”. Una voz nos advierte, “vamos a filmar ficción”.
Consigna 3
En este último sentido, el contrapunteo entre los dirigentes y los militantes de base es
importante para dar cuenta cómo elabora la temática de la responsabilidad el documental.
Los montoneros de base demuestran desde el principio de la película un rotundo
arrepentimiento –hasta aparece la figura de la “ex simpatizante”-, que se elabora a partir no
solo de la declaración como acto –de hecho, la historia de Ana en la segunda parte, es la
historia del abandono de la organización-, sino de anécdotas inocentes y de cánticos que
trivializan el motivo inicial del enfrentamiento armado, y pone a los militantes como en un
estado de “inocencia”. Frente a esto, Perdía y Firmenich aparecen como figuras aberrantes.
Refiriéndose al último, Rulli sostiene: “Me parece un personaje siniestro, totalmente
siniestro. A esta altura, personajes como Galimberti, como Perdía y como Firmenihc, a mí
me obligan a creer, que el demonio no es, como llegaron a creer los hombres blancos
occidentales, el lado malo de cada uno de nosotros. Yo a esta altura, pienso que el demonio
existe”. No existen, en el documental, declaraciones de la dirigencia para contrarrestar esas
imágenes.
Sostiene Jaspers también, por otra parte, que estas dimensiones de la culpa no pueden
pensarse de manera aislada, sino en intersección con otras. En este sentido, la culpabilidad
política se relaciona de manera íntima con la moral. El lugar de la responsabilidad es el
espacio público, el ágora. ¿No es acaso el mismo documental el que obra de vehículo a las
voces para que no solo reclamen al Estado parte de su responsabilidad por la violencia, sino
también se haga cargo de las acciones cometidas?
Por otra parte, el documental es significativo por el tratamiento de “figuras
emblemáticas” (Salvi, 2019) que, por su esquematización y tipificación, permiten elaborar la
historia de manera simple, y que refieren a la vez a los discursos sociales a partir de los cuales
se elabora el recuerdo. El film centra su discurso, como se sugirió anteriormente, en la figura
del militante, que podría ser encuadrado bajo el esquema de la víctima culpable, es decir, de
aquellos agentes que eran perseguidos por su ideología, por tenencia de libros sospechosos o
por haber tenido algún tipo de vínculo con la organización, como le sucede a Ana. Dice Rulli:
“La represión fue muy intensa y por tener una foto de Perón en la casa, hubo gente que estuvo
años en la cárcel, que se quedó sin nada, que la dejaron en la calle”.
Frente a las víctimas inocentes, se presentan los monstruos, que en este caso no son
solo la dirigencia montonera, con Perdía, Firmenich y Galimberti a la cabeza; sino también,
el Estado, centrado en el rostro sádico de López Rega. Estas figuras, que representan el mal
absoluto, muchas veces ocultan las verdaderas circunstancias sociales que causaron la
violencia, o tienden a simplificarlas.
Bibliografía:
Franco, M.; Levin, F. (2007) “El pasado cercano en clave historiográfica” en Historia
reciente. Perspectivas y desafíos para un capo en construcción. Paidós, Bs. As.
Jaspers, K. (1998) “Esquema de las distinciones” en El problema de la culpa. Paidós,
Bs. As. 53-65