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Educar en la empatía y el altruismo para un mundo vulnerable

El mundo actual se encuentra, indudablemente, en una situación de crisis y urgencia. El


cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la lucha por la privacidad en la gran urbe
digital o la incapacidad para discernir entre información confiable y noticias falsas en el vasto
océano de datos de la red son problemas novedosos que se encuentran conviviendo ya con
esos otros que, a pesar de haber definido nuestras más profundas preocupaciones morales en
las últimas décadas (como la pobreza extrema, las exclusiones o las asimetrías de poder), no
hemos logrado resolver. Esta superposición de retos viejos y nuevos abre un escenario en el
que previsiblemente se generarán inéditas condiciones de vulnerabilidad a las que las
generaciones que en estos momentos estamos educando habrán de hacer frente. Su capacidad
para que, como adultos, puedan afrontar con mayor éxito que nosotros esos problemas que
están heredando, dependerá de las herramientas que les proporcionemos ahora. La escuela,
en este sentido, debería ser, además de todo lo que ya es, también el lugar en el que nuestros
hijos adquieran 1) conocimientos para interpretar adecuadamente la complejidad de los
fenómenos que constituirán su mundo; 2) habilidades para saber cómo y dónde buscar
soluciones a los retos que les ha tocado como generación; 3) inteligencia para comprender
que el éxito de su empresa depende de la colaboración con personas, saberes y comunidades
distintas; y 4) empatía para acometer acciones que permitan disolver vulnerabilidades que
son compartidas siempre con otros.

La empatía, por tanto, debería estar en el centro de nuestra mirada como educadores. Hacer
que nuestros alumnos la desarrollen es robustecer la base de su moralidad y de muchas de las
conductas que la expresan, entre ellas el altruismo. Una educación que no piense en la
empatía de sus alumnos y en la creación de espacios y tiempos que promuevan conductas
altruistas será una educación que nunca logrará cumplir, ni su objetivo general de formar
personas íntegras y responsables, ni su objetivo pragmático de forjar hábitos, actitudes y
disposiciones adecuadas para disminuir la vulnerabilidad de quienes habitamos y habitarán
este mundo en crisis.
Ahora bien, si de lo que se trata es de pensar y promover una educación para la empatía y el
altruismo, primero habría que tratar de precisar a qué nos referimos con esos términos. En un
sentido general, la empatía, hace referencia a esa capacidad que tenemos de comprender los
sentimientos de otro y de responder a ellos para restaurar su bienestar cuando éste se ha visto
afectado. Sin empatía no habría moralidad porque es necesario comprender la vulnerabilidad
en la que habita el otro para poder responder a sus demandas (casi siempre no dichas ni
expresadas) de atención y cuidado. Además, la empatía es condición de posibilidad del
altruismo, porque si el altruismo es esa conducta que busca el bienestar del otro de manera
desinteresada, éste no se podría dar sin antes comprender el sufrimiento del otro que nos
interpela y demanda moralmente.

Una escuela que tome en serio la idea de que la empatía y el altruismo son dos elementos
rectores para el desarrollo de la moralidad de los sujetos que está educando habría de ser una
escuela que dedicara atención constante a promover el encuentro con aquellos que son
diferentes y que están en condiciones de alta vulnerabilidad. En nuestro colegio, por ejemplo,
hemos constatado que todos los espacios de promoción de la empatía y altruismo son
enormemente positivos para nuestros alumnos. Porque cuando los chicos de 1er grado van a
la casa de retiro Eishel a comer y hacer compañía con adultos mayores, o cuando nuestros
adolescentes visitan a niños con cáncer y organizan No Shave November para recaudar
fondos que se destinan a un enfermo, o cuando nuestros alumnos makers construyen un
prototipo que mejora las condiciones de vida de una persona con discapacidad, o cuando
nuestras alumnas fundan una organización dedicada a la sensibilización frente a la violencia
de género y al acompañamiento de otras chicas que han sido violentadas, o cuando en
nuestras excursiones los alumnos dedican tiempo a hacer piso firme o construir muebles para
otras comunidades, cuando suceden todas estas cosas, se logran cosas invaluables. En primer
lugar, estallan las burbujas culturales, afectivas e identitarias en las que muchas veces habitan
nuestros alumnos. En segundo lugar, se desarrolla la sensibilidad necesaria para ponerse en
el lugar del otro. Esto genera una virtuosa paradoja, pues quienes desinteresadamente
pretendían beneficiar al otro acaban siendo los más beneficiados. Por último, se forjan
actitudes que mejoraran las condiciones de habitabilidad y sociabilidad en un mundo que, a
día de hoy, se percibe extremadamente vulnerable.

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