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la Libertad en tanto que espiritual

De la libertad muchas cosas se han dicho y pueden decirse todavía, reconociendo en su


delimitación gnoseológica y axiológica, un determinante principal para la elaboración
perfectible de teorías filosóficas, teológicas y antropológicas, en tanto estas serían
modalidades de la teología, y esta a su vez, de la cosmología. Entonces, llegar a una idea
depurada de la Libertad, coadyuvaría estructuralmente a iluminar ciertos aspectos
característicos de la naturaleza del hombre, de su situación en tanto que ente, de Dios y
finalmente del Universo.

Definiblemente, libertad es un vocablo de amplias conceptualizaciones que comprenden


aspectos varios de la naturaleza del hombre (hablamos de la libertad humana pues) en tanto
ser múltiple. Es así que habrá una idea de libertad física (como ser corporal), libertad mental o
del pensamiento, libertad del actuar (en tanto ser social), libertad de expresión e idear (como
ser político y racional), y recientemente una “libertad del propio ser” (progresismo ontológico),
etc., y que se han definido la mayoría (en una acomodación liberal y moderna del concepto)
como libertades personales. En rigor, todas aquellas son susceptibles de subdivisión, esto, en
mi perspectiva para quitar absolutismo a la idea de libertad y reducirla a una función
codificada, es decir aplicable en partes. Es así que en un momento se será libre en esto, pero
no en aquello, soberana ridiculez semiológica. En general, y es lo que nos importará, pues una
idea para ser tal, debe ser totalizadora en su abarcamiento conceptual en relación a su objeto
de su aplicación, se concibe mundanamente la libertad como “la capacidad de la conciencia
para obrar y pensar según la voluntad personal” o “la facultad natural del hombre para actuar
a voluntad sin restricciones, respetando su propia conciencia y el deber ser…” Podemos
ahondar más en conceptos de esta índole, más sólo lograremos disquisiciones relativas hacia
una delimitación, ya sea social, biológica, sea axiológica, etc, de la libertad. Veremos cómo el
concepto de libertad no puede ser objeto de delimitaciones de esta clase: es decir, conciencia,
facultad, deber ser, sociedad o cualquier otra variante.

Empecemos brevemente con aquellos conceptos dentro de la esfera social del hombre. Desde
que existe sociedad, esta fue una antítesis de la libertad, en tanto se reconozca esta segunda
inicialmente como la primacía de la voluntad individual, pues es inminente que, con tal
contexto, dos voluntades o más, nunca podrán coexistir potestativamente. Es decir que con el
advenimiento óntico de la pluralidad de seres activamente volitivos y congregados (en este
caso comunidad animal-humana), la libertad, en tanto voluntad INDIVIDUAL, se verá
enfrentada irremediablemente contra otra u otras voluntades individuales. Es así que la idea
de libertad, en tanto posible sólo absolutamente individual, tendrá que ser ahora delimitada
en función a esta nueva realidad, es decir, a la sociedad para poder existir; he aquí la primera
coaptación de dos realidades antagónicas, y es que, en rigor de verdad, el humano en tanto
especie, no podrá ser libre pura y simplemente, de ahí que se adherirá las dimensiones de
“orden”, “responsabilidad”, convivencia” y “derecho”. En este último caso, se llegará inclusive
a anteponer una ficción cultural-institucional (producto, como el “derecho” a la libertad) a su
consubstanciabilidad.

Ya pusimos en claro, que lo que se busca es arribar a una idea irreductible de libertad como
realidad o aptitud inmanente absoluta, es así que pasaré a exponer sencillamente lo que se
debe entender, conceptualmente siquiera, por tal idead. La libertad, en principio, supone LA
AUSENCIA DE LEY O LEYES, es decir de determinantes formales, conductuales o naturales. Por
eso decíamos que al acoplar a la “definición” de voluntad de actuar (pensar también es un
acto, mental en este caso), términos de por sí limitantes, es decir definitorios, es decir
moduladores, es decir determinantes; ya invalida el hecho de libertad per se. Esto sucede
obligatoriamente cuando se pretende acomodar la idea de libertad al ámbito sociológico,
entonces por aseveración, podemos decir que no es posible conceptualmente una libertad en
el marco social, ni ello ocurre, verdaderamente en la praxis; de allí que se transfigure la noción
de libertad echando mano a determinantes estructurales y coercitivas de la macroestructura
para entronizar tal idea de manera artificiosa y aparente (entonces obligatoriamente deberá
ser un derecho, más no un hecho).

De similar manera, ocurre una yuxtaposición categórica en respecto a la teología. En efecto,


como ocurre con el hombre animal-social, el hombre-criatura, deberá amoldar la idea de
libertad al circuito del ser en tanto que producto de un macro-ser. Para tal pesquisa, se hará
necesario servirnos del esoterismo, única herramienta válida para estos fines epistemo-
metafisiológicos. El hermetismo nos dice que el ser humano en cuanto ente, realizase como el
“ente” de los entes, el superente diríamos, la creación prima (producto para los cientificistas)
que reflejaría completamente la conformación y distribución real del Universo, esta es, pues, la
relación biunívoca micro-macrocósmos. De todo esto, para los efectos buscados, nos importa
señalar que el macrocosmos, en su imperio formativo sobre el microcosmos REGIRÁ DESDE
FUERA TODA LA DETERMINACION EVOLUTIVA Y TELEOLÓGICA DEL MICROCOSMOS. De este
proceso sólo mencionaremos lo interesante a merced de dejar en claro cómo, tanto teología
como ciencia fenoménica, confluyen en delimitar la idea de libertad como variantes
particulares propias del ser, pero supeditadas al prototipo ideal (arquetipo) de la voluntad
macrocósmosmica, llámese para unos Dios y para otros Naturaleza.

Tanto teólogos y científicos, conflictúan su método de creencias (experimentación para los


segundos) sólo en la forma de sus disciplinas, es decir, que si bien unos describen a la Causa de
todo antropomórficamente (es decir que siendo el hombre imagen y semejanza, Dios
inmanentemente posee en perfección las características ontológicas de éste), además de tener
un propio y singular correlato creacional; lo mismo acontece con los segundos, que endilgan la
razón de la existencia material (creación) a una fuerza primigenia, (big-bang u otras teorías
similares) causante del tiempo y el espacio, además de “demostrar” el proceso evolutivo de
forma más técnica y menos mitológica. Con esto quiero señalar que ambas posturas
gnoseológicas, reconocen una potencia suprema que conduce los procesos físicos y
metafísicos universales de la materia-energía, y que dicho poder ha plasmado (de forma
consiente para unos, de forma mecánica para otros) su funcionalidad en los entes. Nosotros
iremos más lejos, diciendo que el destino del hombre es precisamente emular a escala la
TOTALIDAD del funcionamiento universal.

Con respecto a la libertad, bastará describir la anterior relación para descartar


terminantemente a la libertad como “facultad del querer” individual. En efecto, la libertad
como querer (y poder hacer consecuentemente) es ilusoria, hecho que ya demostramos
socialmente, y que ahora se explica fácticamente; pues el querer del humano (microcosmos)
no es una aptitud inmanente de su individualidad, de su ser, sino de su estar. En la criatura
creada (o producida) cada átomo de su materialidad biológica deviene por producto de la
concatenación causal y elemental del cosmos, por secuencia y sistemática de otras voluntades
o procesos dirigidos macrocósmicos (por Dios o por Leyes naturales, físicas, energéticas,
químicas , etc.); entonces, la mal llamada “voluntad”-querer de la criatura humana resultaría
ser el summun mecánico causal, vivido “conscientemente” y susceptible de mentalizarse
trascendiendo la biología del ser como voluntad. Una farsa.
El humano es pues, el animal que puede intuir desde su complexión interna, que como
pusimos en claro es la opera prima del proceso evolutivo o creacional, las leyes y procesos
cósmicos patentes en su conformación meta-biológica. Por consiguiente, toda pulsión
consiente anímica y física del hombre, al contrario de suponer libertad, se entenderían como
pulsiones pertenecientes a la mecánica dialéctica de la naturaleza de la Creación. Es decir que
como ser compuesto (de componer), todo substrato del hombre obedece a una programación
espacio-temporal por más individual, subjetiva e íntima que pareciese. Máxime, si sumamos a
la ecuación el condicionamiento de su percepción sensible, y luego de su volición, resultado
del proceso de la producción de esquemas de realidad ficticias mérito de la confección cultural
y de leyes científicas eminentes como método alterador de la simbiosis a priori natural micro-
macro, cuestión que en esta ocasión no podrá ser ampliada. Sigamos ahora con la metafísica
del tema.

Dicho esto, se entenderá que, en primera instancia, por estar sujeto exteriormente a
determinantes x, y en segunda, interna e innatamente a determinantes x´ (cuales son las
variantes microcósmicas de las leyes-aspectos universales, tales como sabiduría, belleza,
conocimiento, amor, piedad, etc; todos conceptos que son expresados cabalísticamente como
movimientos macrocósmicos y cuyos pliegues y “reinos” conforman estratos anímico-astrales
o chakras); el humano está irremediablemente en un estado óntico fuera de libertad. Entonces
cabría preguntar ¿no sería el concepto-idea de libertad como ausencia de leyes
(determinaciones), algo insostenible dado el hecho de que el ser humano inmanentemente ES
RESULTADO de determinaciones varias, y cuya idea de libertad sería entonces un producto
consciente de su sinapsis bioeléctrica (pensar) o de su fantasía subconsciente y/o arquetípica,
todo esto dependiente? A esto mismo que nuevamente las instituciones humanas, en especial
la Religión como sistema comulgador y reconciliador (re-ligare) por excelencia -por interés
diría yo- entre dicha relación micro-macro, responderán a tales cuestionantes dando a la idea
libertad una realidad escatológica, en el sentido de un DEBER SER MÁXIMO, que como en el
ámbito socio-cultural, persigue la armonía ideal de los sistemas. Ahondemos para descubrir
una intención subrepticia de pura perversidad en esto.

Estos buenos y humanos teólogos axiomarán de la siguiente manera: dirán ellos que, si existe
efectivamente una libertad absoluta (pues absoluta tiene que ser la libertad para ser tal) es la
de Deus. Y tendrán razón, puesto que en el caso de la existencia de una Ratio Prima o causa
primera, sea Dios o Big Bang, éste, como Alfa y Omega, en su potestad y calidad e Pantokrator,
gozará de la libertad absoluta en su creación u obra, mejor aún, él (digo él puesto que al ser el
UNO, no es cosa creada, y efectivamente es el único que tendría la calidad de “ser”) será la
libertad absoluta. Es así que nuestros astutos doctores de la Ley dirá que la forma de alcanzar
la libertad pura es llegando a la esfera del Padre, es decir, que para ser libre efectivamente,
uno debe cumplir con el propósito microcósmico del humano, que como describimos, es imitar
a la perfección la entelequia macrouniversal en sí mismo. Tras el último peldaño de la
evolución microcósmica, se encuentra, pues, la Libertad, puesto que ya seremos como dios
(Adam Kadmon); quedando entonces supeditada la realización de la libertad del minor
mundus a las amplitudes entelequiales del Nous o Logos (Anciano de los Días para el hebreo y
para el masón), POR SOBRE EL CUAL NO EXISTEN LEYES, pues él es la Ley estando él fuera de la
Ley. En la sociología y en la ciencia dicho razonamiento será también sublimado de forma
parecida, llamándose en esta primera derecho y civilidad, y en aquella progreso tecnológico;
siempre con la mirada puesta en el desarrollo futuro y evolutivo, por égida del tiempo hacia un
“llegar a ser” agotador de las posibilidades últimas del ser humano (Manú). Entonces lo que
esté de acuerdo a Dios, a la Ley o al Progreso, tenderá siempre a la liberación del hombre.
Con todo lo esbozado anteriormente reconoceremos que así se ha venido haciendo la teoría
ideal sobre la Libertad, pero es al contrario: el humano está fuera de toda libertad por el hecho
simple de existir. Aclaremos esto.

Aceptando el hecho de que Dios o Causa primera (UNO) signifique la libertad, pues él es la Ley
y está fuera de esa Ley, el hombre tendría que llegar hasta tal principio para gozar
efectivamente de la libertad absoluta, más esto es imposible ¿Por qué? Porque arribar al
principio trascendente del Universo (UNO) SUPONE LA FAGOCITACIÓN INTEGRAL DE LA
INDIVIDUALIDAD DEL ENTE, es decir su fusión total con el Creador, puesto que por mandato
hermético nuevamente, sabemos que todo lo que fue en un principio será en un final; si el
ente-humano fue emanado del UNO en un inicio, volverá a ser parte de él al llegar el fin, léase
entelequia (del polvo vienes y al polvo volverás). En este caso, toda conciencia individual se
pierde y la problemática de ser libre o no ya no interesa más. A esta catástrofe, mañudamente,
el sacerdote le llamará salvación, o iluminación (budismo), o fusión (samadhi, nirvana). En
esoterismo se le pondrá el nombre de Verdad del Universo, progreso consciente hacia el amor
del UNO Universal Cósmico, reencontrar la mónada; en la academia, un poco más parcos, se
hablará del desarrollo potencial último del Hombre hacia la conquista de la súper-mente y el
espacio infinito.

El humano como individuo está irremediablemente en un estado fuera de toda posibilidad y


realidad de libertad. Pero esto requiere la aclaración a una refutación esperada: ¿Si es así el
caso, que la idea de libertad es inaccesible a la conciencia del hombre, cómo es posible que tal
idea efectivamente pueda ser pensada, mentalizada, idealizada por éste? Como sucede
también con el concepto de “infinito”, realidad que está fuera de todo arquetipo creado por
ser el Universo material esencialmente finito (ya dijimos que todo lo que está en el
macrocosmos se encuentra reflejado en el microcosmos, y por analogía, todo lo que no esté en
el primero debe faltar en el segundo, pero esta es otra cuestión) ¿Sería, entonces, la idea de
libertad una sinrazón, o como si se quiere, un ilogismo?

Cosa muy diferente diremos, pero concluyendo como antecedió: si el caso fuera ese, es decir,
que el ser humano fuese solamente la conjunción biológica (cuerpo-alma, cuerpo astral) y
energética (mente-alma, cuerpo mental) de las etapas formativas macrocósmicas y su
plasmación arquetípica del antropos manú, u hombre celeste, en el “lodo” material dentro de
un determinado circuito cerrado galáctico, sería imposible la representación de la idea de
libertad. Con ello queremos, entonces, sugerir que dentro del plexo existencial del homo
sapiens coexiste un elemento ajeno a dicha naturaleza, es decir no resultado ni resultante de
creación y determinación universal alguna. A esto los sabios de cualquier partido (políticos,
tecnócratas, etc.), ateos y materialistas científicos (…si ya con la noción de alma tenían
problemas), y más aún, religiosos, todos pegarán un grito ahogado al cielo.

Tal posibilidad supondría, la patente realidad dentro del homo de la divinidad, más aún, de la
supradivinidad. Ya lo dijimos, Dios es la única ley, fuera de él no hay más leyes, Y HE AQUÍ LA
RESPUESTA: ese elemento ajeno al universo material creado, al que endilgamos el efecto de
posibilitar cognosciblemente la idea de libertad en el hombre ES EL ESPÍRITU (de cómo llegó
donde se encuentra es otra historia). Y el mundo del espíritu no concibe leyes, he aquí el
requisito de validez de la libertad en cuanto tal, es decir, absoluta y, por ende, espiritual.
Regresamos al principio, la libertad verdadera es únicamente posible fuera de todo formato;
esto evidentemente es un callejón sin salida, puesto que se pueden concluir dos alternativas,
1.- que la libertad, entonces, por estar fuera de toda realidad universal y fuera de Dios (o con
él, pero ya aclaramos que en este caso no existiría ser individual, por tanto idea o posibilidad
de libertad) y por ende fuera de sus criaturas, NO EXISTE; o si bien, 2.- se reconoce un ámbito
supra-divino, carente de toda representación, inefable, y por TANTO TAMPOCO EXISTE. Pues
así es como hoy en día se preceptúa el estado de inexistencia o "posibilidad pura", que hace
explotar la cabeza.

Si aceptamos que sólo Dios puede ser libre en su mundo concentracionario, y por lo tanto es
libre, cabe deducir que la libertad del individuo, para ser análoga a la de Dios, debiera “existir”
en un lugar o mundo patrimonio exclusivo de la voluntad de dicho individuo. Pero, entonces
dicho mundo debería estar imperiosamente “fuera” del universo creado del UNO (para que no
concurriera choque de voluntades absolutas), en un universo increado, que por los requisitos
anteriores debiera ser exclusivo de la potestad-voluntad del individuo-increado. Entonces,
tenemos que la libertad, para ser tal, debe, primero, encontrarse en una realidad increada
(fuera del universo material regido por el Tiempo y el Espacio), y segundo, ser absoluta en
tanto supremacía del mundo individual increado aislado de todo lo que no sea éste. En
conclusión, tenemos que el hombre verdaderamente libre es aquél superhombre (para
referirme a este ser irrepresentable) increado y absolutamente aislado (absoluto); la Libertad,
entonces significa individualidad absoluta fuera de todo tiempo y espacio y ley (increado).

A este mundo se le han dado varias caracterizaciones, quedémonos con la de Eternidad. La


eternidad, pues, pensada por un ser finito y determinado (por la Ley tiempo-espacio) como el
ente humano, no puede resultar en otra cosa que en la noción de la “nada”, de inexistencia. El
Yo absoluto y libre, como inexistencia separa de todo lo que no sea yo, supone una idea de
posibilidad pura y eterna, a esto se le ha llamado Vril. La incapacidad de representación
mental de dicha realidad sucede porque que el mismo proceso de mentalización resulta de la
cerebración bioeléctrica activa de contenidos exteriores (en tanto que el cerebro es estructura
arquetípica) que se suceden y van formando contenidos inconscientes interiores o mnémicos
(estructura cultural), todo esto un circuito harto complejo, y que no puede dar cabida, como
recalcamos, a realidades ajenas al universo material. Es entonces que concluimos diciendo que
idea de libertad sólo puede tenerla aquél hombre que ya es libre, o lo ha sido
momentáneamente, por haber conectado (despertado) con aquél “órgano inexistente” que
puede dar “razón” (o representación o idea) en lo creado de lo increado. Es decir, que sólo
puede vislumbrar someramente la idea de posibilidad pura o Vril quién encontró su espíritu.

Para el hombre animal (cuerpo y alma) no hay libertad posible, no existe, no es ni será nunca
realmente libre ni nunca sabrá que significa aquella palabra. Mas, esta es su “ventura”, pues
será por siempre útil (evolutivo) y feliz en su ignorancia. Mientras que para Caín quién dijo “no
hay Ley ni Juez”, palabras grandes de un hombre verdaderamente libre, la ira de Dios será con
él por los siglos de los siglos, será un criminal, un hereje y blasfemo, un antisocial. Las ansias de
libertad le costarán el Edén, como a aconteció con sus beneméritos e inocentes padres,
quienes osaron probar la manzana que liberta (Gnosis). Pues es realmente así: la libertad sólo
puede entenderse como la impugnación a la realidad, al Mundo (orden, Ley, todo continente
de la Ilusión material del ser), a existir, a todo desarrollo o evolución; paradójicamente el
verdadero ser es aquél que no es algo, es decir que es nada.

Por lo tanto, la libertad verdadera, su búsqueda, será siempre un pecado, empíricamente un


suicidio, y el anhelante de libertad, un destinado a la perdición y la mortandad. Pues es la
voluntad del UNO que ningún espíritu alcance jamás su Vril, puesto que significaría la
invalidación de su creación, su destrucción. Es eso a lo que le han llamado diablo -muy
acertadamente diremos (para ellos)-, a las voliciones no natas del hombre animal (que van
contra su programación), por esto mismo además la han llamado locura... La única ley que, por
fuerza de las circunstancias, está en el mundo y no resultado de la mano de Dios es: el hombre
verdaderamente libre debe ser un diablo, un asesino, un destructor.

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