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“El Principito”: lección de vida

Por
Filosofía&Co
-
26 febrero, 2018

El escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry publicó el libro "El


Principito" en abril de 1943. Es el libro escrito originariamente en francés
más leído y traducido: se ha vendido en 250 lenguas y dialectos.
El Principito es un libro sin tiempo: válido para todas las épocas y para
todas las edades. ¿Qué enseñanzas tiene la obra de Saint-Exupéry
que lo convierten en una obra eterna? La temporalidad de nuestra
existencia; que convencen las obras, no las palabras; el valor de cada
experiencia…

Por Carlos Javier González Serrano

El Principito, publicado originariamente en 1943 y traducido a


más de 250 lenguas, es un libro peculiar desde su inicio. Su autor,
Antoine de Saint-Exupéry, arranca con lo que parece ser una
dedicatoria, pidiendo perdón a todos los niños por consagrar esta
historia a “una persona grande”. Y concluye: “Todas las personas
grandes han sido niños antes. (Pero pocas lo recuerdan.)”. Al margen
del debate sobre cuál era el público al que Saint-Exupéry deseaba
interpelar, lo cierto es que El Principito ofrece una vasta pluralidad de
niveles de análisis, entre los que se encuentra el filosófico. En este
librito, que ha cautivado por igual a niños y mayores, su protagonista
nos da una lección de vida sin que en ningún momento debamos
atenernos a imperativo alguno: serán la inocencia (que tantas cosas
tiene que preguntar, pues “cuando el misterio es demasiado
impresionante no es posible desobedecer”) y, más importante, la actitud
del inmortal personaje (“solo los niños saben lo que buscan”), lo que
transmite al lector un canon de conducta. Convencen las obras, no las
palabras. Y es que “los ojos están ciegos. Es necesario buscar en el
corazón”.

Dejarse de dibujitos…

“El Principito”, de De Saint-Exupéry,


publicada por la editorial Salamandra.
El Principito arranca con la alusión a un misterioso yoen un
momento determinado de un remoto pasado;desde las primeras
líneas, Saint-Exupéry pone así énfasis en la temporalidad de nuestra
existencia (tempus fugit). El narrador nos cuenta que, cuando tenía seis
años, “vio” una vez una lámina que llamó mucho su atención. El
narrador “vio” pues algo fijo, permanente, que no se mueve (y no como
pasa, por ejemplo, con el tiempo, que nunca deja de correr); aquella
lámina “representaba” a una boa que engullía a una fiera. Y entonces se
nos dice que este mismo narrador, tras reflexionar “mucho” sobre “las
aventuras de la selva”, decidió hacerse pintor…, aunque más tarde
abandonará la idea porque “las personas grandes” le aconsejan dejar a
un lado sus “dibujos” para centrarse en geometría, cálculo, historia o
gramática.

De esta manera tan funestamente fantástica se relaciona el


personaje por primera vez con los adultos: a través de una
obligación, de un mandato que, además, arremete contra su primigenia
vocación. Es así que, finalmente, el narrador se decanta por los aviones
y queda convertido en piloto (oficio que ejerció el propio Saint-Exupéry),
lo que por contrapartida le permite conocer, como él mismo nos cuenta,
a “muchísima gente seria” y vivir con “personas grandes” (a las que ha
visto “muy de cerca”, sin mejorar “excesivamente” su opinión sobre
ellas).

“¡Es tan misterioso el país de las lágrimas!”

Un pequeño Sócrates

Pero de repente todo cambia cuando, tras sufrir un accidente, el


forzado piloto se encuentra en el desierto rodeado por la más
absoluta nada. Después de descansar un poco, despierta al oír una
“extraña vocecita”. Comienza así propiamente el relato de El Principito,
en el que ambos protagonistas encuentran a diversas y multiformes
personalidades que representan, cada una por su lado, una faceta única
del ser humano… adulto. El propio narrador de la historia confiesa que
necesitó “mucho tiempo para comprender de dónde venía. El principito,
que me acosaba a preguntas, nunca parecía oír las mías”. Como un
siempre inconformista Sócrates, ninguna respuesta parece saciar la
curiosidad del principito: “Si uno se deja domesticar, corre el riesgo de
llorar un poco…”.

Adultos que no entienden nada


“He aquí mi secreto: no se ve bien
sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. Autor ilustración:
Nicholas Wang, trabajo derivado para Bhutajata. De Lepetitprince.jpg,
distribuida por Wikimedia Commons bajo licencia CC BY-SA 2.0.
Sin duda, una de las luchas conceptuales que tiene lugar con más
fuerza en el libro es la de la belleza frente a la burda
realidad. Pero nuestros protagonistas, como aseguran, “comprenden la
vida” y, por eso, pueden “burlarse de los números”. Lo cierto es que los
adultos no entienden nada si no se les habla mediante cifras; y es que
las aman profunda y desesperadamente: “Si decís a las personas
grandes ‘He visto una hermosa casa de ladrillos rojos con geranios en
las ventanas y palomas en el techo…’, no acertarán a imaginarse la casa.
Es necesario decirles: ‘He visto una casa de cien mil francos’. Entonces
exclaman: ‘¡Qué hermosa es!’”. Y es que una acción es “verdaderamente
útil porque es hermosa”, porque encierra un sentido que no pueden
comprender los reyes, los hombres de negocios o los científicos.

“¿Los hombres? Creo que existen seis o siete. Los he visto hace años.
Pero no se sabe nunca dónde encontrarlos. El viento los lleva. No
tienen raíces”

Un librito de apenas cien páginas en el que, de nuevo, quedan


expuestos los estrechos límites que separan literatura y
filosofía. Saint-Exupéry nos adentra, a través de la añoranza de la
infancia, en escabrosos asuntos como el paso del tiempo, la relación
entre niños y adultos (y de su mano, la pedagogía), la unicidad y el valor
de cada experiencia, el egoísmo y la egolatría, y, por último, aquello que
solo puede captarse con un sentido muy especial: “He aquí mi secreto.
Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible
a los ojos”.

Los niños que fuimos todos los mayores


Mucho se ha discutido sobre el tipo de lector al que se dirige El Principito.Una de las obras
más conocidas de la literatura universal incorpora una de las dedicatorias también más
famosas. Aquí la reproducimos.

“A LEON WERTH. Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona
mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el
mundo. Pero tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de comprenderlo todo,
incluso los libros para niños. Tengo una tercera excusa todavía: esta persona mayor vive
en Francia, donde pasa hambre y frío. Tiene, por consiguiente, una gran necesidad de ser
consolada. Si no fueran suficientes todas esas razones, quiero entonces dedicar este libro al
niño que fue hace tiempo esta persona mayor. Todas las personas mayores antes han sido
niños. (Pero pocas de ellas lo recuerdan). Corrijo, por consiguiente, mi dedicatoria: A
LEON WERTH cuando era niño”.

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