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En tiempos de instantaneidad, de mensajes gratuitos y en simultáneo arrojados al aire,

Catalano y Correa se detienen a leer y escribir: tensan el diálogo para hacer sentir el placer de la
distancia. En sus textos se leen pausas, esperas, y se recrea la magia de recibir un sobre por debajo
de la puerta.

Se trata de conjugar tiempos -el de la lectura, el de la escritura, el de lo cotidiano- y de


ponerlos en diálogo con los tiempos del otro: no darle lugar a la soledad, a incomprensión de los
tiempos del cinismo; al menos, cuestionarlas. “¿Es momento de tener nuestro propio círculo y
comenzar a ejercer el rechazo a otros?” se pregunta una voz en Correspondencia. No, responde el
propio texto. Porque Correa y Catalano invitan al diálogo, abren propuestas, buscan el encuentro.

“Somos como un puente, no, como un edificio pero construido de a poco y a distancia. Allá
hay una parte, acá otra. Y así. La lectura, las publicaciones, la investigación, los proyectos, las
frustraciones, son compartidas. Experimentamos la telepatía, la lentitud de las comunicaciones, a
veces con respuestas cortantes y pocos minutos de conexión”.

No es fácil dejarse leer ni convertirse en lector del otro en el universo mezquino –


resentido- de los congresos, jornadas, simposios y coloquios. Sin embargo, como ofreciendo
resistencia, Joaquín y Agustina viven la literatura, la comparten, la interrogan, la vuelven motor de
una constante que es la intensidad.

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