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Cuando optamos por expresarnos respecto de ciertas cosas o decidimos hacer otras

respecto de ellas, dentro de nosotros sucede algo que supera por creces cualquier suceso
del cual podamos tener idea clara. Aquello que sucede dentro de nosotros es propiamente
lo que creemos que nos hace más interesantes que cualquier otra criatura o cosa en este
universo: la mente.
Por una parte estamos acostumbrados a pensar que nuestra propia experiencia es la
experiencia del mundo y no de nuestra mente siendo afectada por dicho mundo. Sería como
decir que la mente es ajena a cualquier posible cosa en el mundo y que ésta sucede en
nosotros como una obra teatral que jamás repara por detenerse en el tiempo o dilatarse en
el espacio.
La mente parece que es una y constante, es decir, como si fuese una cosa ajena al tiempo
y al espacio, pero sus cualidades son tan abrumadoras que sólo por ella nos es posible ver
el transcurrir del pasado al presente y distinguir lo que nos es lejano de lo cercano. La
mente nos ha proporcionado de la capacidad que ninguna otra criatura tiene: pensarse a sí
misma, pensar en las estrellas o en el amor de nuestras vidas, en la familia, en la muerte,
etc. Digamos que el centro de todo aquello que somos es algo que es imposible compartir
con los demás y que al mismo tiempo es lo que nos permite identificarnos con todo.
Pienso que sólo por la mente es que el hombre, pedazo de materia vacía, puede ser algo
interesante en qué pensar y que por eso mismo la mente se configura desde nuestra propia
experiencia como el centro primordial donde nos encontramos. Sin mente no somos lo que
somos y su singularidad es algo que por un lado nos ayuda a tener una forma concreta de
concebir quiénes somos y, además, nos proporciona de la habilidad de decir qué hacemos
aquí; sin embargo, la mente también puede ser un laberinto sin salida cuando se utiliza una
de sus cualidades más propias: pensar. La filosofía está muy acostumbrada a caer en
dichos laberintos, ya que la filosofía es, en este respecto, la radicalización de pensar. A
partir de dicha radicalización surgen nuevas formas de pensar como el de la ciencia, ya que
ésta está acostumbrada a que es por la mente y sus múltiples herramientas que se puede
llegar a establecer puntos fijos en lo que tomar como fundamentos.
Debemos mostrarnos escépticos ante la posibilidad de que exista la mente como una cosa
que permite liberarnos o darnos un lugar predominante sobre cualquier otra cosa en el
universo. La mente sólo es algo que está ahí y no sabemos si es una cosa o una cualidad
de una cosas. La tesis central de hoy en día puede entenderse de dos maneras: la mente
es algo o no es nada. A partir de ello surgen ideas muy arrebatas por parte de los filósofos
que nos dicen que o bien la mente es una propiedad de toda la realidad y que la conciencia
sólo surge en organismos muy elegantes con composiciones biológicas especificas o bien
es una ilusión cognitiva que ese mismo organismo biológico logra hacer para poderse
mover dentro del entorno.
Ambas ideas están flotando en el aire listas para aterrizar y canonizar en su nombre a la
humanidad. Ya antes hemos presupuesto qué es la mente, sólo que antes la llamábamos
alma y la dividíamos en espíritu y/o entendimiento. Como podrá notarse tratar de hablar de
la mente es complejo ya que en principio debemos de saber que cuando hablamos de la
mente existe no sólo un problema ontológico, sino también epistemológico y semántico.
Desde una teoría del lenguaje que presupone que el significado de las palabras está en las
cosas que refieren, entonces hay serios problemas con palabras que propiamente funcionan
como conectivas lógicas de los enunciados que se hacen de las cosas. Los predicados
posibles, las implicaciones y, la más controversial de todas, la negación. Dichas palabras no
son cosas que puedan ser en el mundo con independencia de la mente y la mente por sí
misma presenta problemas en cómo se aborda desde el lenguaje.
La primera tarea que se debe hacer es aclarar la dimensión semántica con la cual
entendemos a nuestra propia mente, la mente de los demás y las relaciones de nuestros
juicios con las cosas del mundo; la segunda tarea es poder ver si hay o no implicaciones
ontológicas de lo que se diga que significan las palabras como mente o conciencia; y, la
tercera tarea es plantear el problema del conocimiento desde el punto de vista de las
ontologías vistas.
Por mor de la verdad no es necesario adoptar preferencia a alguna más allá de seguir un
único principio básico: el principio de parsimonia o el de la simplicidad. No se pretende
llegar a una explicación empírica inoperante por meros prejuicios cientificistas, sino más
bien se trata de llegar a la verdad de fondo de qué es lo que somos.

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