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Creo que todos buscamos lo mismo. No sabemos muy bien qué es ni dónde está.
Oímos hablar de la hermana más hermosa, que se busca y no se puede encontrar.
Andrés Calamaro. La libertad.
Este breve texto pretende señalar dos cuestiones que hacen a las posibles relaciones de la
enseñanza de Lacan con la praxis política. En primer lugar, ¿en qué modo Lacan nos confronta
con la fecunda imposibilidad de la política? Y, por extensión, ¿qué relación puede establecer
dicha imposibilidad con una reflexión sobre las lógicas contemporáneas de la emancipación?
Obviamente no entiendo aquí política como una actividad aplicada sobre las cosas -la gestión
de lo dado- sino como una práctica que incide e influye en la configuración y las formas de las
relaciones humanas y, en última instancia, en la institución y configuración de lo social. En
segundo lugar, cabe preguntarse en qué modo la propia trayectoria de la enseñanza de Lacan
apunta a un ejercicio de emancipación.
La experiencia de nuestra constitutiva falta en ser -la falta en llegar a ser-nos desplaza de una
cosa a otra en la búsqueda permanente de una completud inalcanzable. Estamos siempre
separados de nosotros mismos. Por otro lado, hemos sido advertidos de que lo social se
estructura en el discurso, pero ninguna sociedad encuentra un significante último en el que
referenciarse. Una sociedad existe e insiste como dispositivo simbólico que representa para sí
misma la anhelada unidad de lo social (mise-en-scène, lo denominaba Léfort). Existimos en un
desplazamiento que no alcanza a cerrarse o recogerse sobre una identidad definitiva o
totalizada, aunque llegue a sedimentar ciertas identificaciones que nos dotan de formas de
unidad incapaces de cerrarse en una unicidad. Lo que somos, siempre de manera temporal y
abierta, no responde ni a un accidente, ni a una ley divina, ni a un desarrollo natural o evolutivo.
La sociedad nunca está hecha y terminada; está siempre haciéndose y por hacer. Un hacerse y
deshacerse que encuentra en el juego de lo político su motor primigenio. En él se disputan
permanentemente los espacios y distribuciones, los lenguajes y sentidos, las reglas y encuadres
en los que los actores actúan; en él se hacen visibles -y quizás posibles- alternativas
invisibilizadas o sojuzgadas. Dicho de una forma más directa y radical -siguiendo una estela
que nos lleva desde Nietzsche hasta Laclau- todo sentido social se construye políticamente,
aunque luego borremos u olvidemos el acto instituyente que dio pie a la institucionalización o
sedimentación.
No hay Uno, ni “gran Otro”. Pero es esta paradójica imposibilidad de conformar Una sociedad,
Una política o Un orden, la que abre permanentemente el campo de lo político, una oportunidad
para grietas y rupturas, para destituciones e instituciones que reconfiguran permanentemente lo
social. La imposibilidad de totalización de lo político es la condición de posibilidad de la
política como praxis en democracia, como acción políticamente efectiva inscrita en una tensión
entre fractura y recomposición, entre alteración y repetición, en el que nos toca, al mismo
tiempo, profundizar la brecha desde dentro y picar el muro desde fuera.
Por ello, a mi juicio y desde la experiencia de este tiempo, la política es en gran medida una
praxis imposible. Porque mientras lo político abre el horizonte de expectativa social a la
posibilidad de transformación de Todo, la actividad política exige un compromiso con lo otro,
con lo ahora posible, y jugar de parte asumiendo el desencaje de las demandas de las partes.
También por esto todo líder encuentra su falla. Entre el qué de lo político y el cómo de la política
se estructuran los límites del terreno de juego de la experiencia práctica del quehacer y del
hacer con en política. Es una experiencia en la que no alcanzamos a conjugar lo dicho y lo
indecible que lo soporta. Hacer política es una praxis sobre lo que nunca se conquista
plenamente. Gobernar es aceptar tomar parte en, y partido por, una imposibilidad instituyente.
Frente a cualquier sueño de omnipotencia totalizante, la gramática de las instituciones en las
que hacemos política es incapaz de contener la retórica del deseo político. Siempre es posible
el desborde que relanza el “necesario deseo” de hacer política. Pero, y en sentido inverso, es
conveniente superar las aspiraciones totalizantes propias del imaginario infantil que fantasea
con la instauración de una integridad que solo existe como espejismo representado en los
espejos en los que nos miramos.
Pensar políticamente con Lacan nos lleva a asumir que “No hay Emancipación” o, si se prefiere
otra fórmula, que “la Emancipación no existe”. No puede existir del mismo modo que no puede
existir el conjunto de todos los conjuntos. Pero hay emancipaciones y hay conjuntos.
Emancipación se dice y se hace en plural, como un posible indeseado o un imposible deseable
que agota los tiempos muertos y abre nuevos tiempos, como la promesa de un nuevo diccionario
o una nueva gramática política. Pensar políticamente con Lacan esclarece que nuestro modo
político de existir no es la quietud, sino la inquietud de la pregunta por lo real que se nos escapa
y la búsqueda acerca de cómo relacionarnos con nosotros mismos y entre nosotros.