Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
tiene miedo de
sus fantasmas
ISABELLE DE ARQUEAGA
Primera parte
Era uno de esos raros días de verano en los que a veces se llega a
sentir una breve pero helada brisa. Era una noche estrellada; un día
melancólico, especial sobre todo para Janice Seguel. Fue esa sucinta
brisa que rozó ligeramente por su espalda, o quizás sólo fue un
ataque de sensibilidad lo que le hizo recordar ciertos episodios de
su vida que creía haber superado, aunque no sin frustración.
<< ¿Y qué hacer con mis recuerdos?>> exclamó con una tristeza que
se reflejaba en un apagado mirar.
<< ¡Y ahora que está todo perdido!>> exclamó con los ojos llenos de
lágrimas.
-Mariana… ¡espera!
-¿Qué pasa?
<< ¿Madre, podrás perdonarme? >> exclamó con los ojos llorosos.
<<Ya me lo dirás en los reinos de los cielos…>> se dijo después de
un suspiro. << ¿Y ahora qué haré?>> se preguntó con inquietud.
<< ¡Yo tengo la culpa por salir a la calle sin prepararme un poco!>>
se dijo y luego fijó su deteriorada vista a un rostro que le parecía ser
conocido.
-Sí...
-Bien, bien…
-Creo que sigo igual, me cuesta mucho dormir… creo que pienso
demasiado.
-Intenta no pensar y sólo duerme... -dijo Carmen arrugando un
poco la boca.
-Lo siento, pero hay cosas que hasta cuesta compartirlas con una
misma, pues cuesta aceptar que éstas sean reales.
-No hay razón para eso; pero cambiando el tema, dime, por favor,
cómo ha estado mi padre.
-Tú sabes que en esta casa reina la anarquía desde hace seis años.
Ojalá pudiera hablar con Mariana y explicarle ciertas cosas, pero en
fin… vayan a sus habitaciones y descansen.
-¿Vas a salir?
-Sí y ya me iba…
-Cuídate mucho.
-Sólo recuerdo las cosas importantes –dijo ella con cierta irritación…
y luego fijó la mirada en el muchacho que acompañaba al joven;
quien mantenía la mirada fija en el suelo.
Pero, ¿por qué le afectaban tanto este tipo de escenas y por qué se
sentía más segura en el encierro sin el contacto social? ¿Cuáles eran
estos fantasmas que tanto la perseguían y angustiaban? La
respuesta estaba en su abultada conciencia y en su pobre y dolorido
corazón.
Segunda parte
Esta era la tarjeta que Germán le había dejado antes de partir y esta
era también la frase que en estos momentos la hacía llorar.
-¡Hola! –exclamó.
-OK.
Nunca supo del porqué de sus propios actos; pero si es que alguna
explicación había de darle, se justificaba por los años de extrema
opresión que vivió junto a su madre… pues esta, jamás le permitió
hacer una vida normal (salir, tener amigos, etc.)
-No lo sé, creo que sí. Y otra cosa: intenta no darle motivos a la
gente para que hable cosas de ti... bueno, me voy… procura
cuidarte… adiós.
Tercera parte
<< ¡Hace tanto tiempo que esperé esto! Una oportunidad, una
oportunidad de serenar mi alma, de poder decirle que jamás le
engañé emocionalmente, que sólo mi cuerpo entregué sin tomarle
importancia pues ¿qué es mi cuerpo? ¿En qué vale mi cuerpo si mi
alma siempre fue suya? ¡Dios mío! Germán… ¡Siempre te amé!>> se
dijo con una emoción incontenible que enardecía todo su pecho.
<<Creo que las cosas se me han hecho mucho más difíciles e incluso
imposibles. ¿Pero qué pretendía? ¡Qué pretendía! Si la seguridad
siempre tiene alguna justificación, ¿tendrá motivos suficientes para
sentirse segura del amor de Germán?>> pensaba mientras frotaba
sus manos con desesperación.
-No hay nadie ahí –dijo el dueño del departamento de al lado, con
una gran sonrisa.
Horas más tarde despertó por el fuerte ruido que hacía una persona
fuera de su habitación. Tocaron un buen rato su puerta con fuerza
pero no fue capaz de levantarse de su cama para abrir ya que los
somníferos le tenían todo el cuerpo adormecido.
Horas más tarde despertó iluminada por los fuertes rayos de sol
que entraban desde su ventana. Desesperada miró su reloj; eran las
15:55 de la tarde. Se levantó con dificultad de su cama, pues aún le
quedaban fuertes efectos de las pastillas ingeridas la noche anterior
y la somnolencia le acechaba con fuerza. Súbitamente, alguien
comenzó a golpear nuevamente su puerta con muchísima fuerza.
<< Germán es mío aun>> se dijo con una convicción que la llenó de
euforia.
Quinta parte
A la mañana siguiente sus ansias le fueron incontenibles y a paso
lento y tembloroso se dirigió hasta el departamento de Germán.
-Está mi esposa, vete, por favor… -dijo él, con una indiferencia que
Janice fue capaz de percibir automáticamente.
<<Estoy más sola que un perro... tan sola que a veces hasta extraño
aquellas noches desenfrenadas en las que era la reina de la fiesta; la
más atractiva, la más sensual, la más alegre... incluso extraño las
fiestas deprimentes en las que participaba sólo yo, pues al
hundirme en el alcohol o en las drogas me olvidaba de mi
tormentosa y horrible realidad... ya no sé qué pensar ni que
desear...>>.
-¡Hija, yo te conozco!
-Pronto... -respondió él, con una pequeña pero astuta sonrisa en los
labios.
Séptima parte
-Germán llega a las nueve hoy... -dijo Carolina, sonriente, con una
inocente ingenuidad.
<< ¿Quién es más miserable? ¿Yo, ella, él? ¡Dios mío! ¡Cómo pude
mirar esos ojos sin ponerme a llorar! ¡Y yo pretendiendo increparla,
insultarla! ¡Dios mío, soy tan poca cosa! Y aunque se me parta el
alma necesito seguir con él; aunque sólo me arroje migajas en vez
de amor... >> pensó la muchacha al salir del departamento con los
ojos llenos de lágrimas y llevando el corazón inflamado de dolor.
-¡Te dije que no fueras a mi casa! ¡Eres tan, tan ridícula! –exclamó
él, iracundo.
-¿Desde cuándo que no puedes vivir sin mí? -preguntó Germán con
cruel ironía.
Cierto día de julio, una mañana de esas llenas de neblina en las que
se congelan hasta los huesos, Janice dormía en su cama con cierta
serenidad. De pronto entró Germán en el departamento haciendo
un fuerte escándalo, rompiendo casi todos los adornos antes de
que ésta pudiese ponerse en pie.
-Pero ¿qué te he hecho yo? ¿Por qué me odias tanto? ¡Por qué!
-preguntó Janice desesperada, con la garganta dolorida de tanto
contener las lágrimas.
-¡Por favor Janice, hazte primero los análisis! -exclamó Mariana con
irritación.
Octava parte
-No hagas que me sienta yo más angustiado que tú... por favor... tal
vez mañana, o pasado mañana podrías ir y...
-Sí, así es... ¿por qué no desafiar al destino, por qué tanto miedo?
¿Por qué en vez de sufrir no pruebas si tu dolor es evitable?
-Te ruego que des ese último paso, por favor... -dijo Cristóbal con
firme decisión.
Janice cayó presa de una angustia terrible. Era tanta su tristeza por
verla así, tan demacrada, tan delgada... que no pudo aguantar más
la culpa y comenzó a intentar salir despacio del departamento.
-Si lo ves dile que no quiero morirme sola, que venga a morirse
conmigo...
Con estas últimas palabras Janice quedó mucho más que perpleja.
-Dile que lo amo de todas formas y que siento mucha lástima por él
y por mí... en fin, nos casamos para vivir juntos hasta la muerte...
-agregó de pronto Carolina.
Novena parte
-A buscar tus exámenes... hay que dar este último paso... -dijo el
muchacho con voz temblorosa, pero con cierto optimismo.
Unas horas más tarde llegó Cristóbal sin hacer ruido, reflexivo, con
la mirada mucho más que acongojada y sin poder decirle nada a su
hermana.
-¡Yo deseo tu felicidad! ¡Yo quiero que vivas mucho tiempo más!
-exclamó Cristóbal, abrazándola con desesperación y empapándole
el hombro de lágrimas.
-Hay un sentimiento mucho más necesario que la codiciada
felicidad, lo único que yo necesito es serenidad -dijo Janice
alejándose un poco de él y mirándolo fijamente.
-Piensa por mí, por favor, Cristóbal, piensa por mí... hace tanto que
no disfrutaba de un poco de tranquilidad, hace tanto. No excites
mis nervios, por favor. Regálame una sonrisa y tus bendiciones que
todos debemos de morir algún día y yo lo haré con satisfacción.
-Al contrario, creo que por primera vez en mi vida estoy pensando
con tanta racionalidad.
<<Hay que saber vivir y hay que saber morir. Quien vive rápido
ineludiblemente muere rápido; pues ya lo ha vivido todo, aunque
sin detenerse a disfrutarlo, en fin ¡ya lo he vivido todo! ¿Qué me
queda a mí, qué me queda a mí?...>> pensó inspirada en una fresca
mañana, que le enseñaba a amar de todas formas lo vivido y lo
perdido.
-Es hombre...
-No sé quién pueda ser... ¿lo hago pasar o le digo que se vaya?
-¡Que se vaya! –dijo sin parar su reflexión. -No... Espera, que entre,
que entre en un par de minutos; voy a vestirme –añadió de prisa.
-Sí, pero Roxana… una amiga con la que me acostaba hasta hace
poco me ha contado que está contagiada desde hace ocho meses
¡imagínatelo! Nunca me contó nada y me destruyó en silencio...
-¿Realmente crees que fue una mala suerte? ¡Una mala suerte!
-dijo Germán, de pie, intentando secar sus lágrimas.
-No, no... Esta vez has lo que tú quieras… -dijo Janice en voz baja y
estando muy confundida.
-Así es...
-Mal, muy mal, muy mal ¡muy mal! -replicó la muchacha con
desesperación.
-¿Qué sucede?
-Hace un rato vino a verme... ¡hace un rato vino a verme sólo para
pedirme perdón! ¡Sólo para pedirme perdón! Le rogué que se
quedara, pero por más que le supliqué se fue... ¡se fue como un
loco! Como un desquiciado... ¡estaba tan mal! ¡Dios mío, se veía tan
mal! Y yo le permití que se marchara... ¡y ahora ya no está! Se
suicidó... Se suicidó –dijo la pobre Carolina presa de una profunda
desesperación.
-Puede ser... es verdad... ¡dios mío! -dijo Janice arrugando los ojos
con fuerza.
-Hay algo que debí haber hecho hace rato, Cristóbal ¡no puedo
retrasarme más!
-Creo que pienso lo mismo que tú, pero se me hace difícil agarrar
fuerzas de donde no las tengo... ¡dios mío, Angelina! Ayúdame a
sentirme como tú... ayúdame a saber esperar... -dijo Carolina con la
mirada perdida y con una de esas sonrisas que parecen propias de
los desquiciados.
Cristóbal abrió todas las ventanas, sólo para recibir el nuevo aire, la
nueva frescura que tanta vivacidad entregaba a sus corazones...
El rostro de Janice tenía un color más que pálido, sus ojos medios
irritados habían adoptado un tenue color rojizo por sus desvelos
opcionales en las noches. Ya no eran tormentos los que la hacían no
dormir, ahora era el aprecio por la vida, por ver, observar y
analizarlo todo.
Aunque su rostro pálido, casi verdoso y su cuerpo extremadamente
delgado hacían resaltar con exageración su enfermedad, al mirarla
se llevaba uno una impresión dulce, angelical, de esas que agradan
profundamente al alma.
-Carmela... ¡Carmela! Aún tengo valor para mirar tus lindos ojitos...
dios me ha dado fuerzas y ánimo, mucho ánimo... si me hubieses
encontrado hace algunas semanas… no podría abrazarte ni besar tu
frente con tanta dulzura como lo hago ahora... ¡te quiero mucho!
-No digas eso nunca más… por favor, –dijo Janice recobrando la
serenidad y quedando pensativa por algunos instantes… -¿Cómo
sigue mi padre? –preguntó de pronto.
-Muy mal, tiene una enfermedad muy rara... parece que está
demente… -dijo Carmen sollozando.
-¡Mi padre! -exclamó Janice con desesperación y partió hasta la
habitación del hombre acompañada de Cristóbal y Carmen.
-Sí, papá...
-No...
-No tengo nada contra ti, Janice… pero debo decirte algo, creo que
es urgente… -dijo Mariana con apatía.
-¿Qué pasa?...
-Sí.
-¿Quién es?
-Para Mariana esa amistad es mucho más que una simple amistad…
-dijo de pronto Carmen, y luego ruborizada guardó un breve
silencio.
-¿A ella le gusta él? –preguntó Janice con inquietud.
-Está bien...
-Hace algunos meses, Janice ¿te parece que fue poco tiempo?
-preguntó el muchacho, dejando de sonreír y agachando la cabeza
con tristeza.
-¡Sigues siendo tan, pero tan hermosa! Sigues siendo tú… -dijo él
con la mirada brillante y llevando una emocionada sonrisa.
-Sólo un beso.
-Vete, Carmen, por favor, vete; luego te explico todo esto -dijo
Janice paranoica.
-Yo no lloro por tu culpa... lloro por mis errores, por mis
borracheras, por mis noches alocadas ¡por mi inconsciencia! ¡Por
no conseguir recordar nada!
-Nada, nada...
-No, Janice, por más que insistas no te abriré la puerta. Por favor,
déjame reflexionar un rato... yo te buscaré...
-De seguro pensó que tú y yo... ¡hum! ¡Qué problema, Dios mío! –
exclamó Janice preocupada.
-¿Y qué?
-Mmm...
-No, sería lo más asertivo que podrías hacer, créeme... y hazlo, por
favor, -dijo Janice con solemnidad.
Duodécima parte
<< ¿Y la primavera con sol y las alegres sonrisas? Creo que es tan
novelesco pensar así... >> escribió Janice en su diario y al terminar
de describir lo guardó bajo su almohada e intentó dormir. Minutos
más tarde entró Mariana en su habitación, con el rostro atribulado,
intentando sin conseguirlo, disimular su profunda pesadumbre.
-Mmm...
-No, no, no... ¡En realidad nada sé! ¡Todos mis sentimientos están
tan mezclados! ¡Jamás en la vida sentí tanto dolor y decepción
como ahora! ¡Jamás! Ni siquiera cuando murió mi madre... ¡Janice!
Ni siquiera cuando murió mi madre y yo la quería tanto...
-Tú no entiendes Janice... ¡no quiero quedarme sola! Sin amor... sin
hermana, no quiero y tengo tanto, tanto miedo...
-Dijo que él también se quería morir... ¡Dios mío! ¡Vamos a morir los
tres!
-Te respeto... respeto todas tus ideas porque son celestiales... casi
dichas por la mismísima boca de un ángel. Sé que Dios te dará
suficiente tiempo para llenar totalmente tu existencia.
-Pero las locas muchas veces se sienten felices... -dijo Janice con
una sutil sonrisa.
"Es una suerte, en cierta parte, saber cuándo debes vivir con más
intensidad, saber cuándo debes echar a fuera toda la emoción y los
bellos sentimientos hasta vaciar completamente tu corazón. Es una
suerte saber cuál es la época más propicia para vivir. Es maravilloso
aprender a valorar la vida y el final de nuestra existencia..." escribió
Janice con una intensa pasión detrás de la última hoja de su diario.
-Así es.
-Quería verte...
-Mmm...
-Yo quiero estar con ella, pero ella se ha llenado de odio contra mí.
-Es que yo... no sé... hace unos días cuando te vi quedé como
anonadado y te dije muchas cosas que tenía guardadas... realmente
te esperé por mucho tiempo, pero creo que sin saberlo, y que con
tanta costumbre…finalmente me enamoré de Mariana.
-Hija mía... -dijo nuevamente el hombre pero esta vez llenando sus
ojos de lágrimas.
-Loco o sano haz recuperado tu vida y eso está muy bien... -dijo
Janice, estirando la mano, acariciando el rostro empapado de su
padre y contemplándolo con una mirada mucho más que brillante.
-Bien...
-Veme que bien estoy, veme que feliz me has hecho hoy... ¡estoy
bien, estoy bien! -exclamó Janice intentando secarle las lágrimas a
su padre.