Vous êtes sur la page 1sur 103

Janice Seguel

tiene miedo de
sus fantasmas

ISABELLE DE ARQUEAGA
Primera parte

Era uno de esos raros días de verano en los que a veces se llega a
sentir una breve pero helada brisa. Era una noche estrellada; un día
melancólico, especial sobre todo para Janice Seguel. Fue esa sucinta
brisa que rozó ligeramente por su espalda, o quizás sólo fue un
ataque de sensibilidad lo que le hizo recordar ciertos episodios de
su vida que creía haber superado, aunque no sin frustración.

<< ¿Y qué hacer con mis recuerdos?>> exclamó con una tristeza que
se reflejaba en un apagado mirar.

Era un verano triste, poco encendido, que más bien se podía


asemejar a un invierno por el ambiente depresivo y nostálgico.

<< ¡Y a mis 24 años!>> exclamó con decepción.

Janice sentía haber desperdiciado gran parte de su vida y a menudo


se lamentaba y se recriminaba por ciertas vivencias a las que
consideraba casi todas como errores.

Llegó la madrugada y hubo un instante de serenidad en su agitada


alma. Un espacio propicio para pensar nuevamente en Germán… el
hombre que hasta hace poco había ocupado el primer lugar en su
frágil corazón.

Pensó en su sonrisa joven; en su iluminada fisonomía ilusionada y


se acordó de que olvidarlo… era imposible.

<< ¡Y ahora que está todo perdido!>> exclamó con los ojos llenos de
lágrimas.

Germán: aquel amigo de su adolescencia, su más fiel pretendiente,


ya estaba casado y compartía su lecho con una mujer que no era
ella. Así lo veía Janice. Para ella era una frustración terrible recordar
que hace algunos años el muchacho la amaba, la amaba con fuerza,
con esa pasión exagerada que puede caracterizar al adolescente
enamorado; ese que ama por primera vez.

Se levantó inconscientemente de su cama y se paró enfrente de un


espejo que reflejaba su demacrada fisonomía y su cuerpo
levemente engordado. Sintió ganas de llorar y como supo que esta
vez no era fácil contener sus lágrimas, apagó todas las luces para no
ver esa imagen de derrota reflejada en el cristal.

-¡Angelina abre la puerta! –exclamó una voz a fuera de su


habitación.

<< ¿Angelina?>> se preguntó con cierta turbación y luego creyó


haber imaginado escuchar aquella voz.

Minutos más tarde tocaron su puerta con fuerza y una voz


preguntó:

-¿Angelina, estás despierta?

<< Es la voz de Mariana, es evidente>> se dijo y abrió la puerta


despacio.

-¿Qué pasa? –preguntó con inquietud.

-Quería saber si dormías o si estabas despierta… –le dijo Mariana,


su hermana.

-¿Para qué? –preguntó Janice, mucho más inquietada.

-Para nada… quería pedirte un consejo, pero… es inútil –dijo la


muchacha con el rostro apagado y luego comenzó a caminar
despacio.

-Mariana… ¡espera!
-¿Qué pasa?

-¿Tú me llamaste Angelina?

-Sí, como mi madre lo hacía antes de morir... ¿qué hay de malo en


eso? -respondió Mariana con serenidad.

-¿Y por qué me llamaste así? -preguntó Janice con un evidente


desconcierto.

-No sé, sólo me acordé y lo hice inconscientemente...

-Bueno, adiós… -dijo Janice, susurrando.

-Adiós –replicó Mariana y se marchó.

Aquel lacónico escenario y en especial aquel nombre “Angelina” la


sumergieron de nuevo en una profunda melancolía. << ¡Ay mi
madre!>> se dijo con tristeza y automáticamente se le vino a la
mente su imagen, su fisonomía; su rostro siempre pálido y serio
como un muerto, una nariz un poco encorvada, pero delgada y esos
ojos fuertes que expresaban esa mirada dura e inquisidora que
infringía respeto y hasta miedo en ella.

<< ¿Madre, podrás perdonarme? >> exclamó con los ojos llorosos.
<<Ya me lo dirás en los reinos de los cielos…>> se dijo después de
un suspiro. << ¿Y ahora qué haré?>> se preguntó con inquietud.

La muchacha llevaba dos semanas en encierro total, un tiempo


opcionalmente tomado por ella para reflexionar sobre ciertos
problemas. Sin embargo, súbitamente la noche comenzó a
inquietarla y sintió ganas de salir a la calle… se vistió y se maquilló
un largo rato pretendiendo haberlo hecho perfectamente y luego
salió a la calle sin un rumbo definido a seguir.
Dio varias vueltas por su misma calle, pasando unas tres veces por
afuera de la casa de Germán, con la esperanza de verle aunque
fuese desde lejos, aun sabiendo que esto era casi imposible, ya que
el muchacho se había mudado junto a su esposa a un nuevo hogar,
seguramente un lugar muy apartado de ahí.

<< ¿Y si paso a beber una cerveza?>> se preguntó y luego se


sumergió en un mar de culpa, sólo por el hecho de haberlo
pensado.

Caminó un rato más pero comenzó a cansarse y se sentó en una


banca a observar a la gente pasar.

<< ¡Yo tengo la culpa por salir a la calle sin prepararme un poco!>>
se dijo y luego fijó su deteriorada vista a un rostro que le parecía ser
conocido.

<< ¡Es Mariana!>> se dijo con convicción, sin siquiera verificar la


imagen y como la muchacha comenzaba a acercársele, se levantó
rápidamente y caminó hasta su casa para no encontrarse con ella.

Entró parsimoniosamente a su casa y se dirigió hasta su habitación


con el fin de acostarse e intentar controlar sus ansias. Al entrar se
encontró con Cristóbal, su hermano menor, quien se encontraba
revisando algunos de sus papeles como pretendiendo encontrar
algo.

-¡Cristóbal! –exclamó con una sonrisa en los labios.

-¡Pensé que no ibas a llegar! –exclamó el muchacho con una sonrisa


y los ojos brillantes.

-Es mi casa y tengo que llegar –replicó Janice seriamente.


-¡Qué bueno que ahora pienses así! –exclamó el muchacho con
cierta ironía.

-Sí...

-Te ves mejor… ¿cómo te has sentido? –preguntó el muchacho con


el rostro inquietado.

-Bien, bien…

-Ojalá que no salgas en estos días, me tranquilizo al verte en casa.

-No te preocupes, no tengo intenciones de ver el mundo hasta


cuando me decida que hacer…

-¿Qué hacer con qué?

-Con ciertas cosas.

En ese momento entró Carmen, la empleada, con una bandeja con


comida.

-¿En dónde andabas muchacha? –preguntó la mujer frunciendo el


entrecejo.

-En la calle, dando unas vueltas.

-Creí que hace un rato te habías escondido de mí.

-Por supuesto que no.

-¿Cómo sigues de tu insomnio? ¿Has conseguido dormir un poco


mejor?

-Creo que sigo igual, me cuesta mucho dormir… creo que pienso
demasiado.
-Intenta no pensar y sólo duerme... -dijo Carmen arrugando un
poco la boca.

-Es inevitable no atormentarme con ciertas cosas; de hecho, es en


la noche cuando se eleva la intensidad de mis pensamientos.

-¿Sigues atormentándote con el recuerdo de tu madre?

-Entre otras cosas.

-¿Por qué te atormentas tanto? ¿Qué tan abultada la conciencia


puede tener una muchachita como tú? –preguntó Carmen, riendo
con dulzura.

-¡Si pudiera contarte algunas cosas! –exclamó Janice


inconscientemente.

-Puedes hacerlo y también sabes que puedes confiar mucho en mí –


dijo Carmen con seriedad.

-También puedes confiar en mí… -interrumpió Cristóbal.

-Lo siento, pero hay cosas que hasta cuesta compartirlas con una
misma, pues cuesta aceptar que éstas sean reales.

-Me preocupas –dijo Carmen, arrugando el ceño con inquietud.

-No hay razón para eso; pero cambiando el tema, dime, por favor,
cómo ha estado mi padre.

-No te mentiré, lo veo igual de deprimido y turbado que siempre.


Además de esto; se pasa todo el tiempo acostado con la televisión
encendida.

-Me lo imaginaba, bueno, esa es ya su rutina y es muy difícil que se


acostumbre a una vida normal.

-Así es, lamentablemente… pero cambiando un poco el tema, dime


¿dónde está tu hermana?

-No lo sé, salió hace un rato.

-¡Cómo es posible que una muchacha salga sola a estas horas!

-Tú sabes que en esta casa reina la anarquía desde hace seis años.
Ojalá pudiera hablar con Mariana y explicarle ciertas cosas, pero en
fin… vayan a sus habitaciones y descansen.

-¡Adiós señorita Janice! –exclamó Carmen besándole la frente y


luego se marchó.

-¡Adiós! –exclamó Cristóbal susurrando y también se retiró del


lugar...

Janice apagó la luz y se echó rápidamente en su cama. Tenía ganas


de dormir, pero sabía que le esperaba una larga noche de reflexión.

<<Al menos me siento más tranquila porque sé que estoy


durmiendo en mi cama y que estoy protegida de mí>> se dijo con
serenidad. << ¡Señorita Janice!>> exclamó con una sonrisa en los
labios, acordándose de que así le llamaba Germán.

Al otro día despertó estimulada por una repentina emoción. <<El


día empieza, recién mi vida empieza>> se dijo en voz alta y se vistió
rápidamente. Luego se maquilló y peinó sus bellos rizos colorados
con dedicación, intentando verse lo más atractiva posible.

<< ¡Y a dónde iré!>> exclamó susurrando. Se imaginó en un millón


de lugares, con sus amigos, con su amiga Antonia y al recordar
ciertas vivencias le fue imposible no caer en una angustia terrible.

<< ¡Cómo si estuviese preparada!>> exclamó con tristeza y se echó


en su cama.

Minutos más tarde sintió tocar la puerta de su habitación, era


Carmen y no deseaba conversar ni ver a nadie.

<< ¡Carmen me va a preguntar acerca de los comentarios que hice


ayer, hum!>> se dijo y se levantó rápidamente a abrir la puerta.

-¡Buenos días! –exclamó Carmen sonriente.

-¡Buenos días! -replicó Janice en medio de un suspiro.

-¿Vas a salir?

-Sí y ya me iba…

-Cuídate mucho.

-¡Adiós! –exclamó Janice y se marchó sin saber a dónde dirigirse,


pero con el corazón aliviado por haber escapado de aquellas
posibles preguntas.

Era un día de enero, de esos en los que el sol calienta


implacablemente y a su alrededor abundaban los niños que se
mojaban con mangueras o pistolas de agua. El sol le fue grato
después de tantos días de encierro, pero como no deseaba
broncearse tanto la piel, decidió echarse bajo un árbol algunos
minutos para recibir un poco de frescura...

Se mantuvo con cierta emoción observando el paisaje, mirando el


cielo y luego mirando el suelo, examinándolo todo, hasta que se
espantó un poco al ver que un par de muchachos se acercaban
hasta donde se encontraba ella.

-Hola Janice ¿cómo estás? –preguntó uno de los muchachos con


una gran sonrisa.

-Hola –dijo ella seriamente, intentando acordarse de aquellas


fisonomías.

-¿No te acuerdas de mí? –preguntó él, estallando en risa.

-No –dijo ella un poco incomodada.

-¡Tú nunca te acuerdas de nada! Ja, ja –exclamó el muchacho en


medio de una risa exagerada.

-Sólo recuerdo las cosas importantes –dijo ella con cierta irritación…
y luego fijó la mirada en el muchacho que acompañaba al joven;
quien mantenía la mirada fija en el suelo.

-¡Adiós preciosa! –exclamó el muchacho continuando su risa y se


marchó con su acompañante, quien en ningún momento apartó su
vista del suelo.

<< ¡Esto me pasa por emborracharme con tanta gentuza!>>


exclamó molesta y decidió regresar a su casa sin importarle la
presencia de Carmen. Deseaba intensamente volver a respirar aquel
aire de encierro que le entregaba una especie de protección.

Pero, ¿por qué le afectaban tanto este tipo de escenas y por qué se
sentía más segura en el encierro sin el contacto social? ¿Cuáles eran
estos fantasmas que tanto la perseguían y angustiaban? La
respuesta estaba en su abultada conciencia y en su pobre y dolorido
corazón.
Segunda parte

“Cuando cierres tus ojos y quieras cerrarle la puerta al mundo,


piensa en mí y me iré a donde quieras contigo”.
Germán.

Esta era la tarjeta que Germán le había dejado antes de partir y esta
era también la frase que en estos momentos la hacía llorar.

<< ¿Y si ahora se me ocurre escapar del mundo estarás conmigo?>>


se dijo con ironía.

Ya llevaba casi un mes encerrada, casi un mes de inactividad y tanta


reflexión le había destruido un poco más el corazón.

Salió hasta la calle a disfrutar un poco de la frescura que le


entregaba una de esas tardes de febrero, pero terminó sintiéndose
un poco más deprimida por el ambiente dominguero. Aunque
caminaba lo más apartada posible de la gente, los predicadores en
la calle, la gente en las iglesias y sus cantos, le transmitían una rara
sensación de tranquilidad que extrañamente le deprimía. El cielo
tenía un color rojizo, un color apagado y era como si la gente
representara ese aspecto.

<< ¿Qué puede ser más deprimente que un domingo de


inactividad? ¡Hum!>> exclamó susurrando.

Decidió regresar hasta su casa para pasar más rápidamente aquel


domingo que tanto le decaía, pero de pronto un muchacho
interrumpió su camino.

-¡Hola! –exclamó.

<< ¡Probablemente ni siquiera me está hablando a mí!>> pensó.


<<Esta es otra de mis alucinaciones impulsadas por el tedio>>
añadió y siguió caminando.

-¡Janice! –exclamó el muchacho con voz alta y vacilante.


-¡Hola! –exclamó ella nerviosa.

-Quise hablarte –dijo el muchacho con vergüenza, con el rostro


marcado por un tenue rubor.

-¿Quién eres? ¿No eres tú un muchacho... que vi hace algunos días?

-El que acompañaba a Fabián…

-¿Quién es Fabián? –preguntó la muchacha levantando el ceño.

-El muchacho que te habló el otro día y te preguntó cómo estabas y


eso... –replicó el muchacho mucho más ruborizado.

-Ah... ¿y tú cómo te llamas?

-Humberto, pero me gusta que me digan Gustavo, es mi segundo


nombre...

-OK.

-¿A dónde ibas? –preguntó el muchacho avergonzado.

-A mi casa, tengo muchas cosas que hacer –dijo Janice


flemáticamente y apresuró el paso.

-Ah, bueno, cuídate mucho… me dio gusto saludarte… -susurró el


muchacho como con tristeza.

<<Algo haré finalmente. Mis ansias no han desaparecido; sólo han


podido oprimirse en escasos minutos por una fuerte presión, un
miedo que me hace temer volver a equivocarme. Algo haré
finalmente, rendida, pues tu imagen no he conseguido borrarla, por
más que he buscado entre mil cuerpos y en mis almas>> escribió
Janice en su diario, acordándose de Germán.
Sus manos temblaban al sentirse acorralada por la inseguridad.
Aunque deseaba infinitamente mantener su mente en blanco, se
sentía terriblemente atacada por sus desagradables recuerdos.

Se acordó de la muerte de su madre y del súbito cambio de


comportamiento que adoptó después de esto. De sus noches
alocadas, de su desenfrenado consumo de alcohol, de las drogas
que tanto le sometieron en algún momento y de su
experimentación sexual excesiva.

Nunca supo del porqué de sus propios actos; pero si es que alguna
explicación había de darle, se justificaba por los años de extrema
opresión que vivió junto a su madre… pues esta, jamás le permitió
hacer una vida normal (salir, tener amigos, etc.)

Cuando Janice la vio morir se sintió totalmente liberada y


aprovechó esta “libertad” al máximo, aunque erróneamente, por
supuesto.

<<Necesito entender por qué razón me olvidaste tan rápidamente,


sólo así conseguiré serenar una parte de mi corazón>> se dijo, sin
alcanzar a escribirlo en su diario y se marchó.

Caminó a paso lento hasta la casa de su amado, con el cuerpo


trémulo de nerviosismo pero con mucha decisión.

Estuvo un buen rato llamando a su puerta, hasta que finalmente


salió la madre de Germán.

-¡Ja! Eres tú –exclamó la mujer frunciendo el entrecejo


despectivamente.

-Sí, señora, soy yo –dijo Janice agachando la mirada.


-Supongo que no has venido a verme a mí ¿verdad?

-Vengo a ver a Germán –dijo la muchacha con decisión.

-Tienes muy poca vergüenza ¿sabías?

-No tengo de qué avergonzarme –replicó Janice irritada

-Germán ya no vive aquí y me imagino que lo debes de saber.

-Si sé, se ha ido con su esposa. He venido a averiguar su dirección.

-¿Y tú crees que te la voy a dar? –preguntó la mujer encolerizada.

-¿Por qué tanta hostilidad señora?

-Porque no me caen bien las prostitutas, sólo por eso.

-¿Podría darme la dirección de Germán, por favor? –insistió Janice


bajando la mirada.

-Ni lo sueñes. Germán no quiere verte; lo he puesto al tanto de la


vida indecente que llevas.

-¿Qué le ha dicho a Germán de mí? ¡Oh! ¡Por eso no quiso verme


cuando llegó!

-¿Qué ganas podría tener mi hijo, que es un chico bastante decente


y profesional, de relacionarse con una prostituta borracha como tú?
¡Dios lo libre de tu malévola presencia! ¡Ah! ¡Dios mío! ¡Ya, retírate
de aquí, vete!

-¡Vieja miserable! –exclamó Janice turbada y al caer presa de un


súbito mareo se retiró tambaleándose.

Anduvo deambulando bastantes horas, sin pensar en nada fijo,


sintiendo que su cabeza daba miles de vueltas producto de tantos
tormentos. Al entrar en su casa todo se agravó, se sintió un poco
más miserable y tuvo el profundo deseo de desaparecer del mundo.
Entró a su habitación con la intención de reflexionar e idear un plan
para dejar de existir aquel mismo día.

<<He comprendido que el suicidio es una cobardía y es por eso que


he de usarlo en busca de mi salvación. Tengo miedo, un miedo
infinito y deseo rescatar mi alma antes de aniquilarme aún más.
¡Dios me haga un espacio junto a mi madre! Ya no pretendo huir de
ella nunca más... >> escribió en su diario, mientras su cuerpo
temblaba. En ese momento sintió tocar con fuerza su puerta.

-¿Quién es? –preguntó Janice en voz alta pero nadie respondió.

Luego de unos segundos volvieron a tocar pero esta vez un poco


más fuerte y Janice finalmente abrió la puerta.

-¡Mi padre tiene una crisis! –exclamó Mariana trémula de miedo y


Janice fue con ella hasta la habitación de su padre.

Al llegar al dormitorio sólo se encontraron con Cristóbal, quien


lloraba desesperadamente sobre la cama.

-¡Mi padre se quiere matar! –exclamó el muchacho desesperado.

-¿Dónde está? –preguntó Janice.

-¡En el baño y no me quiere abrir la puerta! –replicó el muchacho


con el rostro espantado.

-¡Abre esa puerta! –exclamó Janice golpeando con agresividad la


puerta del baño.
-¡Déjenme solo, quiero morir! –exclamó el hombre en medio de un
llanto desesperado.

-¿Y Carmen, dónde está Carmen? –preguntó Janice a sus hermanos.

-Se ha ido, es su día libre ¡es domingo!

-¡Abre esa puerta y deja de intentar llamar la maldita atención! –


exclamó Janice enfurecida, golpeando mucho más fuerte la puerta.

-¡Déjame solo! ¡Yo te he dejado vivir, a mí déjame morir! –exclamó


el hombre desesperado.

-¡Y mientras tanto nosotros vamos a morir de la preocupación y de


la tristeza! ¡Date cuenta del daño que nos estás haciendo! –exclamó
Janice y rompió en llanto.

-¡Estamos asustados papá, por favor abre la puerta! –exclamó


Mariana desesperada.

El hombre abrió la puerta y abrazó fuertemente a sus hijos. Janice le


quitó la navaja que tenía en sus manos y se fue hasta su habitación
a llorar sobre su almohada.

A los minutos después entró el hombre y se sentó sobre su cama a


acariciarle el cabello.

-Eres buena… –dijo el hombre como susurrando, y luego mientras


fijaba su rostro desquiciado en el de su hija estalló de pronto en
lágrimas.

-Nunca más intentes esa tontería –le dijo Janice.

El hombre agachó la mirada, fue incapaz de mirarla a los ojos… no


dijo nada, quiso hablar quizá, abrazarla con fuerza… pero su pecho
se mantenía tan oprimido… que sólo pudo llorar.

-El suicidio es una cobardía y tú no eres un cobarde.

-Si lo soy… -susurró el hombre.

En ese momento entró Mariana a la habitación.

-Padre: tengo algo que conversar con mi hermana. ¿Me permitirías


unos minutos?

El hombre se retiró de la habitación y Mariana se sentó sobre la


cama.

-Melanie me ha dicho que fuiste hoy a su casa a preguntar por


Germán... ¿crees que eso es correcto?

-¿Tú sabes dónde está Germán? –preguntó Janice emocionada.

-No, no lo sé, pero me preocupa que vuelvas a ir a ese lugar y que


su madre vuelva a tratarte mal...

-No me interesa que vuelva a insultarme, a estas alturas tú sabes


que ya nada me ofende.

-Hay otra cosa... Melanie me ha dicho que necesita conversar


urgentemente contigo y que vendrá mañana a las tres de la tarde.

-¿Ella sabe dónde está Germán? –preguntó Janice sintiendo estallar


su corazón.

-No lo sé, creo que sí. Y otra cosa: intenta no darle motivos a la
gente para que hable cosas de ti... bueno, me voy… procura
cuidarte… adiós.

-Adiós hermana, te quiero mucho –replicó Janice bajando el tono


de su voz, como con tristeza.

-Adiós... -replicó Mariana y se marchó.

Tercera parte

Al otro día llegó Melanie, la hermana de Germán, a la hora


acordada.

-Sólo te diré algo muy breve –dijo la muchacha con solemnidad.

-¿De qué se trata? –preguntó Janice intentando ocultar su emoción.

-Yo tengo la dirección de Germán y estoy dispuesta a dártela sólo si


me prometes actuar correctamente.

-¿Qué es para ti actuar correctamente? –preguntó Janice


frunciendo el entrecejo.

-Mira, Germán no sabe lo que estoy haciendo y creo que se


enfadará mucho si sabe que yo te estoy dando su dirección, pero
bueno, creo que eso es lo de menos porque sé que es necesario
que aclaren muchas cosas.

-No te preocupes no le diré que tú me la has dado... –dijo Janice


con seriedad.

-Mira, Germán ha estado sumamente mal desde que regreso desde


su viaje de estudios a Chile. Cuando mi madre le contó ciertas cosas
de ti jamás volvió a ser el mismo de antes y me preocupa que tantas
frustraciones y decepciones le sigan dañando aún más. No sé si
todo lo que le dijo mi madre sea cierto, y como sea, creo que deben
de conversar por última vez. Creo que sólo así conseguirá serenar su
alma y ser feliz en su matrimonio.

-No quisiera discutir sobre la veracidad de tantas cosas que se dicen


de mí. Sólo quisiera decirte que por mi parte también necesito con
suma urgencia verle por última vez y serenar mi alma, cerrar
definitivamente este capítulo de la manera correcta.

Melanie le entregó un papel con la dirección.


–Adiós –le dijo y se marchó sin agregar nada más.

<< ¡Hace tanto tiempo que esperé esto! Una oportunidad, una
oportunidad de serenar mi alma, de poder decirle que jamás le
engañé emocionalmente, que sólo mi cuerpo entregué sin tomarle
importancia pues ¿qué es mi cuerpo? ¿En qué vale mi cuerpo si mi
alma siempre fue suya? ¡Dios mío! Germán… ¡Siempre te amé!>> se
dijo con una emoción incontenible que enardecía todo su pecho.

Sintió que las siguientes horas avanzaron lentamente por la


emoción. Arregló todas sus cosas y compró un pasaje hasta
Santiago, cuidad donde residía Germán con su esposa.

Llegó la noche y se acostó vestida sobre las frazadas.


Inesperadamente entró Carmen con una bandeja y un plato de
comida.

-Ya es tarde, Carmen… –le dijo Janice sonriente.

-Pero sabía que estarías despierta…

-Sí, así es… -dijo Janice agrandando su sonrisa.

-¿Por qué no duermes hijita? –preguntó la mujer con un rostro


preocupado.

-Hoy es por la emoción Carmela ¡por la emoción! Hoy no me


invaden los fantasmas, siento tanta, tanta emoción –exclamó la
muchacha con una gran sonrisa que por tanto tiempo creyó haber
olvidado.

A la mañana siguiente partió entusiasta rumbo a Santiago, con unas


ansias y un nerviosismo casi incontrolable. Al llegar le fue inevitable
estremecerse con los recuerdos de su infancia; se le vino
automáticamente a la mente la imagen de sus abuelos y supo que
le sería imposible no ir a visitarlos, aunque fuese sólo por mera
cordialidad.

Se hospedó en un hotel sencillo, en una habitación sobria, en la que


se destacaba una inmensa frescura que le hacía refugiarse de aquel
sol implacable que acechaba con fuerza en esos días de febrero y
una cama que le hacía sentirse tan cómoda como en su mismísima
casa.

Dieron las once de la mañana y aunque era bastante temprano


comenzó a buscar la casa de Germán. Finalmente, y con mucha
dificultad, dio con la numeración que el papel le entregaba. Era un
edificio bastante grande, con muchísimos pisos y de una fineza
extraordinaria.

Al llamar a su puerta se llevó una gran y extraña decepción. Se


encontró con Carolina, su bella esposa, de hermosísimo semblante
y sonrisa amable.

-Buenos días: ¿a quién busca? –preguntó la mujer amablemente.

-A Germán… –respondió Janice agachando la cabeza, con el rostro


ruborizado por la vergüenza.

-Lamentablemente en este momento no se encuentra, pero


dígame: ¿es usted pariente de él?

-Sí, soy una prima, lejana… -replicó Janice nerviosa.

-Ah, bueno, yo soy su esposa. Mucho gusto –dijo Carolina,


estirándole la mano.

-El gusto es mío… disculpe, ¿podría darme algún teléfono de


contacto? Necesito hablar con él urgentemente...

-Puedo darle el número de su celular, pero si prefiere puede


regresar a las dos de la tarde, a esa hora llega a almorzar.

-Ah, sí, bueno, entonces regresaré dentro de un rato –dijo Janice


clavando por algunos segundos la mirada en la mujer.

-Me parece muy bien… ¿cuál es su nombre?

-Angelina, Angelina Seguel –contestó la muchacha con una semi


sonrisa.

-Ah, perfecto, Angelina, entonces usted regresará dentro de un


rato...

-Sí, bueno, muchas gracias por su tiempo, adiós… -dijo Janice y


comenzó a retirarse.

-¡Adiós! –exclamó la mujer con una amistosa sonrisa.

Aquella mujer, de bella y clara fisonomía, de grandes ojos azules en


los que se apoyaban pestañas larguísimas, de una nariz delgada y
unos labios que de tan perfectos parecían estar dibujados, abarcaba
todo con una gran sonrisa que expresaba una seguridad que parecía
llenar por completo su alma.

Esa imagen, el recuerdo de aquella imagen de perfección hizo que


Janice se sintiese miserable, fea y fracasada.

Caminó bastante rato con la mirada pegada a su alrededor, pero con


la mente fija en su situación.

<<Creo que las cosas se me han hecho mucho más difíciles e incluso
imposibles. ¿Pero qué pretendía? ¡Qué pretendía! Si la seguridad
siempre tiene alguna justificación, ¿tendrá motivos suficientes para
sentirse segura del amor de Germán?>> pensaba mientras frotaba
sus manos con desesperación.

Dieron las doce del día y entró a un restaurante para mitigar el


hambre que comenzaba a acecharle súbitamente. Se sentó en el
lugar más apartado, con la cabeza agachada y la mirada perdida.

Cuando dieron las dos de la tarde, se retiró de aquel lugar. Anduvo a


paso lento, vacilante, hasta llegar nuevamente a aquel
departamento. Esta vez salió Germán, impecablemente vestido, con
un traje beige, una camisa blanca y una corbata negra, pero con el
rostro estupefacto y la mirada nublada.

-¿Qué necesitas? –le preguntó balbuceante.

-Primero que nada... hola… -dijo Janice con el alma congelada.

-Hola… –dijo Germán serio, intentando disimular el impacto de


verla nuevamente.

-Hace un rato estuve por acá y hablé con tu esposa, es simpática…

-Bueno ¿qué quieres? –preguntó súbitamente el hombre con voz


fría.

-Hablar contigo… -replicó Janice con un tono de voz tembloroso.

-Aquí no –dijo él con cierta irritación.

-Tienes razón, aquí no se puede ¿dónde podría ser? –preguntó


Janice con una seca y fingida sonrisa.

-Dime dónde te estás hospedando y yo te buscaré.


-Bueno –dijo Janice con la mirada perdida y el rostro empapado.

-Nos veremos pronto –dijo él con seriedad-. Adiós -añadió y entró a


su casa.

Janice sintió como una linda luz de esperanza le alegraba el día,


aunque fuese mentira que él la buscara no quería pensarlo así.
¡Ahora tenía la esperanza que lo iba a ver muy pronto! Y su
inseguridad se esfumaba por unos bellos momentos, dando paso al
delirio, al amor vehemente, a los recuerdos y a los sueños que se
formaban rápidamente en su frágil corazón.

<< ¿Y si me quedo aquí para siempre?>> se preguntó súbitamente


al mirar la masa de gente que transitaba por todos lados. <<En
Santiago hay gente ¡mucha gente! Y nadie se preocupa de una
simple mujer como yo, nadie sabe de mi deplorable pasado. Aquí
soy una extraña y eso es más que perfecto para mí>> se dijo con
una emoción que hizo estremecer todo su cuerpo.

“Una oportunidad para empezar de nuevo, sin ¿cómos? Sin peros…


en fin, una oportunidad para sentirme menos fracasada”, escribió
en su diario, con letras distorsionadas, con las manos temblorosas
producto de la emoción que recorría todo su cuerpo.

Se acostó en su cama a disfrutar de la frescura que envolvía la


habitación. Así estuvo casi toda la tarde, intentando ordenar sus
pensamientos e imaginando su estadía en Santiago para siempre.
Incluso se imaginó terminando la carrera de filosofía que dejó a
medio camino en la universidad. Sus sueños se juntaban; su vida
había tomado un súbito sentido y no tenía intenciones de volver a
su casa nunca más…
Cuarta parte

Pasaron dos días en los que se acostaba, soñaba y despertaba


imaginando que Germán vendría a visitarla. Cada mañana cuando
abría sus ojos se levantaba con rapidez, se vestía y se arreglaba
horas con dedicación, hasta que el día terminaba y se daba cuenta
de que ya era hora de dormir.

<< ¿Qué haré, volver? ¿Volver a mi casa o volver a su departamento


y expresarle mi amor, sin tomar en cuenta nada más? Si me rechaza
entenderé a donde debo volver…>> se dijo con decisión y se dirigió
al departamento de Germán. Al llegar estuvo bastante rato
llamando a fuera, pero le fue inútil, pues no salió nadie y sólo
consiguió sentirse ridícula y miserable.

-No hay nadie ahí –dijo el dueño del departamento de al lado, con
una gran sonrisa.

-Bueno, gracias –dijo Janice decepcionada.

-Espere señorita; yo hablo con la señorita Carolina


constantemente... si quiere me da su nombre o su número
telefónico y yo se lo entrego para que esté en contacto con usted –
dijo el hombre con una sonrisa un poco más amplia.

-No, gracias... –replicó la muchacha y se marchó derrotada.

<<Soy experta en hacer el ridículo y en llamar la atención de los


demás…>> se dijo enrabiada consigo misma y con la realidad.

Era viernes y eran apenas las cuatro de la tarde, se aproximaba el


fin de semana, un duro y difícil fin de semana.

<< ¿Y qué haré, encerrarme? ¿Esperar a Germán con paciencia


infinita?>>

Llegó al hotel y fue tal como lo había programado, se encerró en su


habitación todo el resto de la tarde. Durmió unas tres horas y
despertó un poco más agitada que cuando se acostó. Afuera le
esperaba una gran multitud ¿una oportunidad para pasar
inadvertida? ¿Y para qué quería pasar inadvertida si en su interior
necesitaba urgentemente un poco de atención?

“Creo que empezar de nuevo me tienta demasiado, pero ¿tendrá


sentido volver a vivir si no es con él? ¿En qué momento empecé a
vivir por vivir? ¿Qué hacer? ¿Acostarme y dormir con mis fantasmas
o salir y probarme a mí misma?”, escribió en su diario con una
desesperación terrible.

Después de una larga y difícil reflexión se animó un poco y se


decidió por salir a dar unas vueltas. Inconscientemente quería
entrar a un Pub; beber una cerveza, conocer quizás a alguien más y
olvidarse por un momento de su gran dolor. Minutos antes de
disponerse a salir, se miró en el espejo como siempre lo hacía antes
de salir, sólo para asegurarse de que su hermosura permaneciera
intacta. De pronto al contemplarse por varios minutos, se sintió tan
fea, tan desgastada, que su fisonomía se espantó rápidamente. Sus
rizos se veían tan opacos y desarmados; su rostro lucía pálido, aun
a pesar de tener base de maquillaje encima, y su cuerpo... se sintió
tan gorda y tan poco atractiva. Jamás se sintió tan insegura de su
aspecto físico; jamás se sintió tan avergonzada de salir a la calle, tan
miserable, tan desgraciada.

Apagó la luz con una profunda decepción que hacía languidecer


todo su cuerpo, y aunque quiso evitarlo, su rostro se iluminaba
totalmente por la luz de la luna y de las estrellas, que parecían
brillar aún más esa noche de viernes. Afuera se escuchaban muchas
voces de muchachos que alegres transitaban por la calle, de música,
de gritos, etc. Gente que no se amargaba como ella; gente que
disfrutaba, derrochaba y celebraba sin preocupación, sin
arrepentimientos, sin tener que medir sus propios actos...

<< ¿Y en dónde ha quedado mi juventud? ¿Se terminó? ¿Se perdió


como una hoja en el viento? ¿Se marchitó por mis erradas
vivencias?... ¿Qué le pasó a mis rizos? ¡Mis bellos rizos colorados!
¿Qué le pasa a mi cara.?.. ¡A mi cara, tan bella y delicada, mi
carita!...>> exclamó en voz baja en medio de un llanto desgarrador.
Desesperada tomó tres somníferos de su cartera y esperó con
ansias a que éstos hicieran algún efecto en ella.

Se pasó toda la noche pensando... con las imágenes un poco


distorsionadas; con un cambio de ánimo constante, con rabia, con
pena, con motivación, con desmotivación.

Vio el amanecer; un amanecer silencioso, rojizo, helado; de esos


que tanto vio después de sus desenfrenadas fiestas; pero siempre,
o la mayoría de las veces… en estado etílico... drogada, sin poder
tomarle el gusto a nada, sin ser capaz de disfrutar una fresca
mañana de esas que se esperan tanto en los calurosos días de
verano. Así estuvo un par de horas; hasta que el sol comenzó a
calentar. Dieron las nueve de la mañana y supo por sus ojos
cansados que por fin podría conciliar el sueño.

Horas más tarde despertó por el fuerte ruido que hacía una persona
fuera de su habitación. Tocaron un buen rato su puerta con fuerza
pero no fue capaz de levantarse de su cama para abrir ya que los
somníferos le tenían todo el cuerpo adormecido.

<< ¿Y si es Germán?>> se dijo como entre sueños, hasta que el


ruido cesó y la pesadez de sus ojos le obligó a seguir durmiendo.

Horas más tarde despertó iluminada por los fuertes rayos de sol
que entraban desde su ventana. Desesperada miró su reloj; eran las
15:55 de la tarde. Se levantó con dificultad de su cama, pues aún le
quedaban fuertes efectos de las pastillas ingeridas la noche anterior
y la somnolencia le acechaba con fuerza. Súbitamente, alguien
comenzó a golpear nuevamente su puerta con muchísima fuerza.

<< ¡Es Germán!>> se dijo con un fuerte nerviosismo que la paralizó


por algunos instantes.

Finalmente, abrió la puerta con una inseguridad mezclada con una


gran emoción. Ahí estaba él, con el rostro serio y los ojos brillantes,
impecablemente vestido, con corbata roja y un traje café.

-¿Para qué querías verme? -preguntó el muchacho secamente.

-Hummm... –murmuró ella sin saber que decir.

-¿Me vas a decir que todo lo que me dijeron de ti es mentira,


verdad? -preguntó él, con presumida ironía.

-No... O sea, no sé lo que te dijeron de mí y no me importa dilucidar


nada...

-Bueno, entonces… ¡No vas negarme nada! –exclamó el furioso.

-No… -susurró Janice petrificada.

-¿Y qué quieres entonces? Soy un hombre ocupado y necesito


marcharme a la brevedad.

-Siéntate... -le dijo la muchacha tomándole la mano y acercándolo a


la cama.

El muchacho pareció encantarse completamente al tomar de nuevo


las manos de Janice, sus ojos brillaron con fuerza y aunque intentó
ocultar su sentimiento agachando su cabeza, comenzó a frotar las
manos por la fuerte emoción y el nerviosismo.

-¿Quieres un café? -preguntó Janice nerviosa.


-Sí -replicó el muchacho, bajando un poco el tono de voz.

Janice sirvió dos cafés y se sentó junto a él.

-¡No he venido a tomar el café contigo! -exclamó de pronto el


muchacho exaltado.

-Si sé... -respondió Janice agachando la cabeza.

El muchacho se levantó de la cama y abandonó velozmente la


habitación.

Janice sintió que aquella visita le daba a entender muchas cosas... la


fisonomía entristecida, vacilante y furiosa del muchacho y esas
ganas que demostraba de escuchar con fuerza de su boca que aún
lo amaba, luego de haberla contemplado con esa mirada brillante
durante varios instantes, llegando incluso a turbarse por varios
momentos…

<< Germán es mío aun>> se dijo con una convicción que la llenó de
euforia.

Se pasó el resto de la tarde en su habitación dándole vueltas al


recuerdo de aquella escena e intentando idear alguna forma de
atraer al muchacho nuevamente a su departamento...

Quinta parte
A la mañana siguiente sus ansias le fueron incontenibles y a paso
lento y tembloroso se dirigió hasta el departamento de Germán.

Tocó la puerta tres veces con desesperación. El corazón le apretaba


con fuerza y sentía fuertes pulsaciones en la cien producto de la
emoción. Sin embargo, esto no fue suficiente para sentirse
dominada por la situación y retirarse, ya que golpeó dos veces más
con la misma intensidad.

Finalmente, apareció Germán detrás de la puerta; con el rostro


pálido, casi verdoso, mordiendo sus labios con fuerzas, turbado por
el nerviosismo...

-Vengo a que me escuches... -dijo súbitamente Janice, con el rostro


rígido por haber conseguido soltar aquellas palabras.

Germán estaba dominado por el nerviosismo; esta vez no le


brillaron los ojos, ni mucho menos le miró con amor; esta vez sólo
deseó con toda su alma que Janice desapareciera de su vista lo
antes posible.

-Está mi esposa, vete, por favor… -dijo él, con una indiferencia que
Janice fue capaz de percibir automáticamente.

-Adiós para siempre -dijo la muchacha con el rostro entristecido,


comenzando a llorar en silencio.

Janice caminó a paso rápido y cuando se vio a fuera del edificio


empezó a correr, a correr con fuerzas, intentando llegar al hotel lo
más rápido posible. Eran las tres de la tarde y el calor que le tenía
empapada la frente de sudor, le era molesto.

Finalmente, se decidió a tomar un descanso. Se sentó en un local de


esos que tienen las mesitas a fuera y aun sintiéndose menos que el
suelo, pidió una cerveza.

<<Sólo es media cerveza>> se dijo, con el corazón exaltado y el


cuerpo totalmente trémulo, recordando ciertos episodios de su vida
que le fueron mucho más que tristes productos del alcohol.

Bebió su cerveza con avidez y un poco estimulada por esta se pidió


un litro más... olvidándose de todo, olvidando que precisamente
por culpa del alcohol había errado tantas veces, que por culpa de
este mismo perdió a Germán, que abandonó su carrera
universitaria de filosofía y que sobre todo por culpa de éste… perdió
lo más valioso… su amor propio... ¡por culpa del alcohol había
dejado de quererse a sí misma y ahora estaba pidiéndole al mesero
un litro más de cerveza!

Agobiada por los múltiples cargos de conciencia que le invadían


cada vez con más fuerza, abandonó la mesa y se fue corriendo
hasta el hotel, con una pena indescriptible, con el cuerpo
enardecido de rabia y desesperación, con una fisonomía que
parecía ser la propia de una desquiciada. Con rapidez llegó al baño
y se provocó el vomitó un par de veces hasta eliminar casi todo el
alcohol ingerido.

<< ¡Y yo matándome poco a poco!>> exclamó con un llanto


conmovedor.

Hay que recordar y resaltar nuevamente, que después de que su


opresora madre muriera, Janice se "liberó", comenzando a salir a
fiestas de amanecidas, a beber alcohol sin control, a probar todo
tipo de drogas y ¡placeres exagerados! Todo esto producto de que
jamás volvió a tener una supervisión, pues su padre, quien debió de
haberla apoyado, enloquecido por la tristeza de haber perdido a su
mujer, se encerró de un día a otro y jamás volvió a dirigirles la
palabra a sus hijos.

Cuando Janice tomaba alcohol o probaba alguna droga, se liberaba


o tal vez enloquecía; cometía repudiables e irresponsables actos,
que en el momento la llenaban de euforia y vivacidad… pero ahora,
día a día los recuerdos le desgarraban el alma por el
arrepentimiento.

Nunca supo si realmente fue un problema o sólo una ridícula


irresponsabilidad de su parte; sólo sabía que todo era evitable si se
privaba del consumo de las sustancias anteriormente mencionadas.
Lamentablemente, esto le resultaba demasiado difícil, digamos que
en cierta forma le había ganado la batalla a las drogas, pero tras
casi seis años de consumo exagerado de alcohol, su cuerpo se
acostumbró a recibir la cantidad casi a diario, y ahora que llevaba
más de un mes sin consumirlo, el cuerpo le reclamaba
desesperadamente por al menos alguna gota.

<<Estoy más sola que un perro... tan sola que a veces hasta extraño
aquellas noches desenfrenadas en las que era la reina de la fiesta; la
más atractiva, la más sensual, la más alegre... incluso extraño las
fiestas deprimentes en las que participaba sólo yo, pues al
hundirme en el alcohol o en las drogas me olvidaba de mi
tormentosa y horrible realidad... ya no sé qué pensar ni que
desear...>>.

Tras escribir en su diario aquellas deprimentes líneas se dio un baño


de tina para relajar un poco sus músculos y refrescar un poco su
frente. Luego se bañó el cuerpo en colonia, para no sentir ni
siquiera una pizca de olor a esa tormentosa cerveza.

Se maquilló con dedicación; espolvoreo exageradamente su cara


pálida y roció sus mejillas con un fuerte rubor. Luego se encargó de
sus descuidados rizos; los secó, los peinó y los acomodó. Por último,
decidió poner una rosa de fantasía en su cabello que alegraba
totalmente su demacrada apariencia.

Se miró bastante rato al espejo, contemplándose con dedicación


pero sin poder opinar nada; se sentía rara, ni fea ni mucho menos
bonita e intentaba encontrar la palabra perfecta para definirse.
Estaba tan concentrada tras el cristal que al principio no se percató
que alguien golpeaba su puerta, aunque con moderación. Un par de
minutos más tarde comenzaron a tocar su puerta otra vez, pero
esta vez con mucha más fuerza y Janice reaccionó
automáticamente.

Era su amado Germán; con la fisonomía ruborizada y los ojos


encendidos al verla, así tan arreglada, al verse nuevamente a solas
con ella. Increíblemente ni una sola palabra pudo salir de su boca,
aunque sin duda lo intentó con fuerza desde su interior.

Janice quiso hablarle; quizás decir un par de frasecillas, pero el


chico la agarró de la mano y la echó sobre la cama con una
vehemencia exagerada. Se echó sobre ella con fuerza; con una
pasión desesperada. La besó con intensidad y luego comenzó a
desajustar el vestido azulado de Janice. Ambos corazones
comenzaron a sentir fuerza, locura y hasta una especie de temor.
Germán creyó por un momento no estarse manejando así mismo
pero Janice ya más relajada y entregada a la pasión, sólo cerró sus
ojos de a poco para disfrutar de aquel momento, ya que sabía que
probablemente esta sería la última vez que podría estar entre sus
brazos.

Janice sintió que al hacer el amor con Germán estaba rompiendo


realmente su virginidad pues ¿qué habían sido las otras veces para
ella si siempre lo hizo en estado etílico o con semi conciencia?

Tanta dulzura limpió su alma por un momento… sus tormentos se


fueron lejos y sus ojos llenos de lágrimas expresaron su gran
emoción. Ahora sabía lo que era el amor; ahora sí que lo había
probado todo. ¡Cuánto tiempo perdió experimentando de todo!
¿Qué eran las drogas, el alcohol o el sexo con cualquiera comparado
con el momento que acababa de vivir?

La muchacha consiguió quedarse dormida junto a él; abrazada a su


espalda, como en sueños, sintiéndose poco más que una princesa.
Al despertar y ver que su amor ya no estaba, su corazón se
angustió. Pero al levantarse vio en su mesita un papel que decía:

"Seré tuyo infinitamente"

La dulzura le volvió al alma y sintió ganas de seguir durmiendo; sólo


porque sabía que ineludiblemente iba a soñar con él.
Sexta parte

A la mañana siguiente se vistió desesperada sólo para verse en el


espejo. ¡Qué atractiva se sintió! Con la mirada dulce, los labios
ardientes y sobre todo con esos rizos brillando más que el oro.
Aquella mañana entraban tenues rayos de sol por su ventana y
estos iluminaban perfectamente su fisonomía; se veía y se sentía
como un ángel, ahora por fin después de tanto tiempo, tenía amor
propio de verdad...

<<Nunca volveré a perderme a mí misma... >> se dijo después de un


suspiro.

Decidió salir de su habitación un rato; después de todo, el hotel


tenía bastantes distracciones para sus clientes. Se dirigió a la
cafetería. Ordenó un café y con una gran sonrisa en los labios
contempló durante varios minutos a la gente pasar. Estaba como en
el cielo; tan perdida en sus celestiales reflexiones (pensando en
Germán, en ella, en su futuro, etc.) que no se percató que un
hombre, que estaba sentado en una mesa cercana, la miraba con
detención.

Luego se levantó de la mesa y tras echar breves miraditas a su


alrededor, se retiró conservando esa enorme sonrisa de satisfacción
en los labios.

Salió a la calle a caminar hasta llegar a un parque que quedaba muy


cerca del hotel. Se echó bajo un árbol llevando aun el alma
embelesada de excitantes pensamientos e ideas...

<<Voy a ver a Germán... >> se dijo de pronto, con el pecho lleno de


emoción y se dirigió a aquel departamento.

Al llegar al edificio comenzó a vacilar; de seguro podría encontrarse


con Carolina, la esposa de Germán. Pero era tanta su emoción que
obligadamente tenía que arriesgarse para poder dormir con el
corazón en paz.

Golpeo dos veces, despacio, con los puños vibrantes al máximo;


creyó por un momento que estos golpes habían sido demasiado
despacio y que nadie abriría. Se disponía a tocar otra vez, aunque
con dificultad, ya que los nervios la dominaban, pero justo en ese
momento abrió Germán. Ahí estaba él, estupefacto al verla, con el
rostro tieso y mordiéndose sutilmente los labios.

-Vete de aquí... -dijo él, consiguiendo sacar la voz.

-Quería verte... -dijo Janice, a punto de soltar las lágrimas.

-Vete... -dijo Germán cruelmente.

-¿Cuándo te volveré a ver? -preguntó Janice sumisa, con la cabeza


media encogida.

-No lo sé, Janice, olvídate de mí... -replicó Germán tajantemente.

-Adiós... -dijo Janice y comenzó a caminar despacio.

-Janice... -balbuceó de pronto Germán.


-¿Qué quieres de mí? -preguntó Janice con el rostro empapado de
lágrimas.

-Espérame en tu departamento; iré a verte en estos días pero no


vengas nunca más por acá. Mi mujer podría descubrirlo todo y...

-Bien, lo entiendo... -dijo la muchacha en voz baja y se marchó.

Comenzó a bajar las escaleras y justo en la parte central del hotel se


encontró con Carolina. La mujer la miró con una sonrisa amigable,
como queriendo saludarla pero Janice agachó aún más la cabeza y
se retiró con rapidez fingiendo no haberla visto.

Al salir el cielo se estaba oscureciendo; la gente partía de sus


trabajos hacia sus casas. Todos caminaban, nadie la miraba y esto la
hacía sentir tan insignificante... ¡Por primera vez en su vida quiso
llamar tanto la atención, que alguien se interesara por sus
sentimientos! Estaba sufriendo mucho por dentro y eso nadie lo
sabía...

<< ¿A dónde voy? ¿A encerrarme al hotel? ¿Quién se interesa por


mí en el maldito hotel?>> se preguntó mentalmente con dureza.

De pronto su mente se nubló; todos sus pensamientos bellos se


oscurecieron. En sólo quince minutos volvió a sentirse como antes:
perdida, sola y angustiada... no sentía esperanzas de que Germán
cumpliera su promesa de regresar a verla y esto le desgarraba el
alma. En menos de un minuto sus fantasmas aparecieron
nuevamente y esta noche algo debía de hacer para poder
despojarse de ellos... se dirigió a un bar, al más solitario. Se sentó
en la última mesa y bebió hasta casi perder la conciencia...
Un hombre mayor, de rostro afable y bienhechor, se paró de su
lugar para acercarse hasta la mesa de la muchacha. Se detuvo para
observarla y luego exclamó con gran estupor:

-¡Hija, yo te conozco!

-¡No me haga nada, por favor! -gritó Janice totalmente ebria.

-Tranquilízate, hija... yo me hospedo en el mismo hotel que tú. Te vi


hace rato y...

Janice lo miró durante algunos instantes y luego rompiendo en


llanto le gritó:

-¡Lléveme a mi casa, por favor!

Por esas casualidades de la vida, aquel señor era el mismo que


hacía algunas horas le observó con tanta detención en la cafetería.
Eran las tres de la mañana y el buen hombre la llevó en su auto
hasta el hotel.

A la mañana siguiente despertó con el corazón agitado. Intentó


acordarse de lo vivido la noche anterior, pero sólo consiguió
recordar pequeños extractos… todo esto la hundió en una profunda
angustia y sin poder expresarse de otra manera comenzó a llorar
desesperadamente.

Recordó la hostilidad de Germán, la botella casi entera de ron que


se bebió y a aquel hombre que la sacó del bar. Creyó por un
momento haber tenido sexo con él. Se levantó con dificultad de su
cama; eran las 10 de la mañana y aún continuaba con algunos
efectos del alcohol ingerido la noche anterior. Sentía tantas
náuseas, tanto dolor de cabeza que tuvo que echarse nuevamente
en su cama. Intentó dormir, pero la agitación la mantuvo con los
ojos abiertísimos. Finalmente, de tanto analizar los escasos
recuerdos de la noche anterior, llegó a la conclusión de que aquel
hombre sólo la había llevado amablemente hasta su departamento.
Sin embargo, su pena y su vergüenza no disminuyeron en mucho.
Otra vez se había emborrachado, otra vez había hecho el ridículo,
otra vez había perdido a Germán y sobre todo... otra vez se había
perdido así misma...

Pasaron tres días en los que sólo se mantuvo encerrada, con


vergüenza de salir a la calle y con vergüenza de mirarse al espejo.
Dormía escasas horas producto de sus fantasmas que la hacían
temblar día y noche. Sin embargo, no tenía intenciones de regresar
a su casa. Aunque parecía ser absurdo, a ratos sentía esperanzas de
volver a ver a Germán.

Tenía dieciséis llamadas perdidas en el celular, todas de Mariana,


pero se sentía tan avergonzada que no se atrevía a conversar con
nadie.

Siguieron pasando los días, hasta que en una inesperada mañana…


llegó Germán. Sin decirle nada la besó intensamente y se arrojó
sobre ella...

-¿Cuándo volveré a verte? -preguntó Janice, tras hacer el amor, con


el corazón agitado.

-Pronto... -respondió él, con una pequeña pero astuta sonrisa en los
labios.

-¿Serás mi amante? -preguntó ella, mientras prendía un cigarrillo.


-Quizás... -respondió él con frialdad.

Dieron las tres de la tarde y Germán se fue dándole un gélido beso


antes de partir.

Janice se sintió utilizada; pero a la vez afortunada por estar siendo


usada por el amor de su vida.

Séptima parte

Después de esta miserable escena transcurrieron semanas cruciales


en su vida. Luego de no pensarlo demasiado, se decidió por vivir en
Santiago y se compró un departamento cerca de la casa de Germán.
¿De qué sobrevivía? Del dinero de su padre, que era abundante, y
su motivación era sólo Germán, quien la visitaba varias veces en la
semana.

Así se pasaron sus días; en la ineptitud total, recibiendo migajas de


amor y sin una brizna de amor propio. Sin embargo, Janice creía ser
feliz o al menos se sentía conforme, pues sirviéndole a Germán se
servía a sí misma.

A la llegada del otoño, sorpresivamente, el muchacho dejó de


visitarla de un día a otro... la muchacha sufrió diez días de
incertidumbre y depresión terrible. Se pasaba todo el tiempo
tumbada en su cama diciéndose así misma lo que no debía hacer y
extrañando, extrañando terriblemente a su amado. Al día
undécimo, su mente no le permitió seguir encerrada en su hogar.
Agarró su cartera y sus cigarrillos y se dirigió hasta el departamento
de Germán sin importarle la presencia de Carolina. Pensó en
increparla; en gritarle a viva voz lo de su idilio con el muchacho,
pero su idea duró poco menos que diez minutos, pues al verla tan
benévola, tan afable, se sintió tan miserable que sólo pudo huir de
aquel lugar.

-Germán llega a las nueve hoy... -dijo Carolina, sonriente, con una
inocente ingenuidad.

-Entonces me voy... -dijo Janice agachando la cabeza, incapaz de


mirarla a los ojos.

-Si quieres te quedas y tomamos el té -dijo Carolina tan


amablemente que a Janice le fue demasiado difícil negarse.

<< ¿Quién es más miserable? ¿Yo, ella, él? ¡Dios mío! ¡Cómo pude
mirar esos ojos sin ponerme a llorar! ¡Y yo pretendiendo increparla,
insultarla! ¡Dios mío, soy tan poca cosa! Y aunque se me parta el
alma necesito seguir con él; aunque sólo me arroje migajas en vez
de amor... >> pensó la muchacha al salir del departamento con los
ojos llenos de lágrimas y llevando el corazón inflamado de dolor.

Al llegar a su departamento se echó en su cama y logró dormir


algunas horas. Cuando despertó ya estaba oscureciendo; ya estaba
muriendo el día y Germán no llegaba. Su cuerpo temblaba; la noche
no era fácil de soportar para ella, mucho menos esa noche, con los
nervios tan excitados y con tanta culpa...

Dieron las 12 de la noche y de pronto alguien comenzó a golpear


fuertemente su puerta. Era él, con el rostro encolerizado y la mirada
enrojecida.

-¡Te dije que no fueras a mi casa! ¡Eres tan, tan ridícula! –exclamó
él, iracundo.

-Quería verte... -dijo Janice muerta de miedo.

-¡Estúpida! -exclamó él, soltando de pronto un gran puñetazo sobre


el demacrado rostro de la pobre muchacha.

Janice comenzó a llorar desesperada, a llorar y a gritar


desesperadamente. Era tanto su vacío existencial, tanta la
dependencia hacía él, tanta su vergüenza, que tenía que soportarlo
todo.

-¿Desde cuándo que no puedes vivir sin mí? -preguntó Germán con
cruel ironía.

-¡Desde que te conocí que se me ha hecho difícil!... -dijo ella


gritando.

-Ja, ja, ja y antes te acostabas con cualquiera... ¿desde cuándo una


prostituta depende tanto de un cliente? ¡Desde cuándo! -exclamó él
en voz altísima, llevando una mirada llena de ira.

-No me trates así, por favor... -dijo ella reanudando su llanto.


-Eres una perra... -dijo él, bajando un poco la voz.

-Mi corazón siempre fue tuyo... ¡qué importa mi cuerpo! -gritó de


pronto la muchacha.

-Me importa tu cuerpo; sólo tu cuerpo... -dijo él en voz baja y


comenzó a acariciarla...

Finalmente, Germán partió casi a las tres de la mañana, con apatía,


con rabia, dándole un frío y hasta agresivo beso antes de partir.

El tiempo siguió avanzando, pasaron los meses y llegó el invierno…


que se hizo sentir suave en Santiago, pero duro en el corazón de la
pobre muchacha. Las visitas de Germán disminuyeron
considerablemente y por esas raras cosas de la vida Janice terminó
por hacerse amiga de Carolina. Aquella mujer era tan benévola, tan
dulce y tan amable, que terminó por provocar un afecto sincero en
nuestra protagonista.

Los días pasaban y la muchacha se sentía cada día más


atormentada. Germán se ponía cada día más apático en sus
encuentros. La trataba con dureza, con una gran crueldad, pero
lamentablemente ésta sentía una dolorosa adicción hacía él.
Además de todo esto, ya no era sólo el tema de éste sino también
Carolina, tan buena, tan dulce con ella. Sentía un cargo de
conciencia turbante que le hacía desear la muerte cada vez que sus
encuentros con su amado terminaban.

Cierto día de julio, una mañana de esas llenas de neblina en las que
se congelan hasta los huesos, Janice dormía en su cama con cierta
serenidad. De pronto entró Germán en el departamento haciendo
un fuerte escándalo, rompiendo casi todos los adornos antes de
que ésta pudiese ponerse en pie.

-Despierta, prostituta ¡sidosa! -exclamó él, con el rostro enrojecido


por la furia.

La muchacha quedó mucho más que perpleja por esta última


palabra << ¿Sidosa?>> se preguntó frunciendo el ceño, pero luego
lo tomó solamente como un insulto más de los que ya estaba
acostumbrada a soportar.

Súbitamente, el hombre entró en su cuarto sin parar el escándalo,


se paró frente a su cama y tras contemplarla con la mirada
encolerizada, se lanzó sobre ella con furia y con una agresividad
indescriptible. Le pegó tres puñetazos en el rostro y luego se
marchó llorando.

-¡Prostituta, me destrozaste! -gritaba desde a fuera del


departamento.

La muchacha quedó con hematomas muchos más que visibles y con


el corazón mucho más destruido y dolorido que su cuerpo.

No fue capaz de levantarse en todo el resto del día...

Tres días más tarde, con muchísima dificultad pero sintiéndose en la


obligación, se dirigió hasta la casa de su amado con un velo que
cubría gran parte de su cara. Al igual que ella Carolina se veía mal,
con el cuerpo lánguido y la fisonomía mucha más que pálida.

-¡Qué te pasó Angelina! -le preguntó esta asustada.

-¡Dime primero que te pasa a ti! -exclamó con fuerza Janice,


estupefacta al ver el rostro debilitado de la pobre Carolina.
-No sé que tengo... creo que necesito ver un doctor... -dijo ella con
serenidad.

-Te ves muy mal... -agregó Janice.

-Creo que nuestra opinión es idéntica... yo también te veo muy mal


a ti ¿qué te pasó? ¿Dónde te caíste? -preguntó Carolina con esa
candidez que la caracterizaba.

-Me caí del baño... pero eso no importa... cambiando de tema,


dime, por favor, ¿a qué hora llega Germán hoy?

-Como a las siete... -respondió Carolina con inquietud.

-Entonces vuelvo a las siete... -dijo Janice, después de un suspiro.

-¿Qué necesitas Angelina? ¿Qué necesitas tratar con Germán?


-preguntó Carolina con cierta suspicacia.

-Un tema; sobre una herencia... cosas de dinero, ya sabes... -replicó


Janice con un nerviosismo que no fue capaz de ocultar en toda la
conversación.

-¿Vas a esperar a mi marido? –preguntó Carolina, agachando la


mirada y como pensativa.

-No, me voy... vengo más tarde -replicó Janice, intentando recobrar


la serenidad.

-Adiós... -dijo Carolina, hasta con la voz debilitada.

-Adiós... -replicó Janice y se marchó.

Al bajar las escaleras creyó por un cierto momento que se


desmayaría. Era demasiada su agitación y su tristeza. De pronto e
inesperadamente se encontró con Germán fuera del edificio. El
muchacho, que no se había percatado de la presencia de Janice,
lucía el rostro pálido, casi verdoso y se veía sumamente acongojado.

-Germán... -susurró ella, tocándole el hombro con cierto temor.

El muchacho la tomó del brazo y caminó con ella algunos pasos en


la calle hasta llegar a una banca.

-No me busques más, Janice... eres una desgraciada, una


desgraciada... -dijo él, intentando controlar sus excitados nervios.

-Pero ¿qué te he hecho yo? ¿Por qué me odias tanto? ¡Por qué!
-preguntó Janice desesperada, con la garganta dolorida de tanto
contener las lágrimas.

-¡Me pegaste el sida desgraciada! ¿Eso no es suficiente? ¿Acaso no


es suficiente? ¡Muérete antes que yo, perra! -exclamó Germán, a
viva voz, abandonando la banca, en medio de la calle, con una rabia
incontenible.

Janice se alejó turbada; sin poder manifestar sus apagados


sentimientos de ninguna manera, con la garganta oprimida y la
mirada nublada. Pasaron cerca de cinco minutos y se desmayó.

Un par de buenas personas la ayudaron y posteriormente la


llevaron hasta su departamento. Al llegar y reflexionar sobre su
realidad, desesperada llamó a Mariana por celular.

-¡Mariana! -balbuceo en medio de un llanto desesperado;


intentando contener el celular con las manos trémulas.

-¿Qué? ¿Qué te sucede ahora, Janice? -preguntó Mariana con cierta


indiferencia.
-¡Tengo sida! -exclamó Janice aterrada.

-¿Sida?... ¿Estás borracha? -preguntó Mariana con gran


desconcierto.

-Soy un asco, lo sé.

-¿Cuándo te hiciste los análisis?

-Todavía no me los hago... ¡he contagiado a Germán y a su mujer... y


su mujer es tan buena! ¡Dios mío, soy una basura!

-¡Por favor Janice, hazte primero los análisis! -exclamó Mariana con
irritación.

En ese momento la desesperación dio paso a turbación y Janice


colgó rápidamente su celular y apagó todas las luces para intentar
no verse nunca más.

Octava parte

Luego de esta última escena, transcurrieron días terribles en la vida


de la infortunada muchacha. Su departamento había adquirido un
deprimente y horroroso estado. La ropa y los platos sucios
acumulados habían impregnado todo el lugar con un olor
nauseabundo. Además de todo esto, como no deseaba verse ni las
manos, mantenía todas las luces apagadas y las ventanas cerradas
para no recibir ni el más mínimo rayo de luz.

La muchacha estaba convencida de estar contagiada de sida; en su


mente no cabía ni siquiera una duda. Deseaba intensamente morir,
despojarse de todos sus tormentos y no tener que soportar más
aquel castigo. Para ella el virus del VIH era un evidente castigo de
parte de Dios o quizás de su madre por sus constantes
irresponsabilidades y pecaminosas acciones.

Así pasaron tres semanas. Su rostro pálido había adoptado un


horrible color casi verdoso y su cuerpo afectado por las escasas
calorías había adelgazado ya, muy notoriamente. Para Janice todo
esto era producto del VIH.

Una mañana y de forma inesperada recibió la visita de su hermano


Cristóbal. El pobre muchacho no pudo evitar derramar abundantes
lágrimas de intensa tristeza al ver tan demacrada a su pobre
hermana. Tampoco ocultó su profunda emoción y comenzó a besar
con inmensa ternura su frente y sus cabellos.

Los ojos de Janice estaban rojos e hinchados producto del reiterado


llanto de sus tristes noches y su cuerpo ya no tenía color… era como
una delicada hoja de papel.

-No sé si esto me alegra o me duele aún más... ¡hermano,


hermanito! -exclamó la muchacha con una debilitada sonrisa.

-¿Cómo te sientes? Mariana apenas me lo ha contado todo hace un


par de días, es una desgraciada… -dijo Cristóbal, mientras desviaba
el rostro, comenzando a llorar por la intensa rabia y tristeza.

-Me siento como siempre... mal... -replicó la muchacha y lo abrazó


con todas sus escasas fuerzas, como sin querer soltarlo jamás…
expresando así su desesperación y la necesidad de su compañía.

-Tranquilízate, hermana, por favor... -dijo Cristóbal y comenzó a


acariciarle los cabellos con tierna delicadeza.

-Sí... ya estoy calmada... ¡dime que me acompañaras en estos días!


Por favor, no me dejes sola, no soporto la soledad... ¡Dios mío, no
quiero morir sola! -exclamó Janice sin poder contener ni ocultar un
mínimo de su angustia.

-¡Tranquila! -exclamó Cristóbal muy afectado por aquellas palabras.

-Ven... siéntate... -dijo Janice a su hermano y lo hizo tomar asiento


en el sillón.

-¿Has comido bien? -preguntó Cristóbal.

-Sí, pero el virus me mata... me está debilitando demasiado... -dijo


Janice con convicción.

-¿Te hiciste los análisis?

-No... ¡Para qué! –exclamó Janice.

-Para comprobar lo del virus... hazte los análisis.

-No quiero salir a la calle... hermano ¡siento tanta, tanta vergüenza!


-exclamó la muchacha paranoica.

-Hazte los exámenes, por favor... –dijo el muchacho insistente y


llevando la mirada esperanzada

-No quiero salir a la calle... entiende, me siento miserable...

-No hagas que me sienta yo más angustiado que tú... por favor... tal
vez mañana, o pasado mañana podrías ir y...

-¡No quiero nada! ¡No me pidas nada! -exclamó la muchacha y se


echó a llorar al piso.
Cristóbal la observó con tanta pena. Jamás se sintió tan triste como
aquella vez, ni siquiera cuando vio morir a su madre...

-¡Levántate! -exclamó de pronto, intentando recobrar la serenidad.

La muchacha se levantó y se sentó en el sillón. Pasaron cerca de


cinco minutos en los que se mantuvo en silencio, con la mirada
perdida, como sumergida en algo que va mucho más allá de la
angustia, algo que duele más, pero que por lo mismo es más difícil
de expresar.

-¡Dime algo! -exclamó de nuevo el muchacho preocupado.

Janice continuaba con la mirada perdida, un poco distorsionada,


mordiendo sus labios, pensativa, sin sacar ni una sola palabra.

-Abandóname de una vez -exclamó de pronto la muchacha en voz


baja.

-¡Por favor, reacciona, reacciona correctamente! -exclamó Cristóbal


con cierta irritación.

-Hace unos instantes me preguntaba que era más efectivo para


morir de una vez... si te fueras de aquí no lo soportaría ¿entiendes?
-dijo de pronto la muchacha, clavando la mirada sobre él por
algunos instantes.

-¡Deja de decir estupideces! ¡Por favor! ¡Jamás me iré de aquí si no


te veo bien!

-¿Realmente te sentirías más conforme si es que me hiciera esos


exámenes? -preguntó Janice de pronto.

-Sí, así es... ¿por qué no desafiar al destino, por qué tanto miedo?
¿Por qué en vez de sufrir no pruebas si tu dolor es evitable?

-No es por miedo, es por vergüenza...

-Te ruego que des ese último paso, por favor... -dijo Cristóbal con
firme decisión.

Al finalizar aquel triste día Janice, consiguió dormir con cierta


serenidad, abrazada de su hermano, sintiendo una dulce
protección.

A la mañana siguiente fue tanto el miedo que sintió al despertar,


tanta su angustia, tanta su vergüenza por saber que
ineludiblemente debía de enfrentar a la sociedad, que hubiese
deseado con intensidad no tener que salir nunca más y morir en su
departamento con la protección que le entregaba su hermano.

<<Hacer pruebas dolorosas, pruebas inútiles y pasar vergüenzas


terribles, esta es parte de mi difícil agonía> escribió en su diario y se
marchó junto a Cristóbal.

A fuera de su departamento se encontró con un vecino; un hombre


ya mayor, quien en ningún momento le apartó la vista de encima.

-¿Lo conoces? -preguntó Cristóbal, con gran inquietud.

-Yo no, pero él sí a mí. Es mi vecino, vive al lado de mi


departamento y debe estar enterado de toda mi desgraciada vida
-replicó la muchacha con irritación.

-¿Estás nerviosa? -preguntó el muchacho a medio camino.

-No, aprieta mis manos aún más que mi muerte es ineludible...


-replicó la muchacha con la voz temblorosa.
Al llegar a la clínica le fue inevitable no estremecerse por la fuerte
angustia y comenzó a sentir fuertes mareos. De pronto, su cuerpo
comenzó a languidecer y súbitamente se desmayó. Al despertar y
verse acostada, acorralada por una enfermera lista para sacar una
muestra de sangre de su brazo derecho, instantáneamente clavó
una mirada de terror en su hermano.

-Tranquila... -le dijo éste, intentando disimular su fuerte


nerviosismo.

-El virus me mata... y la angustia también -dijo ella, poniéndose a


llorar.

-¿Cuándo tendremos el resultado? -preguntó de pronto la


muchacha.

-Mañana por la mañana... -replicó la enfermera, con una piadosa


sonrisa.

Al salir de la clínica se dirigieron veloces al departamento. El


muchacho prendió todas las luces y la muchacha se echó
bruscamente sobre el sillón.

-¿Ves que aun tienes esperanza? -preguntó de pronto Cristóbal, con


la mirada ilusionada.

-No la tengo... -replicó la muchacha agachando la mirada.

-¿Y por qué preguntaste por tus exámenes?

-Curiosidad... –respondió ella con decepción.

-Cuando te des cuenta de que estas bien te regresarás conmigo a


casa... -dijo el muchacho emocionado.
-Quiero morir sólo contigo... -dijo Janice, bajando la mirada,
poniéndose a llorar.

Dieron las ocho de la noche y la muchacha se acostó en su cama


con su diario en la mano y tras revisar sus últimas memorias
exclamó de pronto:

-Tengo que salir...

-¿Salir, a dónde? -preguntó Cristóbal frunciendo el ceño,


asombrado.

-A visitar a una amiga... -dijo Janice serena.

-Ya es tarde... ¿por qué no lo haces mañana?

-Mis fantasmas no me dejaran dormir si es que no lo hago hoy...


-replicó la muchacha con decisión y salió rápidamente.

Al llegar a la calle se sintió dominada por una repentina fuerza. Le


urgía ver lo antes posible a Carolina, sincerarse de una vez y sobre
todo… le urgía pedir perdón.

<< ¿Y qué haré si encuentro a Germán? -pensó justo a fuera del


departamento, sin querer responderse y comenzando a tocar la
puerta.

Segundos más tardes salió Carolina en bata. A penas pudiendo


mantenerse en pie; tambaleándose, con el rostro cetrino y más
delgada que nunca.

-¿Qué quieres? -preguntó mientras desviaba el rostro como una


mezcla de rabia y vergüenza.

-Hablar contigo... -respondió Janice turbada.


-¿Me vienes a ver a mí? –preguntó Carolina, como con ironía.

-Sí... ¿estás sola? -preguntó Janice, intentando disimular su


turbación.

-Sí, Germán ya no vive aquí... pero bueno; pasa si quieres... -dijo


Carolina y la invitó a la sala.

-¿Cómo estás?... -preguntó Janice con una mirada llena de tristeza.

-Como me ves... ¿quieres un té?

-No, gracias... –dijo Janice susurrando.

-Yo sí; espérame un poco... -dijo Carolina y se dirigió con dificultad


hacia la cocina.

Janice cayó presa de una angustia terrible. Era tanta su tristeza por
verla así, tan demacrada, tan delgada... que no pudo aguantar más
la culpa y comenzó a intentar salir despacio del departamento.

-¿A dónde vas? -dijo de pronto Carolina, acercándose.

-No me siento bien... –dijo Janice con voz media ininteligible.

-Yo tampoco... ¿sabías que tengo sida? -dijo de pronto Carolina


echándose a llorar.

-Sí... -contestó Janice aterrada.

-Ese desgraciado... ¡tenía tantas amantes! Y yo que le aguantaba


tanto... y yo que aún lo amo tanto... ¡dios mío, soy tan miserable!
-dijo Carolina desesperada.

-Tranquilízate por favor... -dijo Janice, bajando la cabeza, sin poder


mirarla fijamente a los ojos ni siquiera unos segundos.
-Germán tenía muchas, muchas amantes... -dijo de pronto Carolina,
intentando dejar de llorar.

-¿Muchas amantes? -preguntó Janice con gran estupor.

-¿Por qué crees que me contagié? -preguntó Carolina en voz


altísima, con un tono duro como enfurecido.

-Ya me voy... tengo a mi hermano solo en la casa... -dijo Janice y se


paró con desesperación del sillón.

-No, no, siéntate, por favor... -dijo Carolina, limpiándose las


lágrimas.

Janice comenzó a sentir fuertes pulsaciones en la cabeza, seguidas


de un intenso calor que comenzó a recorrer fuertemente su cuerpo
provocándole una molesta picazón.

-¿Y lo has visto? -preguntó de pronto Carolina.

-No... -respondió Janice apagadamente.

-Si lo ves dile que no quiero morirme sola, que venga a morirse
conmigo...

Con estas últimas palabras Janice quedó mucho más que perpleja.

-Dile que lo amo de todas formas y que siento mucha lástima por él
y por mí... en fin, nos casamos para vivir juntos hasta la muerte...
-agregó de pronto Carolina.

-Soy una basura... -balbuceó de pronto Janice y luego pegó la


mirada por algunos instantes sobre la pobre mujer.

-¿No vas a decirme lo que querías confesarme? -preguntó de


pronto la mujer, sonriendo con ironía.

-No puedo… -balbuceó Janice.

-Ya lo sé de todas formas... -agregó la mujer comenzando a reír en


voz alta.

-Discúlpame... –dijo Janice sollozando.

-Creo que ni en el cielo podré perdonar ni a ti ni a Germán pero de


todas formas los tres tenemos un castigo.

-Sí... y yo me lo merezco pero… ¡tú no! -exclamó de pronto Janice


desesperada.

De pronto hubo un breve silencio, un silencio intenso en el que sólo


se hacía sentir la acelerada respiración de Janice, quien comenzaba
a agitarse más y más producto de la obligatoria opresión de ciertas
palabras que quiso decir en aquel momento.

-¡Yo también me lo merezco por ser tan estúpida! -exclamó de


pronto Carolina y luego abrazó con gran fuerza y desesperación a la
muchacha.

Las dos mujeres comenzaron a llorar desesperadas; a expresar su


abultada tristeza y a alivianar en cierta forma la carga que llevaban
en su dolorido corazón.

-¡Esto es un castigo, esto es un castigo! -gritó Carolina hasta que se


le apagó un poco la voz.

-¿Alguna vez te has hecho algún examen para comprobar lo del


virus? -preguntó de pronto Janice, asombrada de poder sacar la voz.

-No... ¡Qué necesidad hay de eso! ¡Mírame como estoy!


-Mmm... -susurró Janice.

-¡Míranos a las dos! ¡El amor nos ha llevado a la muerte! -exclamó


Carolina paranoica.

Novena parte

Al día siguiente, inesperadamente Janice comenzó a experimentar


cierta serenidad. En su alma no esperaba nada más de la vida pero
si ciertas cosas de la muerte.

-¿A dónde vas? -le preguntó a Cristóbal en una mañana, con la


mirada perdida, sumamente concentrada en su reflexión.

-A buscar tus exámenes... hay que dar este último paso... -dijo el
muchacho con voz temblorosa, pero con cierto optimismo.

-No vayas y tranquilízate un poco -dijo la muchacha serenamente.

-Tengo que ir... bueno... ya vengo ¡adiós! -dijo Cristóbal y se marchó.

La muchacha continuaba perdida en la reflexión. Era increíble pero


ahora la muerte le ofrecía ciertos deleites. Ya no temía e incluso se
refugiaba en la idea de desaparecer con cierta emoción.

<<Ya no voy a tener que esconderme... ¿qué fantasmas podrán


atacarme? ¡Dios me ha quitado el tormento! Y me dará por fin la
paz que en tanto tiempo busqué, esa serenidad que siempre
confundí con eso que llaman "felicidad"... ¡castigo necesario!
¡Reconfortarte castigo! ¡Descansador castigo! ¡Buen castigo!>>
exclamaba con el alma emocionada y con la mirada brillante.

Unas horas más tarde llegó Cristóbal sin hacer ruido, reflexivo, con
la mirada mucho más que acongojada y sin poder decirle nada a su
hermana.

Pronto llegó la noche y el diálogo entre los muchachos se hizo


ineludible.

-¿No vas a decirme nada? -preguntó Janice sonriente.

-No sé qué puedo decirte... -dijo Cristóbal con la cabeza agachada y


comenzando a derramar algunas lágrimas silenciosamente.

-Te quiero mucho... -dijo Janice, sin sacar la sonrisa de su rostro,


acercándose un poco más y tocándole el hombro.

-¡No quiero que te mueras! -exclamó de pronto Cristóbal presa de


una fuerte angustia.

-Si tú deseas mi tranquilidad, deseas inconscientemente mi muerte


-dijo la muchacha, acariciándole los cabellos con dulzura.

-¡Yo deseo tu felicidad! ¡Yo quiero que vivas mucho tiempo más!
-exclamó Cristóbal, abrazándola con desesperación y empapándole
el hombro de lágrimas.
-Hay un sentimiento mucho más necesario que la codiciada
felicidad, lo único que yo necesito es serenidad -dijo Janice
alejándose un poco de él y mirándolo fijamente.

-Entonces yo deseo solamente mi felicidad, yo deseo que te quedes


siempre conmigo... -dijo Cristóbal con un profundo dolor,
intentando dejar de llorar y haciéndose el fuerte frente a su
hermana...

-Piensa por mí, por favor, Cristóbal, piensa por mí... hace tanto que
no disfrutaba de un poco de tranquilidad, hace tanto. No excites
mis nervios, por favor. Regálame una sonrisa y tus bendiciones que
todos debemos de morir algún día y yo lo haré con satisfacción.

-Creo que has enloquecido... –dijo Cristóbal con el rostro


horrorizado y con gran aturdimiento.

-Al contrario, creo que por primera vez en mi vida estoy pensando
con tanta racionalidad.

-¿Racionalidad? –preguntó el muchacho frunciendo el entrecejo,


mucho más que turbado.

-Es racional privarse del sufrimiento, aunque sea en el último


momento, aunque sea en tu muerte... ayer tú me preguntaste cuán
necesario era sufrir si tu dolor puede ser evitable ¿te acuerdas?

-Sí... -dijo Cristóbal, intentando normalizar su rostro, dejando de


llorar y mirándola fijamente.

-Eso hago, me privo del dolor, me doy al deleite, a la tranquilidad


que es un maravilloso placer que pocos afortunados
experimentan... -dijo Janice con una gran sonrisa que alegraba
bellamente su demacrada fisonomía.

Después de aquel día, pasaron varias semanas en las que la


muchacha sólo se mantuvo acostada, con la mente fija sólo en sus
profundas reflexiones. Con el alma serena y los ojos brillantes, sin
tener noción del tiempo... la primavera estaba por empezar y esta
era la estación del año que más le gustaba. ¡Cómo disfrutó en su
adolescencia de la naturaleza! Del bello paisaje que le ofrecía su
pueblo, cuando este aún era hermoso, tiempo en el que no podía
reclamarse nada así misma, tiempo en el que amaba la vida
profundamente aunque su madre la privara de casi todo... ¡cuánto
disfrutó de la vida en ese tiempo y cuánto disfrutaba ahora de su
muerte!

<<Hay que saber vivir y hay que saber morir. Quien vive rápido
ineludiblemente muere rápido; pues ya lo ha vivido todo, aunque
sin detenerse a disfrutarlo, en fin ¡ya lo he vivido todo! ¿Qué me
queda a mí, qué me queda a mí?...>> pensó inspirada en una fresca
mañana, que le enseñaba a amar de todas formas lo vivido y lo
perdido.

-Hay alguien que quiere verte... -dijo Cristóbal, interrumpiendo su


reflexión.

-¿Quién? ¿Es hombre o mujer?

-Es hombre...

-Yo no tengo amigos, sólo tengo amigas...

-No sé quién pueda ser... ¿lo hago pasar o le digo que se vaya?

-¡Que se vaya! –dijo sin parar su reflexión. -No... Espera, que entre,
que entre en un par de minutos; voy a vestirme –añadió de prisa.

El muchacho salió hasta la calle y minutos más tarde entró


acompañado de Germán.

-Después te cuento todo, retírate hermano...

-¿Quién es? -preguntó Cristóbal inquietado.

-Después te cuento, ve a comprar las cosas que hacen falta.

Cristóbal salió a la calle y cuando los muchachos se quedaron solos


Germán se echó a los pies de la muchacha.

-¡Perdóname! -exclamó a viva voz.

-¿De qué quieres que te perdone? -preguntó Janice estupefacta al


verlo así.

-De haberte culpado de mi maldita desgracia ¡tú no eras la sidosa!


¡Era yo! -dijo Germán y se cubrió el rostro avergonzado.

-Yo también tengo sida… -dijo Janice balbuceante.

-Pero no eres tú quien me lo ha pegado sino yo a ti.

-Yo he cometido muchos errores en mi vida... tú lo sabes bien.

-Sí, pero Roxana… una amiga con la que me acostaba hasta hace
poco me ha contado que está contagiada desde hace ocho meses
¡imagínatelo! Nunca me contó nada y me destruyó en silencio...

-¿Roxana?... -preguntó Janice con turbación.

-Si... te destruí la vida a ti y a Carolina, todo por mi desenfrenada


vida...
-Tranquilo... -dijo Janice acariciándole el cabello.

-¡Ódiame! Hazlo como lo hace Carolina, ódiame tú también, todos


me odian, hasta mi propia familia me desprecia ahora...

-No, no te odio... -dijo Janice intentando recuperar la serenidad y


conmovida por ver tan derrotado a ese hombre que tanto amo.

Germán comenzó a llorar con bullicio, con una desesperación que ni


siquiera le permitía levantarse del piso.

-Levántate...fue una mala suerte; sólo eso... -dijo Janice seria,


mientras lo ayudaba a ponerse en pie.

-¿Realmente crees que fue una mala suerte? ¡Una mala suerte!
-dijo Germán, de pie, intentando secar sus lágrimas.

-Así es... yo no puedo juzgarte; creo que sería una hipocresía...

-¿Quieres que me vaya? -preguntó de pronto Germán con el rostro


avergonzado.

-No, no... Esta vez has lo que tú quieras… -dijo Janice en voz baja y
estando muy confundida.

-Cuando regresé a Chile, llegué con mucha emoción... ¡realmente


pensaba en pedirte que estuvieras conmigo para siempre!
¡Realmente lo pensaba! Pero cuando mi madre me contó cosas de
ti, la decepción y la rabia hicieron que me sintiese miserable… luego
conocí a Carolina, nos casamos y todo, pero jamás dejé de sentirme
traicionado e insatisfecho... por eso busqué en otras mujeres… no
sé, lo que me faltaba. Luego, cuando te encontré... cuando te
encontré... ¡sólo deseaba vengarme! ¡Y ahora ya me ves!
-Por eso... no me pidas nunca más perdón... creo que estamos a
mano... -dijo Janice después de un melancólico suspiro.

-¿Qué te pasa que ni siquiera te noto afectada, ni desesperada, ni


nada? ¡Qué te pasa! -preguntó Germán desconcertado.

-Me hacía falta un buen diálogo conmigo misma, un buen y bien


hecho diálogo conmigo misma… además de ser capaz de analizar
mis acciones con serenidad y esas cosas... en fin, hice eso... y
además de eso conversé con dios.

-Mmm...¡hum! Perdóname por todo... -dijo Germán después de un


suspiro. –Adiós –añadió y comenzó a retirarse.

-No; de verdad, ya no me pidas nunca más perdón. Pídeselo a la


pobre de Carolina, yo ya lo hice, ambos le hicimos mucho daño...
-dijo Janice intentando recobrar algo de serenidad.

-Ni siquiera sería capaz de mirarla a los ojos...

-Me dijo que te digiera que te ama, que te ama profundamente y


que quiere pasar sus últimos días contigo.

-Me ama... ¡me ama! Es tan buena... –dijo reflexionando algunos


instantes.

-Así es...

-Bueno, me voy... ¡adiós!

Esto fue lo último que exclamó Germán antes de marcharse,


mordiéndose los labios como lo hacía en sus momentos de
nerviosismo y en este caso de desesperación. Janice se quedó
parada frente a la puerta unos diez minutos; pensativa, reflexiva; de
un momento a otro había adquirido tanta fuerza, tanta fuerza que
aún no conseguía explicarse así misma de dónde provenía aquella
infinita fortaleza que alojaba con tanta decisión en su alma.

-Definitivamente me estoy convirtiendo en otra persona –exclamó


Janice, después de unos instantes de reflexión.

-Ya vengo... -dijo de pronto la muchacha a Cristóbal, quien llegaba


cargado de bolsas.

-¿A dónde vas? No salgas... hace un frío terrible a fuera… -dijo el


muchacho preocupado.

-Necesito respirar aire libre... -replicó Janice con firmeza.

-No vayas; quiero hablar contigo.

-Créeme siento una fuerte necesidad de salir, no es por evadir


nada...

-Bueno, anda y luego hablamos...

Aunque estaban a mediados de septiembre y la primavera estaba a


pocos días de empezar, la temperatura aún continuaba baja. El cielo
estaba nublado... las flores hermosas y llenas de vida, el césped
húmedo por la fuerte lluvia de los días anteriores… todo esto tenía
el patio impregnado de una envolvente frescura... un olor
reparador, un olor que resultaba más que exquisito para la
muchacha. ¡El día le parecía tan hermoso! Aun después de aquella
escena con Germán, aun sabiendo que estos eran sus últimos días...
¡por fin estaba disfrutando de la vida! Eso era innegable...

-Janice, entra... -dijo de pronto Cristóbal; asomándose


sorpresivamente en la puerta.
-¡No podría ser capaz de privarme de estos deleites! Cristóbal...
hermano ¡mi hermano! ¿Sabes lo que más deseo en estos
momentos?... ¡deseo infinitamente volver a disfrutar la primavera,
una primavera entera, de esas que alegres pasamos tantos años!...
-exclamó Janice después de un sereno suspiro.

-¿Y cuál es el problema, hermana…? La primavera ya casi se


asoma...

-Y ya se siente... se siente tanto... y más que en el ambiente, está en


mi corazón... -dijo Janice después de un suspiró, llevando una
sonrisa en los labios.

-Janice, hace rato te pedí que entraras porque tienes bastantes


llamadas perdidas en tu celular...

-¿Quién podrá ser? Sólo Carolina... –dijo en voz baja.

-Sí, así es, creo que ella es...

-Anda y tráeme el celular, por favor.

El muchacho entró al departamento en busca del objeto y salió


rápidamente con este en la mano. Efectivamente, era Carolina.
Janice marcó al celular de la muchacha y luego de varios minutos de
intentar comunicarse, finalmente, consiguió que ésta le contestara.

-¡Soy yo! ¡Carolina! Dime cómo estás...

-Mal, muy mal, muy mal ¡muy mal! -replicó la muchacha con
desesperación.

-¿Qué sucede?

-Germán está muerto.


Janice quedó perpleja; con el rostro semi verdoso de la impresión y
mecánicamente fijó su mente al cielo.

-Germán se murió ¡Germán se murió! ¡Janice! ¿Me escuchas?


¡Germán se murió! ¡Ha muerto!

-Si sé. Te escuché -dijo Janice, turbada, apenas pudiendo sacar la


voz.

-Hace un rato vino a verme... ¡hace un rato vino a verme sólo para
pedirme perdón! ¡Sólo para pedirme perdón! Le rogué que se
quedara, pero por más que le supliqué se fue... ¡se fue como un
loco! Como un desquiciado... ¡estaba tan mal! ¡Dios mío, se veía tan
mal! Y yo le permití que se marchara... ¡y ahora ya no está! Se
suicidó... Se suicidó –dijo la pobre Carolina presa de una profunda
desesperación.

-Sí... -balbuceó Janice; comenzando a reaccionar de a poco.

-¿Me escuchas Janice? ¡Te dije que ya no está, que se mató!

-Dios mío... ¡Dios mío! -dijo Janice moviendo su cabeza de un lado a


otro.

-¡Estoy tan desesperada! -exclamó Carolina en medio de un llanto


desgarrador.

Janice soltó inconscientemente el celular sin poder apartar su


mirada del cielo. Comenzó a concentrarse, algo había en el cielo,
algo había entre las nubes... un toque rojizo, una mancha
ininteligible, pero algo era o al menos algo creía ver.

-Vámonos... -dijo Cristóbal a su hermana y se la llevó del brazo con


mucha dificultad hasta llegar finalmente a la sala del departamento.
-¿Cristóbal, que hice? Dime si es real todo lo que creí haber
presenciado...

-Me imagino que sí, aunque tiraste el celular...

-Puede ser... es verdad... ¡dios mío! -dijo Janice arrugando los ojos
con fuerza.

-Acuéstate un rato, hermana, estás muy cansada.

-Llévame a casa de Carolina, por favor... -dijo de pronto la


muchacha, balbuceante, en voz baja, pero con decisión.

-Sí, pero acuéstate un rato, por favor.

La muchacha fue hasta su habitación y se acostó mecánicamente en


su cama. Cristóbal la tapó con las mantas y luego le apagó la luz.

-Duerme hermana, te vez mal... -dijo el muchacho susurrando.

-Creo que todo ha sido un sueño -dijo Janice, derramando algunas


espontáneas lagrimillas y luego de algunos minutos se durmió.

Tuvo un sueño terrible, en el que veía a Germán en medio de unas


aterradoras llamas, pidiéndole auxilio, con llanto, gritos y gemidos
horripilantes... turbadores, que hicieron temblar su delgadísimo
cuerpo hasta que por la agitación del mismo terror consiguió
despertar. Al abrir sus ojos se vio en una oscuridad terrible; las luces
de la casa estaban todas apagadas y era tanto su miedo que no se
atrevía a levantarse y prender la luz. Quiso gritar, lo intentó un par
de veces, pero la voz no le salía. Se le vino a la mente lo vivido antes
de acostarse y luego de una extraña reflexión se sintió con súbitas
fuerzas para levantarse. Prendió todas las luces de la casa, se dirigió
hasta la otra habitación, y ahí se encontraba Cristóbal durmiendo
vestido, sobre las frazadas, en un sueño profundo. Le habló un par
de veces pero como no fue suficiente lo zamarreó con fuerza hasta
conseguir que despertara.

-¡Me asustaste! ¿Qué te pasó? -preguntó Cristóbal, fregándose los


ojos un poco irritados por la luz.

-Tengo que salir... pero no te quiero pedir que me acompañes; sólo


quería avisarte.

-¿Salir a dónde? ¡Es tarde Janice, bastante tarde!

-Hay algo que debí haber hecho hace rato, Cristóbal ¡no puedo
retrasarme más!

-Voy contigo, espérame -dijo Cristóbal y se levantó rápidamente.

Los muchachos se dirigieron hacia la casa de Carolina; eran las


23:50 de la noche y como casi no andaba gente en las calles, al salir
del edificio tomaron un taxi.

Finalmente, llegaron al departamento de la muchacha. Éste parecía


estar congelado, con un frío intenso, con olor a podredumbre y con
ropa desparramada por todas partes. Ahí se encontraba Carolina,
desesperada, con el rostro todo manchado por el maquillaje
escurrido, con los ojos rojos e hinchados por el reiterado llanto y
con el cabello todo despeinado y toda demacrada. Hizo pasar a los
muchachos y sin decir nada se echó a llorar en un apartado rincón,
cubriéndose el rostro, con lamentos debilitados y pegándole
constantes golpes al suelo.

-Creo que en los sueños se me ha dicho que hacer... -dijo de pronto


Janice, acariciándole los cabellos con suavidad.
-¿Qué? ¿Qué debes hacer tú? ¿Qué debo hacer yo? -preguntó
Carolina desesperada...

-Darle a Germán una digna sepultura; rezar por su alma, pedir


perdón por él y sobre todo... dejar de morir en vida.

-¿Dejar de morir en vida? Dime ¡quién ha conseguido morir en vida!


¿Quién ha conseguido ese tranquilo estado? Yo sigo viva,
consciente de mi insoportable dolor... veo las cosas tan oscuras, tan
oscuras e ininteligibles que no consigo entender para qué vivo si
vivo cargando con este sufrimiento... ¡si sé que aunque viviera cien
años no conseguiría despojarme de este martirio! Sólo quiero
morirme, créeme. ¡La muerte es para mí un gran alivio y vivir se ha
vuelto un insoportable sufrimiento! Esta agonía desgraciada se me
ha hecho tan lenta, tan desesperante, que mi corazón siente tanta
rabia contra Dios por no llamarme a su lado pronto, por no dejarme
descansar, por no dejarme olvidar esta maldita situación...

-Por favor no digas esas cosas tan horribles... -dijo Janice


preocupada.

-¡Veo todas las luces apagadas! Necesito tanto a Germán, a


Germán, el amor de mi vida, sin él no entiendo, no entiendo nada,
de verdad ¡veo todo nublado! -exclamó Carolina en voz altísima,
gritando, desahogando así un poco su cargado y dolorido corazón.

-Tranquilízate, por favor...

-¡Ni siquiera puedo suicidarme! ¡Dios mío, quiero morir en paz!


¡Cuándo tú lo dispongas, pues tú me anunciaste la muerte!

-Entonces no te queda más que esperar, esperar con serenidad,


Carolina, lamentablemente o afortunadamente el final aún no ha
llegado, aún queda tiempo y hay que saber soportar ¡hay que saber
soportar! -dijo Janice con el corazón encendido de mezcladas
emociones.

-Creo que pienso lo mismo que tú, pero se me hace difícil agarrar
fuerzas de donde no las tengo... ¡dios mío, Angelina! Ayúdame a
sentirme como tú... ayúdame a saber esperar... -dijo Carolina con la
mirada perdida y con una de esas sonrisas que parecen propias de
los desquiciados.

Después de esto, pasaron siete días turbantes, chocantes para la


infortunada Carolina, hasta que finalmente llegó su tan anhelada
muerte. Ese día antes de fallecer, utilizando sus últimas fuerzas
llamó a Janice con serenidad. Cuando ésta llegó a su casa, Carolina
cayó a los pocos minutos rendida, con las fuerzas agotadas, dando
paso a su anhelada muerte con un fuerte alivio en su corazón. Se
despidió con una sonrisa en los labios; con los ojos empapados de
lágrimas y con las manos acomodadas sobre su pecho. En su mismo
departamento, en su misma habitación y sobre esa misma cama
que por tantos años compartió con el amor de su vida.

Janice lloraba apoyada en la cama. Eran casi las seis de la


madrugada y ya casi comenzaba a amanecer.

-¡Levántate hermana! ¡Levántate! -gritó Cristóbal súbitamente.

Janice continuaba con un intenso y continuo llanto. Minutos más


tarde Cristóbal volvió a gritar.

-¡Es una hermosa mañana! Ha comenzado a amanecer...


Janice se levantó de pronto, llevando el rostro empapado de
lágrimas pero con una tenue sonrisa en los labios.

-¡Ya es primavera! -exclamó a viva voz.

Cristóbal sonrió sutilmente.

-¡Ya es primavera! ¡Ha llegado la primavera! -exclamó Janice


inundada de una súbita felicidad.

Cristóbal abrió todas las ventanas, sólo para recibir el nuevo aire, la
nueva frescura que tanta vivacidad entregaba a sus corazones...

Aquella mañana era preciosa, el cielo tenía un color especial y los


pájaros cantaban más alegres que otros días. Aquella mañana era la
primera de primavera, un 21 de septiembre reconfortante, un 21 de
septiembre inspirador y sobre todo, un día demasiado esperado por
Janice Seguel. Por fin se alejaba el duro y tormentoso invierno y se
daba paso a la frescura, a los nuevos pensamientos y al gusto por la
vida de la que aún no era privada...

El departamento dejó entrar la luz y se iluminó totalmente el rostro


de Carolina, quien por fin había conseguido su tan anhelado
descanso.
Décima parte

-Mírame un poco hermano... mira que vivaz me veo, qué despierta,


qué alegre... pero ¡no mires mi cuerpo, ni mi rostro! Simplemente
lee mis ojos, ignora lo demás, el camino de mi mirada te llevará
hasta mi alma...

-Te veo Janice Seguel, te ves tan hermosa, tu alma se ve tan


hermosa pues estás totalmente serena... ¡ahora amas la vida! Ahora
amas la vida... -dijo Cristóbal, emocionado, con los ojos llenos de
lágrimas.

El rostro de Janice tenía un color más que pálido, sus ojos medios
irritados habían adoptado un tenue color rojizo por sus desvelos
opcionales en las noches. Ya no eran tormentos los que la hacían no
dormir, ahora era el aprecio por la vida, por ver, observar y
analizarlo todo.
Aunque su rostro pálido, casi verdoso y su cuerpo extremadamente
delgado hacían resaltar con exageración su enfermedad, al mirarla
se llevaba uno una impresión dulce, angelical, de esas que agradan
profundamente al alma.

Janice había encontrado en su búsqueda desesperada por un


sentido existencial, un sentimiento superior a la propia felicidad que
buscan tanto los hombres. Su alma estaba serena, tan serena, que
le daba la sensación de que al botar el aire cuando respiraba botaba
de a poco toda su carga emocional. Ahora su alma estaba casi pura,
su mente más clara y sus pensamientos mucho más livianos pues
tomaba todo como un pasado superado.

Se pasaba tardes enteras frente a la ventana, sumida en la reflexión,


sumida hasta en los más mínimos detalles de su alrededor con
mucha, mucha serenidad.

Cierta tarde Cristóbal le dijo a su hermana:

-Quiero pedirte algo muy, muy especial...

-Lo que tú quieras... -replicó la muchacha acompañada de una


dulce sonrisa.

-¿Te irías conmigo a casa?

-Por supuesto que me voy... ya es hora, hermano -dijo Janice


convencida, con una mirada brillante que delataba su emoción.

Cierta mañana partieron rumbo a casa, con pocas maletas, pero


cargados de muchos recuerdos. En su pueblo el clima estaba un
poco más que fresco. Los suelos estaban húmedos y el césped
verde intenso y las flores recién nacientes formaban el paisaje más
hermoso que Janice jamás vio. A media tarde se asomó el sol y
justamente a esa misma hora Janice pisó nuevamente su hogar.

-¡Hijita mía! -exclamó Carmen con los ojos empapados de lágrimas.

Janice la contempló varios minutos, con la mirada fija, un poco


bloqueada, hasta que finalmente logró salir de la turbación y se
arrojó sobre ella.

-Carmela... ¡Carmela! Aún tengo valor para mirar tus lindos ojitos...
dios me ha dado fuerzas y ánimo, mucho ánimo... si me hubieses
encontrado hace algunas semanas… no podría abrazarte ni besar tu
frente con tanta dulzura como lo hago ahora... ¡te quiero mucho!

-¡Mi muchacha! Mi muchachita... nunca más te acuerdes de esas


malévolas cosas que en tanto tiempo ni siquiera te permitían
dormir en la noche... por favor criatura, siéntete valiosa, lo eres
para el mundo, por tu optimismo, y lo eres infinitamente para mí
pues eres la hija que no tuve pero que siempre deseé tener.

Las mujeres se abrazaban, se abrazaban con fuerza pero a la vez con


tanta suavidad, con tanta dulzura... Aunque Carmen lloraba por la
emoción, tenía una pena indescriptible en su alma. Sin embargo
Janice, en sus celestiales pensamientos y en su infinita serenidad
podía apreciar a Carmen feliz, vivaz, más vivaz que cualquiera.
Janice Segel estaba viviendo la vida... con tanto sentimiento, con
tanta energía, con tanta luminiscencia...

Cinco minutos más tarde la escena se interrumpió al ver llegar a


Mariana, con el rostro serio, con la mirada perdida, desviando un
poco su cabeza.
-¡Mariana! -exclamó Janice con los ojos empapados de lágrimas.

-Hermana… -susurró Mariana con muchísimo sentimiento, luego


agachó la cabeza y se fue sin decir nada.

Cristóbal y Carmen se miraron y guardaron un largo silencio…

-Mariana…mi hermana… ¿siente rabia, tristeza, lastima por mí?... –


dijo Janice con lágrimas en los ojos rompiendo el silencio.

-De seguro tu hermana tiene emociones mezcladas…tú no te


entristezcas…ya se le pasará… -dijo Carmen, acompañada de una
fingida sonrisa, mientras sentía que tanta pesadumbre le deshacía
el alma.

-¡Mariana no vale nada! –exclamó de pronto Cristóbal, lleno de ira.

-No digas eso nunca más… por favor, –dijo Janice recobrando la
serenidad y quedando pensativa por algunos instantes… -¿Cómo
sigue mi padre? –preguntó de pronto.

-Como siempre… -susurró Carmen con congoja.

–El otro día le golpeé insistentemente la puerta durante media


hora, pero por más que insistí no me quiso abrir -dijo Cristóbal con
tristeza.

-Hace un par de semanas vino un psiquiatra a verlo, por petición de


toda la familia... –dijo de pronto Carmen.

-¿Y cómo lo encontró?

-Muy mal, tiene una enfermedad muy rara... parece que está
demente… -dijo Carmen sollozando.
-¡Mi padre! -exclamó Janice con desesperación y partió hasta la
habitación del hombre acompañada de Cristóbal y Carmen.

Al llegar hasta a fuera de la habitación de su Padre Janice exclamó:

Padre, padre, ábreme, estoy enferma...

En ese instante se sintió un gran bullicio. Era el hombre, quien al


escuchar las palabras de su hija comenzó a llorar desesperado.

-¿Qué hacemos? -preguntó Cristóbal preocupado.

-Irnos... dejarlo, dejarlo ordenar su mente y sobre todas las cosas...


quererlo con todo el corazón –dijo Janice con solemnidad.

En ese momento Cristóbal se abalanzó sobre la puerta con todas


sus fuerzas con la intención de derribarla.

-No, no ¡no! Tranquilízate -exclamó Janice desesperada.

-¡Váyanse todos al infierno! -exclamó de pronto el hombre desde su


habitación.

Todos dispusieron a retirarse menos Janice quien se quedó parada


enfrente de la habitación en el más completo silencio.

-¡Janice! ¡Angelina! ¿Tú todavía estás ahí verdad? -dijo de pronto el


hombre.

-Sí, papá...

-¡Vete, vete, por favor, que mis ojos no podrán mirarte!

-No...

-Vete, vete de aquí. ¡Lárgate! -exclamó el hombre con fuerza y luego


se echó a llorar.

La muchacha comenzó a caminar mecánicamente, con el corazón


dolorido y el rostro turbado sin poder pensar en nada fijo.

-Hay alguien que te ha buscado en todo este tiempo... -dijo Mariana


sorpresivamente, al ver a Janice llegar a la sala.

-Dime primero ¿qué sientes conmigo? –preguntó Janice mordiendo


sutilmente sus labios con preocupación.

-No tengo nada contra ti, Janice… pero debo decirte algo, creo que
es urgente… -dijo Mariana con apatía.

-¿Sobre esa persona que dices que me ha estado buscando? ¿Lo


conoces?

-No, lo aprendí a conocer... él venía constantemente a la casa a


preguntar por ti... se llama Gustavo, dice que te conoce bastante... –
replicó Mariana, mientras desviaba la mirada.

-No recuerdo a ningún Gustavo, al menos por ahora... creo que ya


después se me refrescará un poco la memoria.

-Puede ser... -dijo Mariana con la mirada perdida y los ojos


entristecidos, como en la más completa desolación…

-¡Eres bonita! Muy bonita... -dijo Janice a Mariana con la mente


nublada y luego se retiró a dormir.
Undécima parte

A la mañana siguiente todos se levantaron sumamente temprano a


tomar el desayuno con la muchacha.

-Janice, ayer se me olvidó decirte algo... –dijo de pronto Mariana


con solemnidad.

-¿Qué es? -preguntó Janice ruborizada al recordar la conversación


del día anterior.

-Gustavo vendrá hoy por la tarde a tomar el té... ya le avisé de que


llegaste a la cuidad.

-¿Gustavo? Ah… Por más que intenté acodarme de él ayer en la


noche no lo conseguí.

-Tranquilízate, sé que lo conoces... bueno, ojalá que pasen una


tarde entretenida mientras yo no estoy...

Mariana se levantó de la mesa con el rostro rígido, agarró su


mochila y se dirigió sin decir nada más a sus clases en la
universidad.

-¡Hum! -exclamó Carmen con cara de preocupación disponiéndose


a recoger los platos.

-Espera... ¡siéntate, por favor, Carmela!

-¿Qué pasa?...

-¿Tú también conoces a Gustavo, verdad?

-Sí.

-¿Quién es?

-Yo lo conocí sólo porque…ha venido muchas veces a la casa.

-¿Mariana y él son amigos?

-Para Mariana esa amistad es mucho más que una simple amistad…
-dijo de pronto Carmen, y luego ruborizada guardó un breve
silencio.
-¿A ella le gusta él? –preguntó Janice con inquietud.

-Por favor no me preguntes cosas que no me incumben…

-Está bien...

Finalmente, a las cuatro de la tarde llegó Gustavo, arregladísimo,


con una sonrisa que alegraba tiernamente su fisonomía.

Janice lo observó con detenida atención durante varios minutos.


Ese rostro le pareció ininteligible durante varios instantes hasta que
al hacer trabajar con fuerza e insistencia su cerebro, llegó
finalmente a recordarlo.

-Creo que te vi hace poco... -dijo la muchacha de pronto en voz


baja.

-Hace algunos meses, Janice ¿te parece que fue poco tiempo?
-preguntó el muchacho, dejando de sonreír y agachando la cabeza
con tristeza.

-Me refiero a que te vi muy poco antes de salir...

-Sí, eso sí. Janice... te ves hermosa... –dijo de pronto él,


observándola fijamente a los ojos, sin quitarle la vista de encima
por varios minutos.

-Sólo te vi aquella vez ¿verdad? –preguntó Janice ruborizada.

-Yo te conozco hace mucho…tengo que decirte muchas cosas, pero


tiene que haber privacidad.

Carmen se retiró del comedor con mucha inquietud.

Al quedarse solos en el comedor el muchacho aprovechó la ocasión


para acercarse y acariciarle con suavidad el cabello.

-¡Sigues siendo tan, pero tan hermosa! Sigues siendo tú… -dijo él
con la mirada brillante y llevando una emocionada sonrisa.

-¿Quién eres? -preguntó Janice petrificada.

-Soy Gustavo... yo te veía siempre, te observaba en todas tus


fiestas, siempre eras la reina, la más atractiva, la más sexy. Siempre
te amé en secreto... brillabas más que una estrella...

-De mis fiestas, poco me acuerdo… y es mejor no recordar esos días


de adrenalina...

-No me molesta que no te acuerdes de que acudía a cada fiesta a la


que ibas. Me duele que no te acuerdes de aquel beso que alguna
vez me diste...

-¿Yo? ¿Yo te besé? -preguntó Janice aterrada.

-Así es... -respondió él en voz baja.

-Dime una cosa... ¿sólo fue un beso, verdad?

-Sólo un beso.

En ese momento Janice comenzó a llorar desesperada, a llorar con


fuerzas y fue tanto el bullicio que Carmen entró asustada al
comedor para ver qué pasaba.

-Vete, Carmen, por favor, vete; luego te explico todo esto -dijo
Janice paranoica.

La mujer salió preocupada.

-No quise hacerte llorar... perdóname... yo no te gusto y además


¡soy un imbécil!

-Yo no lloro por tu culpa... lloro por mis errores, por mis
borracheras, por mis noches alocadas ¡por mi inconsciencia! ¡Por
no conseguir recordar nada!

-Pero eres una chica preciosa y muy encantadora ¡a mí qué me


importan tus errores! Para mí siempre fuiste lo más grande… –dijo
Gustavo, y de pronto se ruborizó por completo.

Janice continuaba sin poder parar de llorar.

-Recuerdo una de esas noches, una fiesta en la que bailabas con


tantas energías y lucías tan, tan bella...

-¡Por favor no sigas! -exclamó Janice paranoica.

-Yo estaba sentado en una mesa y tú te acercaste a pedirme un


cigarrillo. De un momento a otro me quedé pegado en tu mirada,
en tus bellos ojitos y en tus labios irresistibles. Eres un encanto
Janice Segel, eres una mujer preciosa que destaca entre todas las
demás.

La muchacha se echó a llorar en los brazos de Gustavo y en ese


momento él le susurró al oído:

-Te amo… me enamoré de ti Janice Segel ¡te busqué tanto tiempo!

En ese mismísimo momento entró Mariana por la puerta central y


al verlos juntos estalló en lágrimas y se encerró en su habitación.

Janice se despegó del muchacho y fue corriendo hasta la pieza de


su hermana.

-¡Mariana abre la puerta! -exclamó con fuerza.


-No, Janice, no quiero salir, quiero estar sola ¡quiero estar sola
siempre!

-Pero ¿qué pasa? ¡Qué te pasa!

-Nada, nada...

-¿Te ha molestado algo de mí?

-No, hermana, tú no tienes la culpa de nada...

-Ábreme, por favor, hermana...

-No, Janice, por más que insistas no te abriré la puerta. Por favor,
déjame reflexionar un rato... yo te buscaré...

Janice no tuvo más que encontrar resignación y se dirigió hasta el


comedor para esperar a su hermana. De pronto, se encontró a
Gustavo sentado en el sofá con la cabeza agachada, moviéndola de
un lado a otro.

-¿Qué te pasa?... -preguntó Janice, incomodada con su presencia.

-Mariana está enamorada de mí... -dijo el muchacho en voz baja.

-De seguro pensó que tú y yo... ¡hum! ¡Qué problema, Dios mío! –
exclamó Janice preocupada.

-Yo te amo a ti... esperé mucho y… -dijo de pronto Gustavo como


con tristeza y confusión.

-Vete, vete, por favor, si esta conversación debe continuar no debe


ser hoy...

-Adiós Janice... -dijo el muchacho y se marchó despacio.


Cuando Gustavo se fue, Mariana salió de su habitación con el rostro
empapado de lágrimas y completamente ruborizado.

-¿Qué pasa Mariana? -preguntó Janice con dulzura.

-Tengo miedo, tengo miedo de todo...

-¿Qué es lo que te provoca tanto miedo?

-Tengo miedo de perderme, de no ser nadie, de quedarme sola para


siempre...

-Tú jamás te convertirás en lo que yo fui... -dijo Janice, agachando la


cabeza, intentando oprimir sus lágrimas.

-Yo también me he equivocado bastante... -dijo Mariana de pronto,


fijando la mirada por algunos instantes en el rostro de su hermana.

-Eres tan joven aun... tienes... tanta vida...

-Janice, debo decirte algo... -dijo de pronto Mariana con


solemnidad.

-Adelante, dime todo lo que tú quieras…replicó dulcemente Janice.

-Yo amo tanto a Gustavo... lo amo, lo amo demasiado, sin embargo,


él...

-¿Qué pasó con él antes de que yo llegara nuevamente a la casa?

-Tuvimos una relación... ¡una relación no de amistad, sino de amor!


Al menos yo lo amaba y lo sigo haciendo...

-Pero... ¿por qué acabo? ¡Mmm! No me digas que fue porque...

-Yo le avisé hace una semana que tú te vendrías a vivir aquí de


nuevo…

-¿Y qué?

-Y todo se terminó de a poco... se puso distante, no sé, no entiendo


nada...

-Mmm...

-Él te ama, pero te esperó tanto tiempo que se quedó conmigo


buscando un consuelo... un consuelo de tu misma sangre.

-Pero yo estoy condenada a muerte, ya no cuento en el futuro...

-Él no sabe lo de tu enfermedad...

-Pues díselo... díselo y se aferrará aún más a ti...

-No, sería una vileza de mi parte utilizar lo de tu enfermedad para


alejarlo de ti... -dijo Mariana agachando la cabeza.

-No, sería lo más asertivo que podrías hacer, créeme... y hazlo, por
favor, -dijo Janice con solemnidad.
Duodécima parte

Pasaron seis días, todos lluviosos, obscuros y extremadamente


helados, cuya intensidad climática hizo que Janice se mantuviera en
cama sin ánimo ni fuerza para levantarse.

<< ¿Y la primavera con sol y las alegres sonrisas? Creo que es tan
novelesco pensar así... >> escribió Janice en su diario y al terminar
de describir lo guardó bajo su almohada e intentó dormir. Minutos
más tarde entró Mariana en su habitación, con el rostro atribulado,
intentando sin conseguirlo, disimular su profunda pesadumbre.

-Pensé que no querías verme... -dijo Janice con dolor.

-¿Por qué dices eso hermana?... -preguntó Mariana desviando la


mirada, ya que sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas.

-Todos, exceptuando a mi padre, obviamente, han venido a estar


conmigo... pero no sé qué ha pasado contigo, Mariana… quisiera
saber si me guardas rencor, resentimiento, en fin...

-¿Rencor, resentimiento?... -preguntó Mariana bajando la mirada.

-Sí... tú sabes por qué... -dijo Janice apagadamente.

-No, no te guardo ni rencor, ni resentimiento ¡ni nada! -exclamó de


pronto Mariana, en voz alta.

-¿Qué te pasa entonces?...

-Nada... ¡nada! –replicó Mariana de pronto enfurecida

-Dime, por favor ¿qué te sucede? –preguntó Janice con tristeza.

-Sí, te guardo rencor, resentimiento y he estado distante porque no


aguanto estar parada enfrente de ti.

-Mmm...

-¿Y sabes por qué?... -preguntó Mariana alzando muchísimo más la


voz.

-Sí, creo entenderlo.

-Porque eres una estúpida que desperdició su vida ¡ay! -dijo


Mariana echándose a llorar con desesperación.

-Pero intento vivir, vivir de alguna manera, vivir conforme y dejar de


equivocarme.

-¡Me duele tanto que hayas desperdiciado tu vida así! Me duele


tanto verte tan, tan... demacrada, tan débil. Me duele tu maldito
dolor...
-Hace un rato pensaba... pensé estúpidamente que todo tu odio era
por el tema de Gustavo...

-No, no, no... ¡En realidad nada sé! ¡Todos mis sentimientos están
tan mezclados! ¡Jamás en la vida sentí tanto dolor y decepción
como ahora! ¡Jamás! Ni siquiera cuando murió mi madre... ¡Janice!
Ni siquiera cuando murió mi madre y yo la quería tanto...

-Como resultado de tu dolor yo siento dolor. No sufras tú por mis


malditos errores y déjame a mí, déjame a mí con mi memoria que
estoy intentando recuperarme... no sufras y yo no sufriré... antes de
que llegaras me sentía tan serena... ¡por favor jamás vuelvas a sufrir
por mí! No sientas pena, siente alivio...

-Tú no entiendes Janice... ¡no quiero quedarme sola! Sin amor... sin
hermana, no quiero y tengo tanto, tanto miedo...

-Te tienes a ti misma... ¡por favor deja de llorar!

-Ayer le conté lo de tu enfermedad a Gustavo y...

-¿Y qué pasó?

-Dijo que él también se quería morir... ¡Dios mío! ¡Vamos a morir los
tres!

-¡Deja esas estupideces! ¡Mariana, por favor!

-No son estupideces...

-Si Gustavo es capaz de suicidarse por verme morir es un imbécil y


un desgraciado indigno de la vida. ¡Desperdiciar la existencia! ¡Qué
estupidez! deja ya de sufrir por lo incierto…

-¿Por qué estás tranquila? ¡Mira mi dolor!


-No estoy tranquila... mi serenidad se interrumpió al verte sufrir,
pero no puedo arrojarme a llorar como tú. Si he de seguir viviendo
quiero intentar estar de la mejor forma permitida por dios.

-¡Jamás antes te vi tan fuerte! -exclamó de pronto Mariana, con la


mirada brillante.

-Y yo nunca antes te vi tan deprimida...

-Es que mi vida incompleta me reclama tantas cosas... además de


todo esto ¡ve nuestra familia! Creo que hemos caído presa de una
maldición... –dijo Mariana entrando en la paranoia.

-Si estamos todos vivos aun, vivamos de la mejor forma posible


hasta el final… -dijo Janice recobrando la tranquilidad.

-Intento vivir de mejor forma, pero a veces es tanta mi


desesperación que...

-Todos deseamos muchas veces la muerte, pero la deseamos con un


miedo inconsciente, pues muchas veces como consecuencia de
nuestro mal vivir y de nuestros malos pensamientos, aparece, y
luego sentimos tanto terror... y aunque queremos retractarnos de
nuestros anteriores pensamientos y reclamarle a Dios por nuestra
suerte, es una estupidez, pues te amargas tanto que mueres
momentáneamente en vida... hay que vivir evitando los males de la
vida y de la muerte.

-Ni siquiera te ves con miedo... –dijo Mariana, frunciendo el ceño.

-Ya no, pero lo sentí en un tiempo...

-¡En fin! Perdóname por venir a deprimirte... –dijo Mariana y


comenzó a salir de la habitación.
-¿Cuál depresión?... es extraño pero todo, absolutamente todo, me
termina provocando una larga y profunda reflexión. Creo que
quiero saber todo de la vida antes de morir.

-Te quiero mucho... -dijo Mariana a su hermana y le besó la frente


con dulzura. En ese momento se disponía nuevamente a retirarse
pero Janice le dijo con ternura:

-No te vayas si es que no quieres irte... aún no has entendido mis


sentimientos en su totalidad, quédate aquí y retoma la
tranquilidad...

Mariana abrazó con fuerzas a su hermana y se acostó junto a ella,


echándose sobre las frazadas de la cama….

Una buena mañana en que nuevamente volvió a reinar el sol con


fuerza, a Janice se le ocurrió poner en el patio una mesita y una
mecedora que daba directo al sol, ahí tomaba su desayuno cada
mañana y luego se pasaba tardes casi enteras con la mirada fija en
su bello entorno o algunas veces con la mirada perdida en sus
profundas reflexiones.

Una bella mañana de primavera, mientras Carmen servía su


desayuno le preguntó a Janice con preocupación:

-Hijita, dime: ¿cuándo quieres empezar a tratar tu enfermedad?

-Creo que cuando te dé mi respuesta me odiarás y me creerás una


necia... ja, ja... pero cuando te dé mis razones me entenderás... me
entenderás porque tu corazón está sereno al igual que el mío.

-Entonces dime ¡dime! ¿Qué piensas hacer?

-Morir de forma natural... de esa forma natural de la que todos


quieren morir...

-Pero ¿sin medicamentos? ¡Dios mío! Hijita mía... ¿qué te pasa?

-No te alarmes... escúchame, escúchame, por favor, pero con


mucha atención.

-¡Mmm! Mmm... –murmuró Carmen, frunciendo el ceño, como lo


hacía siempre que algo la preocupaba.

-No quiero alterar mi cuerpo con drogas lícitas, Carmelita, pero no


es sólo eso... dios me ha dado un destino y yo respeto con
vehemencia su decisión. ¿De qué me serviría combatir inútilmente
mi enfermedad? ¿De qué me serviría luchar contra el destino
impuesto por Dios? No quiero alterar mi cuerpo con drogas, no
quiero dañar mi pobre organismo aún más... prefiero seguir
viviendo serenamente así hasta el final.

-Me dejas atónita... ¡quisiera saber qué decirte pero me siento un


poco más que bloqueada!

-Quiero morir de forma natural. Dios me ha dado un destino y


quiero respetarlo. Además, todos sueñan con morir naturalmente.
Soy feliz así, con la naturalidad, viviendo el tiempo que me tenga
que quedar, pero con tranquilidad. Eso es preferible a combatir
contra lo imposible y además de esto alterar aún más mi
organismo...

-Te has convertido en una criatura angelical... -dijo Carmen,


colocando una silla en la mesita de Janice y juntando las manos,
como cuando uno se dispone a rezar.

-Amo tanto la naturalidad... -dijo Janice con los ojos empapados de


lágrimas por la emoción.

-Te respeto... respeto todas tus ideas porque son celestiales... casi
dichas por la mismísima boca de un ángel. Sé que Dios te dará
suficiente tiempo para llenar totalmente tu existencia.

Pasaron casi dos semanas, días maravillosos y luminosos. Sin duda


Carmen y Cristóbal eran los que más se mantenían unidos a la
muchacha, pues Mariana se la pasaba casi toda la tarde en la
universidad y lamentablemente el padre, con una especie de
demencia casi médicamente diagnosticada, se la pasaba sólo en su
cuarto con la televisión encendida.

-Hermana... hermanita ¿eres feliz? ¿Eres feliz, verdad? -preguntó


Cristóbal a su hermana, mientras le acariciaba la espalda con
dulzura.

-Lo soy hermanito... Recuerda a la pobre de Carolina, recuerda al


pobre Germán, los dos muertos y mírame a mí que aún estoy viva.
A veces me muero de una exquisita inquietud ¡quisiera saber si Dios
me permitirá pasar la primavera entera! Quisiera saber si será tan
bueno conmigo, quisiera saber si lo hará. ¿Sabes tú qué significaría
si Dios me dejara vivir la primavera entera?

-Hermana... -murmuró Cristóbal con una súbita congoja.

-¡Significaría que finalmente me estaría despojando de todos mis


fantasmas! Significaría que por fin estaría librada de todos mis
pecados... ¡dios mío!... vivir la primavera entera sería el mejor
bálsamo para mi corazón...

-Y vivirás la primavera entera y mucho, mucho más...


-Deja tu dulce optimismo e intenta entenderme... ¡si dios me deja
vivir la primavera entera será sinónimo de que ya estoy totalmente
perdonada! ¡Qué mejor bálsamo para mi alma! ¡Qué mejor
bálsamo!

-Te entiendo Janice Segel... -dijo Cristóbal intentando sonreír.

-¡Janice! -exclamó de pronto Mariana, al aparecer inesperadamente


por la puerta.

-¿Qué pasa hermana?

-Tengo algo muy serio que hablar contigo...

-Me imagino que es lo de mi tratamiento...

-¡Así es! ¿Cómo es posible que no te quieras medicar? -dijo Mariana


entrando en la paranoia, con los ojos llorosos.

-Moriré de forma natural... es lo que dios ha preparado para mí y he


de aceptar mi destino con serenidad, sin alterar mi cuerpo, sin
intentar combatir mi destino...

-Estás loca... –dijo Mariana, mientras movía su cabeza de un lado a


otro en señal de lamentación.

-Pero las locas muchas veces se sienten felices... -dijo Janice con
una sutil sonrisa.

Mariana la observó atentamente algunos instantes… finalmente


rompió en llanto y Janice la abrazó utilizando las escasas fuerzas
que aún le quedaban para expresar el gran amor que sentía por su
hermana.

Aquella escena de ternura fue totalmente reconfortante para


ambas muchachas. Sobre todo para Mariana, quien se sentía muy
sola y temerosa sobre la situación de su familia.

-Quiero morir de forma natural, quiero conservar hasta el final esta


serenidad, esta serenidad que después de tanto tiempo he podido
conseguir… -añadió Janice de pronto con una sonrisa llena de
confianza.

A la mañana siguiente, el sol brillaba con extrema luminiscencia. El


día estaba despejadísimo; sin embargo, corría una pequeña pero
agradable brisa matinal.

Janice permanecía acostada en su cama con las manos apoyadas


en el pecho. Con los ojos abiertos y con una concentración
indescriptible en sus reflexiones matutinas.

"Es una suerte, en cierta parte, saber cuándo debes vivir con más
intensidad, saber cuándo debes echar a fuera toda la emoción y los
bellos sentimientos hasta vaciar completamente tu corazón. Es una
suerte saber cuál es la época más propicia para vivir. Es maravilloso
aprender a valorar la vida y el final de nuestra existencia..." escribió
Janice con una intensa pasión detrás de la última hoja de su diario.

Su reflexión aún no terminaba, pero de un rato a otro rompió en


cierta forma con su serenidad. Su alma se embelesó aprisa por el
bello día próximo a vivir y por los estimulantes pensamientos que
deambulaban en su cabeza y que hacían vibrar todo su cuerpo...

Intentó levantarse, pero se detuvo bruscamente al escuchar algunas


voces a fuera de su habitación. Pequeños susurros, una
conversación que parecía ininteligible. Intentó relajar su cuerpo lo
más que pudo y a la vez relajar sus oídos para poder descubrir
quienes conversaban con tanta discreción. Finalmente, y con
dificultad lo consiguió, era Mariana, con un hombre, quizás
Gustavo, no recordaba bien su voz...

-Me causaste un dolor terrible... me causaste un dolor terrible...


-exclamaba Mariana constantemente.

-Si sé, soy un idiota y un desgraciado que siempre vive en la


confusión... -replicó la otra voz.

-¿Y ahora qué quieres?... -preguntó Mariana en medio de un llanto.

-Verla unos instantes, sólo eso, por favor... -replicó la voz de


hombre.

-Entra entonces, entra en su habitación y a mí ¡déjame con mi


dolor!

En ese instante Janice sintió que abrían su puerta y se sintió


petrificada. Instantáneamente cerró sus ojos para parecer dormida,
sin embargo, la persona no se detuvo y se sentó en los pies de su
cama.

-Despierta, por favor... -dijo de pronto un hombre.

Janice continuaba fingiendo estar dormida.

-Por favor, despierta, despierta...

-¡Angelina despierta! -exclamó de pronto Mariana en voz altísima,


cuyo tono de voz hizo que Janice pegara un salto de agitación y
abriera instantáneamente sus ojos.

-¡Qué pasó! -preguntó agitada y luego se aterró al ver a Gustavo


sentado en su cama con la mirada fija en ella.
-¡Alguien quiere verte! Yo me voy... -dijo Mariana con una notoria
irritación y salió de la habitación dando un fuerte portazo.

-¡Mariana! -exclamó Janice desesperada.

-Discúlpame... sé que entrar a una habitación sin avisar es una


completa falta de respeto...

-Así es.

-Quería verte...

-Ya me viste... -dijo Janice balbuceante.

-Sí, y ya me voy para no seguir ocasionando problemas... -dijo el


muchacho con el rostro totalmente atribulado y sonrojado.

-¡Espera! -exclamó de pronto la muchacha y se sentó en la cama.

El muchacho se detuvo frente a su cama bajando la mirada.

-¿Por qué le haces estas cosas a mi hermana?

-Porque soy un desgraciado...

-Mmm...

-Yo quiero estar con ella, pero ella se ha llenado de odio contra mí.

-¿Qué dices? -preguntó Janice confundida, frunciendo el entrecejo.

-Es que yo... no sé... hace unos días cuando te vi quedé como
anonadado y te dije muchas cosas que tenía guardadas... realmente
te esperé por mucho tiempo, pero creo que sin saberlo, y que con
tanta costumbre…finalmente me enamoré de Mariana.

-¡Estupendo! -exclamó Janice abriendo bien los ojos.


El muchacho salió de la habitación llevando en su cara una notoria
turbación.

<< ¿Perder el día o recuperarlo?>> pensó Janice con emoción y se


levantó enérgicamente enfrente de su ventana.

El día estaba tan luminoso ¡los cielos tan hermosos y


ecuánimemente despejado! El césped lucía sano, tan verde y a
corta distancia se podían apreciar pequeñas flores que comenzaban
su proceso de crecimiento...

<<Recuperar el día...>> dijo alzando la voz de manera


inconsciente….

Continuaba apreciando el paisaje desde su ventana, todo era


perfecto, hasta que de pronto frunció el ceño al apreciar a un
hombre recorriendo el campo. De cuerpo grueso, ropa café <<
¿quién podría ser?>> se preguntaba Janice forzando su deteriorada
vista.

Embriagada por la curiosidad y la emoción, salió de su habitación


llevando sólo su pijama y un delgadísimo chaleco blanco, sin
siquiera ponerse zapatos. Aunque la mañana estaba bastante
despejada había una brisa fuerte afuera, su cara se heló casi
completamente y sus delgados y delicados pies se enrojecieron. Sin
embargo, no le afectó ni en lo más mínimo, aquel día, aquel cielo y
aquella frescura le eran mucho más que perfecto. Comenzó a
recorrer con ansias la tierra, pero no se veía nadie y ni siquiera
había algún rastro...<< ¿habrá sido una alucinación?>> se preguntó
confundida intentando descartar aquella opción.

Se sentó en el pasto mojado para poder reposar sus pies un


momento y rápidamente se le humedeció el pantalón de pijama. No
le importó, no quería regresar a su habitación, no quería privarse
del paisaje y continuaba con fe de que aquel extraño que le parecía
tan familiar regresara.

De pronto sintió un fuerte escalofrío que penetró por todo su


cuerpo; alguien se aproximaba. Detrás de su espalda sentía
silenciosos pasos. Su corazón comenzó a agitarse, a vibrar con
fuerza. Súbitamente alguien le tocó el hombro, sintió como una
especie de miedo y no se atrevió a darse vuelta y mirar.

-Hija... -dijo de pronto su padre, como balbuceante, pero sin duda


era él por su timbre de voz.

La muchacha se paró despacio con el rostro perplejo.

-Hija mía... -dijo nuevamente el hombre pero esta vez llenando sus
ojos de lágrimas.

Janice no le dijo nada, ni siquiera se detuvo a mirarlo de nuevo, sólo


lo abrazó con desesperación.

-Necesitaba esto... -dijo de pronto la muchacha fijando por fin la


mirada en su padre.

-Y yo también ¡qué hacía escondido en mi pieza desperdiciando el


tiempo! Me siento tan estúpido... -dijo el hombre, mientras secaba
sus lágrimas con rapidez.

-La reflexión es buena... -dijo Janice intentando oprimir sus lágrimas


y sacando una tenue sonrisa.

-Una reflexión de seis años me ha hecho perderlo todo... ¡no sé si


esto es una alucinación, un sueño o un hecho real!
-Esta es nuestra realidad...

-¿Habré enloquecido? ¿Será mejor para mí el lograr enloquecer?

-Loco o sano haz recuperado tu vida y eso está muy bien... -dijo
Janice, estirando la mano, acariciando el rostro empapado de su
padre y contemplándolo con una mirada mucho más que brillante.

-El sol ha salido... es emocionante ver el campo, sentir la primavera


después de seis años de cruda oscuridad...

-Estamos vivos... -dijo Janice-. ¡Estamos vivos! -exclamó de pronto a


viva voz.

-Estamos vivos... -dijo el hombre llenándose nuevamente de


lágrimas.

-No llores, por favor... -dijo la muchacha con ternura.

-Es la emoción... la incontenible emoción... -dijo el hombre


desviando por un momento la mirada-. ¿Cómo te sientes? –
preguntó de pronto.

-Bien...

-¡Carmen me ha contado, Carmen me lo ha contado todo! ¡Ay!-


exclamó el hombre y comenzó a llorar descontroladamente.

-Veme que bien estoy, veme que feliz me has hecho hoy... ¡estoy
bien, estoy bien! -exclamó Janice intentando secarle las lágrimas a
su padre.

-Tan sólo déjame llorar ¡necesito hacerlo, necesito hacerlo!


-exclamó el hombre a viva voz.
<<Que mi alma se haya enriquecido aún más de esta deliciosa
tranquilidad es suficiente para alcanzar el fin que buscan con ansias
todos los hombres. Soy feliz, soy feliz...>> escribió Janice Segel por
última vez en su diario.

Pasaron dieciocho días y en la vida de nuestros queridos personajes


muchas cosas cambiaron. Mariana disfrutaba a diario de su
romance con Gustavo y éste disfrutaba inmensamente al recibir de
su amor. El padre comenzó a cambiar dando pasos agigantados,
abriendo su vida social y sobre todo… reencontrándose totalmente
con sus tres hijos. Carmen se dedicó en cuerpo y alma al cuidado de
Janice, y en su corazón, mucho más alivianado, encontró una cierta
resignación.

Finalmente... Janice Segel falleció exactamente 14 días después de


la primavera… con una expresión de serenidad y hasta de
satisfacción en su pálida y fina cara. Alrededor de su cama Cristóbal
lloró un largo rato en silencio y luego dio paso a una extraña
reflexión. En su corazón siente y sentirá hasta la muerte un gran
orgullo por lo que fue su hermana.

Mientras Mariana lloraba sin consuelo sobre el hombro de su


amado y el padre maldecía y lloraba con bullicio en un apartado
rincón de la casa; Carmen, quién se encontraba a la entrada de la
habitación, interrumpió la escena y con el rostro empapado de
lágrimas pero con una tenue sonrisa, caminó con una flor en sus
manos hasta llegar a la cama de Janice; al mirarla de cerca le arrojó
una flor en el rostro y luego tapándole la cara con una sábana
exclamó dulcemente:

-¡Adiós señorita Janice!


FIN

Vous aimerez peut-être aussi