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Catulo y la poesía erótica

1) Introducción: concepciones del amor y sus concreciones en las relaciones entre los distintos sexos.
2) Condicionamientos socioculturales del amor: el matrimonio y las relaciones libres.
3) Surgimiento y desarrollo de la poesía erótica en la cultura romana. La lírica latina: Catulo.
4) Conclusión: vigencia del discurso amoroso en las culturas de Occidente.

En la cultura romana podemos hablar de literatura erótica sólo a partir del siglo I a. C. cuando escriben Catulo y su grupo.
Podríamos preguntarnos entonces por qué esa demora en hacer su aparición el tema del amor. La explicación es compleja
porque esta situación se vincula a distintos factores culturales, especialmente señalaremos dos: la manera de concebir las
actividades humanas y la de percibir la relación entre los sexos.

Con respecto a la primera, en Roma se consideraba sumamente superfluo escribir poesía que no tuviera una relación
directa con los temas colectivos, de interés general, sean políticos, históricos, épicos. El tema del amor no era juzgado digno
de la gravitas, de la seriedad del ciudadano romano, preocupado por engrandecer los destinos de su ciudad. En este sentido, la
poesía estaba al servicio de intereses ajenos a ella y para ser apreciada, debía ser útil a la sociedad. El surgimiento de una
poesía reflexiva o personal pudo darse en Roma cuando la juventud, influida por el contacto permanente con la cultura
helenística y las circunstancias históricas del momento, tomó conciencia de su propia individualidad. Así es como aparece una
lírica subjetiva, alejada de todo papel político o nacional. Las clases que estaban en el poder se contentaron con mantener el
control sobre el saber histórico y sobre el jurídico, y prefirieron actuar directamente sobre ellos, muy conscientes de su íntimo
enlace con la conservación del ordenamiento estatal. Por su parte, el poeta, casi siempre sin fortunas personales, necesita del
hombre político para publicar y difundir sus obras literarias, destinadas a ese círculo limitado de entendidos, capaces de captar
sus sutiles alusiones a los modelos: se habrá tratado naturalmente de los representantes de la aristocracia, los únicos que
podían unir al ejercicio de la actividad política la posesión de una sólida cultura.

En relación con la segunda, los romanos, influidos por el pensamiento griego, afirmaban la superioridad del hombre
sobre la mujer, a partir de esta idea fundamental, se distribuyeron los roles en la sociedad: así, el ámbito de la vida pública
quedó como exclusivo del hombre en tanto que la mujer reducía su actividad a la vida privada, al cuidado del hogar y de los
hijos. A su vez, se adjudicó al hombre el mundo de la razón, del pensamiento, de la acción mientras que a la mujer el de los
sentimientos, el de la intuición.
Todo esto incidió en la concepción del amor en el matrimonio y fuera de él: se iba al matrimonio como a la política o a la
guerra, por una obligación civil, para dar ciudadanos a Roma y continuar la familia. El amor no entraba como componente
esencial en el matrimonio tradicional a tal punto que el objetivo central no era su consecución sino la tolerancia entre los
esposos, la convivencia armónica. Si se daba el amor, y de hecho que tenemos numerosos ejemplos, se lo consideraba como
un bien, como una bendición de los dioses. Pero no era el motivo de preocupación entre los romanos.
Distinto era el placer sexual que el hombre buscaba fuera del matrimonio. Había en Roma, a pesar de que el matrimonio
era monogámico, una situación de hecho de poligamia por parte del hombre, mientras que el adulterio femenino era
severamente castigado, al menos en las épocas arcaicas. El hombre podía satisfacer sus instintos carnales en otras mujeres de
menor status social: plebeyas, libertas, prostitutas, nunca una matrona o hija de familia. También recurría a jóvenes del mismo
sexo ya que en Roma, como en Grecia, las relaciones homosexuales no eran condenables, siempre y cuando el hombre
desempeñara un papel activo y no se feminizara. La situación de la mujer era diferente: ella era educada para la contención
sexual pues las relaciones fuera del matrimonio manchaba su sangre y corría el riesgo de traer un vástago extraño a la familia.
Ni el amor ni la mujer ocupaban, entonces, en la sociedad romana un rol fundamental sino más bien subalterno; por este
motivo, no podían ser motivo de inspiración poética, sobre todo porque le canto de amor supone la creación de una relación
afectiva que valoriza a la mujer y esta, tal como se la concebía, no podía constituir fácilmente objeto de canto.
Esta situación social se dio así hasta el siglo II a.C. época en que, por influencia de Grecia y del mundo helenístico, se
produjo en Roma, una evolución cultural que fue provocando un progresivo cambio de mentalidad en relación con el estado,
el lugar del individuo en la sociedad, el sentido de la vida, las relaciones de familia y que significó una mayor comprensión y
una revalorización de la mujer y de los sentimientos amorosos. Este proceso hizo eclosión en el siglo I a.C. cuando se
afianzaron nuevos modelos de comportamiento sentimental en los que la experiencia amorosa y la vida privada conquistaron
un espacio que nunca habían tenido anteriormente. En este momento fue decisiva la presencia de Catulo, poeta que, junto con
otros de su generación, provocó una verdadera subversión de los valores tradicionales, pues se negó a cantar los temas
tradicionales de interés nacional y colocó a la mujer en el centro de su vida y de su poesía, elevándola de status. Con Catulo
entre en la literatura el tema del amor personal. Ya antes se había tocado este tema pero siempre se lo había referido a
personajes mitológicos y a dioses, no al yo del poeta. Surge así una poesía subjetiva e intimista que revela los secretos del
sentimiento amoroso: tanto el éxtasis como los sufrimientos y amargura que provoca y que hace del enamorado un excluido
de la sociedad pues, embotado por el amor, se niega a participar de la vida social y política.
En el giro que se operó durante el siglo I a.C. a partir de Catulo, indudablemente actuó un componente de naturaleza
literaria. Pero un fenómeno que llegará a ser muy importante no puede ser de naturaleza literaria. El canto de la mujer y del
amor debe de haber encontrado un terreno fértil en un progresivo cambio de la mentalidad: la reflexión sobre el estado, sobre
el rol del individuo en la sociedad, sobre el sentido de la vida habrá predispuesto los ánimos más sensibles a una postura, en
relación con la mujer misma, diferente y de mayor comprensión, contrastando ojalá con la realidad jurídica.
En el origen literario, en la concepción del amor en la poesía erótica influyeron dos tendencias de la poesía erótica
helenística anterior: una que concebía el amor como un juego, fruto de sensaciones hedonísticas, como un sentimiento más
bien superficial y cambiante en la que el amor recibía un tratamiento irónico y lúdico (su principal representante es Calímaco
con sus epigramas amorosos). La otra tendencia, en cambio, veía en el amor un sentimiento más profundo, patético, fuente de
placer y de dolor, que afectaba a todo el ser, en esta corriente el amor no era un juego refinado sino un sufrido motivo de vida,
contradictorio y causa de infelicidad. El amor es visto como una enfermedad o locura que invade al enamorado y no lo deja
vivir. Catulo se inclina por esta última tendencia y de ese modo el amor será para él un amor siempre contrariado e infeliz, que
le proporcionará más sinsabores que felicidad (Meleagro es quien representa esta tendencia). Como se puede apreciar, Catulo
inaugura una tendencia (el amor será contrariado y fuente de infelicidad) que desembocará luego en el romanticismo.

Catulo se enamoró de Clodia, una mujer noble y casada, a quien transforma en su poesía en Lesbia, en honor a Safo –
poetisa nacida en la isla de Lesbos- quien escribió poesía de amor. Clodia era, para la moral tradicional, una típica cortesana,
independiente, adúltera y liberal que se complacía con jóvenes inexpertos a los que manejaba a su antojo. Al lado de tal
postura se coloca la de los representantes de géneros literarios nobles como el epos o la tragedia, en constante polémica con
los cantores de un amor que no fuese noble pasión o los exponentes de la poesía didascálica de contenido filosófico. Pero
cuando se hace poesía poco importa la realidad: en la ficción poética, Lesbia es amada incondicionalmente por el poeta. La
novedad de Catulo se ve en los siguientes aspectos:
1) Con su canto de amor adúltero, Catulo se colocaba en abierto contraste con la moral de su época que repudiaba a las
cortesanas. Ahora no se trata de una cortesana común y corriente sino de una mujer de alta alcurnia, esposa de un senador
romano. Constituye para nosotros el primer ejemplo de un poeta que quiso confiar en un cancionero su relación con una
mujer de alto linaje. Con un canto de amor por Lesbia, entonces, Catulo se colocaba en abierto contraste con la moral de
su tiempo. Él constituye para nosotros el primer ejemplo de un poeta que quiso confiar a un cancionero la relación con
una mujer de lato linaje, y además ya casada. En esta actitud se pueden ver todas las diferencias en comparación con la
tradición helenística, que había conocido sólo la poesía de amor para las cortesanas. La extraordinaria novedad de Catulo
está en el vuelco de las relaciones convencionales que él emplea, acordando a la mujer un rol central en la poesía, y
poniéndola así en un nivel de dignidad hasta ahora desconocido.
2) La extraordinaria novedad de Catulo está en que produce una inversión en las relaciones convencionales al colocar a la
mujer en un rol central en la poesía y ponerla en un nivel de dignidad hasta entonces desconocido.
3) Se convierte además en modelo de poetas posteriores, que rehúsan la vida política o militar y sólo aceptan la vida privada
y, en particular, la amorosa, con sus códigos propios. El poeta de amor da vida a un nuevo modelo de comportamiento en
el intento de realizar una relación de pareja de tipo nuevo, que no es ni el destino a concretizarse en el matrimonio ni la
fugaz pasión para las mujeres sin importancia.
Está el riesgo de no acordar a esta circunstancia el peso debido y de no percibir que justamente en el período entre el fin
de la República y el consolidarse de la época augústea se fueron formando una mentalidad y un modelo de
comportamiento amoroso y sentimental que han ejercido una influencia decisiva en las generaciones sucesivas. Toda una
serie de preguntas merece, entonces, respuestas adecuadas: ¿por qué justamente en aquellos años el poeta decide mitificar
a la mujer? ¿por qué el amor se hace una experiencia totalizante? ¿por qué eso es considerado como el único sentimiento
digno de ser vivido?
4) Produce entonces un cambio en la concepción de las relaciones hombre-mujer, y da una nueva imagen del hombre al
proclamar la superioridad de la mujer y al mostrar al hombre vulnerable a los encantos de la pasión amorosa a la cual
sucumbe y se entrega totalmente. El canto de amor presupone la creación de una relación de afectiva, por real o ficticia
que sea, de naturaleza hetero u homosexual: en la tradición latina el amor objeto de canto es –con Catulo y los elegíacos-
prevalentemente heterosexual (Propercio, por ejemplo ignora el componente del amor homosexual y Tibulo lo confirma a
tres elegías del primer libro destinadas a Marato). Se entiende, entonces, que el rol mismo de la mujer en la sociedad
romana pase a ser que ella no constituya inicialmente un fácil objeto de canto: porque aun cuando la mujer romana goza
de más amplias libertades que la griega y puede participar en las varias manifestaciones de la vida social, queda de todas
maneras el clisé de la madre y esposa ejemplar, sometida al marido y a él ligada también más allá de la muerte, ferozmente
castigada en caso de adulterio, raramente dotada de cultura.

¿Qué notas tiene la relación amorosa que canta Catulo?


a) El vínculo que busca establecer el poeta con la amada no es el tradicional del matrimonio. Aunque en algunos poemas
afloran las aspiraciones de un amor legítimo, el poeta sabe muy bien que no podrá concretar sus ambiciones conyugales
con la mujer amada; en primer lugar porque no es en este ámbito en donde normalmente se concreta el amor y en
segundo lugar porque la amada está casada. Tampoco busca el vínculo efímero y ocasional de una relación esporádica y
superficial que el romano tenía con cualquier mujer especialmente con las que ejercían la prostitución.
Entonces él reconstruye un sucedáneo de la relación conyugal gracias al “pacto de amor” que tanta importancia tendrá
posteriormente en la poesía erótica. El componente esencial que mantiene esta relación es la fides/la palabra dada, a través
de ella son los dioses los que garantizan el pacto, que se transforma así en indisoluble: de este modo el poeta crea un
nuevo tipo de relación intermedia entre dos ya existentes: la matrimonial (que aportaba la estabilidad y legitimidad) y la
ocasional (que aportaba la cuota de placer y pasión sexual). Este nuevo tipo de relación se ejemplifica claramente en el
vocabulario con el uso del término beso: en latín había tres nombres distintos según su función: osculum era el beso formal
y público, el que daba por ejemplo el esposo a la esposa o el familiar al que pronto iba a morir, savium era el beso pasional,
erótico que se daba en la relación sexual, basium era el beso que aunaba los dos anteriores: reflejaba la pasión pero había
también respeto; el poeta institucionaliza en sus poemas el uso del basium, a través del cual manifiesta el deseo de una
relación permanente y plena.

b) Al ocupar el centro de la poesía, la mujer sufre un inevitable proceso de idealización: no solo se eleva por encima de las
otras por sus dotes intelectuales sino que es puesta en un nivel sobrehumano de dignidad, comparable sólo a los dioses.
Así, la amada se presenta como una joven culta, que sabe apreciar la poesía que se le dedica, que alterna la música con el
canto y que es capaz de estar al mismo nivel que el hombre. Tal lo que ocurre con Lesbia que puede disfrutar de las
alusiones a la poesía griega; físicamente, sólo se la describe por contraste con las otras mujeres y de allí surge el canon de
belleza femenina: alta, esbelta, de pelo rubio y piel blanca, de ojos negros, manos largas.

c) El poeta se manifiesta en todo momento, como un ser sufriente, como víctima de esta fuerza arrebatadora que es el amor.
Son pocos los momentos de gozo del amor; más bien predominan aquellos en que el poeta sufre por culpa de la amada.
La lógica que domina la poesía de amor de Catulo es la de la contradicción. Esto se ve: en el complacido e insistente
recurso de la autoconmiseración que lo empuja hasta transferir su propio ego en personaje femenino (Ariadna, Berenice) y
a olvidar que el exagerado sentimentalismo es indicio de afeminamiento (16, 12-13); en las furiosas manifestaciones de
celo difícilmente justificables en quien ha sostenidos que celos significa estupidez (168, 135-37); en la esperanza de terna
duración del pacto de amor (109, 5-6), que mal se concilia con la disponibilidad para contentarse con un solo día de
felicidad (68, 147-8); en la voluntad del alejamiento de Lesbia, más veces afirmada pero siempre dejada de lado por la
mínima esperanza de un retorno al amor feliz, (107). en la afirmación constante de autofidelidad frente a la infidelidad de
Lesbia. La conciencia de la infidelidad de Lesbia implica, como reacción, la reivindicación de su propia fidelidad: la única
consecuencia podrá ser el desdoblamiento del amor en amare, que del amor designa las manifestaciones sexuales, y en bene
velle, que del amor indica el lado afectivo, casi inalcanzable (C. 72, 73, 75); en la aspiración a un amor feliz que no se puede
concretar porque su amor es infeliz. Al amor feliz, Catulo se contentará con verlo en otros; en la búsqueda de un remedio
que lo cure de este amor que le corroe todo su ser. Cuando, luego, Catulo se aboque al problema de la búsqueda de un
remedio, no podrá hacer otra cosa que invocar el socorro de los dioses: debe moverlos a compasión, para que el poeta
tenga la fuerza de superar la situación desesperada gracias a un control recuperado de su propia razón. Se trata entonces
de una solución intimista: pero es la única posible si a Catulo le está negado el verdadero remedio, que debería venir de la
ayuda providencial de los amigos.

d) El amor tiene un lenguaje propio, que en muchas partes se identifica con la amistad. Catulo, que –tomando del léxico
erótico de la comedia- más que ningún otro autor ha dado un aporte fundamental a la creación del lenguaje de amor
latino, vive en una época en la cual cambia profundamente en Roma el concepto de amistad. Precedentemente, la amistad
estaba subordinada a la vida política y vocablos de una esfera definían el hacerse o deshacerse de las alianzas políticas; a
comienzos de primer siglo I a. C., por el contrario, la amistad tiende a configurarse como valor autónomo, justamente
como acaece para el amor. No nos asombra, por ello, que en el lenguaje latino del amor aparezcan términos del léxico
político, además del de la amistad. Gracias a Catulo, una nutrida serie de vocablos adquiere derecho de ciudadanía en el
lenguaje de amor: es suficiente recordar la definición del amor como dolor (2, 7) ardor (2,8) cura (2, 10; 68, 51), pero
también como morbus (76, 25) como pestis y pernicies que se insinúan en los miembros similares a un “torpor” (76, 20),
como “ignis” que quema en la médula (45, 16) y la devora (31,15); la definición de la amada como desiderium (2, 5); del
enamorado como vesanus (7, 10) miser (8, 1; 51, 5) misellus (45, 21) y de la enamorada que se desarma como misella (31, 14);
del enamoramiento como equivalente de ineptire (8, 1), del perdite amare (45, 3), del amore deperire (35, 12), de tabescere (68, 55),
de ardere (68, 53).Nuca se puso mucha atención en los tiempos verbales usados por Catulo en el hablar de su amor: sin
embargo es significativo que sus vicisitudes sentimentales sean descriptas por él en el presente o en el pasado, más que
proyectadas en el futuro. Porque el de Catulo es un amor que es vivido entera e intensamente en un frágil y provisorio
presente o que pertenece al pasado ya en el momento mismo en el cual se realiza: el suyo es un rápido hacerse y otro tanto
rápido deshacerse.

e) El amor que el poeta siente que es verbalizado gracias a que este se distancia por un momento de su propia experiencia;
solamente de esta manera puede entregarla a sus receptores. Hay, pues, un proceso de objetivación necesaria para una
forma de conciencia del proceso amoroso. Y es que, según R. Barthes, en toda relación amorosa se dan diferentes etapas
que marcan la evolución del amor desde su nacimiento a su final. Previamente, el poeta es un ser vacío, que no tiene la
experiencia amorosa pero que está preparado para ella.
1) En una primera etapa se produce el flechazo, el deslumbramiento de la amada; es el copamiento amoroso del que
habla Barthes; en este momento todo está visto con ojos optimistas: la amada no tiene defectos, la relación es
perfecta; la felicidad es máxima; el goce, total. (V; LI; LXXXVI)

2) Pero a esta breve etapa de plenitud y enceguecimiento amoroso le siguen otros donde se alternan los momentos de
felicidad e infelicidad. El amor avanza por senderos tortuosos en los que el poeta alcanza las cumbres más altas y los
precipicios más profundos. Se suceden momentos de gozo con la amada pero también pero también de alejamientos e
infidelidades por parte d ella que marcan la cima del sufrimiento. El poeta no la posee pero mantiene la esperanza o el
deseo de poseerla y de que vuelva a él. Todos los matices del sentimiento amoroso se dan en esta etapa que puede ser
definida como la de las contradicciones. Aquí aparece a figura del rival que amenaza el amor pero que el poeta supera
con sus dotes; su presencia es necesaria para que en la relación amorosa haya vicisitudes, retrocesos y avances; de lo
contrario todos ería un eterno presente, sin evolución. Es así como se conjugan la soledad, la felicidad, las dudas, el
dolor, las infidelidades, la reconciliación. (LXX; LXXXV; LXXXVI).

3) Finalmente, el poeta vuelve en sí; recupera la cordura y reconoce la realidad tal como es. Cae la venda de sus ojos y ve
a la amada no como antes, idealizada, sino como es, con sus defectos y limitaciones. Llega así, inevitablemente, la
separación definitiva; esta no llega de improviso sino que hay intentos previos. (LXXII; VIII). Es entonces cuando el
poeta solicita la ayuda de los dioses para extirpar ese mal que corroe sus entrañas. Es entonces cuando el poeta solicita
la ayuda de los dioses para extirpar ese mal que corroe sus entrañas, recurre a ellos para que le den las fuerzas
necesarias para superar la situación desesperada y recuperar su propia razón. La ayuda se concreta con la presencia de
los amigos que lo apoyan para que se deshaga de este amor. (XI)

Después del rompimiento y del alejamiento, el poeta vuelve a experimentar el vacío pero no tiene este las mismas
características del anterior pues ya se ha dado la experiencia amorosa que lo ha enriquecido y que él ha verbalizado en
poemas que los lectores no solo siguen paso a paso sino que extraen conclusiones personales y adquieren, a su vez,
experiencia. Es el poder aleccionador y didáctico de la poesía antigua que busca dejar en el receptor un aprendizaje: ella no
solo testimonia una vicisitud de amor sino que va más allá de la simple tarea de compartir, aleccionando al receptor para
precaverlo de las desventuras del amor.
El valor de la experiencia cantada por Catulo, y posteriormente por otros poetas romanos y occidentales, va más allá de
sus propias intenciones porque su obra contribuyó a hacer sentir y a comprender la relación hombre mujer de un modo
diferente. En este sentido, la lección del poeta amoroso no se ha perdido sino que contribuyó a definir una mentalidad
con sus reglas de comportamiento que en gran parte es la nuestra contemporánea. El sentimiento de amor ha ganado, a
partir de Catulo, en matices, en profundidad de expresión, en sinceramiento de las emociones, en calidad de expresión.
Con su poemario Catulo fue el primero en la literatura romana que dio cabida al tema del amor, tema cuyo tratamiento ha
sido objeto, a lo largo de los siglos innúmeras versiones. Sea cual fuera el enfoque del amor, siempre volvemos los ojos a
Grecia y a Roma que dieron los paradigmas, el pensamiento y la acción. Entre sus logros, la literatura amorosa abrió
caminos a la subjetividad, a la manifestación de lo personal y único, a la valoración del rol de la mujer en su relación con el
hombre; gracias a todo ello, sacudió la mentalidad de sociedades en las cuales hablar de amor era verdaderamente
revolucionario. Hoy la presencia del tema del amor nos parece natural tanto e la literatura como en nuestras vidas pero
en aquellas sociedades fue fruto de una lucha realmente intensa por imponer nuevos valores y visiones que nuestra
sociedad ha hecho suyos e incorporado como herencia cultural.

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