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Argentina es un país que fue pensado, planeado, soñado.

En el siglo XIX,

distintos grupos impulsaron proyectos para construir una nación nueva en lo

que había sido una porción del Imperio español.

Este ciclo repasa esos proyectos.

¿Qué querían sus impulsores? ¿Por qué hubo gente dispuesta a dar la vida

por esas ideas? ¿Cómo les fue a esos proyectos? ¿Qué nos dejaron?

Buscamos respuestas a esas preguntas. Es un ciclo sobre ideas, ilusiones,

conflictos, éxitos y fracasos.

En 1837, un grupo de jóvenes pensadores se presentó como una nueva

generación que venía a superar el conflicto entre unitarios y federales. Eran

oriundos de distintas provincias, como el tucumano Juan Bautista Alberdi,

los porteños Esteban Echeverría y Juan María Gutiérrez o el sanjuanino

Domingo Faustino Sarmiento.

Seguían las ideas de un movimiento cultural muy fuerte en la Europa de

principios del siglo XIX: el Romanticismo, que había surgido como un intento

de atenuar los excesos de racionalismo de la Ilustración y también

rescataba los sentimientos y la pasión.

La Generación del 37 tradujo el Romanticismo al Río de la Plata y, siguiendo

sus ideas, se dedicó a participar en la política de la época. Eso los llevó a

chocar con la figura dominante de la época: Juan Manuel de Rosas.

Los románticos intentaron unir a todos los opositores a él y organizaron

varios levantamientos, por eso pasaron muchos años en el exilio.

En el medio de su actividad permanente y de sus fracasos constantes se

dedicaron a pensar cómo había que construir una nación para el Río de la

Plata.
Hacia 1837, un grupo de jóvenes letrados se reunía en Buenos Aires en el

salón literario patrocinado por el librero Marcos Sastre.

El propósito central era discutir ideas y fundar una sociedad de pensadores.

Entre ellos estaban Juan Bautista Alberdi, Esteban Echeverría y Juan María

Gutiérrez. Luego se agregaría al grupo una figura fundamental que no

compartía el salón porque no estaba en esa ciudad: Domingo Faustino

Sarmiento.

Muchos de ellos hab�an sido formados en las instituciones educativas

creadas en el per�odo rivadaviano, iniciado en Buenos Aires en 1820, y all�

entraron en contacto con algunas de las ideas iluministas. Una que los

influenci� significativamente era la certeza de que todas

las naciones se orientaban de manera lineal hacia una meta: el progreso.

Pero estos j�venes se adscribieron a un movimiento intelectual con otras

ideas sobre la cultura, la sociedad y la pol�tica: el Romanticismo, con el que

hab�a tomado contacto en Francia Esteban Echeverr�a, que fue el primer

l�der del nuevo grupo en Buenos Aires.

A diferencia del Iluminismo, los rom�nticos hac�an hincapi� en la

necesidad de reconocer a cada naci�n como una unidad diferenciada con

costumbres e historias propias. Los rom�nticos se interesaban en el camino

particular que cada naci�n recorr�a para realizarse como tal. Los j�venes

rom�nticos del R�o de la Plata, que hoy conocemos como la Generaci�n del

37, se preguntaron por un modelo de naci�n apropiado para el pa�s.

�C�mo concretar en nuestro suelo las mejores ideas europeas teniendo en

cuenta los h�bitos y la cultura locales?


El tema de la Generaci�n del 37 es que eran pocas personas y no se notaba

lo que hac�an en la ciudad, pero era: qu� idioma hay que hablar, c�mo es

la relaci�n del castellano con el idioma de Espa�a, cu�l es la relaci�n

entre guerra y pol�tica, qu� actitud tomar en general frente a la cultura y

frente a las novelas �si hay que escribir novelas o un libro �nico, con una

sola empresa pedag�gica para todo el modelo de educaci�n de un pa�s�.

Y, finalmente, si es necesario construir una vida pol�tica posterior a las

grandes guerras

de la emancipaci�n y tambi�n posterior a la construcci�n de un consenso

�como dir�amos hoy, la palabra tampoco se emplea�

entre las dos grandes fuerzas, cuyos antagonismos la generaci�n las ve�a

como dignos de ser superados por una propuesta de mayor inter�s que

conjugue los antecedentes federales y unitarios del pa�s; tema que se

arrastrar�a muchas d�cadas despu�s, tambi�n a la consideraci�n de los

grandes debates argentinos.

Rosas es alguien a ser indagado por la generaci�n.

En el caso de Alberdi, lo considera un individuo no filos�fico pero que

puede comprender a la generaci�n, a eso llega el atrevimiento

del joven Alberdi �incluso es el �ltimo en exiliarse�, puesto que en esas

reuniones tambi�n concurre el principal escritor rosista de la �poca que

era el napolitano Pedro De Angelis, tambi�n concurre el autor del himno,

que era un personaje rosista, de modo que no est� claro en esa Buenos

Aires, en la reuni�n de un grupo cultural, de un grupo de intelectuales como

dir�amos hoy, la palabra en ese momento

no se emplea; no est� claro, digo, cu�l era la situaci�n frente al gobierno.


Quien pretendiera pensar la pol�tica local en esos a�os, deb�a

enfrentarse con una figura insoslayable: Juan Manuel de Rosas,

Gobernador de la Provincia de Buenos Aires de 1829 a 1832

y entre 1835 y 1852. Fue un hombre con tanto poder que pudo controlar el

destino pol�tico de Buenos Aires e imponerse sobre el resto del pa�s

como ning�n otro antes. El Romanticismo aconsejaba poner un ojo en las

entra�as de la patria. Entonces, era necesario dirigir la mirada a Rosas.

En un principio, Alberdi procur� que las nuevas ideas de la generaci�n se

acercaran al r�gimen rosista. Su objetivo era sintetizar los postulados de

los unitarios y federales y superar

sus falencias, para terminar con el desgarramiento pol�tico interno.

Rosas no estuvo dispuesto a escuchar nuevas ideas ni a adoptar una

posici�n conciliadora. La ruptura entre el gobernante y la joven generaci�n

se torn� inevitable y los miembros de esta, que en general compart�an una

misma formaci�n educativa, el inter�s por discutir ideas novedosas y la

pasi�n por la pol�tica, compartieron tambi�n el exilio.

Un trabajo permanente que es presentarse como una suerte de

orientadores de la pol�tica, de consejeros del pr�ncipe. Entonces, en un

principio �aunque esto no siempre suele ser recordado�, algunos

de ellos, Alberdi sobre todo, apoyaban a Rosas y pensaban que Rosas era una

expresi�n genuina y entonces se mostraban rom�nticos, una expresi�

genuina del estado social rioplatense.

Muy r�pidamente, cuando se produce una serie de acontecimientos que


desemboca en el bloqueo franc�s en 1838, Alberdi abjura de esa

propuesta, incluso se va de Buenos Aires, se va hacia Montevideo y apoya

fervientemente el bloqueo franc�s contra Rosas.

Entonces, uno puede ver una sinuosidad, no solo en Alberdi sino en otros, en

cuanto a las opciones pol�ticas, pero el rasgo que m�s permanece sobre

todo en la d�cada del 30 y del 40 es la idea de que

ellos est�n en condiciones de poder ser quienes encabecen o dirijan

cualquier proyecto pol�tico. �Por qu�? Porque tienen un acceso

privilegiado al conocimiento.

Alberdi dice en 1836, 1837: "Rosas, considerado filos�ficamente, no es

un d�spota que descansa sobre bayonetas, es una expresi�n genuina del

pueblo". Muy poco tiempo despu�s, Rosas es un d�spota que descansa

sobre bayonetas. Pero lo que no cambia es la idea de Alberdi que es �l y su

grupo, quien tiene que decir a los dem�s qu� es lo que deben hacer. Ellos

plantean que, un tanto rom�nticos, que una naci�n se distingue por poseer

ciertos rasgos que la identifican frente a otras naciones. El problema en que

se encuentran es que ellos no logran terminar de definir cu�les son esos

rasgos. Entonces la naci�n, para el caso de los rom�nticos rioplatenses, y

en esto se basa en parte las paradojas que animaron a este grupo, que

fueron varias y muy importantes, en vez de ser una herencia que viene del

pasado �como pod�a ser para buena parte de los rom�nticos europeos que

buscaban remontar tradiciones de la Edad Media� m�s bien es una

apuesta hacia el futuro; la naci�n es algo a construir m�s que algo a ser,

m�s que algo heredado.

A partir de su distanciamiento con Rosas, la Generaci�n del 37 intent�

derrotarlo de todas las formas posibles. Promovi� la alianza con Francia,

cuando esta se enfrent� al gobernador de Buenos Aires en


1838, pese a que muchos enemigos de Rosas ve�an con malos ojos

asociarse a una potencia extranjera.

Alberdi y Echeverr�a intentaron coordinar, desde el exilio, a todos los

descontentos y alentaron los levantamientos contra Rosas que se sucedieron

en distintos espacios de la Confederaci�n entre 1839 y 1843.

Pese a su esfuerzo, todos iban a fracasar. Desde el exilio, las soluciones se

tornaron m�s complicadas para los j�venes rom�nticos

y as�, los problemas se volvieron m�s visibles.

Sarmiento plante� en su obra Facundo el problema pol�tico que deber�a

pensar la Generaci�n del 37. �Por qu� luego de la Revoluci�n de Mayo,

que fue realizada en nombre de ideales ilustrados

�libertad, igualdad, fraternidad�, el pa�s se vio asolado por las guerras

civiles y por un r�gimen desp�tico?

La pregunta era un desaf�o porque supon�a un enigma. Sarmiento y

Alberdi confiaban en que al detectar las causas que lograran explicar esa

paradoja, las claves de la vida nacional ser�an m�s n�tidas.

As�, el solo hecho de conocerlas, ya promover�a los cambios necesarios

para hacer de la Argentina una naci�n moderna.

Ambos razonaban como rom�nticos, pero tambi�n como iluministas, porque

cre�an que el saber era la llave para toda liberaci�n.

Tener saber era un requisito necesario para acceder al poder puesto que

daba el derecho a mandar.


Para los miembros de la Generaci�n del 37 hab�a que encontrar una

respuesta al drama argentino, es decir, el de una revoluci�n que hab�a

abierto un proceso hist�rico, cuyo curso parec�a desviarse de los

objetivos y de las expectativas iniciales. Y revisaron la historia pol�tica

del pa�s, en especial los a�os de guerra civil, debido a la cual Rosas

consolid� su poder.

Una vez en el exilio, definieron que lo que hab�a que hacer era analizar las

causas que hab�an hecho posible el enfrentamiento entre unitarios y

federales.

Para Alberdi y Sarmiento hab�a que encontrar una clave que explicase

estos desgarros y pudiera revelar los aspectos que operaban en la realidad

hist�rica sin que los actores lo supieran.

Para la Generaci�n del 37, el error hab�a sido el desconocimiento que las

generaciones pol�ticas anteriores demostraron sobre las singularidades de

la realidad nacional.

Sarmiento afirmaba que los unitarios y los rivadavianos no conoc�an el

contexto en el que proyectaban las reformas sociales inspiradas en el

Iluminismo. La resolución del enigma era detectar que había dos países en

uno, con características culturales opuestas. El triunfo que se hab�a

conseguido por las armas en las Guerras de Independencia, tambi�n deb�a

conseguirse en la cultura y en la sociedad.

Es propio del Romanticismo una suerte de afecci�n por el pueblo, la

impresi�n de que las verdades, los secretos, las claves para explicar una

cultura, una sociedad, se encuentran en las vidas del pueblo,no en la vida


de las �lites, no en alg�n otro rasgo de una cultura, sino en las costumbres

populares, en sus h�bitos.

El Facundo de Sarmiento, escrito en 1845, obedece a este programa.

Para Sarmiento, en ese momento, la Argentina, una Argentina que no lograba

constituirse como tal, que a�n no era rep�blica, que no pod�a ser

rep�blica, el secreto para hacer de la Argentina un espacio

m�s justo, social, cultural y pol�ticamente ten�a que ver con la

exploraci�n de las costumbres populares.

Su libro en gran medida es una cartograf�a de esas costumbres populares

alrededor de una figura, que es la figura de Facundo. �Por qu�? Porque

justamente para Sarmiento, Facundo, que ya hab�a muerto diez a�os

atr�s, expresaba, condensaba, esas costumbres populares.

Despu�s de todo lo que sucedi� en nuestro siglo XIX y despu�s de todo lo

que sucedi� en el siglo XX en la Argentina y en el mundo, dif�cilmente uno

pueda simpatizar con las nociones de civilizaci�n y barbarie tal cual como

las piensa Sarmiento.

Entre otras cosas porque sabemos que esta palabra tan notable y tan,

digamos, casi un emblema de la cultura del siglo XIX, que fue la palabra

"civilizaci�n", tambi�n produjo masacres, tambi�n produjo desastres. Por

lo tanto, insisto, no podemos sino mirarla con cierta sospecha.

En el t�tulo mismo del libro y en el desarrollo del libro una de las lecturas

predominantes tiene que ver con la uni�n entre civilizaci�n

y barbarie, no en la oposici�n entre lo civilizado y lo b�rbaro.

Hay una lectura posterior a Sarmiento que lo que hizo fue resaltar la

tensi�n irreconciliable entre estos dos principios: cultura letrada, cultura

popular. No hay uni�n posible, una tiene que aplastar a la otra, la cultura
letrada aplastar a la cultura popular, la civilizaci�n a la barbarie. No

obstante, en el texto de "Facundo", estas dos cuestiones tienden en m�s

de una oportunidad

�probablemente las m�s felices del texto� a encontrar sus puntos de

uni�n. Puntos de uni�n que mucho tiene que ver con la biograf�a del

propio Sarmiento. Sarmiento, que gustaba que se lo llamara

"doctor montonero", juntando en una �nica expresi�n lo civilizado y lo

b�rbaro. Personaje que sab�a que ten�a una educaci�n de autodidact y

que, al mismo tiempo, ten�a embestidas que eran m�s propias de un gaucho

b�rbaro que de un hombre de la civilizaci�n.

Sarmiento alegaba que el desenlace tr�gico de la Revoluci�n de Mayo

era causa del choque entre dos culturas distintas: la de la campa�a pastoril

y la de la ciudad. La ciudad hab�a convocado a los pueblos interiores �a las

masas rurales� para hacer la Revoluci�n, y as� todos lucharon contra la

Corona espa�ola. Pero despu�s del triunfo,

las masas rurales, los gauchos, se emanciparon y se enfrentaron a la ciudad.

Sarmiento afirm� que las costumbres y h�bitos que ten�an esas masas

rurales eran hostiles a cualquier orden moderno, asentado en una econom�a

de mercado y regido por una Constituci�n liberal.

Defin�a a la campa�a como el n�cleo geogr�fico del despotismo,

donde era imposible el desarrollo de un mercado capitalista. Afirm� que la

extensi�n es el mal que aqueja a la Argentina y con esa frase resum�a su

consideraci�n de que en la campa�a no estaban las bases m�nimas para

construir una rep�blica moderna. Tom� como referencia de su explicaci�n

a un personaje de esa misma campa�a: el caudillo riojano Facundo Quiroga.

Eligi� contar el drama de la Revoluci�n narrando la biograf�a de Quiroga,

porque los rom�nticos cre�an en la existencia de grandes hombres, estos


condensaban en su figura todo el esp�ritu de una �poca. Contar la vida de

Quiroga era as� exponer a la vez los motivos por los que la Revoluci�n

termin� en guerras civiles y en el despotismo rosista.

Su "Facundo, civilizaci�n y barbarie" quiso ser la biograf�a de un caudillo

para explica la biograf�a del pa�s.

El libro, como todo el mundo lo recuerda, empieza con una frase en la que

est� la palabra extensi�n: "El mal que aqueja a la Argentina

es la extensi�n".

�Qu� entiende Sarmiento por extensi�n? Filos�ficamente "extensi�n"

es equivalente a "espacio"; es decir, el espacio que tiene la Argentina es la

extensi�n. M�s adelante, en el curso del

"Facundo", define o precisa la noci�n de espacio como naturaleza, es decir,

respondiendo a una filosof�a en boga, la filosof�a llamada fisiocr�tica,

que consist�a en que el hombre puede transformar

la naturaleza. Sarmiento sostiene que la naturaleza en este pa�s, en la

Argentina, ha sido pr�diga, pero ha sido mal aprovechada, y que esa

extensi�n, ese espacio en el que la naturaleza prodigar�a todos sus bienes

est� ocupado por un concepto que es el de la pampa. Pampa que,

en la tradici�n ya marcada por Esteban Echeverr�a,

es equivalente a desierto.

A Sarmiento, la figura de Quiroga le sirvi� como estrategia para definir

aquello que crey� oculto y que �l vendr�a a revelar con


su "Facundo", es decir, el comportamiento de las masas rurales que se

incorporaron y lucharon en el proceso independentista. Ellas constituyeron

la base social de los caudillos.

Para Alberdi, en cambio, otras causas explicaban el desenlace tr�gico de la

Revoluci�n. El enfrentamiento no estaba entre el campo y la ciudad, sino

entre Europa y la barbarie. Afirm� que todo lo que no es

europeo es b�rbaro y explic� que como la acci�n de Europa

en Am�rica se hab�a diseminado en forma desigual, Argentina

se divid�a en dos regiones: una de ellas, la Argentina del litoral, ten�a

contacto comercial con pa�ses m�s modernos; la otra, la Argentina

mediterr�nea, estaba privada de ese contacto y se anclaba a la cultura

colonial. Eran dos territorios con tiempos distintos. En un mismo pa�s,

dec�a Alberdi, conviv�an dos siglos: el XIX y el XV.

Quiz�s el aspecto m�s importante, en el cual tanto Sarmiento y Alberdi

coinciden, pasa por ese punto.

La idea de que el gran programa de pol�tica econ�mica que tiene que llevar

adelante la Argentina es transformar sus estructuras productivas,

modernizarlas, traer capitales, inmigrantes y todo eso tiene que venir

fundamentalmente de Europa. Y eso significa que la econom�a, que ha

crecido sobre todo gracias a la apertura comercial que tuvo lugar despu�s

de 1810, tiene que continuar desarroll�ndose, pero tiene que, al mismo

tiempo, sufrir una radical transformaci�n que

tiene que ser producto de ese proceso de modernizaci�n, europeizaci�n,

desarrollo del capitalismo �como lo llamar�amos en nuestros d�as�.


Los rom�nticos, en su trayecto de exilios y derrotas transitorias,

construyeron im�genes de nuestro pa�s que alimentar�an buena parte de

los proyectos que aparecieron despu�s de la derrota de Rosas

en Caseros, en 1852. Esas im�genes se incorporaron con diversas

valoraciones a nuestra cultura.

A�n hoy resuenan palabras como desierto, pampa, barbarie, las dos

argentinas, caudillismo, entre otras. Es que instalaron la idea misma de

naci�n argentina, aunque dicha idea resulte, todav�a hoy, objeto

de interminables controversias.

Los miembros de la Generaci�n del 37 fueron los primeros intelectuales

que pueden definirse como tales, a diferencia de los anteriores letrados

ligados con la burocracia o con el clero. Fueron la primera generaci�n de

intelectuales de alcance verdaderamente nacional, porque estaba formada

por gente proveniente de distintas provincias. Actuaron fuertemente en la

pol�tica y dejaron una pregunta abierta que tuvo una larga vida en

Argentina, �cu�l es la relaci�n entre los intelectuales y el poder

pol�tico?

A la vez, fueron los fundadores, junto con los autores del g�nero

gauchesco, de la literatura nacional y de la cr�tica literaria nacional.

La forma que tuvieron de mirar al pa�s con un ojo hacia adentro y otro

hacia afuera, hacia Europa, tuvo una larga influencia en la cultura argentina.

Y algunas claves que dieron para pensar la naci�n, en particular la idea de

civilizaci�n y barbarie, fueron muy influyentes, dado que hasta hoy se

siguen utilizando muchas veces para entender la Argentina.


una descripción de la gente que trabaja en el matadero , que es la gente del rosismo, la gente que
adhiere a la figura del "Restaurador de las leyes" – que así se le decía a Rosas– y la descripción
que hace Echeverría de esta gente es de un desdén, de un racismo, de un clasismo
impresionantes.

El texto de Echeverr�a, por supuesto, es trasladado,


va de mano a mano entre amigos, porque no se puede publicar.
No se puede publicar porque es demasiado terrible,
quiz�s por eso Echeverr�a carg� tanto las tintas porque
era un texto secreto para leer entre exiliados.
Lo que narra el cuento es el cuento perfecto
de la diferencia entre los civilizados y los b�rbaros.
El cuento se llama El matadero porque ocurre en el matadero, donde
Echeverr�a hace una descripci�n de la gente que trabaja en el
matadero, que es la gente del rosismo, la gente que adhiere a la
figura del "Restaurador de las leyes y la descripci�n que hace
Echeverr�a de esta gente es de un desd�n, de un racismo, de un
clasismo impresionantes.

Digamos, pocas veces se ha visto considerar a la clase plebeya como


una clase ligada, identificada con la animalidad; son animales.

Es decir, carnean animales y, a la vez, ellos son animales.

Los faenadores del matadero son tambi�n reses como lo son las reses
que ellos carnean.

Andan en charcos de barro, andan entre sangre, bueno, es un horror el


cuadro que traza Echeverr�a.

En contraste con esto, en brutal contraste con esto, viene un hombre


de la cultura, un nombre de la civilizaci�n, un hombre de la
racionalidad.

Este hombre es un joven unitario que ha tenido la desgracia de


extraviar sus pasos y de entrar en el matadero.

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El esquema que tenemos aqu� es que la civilizaci�n pierde sus pasos y
entra en la barbarie.

Este joven que viene en silla inglesa, que viene muy elegantemente
vestido, que tiene modales exquisitos porque es de la alta sociedad,
de la burgues�a m�s alta o de la oligarqu�a m�s concentrada de
Buenos Aires, un culto, pierde sus pasos en el matadero y ah� es muy
mal recibido. Es muy mal recibido porque todos los del matadero se dan
cuenta de que quien ha llegado es evidentemente un unitario.
Y seguimos m�s adelante.

El cuento se llama El matadero


porque va a ser el matadero de las reses y el matadero del unitario,
todo a manos de esta turba salvaje que son los hombres que adhieren
a don Juan Manuel de Rosas, el personaje odiado
por los unitarios y, muy especialmente, por Esteban Echeverr�a.
Bueno, entonces el unitario es visualizado por los hombres del
matadero, aqu� ya se produce un encuentro brutal.

Lo ven, y bueno, ven que es un joven, que en realidad muchos


ilustradores lo ilustran com el propio Echeverr�a que viene
montado en una cabalgadura de silla inglesa.

La silla inglesa para Sarmiento en el Facundo va a ser muy importante.


Sarmiento va decir que si Lavalle hubiera hecho la campa�a de 1840 en
silla inglesa, la habr�a ganado. O sea que estos elementos de la
cultura europea son muy valorados por los hombres de la elite cultural
de Buenos Aires.
De modo que este joven unitario viene montado en silla inglesa
y los del matadero, que est�n comandados por un siniestro personaje
que se llama Matasiete, apenas lo ven venir en silla inglesa dicen:
"�Ah� viene un unitario!". Ustedes noten la alegr�a
que deben haber sentido los tipos del matadero cuando se les viene un
unitario, se les viene un juego, se les viene un tipo con el cual se
van a divertir mucho.
El unitario, como toda unitario que se enfrenta con la chusma,
es muy altanero y los desprecia con sus gestos, con su mirada, "qu�
quieren con �l, c�mo se atreven, c�mo se le acercan". Y hay un juez
en el matadero que lo primero que le pregunta al unitario es lo m�s
visible para un federal: "�Por qu� no trae usted la divisa punz�?".
La divisa punz� era un pedazo de g�nero, punz�, que Rosas obligaba a
que todo el mundo lo llevara, como identificaci�n de su adhesi�n a
�l, a Rosas. O sea que hab�a que llevar la divisa punz�.

El unitario, como era unitario, es decir como no adher�a a Rosas


no llevaba la divisa punz�, entonces lo que respondeel unitario es
tambi�n tremendamente altanero. "Eso �la divisa punz�� es para
ustedes, yo soy un hombre libre, no la llevo".
Es decir, lo que les est� diciendo es: "A m� nadie me impone llevar
una divisa punz� porque yo soy un hombre libre".
Y Matasiete, que sabe responder, le dice: "Nosotros, a los libres, la
divisa punz� se la hacemos llevar a la fuerza".

Lo cual es una contundente respuesta, �no? Al orgullo de la


racionalidad iluminada oponerle la fuerza brutal de la barbarie, esto
es lo que plantea Echeverr�a.
Matasiete y todos sus amigos son constantemente asimilados a la
condici�n animal.

Atenci�n aqu�, como el proyecto unitario era liquidar a todos estos


gauchos b�rbaros es fundamental que no pertenezcan a la condici�n
humana.

Yo le voy decir algo muy claro: si usted quiere matar a alguien, lo va


a matar m�s f�cil si considera que ese alguien no pertenece a la
condici�n humana.

Por ejemplo, para Hitler los jud�os no pertenec�an a la condici�n


humana porque pertenec�an una raza inferior.

Hay una famosa declaraci�n �no quiero entrar mucho en esto�, pero
hay una famosa declaraci�n del general Camps,
jefe de la polic�a durante la dictadura de Videla en la provincia de
Buenos Aires que dice: "Nosotros no matamos personas, matamos
subversivos".

Entonces, el hecho de que Echeverr�a describa a estos hombres como


animales est� preparando, est� preparando, el terreno para una
represi�n feroz que el unitarismo de Buenos Aires va a llevar sobre
las provincias.

Entretanto, lo que hace Echeverr�a es mostrar la crueldad de los


federales. Atenci�n aqu� tambi�n, siempre que en un texto se muestra
la crueldad del enemigo es porque se est� preparando y justificando la
crueldad que uno, cuando est� en buenas condiciones, va a ejercer
sobre ese enemigo. Entonces a Echeverr�a por supuesto le interesa
much�simo demostrar que los federales son infinitamente crueles porque
luego ellos van a ser crueles con los federales.

Los federales lo humillan al unitario, lo vejan, lo desnudan, algo que


�l no quiere aceptar de ninguna manera y antes de aceptar esas
terribles humillaciones se produce un hecho inesperado, el unitario
revienta de sangre.

Sus asesinos quedan sorprendidos por toda la sangre que tiene el


unitario y por c�mo ha reventado antes de que pudieran vejarlo m�s.
Entonces, as� termina el cuento, en medio de un ba�o de sangre
y Echeverr�a que dice: "Esa es la federaci�n rosina y es en el
matadero donde tiene su lugar".

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