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SOLTAR, DEJAR IR.

Un día, Buda estaba paseando tranquilamente cuando Devadatta, (primo y enemigo


férreo), le arrojó una pesada roca desde la cima de una colina con la intención de acabar
con su vida. La roca cayó al lado del Buda y Devadatta no pudo conseguir su objetivo.
Buda se dio cuenta de lo sucedido y se mantuvo impasible, sin perder la sonrisa de los
labios.

Días después, el Buda se encontró con su primo y lo saludó afectuosamente.


Muy sorprendido, Devadatta preguntó:
– ¿No estás enfadado, señor?
-No, claro que no.
Sin salir de su asombro, inquirió:
-¿Por qué?
Y el Buda dijo:
– Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca, ni yo soy ya el que estaba allí cuando me
fue arrojada.
Para el que sabe ver, todo es transitorio; para el que sabe amar, todo puede ser
olvidado.

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Cambiar de pensamiento no resulta fácil. Curiosamente, dedicamos mucho tiempo de


nuestra vida a conseguir, acumular, y conservar, pero somos absolutamente reacios a «dejar
que las mismas pertenencias o sucesos se alejen o se vayan». Encontrar la calma perfecta, es
fruto de haber sido capaces de cambiar muchas veces, fruto de entender y asumir que todo a
nuestro alrededor es breve, fugaz, y tiene fecha de caducidad.

Rechazamos poner punto final a etapas, personas, o situaciones que pudieron causarnos
dolor o que tal vez puedan seguir prolongándolo. Las personas y circunstancias que se cruzan
en nuestro camino, no están predestinados a quedarse o marcharse, a querernos u odiarnos,
sino a moldearnos y a enseñarnos. Cada una de las personas que aparezcan en nuestro
destino, llevarán consigo una mochila de circunstancias, y de cada circunstancia habrá que
aprender una lección.
Que el contenido sea correctamente interpretado por nosotros, determinará sin duda que
tengamos una existencia placentera o turbia.

Cada momento es útil y todos los momentos que se acumulan en una vida conformarán un
libro con armonía si cambiamos nuestras emociones en función de lo que sentimos, y no en
función de lo que sabemos o percibimos.

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