La película argentina fue realizada en 1986, luego de finalizada la última dictadura
militar (1976-1983), en el contexto de la naciente democracia. El Proceso de Reorganización Nacional, denominación dada por los mismos militares a la última dictadura, fue el gobierno más sangriento y represivo de la historia de ese país. El régimen militar intentó realizar dos grandes tareas: “normalizar” la economía y reimplantar el “orden” en la sociedad mediante la resubordinación del sector popular. La Junta Militar disolvió el Congreso Nacional, otorgó facultades legislativas al Poder Ejecutivo, modificó la composición de la Corte Suprema Nacional, suspendió la actividad política de los partidos y gremios, restringió la libertad de prensa y detuvo ilegalmente y desapareció a miles de personas. De esta manera, observamos que la estrategia represiva tuvo un lugar central en la estructura del poder militar. La noche de los lápices (1986), dirigida por Héctor Olivera, reconstruye el trágico episodio de los estudiantes asesinados en la ciudad de La Plata en septiembre de 1976 en el contexto de la última dictadura militar argentina. El filme está basado en una historia real y en el testimonio de un sobreviviente: Pablo Díaz. La fuente principal de la película es el testimonio judicial dado por él en el marco del juicio a los comandantes de dicha dictadura en 1985. Asimismo, la investigación plasmada en el libro homónimo de los periodistas María Seoane y Héctor Ruiz Núñez fue base del guión. La película concretamente cuenta la historia de siete estudiantes secundarios adolescentes (Claudio Acha Koiffmann, María Clara Ciocchini, María Claudia Falcone, Daniel Racero Pareda, Pablo Díaz, Horacio Ungaro Ferdman y Francisco López Muntaner) que realizaban actividades políticas en torno a la problemática educativa. Se narra la historia desde el comienzo de las protestas estudiantiles por el boleto escolar en 1975 hasta 1980, cuando Pablo Díaz, el protagonista, fue liberado. La narración comprende el retrato de la lucha por el boleto, los secuestros de los jóvenes, su cautiverio y su tortura en centros clandestinos de detención. Como señala Getino, el filme presenta un lenguaje directo y realista que apela más a la sensibilidad del espectador que a su capacidad de análisis para comprender la dimensión real de los sucesos tratados. La película nos presenta la historia del secuestro de aquel grupo de jóvenes y deja entrever que el mismo tiene su origen directo en la lucha por el boleto estudiantil de 1975. En esa conexión podemos observar la negación de la identidad política de las víctimas en la medida en que se enfatiza la idea de que “sólo eran adolescentes pidiendo un boleto escolar”, dejando de lado su pertenencia a un grupo político más amplio, sus utopías, ideales y proyectos. Su lucha política, su voluntad revolucionaria queda reducida a casi una cuestión económica como es el boleto. Las marchas por el Boleto Escolar Secundario (BES) se dieron en este contexto de alta conflictividad social y política y creciente violencia. Durante septiembre de 1975, en La Plata y también otras ciudades, se realizaron movilizaciones donde participó gran cantidad de jóvenes. Fue en la capital de la provincia donde a partir del reclamo se logró una tarifa diferencial para los secundarios. Sin embargo, esta no fue la única actividad política que realizaban los militantes secundarios. Tampoco la única movilización ocurrida en ese momento, a pesar de que la fuerte represión se hacía sentir en la ciudad con dramatismo desde hacía tiempo. En la madrugada 8 de octubre de 1974 aparecieron los cadáveres acribillados de Roberto Achen y Carlos Miguel, militantes del gremio de trabajadores de la Universidad de La Plata y de la Juventud Trabajadora Peronista. A partir de ese día se suspendieron las clases en la Universidad Nacional de La Plata hasta el año entrante y se dispuso su intervención. El golpe del 24 de marzo de 1976 significó la agudización de esta tendencia. El plan represivo se extendió a todo el territorio y los secuestros y desapariciones se multiplicaron al compás de la proliferación de los centros clandestinos de detención y tortura. Hasta el momento se han denunciado y registrado 498 en todo el país, según los datos recientes de la Secretaría de Derechos Humanos de La Nación. La película da lugar a la existencia de los tres vehículos de transmisión que lo han sostenido en el tiempo: los testimonios de Pablo Díaz –él mismo ha contabilizado cerca de tres mil actos donde narró su experiencia–, el libro de María Seoane y Héctor Ruiz Núñez y la película de Olivera. En segundo lugar, porque la fecha ha sido instituida como día conmemorativo dentro de las efemérides escolares que lo han hecho permanecer vigente y ha facilitado su apropiación y reactualización por los actores políticos juveniles, como se expresa cada año en las marchas y actos conmemorativos, sobre todo en la ciudad de La Plata. Además, porque la trama simple y dramática que sostienen estos tres vehículos lo hacen más enseñable, transmisible, legible y compresible que otros. Se pueden identificar claramente quiénes son los buenos y los malos, y el contexto político donde se lo cuenta está procesado de forma de evitar lo controversial y exponer sólo lo muy consensuado, sobre todo en lo que refiere a la violencia política. Pero, también, desde estas claves simples el caso permite narrar la Historia de un modo inteligible desde el presente. Si bien, como mencionan Guastamacchia y Pérez Álvarez, la presentación de las víctimas de la dictadura se nutre con algunos elementos políticos: aparecen pancartas con leyendas políticas en las manifestaciones estudiantiles y referencias explícitas en los diálogos a la pertenencia de los jóvenes a determinadas organizaciones políticas (como la Unión de Estudiantes Secundarios y la Juventud Guevarista); la película privilegia la presentación de sus protagonistas a partir de su condición de adolescentes, desde una perspectiva aniñada e inocente, y como estudiantes secundarios comprometidos exclusivamente en la lucha por el boleto estudiantil. De esta manera, la narración de la película describe a los jóvenes como “apolíticos” y, en ese sentido, impide recuperar su verdadera identidad. Al construirse todo el relato de la película alrededor del boleto estudiantil, se vacía de contenido la verdadera lucha y resistencia de estos jóvenes. Es decir, como explica Raggio14, inocencia fue usado como sinónimo de apoliticismo. Su antónimo, el compromiso político, fue usado como sinónimo de presunción de culpabilidad. Para Guastamacchia y Pérez Álvarez, las claves políticas fueron sustituidas por una narrativa humanitaria anclada en los lazos de parentesco o los vínculos afectivos. Los desaparecidos, en las películas argentinas de los ochenta y, en particular, en La noche de los lápices, fueron presentados como hijos, esposos o padres, antes que como militantes políticos o revolucionarios. Otra cuestión para destacar refiere a la ausencia de zonas grises en el relato. No solamente las víctimas son retratadas como inocentes, sino que, como sugieren Guastamacchia y Pérez Álvarez, la figura del torturador reviste el poder absoluto, ya que los militares aparecen como la personificación exclusiva de la violencia, casi animalizados, ejecutando los secuestros y las torturas. De este modo, según las autoras, el relato y las identidades propuestas condensan una perspectiva binaria, sin grises ni entramados complejos de relaciones sociales y responsabilidades. En La noche de los lápices la narración del horror y la reiteración de imágenes escalofriantes son evidentes, ya que no se trata simplemente de un relato, sino de varias escenas dedicadas a mostrarnos el secuestro, la tortura, el sufrimiento y la humillación que sufrieron las víctimas. De todas formas, en las escenas del cautiverio, los detenidos no presentan un deterioro físico marcado, ni aparecen escenas demasiado explícitas, en tanto se pretende desarrollar un dramatismo que sea soportable para el espectador. Uno de los aspectos de la película con menor fidelidad respecto a la historia real es la historia de amor entre Pablo y Claudia. Según Raggio, esta necesidad de inventar un romance previo al cautiverio le permite al director sostener el melodrama de principio a fin, y en paralelo desarrollar dos tramas, por un lado, la love story entre dos adolescentes y, por otro lado, el drama político en el que esta historia se desarrolla. Conclusión Los estudios de caso tienen un papel importante en la investigación cualitativa, sobre todo en este caso para entender el contexto en que ocurrieron estos hechos, las implicaciones emocionales que estuvieron y aún están presentes en la sociedad, afectando no solo a Argentina sino a toda Latinoamérica. La mayor parte de este tipo de investigación recurre al estudio de unidades de forma intensiva, por medio de un abordaje idiográfico que puede vincularse con la teoría. En el caso de la Noche de los Lápices, la escuela ha sido un dispositivo clave para garantizar su permanencia en el imaginario social. La mayoría de las personas ha visto la película o se ha informado del acontecimiento durante su paso por la secundaria (Legarralde y Raggio, 2010).