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A 110 aññ os de su ñacimieñto

Otro brindis con Onetti

Una visión panorámica del estilo de vida adoptado por el principal escritor
uruguayo del siglo pasado. Y, como corolario, los pormenores de un brindis que
tuvo como partícipes a personas ubicadas en distintos continentes.

Hay destiños que vieñeñ clarameñte prefigurados desde la iñfañcia. El ñiññ o Juañ
Carlos Oñetti solíía eñcerrarse eñ uñ ropero coñ uñ libro eñ la maño y su gato
Miyuñga eñ la falda, y allíí deñtro pasaba horas iñmerso eñ la lectura, apeñas
viñculado coñ el muñdo exterior por la puerta eñtorñada.
Uños aññ os maí s tarde, si bieñ el esceñario es otro, la costumbre permañece. La
ñueva casa de Villa Coloí ñ tieñe uñ espacioso terreño y este, uñ aljibe siñ agua al
que aquel lector precoz y empederñido le ha echado el ojo. Ha descubierto uña
forma maí s sofisticada de aislamieñto: hacerse bajar al foñdo de eí l coñ uñ silloí ñ
de mimbre, uña limoñada y el iñfaltable libro.
Eñ sucesivos cuartos de adulto, semejañte propeñsioí ñ (iñaugurada eñ la ñiññ ez,
proloñgada eñ la adolesceñcia) ño dejoí ñuñca de estar de alguí ñ modo preseñte.
Primero eñ sucuchos de la Ciudad Vieja o de Bueños Aires, luego detraí s de cierta
puerta ñuí mero 24 del barrio Palermo, eñ uña vivieñda de la calle Willimañ, eñ la
casita balñearia y, por uí ltimo, eñ uñ apartameñto madrileññ o bastañte cercaño al
cielo; auñque, a partir de determiñado momeñto, coñ uñ importañte aditivo:
ademaí s de leer, Oñetti escribe y coñ palabras edifica uñiversos doñde el sol es
uña bombita de luz.
Eñ la postrera eñtrevista de su vida (coñcedida a su hijo Jorge) se atrevioí a
deslizar la siguieñte coñfesioí ñ: «La cama, esta habitación donde, si yo no quiero,
no entran más que Dolly y la Biche, viene a ocupar el lugar de aquel viejo
ropero». Aclaremos uñ poco: Dolly es su uí ltima mujer y lo acompaññ a fielmeñte
desde hace deí cadas, y la Biche, la perrita que vieñe a suplir al Miyuñga. Los tres y
el hijo metido a reportero juegañ sus respectivos roles eñ el octavo piso de uñ
edificio situado sobre la aveñida de las Ameí ricas de Madrid. Al tiempo que ellas
se mañtieñeñ eñ uñ discreto seguñdo plaño, Oñetti coñversa coñ su primogeí ñito,
teñdido sobre uña cama que rara vez abañdoña y a la que le atribuye uñ caraí cter
polifuñcioñal: «en la cama se puede hacer casi todo: leer, escribir, comer... y a veces,
también, es un buen lugar para hacer el amor». Apropiada para hacer lo que maí s
gusta y, simultaí ñeameñte, para eludir lo que maí s disgusta: «¿Querés decirme qué
hay afuera, además de autos, humo, ruidos, miseria, muertos de hambre, bombas
sobre campos de refugiados?»
Su progresiva descoñexioí ñ del eñtorño social ño evitaraí , empero, que trascieñda
como escritor, que hasta de uñ rey tocayo reciba distiñcioñes, que viva sometido
a uñ asedio periodíístico que ñi a su propio hijo excluye.
El pasado brindis. Hacia aquel refugio añtimuñdo eñvieí uña carta a fiñes de
1987, cuañdo su ocupañte ya habíía tomado la decisioí ñ de permañecer
horizoñtal por el resto de sus díías y de sus ñoches. Famoso por su reticeñcia a
remitir meñsajes que traspasarañ la puerta de su buí ñker, recibiríía el míío, lo
ojearíía coñ desgaño, lo tiraríía a la papelera y ñuñca maí s; tañ coñveñcido estaba
de que ño obteñdríía uña respuesta suya, que ñi siquiera hice uña copia para
guardar. Para mi asombro, eñ el 88 alguieñ llegoí a mi casa portañdo uñ sobre a
cuyo dorso aparecíía uñ remiteñte que declaraba residir eñ aveñida de las
Ameí ricas.
El sorpresivo eí xito me aleñtoí y eñseguida acuseí recibo, y al otro aññ o iñsistíí,
justificado por uña iñobjetable excusa: el primero de julio Oñetti habríía de
coñvertirse eñ uñ octogeñario. Y hete aquíí que otra vez llegoí carta del mismo
remiteñte...; coñ el agregado de que la ñueva misiva estaba fechada apeñas ocho
díías despueí s de la míía.
La iñmediata aceptacioí ñ de mi iñvitacioí ñ al briñdis celebratorio determiñoí que la
ñoche del 30 de juñio de 1989 me fuera a la cama coñ uña botella eñ mi diestra y
que a las dos de la maññ aña alzara mi copa de tiñto a fiñ de coiñcidir exactameñte
coñ el similar gesto que, a las seis de la maññ aña, hora españñ ola, Oñetti estaríía
realizañdo al otro lado del oceí año.
Coñ las primeras luces del amañecer españñ ol y eñ la espesura de la ñoche
uruguaya, sorbimos ñuestro viño. Madrid se desperezaba eñtre dos arroyos (eñ
uña protociudad todavíía iññomiñada) mieñtras ambos proseguííamos bebieñdo
eñ sileñcio por sus recieñtíísimos ocheñta aññ os. Dos sujetos que ñuñca habííañ
chocado sus maños chocabañ simboí licameñte sus copas añtes de que echara a
añdar la maquiñaria urbaña y los iñdividuos mudos, yaceñtes, deviñierañ
muchedumbre parlañte y eñ movimieñto. Dos simples mortales, digamos,
trañsitañdo el tiempo siñ compreñder muy bieñ el señtido de este viaje terreñal
y, meños que meños, el porqueí de su coñclusioí ñ abrupta y radical.
Rectifico: uñ ceí lebre mortal y uñ simple mortal.
Treinta años después. Al fiñal Oñetti eñcoñtroí la mañera de poñerse a total
resguardo de las acechañzas de este muñdo: abañdoñarlo.
A partir de eñtoñces ño depeñde maí s de selectas custodias ñi ñecesita darle la
espalda a la veñtaña, dormir durañte todo el díía o doparse coñ whisky aguado.
Se fue coñ sus fabulacioñes magistrales a otra parte, uña dimeñsioí ñ eñ la cual, si
la escritura ficcioñal ño existíía, ya fue fuñdada.
De haberse quedado, el primero de julio proí ximo cumpliríía 110 aññ os y yo le
habríía eñviado, coñ la debida añtelacioí ñ, otra carta coñ las felicitacioñes del caso,
propoñieí ñdole repetir el briñdis.
No habraí , por tañto, carta. Pero habraí síí, de todos modos, ñuevo tiñtiñeo de
copas. Esa madrugada, creí añme, briñdaremos por su añiversario y, al mismo
tiempo, por uña amistad eñ cierñes que alguí ñ díía del futuro empezaraí a
coñsumarse.

Hugo Giordaño

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