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Arte y Letras, Historia

La propaganda anticomunista como una de las


bellas artes
Publicado por Javier Bilbao
A estas alturas la expresión «¡que vienen los rojos!» se usa con el consabido
tono de sorna, incluso por aquellos que luego se definen así con la mayor
convicción. Una prevención burlona que aludiría a un temor injustificado del
que ya estaríamos de vuelta, como en la fábula de Pedro y el lobo. Pero oiga, el
caso es que a veces el lobo efectivamente venía. Y conspiraba. Y malmetía. La
Guerra Fría tuvo unos cuantos momentos que hacen parecer a su lado la trama
más disparatada de James Bond más veraz y mundana que el BOE. Pero no es
de tales ocasiones de las que hablaremos, sino de las falsas alarmas. O sino
falsas, al menos enfáticas hasta el delirio. Vista con la distancia que otorga el
tiempo cierta propaganda anticomunista resulta incluso simpática en su
empeño por aterrorizar a la audiencia como si del tren de la bruja se tratase.
Terminaba siendo casi indistinguible del cine de terror y ciencia ficción con el
que en no pocas ocasiones intercambió recursos. Tal vez el histrionismo de
esas advertencias contribuyó a que luego ya nadie se las tomara en serio, o
puede que permitieran contener la amenaza ante un público un poco sordete al
que había que gritarle las cosas con mucho aspaviento para que se enterara.
Quién sabe. En cualquier caso resultaba divertida y llamaba la atención, lo que
es la regla número uno de la propaganda y el motivo por el que a continuación
le echaremos un vistazo a los ejemplos más peculiares. Aquellos en los que no
quedaba claro si estaban hablando de política o del próximo estreno en las
salas.

El filósofo René Girard dedicó mucho tiempo a reflexionar en torno a los


mitos, a cómo expresaban los anhelos y temores más íntimos de cada persona
y a la manera en que conformaban las sociedades. Encontró que uno
recurrente en múltiples culturas era el del héroe impolutamente virtuoso que
combatía al monstruo que asolaba la comunidad, generalmente de tamaño
gigantesco. Esa espantosa criatura podía ser la esfinge contra la que luchaba
Edipo o el dragón al que hizo frente san Jorge. Claro que entonces llega el siglo
XX y con él grandes cambios y nuevos peligros. ¿Cómo representarlos de forma
rápida y esquemática, logrando un efecto inmediato en el público?
Meditémoslo durante un momento… ¡Bingo!, mostremos al comunismo como
una enorme bestia de aspecto vagamente humano que asola nuestra
comunidad. Ahí lo tenemos entonces con su rostro cadavérico, envuelto en
llamas, cerniendo su gigantesca sombra sobre una ciudad desvalida o
extendiendo sus repugnantes patas por todo el planeta. El cartel que ven arriba
abriendo este artículo fue aún más allá en esa combinación de política y serie
B, al recurrir a una actriz de la Paramount, Janet Logan, para protagonizarlo,
al tiempo que advierte de que el destino de los hombres no sería mucho mejor,
al resultar esterilizados en masa. No me negarán que son todos ellos una
preciosidad de carteles, ideales para decorar cualquier casa o local.
Aunque la propaganda contra la hidra roja resultó frecuente desde el inicio
siglo XX por parte de diversas fuerzas políticas y sociales occidentales, e
incluso durante la guerra Churchill ya había señalado «la tendencia del
público británico a olvidar los peligros del comunismo en su entusiasmo por la
resistencia de Rusia», no fue hasta enero de 1948 cuando precisamente en
Gran Bretaña adquirió un carácter institucional, sistemático y coordinado. Para
ello se fundó la IRD (Information Reseach Departament) con la finalidad de
«oponerse a las incursiones del comunismo, tomando la iniciativa contra él». A
ella le siguió en Estados Unidos la organización del comité Psychological
Strategy Board, destinado como su propio nombre indica a operaciones de
guerra psicológica. Ese mismo año la IRD participó activamente en las
elecciones italianas, definidas como las «más apasionadas, importantes, largas,
sucias e inciertas de la historia de Italia» debido al riesgo de que ganaran los
comunistas. La CIA tuvo en ellas también un destacado papel en la que fue su
primera operación política encubierta en el extranjero. Entre las diversas
medidas que se tomaron, además de la financiación de la campaña del partido
democristiano (el PCI por su parte recibía también dinero soviético) cabe
destacar el envío de diez millones de cartas a los inmigrantes italianos en
Estados Unidos, con el fin de que se pusieran en contacto con sus familiares al
otro lado del Atlántico y trataran de convencerlos sobre el sentido de su voto.
Una campaña que, de nuevo, contó con magníficos carteles, a años luz de la
inevitable foto del candidato con sonrisa bobalicona que caracteriza a los que
vemos en nuestros días:
Poco después, en 1950, llegó la bautizada por Truman como Campaña de la
Verdad, que debía difundir «la verdad —plana, simple, sin barnizar— ofrecida
por periódicos, radio, informativos y otras fuentes en las que confíe la gente».
El germen de lo que sería la Agencia de Información de los Estados Unidos
(USIA) a partir de 1953, que presentaría el cambio sustancial de que ya no
desarrollaría su actividad dentro del territorio norteamericano y procuraría
evitar un tono sensacionalista, tras constatar que la anterior campaña había
sino «inefectiva, cuando no contraproducente». Por no mencionar la paradoja
de una campaña ideológica dirigida desde el Gobierno sobre sus propios
ciudadanos termina siendo sospechosamente parecida a ese tipo de Estado
totalitario que se pretende combatir.
Sea como fuere, entre finales de los cuarenta y comienzos de los cincuenta se
produjeron unas cuantas joyas de la propaganda, como esta guía para
identificar a algún posible comunista en nuestro entorno (hagan la prueba, yo
ya he descubierto a alguno). O este otro cortometraje que narra una historia
muy edificante. Una familia de clase media ve un debate electoral televisado
en el que uno de los candidatos hace una serie de grandes promesas —pleno
empleo, seguridad total— que requerirán la aplicación de un programa
socialista. Todos deciden votarle y gana las elecciones, pero el nuevo Gobierno
con su planificación comienza a entrometerse en sus vidas, obligándoles a
trasladarse a otro lugar y a ceder su casa a otra familia, lo que termina
haciéndoles profundamente desdichados. En los cines podían verse películas
como I Married a Communist y The Red Menace, pero también se probó con la
propaganda en otros formatos como el cómic, con la obra Is this Tomorrow:
America Under Communism! que podrán leer aquí.
La historia comienza con banderas soviéticas ondeando en el edificio del
Congreso y acto seguido vemos como los comunistas provocan una crisis
alimentaria para tener una excusa con la que ampliar su poder. Su siguiente
paso será controlar los medios de comunicación, crear hostilidad hacia las
religiones y atacar la moral burguesa, generar disturbios y división social para,
finalmente y a la manera del bombero pirómano, aplastarlos violentamente con
las fuerzas de seguridad. Ahora América ha dejado de ser una democracia y en
las escuelas los profesores enseñan a los niños que Dios no existe y que deben
obedecer al Estado antes que a sus padres. La tiranía y la miseria pasan a ser
las señas de identidad de un país antaño próspero. El cómic concluye con los
diez mandamientos del ciudadano para combatir el comunismo en el día a día.
En este clima tan fuertemente ideologizado la música popular naturalmente no
se quedó al margen y diversas canciones lanzaban mensajes muy
contundentes al respecto. Mi favorita es este temazo tan marchoso del
rockabilly Jay Chevalier, «Khrushchev Meets The Devil», que narra una
conversación telefónica entre el dirigente ruso y su camarada, el mismísimo
diablo, a quien le dice «¡con tu ayuda, el poder de Satanás, yo dominaré el
mundo algún día!», pero este termina respondiéndole «¡Afrontémoslo, Kruchev,
tú y yo no podemos derrotar a Estados Unidos!».

Object 1

Como vemos la religión fue usada con frecuencia como bastión anticomunista,
de hecho en el verano de 1953 Estados Unidos lanzó miles de globos con
extractos de la Biblia en los países del este. Un año después añadió «Una
nación bajo Dios» al juramento de la bandera y las monedas y billetes pasaron
a tener el lema «En Dios confiamos». Las iglesias, por su parte, no
desaprovechaban ocasión de lanzar encendidas arengas, como el ministro de la
Primera Iglesia Presbiteriana de Nashville, cuando aseguró en 1957 que
«prefiero ver a esta nación morir bajo la bomba H que pudrirse bajo el
socialismo». Mientras que el telepredicador de millonarias audiencias Billy
Graham calificaba al comunismo como «la religión de Satanás» y clamaba que
«o muere el comunismo o muere el cristianismo, esto es una batalla entre
Cristo y el Anticristo». Fred Schwarz, un predicador que recorría Estados
Unidos al frente de su organización Cruzada Anti-Comunista Cristiana (CACC) y
autor del best seller You Can Trust The Communists, decía que no podía haber
ningún tipo de negociación con ellos y que «la batalla contra el comunismo es
la batalla por Dios». Iban a calzón quitado en sus sermones, desde luego.
Pero de entre todos ellos hay uno que destaca como un gigante sobre el resto,
David A. Noebel. Comunismo, hipnotismo y los Beatles es probablemente el
mejor título de un libro jamás escrito. Pudo haber dejado las páginas en blanco
y se hubiera vendido igual, porque ves algo así en una portada y simplemente
TIENES QUE LEERLO. Servidor lo ha hecho y, de forma resumida, en él viene a
contarnos que existe un arma conocida como Menticida, «un proceso
psicológico letal que provoca el suicidio literal de la mente». Es bien conocida
por los comunistas, que han condenado a una generación de jóvenes
americanos al bloqueo nervioso y el retraso mental, utilizando para ello los
reflejos condicionados, el hipnotismo y la música rock. Nos alerta de que
Naciones Unidas promueve grabaciones de nanas que presuntamente están
ideadas para hacer dormir a los niños pero que en realidad los inducen a un
trance hipnótico, en el que pueden inculcarles cualquier idea contraria al
patriotismo. Pero lo realmente grave, advierte, está en la música dirigida a
adolescentes. Los arrastra a la «desmoralización, a las enfermedades mentales
mediante la neurosis artificial y los prepara para las revueltas y para la
revolución definitiva que destruirá nuestra forma americana de gobierno y los
principios cristianos básicos que rigen nuestra forma de vida (…) la habilidad
de los Beatles para hacer que los adolescentes se arranquen sus ropas y se
rebelen está testada y aprobada en laboratorio». Gritos como «oh yeah!»
movimientos de la cadera y el sonido de la guitarra eléctrica serían algo así
como el vocabulario de ese insidioso lenguaje dirigido al subconsciente con tan
nefastas consecuencias. Pavlov y Lenin se encontrarían en el origen de todo
ello. Ahora ya lo saben.

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