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Limber me escribió antes del mediodía diciéndome que sus amigos que
llevan la blanca -que rica cocaína- en el barrio están tomando unos tragos.
Me pidió que llevara el Danzka. Significaba que habría mucha cocaína, cogí
unos libros. Valeria me llamó previamente, me indicó que se venía su
cumpleaños pronto. Valeria tiene un problema mental, desde muy pequeña,
la conocí porque mi mamá y su mamá eran muy buenas amigas desde
jóvenes. Le dije a propósito que me gusta alguien, “se llama Nadia, quítale la
i y queda nada”. El amor a la nada. El vacío. El absurdo. El tedio. La dulce
desobediencia.
—Caminar con ella me recuerda los sentimientos de Celeste de hace un año.
Me acongoja, me disminuye.
Estoy tan loquísimo que le escribí una carta a Nadia pensando en ella
mientras marcábamos algunos negocios con Pedro en Villa el Salvador. -
Nadia, Nadia, Nadia- Ella nunca entenderá, un poco sí, cuando me encierro a
escribir escuchando obsesivamente “Lullaby for Ian” de Hypomanie, o alguna
música clásica, las melodías depresivas de Bach, Chopine o Beethoven.
Mirando la escena cuando los amigos de Ian Curtis están sentados cavilando
el suicidio de Ian.
Anoche sacamos un vodka danzka, antes que se vaya Kenny donde Vera. El
sábado, tres días antes, habíamos disfrutado del evento de Kenny. Kenny es
un artista, dj y organizador de eventos góticos. Sus canciones nos hacían
levitar un poco más arriba del suelo, reflexionar los rincones más ignorados
y consagrarse en la última batalla, el último día que nos queda, así lo
tomaba yo. Quizá era culpa de Kenny o culpa de Sandro. Me daba igual,
porque en el fondo yo sabía que esa violencia tenía historia.
La rencilla entre Limber y Sandro tiene historia. Limber estaba en falta el año
pasado y lo sabía. No interferí. Cuando Abigail endulzaba a Sandro
invitándole a hacer una orgía con Limber y su novia Angela, se encerró en el
baño del bar con éste. Limber contabilizó anoche los minutos, dedució
estuvieron cuatro minutos dentro. Yo no observé ni la entrada, la salida ni
los coqueteos que eran evidentes; cuidaba de Kenny que no estaba
consciente y quería quedarse a cuidar sus equipos de luces, según él. Le
cerré un orificio de la nariz y la boca, Limber le colocaba el papelito con la
coca y Kenny aspiró en inconsciencia. Vera reía, se le veía cansada, no tenía
ganas de prolongar la ebriedad de Kenny hasta el medio día. Debíamos
irnos de inmediato antes que Kenny se quedase dormido. Yo no tenía otra
preocupación, hasta que vi salir del baño a la pareja de ezquisofrénicos. Vi el
rostro de Limber y no pensé más, actué. Limber destrozaría a Sandro y éste
quemado no iba a rendirse.
Lisset tiene puesta una maya entre todas las piernas, una falda negra
luminosa. Un maquillaje loquísimo; Kenny el año pasado en sus
conversaciones le decía que ella es “underground”, que por eso se juntaba
con ella. Que exigente era Kenny, pensé. Uno de los dj más conocidos de
Lima. Alguien que puede estar en un evento y que la escena lo querría en su
grupo para beber y simplemente tenerlo de aliado. El gótico del bajo
mundo, ahora, el más contestatario estéticamente. Kenny tiene rostro de
vampiro albino, unos ojos inexpresivos y de la retina surge una rosa; más
allá de lo humano, una bestia provenida de un infierno estético. Todo en él
es arte. Quizá por eso nos lleváramos tan bien. Arte y crimen, bella mezcla.
El crecimiento de la maleza creando un espectral pantano devorando la
ciudad, aniquilando a los humanos, nuestros cuerpos y cráneos humea
negro. Podía confiar en él, siempre puedo confiar en él. Sé que él va
responder por mi. Ahora lo veo en los equipos de sonido, manejando una
lapto y las consolas. Vera cerca de él, sabe que Lisset es su anterior agarre.
Me ve con ella hablando, no me dice nada. Ella está sentada al lado de las
escaleras ascendentes al segundo piso, donde nos encontrábamos,
controlando el ingreso y salida, con un vaso de mojito, ron y hierba buena
en una mesita pequeña. Abigail está vacilándose con los buenos muchachos,
bailando, aspirando cocaína, es muy extrovertida, me recuerda a Viviana, por
eso le tengo mucho aprecio, quizá. Abigail se mueve de un lado a otro,
organiza las bromas, conversa con todos, super hiperactiva, me abraza, me
dice que me quiere mucho, que soy uno de sus amigos más preciados.
Sandro camina de un lado a otro, buscando algun resto de cocaína, salió a
comprar cigarros para bajar el placer del ácido sulfúrico. Balbuceandome al
oído, me pide acompañarle a recogerla a Angela. Regresó con Angela. Esto
se va descontrolar, pienso. Somos oscuros profundos precipios, somos el
camino a la nada.
—Hace casi un año terminé una relación de tres años de duración. Apenas
me afectó un par de días.
—Qué, oye te envidio —me miró y cogía un sorbo de cerveza — este último
año ha sido muy triste para mi. Mi ex novio se metió con mi hermana.
—Carajo —interrumpí. Bebí otro sorbo.
—Y mi hermana en lugar de apoyarme me dijo que puedo estar con
cualquiera menos con él.
—Oye, no estés triste. Por favor. Eres una buena chica con buenos
sentimientos. —Lisset lloraba timidamente. Le tapé con mi cuerpo y exhalaba
cigarrillos.
—¿Por qué, acaso valgo poco?
—La gente no comprende los sentimientos muy profundos. Los hombres
suelen ser machistas. ¿Te cuento mi historia con Celeste?
Al día siguiente, bebimos en casa con mis hermanos. Kenny, Vera, Limber y
Angela. Alonso no podía disfrutar del alcoholismo, debía trabajar para sus
dos crías. Me daba pena no poder ver a mi hermano. Sentía un compromiso
incorruptible con mis hermanos de locuras. Me prometí a mi mismo hacer
un buen robo y pasar a otro estado de catarsis.
América se ha sentado en mis pies, quiere calor, le cargo a mis piernas sobre
la casaca de Alonso que se olvidó, tiene caracha y no me importa, le
acaricio, es de color marron, con anteojos cremas. Algún hijo de puta la
abandonaría, uno de esos tantos hijos de puta que merecen ser asesinados.
-Puta sociedad de mierda- Me siento listo para asesinarlos.
Limber tenía una voz apagada. Parecía que su nariz se le taponeó por tanta
coca. De seguro aspiró lo último que le quedase y Kenny, dónde estaría
Kenny.
—Ma, Vera se ha suicidado, ma.
—¿Qué? ¡Dios! Ay esa pobre chica, me daba tanta pena. Daniel, tranquilízate.
—Iré donde Limber, no seguiré aquí.
Salí de casa como un fantasma, qué debía hacer ahora, donde debería ir.
Metí llave a la puerta de fierro, por un instante, mi psicosis quería cuidar a
mamá del peligro de la vida. Al quitar la llave, a mi derecha, veo a Vera. Con
sus ojos delineados, como en las fotos que subía al Instagram, al Facebook.
Esos ojitos de niña triste sin las flores de papá, sin los brazos de mamá. Me
largué a la calle, antes de cerrar mi portón, vuelvo a ver a Vera, con Kenny,
con la botella de tragos en mi cumpleaños.
—Al paradero 11, “Los Pórticos”, cerca a la loza, cuánto, jefe, pago capricho,
arranca. Mi amiga se ha suicidado. ¡Avanza!
El pata me miraba como a un loco. Qué podía hacer. No tenía más sentido
decir o hacer algo. Vera ya no estaba. No tenía sentido nada, nunca la tuvo,
nunca. La presión del pecho me hacía pensar en Kenny. Quizá aún no lo
sabe. Limber mantenía conversaciones a casi diario con Vera. Eran las ocho
de la mañana, el viento de cenizas e hidrógeno me enfriaban, mi pierna
temblaba, de pronto.
Vera tenía la misma edad que yo, los amplios ojos levitando en el mar, en el
viento infeccioso, en las lagunas mentales, en recuerdos reprimidos, en el
instinto suicida, en la vida de pronto,
—No creo en nada, Limber. Sabes lo que significa eso en estos momentos,
que no creo en ninguna idea. Ya estoy muerto.
—Me quiero ir a la mierda.
—No te drogues mucho que terminarás como Sandro.
—Nunca así. Nunca tanto. —Sandro estaba perdiendo la cordura.
—A quién llamaré ahora, Limber. Quién me dirá algunas voces de fuerza. Ya
ni se lo que hablo. No creo en nada, viejo. No creo en nada. —Veía a Vera a
mi lado, leyendo a Dostoievski, leyendo a Turgueniev. Ella prefería Pizarnik
por encima de cualquier maldito.
—Dice Elena que no dirá a nadie, que casi nadie de sus amigos sabe.
—No quiero que Kenny se cague más.
Miraba tras la ventana, las gotas del mar se hacían espuma en el vidrio, vi a
Vera, otra vez, en el boulevard de San Luis, las casonas de infiernos, los
bares de Miraflores donde asistía ella, los cientos de fotos que me enseñó.
En el cielo bajo las nubes una banda de aves negras daban forma espiral,
cíclica, ovalada, luego, una figura extraña, una sensación, como de un animal
enjaulado, por qué harían esas figuras, qué quieren expresar esas avecillas,
seguían disparándose desordenadamente, cientos de avecillas negras.
—Daniel, te estoy hablando, Daniel. —Limber me empujó con fuerza.
—Estoy viendo las avecillas.
—Sí, lo sé, estoy aquí, regresa, Daniel.
Cogí los papeles y largué. Tenía ganas de un fuerte abrazo, apenas llegue a
la casa le abrazaría a Abigail muy fuerte.
—Que te pasa, Daniel. —Se reía.
—Necesito que me abraces. Puede ser el último día de mi vida. Mañana ya
sabes lo que haré.
—Ay no pienses así, todo va ir bien. Tranquilo.
La vieja abrió la puerta para entregarle los víberes a Abigail que tenían un
volumen al cual solo se entregaba mano a mano, ella, como le indicamos,
dijo que le dolía el brazo; estuve tras ella, como un hermano con lentes,
gorra, en terno, un tonto del culo. Empujé con mi hombro con la mayor
fuerza posible. Le dije que se vaya con mis ojos. Mis ojos estaban en
perpendicular a la puerta, donde la gente de la zona transita a tan solo diez
pasos. Volví mis ojos a la escena y Pedro apuntaba con su pistola baby de
color gris en la cabeza de la vieja. Ella inmutada, ella callada, con los ojos en
ninguna parte. Yo debía quedarme con la vieja y la pistola, según la idea de
Pedro pero me ordenó hacer su rol y buscar el botín. Huí a buscar el
objetivo. Mi cuerpo actuaba solo, mis ojos miraban al rededor, por si alguien
se acercase a la ventana de atención. Nadie debía mirarme. Mi corazón se
salía por mi boca. Volví a mi. Horas antes, no quería estar allí, y era eso lo
que buscaba por meses de dolor, lo deseaba tanto. Deseaba nunca volver a
los centros de trabajo, de estudio, sentado en el parque del Mali fumando
un cigarro leyendo a Bonanno o Ted Kaczynski, Beatriz Preciado; de
adaptarme a cualquier carcel y aprisionamiento mental me deprimía.
Salud por esos cerebros que desbordan alegría, placer criminal egoico
naturalizado por el odio que determina, salud porque lo que empieza, se
termina, salud por los años de propaganda vitoreando la muerte del Estado.
Salud por los anormales enfermos mentales.
La casa era pulcra, ordenada, mis ojos distinguieron las vitrinas, el botín de
dinero sobre una mesa, cigarrillos, dulces, y mercadería de valor. Un celular
también me apropié. En esa casa se olía a tranquilidad. Ociosas ovejas solo
debían pararse, vender, y volver a su gran placer del ocio. Cogí lo que había,
me oculté como un lince, respiré una mezcla de azufre y humedad.
Aproveché los segundos en seguir olfateando algo de valor, no encontré
nada. Me sentí como aquella película que vimos hartos de alcohol con mis
hermanos Limber, Renato y Alonso, un viernes estremecido por fiestas.
Sangre por sangre, me sentí como el personaje que carecía de una
comunidad de amigos forajidos y buscaba ansioso ser aceptado en alguna
cueva de marginales. Sabía que Pedro daría la señal, antes que lo haga se
acercaban dos consumidores del negocio. Regresé en una velocidad
incalculable. Le dije a Pedro que ya debíamos irnos y él que no, que
podíamos aprovechar en subir a los dormitorios y extraer cosas de valor. Yo
insistí que no, que habían personas fuera y que me habían visto. El se
negaba, entonces lo convencí a la fuerza: jalé del gatillo de la puerta y crucé
con normalidad, los compradores estaban a diez pasos de nosotros, los miré
y me entró el fantasma de la ley y la represión, quizá reconocerían mi rostro.
Finalmente me retiré y me iba a paso ligero, cuando trato de cambiarme de
ropa, Pedro ya estaba corriendo a la calle contigua, gritó despavorido que
me apresurase. Lo hice y no supe cuanto corrí que ya estaba mi corazón
friccionando. La adrenalina me hacía sudar y mirar a todos como enemigos.
Me dio la mano golpeándome el pecho levemente. "Bien, peluca, bien
conchesumare", volví a mi, me sentí feliz y la psicosis empezaría a surgir.
Pedro luego me diría que era normal, que simplemente no saliera de casa
una temporada. Seguía intranquilo, no podía creerlo, salí vivo. Vivo por fin y
ganador. Gané. Le gané un paso más a la sociedad.
Los jinetes emisarios del terror, los caballos y lobos nacen con el astro negro
de amor, iluminando las tierras puras y danzando, el mensaje va danzando,
apuntando sus flechas al temor, al miedo al precipicio. Hordas de muertos,
calaveras vestidas de negros con bomba al inicio y al final, del desborde
abrazando el mar en dirección al norte, y el podrido mundo dejándolo atrás.
Los perros infernales invadido de fuego y de odio corriendo en las calles,
también ascendiendo, vomitando dinamita, escupiendo música, y nosotros
observando siendo llamados, llamados por la naturaleza, llamados por los
ángeles negros que yacen en el Vesubio, bailando con Espartaco, las brujas
violadas y los indios sin rostro. ¡¿Por qué?! Los muertos viven procurando
que el caos destruya el platonismo, lo ideal, la fantasmagórica mentira del
“más allá”. Lavándonos con ácido las muñecas de las esposas recordamos
que somos nada, somos nada, ¡somos nada! Malditos feudales, malditos
caballeros enlatados de cristianismo. ¡A tragarnos el espesor y la amargura!
¡A tragarnos el inmenso dolor de la existencia!