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Arte y crimen

He perdido toda esperanza en alguna idea, toda tolerancia, y toda pose de


nobleza y compasión. No siento nada por mis iguales. No soy nada, ahora
estoy seguro acercarme al nihilismo, más y cada vez más. Pedro me dijo,
sentado en mi sillón gris al lado de Fermín, parte de su banda de asaltantes,
que debíamos charlar sobre Nietzsche con unas chelas. Había venido con el
sapo del plan. El vecino de la vieja.
—Mi causa Fermín, lo conocí en Luri.(Lurigancho, el penal)
—¿Es confiable? ¿Por qué no peina la cancha antes de hacer el acto?
Necesitamos visión.
—Te estás meando de miedo, peluquín. Todo va ir bien, está botado ese
lugar.

He perdido la idea de tiempo, no creo en los eslabones ni las idealizaciones,


tampoco en la justificación del presente. No creo en sus putas realizaciones..
estoy en un limbo reflexivo de pura sustancia peligrosa.
Abrí la puerta, Pedro cargaba los materiales de trabajo. Fermín sonreía. La
mototaxi verde arrancó. El hermano de Fermín hacía marcajes y visiones
trabajando de mototaxistas.
—Pasen. En silencio, por favor. No quiero que nadie escuche.
—¡Cuantos perros tienes!
—Ese de allí es medio mongolito, tiene retraso. —Bobby no dejaba de dar
círculos a mucha velocidad. Se emocionaba por la gente.

Soy un ladrón, prefiero autodenominarme “expropiador”, más clásico, más


fino; me trae vagas imágenes de los anarquistas expropiadores del pasado,
sabor madera, sensación lisérgica; como el LSD que probamos Sandro y
David, divagando en la estratósfera, encerrados en la oscuridad de mi cuarto.
El sol se hunde en el oscuro mar y los demonios danzan con sus lanzas
artesanales milenarias. Somos nada, la negación de todo lo existente, somos
nada.
El mayor afrodisíaco, le decía a Abigail en su oído cuando la volví a ver
luego de tres años, es el crimen, el paso al abismo. -Cruzar el límite, el
peligro.- Todos mis amigos quieren expropiar, y la mayoría desea suicidarse;
tengo veintitrés años, no trabajo, no estudio, estos días bebo demasiado. No
me molestaré explicar por qué razones empecé la expropiación, esa dulzura
lo dejo para después. A mi familia no le gusta mi oficio, no quise que se
enterasen. Es lo primero que piensa la gente corriente, “que dirá su familia”,
“no ha tenido buena educación”, “acaso no piensa en su madre”; y un
montón de cháchara inconsecuente en su totalidad. Opino que la obediencia
es más nociva que la desobediencia. Recuerdo las frases insurrectas y se me
pasa la poca vergüenza, como le dije a Valeria anoche, mientras bebíamos,
“un poco de Nietzsche, Bonanno, Kazcynski y tu mente explotará como
dinamita”.

Pedro revisaba alguno de mis libros y tomó la palabra.


—Esta es la habitación de un poeta ladrón.
—No tenemos mucho tiempo. Mi tía va a venir.
—¿La gringa?
—En su casa. Está positiva para chambear.
—Sí, mano, no arruga.
—No lo hará, es de mi confianza.
—Que positiva —agregó Fermín y no dejaba de sonreir.
—Sírvete esta gaseosa —me miró Pedro —minutos antes debes estar
relajado, Daniel.
—Sí lo estaré, solo me preocupa que no haya un trato especial. Debería
haber visión en ambos jirones paraleos, de esa manera ingresaremos sin
fallar y evitar un retorno.

Pochi me contò que cuando cayó en la cómica por un asalto, él manejaba el


teatro de fuga, llamó a su mamá y ella: “te dije que terminarías así”, y colgó.
Saboreo la náusea, la nada, el absurdo.. Recuerdo a mamá y papá
llevándome a los sitios más tediosos, centros atiborrados de gente, como los
días festivos en las calles, espantosos. Prefería la vida salvaje de la sierra con
mi abuelita, pasteando sus burros, sus vacas y corretear con los carneritos,
tratar de capturar una araña, huir de los gallinazos. Lima hace quince años
era tierra de nadie en extremo, cuando no habían implementado las cámaras
de videovigilancia; aún lo es, como todo este planeta, solo le pertenece a la
violencia. La tecnología se está haciendo más barata cada día, el control
hacia los individuos está escalando a grados nunca visto antes. Los eco
extremistas atentan contra todo hasta perder su vida en este contexto en
que vivimos. Ellos no tienen nombres, ni apellidos, viven la guerra cada día.
Es una guerrilla diferente, bañado en aceite de oliva en una catarata de color
verde, danzas precarias de indios desnudos, en las aguas puras y virgen de
los interiores más nucleares de la tierra. La guerra es el alimento de los
nihilistas eco extremistas. Leer a oscuras y una irremediable soledad los
comunicados de estos individuos.. era como leer a la metamorfosis o el ecce
homo, esa sensación pusilánime al principio azotado por un fuego volcánico
expandiéndose en las estrellas.. Fue cuando empecé a perder la cabeza y no
me arrepiento, querer la guerra, volver a Lima, incursionar delitos y escribir
me arruinaron la vida y no me arrepiento, estoy orgulloso de ser un
delincuente. Algo cambiará en mi.

—Habrá visión, Daniel. Solo sigue mis indicaciones.


—Confía en él —repuso Fermín.
—Está bien. Suelo hacer mis cosas solo, saben. Robé en la calle con arma
hace meses, por Surco y Benavides. Pero la adrenalina era diferente.
—Siempre. No debemos tener comunicación por redes. Consíguete un
número, peluca.
—No me gusta esa mierda.
—¡Qué cardíaco eres!
—¿Tienen el arma?
—Luego nos vamos a hacerla en una discoteca. Mi causa el negro no
responde la llamada. Creo que hoy se cancela.
—Putamadre, quería hacerlo hoy día —repuse con un miedo intenso que
intentaba ocultar.
—Aca vives con tu viejita.
—Es mi tía, y mi otra tía en la casa contigua. Esta vecina de mierda es una
soplona, así que eviten decir nada.
—Que pasa, Daniel. Somos cuidadosos.
—Sí, lo sé, solo lo aclaro.
—¿Qué, es cagona?
—Me ha tirado dedo. Aquí luego de robar tragos fumábamos marihuana y
vendíamos, todas las noches. La tía me denunció de fumadero.
—Ja,ja,ja. —Fermín reía bajo, con respeto. —Mira este quemado, Fermín, lo
que pinta en la pared.
—Quiero un poster de Tony Montana.
—Quemado, qué eres, nihilista. ¿Qué es el nihilismo?

En una primera etapa hurté licores de calidad; es como la droga, un dealer


tiene fuertes cantidades de droga que sobrepasa el consumo diario. En mi
caso, tengo licores de calidad y ropa de marca. Desarrollé dos formas de
expropiación de licor y ropa. Puedo sacarme cualquier licor que quiera,
cuando quiera y el precio que desee. También algunas joyas, accesorios
personales, libros originales. También practiqué otras modalidades de robo;
son negocios, visiones, estudios. No hay que ser un forajido o un tipo con
una vida demencialmente violenta para hacer negocios. Solo usar la cabeza.
En el camino se aprende, es como la escuela, avanzas grados, estudios,
libros más densos, más complejos.

Rozando la esquizofrenia, puedo ver los bosques históricos destruyendo la


civilización. Organicemos el odio. Esté donde esté siempre te llevo aquí, en
mi corazón, dulce rebeldía, como escalar los Alpes, como respirar bajo el
agua con ornitorrincos, con vacas, con lobos negros, con todos los animales
muertos en un espacio sin tiempo. Diego tenía una frase: “donde estés,
est(A)ré”. Cuando me movía en la anarquía. Caos. Esté donde esté siempre te
llevo aquí, dulce rebeldía, amor letal, peligrosa vida en la escuela de la
guerra, poesía pura, vida como poesía, esmeraldas, tántalos, divinas
comedias.

El segundo nombre de Limber es ninfomanía, Sandro abandonó su trabajo,


se alcoholiza, no visita a su hijo y no le importa nada. Alonso vive en una
crisis nerviosa perpetua, alimentar dos crías como condena, un día se va
meter un balazo en la cabeza. Vera ha intentado suicidarse muchas veces,
sus brazos tienen cicatrices muy deprimentes. Temo de todo esto. Kenny es
un amante de la música oscura, parece que existe, parece que algún espíritu
lo poseyera. Vera lo apoda Belcebú. Yo soy un expropiador, leo, escribo y
me encanta delinquir, incluso más que el dinero. La otra cosa que nos gusta
es la droga, la cocaína, excepción de Kenny, él de chiquillo probó muchas
drogas y ahora solo se introduce alcohol expropiado.

Limber me escribió antes del mediodía diciéndome que sus amigos que
llevan la blanca -que rica cocaína- en el barrio están tomando unos tragos.
Me pidió que llevara el Danzka. Significaba que habría mucha cocaína, cogí
unos libros. Valeria me llamó previamente, me indicó que se venía su
cumpleaños pronto. Valeria tiene un problema mental, desde muy pequeña,
la conocí porque mi mamá y su mamá eran muy buenas amigas desde
jóvenes. Le dije a propósito que me gusta alguien, “se llama Nadia, quítale la
i y queda nada”. El amor a la nada. El vacío. El absurdo. El tedio. La dulce
desobediencia.
—Caminar con ella me recuerda los sentimientos de Celeste de hace un año.
Me acongoja, me disminuye.

Estoy tan loquísimo que le escribí una carta a Nadia pensando en ella
mientras marcábamos algunos negocios con Pedro en Villa el Salvador. -
Nadia, Nadia, Nadia- Ella nunca entenderá, un poco sí, cuando me encierro a
escribir escuchando obsesivamente “Lullaby for Ian” de Hypomanie, o alguna
música clásica, las melodías depresivas de Bach, Chopine o Beethoven.
Mirando la escena cuando los amigos de Ian Curtis están sentados cavilando
el suicidio de Ian.

Regreso a la realidad, estuve esperando a Valeria durante media hora, mi


mente ayer no podía leer, ni escribir, ni pensar. Estuve entumecido
mentalmente, el insomnio me abrigaba cada noche más. Necesitaba salir
hacer algo. Olvidé mis llaves cuando por fin Valeria llegó. Regresé
renegando, insultando al aire, empujé mi puerta de madera de mi cuarto,
busqué como loco las llaves, no las encontraba y la puta la veo en el suelo.
“Maldición. Carajo”. Como si tuviera la culpa las llaves.

Eddy se retiró de mi casa temprano, estuvo tres días, le di asilo político,


bromeándole.
—Lo único que te pediré es que me ayudes a expropiar. Nada más. Aquí hay
techo, comida, y mucho caos.
Mi amigo Eddy tiene problemas mentales, le acosa la depresión, ansiedad,
indicios de psicosis y unas extrañas imágenes. Consume sedantes potentes.
También es un artista, dibuja y pinta. No me enseñó ninguno de sus artes.
Eddy era un amigo cercano de Diego Zavala, el domingo luego de la fiesta
me escribió pidiéndome alojo, que se había peleado con su madre por un
hecho que quería contarme en persona y otros detalles. Le dije que sí, sin
dudarlo, pero que venga con un trago porque estamos celebrando un
domingo de amigos. En una de nuestras tantas conversaciones le expliqué
que anoche vi algo muy transgresor, una noche negra de disco goth con los
amigos del hampa. Le dije que yo también veo a las mejores mentes y
cuerpos de esta pobredumbre generación sucesiva podrirse en drogas,
armas y lujuria. La rebeldía que tanto buscábamos en los movimientos
sociales aquí está, creciendo como un árbol sin darle tregua al cemento
asqueroso.
—Mano, aquí la gente es real. La delincuencia no solo es una fiesta
inagotable. Es una forma de empuñar el arma a la violencia totalizadora.
Violencia contra violencia.
—Pero te puedes morir. ¿Quieres morir ahora?
—No me importa. La violencia es el camino. Solo la violencia.

Anoche sacamos un vodka danzka, antes que se vaya Kenny donde Vera. El
sábado, tres días antes, habíamos disfrutado del evento de Kenny. Kenny es
un artista, dj y organizador de eventos góticos. Sus canciones nos hacían
levitar un poco más arriba del suelo, reflexionar los rincones más ignorados
y consagrarse en la última batalla, el último día que nos queda, así lo
tomaba yo. Quizá era culpa de Kenny o culpa de Sandro. Me daba igual,
porque en el fondo yo sabía que esa violencia tenía historia.

—Necesito el dinero, necesito pagar al INPE un monto grande para evitar el


RQ.(Requisotoriado) —Pensaba, infantilmente, ganar y luego comprarme un
arma.
—Yo también necesito el dinero. —Pedro tenía cuatro hijos. Era muy
pendenciero en todo.
—Me tengo que ir, Pedro. Luego conversamos, Daniel. Debo recoger a mi
hijo del colegio. —Le llevé al garage y le pedí vaya despacio.
—Peluca, invítame bajada.
—Hay un lugar que debemos estudiar. Anatoli, mi causa, marcó una casa,
dueños de un negocio de imprenta en Ciudad de Dios. —Pedro escuchaba
sin decir palabra. —La fuente es creíble. Su hermano trabaja para ellos y
tuvo una relación con la hija de los dueños. Ella le contó en secreto que sus
padres no creen en los bancos y guardan el dinero en su casa.
—¿En que lugar es exactamente?
—Jr. Jorge Chavez, paradero dos. Al lado de un negocio de gas. Podemos
disfrazarnos de trabajadores.
—Vamos a caminar por allí.
—En un rato, vamos a tomar este trago, lo robé ayer.
—Ayayay, peluca. Me sorprendes. Robas cuando quieres.
—Eso es lo bueno de hurtar en modo hormiga. Hay libertad.
—Compra una gaseosa coca cola retornable. Aprendí en luri una técnica
para abrir puertas. Te la voy a enseñar.
—¿Con plástico?

Unos meses antes, sintiéndome como un gato famélico y perdido en el


basural decidí dedicarme a escribir y leer. Decidí no suicidarme, expropiar,
drogarme, ahogarme un poco más. Entonces dejé que las cosas se
solucionen de la justa manera. Cuando asesinaron a Kevin Garrido Fernandez
en noviembre sucumbí días en depresión. Me vi al espejo, cobarde, solo,
aplastado. Mis contemporaneos anarquistas estaban en otros asuntos más
pacíficos, queriendo construir su revolución con las masas. Me daban asco,
pero pensé, podrían ser útiles para la explosión. No comprendo que es lo
que sienten mis amigos anarquistas por las masas, los pobres o
deshauciados. Siento una gran afinidad y solidaridad con el dolor y la lucha
de los animales y bestias humanas contra el progreso. Y hago mío el
discurso de la venganza. Su finalidad de ellos es la revolución social, la mía
es la hermosa destrucción contra cualquier empresa humana hasta que caiga
la civilización.

Abigail estaba loca, le decía a Limber bebiendo y planificando las vueltas de


Pedro.
—Ella no va a quererte si no es por algo patológico también.
Esa chica hace cuartetos, tríos, amoríos ilusorios, le decía, y él me
preguntaba por qué yo era tan “suave” con ella, omitía tantas cosas que él
desaprobaba. Valeria escuchaba y preguntó: ¿qué te hizo esa chica? “Hey,
nada, qué alucinan”. Tomábamos con los buenos muchachos, Victor
apadrinó un espacio lo más parecido a un bar, el dueño, un bigotudo
anciano condescendiente nos atendía fielmente, no le molestaba que los
terna tomasen fotos pasando con sus autos negros intimidando. Historias
tristes, algún delito ganado, siempre quisiera recordar, …….. Le respondí, un
poco más noche, cuando apuesto perder la memoria, que Abigail no es mi
amiga como lo es Vera o Elizabeth.
—Abigail quiere expropiar, quiere ensuciarse, hermano. Por eso soy especial
con ella. Porque me comprende.
—Pero no te importa lo que yo sienta, acaso.
—No podemos dejar que se sienta utilizada. Es nuestra amiga, antes que sea
tu novia, es tu amiga.

Es mi amigo, pero aún guarda costumbres del presente. Presente pestilente


que arañábamos con violencia. Le reproché a Abigail su jodida actitud,
Limber se trompeaba con Sandro y Abigail quería irse a otro grupo a beber.
—Tú te vas y aquí muere todo.

La rencilla entre Limber y Sandro tiene historia. Limber estaba en falta el año
pasado y lo sabía. No interferí. Cuando Abigail endulzaba a Sandro
invitándole a hacer una orgía con Limber y su novia Angela, se encerró en el
baño del bar con éste. Limber contabilizó anoche los minutos, dedució
estuvieron cuatro minutos dentro. Yo no observé ni la entrada, la salida ni
los coqueteos que eran evidentes; cuidaba de Kenny que no estaba
consciente y quería quedarse a cuidar sus equipos de luces, según él. Le
cerré un orificio de la nariz y la boca, Limber le colocaba el papelito con la
coca y Kenny aspiró en inconsciencia. Vera reía, se le veía cansada, no tenía
ganas de prolongar la ebriedad de Kenny hasta el medio día. Debíamos
irnos de inmediato antes que Kenny se quedase dormido. Yo no tenía otra
preocupación, hasta que vi salir del baño a la pareja de ezquisofrénicos. Vi el
rostro de Limber y no pensé más, actué. Limber destrozaría a Sandro y éste
quemado no iba a rendirse.

En el anterior evento de Kenny llevé cincuenta soles de cocaína, cien soles


en alcohol y Limber llevó marihuana. Le di detalles a Vera del robo que hice
con Antonio, quién conoció un día antes. Le explicaba riéndome y
observando el vacío que la múscia oscura, el bar y los murciélagos
disfrazaban. Vera reía, recuerdo su sonrisa muy tierna. Dejó de lado a sus
amigas para conversar conmigo. “Los atracos llevados a cabo por nihilistas
ya empezó en estas tierras dominadas por el terror, no crees”, ella: “debes
tener cuidado, siempre, no confíes en nadie”. Bailábamos Lebanon, Xmel
Deutrset, Joy División. Hordas de jinetes y canserberos reverberando los
odios, siempre buscaré la nada, está en mi corazón mi moribunda arma. La
considero una hermanita, así como Elizabeth y Elena, pero Vera sabe lo que
hice, reconoce mi disidencia y comprende mi locura. “Eres el mejor amigo
para Kenny, siempre hablamos de ti..” Ella también estaba loca. “No han
pasado ni seis meses y ya viví una aventura peligrosa. Ellos son mis nuevos
amigos, tienen secretos, pronto te enterarás”. Le presenté a ella y Kenny con
algunos de mis amigos delincuentes. Mi círculo más cercano ya conoce al
gueto.

—Hace años robé en una casa de Surco.


—Me sorprende.
—Escucha, peluca. No le cuentes a nadie esta mierda. ¡A nadie! Mi flaca me
ayudó. La mamá de mis chibolos. Marcamos que la dueña se quitó.
—Ella como te ayudó.
—¿No lo deduces? Ella trabaja de empleada. Quitó las llaves de la puerta y
abrí con el plástico. —Mi mente no podía absorber tanta información. —
Buscaba como loco en la habitación de la vieja y me calmé, veo bien,
palpando con mis manos. Una caja de madera. Conté quince mil soles.
—Bien, conchesumare.
—Estaba ganadote. Gasté como loco.
—Gil, debiste invertir.
—Me iba bien. Ja,ja,ja, que me dices gil. Me compré varios pares de
zapatillas, cosas para mis hijos. Mi esposa estaba feliz.
—Quisiera una novia así.
—¿Y la gringa?
—Es mi causa.
—Tu causa que duerme contigo. —No contesté nada. —Eres terrible,
peluquín.
—Estoy enamorado de la muerte.
—Quemado. ¿Por qué estás tan quemado?
—¿Yo el quemado? ¡Pendejo!

El nihilismo no surge sobre los territorios dominados por el Estado peruano,


aún no, por poco. El nihilismo aquí ya encendió la mecha: gasolina, polvora,
balas. Un poco más cerca de allá, de la nada. Un poco más cerca de aquí, de
mi individuo rebelandose. Cuando muera, se rebelarán muchos. Es algo
inevitable. La histeria me supera, me convertía en cocodrilo, en orangután,
en lobo.. y ella me dijo, paseando en San Borja, cómo puedes vivir así, luego
me besaba con una pasión cerca a la locura.. yo respondí, hace mucho
busco poesía y una magnum automática, limpia, que no tenga ningún
“frío”(muerto).

Quedé como un idiota cuando Abigail crea el problema entre Limber y


Sandro. Limber me encaró anoche, no supe que decirle inmediatamente,
solo pedí disculpas y traté de darle indirectas de algunos negocios. Abigail
quería expropiar, y no parecía solo el dinero tal motivación, ella quería
divertirse. Con Pedro tanteábamos el horario dispuesto para allanar. Me
sentía feliz, vaga y extrañamente. Me invadía unas sombras provenientes de
algún infierno, cabezas en estacas cubriendo las cúspides de montañas
heladas, y somos el viento emisarios del negro eterno. Una felicidad no
poseída por la falsa idea de progreso y satisfacción que la sociedad trata de
calar en tu cerebro como parte de tu carne. Me sentía feliz por robar, me
sentía loco, demasiado insumiso. El crimen era aquello que la cultura y sus
ídolos no podían despojarle a la apropiación lícita de todo lo que nos
rodeaba. Toda su falsedad se escapaba de sus dedos cuando cometes un
delito. Le debía todo a Limber, por presentarme a David y su barrio. Anoche
jalábamos cocaína y hartas cervezas, llegó Valeria y Abigail, bebimos hasta
yo perder la memoria. Al menos Abigail y Limber pudieron solucionar algo
del embrollo sucio. Los veía juntos conversando, trasladar el éter de sus
almas, del maníaco a la brujilla, ¡qué romántico, un amor hijo del delito! Me
imaginé a Nadia cuando tomábamos un jaggermeister. “Chica, estoy
escribiendo un libro. ¿No soy genial, acaso?”, y ella que no, que mi estilo de
vida era excesivo..

Sandro estaba drogado, como siempre, traté de apaciguarlo y se puso


malcriado conmigo. Los alcoholicos del bar se entrometían, Limber estaba
destrozado sentado en la grada del suelo, pusilánime, enjuto. Me amargó
esa puta actitud de Sandro e intenté controlarlo, evitaba que Limber se
acercase a él. Parecíamos una manada de perros callejeros, actuando por
disfraces o instintos. Entonces Sandro me amenazó, y no estaba tan
inconsciente, no me importó. Volví mi cara a Limber y le dije que le sacara la
mierda, que no me importaba. Vera estaba tras de Kenny, Laura y sus
amigos querían seguir bebiendo. Las ganas de dormir me arrancaban de lo
que sucedía. Alonso tomó su carro gritándole a Limber que se está
propasando por pelear por una pareja.
Limber se había descontrolado también, no lo culpo, a él ni a Sandro. Los
dos son mis hermanos, y Limber se estaba enamorando, luego de tres años
de soltería. Sandro también, con Angela, y él quería follar con Abigail, un
dulce revanchismo o total indiferencia. Esa era la forma de amar en nuestros
corazones jóvenes e indómitos.

—Vamos por un chaufa, yo invito.


—Estás bueno, peluquín.
—¿Conoces a esa pareja? —señalé a un par de ebrios en la tienda donde
con Sandro compramos cañazo.
—Esa flaca está ebriaza. Que alcohólica.
—Esos conchasumadres intentaron matar a mi causa Sandro.
—¿Sí? Este barrio es neto, Los Castillanos, se hacen llamar.
—Me llega al pincho. Espero no me reconozcan.
—Cardiaco eres, peluca. Osea, en el golpe vas a ponerte así.
—Yo soy cuidadoso en extremo.
—Has visto atrás de esa casa de tu contacto. Es vacío, cuento con una
escalera larga para eso. Podemos ingresar por esa ventana, te fijaste
también.
—Sí, no soy ciego.
—Yo trepo como un gato.
—Se nota que la ventana principal no la cierran. Seguro como hace calor en
estas fechas.
—Sí, está positiva. —Hicimos cola en el chifa.
—Quiero comprarme un arma, pero quiero una semiautomática.
—Dos mil soles. Una bonita. ¿Por qué estás tan loco?
—La locura es la liberación del individuo, Pedro. Toda esta gente de mierda
me avergüenza su sumisión.
—Pensé que eras anarquista. Yo les escuchaba a ti y Limber desde hace
años, cuando bebían afuera del barrio. Sé que no tienen una mente
tranquila. Parecen sanos pero tienen huevadas en la cabeza.
—Sigo el nihilismo. Simplemente no creo en nada, no creo en la sociedad. Y
el crimen me parece algo placentero.
—Estás quemado. Tú no has tenido cariño de niño, ¿no? Qué te ha faltado.
—Dudé si Pedro quería humillarme o trabajarme psicológicamente. Era muy
astuto.
—No tuve una infancia tranquila, el cielo se nimbaba de demonios, las hojas
de mi árbol de mora ingresaban en mi cuarto, veía programas de animales
salvajes. ¿Te lo recito poéticamente?
—Quemado. Dijiste que estás escribiendo un texto.
—Sí. Experiencias delictivas. Estarás en mis escritos.
—Ojalá, peluca. Mira la televisión. Perú este año juega la copa américa.
—Me llega al pincho, Pedro y lo sabes.
—Ja,ja,ja. Deja de renegar. Putamadre, parece que de niño te han tratado
mal.
—Mi tío era cagón conmigo.
—Ja,ja,ja. Peluca de mierda. Ja,ja,ja,ja.
—Cagonazo. Vendió parte del terreno de mi mamá y se lo apropió.
—Métele bala.
—Algún día. —Pedro volvió a reírse.

Individualista hasta los huesos, el círculo de conspiración más cercana, y lo


más cercano a una célula de acción, se ha dividido. Otras demencias podían
venir. Esto era interesante, me dije a mi mismo.
El evento de Kenny era una cosa extraña, góticos extravagantes, dark wave,
new wave, post punk, y un sinnúmero de temas que Kenny flamea negro.
Música que parece venir de una matriz extraña, desorden sonoro, pintas en
las caras, chicas con vestidos alucinantes, bellas, muy bizarras; los buenos
muchachos con sus pintas callejeras estaban bebiendo, bailando con las
chicas, Violeta y la chata. Cocainómanas. Cocainómanos. Luces de fuego y
una angustia permanente. Ellas saben que ellos son buenas personas,
siempre al borde del ocaso fantasmal. Me da el infantil sabor de maracuyá,
dulce, hojas verdes y el sol arrasando el suelo de gras, la nauseabunda
prisión mental en camino al final. Todos sabemos que estamos jodidos.
Todos sabemos que podemos morir cualquier día. Victor estaba demasiado
ebrio, Franco bailaba sin comprender el bullicio musical. Pochi intentaba
hablar con las amigas de Violeta. Arte, pensé, criminales y Kenny
direccionando la música. Los buenos muchachos llamaban la atención
bailando con las chicas. Sus secretos de estos individuos oscuros se
condensaban con el humo y la psicósfera. Bajo sus sombreros a lo hopper
clásico, gánster ochenteros, noventeros. Los invitados le dijeron a Kenny “por
qué han entrado lacrillas”. Kenny defendió a mis amigos diciéndoles que son
sus invitados del barrio. Que gracioso, pensaría que Kenny ahora andará con
alguna mafia. Era evidente, los buenos muchachos aspiraban cocaína. Pero
fueron respetuosos, muy caballeros. No hicieron desmadres.

Giampier entró corriendo con la botella de trago en sus manos. El de


seguridad del bar retiró el trago; lo miré a Giampier envenenado de alguna
droga, me miró, le dije al oído que baje con una mochila. Esperé y nada.
Afuera estaba el mundo real. Carros estacionados, maleantillos y muchachos
buscando alguna discoteca. La lluvia me encogía. Giamper gritaba “Pochiiiiii”,
fuerte, queriendo dormir sentado -mucha marihuana-, decía Pocho cuando
Oscar junto a la chata aspiraban coca y Pochi esperaba su turno.

Subí, llamé al hermano de Victor. Le pedi su mochila y permanecí con la


botella mientras conversaba con Lisset. Ella estaba sentada sola, bebiendo
una cerveza. Me estaba esperando, imaginé. Me senté a su lado, con
violencia y saludé. Me sonrió como las pocas veces que la vi. Lisset tuvo una
relación amorosa cortísima con Kenny, antes de que salga con Vera, cuando
vivíamos en mi casa el año pasado con el clan.
—Hola, ¿me puedo quedar aquí?
—Sí, claro. —Sonreía y pensé en que decirle— ¿Cómo estás?
—Muy bien.
—Oye, en el evento pasado creo que un amigo te estaba molestando. El
muchacho que compró el vino.
—Solo me dijo que si quería tomar en otro lado.
—Ese idiota. Estoy algo triste porque ese muchachito me traicionó. ¿Lo
crees?
—¿Qué hizo?
—Es una historia que prefiero ahorrármela ahora. Podría contártela en otra
ocasión. Si deseas.

Lisset tiene puesta una maya entre todas las piernas, una falda negra
luminosa. Un maquillaje loquísimo; Kenny el año pasado en sus
conversaciones le decía que ella es “underground”, que por eso se juntaba
con ella. Que exigente era Kenny, pensé. Uno de los dj más conocidos de
Lima. Alguien que puede estar en un evento y que la escena lo querría en su
grupo para beber y simplemente tenerlo de aliado. El gótico del bajo
mundo, ahora, el más contestatario estéticamente. Kenny tiene rostro de
vampiro albino, unos ojos inexpresivos y de la retina surge una rosa; más
allá de lo humano, una bestia provenida de un infierno estético. Todo en él
es arte. Quizá por eso nos lleváramos tan bien. Arte y crimen, bella mezcla.
El crecimiento de la maleza creando un espectral pantano devorando la
ciudad, aniquilando a los humanos, nuestros cuerpos y cráneos humea
negro. Podía confiar en él, siempre puedo confiar en él. Sé que él va
responder por mi. Ahora lo veo en los equipos de sonido, manejando una
lapto y las consolas. Vera cerca de él, sabe que Lisset es su anterior agarre.
Me ve con ella hablando, no me dice nada. Ella está sentada al lado de las
escaleras ascendentes al segundo piso, donde nos encontrábamos,
controlando el ingreso y salida, con un vaso de mojito, ron y hierba buena
en una mesita pequeña. Abigail está vacilándose con los buenos muchachos,
bailando, aspirando cocaína, es muy extrovertida, me recuerda a Viviana, por
eso le tengo mucho aprecio, quizá. Abigail se mueve de un lado a otro,
organiza las bromas, conversa con todos, super hiperactiva, me abraza, me
dice que me quiere mucho, que soy uno de sus amigos más preciados.
Sandro camina de un lado a otro, buscando algun resto de cocaína, salió a
comprar cigarros para bajar el placer del ácido sulfúrico. Balbuceandome al
oído, me pide acompañarle a recogerla a Angela. Regresó con Angela. Esto
se va descontrolar, pienso. Somos oscuros profundos precipios, somos el
camino a la nada.

—Hace casi un año terminé una relación de tres años de duración. Apenas
me afectó un par de días.
—Qué, oye te envidio —me miró y cogía un sorbo de cerveza — este último
año ha sido muy triste para mi. Mi ex novio se metió con mi hermana.
—Carajo —interrumpí. Bebí otro sorbo.
—Y mi hermana en lugar de apoyarme me dijo que puedo estar con
cualquiera menos con él.
—Oye, no estés triste. Por favor. Eres una buena chica con buenos
sentimientos. —Lisset lloraba timidamente. Le tapé con mi cuerpo y exhalaba
cigarrillos.
—¿Por qué, acaso valgo poco?
—La gente no comprende los sentimientos muy profundos. Los hombres
suelen ser machistas. ¿Te cuento mi historia con Celeste?

Individuos con lanzas y armas de piedras, obsidiana en la nuca de un


caballero español, penetrante deseo de morir, compañera de mi vida serás
hasta el fin de mi vida, rebeldía, pura rebeldía, frutos del núcleo oscuro y
desolador de la tierra, sabes que te amo como un fanático, en la cama me
haces tuyo, me enseñas el camino, la senda de vivir, de la nada a la muerte,
la muerte como nihilismo, el amor como nada, la creación como muerte..
granito en el suelo, panaceas de enfermedades. Rebeldía, la mayor melodía,
cerca de Chopine, cerca del almuerzo desnudo.. rebeldía, me consuelas en
las horas de persecución, de obstinación, de depresión, de flojera. Eres el
verdadero amor que cada individuo necesita. Rebeldía, me acompañas como
una hermana, como un padre, como una mima.
—El hermano de Fermín recogerá a la gringa luego de hacer el teatro. Yo
ingresaré inmediatamente, tú estarás en el otro jirón observando si hay
algún sapo y si pasara la policía, pero no va pasar esos perros. —Que
azulado se sentía el fondo de la vida en estos días, Pedro y Fermín varados
sobre la arena sucia que lidian con la pista, el camión de gasolina ilegal, el
padrastro de Kenny que no estaba, al frente, preso; la mujer gritando cada
mañana pidiendo dinero a su marido, los venezolanos alquilando esos
cuartuchos en manada.
—Entiendo. Pero yo quiero ingresar a ayudarte.
—Si notas que nadie, pero nadie se dio cuenta, ingresas caminando, con
normalidad.
—Claro, no te preocupes, soy bueno engañando.
—Ya peluquín. La visión es esta. Hay cuatro mil soles en la caja chica de la
empresa. Tienes que montar un buen teatro con la gringa. Lo demás yo
domino.
—Tengo otra amiga que puede prestarse, pero vive lejos, igual, apuntalo.
—Escucha, cabrón, no tenemos mucho tiempo, no quiero que los demás me
vean hablando contigo.
—Sí, entiendo.
—No le dirás a nadie esto, ni a los muchachos. Tenemos un chat grupal.
Pensamos en agregarte a ti y Limber.
—No es necesario. El Facebook no es seguro.
—Cardiaco. El sitio está botadazo. Necesitamos que confirmes a una amiga
que coopere.
—¿Cuánto voy a recibir?
—Quinientos. —Miré en frente de la casa de Limber, la bulla de su
cumpleaños estremecía el silencio. Me entró pánico y alivio. Cuchillos,
vértigo, puto insomnio.
—Está bien. Te dije que ya hice unas huevadas.
—Sí. Te escribo más tarde.
—No hagas huevadas hasta ese día, Pedro.
—Ja,ja,ja. Quemado. Preséntame a tu amiga, a la blanconcita.
—Se llama Abigail. Háblale nomas. Dile que eres narcotraficante.
—Ja,ja,ja. Te llamo mañana, te presentaré al grupo.
—Piola, Pedro, chévere. Gracias.

Al día siguiente, bebimos en casa con mis hermanos. Kenny, Vera, Limber y
Angela. Alonso no podía disfrutar del alcoholismo, debía trabajar para sus
dos crías. Me daba pena no poder ver a mi hermano. Sentía un compromiso
incorruptible con mis hermanos de locuras. Me prometí a mi mismo hacer
un buen robo y pasar a otro estado de catarsis.

Le llamaba a Nadia mientras bebíamos. Le pasé el teléfono a Vera y le pedí


que le dijera que yo era un buen chico. Vera se prestaba, claro. Reía mucho
Vera, ella era especial.. conocía mis fracasos amorosos y la soledad que me
impuse: “la soledad me enseña el camino a la nada y el crimen, Vera.” Le
daba pena, una dulce empatía, como la rebelión. Dulces sabores que sentí
antes de morir. Le agradaba la idea que una chica desconocida aún,
inteligente y linda me dase atención.
Kenny seguía emborrachándose, Limber cogía su celular, quizá para
manipular alguna chiquilla. Sandro se había quitado el polo, pulseaba a
Angela, le hacía cumplidos y le exigía compromiso como si fuese alguien de
la realeza. Limber sacando el ciplox de polvo blanco, Sandro pidiendo
disculpas otra vez, una y otra vez. Vera callada, pensativa, dando opiniones
certeras, debatiendo con Kenny. Ángela observando todo enamorada, la
nueva ladrona de la manada lobezna. El aire huele a marihuana, no dejarían
de venir días iguales. Limber con la llave, contando que noches antes sentía
la presión de la coca en su pecho, "me sentía casi al límite". Al ver esas tres
parejas pensé en Nadia, cuando la besé y ella no opuso resistencia. El
invierno ya había azotado con fuerza este último año, para mi era el último
año, el último día. Alcohol, drogas, literatura, ilegalismo, amor libre y una
aventura decadente. ¿Para qué vivir? Para hacer arte. Kenny dándonos
cátedras de new wave. Eddy tenía alucinaciones por momentos, creí, sus ojos
se movía en círculos. Le regalé a Limber el juego de póker que Rodolfo me
lo obsequió. Como un gesto de cariño por prestarme su arma en la redada
con Pedro. Mi familia criminal, me sentía tan feliz. Me encantaba convivir
con individuos que dieran el paso al abismo, al sabor del delito, me
encantaba andar con gente que estuviera loca por nuevas experiencias, por
levantar puños a la disidencia, por corromper la ley y la normalidad.

América se ha sentado en mis pies, quiere calor, le cargo a mis piernas sobre
la casaca de Alonso que se olvidó, tiene caracha y no me importa, le
acaricio, es de color marron, con anteojos cremas. Algún hijo de puta la
abandonaría, uno de esos tantos hijos de puta que merecen ser asesinados.
-Puta sociedad de mierda- Me siento listo para asesinarlos.

Mi madre quería ser parte de esta máquina, quería reconocimiento, quería


verse en algún sitio en el cual ella pueda encajar a la perfección. Aún
recuerdo cuando iba a sus negocios de ventas a pedido, piramidales, claro.
Papá llegaba a casa luego de trabajar limpiando casas de algunos burgueses
de mierda. Era la mejor época, mi madre tenía el cabello hasta el cuello, bien
aseado, se lo pintaba de un rojizo oscuro cada mes. Tenía una mirada
indicando una gran pena en su interior. Me contaba sus historias, yo era el
más engreído. Me da angustia pensar en mi madre, aquella vez que me
contó que todas sus amigas eran profesionales, que ya ganaban un sueldo
seguro. Si supiera mamá que escribiría un libro. Quizá, a menos que la
policía me coja y me lleven a prisión. En prisión tendría que matar a alguien
apenas entrando, me encerrarían en el “hueco”, un lugar temible, me lo
imaginaba una celda diminuta llena de mierda y orines, cuando me contaba
Pedro esa triste historia en sus años de prisión. Quisiera que mamá esté
aquí.

Familia, la palabra rebotaba en mi cabeza. Mi familia de la calle y mis canes.


Bebía café solo, ya los muchachos no estaban, tras la puerta de vidrio se
retiraba Eddy. Mi tío decía que el vidrio se encontraba en la arena de la
playa, aquella ves que estuvimos en el Silencio. La misma playa que asistí
con David con coktails de ginebra.
Familia criminal. Miré la playa, el mar mojándome los pies.. Barush llegó a
casa por su cumpleaños, la china le sonreía con indiferencia, ella le envidaba,
la división de los dos empezaba, una pelea estúpida, que me dolía. La china
envidaba que Barush estudiara en la Universidad y ella en uno técnico. Adela
prestaba más atención a su celular. Barush estaba un poco ebrio, asustado,
mi tío nunca lo vio en ese estado, “Daniel, ven a cenar, mierda, deja esa
maldita computadora”, reía sin tantos motivos. Se le notaba feliz, yo me
sentía bien por él. Solía atender el internet de su primo, me enviciaba de
videojuegos con chiquillos de la calle, mi tío y Barush me sacaban casi a
palos de allí. Mi tía también estaba presente, las abuelitas de ambos, todos
orgullosos de Barush, una noche de planificar, futuros estudios en España,
arroz con pato, vino, bromas, planes, la universidad, todos felices. Mi tío me
pedía que de rato en rato ojeara por la ventana su auto. Eran mis segundos
de plácida soledad tras la ventana. Creo que era mis segundos favoritos.
Barush le dijo a todos que le superé en matemáticas, que veía en mi mucha
inteligencia. Se sentía orgulloso de mi.
Suicidio

Vera se suicidó, me informó Limber por celular a las seis de la mañana, el


chirrido estruendoso me caló el insomnio. Su voz estaba exaltada, no lo
podía creer él. La amiga de Vera, Elena, le llamó gimiendo de indignación.
—Tienes que llamar a Kenny. Te va a necesitar más que nunca.
—¿A mi? Yo necesito un balazo ahora, Limber. No sé que es lo que voy
sintiendo. Ya me desahogué antes, sabía que esto iba a pasar. Lo pensaba
tantas veces.
—Ven a mi casa, vamos a drogarnos. No soporto esta mierda.
—Me voy a alistar. En serio, Vera, putamadre. Tío, que voy a hacer ahora sin
Vera.
—Ven, mierda, no escuchas mi voz, estoy afuera de mi casa, quiero que
llegues en mototaxi. Apura.

Limber tenía una voz apagada. Parecía que su nariz se le taponeó por tanta
coca. De seguro aspiró lo último que le quedase y Kenny, dónde estaría
Kenny.
—Ma, Vera se ha suicidado, ma.
—¿Qué? ¡Dios! Ay esa pobre chica, me daba tanta pena. Daniel, tranquilízate.
—Iré donde Limber, no seguiré aquí.

Le prometí a Vera que si se iba le metería una bomba a una comisaría en su


nombre. Mientras me alistaba a cambiarme, me lavaba la cara, escribía a
Kenny quien estaba desconectado y no usa teléfono, como yo.. trataba de
recordar aquella vez que la vi por primera vez. Vera y Kenny, Vera contando
historias, Vera apoyándome, echándome energías, viendo mi palidez. No
tengo a nadie en quien contar ahora algo, Sofía está con ese muchacho de
literatura, Micaela no tenía por qué soportar mis lamentos. ¡Putamadre, Vera!
¡Putamadre!

Salí de casa como un fantasma, qué debía hacer ahora, donde debería ir.
Metí llave a la puerta de fierro, por un instante, mi psicosis quería cuidar a
mamá del peligro de la vida. Al quitar la llave, a mi derecha, veo a Vera. Con
sus ojos delineados, como en las fotos que subía al Instagram, al Facebook.
Esos ojitos de niña triste sin las flores de papá, sin los brazos de mamá. Me
largué a la calle, antes de cerrar mi portón, vuelvo a ver a Vera, con Kenny,
con la botella de tragos en mi cumpleaños.

—Vera, conchasumare, esto es, esto debía suceder. ¿Por qué?

Era absurdo preguntarme por qué. La vida le sobrepasó.

—Puta moto, para ya, carajo.

Vera escuchaba Allice in Chains, a diario, tenía un cuaderno de anotaciones


personal. No lo entiendo, seguro su mamá no estaría en casa, no tengo
muchos detalles, seguro se cortó los brazos y se quedó dormida con las
clonas. Yo haría lo mismo, sentimiento suicida.

—Al paradero 11, “Los Pórticos”, cerca a la loza, cuánto, jefe, pago capricho,
arranca. Mi amiga se ha suicidado. ¡Avanza!

El pata me miraba como a un loco. Qué podía hacer. No tenía más sentido
decir o hacer algo. Vera ya no estaba. No tenía sentido nada, nunca la tuvo,
nunca. La presión del pecho me hacía pensar en Kenny. Quizá aún no lo
sabe. Limber mantenía conversaciones a casi diario con Vera. Eran las ocho
de la mañana, el viento de cenizas e hidrógeno me enfriaban, mi pierna
temblaba, de pronto.

—Limber, hermano. Kenny no está conectado, no tiene número. Su hermano


seguro está drogado. —El seguía parado, mirando la mecánica de David, con
las manos en los bolsillos. Debía hacerlo. Coca, solo la coca profundizaría
esta mierda.
—Elena estaba llorando en el teléfono. Me dijo para reunirnos en casa de
sus padres. Hoy harán el velorio.
—Aún no puedo creer esto, dime que estoy soñando, dime algo.
Victor estaba al frente, salía para irse a trabajar. Corrí hacia él.
—Tío, esto no es un sueño. Esto es de verdad. Dime. Estoy soñando.
—Qué pasa, Daniel. Ja,ja,ja. ¿Has fumado?
—Mi amiga se suicidó. —Victor se quedó quieto.
—La gótica.
—Sí. Mi hermana, tío. Y aún no sé si esto es real.
—Toma, mano. —Me alcanzó un ciplox con marihuana. —Te veo en la
noche, compro unas chelas.
—Gracias, Victor. Gracias por todo. Me largo, estoy que te jodo.

La ventana de casa de Ricardo, donde bebíamos chelas aquel domingo


luego del evento de Kenny. Vera estaba emocionada, feliz, tomaba a grandes
sorbos, Ricardo se reía de ello, entredientes, mirándola mucho, es que Vera
era muy hermosa, además de su atuendo de “sirena gótica”, como le decía
Sofía. Mi hermanita se ha ido. ¿Qué hago ahora?

—Desmoña esa huevada. —Limber parecía un fantasma — ¡Putamadre! Loca


de mierda. Nos ha dejado, Daniel. A ti, a Kenny, a mi, a sus padres. Pobre
mamá, cómo estará.
—¡Qué importa como esté su mamá! ¡Era una puta maltratadora!
—Sí, nunca le dije algo así, su mamá la intoxicaba. —Limber echaba su llave
a la nariz.
—Quizá morir sea lo mejor, Limber. Yo no sé, yo escapé como Vera. Sabes,
Vera era como yo en ese aspecto. ¡Putamadre! Ya está haciendo efecto la
noticia. Vera se ha suicidado, mano, Vera ya no volverá.
—Sí, Daniel —Limber echó lágrimas.
—Vera se fue, ¡Carajo! ¡Vera! —Grité — ¡Vera, por qué! Ese puto día estaba
intranquilo con Angela, cuando nos contó del aborto. Putamadre, le dijimos
que baje a mi casa, que la cuidaríamos ambos. No quiso, ella siempre fue
muy solitaria.
—Así como tú.
—Carajo, Limber, carajo. Por qué me has contado esto. ¡Kenny! ¡Mierda!
¡Kenny se va auto infligir daño! ¡Carajo!
—Sí, tienes que llamarlo, dile que venga a tu casa, con engaños, le diré a
Elena que no le diga nada. Llamaré a su mamá y que no le cuente nada.
Que Kenny venga y lo encerramos en tu cuarto.
—Sí, Kenny es capaz de matarse, no quiero que se vaya
—Yo tampoco. Este ultimo mes le cogí mas confianza.
—Sí. Kenny siempre fue auto destructivo en extremo, cuando se deprime,
pierde el sentido por costumbre.

Se apagaron las luces de los postes de la fábrica. Caminaba la gente de


mierda a sus trabajos, sus estudios, su rutina enmascarada de pérdida
emocional, de violaciones, de odios.

—Vamos a su casa de Vera, hablemos con su mamá de inmediato para que


no le informe nada a Kenny. Llama a Elena, Limber, ahora mismo. Buscaré un
taxi.
—Ya.

Vera, no puede ser, me rascaba la cabeza, ya sentía su muerte, poco a poco.


Maldito espesor. Kenny me contaba la última vez sobre el negocio en San
Mateo, con sus tíos, los videojuegos, la nueva música, el evento para la
próxima semana. Debe estar durmiendo. Debo ser inteligente ahora. No
quiero que se vaya él, pero quién soy yo. Viviendo como un enfermo, como
Raskolnikov, como un delincuente. ¡Carajo!

—A cercado, manito, veinticinco soles, te parece. Mira que es temprano. —El


tipo parecía a mi tío Andrés por su calva.
—Está bien, sube.
—Vamos a la esquina a recoger a mi amigo, por favor.

Vera tenía la misma edad que yo, los amplios ojos levitando en el mar, en el
viento infeccioso, en las lagunas mentales, en recuerdos reprimidos, en el
instinto suicida, en la vida de pronto,
—No creo en nada, Limber. Sabes lo que significa eso en estos momentos,
que no creo en ninguna idea. Ya estoy muerto.
—Me quiero ir a la mierda.
—No te drogues mucho que terminarás como Sandro.
—Nunca así. Nunca tanto. —Sandro estaba perdiendo la cordura.
—A quién llamaré ahora, Limber. Quién me dirá algunas voces de fuerza. Ya
ni se lo que hablo. No creo en nada, viejo. No creo en nada. —Veía a Vera a
mi lado, leyendo a Dostoievski, leyendo a Turgueniev. Ella prefería Pizarnik
por encima de cualquier maldito.
—Dice Elena que no dirá a nadie, que casi nadie de sus amigos sabe.
—No quiero que Kenny se cague más.

Ante la respuesta muda, quería un bullicio, un ruido explosivo, morir tirando


bomba cara a cara al enemigo. Vera entendía mi suicidio. Mi mente
desvariaba, fabricaba el tabaco prensado con una rila. La ira se estremecía,
mi corazón se congelaba. Insomnio tenía estos días previos. Diego, otra
noche, como estas semanas; como entre mis sueños, como entre la realidad.
Me estaba mirando, con sangre en su cuello, me acongojé. Le quería pedir
disculpas sin motivos en medio, todos somos culpables, todos tenemos una
carga inconmesurable de culpa, sería ridículo. Diego estaba en mi cabeza. Ya
me volvía loco. "Putamadre, qué quieres, Diego, ya hice todo lo que hacías.",
pensaba. Por qué de los muertos te aparecías en las vida, o es una cualidad
propia de mí.

Había decidido viajar a Francia donde algunos familiares. Necesitaba visitar


nuevos países, sentirme aún más extraño en cada respiración profunda de
cada amanecer. En casa, despertaba como tantas veces, como toda este
vorágine de decisiones, sin finalidades, en el orden del caos, en la infinitud
de la negación de todo fundamento. No existe lujo, ni valor que el de
forjarse el propio con la sangre de tus manos. Vera en ese aspecto era como
yo. “El suicidio es la antesala, la muerte el ocaso, la única dirección es la
muerte. Lo único que nos espera es morir”, le decía a Vera. Ella sentía el
placer de tales palabras que las tenía por montones de poemas en su
cabeza. Ella escribía bonito poesía. ¡Carajo!

Miraba tras la ventana, las gotas del mar se hacían espuma en el vidrio, vi a
Vera, otra vez, en el boulevard de San Luis, las casonas de infiernos, los
bares de Miraflores donde asistía ella, los cientos de fotos que me enseñó.
En el cielo bajo las nubes una banda de aves negras daban forma espiral,
cíclica, ovalada, luego, una figura extraña, una sensación, como de un animal
enjaulado, por qué harían esas figuras, qué quieren expresar esas avecillas,
seguían disparándose desordenadamente, cientos de avecillas negras.
—Daniel, te estoy hablando, Daniel. —Limber me empujó con fuerza.
—Estoy viendo las avecillas.
—Sí, lo sé, estoy aquí, regresa, Daniel.

Carajo, estas alucinaciones me dejarán ciego. Me mordí el dedo gordo con


una fuerza irracional, se mojó mi cara, ella no quería eso, no querían que
sufriéramos por su partida. Ella se quería ir hace mucho tiempo. Deberíamos
alegrarnos.
—Debemos estar alegres, Limber. Vera volverá a nacer, volverá a darle fin a
su vida, lo que más le importaba, ¿no? Ella lo decidió, nadie más, hermano,
nadie más —caí en sus piernas, como cuando Sofía me hacía masajes en el
cráneo— ella eligió morir, ella hizo lo que quiso, ella lo decidió, era lo mejor,
fue consciente de eso.
—No soporto esto, Daniel. Se acabó la coca.
—Ella decidió. Ella fue quien lo decidió. Aunque la extrañemos. ¿Quiénes
somos nosotros? Ella era lo más importante para ella.
—Kenny era lo más importante, creo.
—Ella no quiere que él se haga daño, tenemos que encerrarlo. Por ella,
Limber. Estás conmigo, hermano. Como antes, como siempre, en todo, en la
calle, en la desidia, en la rebeldía.
—Siempre. Hasta el final.
Me levanté. Bajamos del auto, pagué. Me sentía fuera de mi cuerpo,
navegando. Limber conversaba con la familia, yo me quedé afuera, apoyado
en la banca del parque de enfrente. Cogí mi agenda y escribía, algunos
retazos, unas pequeñas letras en nombre de ella. Recordé el día que conocí
a ella, con Kenny robamos un gin Bombay y nos largábamos a un evento
gothic en el bar “Vito”, Vera estaba callada, miraba a todos lados, quizá no
deseaba estar allí, no lo sé, nunca lo sabré, dudaba, de mí, quizá, analizaba
todo, supongo, Kenny le cogía de las manos, eran tan lindos juntos, mi
amigo y mi amiga. Ella estaba deprimida, antes de pasar las cosas que me
contaba, antes de nacer, ella nació condenada, como yo, como todos los
rebeldes, como todos los poetas, vivió real, a su manera, siempre.
—Ya hablé con su mamá.
—Vámonos, Limber, no quiero ver su cuerpo, prefiero recordarla como era
siempre.
—Sí, vámonos.
—Me siento ansioso, no quiero estar en un asqueroso bus. Debo ir donde
mamá, quizá se preocupa, sabe que soy un loco.
—También quiero ir a beber, vamos a comprar un ron para el camino.
—Al carajo, tengo que pagar a Jeremías, no importa, que se joda.

Compramos una botella de ron, cogimos un taxi, la incoherencia de la


ciudad se alejaba, cada vez más, el palacio de los reyes falsos, el río
contaminado, la masa deforme, la constelación, ella tras las estrellas, los ojos
de la luna, el tiempo perdido, volverá, siempre vuelve al mismo punto de
inicio, volveré a verla, volveré a este mismo lugar, Vera. Siempre juntos,
como hermanos.

—Vamos a encerrar a Kenny en mi casa, si es necesario lo amarramos, le


contaremos la verdad sin que él pueda escapar. No importa si tenemos que
hacerle daño, no debemos dejar que pierda la consciencia. Es lo mínimo que
podemos hacer por ella, Limber.
—Kenny vendrá el fin de semana. Vera me dijo que encontraré una novia a
mis necesidades.
—A mi que buscara a una chica que piense como yo, varias veces. Kenny era
su gemelo. No me lo va a perdonar, quizá.
—Estamos juntos en esto, hermano.
—Sí —golpes en los nudillos —hasta el fin.
Asalto

Los jinetes guardan achas y pólvora, mi boca aboga el regicidio, ¡y matar la


desidia! Los jinetes de Belcebú, del ocaso a la noche, del alba al medioevo,
secuestrando las almas de los esclavos griegos, romanos, paganos, cristianos,
macedonios, chinos, toda arma iconoclasta, contra toda idea bastarda.
Los cuatro jinetes del infierno, en la guerra sin rostro, mi gato viejo me dice
que desde la sombra de las noches feroces, desde Ravachol a Kevin Garrido,
renacerá como animal, como superhombre, como individuo. Mi rostro en la
penumbra la muerte nos acompaña, nunca lo olvides, nunca la ignores.
Porque la civilización solo fabrica cuerpos y mentes domesticadas,
eliminando el arte salvaje del amor de la pura espontaneidad. ¡Muerte a
toda fuerza represiva!

“Pedro estuvo preso”, decía mis sueños. Me quedé dormido, ¡putamadre!,


estaba agotado, muy agotado. Pasé la noche con Victor y Giampier,
bebiendo chelas, fumando cigarros y aspirando cocaína. Usualmente puedo
evitar una mala noche, no debía cansancio. Y había algo que me empujó a
quedarme allí. Una divagación muy filuda.

Salí del consultorio de Urgencias de la posta de mi barrio. Me hice el


enfermo en la entrevista con el doctor, la enfermera me exigió un
termómetro, yo le respondí que no tenía dinero, con mi cara de pena. Salí a
comprar el maldito termómetro. No miraba a nadie en la sala de espera.
Unos niños jugaban en el gras del patio. Había un menudito que reía
mucho. Volví y supe que le conmoví a la enfermera y cambió su voz
asquerosa un poco más tierna. Mi tía me obligó a solicitar una constancia de
descanso médico, no asistí a los trabajos comunitarios y debía justificar mi
falta. La mierda estaba en mi cabeza, Pedro me llamó indicando que se
aplazaría la faena para mañana.
—Mañana, causita. Ya tengo otro lapicero.
El tono de su voz siempre cambiaba cuando debía decir algo interesante. Un
lapicero real era necesario. Creo que mi conversación le hizo cambiar de
parecer. La noche antes acordamos precauciones en posibles tramas. Nunca
hay que pensar que todo iría bien, puede ir mal. Pedro era un villano, la villa
donde nació olía a azufre y lobos muertos. Pedro estuvo preso un par de
años. Era hábil, sabía lo que hacía. Dicen que en las cárceles se aprende
secretos del negocio. Negocio es a lo que llamo como algo "interesante"
donde uno necesita un lapicero real. Que conmovedor, Pedro le llamaba
lapicero cuando yo escribía con los mismos mis recuerdos. Todo esto son
recuerdos, Alonso en el pasar de los años me decía que sí era bueno
escribiendo, yo nunca lo supe y creo que nunca lo sabré. Mañana moriré, lo
deseaba, lo tenía en mente desde que desperté temprano con el alcohol
empuñándome. Hoy día sería el último día de mi vida. Sentado en las
bancas de la posta recordé a Figner, la nihilista rusa que se describía como
una suicida romántica, puesto que necesitaba de aquello para cometer sus
delitos contra el sistema zarista. En mi caso era muy particular. La primera
vez que hice negocios con un lapicero pensaba en el suicidio por semanas.
Poco antes Alicia me había dejado, un día antes de conocerla salía de la
carceleta. Desolado y como perdido leí varios libros que los aplazaba, yo
solía aplazar los buenos libros para leerlos en situaciones únicas. Hasta ahora
no leo Dostoievski con la podrida mente que tengo. Lo conocí a los dieciséis
años cuando vivía en España, enfermo leí muchos libros.

Un familiar de él pertenecía a las bases populares de la guerrilla de Sendero


Luminoso, los comunistas maoístas, pero Pedro estaba totalmente
despolitizado. Yo lo sabía. Pedro tenía cara de salsero, alto, atlético y con
ojos de gato. Lo conocí por Limber, la primera vez que entablé diálogo con
él le propuse hacer unos negocios. El estaba borrachísimo, estaban tomando
afuera de casa de Limber con sus tíos. Llegaba de una jornada de
expropiación, prendas de estación, manos en los bolsillos, pateando las
piedras, arruinado. Y él, que era un buen ladrón, que ganó diez mil soles no
sé cuando, que trabajó con David, y etcétera de cosas. Le dejé con la cara
pensativa. Pedro tenía amigos, buenos muchachos. Me presentó a algunos,
poseía las herramientas necesarias para los negocios. Creo que era una
banda, parecían llevarse muy bien y apreciarse. Me recordaban cuando iba a
negociar con los muchachos. Kenny, Alonso, Sandro, Limber, pronto se
volvieron mis hermanos.

El médico me atendió muy amable, haciéndome preguntas unas tras otras,


yo pensaba en mí, en que casi todo en mi había sido decepción y derrota.
Muy joven ya me sentía deplorable. Nunca comí los frutos jóvenes, mi padre
en la cárcel me angustiaba, mi madre fallecida volvía a la vida cada ciertos
instantes de mi día a día.

—Con esto compre la jeringa, las pastillas y la medicina. Vuelva para


proceder con la inyección.

Cogí los papeles y largué. Tenía ganas de un fuerte abrazo, apenas llegue a
la casa le abrazaría a Abigail muy fuerte.
—Que te pasa, Daniel. —Se reía.
—Necesito que me abraces. Puede ser el último día de mi vida. Mañana ya
sabes lo que haré.
—Ay no pienses así, todo va ir bien. Tranquilo.

En el parque de conspiración miré todo lo que por años me oprimía, una


letanía hedionda y sepulcral, un monstruo inmaterial chupando mi sangre,
cortando mi piel: la sociedad, la perra de babilonia, la fábrica mohosa, sus
mecánicos inertes, sus guardias asesinos; todo mi pasado también, mi
espíritu incendiario construido por años de soledad, mi padre en la cárcel
torturado por los presos, mi madre descansando ignorando todo. Pedro
aparece, con su uniforme de construcción civil naranja, lentes negros, casco
amarillo. Abigail reía, no entendía por qué, Pedro le invitaba a una reunión
para el fin de semana, me quedé callado. Miraba y no veía nada. Es como si
estuviera absolutamente solo, complacido, exitado, y con miedo. Todo lo
que parecía ser yo. Quería a la vez, cruzar ese abismo. Era yo o la vieja. Yo o
la sociedad. Sombras tras los días.

La vieja abrió la puerta para entregarle los víberes a Abigail que tenían un
volumen al cual solo se entregaba mano a mano, ella, como le indicamos,
dijo que le dolía el brazo; estuve tras ella, como un hermano con lentes,
gorra, en terno, un tonto del culo. Empujé con mi hombro con la mayor
fuerza posible. Le dije que se vaya con mis ojos. Mis ojos estaban en
perpendicular a la puerta, donde la gente de la zona transita a tan solo diez
pasos. Volví mis ojos a la escena y Pedro apuntaba con su pistola baby de
color gris en la cabeza de la vieja. Ella inmutada, ella callada, con los ojos en
ninguna parte. Yo debía quedarme con la vieja y la pistola, según la idea de
Pedro pero me ordenó hacer su rol y buscar el botín. Huí a buscar el
objetivo. Mi cuerpo actuaba solo, mis ojos miraban al rededor, por si alguien
se acercase a la ventana de atención. Nadie debía mirarme. Mi corazón se
salía por mi boca. Volví a mi. Horas antes, no quería estar allí, y era eso lo
que buscaba por meses de dolor, lo deseaba tanto. Deseaba nunca volver a
los centros de trabajo, de estudio, sentado en el parque del Mali fumando
un cigarro leyendo a Bonanno o Ted Kaczynski, Beatriz Preciado; de
adaptarme a cualquier carcel y aprisionamiento mental me deprimía.

Salud por esos cerebros que desbordan alegría, placer criminal egoico
naturalizado por el odio que determina, salud porque lo que empieza, se
termina, salud por los años de propaganda vitoreando la muerte del Estado.
Salud por los anormales enfermos mentales.

La casa era pulcra, ordenada, mis ojos distinguieron las vitrinas, el botín de
dinero sobre una mesa, cigarrillos, dulces, y mercadería de valor. Un celular
también me apropié. En esa casa se olía a tranquilidad. Ociosas ovejas solo
debían pararse, vender, y volver a su gran placer del ocio. Cogí lo que había,
me oculté como un lince, respiré una mezcla de azufre y humedad.
Aproveché los segundos en seguir olfateando algo de valor, no encontré
nada. Me sentí como aquella película que vimos hartos de alcohol con mis
hermanos Limber, Renato y Alonso, un viernes estremecido por fiestas.
Sangre por sangre, me sentí como el personaje que carecía de una
comunidad de amigos forajidos y buscaba ansioso ser aceptado en alguna
cueva de marginales. Sabía que Pedro daría la señal, antes que lo haga se
acercaban dos consumidores del negocio. Regresé en una velocidad
incalculable. Le dije a Pedro que ya debíamos irnos y él que no, que
podíamos aprovechar en subir a los dormitorios y extraer cosas de valor. Yo
insistí que no, que habían personas fuera y que me habían visto. El se
negaba, entonces lo convencí a la fuerza: jalé del gatillo de la puerta y crucé
con normalidad, los compradores estaban a diez pasos de nosotros, los miré
y me entró el fantasma de la ley y la represión, quizá reconocerían mi rostro.
Finalmente me retiré y me iba a paso ligero, cuando trato de cambiarme de
ropa, Pedro ya estaba corriendo a la calle contigua, gritó despavorido que
me apresurase. Lo hice y no supe cuanto corrí que ya estaba mi corazón
friccionando. La adrenalina me hacía sudar y mirar a todos como enemigos.
Me dio la mano golpeándome el pecho levemente. "Bien, peluca, bien
conchesumare", volví a mi, me sentí feliz y la psicosis empezaría a surgir.
Pedro luego me diría que era normal, que simplemente no saliera de casa
una temporada. Seguía intranquilo, no podía creerlo, salí vivo. Vivo por fin y
ganador. Gané. Le gané un paso más a la sociedad.

Los jinetes emisarios del terror, los caballos y lobos nacen con el astro negro
de amor, iluminando las tierras puras y danzando, el mensaje va danzando,
apuntando sus flechas al temor, al miedo al precipicio. Hordas de muertos,
calaveras vestidas de negros con bomba al inicio y al final, del desborde
abrazando el mar en dirección al norte, y el podrido mundo dejándolo atrás.
Los perros infernales invadido de fuego y de odio corriendo en las calles,
también ascendiendo, vomitando dinamita, escupiendo música, y nosotros
observando siendo llamados, llamados por la naturaleza, llamados por los
ángeles negros que yacen en el Vesubio, bailando con Espartaco, las brujas
violadas y los indios sin rostro. ¡¿Por qué?! Los muertos viven procurando
que el caos destruya el platonismo, lo ideal, la fantasmagórica mentira del
“más allá”. Lavándonos con ácido las muñecas de las esposas recordamos
que somos nada, somos nada, ¡somos nada! Malditos feudales, malditos
caballeros enlatados de cristianismo. ¡A tragarnos el espesor y la amargura!
¡A tragarnos el inmenso dolor de la existencia!

Nos retiramos en un bus hacia el distrito próximo. Vi la ciudad con otros


ojos, los espíritus del pasado de guerreros milenarios estaban conmigo, los
animales, las plantas, eran mis aliadas. La ciudad me era pequeña, ya no me
oprimía como antes en esos instantes de lujo y pomposidad. La gente que
tanto despreciaba emergían con sus herramientas, mochilas y ropas directo a
sus centros de exterminio, mientras el transito empolvado y sus hijos yendo
directo a las fauces de los que comen muertos. Supe que ya no retrocedería,
un paso más a la muerte, un camino hermoso, me deleitaba con el peligro,
nadaba en mi propio mar. Una ventisca de cieno y hojas aún sobreviviendo
al exterminio de la civilización. Supe que no había marcha atrás, ahora ya
podía expropiar como los antiguos luchadores que leía: Roscigna, Bonnot,
Ravachol y un larguísimo etcétera. Ahora no había marcha atrás, pensé, y
Pedro contaba el dinero sentados en una bodega bebiendo una cerveza. No
pude hablar unos minutos, los pensamientos me invadían. Era yo y no me
importaba lo que pase. “Mis ojos ya no temen a la hora divina de la tragedia
inminente.” Conspirar, temer y atacar. Contra toda horda de humanos
fabricados. Contra todo el mundo hasta el fin. Fumé un cigarrillo y salí por el
mercado del distrito. Veía a todos esos esclavos que me causaban tremenda
repulsión. Pensé, "esta sociedad va sentir mis puñaladas de plomo y
dinamita". Pedro me llamaba y pedía otras cervezas. Temí por la pistola que
guardaba en su mochila, quizá alguna redada u operativo. Pronto no me
importó. Los adoquines exteriores, la señorita atendiendo ignorando todo lo
que sucedía, el color amarillento de la tienda, el sabor de cebada, la malta
riquísima, los fierros que protegían el interior. Me daba risa. Todo me daba
risa. Nunca antes reí tanto por el placer armado.

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