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El valor de la igualdad distributiva, cualquier límite a la brecha de riqueza entre los ricos y
los pobres, no está incluido en la Declaración Universal de Derechos Humanos, ni en los
regímenes legales y movimientos sociales que la toman como su estrella polar. Como
admitió recientemente Philip Alston, relator especial de las Naciones Unidas sobre la
extrema pobreza y los derechos humanos, en un intento inicial de considerar el tema: “En la
actualidad, no se afirma explícitamente ningún derecho a la igualdad, como tal, conforme al
derecho internacional de los derechos humanos”.
Todos los derechos son costosos, especialmente los derechos económicos y sociales, y si se
implementan, tienen efectos redistributivos; sin embargo, no lo hacen como parte de un
ambicioso intento de crear un techo que limite la desigualdad, sino como parte de un
esfuerzo digno de mención, pero más modesto, para construir un piso de protección contra
la indigencia. Sería posible imaginar a un hombre que fuera dueño de todo, un jefe
absoluto, y esta persona no violaría el esquema actual de derechos humanos, siempre y
cuando se cumplieran los derechos básicos de todas las personas. Incluso los derechos
humanos perfectamente ejecutados son compatibles con la desigualdad radical.
La afirmación de los derechos humanos en la década de 1940 comenzó como una versión
de la actualización de los derechos de la ciudadanía sobre cuya conveniencia y necesidad se
generó un consenso casi total después de la depresión y la guerra. Franklin Roosevelt
emitió su famoso llamado a la creación de una “segunda carta de derechos” que incluyera
protecciones socioeconómicas en su discurso del Estado de la Unión un año antes de su
muerte. Pero al prometer “liberación de la miseria” e imaginándola “en todo el mundo”,
Roosevelt en realidad minimizó la magnitud de las aspiraciones verdaderamente igualitarias
que proclamaban todas las versiones del asistencialismo.
El verdadero
problema es que los
sistemas jurídicos y
programas de acción
que se han establecido
hasta el momento
en torno a los
derechos
¿Podría corregir este error una versión de derechos humanos distinta de los movimientos y
regímenes jurídicos que han surgido hasta ahora? Lo dudo. Para ser absolutamente claro,
esto no pretende contradecir la importancia moral y posiblemente incluso el éxito histórico
de los derechos humanos con respecto a sus usos fundamentales para combatir la represión
política y frenar la violencia excesiva. Pero cuando se ha contenido la desigualdad en las
relaciones humanas, nunca se ha hecho a partir de la clase de fundamentos individualistas,
y con frecuencia anti-estatistas, que los derechos humanos de hecho comparten con su
doble fundamentalista de mercado.
Y cuando se trata del complemento de movilización necesario para cualquier programa, las
herramientas principales que ha utilizado el movimiento de derechos humanos en sus
campañas más reconocidas y posiblemente exitosas, la crítica de la represión estatal y el
alivio de los desastres de guerra, simplemente no son aptas para su uso en el ámbito
socioeconómico. Es en parte debido a que no está a la altura del desafío en lo que respecta a
todas y cada una de sus tareas autoasignadas, que el movimiento de derechos humanos ha
sido condenado a no ofrecer una alternativa significativa, y ciertamente no representar una
amenaza seria, para el fundamentalismo de mercado.
Samuel Moyn est professeur de droit et d’histoire, Jeremiah Smith, Jr. à l’université
d’Harvard. Il a publié en 2010, The Last Utopia: Human Rights in History et
Cómo la desigualdad supone una amenaza para todos los derechos humanos
La desigualdad no solamente supone una amenaza para los derechos económicos y sociales;
amenaza la efectividad de todo tipo de derechos en todos los ámbitos. A nivel mundial, las
crisis económicas, los conflictos armados, las emergencias de salud pública, la inseguridad
alimentaria y el cambio climático han supuesto amenazas para la efectividad de los
derechos humanos. Dentro de esta constelación de factores, la alarmante intensificación de
la desigualdad de ingresos y recursos se ha convertido en otra área de preocupación
creciente.
El marco de derechos humanos ofrece una orientación parcial sobre las consecuencias de
nuestras sociedades cada vez más polarizadas, pero aún hay vacíos. Dado el fuerte aumento
de la desigualdad en las últimas décadas, es esencial que entendamos mejor las conexiones
entre la efectividad de los derechos humanos y la desigualdad: cómo entendemos y
medimos la desigualdad, hasta qué grado la desigualdad creciente supone una amenaza para
los derechos básicos, y qué dice (y no dice) el marco de derechos humanos sobre la
desigualdad.
Las personas deben tener igualdad de oportunidades para reivindicar sus derechos, y los
principios de derechos humanos se deben aplicar igualmente a todas las personas. Sin
embargo, el hecho de que las consecuencias de la desigualdad vertical sean menos
evidentes no implica necesariamente que exista una distribución perfectamente equitativa
de ingresos y riqueza. Las aclaraciones hechas por los órganos de tratados de derechos
humanos han destacado que el concepto de no discriminación e igualdad se refiere a la
igualdad sustantiva; siempre existirán algunas fuentes estructurales de desigualdad y formas
indirectas de discriminación. Por lo tanto, es necesario entender la igualdad en relación con
los productos y los resultados, además de las oportunidades y el comportamiento. Si nos
centramos en la igualdad de resultados, es posible que se requiera un tratamiento distinto
para grupos o personas diferentes.
Del mismo modo, hay evidencia de que los gastos sociales disminuyen cuando se amplía la
brecha entre la clase media y el 10 % más rico. Las élites económicas tienden a resistirse a
los impuestos progresivos, lo que limita la capacidad gubernamental de movilizar recursos
para la satisfacción de los derechos. Los derechos humanos ofrecen una orientación parcial
sobre las consecuencias de las crecientes desigualdades para la efectividad de los derechos.
Sin embargo, el marco de derechos humanos no llega a declarar si una distribución de
ingresos o riqueza específica es justa o equitativa.
Esto se debe en parte a que los derechos humanos se tratan de resultados reales que dan
forma a las opciones y las libertades de las que disfrutan las personas. Por lo tanto, una
distribución de ingresos justa es aquella que permite la más plena efectividad de derechos
posible, de conformidad con los principios de no discriminación e igualdad.
Una versión más extensa de estos argumentos está incluida en un documento de trabajo de
PERI y en el capítulo de un libro de próxima publicación de Balakrishnan, Heintz, y Elson
(2016): Rethinking Economics for Social Justice: The Radical Potential of Human Rights
(Un replanteamiento de la economía para la justicia social: el potencial radical de los
derechos humanos). Routledge Press.
Radhika Balakrishnan is Faculty Director of the Center for Women's Global Leadership
and Professor in Women's and Gender Studies at Rutgers University. She is also a Public
Voices fellow of the OpEd Project.
Radhika Balakrishnan es la directora del cuerpo docente del Centro para el Liderazgo
Mundial de las Mujeres y profesora deEstudios de la Mujer y de Género en la Universidad
Rutgers. También, es cátedra de Public Voices por el OpEd Project.
Radhika Balakrishnan est directrice du Center for Women's Global Leadership (Centre pour
le leadership mondial des femmes) et professeur dans le domaine des études sur les femmes
et le genre à l'université Rutgers. Aussi, elle est un membre de Public Voices avec l'OpEd
Project.
James Heintz is the Andrew Glyn Professor of Economics and Associate Director of the
Political Economy Research Institute at the University of Massachusetts Amherst.
James Heintz es el profesor Andrew Glyn de Economía y director asociado del Instituto de
Investigación en Economía Política de la Universidad de Massachusetts Amherst.