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Samuel Moyn 27 October 2015

El movimiento y el régimen de derechos


humanos simplemente no están preparados Material seleccionado, recopilado y utilizado
para desafiar las desigualdades mundiales. con fines instruccionales para el módulo 6 de
Derechos Humanos del Componente Docente
Una contribución al debate de
Unefista 2017
openGlobalRights,

La desigualdad y los derechos humanos. English, Français,

El valor de la igualdad distributiva, cualquier límite a la brecha de riqueza entre los ricos y
los pobres, no está incluido en la Declaración Universal de Derechos Humanos, ni en los
regímenes legales y movimientos sociales que la toman como su estrella polar. Como
admitió recientemente Philip Alston, relator especial de las Naciones Unidas sobre la
extrema pobreza y los derechos humanos, en un intento inicial de considerar el tema: “En la
actualidad, no se afirma explícitamente ningún derecho a la igualdad, como tal, conforme al
derecho internacional de los derechos humanos”.

Es cierto que el documento fundacional de los derechos humanos anunció la igualdad de


condición: de acuerdo con su primer artículo, todos los seres humanos nacen libres e
iguales en dignidad y derechos. Puede ser cierto que, en un mundo devastado por los males
del racismo y el genocidio, la afirmación de la simple igualdad de condición era en sí
misma un acto revolucionario. Sin embargo, esta misma igualdad de condición no implica
nada más.

Todos los derechos son costosos, especialmente los derechos económicos y sociales, y si se
implementan, tienen efectos redistributivos; sin embargo, no lo hacen como parte de un
ambicioso intento de crear un techo que limite la desigualdad, sino como parte de un
esfuerzo digno de mención, pero más modesto, para construir un piso de protección contra
la indigencia. Sería posible imaginar a un hombre que fuera dueño de todo, un jefe
absoluto, y esta persona no violaría el esquema actual de derechos humanos, siempre y
cuando se cumplieran los derechos básicos de todas las personas. Incluso los derechos
humanos perfectamente ejecutados son compatibles con la desigualdad radical.

Los derechos humanos en la era de la asistencia social nacional

La afirmación de los derechos humanos en la década de 1940 comenzó como una versión
de la actualización de los derechos de la ciudadanía sobre cuya conveniencia y necesidad se
generó un consenso casi total después de la depresión y la guerra. Franklin Roosevelt
emitió su famoso llamado a la creación de una “segunda carta de derechos” que incluyera
protecciones socioeconómicas en su discurso del Estado de la Unión un año antes de su
muerte. Pero al prometer “liberación de la miseria” e imaginándola “en todo el mundo”,
Roosevelt en realidad minimizó la magnitud de las aspiraciones verdaderamente igualitarias
que proclamaban todas las versiones del asistencialismo.

Estas iban mucho más allá de un límite inferior


contra la indigencia para garantizar una sociedad
más equitativa que antes (o después). Su mayor
promesa, en el discurso, no fue un piso de
protección para las masas, sino el final de “los
privilegios especiales para unos cuantos”: un
techo a la desigualdad.

Sin embargo, la armonía de ideales entre la


campaña contra la abyección y la exigencia de
igualdad solo fue exitosa a nivel nacional, y principalmente en los estados del Atlántico
norte, e incluso ahí solo de manera parcial. Así, cualquier grado de éxito logrado en ambos
frentes estuvo acompañado de firmes limitaciones, y especialmente de la modestia
geográfica que ya ha logrado trascender el lenguaje de derechos humanos. De hecho, es
como si la universalización de las normas de protección básica fuera una especie de
recompensa por renunciar al imperativo de la igualdad a nivel local.

Incluso la descolonización del mundo (algo imprevisto al momento de redactar la


Declaración Universal, la cual se adaptó a los imperios de su época) apenas cambió esa
relación, ya que los Estados nuevos adoptaron la determinación asistencialista nacional. La
gran pregunta era qué pasaría después, sobre todo en vista de la incapacidad del sur global
para trasplantar el asistencialismo nacional y de la brecha de riqueza que perdura hasta
nuestros días entre los dos tipos de países: ricos y pobres.

Flickr/Ronald Reagan Library (Some rights reserved)


In the 1970s, starting in the United Kingdom and the United States, elected politicians set
out to destroy the national welfarist consensus for which human rights had offered a modest
and optional synonym three decades earlier.

De la asistencia social nacional a la globalización neoliberal

Algunos tenían la esperanza de que se pudiera


internacionalizar el asistencialismo, para tratar
de crear el piso de protección y el techo a la
desigualdad a nivel mundial que algunas
naciones habían logrado en su interior. El
economista sueco Gunnar Myrdal, por ejemplo,
planteó esta posibilidad. Pero sus aspiraciones,
como las del posterior “Nuevo orden económico
internacional” del sur global de la década de
1970, no sobrevivieron. En su lugar tenemos lo
que el historiador Marcos Mazower ha denominado mordazmente “el verdadero nuevo
orden económico internacional” del fundamentalismo de mercado global.

En el ejemplo más extremo de un voto de compromiso, Myrdal y su opositor ideológico


Friedrich Hayek ganaron juntos el premio Nobel de economía de 1974; pero mientras uno
de ellos fue olvidado, el otro vio sus deseos más preciados convertirse en realidad. En la
década de 1970, comenzando en el Reino Unido y los Estados Unidos, y en el cono sur de
América Latina justo antes y durante los regímenes autoritarios, los Estados redujeron las
prestaciones sociales, y fueron elegidos (o, en América Latina, tomaron el poder) políticos
que se dispusieron a destruir el consenso nacional asistencialista para el cual los derechos
humanos habían funcionado como un sinónimo modesto y opcional tres décadas antes.

El drástico desajuste entre la crisis igualitaria y el recurso de derechos humanos no requiere


un reemplazo sino un complemento. Por qué se produjo la victoria práctica del
“neoliberalismo” en ese momento y de esa manera es el tema de debates apasionados hoy
en día. En la medida en que sobrevivió una utopía de justicia, esta fue internacional pero
mínima, al permitir la denuncia de las peores violaciones de los Estados, mientras que en el
ámbito socioeconómico imaginaba un piso de protección sin un techo a la desigualdad.

Independientemente de su potencial teórico, en la práctica, el régimen y el movimiento de


derechos humanos se adaptaron al nuevo ambiente. Por un lado, la idea de los derechos
humanos en su época heroica siguió a la transformación de la economía política en su salto
de escala más allá de la nación y hacia el mundo. Además, esta idea no dio prioridad a la
agencia de los Estados para poner en marcha y gestionar la asistencia social nacional, sino a
los derechos de las personas a ser libres de todo daño y disfrutar de un gobierno
rudimentario que en el mejor de los casos evitara el desastre y la abyección.
Esto fue especialmente cierto en el ámbito socioeconómico, donde los vacilantes Estados
de bienestar abandonaron al mismo tiempo cualquier medida de igualdad social como parte
de sus ideales. La base de solidaridad nacional, y frecuentemente étnica, que había
permitido mayores niveles de redistribución dentro de los contextos nacionales ciertamente
tenía exclusiones integradas. Pero a cambio de su inclusión, e incluso cosmopolitismo, el
auge de los derechos humanos abandonó toda presión igualitaria en la teoría y en la
práctica.

Frente a la desigualdad distributiva, el movimiento de derechos humanos debe reconocer


sus límites. Alguien más tendrá que intervenir. A diferencia de algunos marxistas, creo que
es absurdo culpar a los derechos humanos de la explosión de la desigualdad en nuestra
época, a pesar de que los primeros adquirieron prestigio a nivel mundial, justo cuando
comenzó la segunda. Dicho con una fórmula vulgar, el culpable del neoliberalismo es el
neoliberalismo, y no los derechos humanos.

El verdadero
problema es que los
sistemas jurídicos y
programas de acción
que se han establecido
hasta el momento
en torno a los
derechos

socioeconómicos no han hecho de ellos ni una herramienta facilitadora ni un enemigo


amenazante, sino un espectador impotente del fundamentalismo de mercado.

¿Otro movimiento de derechos humanos?

¿Podría corregir este error una versión de derechos humanos distinta de los movimientos y
regímenes jurídicos que han surgido hasta ahora? Lo dudo. Para ser absolutamente claro,
esto no pretende contradecir la importancia moral y posiblemente incluso el éxito histórico
de los derechos humanos con respecto a sus usos fundamentales para combatir la represión
política y frenar la violencia excesiva. Pero cuando se ha contenido la desigualdad en las
relaciones humanas, nunca se ha hecho a partir de la clase de fundamentos individualistas,
y con frecuencia anti-estatistas, que los derechos humanos de hecho comparten con su
doble fundamentalista de mercado.

Y cuando se trata del complemento de movilización necesario para cualquier programa, las
herramientas principales que ha utilizado el movimiento de derechos humanos en sus
campañas más reconocidas y posiblemente exitosas, la crítica de la represión estatal y el
alivio de los desastres de guerra, simplemente no son aptas para su uso en el ámbito
socioeconómico. Es en parte debido a que no está a la altura del desafío en lo que respecta a
todas y cada una de sus tareas autoasignadas, que el movimiento de derechos humanos ha
sido condenado a no ofrecer una alternativa significativa, y ciertamente no representar una
amenaza seria, para el fundamentalismo de mercado.

El éxito y el prestigio de los derechos humanos en


nuestros días, y la falta de otros enfoques políticos, ha
fomentado el error del hombre que a falta de otra
herramienta que no sea un martillo, trata todo como si
fuera un clavo. El drástico desajuste entre la crisis
igualitaria y el recurso de derechos humanos no
requiere un reemplazo sino un complemento.

About the author Samuel Moyn is Jeremiah Smith, Jr.


Professor of Law and professor of history at Harvard
University. In 2010 he published The Last Utopia:
Human Rights in History, and his most recent book is Christian Human Rights.

Samuel Moyn es el Jeremiah Smith, Jr. profesor de derecho e historia en la Universidad de


Harvard. En 2010, publicó he Last Utopia: Human Rights in History (La última utopía, los
derechos humanos en la historia) y su libro más reciente es Christian Human Rights.
(Derechos humanos cristianos).

Samuel Moyn est professeur de droit et d’histoire, Jeremiah Smith, Jr. à l’université
d’Harvard. Il a publié en 2010, The Last Utopia: Human Rights in History et

Cómo la desigualdad supone una amenaza para todos los derechos humanos

Radhika Balakrishnan and James Heintz 29 October 2015

La desigualdad no solamente supone una amenaza para los derechos económicos y sociales;
amenaza la efectividad de todo tipo de derechos en todos los ámbitos. A nivel mundial, las
crisis económicas, los conflictos armados, las emergencias de salud pública, la inseguridad
alimentaria y el cambio climático han supuesto amenazas para la efectividad de los
derechos humanos. Dentro de esta constelación de factores, la alarmante intensificación de
la desigualdad de ingresos y recursos se ha convertido en otra área de preocupación
creciente.

El marco de derechos humanos ofrece una orientación parcial sobre las consecuencias de
nuestras sociedades cada vez más polarizadas, pero aún hay vacíos. Dado el fuerte aumento
de la desigualdad en las últimas décadas, es esencial que entendamos mejor las conexiones
entre la efectividad de los derechos humanos y la desigualdad: cómo entendemos y
medimos la desigualdad, hasta qué grado la desigualdad creciente supone una amenaza para
los derechos básicos, y qué dice (y no dice) el marco de derechos humanos sobre la
desigualdad.

Las personas experimentan desigualdades a lo largo de una variedad de dimensiones, por


ejemplo, en el nivel educativo, la salud y la distribución de poder. El tiempo libre del que
gozan los hombres y las mujeres no se distribuye equitativamente, una vez que se toman en
cuenta las exigencias de trabajo remunerado y no remunerado. Las desigualdades también
se miden entre individuos, entre hogares, entre grupos sociales (p. ej., raza, género y origen
étnico) y entre países.

Al definir la desigualdad, es importante distinguir entre la desigualdad “horizontal” y


“vertical”. La desigualdad horizontal se produce entre grupos definidos conforme a la
cultura o construidos socialmente, como por género, raza, origen étnico, casta y sexualidad.
La desigualdad vertical ocurre entre personas o entre hogares, como la distribución general
de riqueza o de ingresos en una economía.

La distinción entre la desigualdad horizontal y vertical es particularmente relevante en el


marco de los derechos humanos, ya que las cuestiones de desigualdad horizontal están
incorporadas con mayor firmeza. Consideremos, por ejemplo, los principios de derechos
humanos de la no discriminación y la igualdad, los cuales afirman que el disfrute de los
derechos humanos no debe variar entre las personas con base en su género, raza, origen
étnico, nacionalidad ni cualquier otra agrupación social similar.

Las personas deben tener igualdad de oportunidades para reivindicar sus derechos, y los
principios de derechos humanos se deben aplicar igualmente a todas las personas. Sin
embargo, el hecho de que las consecuencias de la desigualdad vertical sean menos
evidentes no implica necesariamente que exista una distribución perfectamente equitativa
de ingresos y riqueza. Las aclaraciones hechas por los órganos de tratados de derechos
humanos han destacado que el concepto de no discriminación e igualdad se refiere a la
igualdad sustantiva; siempre existirán algunas fuentes estructurales de desigualdad y formas
indirectas de discriminación. Por lo tanto, es necesario entender la igualdad en relación con
los productos y los resultados, además de las oportunidades y el comportamiento. Si nos
centramos en la igualdad de resultados, es posible que se requiera un tratamiento distinto
para grupos o personas diferentes.

Demotix/Ronny Adolof Buol (All rights reserved)

La evidencia muestra que la desigualdad de ingresos a menudo se asocia con peores


resultados en lo que respecta a la salud, la educación y otros derechos económicos y
sociales. No resulta sorprendente que los hogares más ricos disfruten de mejores resultados
que los más pobres. Sin embargo, la desigualdad en sí puede causar peores resultados,
independientemente del nivel de ingresos. Por ejemplo, los hogares de bajos ingresos en
una sociedad con gran desigualdad pueden tener peores resultados que los hogares con
ingresos idénticos en una sociedad más equitativa.

Conforme al marco de los derechos humanos, el Estado tiene la obligación primordial de


respetar, proteger y satisfacer los derechos, pero esto depende de que exista un Estado
funcional con transparencia y participación democrática plenas. Sin embargo, la
desigualdad de ingresos y riqueza afecta los procesos políticos formales e informales de
formas que determinan el acceso de las personas a la educación, la salud, los empleos y la
seguridad social.

Cuando el poder político de las élites se expande mientras la distribución de ingresos y


riqueza se polariza más, toda la gama de derechos humanos resulta comprometida. Algunos
politólogos sostienen que el proceso democrático puede compensar los efectos de las
desigualdades de ingresos y riqueza. Por ejemplo, el “teorema del votante mediano” sugiere
que siempre que exista una democracia que funcione correctamente, habrá presión a favor
de la redistribución en las sociedades desiguales.

Esto se debe a que la mayoría de la población (las personas ubicadas a la mitad o en el


extremo inferior de la distribución de ingresos) votará a favor de la redistribución cuando
los ingresos y la riqueza se concentren en relativamente pocas manos. Pero este enfoque se
basa en suposiciones muy aventuradas: que las personas pueden reivindicar sus derechos,
que el Estado obedece a un control democrático, que las políticas que apoya la mayoría no
debilitan los derechos de otros grupos, que la integración a nivel mundial no limita las
opciones políticas de los gobiernos nacionales y que los intereses económicos de las élites
no pueden ejercer una influencia indebida sobre las políticas económicas.

En realidad, las desigualdades de ingresos y riqueza producen desigualdades en la


distribución del poder. Cuando el poder político de las élites se expande mientras la
distribución de ingresos y riqueza se polariza más, toda la gama de derechos humanos
resulta comprometida. Los estudios que analizan las variaciones a través de diversos países
han demostrado que, al contrario de lo que plantea el teorema del votante mediano, un
mayor nivel de desigualdad está asociado con menos gasto gubernamental para fines
redistributivos, medido en términos de los gastos en seguridad social y asistencia social
como porcentaje del PIB.

Del mismo modo, hay evidencia de que los gastos sociales disminuyen cuando se amplía la
brecha entre la clase media y el 10 % más rico. Las élites económicas tienden a resistirse a
los impuestos progresivos, lo que limita la capacidad gubernamental de movilizar recursos
para la satisfacción de los derechos. Los derechos humanos ofrecen una orientación parcial
sobre las consecuencias de las crecientes desigualdades para la efectividad de los derechos.
Sin embargo, el marco de derechos humanos no llega a declarar si una distribución de
ingresos o riqueza específica es justa o equitativa.
Esto se debe en parte a que los derechos humanos se tratan de resultados reales que dan
forma a las opciones y las libertades de las que disfrutan las personas. Por lo tanto, una
distribución de ingresos justa es aquella que permite la más plena efectividad de derechos
posible, de conformidad con los principios de no discriminación e igualdad.

El artículo 28 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos afirma que “toda


persona tiene derecho a que se establezca un orden social e internacional en el que los
derechos y libertades proclamados en esta Declaración se hagan plenamente efectivos”. La
distribución de los ingresos y la riqueza, y las dinámicas políticas relacionadas, representa
una dimensión importante de este orden social e internacional. Conforme al marco de los
derechos humanos, los Estados tienen la obligación implícita de tomar en consideración el
efecto de la desigualdad sobre los derechos y, si se requiere, tomar medidas para lograr una
distribución de ingresos más justa.

Una versión más extensa de estos argumentos está incluida en un documento de trabajo de
PERI y en el capítulo de un libro de próxima publicación de Balakrishnan, Heintz, y Elson
(2016): Rethinking Economics for Social Justice: The Radical Potential of Human Rights
(Un replanteamiento de la economía para la justicia social: el potencial radical de los
derechos humanos). Routledge Press.

About the authors

Radhika Balakrishnan is Faculty Director of the Center for Women's Global Leadership
and Professor in Women's and Gender Studies at Rutgers University. She is also a Public
Voices fellow of the OpEd Project.

Radhika Balakrishnan es la directora del cuerpo docente del Centro para el Liderazgo
Mundial de las Mujeres y profesora deEstudios de la Mujer y de Género en la Universidad
Rutgers. También, es cátedra de Public Voices por el OpEd Project.

Radhika Balakrishnan est directrice du Center for Women's Global Leadership (Centre pour
le leadership mondial des femmes) et professeur dans le domaine des études sur les femmes
et le genre à l'université Rutgers. Aussi, elle est un membre de Public Voices avec l'OpEd
Project.

James Heintz is the Andrew Glyn Professor of Economics and Associate Director of the
Political Economy Research Institute at the University of Massachusetts Amherst.

James Heintz es el profesor Andrew Glyn de Economía y director asociado del Instituto de
Investigación en Economía Política de la Universidad de Massachusetts Amherst.

James Heintz est professeur d’économie Andrew Glyn et co-directeur de l’Institut de


recherche en économie politique de l’université du Massachusetts à Amherst.

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