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El trabajo con niños nos plantea ciertas particularidades, las cuales lo

convierten en enigmático. Se trata de trabajar primero con el “infans”,


palabra de origen latino que designa “al que no habla”, luego con el
sujeto del inconsciente, el único que existe a la luz del psicoanálisis, en
su momento infantil. Momento que se caracteriza por ser el de las
“construcciones”: de la alienación y posterior separación, de la
subjetividad, del reconocimiento de la diferencia sexual, del yo y las
teorías sexuales infantiles, y posteriormente del fantasma, o sea, de la
estructura psíquica definitiva.
La infancia es la época de la vida que no podemos recordar, salvo a
través de “recuerdos encubridores”, que tal su nombre lo dice,
enmascaran u ocultan los verdaderos conflictos y marcas, las cuales se
reconstruirán en el trabajo terapéutico. Y entonces vienen a mi memoria,
aquellas mujeres a las que Lacan llamó “triperas”, las que avanzaron
ante el trabajo psicoanalítico con niños. Así Francoise Doltó, Melanie
Klein, se convirtieron en pioneras, marcando un camino de avanzada en
una época sin precedentes que sirvieran de referencia y sin modelos a
seguir. Ellas nos dejaron como testimonio sus casos clínicos, sus
técnicas y su valentía.

Y luego Lacan nos pide no retroceder ante el psicoanálisis con niños.


Frente a ese pequeño que nos mira, nos interpela, que pone en cuestión
nuestro saber, que nos engaña y encuentra en nosotros alguien en quien
depositar sus secretos, no podemos ante la aparición de un lapsus o un
sueño devolverle un “¿a vos qué te parece?”

Porque el trabajo con niños requiere, además de lectura y conocimiento


teórico, valentía para revivir las experiencias, las emociones, las marcas
y los recuerdos de nuestra propia infancia y la fuerte implicación del
cuerpo en el trabajo.

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