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30/12/2010
Este texto fue leído por Ludmer en ocasión del otorgamiento del título Honoris Causa de la
Universidad de Buenos Aires, el pasado noviembre. Es un análisis de la literatura después de los
grandes (García Máquez, Rulfo, Onetti y Borges, por supuesto), pero también de otras cosas. El
Nobel a Vargas Llosa, por ejemplo. Contiene, además, una cartografía de la literatura
contemporánea que sirve a la vez de efusiva recomendación y el interrogante de qué viene tras la
consagración del autor como objeto de mercado o los cambios en los modos de leer.
También podría decirles que lo que viene después es un modo de vivir un presente que no puede
ver del todo su futuro porque está abierto e indecidido; a lo viene después le cuesta imaginar el
después. No puede ver el futuro pero contiene entero su pasado y lo sueña todo el tiempo; en
cierto modo es el pasado con algo diferente.
Me pregunto si lo que viene después es lo mismo que lo post, esa palabrita dudosa (si es que
puede decirse eso de las palabras) que despierta pasiones negativas. Y que desde La condición
posmoderna de Lyotard (1979) invadió el mundo: posmodernismo, posestructuralismo,
poscolonial, posproducción, poscine, posliteratura, postapocalíptico, posmuseo, poshumano y
posautonomía.
Lo que viene después forma series, como el “a er post” de los nocilla españoles y como dice
alguien en Los topos de Félix Bruzzone (2008):
“Ya imaginaba al tipo […] hablando sobre los neodesaparecidos o los postdesaparecidos. En
realidad sobre los postpostdesaparecidos, es decir los desaparecidos que venían después de los
que habían desaparecido durante la dictadura y después de los desaparecidos sociales que
vinieron más adelante” (80).
Pero mi tema es la literatura y uso lo que viene después para tratar de entender algunos cambios
en las escrituras de los últimos años. Y sobre todo a partir de qué se producen los cambios, porque
el problema de lo que viene después es dónde se pone el corte. Hoy nos situamos literariamente
después de los clásicos del siglo XX , estamos en lo que viene después de García Márquez, de
Onetti, de Borges o de Puig o de Cortázar. Después de esa era que duró más o menos entre 1940 y
1970, y coincidió con la industria nacional del libro sobre todo en Argentina y en México, con
Emecé, Sudamericana, Fondo de Cultura, que exportaban libros a todo el mundo. El ciclo de los
clásicos latinoamericanos es el mismo de las editoriales nacionales, y es uno de los ciclos de las
naciones latinoamericanas.
Y desde este después, desde hoy, podemos ver las formas dominantes de los clásicos, sus
territorios y personajes nacionales y sociales.
Borges, Rulfo, García Márquez, pero también Cortázar y Puig mostraban cierta experimentación
temporal y narrativa: era dificil leerlos cuando aparecieron por primera vez, y hoy todavía es difícil
leer Pedro Páramo de Rulfo o La ciudad y los perros de Vargas Llosa. También mostraban una idea
precisa de ficción como tensión entre una realidad histórica y algún tipo de personaje,
subjetividad, mito o árbol genealógico. La historia, que era la realidad, pasaba por unos
personajes que eran encarnaciones o representantes de alguna nación, alguna clase, algún
pueblo o algún opresor. La identidad territorial era local y al mismo tiempo nacional: la Comala de
Rulfo, el Macondo de García Mårquez, el Río de la Plata con la Santa María de Onetti y las orillas
de Borges. La nación, la historia, la ficción y la experimentación van juntas y dan forma a los
clásicos del XX: Pedro Páramo, Cien años de soledad, Yo el Supremo, La casa verde o Conversación
en la Catedral o Historia de Mayta . Y para entrar en la actualidad con el premio Nobel, digamos
que en la literatura de Vargas Llosa se ve esa forma clásica de los años 60 y 70, que es una
conjunción entre el experimentalismo moderno del XX (formas y temporalidades narrativas) y la
nación (a idea de nación, la representación de la nación, la alegoría de la nación). La realidad era la
realidad histórica nacional y las escrituras diferenciaban esa realidad real (para decirlo de algun
modo) de la ficción, encarnada en los relatos en sujetos y personajes. Para los clásicos del XX, la
realidad es siempre la realidad histórica. Y en ese sentido se podría decir que el premio Nobel de
este año fue para un escritor del siglo XX latinoamericano, un “modernizador” que representa,
cuando aparece, la literatura urbana contra la literatura mitad indígena de Arguedas. Y también
representa la autonomía, que es una categoría que se maneja según convenga o no: contra la
autonomía de la literatura, a Borges no le dieron el premio por sus ideas políticas, y a Vargas Llosa
se lo dieron con el argumento de que la literatura es autónoma de toda idea política. Como sus
modelos Sarmiento y Rómulo Gallegos, candidatos triunfantes ellos a las presidencias de sus
naciones, el centro de la literatura de Vargas Llosa es la lucha entre civilización y barbarie.
La nación, la experimentación y las editoriales nacionales iban juntas en la era de los clásicos
latinoamericanos. Muchas de las editoriales nacionales en que se publicaron (caso de Borges,
Rulfo, Onetti, García Márquez]), fueron absorbidas en los años 90 por los conglomerados, y la
última noticia en esta dirección es que María Kodama firmó con Randon House-Mondadori por la
obra completa de Borges por algo así como dos millones de euros.
Hoy pueden verse las diferencias literarias entre los clásicos del siglo XX y lo que viene después.
Porque es claro que a fin del siglo, con la aparición de la computadora, de internet, de las redes
sociales, de los blogs y del libro electrónico aparecen otras formas de representación y de ficción
y también que cambia la industria del libro (que se inserta en la industria de la lengua con el juego
entre grandes conglomerados y editoriales independientes). Estamos en otra organización de la
literatura, con otras tecnologías de la escritura y otros modos de producción del libro. Y eso nos
distancia de los clásicos latinoamericanos del siglo XX.
Pero el cambio en la producción de literatura aparece como una cadena compleja, con puntos
claves como la formación del escritor, su colocación (en una categoría nacional, de edad, de
género, de orientación sexual, de raza y otras variables), los agentes, las editoriales, los premios,
los medios, la universidad, los congresos y festivales, y otras posibles ubicaciones en el mercado.
Los cambios en las tecnologías de la escritura y en la producción del libro cambian los modos de
leer, y si cambian los modos de leer cambian las escrituras. Los cambios se superponen y no se
sabe cuál es primero o causa del otro. Y también cambian los modos de valoración porque
muchas veces los aparatos de distribución deciden el valor de lo que se lee. Hoy las editoriales
independientes dicen que la literatura de calidad o la auténtica literatura está allí con ellas porque
equiparan masividad, concentración del mercado del libro y baja calidad literaria. A los best sellers
y las corporaciones oponen escrituras minoritarias.
El libro deja de ser solo el libro impreso, que marcó una era en la historia de la lectura. Se
generaliza la lectura en pantalla. Y junto con esto lo que viene después en la literatura: otro
regimen de ficción, otros personajes, otros modos de narrar, otro lenguaje y otro regimen de
sentido.
Cambio en los regímenes de ficción. Es posible que el desarrollo de las tecnologías de la imagen y
de los medios de reproducción haya liberado una forma de imaginario donde la ficción se
confunde con la realidad. En lo que viene después, en muchas escrituras, se borra la separación
entre realidad y ficción: no se sabe si lo que se cuenta ocurrió o no, si los personajes son reales o
no. Y esa fusión (que amplía el concepto de literatura] se ve en muchos de los libros de los que
están aquí hoy: en El eco de mi madre de Tamara Kamenszain, y en Desarticulaciones de Sylvia
Molloy, textos sobre la pérdida de la memoria en la era de la memoria .
Muchas de las escrituras actuales no quieren ser solamente literatura; aparecen como literatura
pero quieren ser pura realidad (y la realidad ya no es solamente la realidad histórica sino
experiencias opacas, como dice Florencia Garramuño): crónicas como Desubicados de María Sonia
Cristo o Banco a la sombra de María Moreno; testimonios como Historia del llanto. Un testimonio
de Alan Pauls; biografías como la Biografía de Osvaldo Lamborghini de Ricardo Straface; un diario
como Intemperie de Gabriela Massuh.
Junto con este regimen de ficción que es la realidad aparecen también otros territorios y otros
personajes, diferentes de los de la era de los clásicos nacionales. Las identidades de hoy son
territoriales pero provisorias y diaspóricas, y por eso no pueden ser identidades nacionales.
Aparece un tipo de territorio dominante, la isla urbana, que podría ser pensado como diferente de
la nación. La imagen es la de un territorio con límites y con un subsuelo, que contiene todo su
pasado, y está habitado por personajes que forman otras comunidades, diferentes de las
nacionales (migrantes, freaks, travestis y muchos más).
Otros modos de narrar. Otro regimen de ficción (y también otro regimen histórico) es otro regimen
narrativo: una forma que parece más simple y tradicional que la de los textos nacionales de los
clásicos latinoamericanos del siglo XX. Ahora el pasado está puesto en el presente, y la
temporalidad toma la forma de una serie de bloques con interrupciones, fracturas y repeticiones.
Los fragmentos narrativos fluyen en sucesión en una serie que no se unifica ni se totaliza. Esa
temporalidad (que parece ser una de las formas narrativas dominantes) es el tiempo del ahora y
para algunos el puro presente y la realidad. También es la temporalidad y la forma narrativa de los
medios y del melodrama: un presente puro (denso de imágenes de diferentes velocidades y
grados) que expropia todos los pasados en forma de nostalgia, memoria o duelo (como en El
pasado de Alan Pauls).
Junto con las narraciones de la nación y sus sujetos, hoy parece borrarse la experimentación
narrativa. Ahora leer es más fácil, leer es como ver.
Otro lenguaje. La literatura es un medio puramente verbal sin imagen pero que se imaginariza en
las escrituras territoriales de ahora: el lenguaje se hace visual, más transparente y sin metáforas
como dice Tamara Kamenszain en La boca del testimonio. La escritura trata de hacer imagen
visual y la imaginarización del lenguaje produce un sentido transparente, rápido y accesible a
todos, a veces engañosamente simple. El sentido es lo que se da a ver en el tiempo de bloques de
la vida : un sentido directo pero totalmente ambivalente.
Aunque a lo que viene después le cuesta ver el futuro, imaginemos lo que viene después: todas las
bibliotecas están digitalizadas; todas las literaturas están en la red; hay otra propiedad y otra
juridicidad para la literatura; los libros electrónicos (diez veces más baratos que los de papel) me
dejan insertar intervenciones y textos: me dejan intervenir lo escrito y por lo tanto ser escritora. El
escritor es solo un proveedor de contenidos que por lo general le dan otros o que encuentra en
otros medios. El autor, cuya muerte anunciaron Barthes y Foucault en los años 60, se transforma
en un personaje mediático, un instrumento de promoción de sus libros en los medios. Sus
ganancias proceden de sus actuaciones y performances en conferencias, ferias literarias y otros
eventos.