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COMENTARIO DON QUIJOTE DE LA MANCHA

-Señores -dijo don Quijote-, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros
hogaño: yo fui loco, y ya soy cuerdo; fui don Quijote de la Mancha, y soy agora, como he dicho,
Alonso Quijano el Bueno. Pueda con vuestras mercedes mi arrepentimiento y mi verdad volverme a
la estimación que de mí se tenía, y prosiga adelante el señor escribano.

»Ítem, mando toda mi hacienda, a puerta cerrada, a Antonia Quijana, mi sobrina, que está
presente, habiendo sacado primero de lo más bien parado della lo que fuere menester para cumplir
las mandas que dejo hechas; y la primera satisfación que se haga quiero que sea pagar el salario
que debo del tiempo que mi ama me ha servido, y más veinte ducados para un vestido. Dejo por
mis albaceas al señor cura y al señor bachiller Sansón Carrasco, que están presentes.

»Ítem, es mi voluntad que si Antonia Quijana, mi sobrina, quisiere casarse, se case con hombre de
quien primero se haya hecho información que no sabe qué cosas sean libros de caballerías; y, en
caso que se averiguare que lo sabe, y, con todo eso, mi sobrina quisiere casarse con él, y se casare,
pierda todo lo que le he mandado, lo cual puedan mis albaceas distribuir en obras pías a su
voluntad.

»Ítem, suplico a los dichos señores mis albaceas que si la buena suerte les trujere a conocer al
autor que dicen que compuso una historia que anda por ahí con el título de Segunda parte de las
hazañas de don Quijote de la Mancha, de mi parte le pidan, cuan encarecidamente ser pueda,
perdone la ocasión que sin yo pensarlo le di de haber escrito tantos y tan grandes disparates como
en ella escribe, porque parto desta vida con escrúpulo de haberle dado motivo para escribirlos.

Cerró con esto el testamento, y, tomándole un desmayo, se tendió de largo a largo en la cama.
Alborotáronse todos y acudieron a su remedio, y en tres días que vivió después deste donde hizo el
testamento, se desmayaba muy a menudo. Andaba la casa alborotada; pero, con todo, comía la
sobrina, brindaba el ama, y se regocijaba Sancho Panza; que esto del heredar algo borra o templa
en el heredero la memoria de la pena que es razón que deje el muerto.

En fin, llegó el último de don Quijote, después de recebidos todos los sacramentos, y después de
haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballerías. Hallóse el escribano
presente, y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante
hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre
compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu: quiero decir que se murió.

1. Localización del texto


Texto que comentamos pertenece a el capítulo LXXIV de la segunda parte, y último, de la novela El
ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Cervantes, publicada en 1615, aunque en 1613 en
el prólogo a sus novelas ejemplares ya había prometido en la continuación de su novela. Escribe
esta segunda parte movido por la indignación que le produce la continuación de la primera parte del
ingenioso hidalgo de mano de un escritor desconocido que se hace llamar Alonso Fernández de
Avellaneda en 1614, superchería literaria en la que su autor, en el prólogo, lo calumnia, lo insulta y
hasta se propone discutirle la originalidad de su invención.
Cervantes inventa un relato que publica en 1605, año en el que aparece la primera parte de su
novela, y con él, como se ha dicho tantas veces, inicia la andadura de la novela moderna, compleja
como la vida, real e ideal a un tiempo, reflejo de una situación histórica determinada, pero
proyectada al futuro por la sabia intuición de la conciencia humana que posee su personaje, que no
sólo se convierte en un mito literario sino que el personaje se transforma en símbolo profundo del
desasosiego interior del hombre y de su afán por trascender su circunstancia personal (psicológica y
social). Aunque el libro fue saludado como una obra de carácter satírico, una burla de la obsesión
por la lectura de los libros de caballerías, pronto en la época romántica Activia categoría de libro
mítico, que enfrenta lo real a lo ideal, que busca la utopía en los sueños del héroe y que muestra su
disconformidad con la sociedad en la que se desenvuelve éste. En este sentido la novela tuvo que
producir una conmoción en el lector de su tiempo acostumbrado a la literatura narrativa puramente
caballeresca desde un siglo antes, por lo menos desde la aparición del Amadis de Gaula en 1508.
Los géneros idealistas sentimental y pastoril que son tan bien recordados e imitados por Cervantes
pertenecen a otro mundo literario, así como la novela picaresca y moralizadora de Mateo Alemán.
Solo el Quijote alcanza validez como relato ficticio en cuadrado en la pura realidad con su
complicada y laberíntica interrelación de ambos universos, en donde se eren entrelazados todos los
mundos posibles pensados por el Creador, sean estos de la pura ficción de lo novelesco, de la
ficción sobre esa fricción, o las alusiones a la realidad dentro de la ficción a la realidad más real de
su propio autor.
El texto que acotamos se refiere al desenlace de la novela cuando Don Quijote enfermo recupera su
lucidez y su identidad humana, renuncia a su obsesión por los libros de caballerías, hace testamento
y muere.

2. Tema y estructura del texto


Trata de la recuperación del juicio, testamento y muerte de Don Quijote con la renuncia expresa a
los libros de caballerías que le habían perturbado la mente.
El relato de escribe estos hechos de forma gradual y poco a poco como la muerte del personaje,
anunciada por el mismo. Se contrapone Don Quijote de la Mancha a Alonso Quijano el Bueno y
muestra arrepentimiento como se supone que por las descabelladas aventuras a que ha dado lugar y
como por ella se han visto algunos personajes involucrados, como el propio bachiller Sansón
Carrasco, a quien ahora deja por albacea testamentario junto con el cura.
La narración de estos hechos se puede estructurar en varios apartados, muy bien delimitados por las
cláusulas del testamento. En primer lugar, a modo de introducción a este testamento, a continuación
de otro. Del mismo, fuera del texto, referente a Sancho Panza coma figura una recapitulación breve
y escueta de su situación: su propia muerte, la recuperación de su cordura, el descubrimiento de su
antigua y sana personalidad y su arrepentimiento. En segundo lugar los puntos concretos del
testamento, que se reducen a tres fundamentales señalados por los respectivos «ítem» (en latín «del
mismo modo, también»): el primero, se refiere a su sobrina Antonia Quijana, a quien deja heredera,
con la obligación de que cuide de la ama que le ha servido, dejando además por albaceas del
testamento al cura y a Sansón Carrasco; el segundo, en el que manda a su sobrina que si quiere
casarse lo haga con un hombre que no sepa lo que son los libros de caballerías, y que si no es así
pierda la herencia; y el tercero, recomienda sus albaceas que pidan disculpas al autor de la segunda
parte de las hazañas de Don Quijote por haberle dado motivo de escribir tantos disparates como
escrito ese falso Quijote. En tercer lugar, se describen los últimos momentos de vida de Don
Quijote, sus desmayos y el alboroto de la casa ante este trágico suceso, mitigado por el regocijo de
los herederos a quienes se les olvidaba la pena ante la idea de ser herederos. El cuarto apartado y
último se refiere exclusivamente al fin de Don Quijote, quien después de renunciar de nuevo a los
libros de caballería, muere.
Así pues, el texto queda articulado en cuatro apartados fundamentales que tienen por objeto señalar
el proceso de la muerte del Hidalgo: 1) La recuperación de su cordura, 2) Su testamento, 3) Su
agonía y 4) Su muerte.
Estos dos últimos puntos se podrían incluso agrupar en uno solo, pues se refieren a la misma
circunstancia. Si los distinguimos es porque el autor, en el primero, prefiere detenerse irónicamente
en las circunstancias del ambiente que rodea al moribundo y dejar solo al héroe para el final
auténtico de la novela junto con ello el texto tendría tres puntos mayores.
Cervantes, con la cordura de Don Quijote, parece renunciar al sentido de las aventuras de su héroe,
a su idealismo anterior y a su sentido de la justicia. Sin embargo, esas aventuras están muy vivas en
el recuerdo del espectador, así como la simpatía que ha despertado en nosotros su audacia,
abnegación y sus ilusiones, y no pueden borrarse con la palinodia cervantina. Quizás el autor tenía
que rematar su tesis inicial de haber escrito un libro que desterrarse la costumbre de leer los libros
caballerescos que habían vuelto loco a su héroe, quizás quería recobrar la humana realidad de su
personaje, entendiendo que Don Quijote no era sino un sueño decisión de su ente verdadero Alonso
Quijano, y que su fin natural era volver a su ser originario, porque es posible que una novela que
acabase con el mantenimiento de la locura del héroe no se entendiese bien, o simplemente no era
consecuencia muy lógica de la armonía del mundo preconizada por la conciencia platónico cristiana
de su autor. En cualquier caso ese final es semejante al de algunas obras de teatro cuya tesis previa
no puede borrar de la imagen del espectador la otra tesis implícita en la acción que se ha
desarrollado ante sus ojos durante varias horas.

3. Estilo literario del texto


En la exposición verbal del texto hay dos partes claramente diferenciadas. La primera corresponde
al diálogo que mantiene el héroe con sus interlocutores y con el escribano al que dicta el testamento.
La segunda a la narración de su agonía y muerte. La primera se expone en estilo directo dejando
hablar al personaje por sí solo y la segunda acude al estilo narrativo en tercera persona con la
utilización de los verbos en el pasado histórico propio de la narración de acontecimientos ya
ocurridos. Destacan en la primera parte los ítem pronunciados por Alonso Quijano, que
proporcionan al texto un aire notarial propio de un texto jurídico y que en el fondo tratan de dotar al
mismo de un aspecto documental muy real, frente a las formas retórico-literarias del discurso
novelesco. Con ello el autor certifica los hechos como si de verdad ocurrieran, sin dejar margen
ahora la imaginación y fantasía.
La frase introductoria produce honda impresión, pues Don Quijote (todavía así le llamará el autor)
es consciente de su propia muerte y la acepta con extrema serenidad con esa frase «vámonos poco a
poco», como si quisiera con ese plural mayestático obviar el excesivo patetismo de su despedida. El
proverbio «ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño» puede tener aquí un sentido difícil de
entender fuera de su contexto anterior. Antes, Sancho Panza, ha rogado, conmovido, a Don Quijote
para que no se deje morir, declarando que se levante y vaya con él al campo, disfrazados ambos de
pastores, en busca de Dulcinea; incluso Sansón Carrasco le apoya. Pero Don Quijote, que ya es
consciente de lo que le ocurre y de su antigua locura, no puede seguirles ese juego: las aventuras
pasadas ya no se pueden recuperar. Es la expresión de la idea fatalista del tiempo que pasa y ya nada
puede ser como ha sido. Todo el pasaje destila en el fondo una dolorosa melancolía, y Cervantes la
expone con sobriedad y talento al despedir a su héroe haciéndole consciente de la dolorosa realidad.
Un simple refrán le sirve para expresar ese hecho. Como una frase antitética, escueta, le sirve para
establecer la diferencia entre el ayer y el hoy: «yo fui loco y ya soy cuerdo». Después de forma
inmediata pide disculpas y manda proseguir al escribano con el documento testamentario.
Este, aún procurando, como decíamos, mantener un aire de objetividad notarial, no obstante, se
caracteriza por una serie de recomendaciones familiares, como el cuidado por el ama y la sobrina,
su preocupación por el destino de esta que curiosamente liga al de un hombre supuesto que no está
relacionado con su locura para que no repita sus mismos hechos. Esto es una forma sutil de enlazar
mediante un recurso ajeno en principio a la trama principal con esta y mantener, por tanto, hasta el
final viva la unidad temática del relato. Esto se comprueba aún más con la última de las cláusulas
testamentarias en las que se hace una recomendación de orden puramente moral, no práctico, a su
considerado plagiario, en el que el perdón está revestido de una tremenda ironía, pues en el fondo es
una lanzada satírica contra el autor que tan sin escrúpulos se atrevió apropiarse de su historia. Esta
confusión entre personaje de ficción, Don Quijote, y personaje real, el imitador de su historia, nos
sitúa en el nivel de realidad asombroso, haciendo que aquella y ésta participen igualmente de la
historia de ficción que la sustenta. La idea de fusionar los distintos planos de realidad y ficción se
adelantó a la perspectiva novelesca moderna (por ejemplo Unamuno), y es una forma perfecta de
hacer participar al lector en la trama novelesca como si se tratara de la realidad cotidiana más
inmediata. El lenguaje en este apartado es de un grafismo puramente documental, salvo en el
apartado en el que se refiere a la historia apócrifa de Don Quijote, en el que despacha al tal libro
con un despectivo «que anda por ahí», que no oculta su indignación por el robo del que se siente
víctima.
Más interesante desde el punto de vista estilístico es el apartado final. En su primera parte, en la que
se describe la agonía del héroe, observamos dos formas distintas de enfocar la narración: la primera
se refiere al uso de las formas verbales en pasado (cerró, se tendió, acudieron, vivió), pero
inmediatamente, para indicar una duración temporal más reposada y dilatada, elige las formas
durativas del imperfecto de indicativo (se desmayaba, andaba la casa alborotada, comida, brindaba,
se regocijaba), con lo cual el autor dilata los acontecimientos para detallar dentro de la acción
narrada en pasado lo que sucede con matices más próximos a lo inmediato, como si de sacar en un
primer plano ahora los acontecimientos que transcurren de manera más viva y cercana a nosotros.
El efecto de la pintura es muy eficaz, porque descubrimos al detalle las pequeñas miserias humanas
ante la gran tragedia de la muerte del héroe, como si con un zoom se acercaran estás ante nuestros
ojos. Así, cobran un protagonismo insólito inesperado estos actores de segunda clase que son los
personajes en los que se ha hecho presa por un momento la mezquindad (el ama, la sobrina, Sancho,
etcétera); algunos solo los observamos por el genérico «todos».
La segunda parte de este último apartado es la que se centra en el momento decisivo de la muerte de
Don Quijote, en dónde se vuelve a insistir en su abominación de los libros de caballería.
Curiosamente el escribano, ya contagiado, como todos, de las aventuras del héroe no lo ve como
Alonso Quijano, sino como el caballero andante que quiso ser, y se sorprende de su apacible
muerte, tan poco semejante a la del personaje novelesco. Se caracteriza por la cierta dosis de
racionalidad con la que se presenta el protagonista, obsesionado por su rechazo al tipo de literatura
que le hizo perder la sensatez, y esta reflexión ocurre en un momento tan decisivo en la vida
humana. Lo que significa de nuevo la interrelación vida-ficción, que ni siquiera cesa de asociarse en
el momento de la muerte, y que a los ojos del lector vuelve a cobrar la virtualidad del hecho real
que se ha mantenido a lo largo de todo el relato. Para ello, el autor utiliza la doble adjetivación
«muchas» y «eficaces», aunque se nos escamotea cuales sean estas. El aspecto humano y
sentimental de su fallecimiento está expresado también de forma sustantiva y escueta: « entre
compasiones y lágrimas», antítesis que contrasta con el «comer, beber y regocijarse» del párrafo
anterior; como si la muerte dilatada dejase un margen de desahogo humano, que no pudiese
mantenerse por más tiempo en el momento decisivo y fatal. Siempre produce una extraña impresión
la descripción de la muerte de Don Quijote, primeramente, porque el autor la va dilatando
conscientemente, después, porque no sabiendo, o no queriendo señalar la de manera demasiado
descarnada, utiliza en primer lugar el eufemismo «dio el espíritu», y después señala y aclara «quiero
decir», como si no lo hubiéramos entendido, y termina «que se murió», con esa expresión desnuda,
sin asomo ya de literaturalización de ningún género.

4. Valoración
El presente fragmento sintetiza las cualidades temáticas más relevantes de la novela cervantina:
fusión hábil entre realidad y ficción cómo impregnación del sentir y vivir caballeresco en los
personajes secundarios, y esto es más notorio aún cuando el protagonista reiteradamente reniega de
sus pasadas aventuras y hasta de su propia identidad fingida, estilo preciso y escueto a veces casi
documental, humanidad y debilidad de cuantos le rodean, incluso en los aspectos más materiales y
egoístas (comen, beben y se regocijan ante el moribundo, episodio que está contemplado con cierta
ironía bondadosa por parte del autor). Y finalmente, acaba sus días el héroe, entre los lamentos de
sus allegados, con tranquilidad y sosiego. Cervantes quiere sin duda establecer un equilibrio sano
entre Pacífico desenlace y las aventuras descomunales que pretendía llevar a cabo Don Quijote en
vida. Es como si quisiera redimirlo y, compadecido de él, dejarlo morir en paz con la vida y con su
espíritu «tan sosegadamente y tan cristiano», es decir, con resignación y sin queja, en armonía con
Dios y con su prójimo. Solo no se salva de este comportamiento ejemplar el insidioso autor del
falso Quijote, para quien incluso en su testamento tiene palabras de reprobación, si bien matizada
mente irónicas, trasladando la culpabilidad de sus desafueros al propio personaje, cuyas aventuras
provocaron aquel infame plagio. Hasta el último momento Cervantes combina realidad y ficción. La
novela desde entonces ya no podrá ser igual. El cruce de renacimiento y barroco ya está dado, y el
idealismo sin desengaño ya no puede tener lugar.
En los comienzos del siglo XVII la novela cervantina de esta segunda parte del Quijote establece el
desengaño barroco como un tema que tendrá luego su culminación en el arte pictórico, en la poesía
de Quevedo y en el teatro de Calderón.

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