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INTRODUCCIÓN.
ANTECEDENTES.
La segunda guerra mundial ocupa la atención no sólo de las grandes potencias
mundiales sino aún de países tercermundistas preocupados por el nocivo influjo
del nazismo y su poder expansionista. Colombia se manifiesta a favor de los
aliados y se suma en 1943 a quienes han declarado la guerra a Alemania.
Los principios del derecho común y la cultura de los jueces de entonces imbuidos
por sus postulados de libertad de contratación, igualdad de las partes, de
autonomía de la voluntad de los contratantes, de la ausencia de responsabilidad
sin culpa, de la pasividad del juez en la controversia judicial, quedan desbordados
por la arrolladora realidad social. Los caducos postulados del derecho civil clásico
devienen estrechos frente a la inconmensurable riqueza de la cuestión social, el
nuevo rumbo del mundo y la necesidad de una pronta resolución a los conflictos
laborales, imponen el cabal desarrollo de flamantes principios hermenéuticos que
deben ser aplicados con apoyo en la luz inspiradora de una perspectiva
proteccionista y de una resolución oportuna.
El primer antecedente histórico del fuero laboral aparece en Francia en 1806 con
la creación de los Conseils du prud hommes (Consejos de hombres probos) para
intentar conciliar controversias de poco monto entre trabajadores y empleadores o
aprendices, y en caso de no lograr ese objetivo, dirimir tales conflictos. Esa
trascendental iniciativa fue imitada dos años después por Prusia y después se
extendió a otros estados germanos.
La justicia del trabajo fue un viejo anhelo, pero como las grandes iniciativas
colombianas postergó muchos lustros su cristalización. Ya en la década de los
años 30s se plasmó la conciencia de una jurisdicción especializada, al disponer
provisionalmente la ley 10 de 1934 que “mientras se establece una jurisdicción
especial para la decisión de los conflictos del trabajo ... dichas controversias se
tramitarán de conformidad con el procedimiento señalado en el Título 46 del
libro II de la Ley 105 de 1931”. El principio de oralidad da a luz con esa primera
manifestación legislativa en la que al crear el auxilio de cesantía y fijar los
elementos del contrato de trabajo de los empleados particulares, otorgó
competencia a los jueces civiles para conocer por el procedimiento verbal
implantado para algunos procesos por el código judicial de 1931, las controversias
derivadas de la aplicación de dicha ley.
Pero tan fundamental iniciativa careció de pronta ejecución práctica. Por fortuna
un quinquenio después fue ratificada por el Acto Legislativo 1 de 1945, que en su
artículo 69 prescribió: “La ley establecerá y organizará la jurisdicción del
trabajo, y podrá crear tribunales de comercio”.
Fue así cómo la revolución en marcha tuvo una clara manifestación en lo laboral.
La trascendental reforma constitucional de 1936, sobre la función social de la
propiedad, se había quedado a mitad de camino en la realidad de los conflictos del
trabajo, porque ameritaba del adecuado desarrollo de la normatividad legal
sustantiva y del necesario complemento de jueces que la tradujeran a las
cuotidianas relaciones laborales. Apalancada, entonces, en aquella enorme
definición ideológica va adquiriendo carta de naturaleza la nueva jurisdicción
especializada.
CONSAGRACIÓN LEGAL.
Paradójicamente la intentona golpista del Coronel Diógenes Gil y el consiguiente
apresamiento del 10 de julio de 1944 del Presidente Alfonso López Pumarejo en
Consacá, con su Ministro de Trabajo, Higiene y Previsión Social, Adán Arriaga
Andrade, impulsaron la reacción del gobierno a favor de las clases populares y
fueron la cimiente de la idea que germinaría pocos días después con la expedición
del decreto de Estado de sitio 2350 del 30 septiembre 1944, concebido bajo el
magín privilegiado de una pléyade de jóvenes laboralistas en ciernes como
Guillermo González Charry, Carlos Restrepo Piedrahita, José Gregorio
Diazgranados y Carlos Gámez. Ese primer estatuto del trabajo en sus artículos
13 y 34 asignó la competencia e instituyó los órganos de administración de
justicia, respectivamente, así:
Eran otros tiempos. Las urgencias sociales no daban tregua y eran arrastradas
por la fuerza huracanada del clamor popular. Tras múltiples años de espera y
frustraciones, más que tecnicismos jurídicos el objetivo irrevocable e
insustituible era poner en marcha rápidamente el revolucionario acervo social
tanto en sus flamantes aspectos sustantivos como procesales. El decreto 2350
de 1944 fue dictado invocando facultades de estado de sitio, la necesidad de
cumplir compromisos con la organización internacional del trabajo y la
segunda guerra mundial; en cuanto a este aspecto, concretamente se adujo que
“hallándose el país en estado de guerra exterior es de primordial importancia
estimular medidas que estimulen un mejor entendimiento y una más eficaz
colaboración entre patronos y asalariados”. (He subrayado). Dicha preceptiva
adoptó tanto las iniciativas que habían tenido informes favorables en el
Congreso pero no se habían traducido en realidad, como el influjo de las
legislaciones de México y Chile.
“Art. 3º: Mientras se expide el Código Procesal del Trabajo los asuntos
atribuidos a la Jurisdicción especial por el Art. 58 de la Ley 6ª de 1945 se
continuarán tramitando conforme al procedimiento señalado en el Título XLVI
del Libro II de la Ley 105 de 1931”.
Pero con excepción Bogotá y algunas pocas ciudades, los tribunales seccionales
especiales no empezaron a funcionar en forma inmediata. El nuevo gobierno de
unión nacional posesionado en agosto, a través de su Ministro de Trabajo, Higiene
y Previsión Social de estirpe liberal, Blas Herrera Anzoátegui, impulsa en todos
los debates parlamentarios y logra en un breve término la aprobación de la Ley 90
de 1946, en materia de seguridad social (cuyo proyecto había alcanzado a
presentarse al expirar el mandato anterior); y la Ley 26 de 1946, expedida en
noviembre y tramitada en tres meses, mediante la cual la jurisdicción del trabajo
empieza a caminar integralmente. Divide la administración de la justicia del
trabajo en 14 distritos, inviste de facultades al gobierno para poner en
funcionamiento los tribunales especializados y devuelve a la Corte Suprema del
Trabajo su denominación de Tribunal Supremo del Trabajo. Así se hace realidad
el sueño de la justicia especializada.
Sólo ese valor, la destreza para la concreción del gran proyecto y la osadía
normativa de los gobiernos de Alfonso López Pumarejo, Alberto Lleras Camargo
y Mariano Ospina Pérez, desarrollados por sus respectivos ministros del ramo,
permitieron que al fin se impartiera justicia laboral por organismos y jueces
idóneos para afrontar el desafío de la nueva jurisdicción especial sobre las bases
de la coordinación económica y la justicia social.
Precisa aclarar que la jurisdicción del Trabajo, aun cuando especializada, siempre
fue considerada técnica y jurídicamente integrante de la rama judicial y sus jueces
fueron jueces de derecho, procurándose en su selección la versación en asuntos de
derecho laboral y su penetración con las necesidades específicas de esa nueva
disciplina. En esos tiempos, negar la existencia de la jurisdicción especializada
equivalía a negar la existencia de la problemática social y la del mismo derecho
del trabajo que la encauzaba y dimensionaba en la trascendencia que ella
ameritaba en aras de la cabal convivencia social. La declaración legal de los
derechos sociales hacía imperiosa la presencia de los organismos especializados
que los profesara, los defendiera y los hiciera efectivos. Por eso un Estado que se
proclama como social de derecho, no puede abdicar de esas competencias
especializadas, hoy enriquecidas con las de la seguridad social, y asignarlas o
compartirlas con las de otras jurisdicciones porque ello equivaldría además a
enervar la misma esencia social del Estado.
“Art. 36. En cada Estado debe existir una jurisdicción del trabajo y un
procedimiento adecuado para la rápida solución de conflictos”.
COMPETENCIA DE LA JURISDICCIÓN ESPECIAL DEL TRABAJO.
“Artículo 13. La jurisdicción especial del trabajo se instituye para decidir las
controversias que suscita, directa o indirectamente, la ejecución del contrato de
trabajo, entre patrones y asalariados, entre asalariados solamente, entre las
asociaciones profesionales de patrones y las de asalariados, o entre asalariados y
sus asociaciones profesionales, ya con motivo de la interpretación y ejecución de
las cláusulas del contrato de trabajo o de la convención colectiva, ya con ocasión
de la interpretación de las leyes de carácter social.”
El decreto 1745 de 1945 contenía una prohibición muy importante (que hoy
debería observarse), consistente en que ni magistrados ni jueces podían dictar
reglas o disposiciones de carácter general, que tuviesen por objeto la
interpretación de las leyes aplicables.
Fue la preceptiva de 1944, anterior al código procesal del trabajo, la que instituyó
para los procesos laborales los principios de “apreciación en conciencia de las
pruebas” (distinto de la sana crítica), conciliación, consulta, gratuidad,
inmediación y publicidad. El principio de oralidad, tuvo una consagración
explícita en el decreto 2350 de 1994, pero debe advertirse que desde las leyes 10
de 1934 y 45 de 1939 estaba previsto que la tramitación de las controversias del
trabajo se regía por el procedimiento verbal prescrito en los artículos 1208 a 1213
del código judicial.
Fue así como el carácter de orden público de las normas laborales, los derechos
mínimos consagrados a favor de los trabajadores por las leyes de esta
especialidad, la favorabilidad inescindible del ordenamiento del trabajo, y todo
ese bloque “principalístico” conocido desde entonces, se ha mantenido incólume
como pilar inconmovible de la jurisprudencia laboral, puesto que conserva su
razón de ser, de suerte que matizarlos, so pretexto de ideas neoliberales, equivale
a una inadmisible renuncia a una parte vital del ontolaboralismo, con mayor razón
cuando ellos han adquirido alcurnia constitucional.
Ese procedimiento laboral colombiano, vertido en ese enorme código procesal del
trabajo, fue inspirado en la ley de procedimiento civil italiana de 1926, y desde un
principio tuvo rasgos genéticos distintos del civil, que en esa época se había
convertido, en opinión de Calamandrei en “un juego de gallina-ciega para
adultos, en el que el mérito consiste en esconderse para lograr que no se
encuentren las huellas de la verdad”.
ANÁLISIS CRÍTICO.
En lo procesal los poderes del juez como rector del proceso y en especial el
principio de libertad de formas procesales, así como las facultades extra y ultra
petita.
Por eso sigue siendo vital y asunto primordial en nuestros tiempos que sea el
órgano límite instituido dentro de ella, el órgano cierre de solución de los
conflictos jurídicos del trabajo y de la seguridad social. Como dijera uno de los
primeros y mejores magistrados del Tribunal Supremo del Trabajo y de la Corte
Suprema de Justicia, a quien debemos un tributo de gratitud por sus valiosos
aportes magistrales a la jurisdicción, doctor Juan Benavides Patrón, “una
postura distinta negaría todo el proceso de desarrollo de nuestra legislación
laboral . . . y los postulados superiores de protección al trabajo y solución
armónica de sus conflictos”. Agregaba cómo adscribir las decisiones de las
controversias del trabajo a otros jueces “es recorrer hacia atrás y con los ojos
vendados” y también destacaba que los códigos y la jurisdicción especializada
tienen una calidad sui generis por la particularidad de los asuntos y la categoría de
los sujetos litigantes “no son estatutos sin razón conocida; ni hijos de algún afán
de novedades, alocado además, que primero los inventó para luego inventar sus
objetivos y aplicación”. Cuán afortunadas esas enseñanzas magistrales en los
tiempos actuales en que está en grave peligro el benéfico atributo unificador de la
jurisprudencia del trabajo con las posturas a veces políticas de desconocimiento y
de deslegitimación de la trascendencia y la autonomía límite de la judicatura
especial laboral y de seguridad social.