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Nombre: Ángel Patricio González Herrada

Profesor: Cristian Castro


Catedra: Seminario América I
Fecha de Entrega: 19/06/2018

En el presente informe de lectura me propongo analizar el libro Ciudad de sospechosos: crimen


en la ciudad de México, 1900- 1931 (2010) del historiador mexicano Pablo Picatto en relación a su
tesis central y en consideración a los argumentos que esgrime para sostener tal tesis.

En primer lugar, cabe destacar que el escritor de este libro es un historiador cuya producción
historiográfica se enfoca principalmente en la historia política y cultural de México, especialmente en
la historia del crimen en su país. Este libro se inserta dentro de esta última temática y su tesis principal,
enunciada en el prefacio de su texto, vendría a ser más o menos la siguiente: “El libro trata del crimen
como un conjunto de prácticas que cambiaron la ciudad pero que también fueron el producto de
cambios espaciales y demográficos”1. Es decir, la necesidad de comprender el crímen no solamente
desde un punto de vista individual o jurídico sino como una “relación social” ofrece un abanico de
posibilidades que permite problematizar e historizar el fenómeno del crimen desde más perspectivas
(como su cotidianedad y su relación con el espacio urbano en los suelos mexicanos), con base a la
evidencia “científica” disponible [prensa, testimonios escritos, registros policiales, archivos judiciales,
etc.] y situando el crimen en un contexto histórico fundamental para el Estado mexicano: las primeras
tres décadas del siglo XX y que contemplan dentro de sí, desde luego, a los últimos años del porfiriato,
la coyuntura revolucionaria de 1910 y el orden postrevolucionario de la misma, identificando en ellos

1 PICATTO, Pablo. Ciudad de sospechosos: crimen en la ciudad de México, 1900- 1931. Fondo Nacional para la Cultura
y las Artes: Mexico, 2010, p. 13
elementos tanto de ruptura como de continuidad.

En segundo lugar, el libro se divide en tres partes y cada uno de ellos abarca una arista distinta
del mismo fenómeno de la delincuencia. En la primera parte, llamada Contexto, el autor se detiene a
contextualizar la realidad histórica y sociocultural de la sociedad mexicana de aquella época desde una
perspectiva que la élite tenía sobre un espacio que consideran como patrimonio personal. Una ciudad
que debía estar configurada a merced de los intereses de una clase que reconocía la existencia natural
de ciertas jerarquías sociales, de instituciones estatales efectivamente operativas y de un espacio urbano
que estaba dividido en función de la “civilidad” de la gente que vivía en ellos. Sin embargo, la realidad
fáctica de los sectores más bien populares desbordaba cualquier intento absoluto de control de la
sociedad y hacía de la ciudad un espacio más complejo que aquello que era puramente normativo. Del
mismo modo, el autor recalca el ascendiente que tuvieron ciertas ideas exportadas desde Europa,
aunque estas fueron limitadas, contradecidas entre sí y adaptadas a la realidad mexicana. Esta primera
parte del libro es más bien descriptiva que de propuesta original.
Del mismo modo, en la segunda parte, titulada Las Prácticas, el autor se introduce en los
archivos judiciales para constatar la existencia de una heterogeneidad de crímenes posibles que
ocurrían en aquella época y se tenían registro efectivo de aquellos. Picatto menciona, por ejemplo,
aquellos crímenes atribuídos al honor: una “virtud” interclasista heredada desde épocas coloniales y
que, en el caso de los sectores más populares, debido a su precariedad material o la exclusión que
sentían desde el “sistema”, era lo único que realmente poseían y tenían derecho a defender. Un
conflicto en torno a la defensa de la propia honra podía surgir en cualquier clase social, por cualquier
motivo, en cualquier lugar de la ciudad y solía saldarse con violencia. El siguiente párrafo rescata
precisamente la relevancia que tenía la violencia no como una mera excepcionalidad o irracionalidad de
los individuos sino como una norma que se utiliza cuando la honra está en juego y que, desde luego,
era más efectiva para la resolución de conflictos que las instituciones que debían reglamentar la vida en
la ciudad:
“Los criminólogos y los historiadores han considerado la violencia como un hecho sin sentido y auto-destructivo
de la vida de la clase baja urbana. Un examen minucioso de las maneras en que se usaba la violencia, no obstante, revela
que la mayor parte de las confrontaciones que terminaban en lesiones u homicidios seguían reglas precisas que se
asemejaban a los duelos de las elites gobernantes. Las peleas por lo general involucraban a contendientes en igualdad de
condiciones: hombre contra hombre o mujer contra mujer, con armas similares y en un lugar público, lejos de la
interferencia policiaca. Estas condiciones permitían que el resultado de la pelea abonara a la reputación que estaba en juego.
Los pobres urbanos, después de todo, tenían mucho que perder en cuanto a la percepción social de su valor individual. El
honor les era tan importante como a las clases altas”2.
Si bien la violencia ejercida hacia las mujeres por problemas amorosos o aquella que gira en

2 Ídem, p. 130
torno al dinero tienen sus particularidades (como ser socialmente “tolerables” en tanto podía existir una
justificación clara detrás del agresor), se enmarcan dentro de las tantas que caracterizaban la vida social
y urbana de aquella época.
Por último, la tercera parte se titula Las consecuencias. En esta parte del libro, el autor toca un
tema central en la criminalidad de cualquier Estado: el robo y el sujeto sociocultural que roba (el
“ratero”). Aquí logra hilvanar los puntos previamente mencionados -es decir, el contexto general de
México en aquellos años y las diversas formas de criminalidad- y los interrelaciona en función a sus
limitantes y contradicciones (delitos no denunciados o falsamente denunciados, ineficiencia del sistema
estatal, etc.), además de sostener una visión: el ladrón no es un mero actor guiado por pulsiones
individuales sino que responde a un “estamento” claramente definido no tanto por un historial criminal
sino por aspectos estéticos, linguísticos, económicos y barriales. Este fenómeno claramente visible
despertó la preocupación de las autoridades que implicó el despliegue de todo tipo de estrategias para
apaciguar esta situación: leyes, persecusión, asesinatos, encarcelamiento, y un largo etc. y que, por lo
expresado por el autor, tendrían una clara continuidad hasta la actualidad puesto que: “Las campañas
contra los rateros generaron protestas y críticas. No obstante, dejaron varios legados duraderos en la
comprensión del crimen y el castigo entre los habitantes de la Ciudad de México. El primero consistió
en la demostración práctica de que los rateros eran una colectividad. Las cuerdas, que alejaron a
muchos sospechosos de su ciudad y sus familias, reforzaban esa idea”3

A modo de conclusión, cabe señalar que el autor se aproxima minuciosamente a una época
turbulenta por las transformaciones que estaba experimentando el Estado y la sociedad mexicana. Sitúa
el crimen y al criminal como realidades socioculturalmente construídas, atemporales, con clara
tendencia a movilizarse entre los sectores populares y con cierta capacidad de sortear los mecanismos
de represión del orden elitario. El autor logra leer todas las “voces” del periodo (criminales, víctimas,
policias, jueces, etc.) para reconstruir un relato más complejo y completo de la problemática. Este libro
abre la posibilidad de aproximarse a un tema muy recurrente y sensible para toda población como lo es
la criminalidad, y entender que sus características no constituye un presente reinventado todos los días
sino que hunden sus raíces históricas en un pasado siempre remoto.

Bibliografía
*PICATTO, Pablo. Ciudad de sospechosos: crimen en la ciudad de México, 1900- 1931. Fondo
Nacional para la Cultura y las Artes: Mexico, 2010.

3 Idem, p. 264

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