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Tomás Ondarra, Liburu hau “Beti-betiko bilbotarra” izen-

Bilbao (1963). Estudió buru duen erakusketa batekin doa. Tomas


Arte y Decoración y Ondarra marrazkilari eta irudigileak aur-
pintura. En 1984 co- kezten dituen 82 irudietan hain material
menzó a trabajar en koloretsu anitza aurki daiteke, non segu-
La Gaceta del Norte, rutik bilbotarra ez dena ezbaiaren eta irri-
en 1986 pasó a El barrearen artean ibiliko den hala irudiek
Correo y en 1996 al nola Jon Uriarteren testuek behin eta be-
periódico La Nación rriz nabarmentzen duten bilbotar identita-
de Buenos Airres y desde 1999 es Redactor tea ikusita.
Jefe de Infografía e Ilustración del diario Eta, hala ere, bilbotar oroz gain senti-
El País. Compagina su trabajo periodísti- tzen eta mundu guztiko edozein bazterre-
co con la realización de cuadros e ilustra- tan bilbotar izateaz harro agertzen diren
ciones para libros, los últimos: Los cornetas jendeentzat, irudiok (marrazki, argazki
del Apocalipsis de José María Izquierdo y A koloretsu eta ilustrazioak) eta eurotako
mí el pelotón de Patxo Unzueta. Su última kontakizunak euren bizitzaren eta me-
exposición de pintura “La mar de mares” se moriaren abc-aren osagai dira. Arrozezko
presentó en Bilbao (2009) y Madrid (2010). pasteletik hasi eta erregina akrata eta jai-
Es autor de los blogs: eldibutomas.blogspot. zale (MariJaia) horrenganaino, zeinak
com y desdemiarco.blogspot.com
zeharo maitemintzen duen futbol-zelai
bati katedrala deitzen dion edo, adibidez,
Jon Uriarte, Bilbao mundua Bilbo handiago bat besterik ez
(1966). Comienza co- dela edo errusiarrak Bilbon “beti-betitik”
mo colaborador en elurrezko pastel batzuk direla pentsatzen
Radio Bilbao en 1985 duen hiri liberal bat.
y se incorpora a Ra- 82 ikono mende berri honetan zehar
dio Euskadi en 1986, nabigatzen ari den hiri batentzat, betie-
donde dirige y pre- re bakailaoa titanioarekin, lorezko txakur
senta programas mu- bat (Puppy) hormigoizko tigre batekin eta
sicales, de humor y zirimiria fosteritoekin naturaltasunez ba-
magazines. Colaboró en ETB desde 1994 tzen dakiena bera, aldi berean mundu za-
hasta el año 2000. A partir de ese año en- balean zehar bere izena daraman baldosa
tra como guionista de programas de TVE, bat zapal dezakeelarik edo bere-bere ko-
Tele 5 y Antena 3. En 2004 se incorpora lore bat, Bilbo-urdina, edo bereziki bilbo-
a Punto Radio en calidad de subdirector tarra den letra-moldea (maiuskulaz soilik
de todos los programas de Ramón García. osatua, jakina) eduki.
Desde 2011 es subdirector de ‘Así son las XXI. mende honetan, Botxoko jendea,
mañanas de Ramón García en COPE ’ y beste behin ere, ia edozertako gai dela
colaborador de El Correo con su colum- erakusten ari da, eta horregatik bilbotarrek
nas semanales ‘Bilbainos con diptongo’, ahalik goren hegaz egiten jarraitzen dute,
‘El Piscolabis’ y ‘Pródigos de San Mamés’. txinboek –euren beste izena– bezala.
Colección BIZKAIKO GAIAK - TEMAS VIZCAINOS
editado por

www.bbk.es
De Bilbao
de toda la vida

Tomás Ondarra
Jon Uriarte
438-439
Imagen de la portada y contraportada: ‘Azul Bilbao’ y ‘MariJaia’. Láminas del dibujante e
ilustrador Tomás Ondarra.

Depósito Legal: BI-2937-2011


ISBN: 978-84-8056-311-6
Imprime: GESTINGRAF
Cº de Ibarsusi, 3 – 48004 Bilbao
Este libro acompaña a una exposición que
lleva por título ‘De Bilbao de toda la vida’.
A través de las 82 láminas que presenta el
dibujante e ilustrador Tomás Ondarra se
puede encontrar un material tan variopinto
que seguramente quien no sea de Bilbao se
mueva entre la perplejidad y la sonrisa ante
el continuo alarde identitario bilbaino que
irradian tanto las imágenes como los textos
de Jon Uriarte.
Y sin embargo para las gentes que se sienten
bilbaínas, por encima de todo y hacen gala
de ello en cualquier rincón de la tierra,
estas imágenes (dibujos, fotos coloreadas e
ilustraciones) y sus relatos forman parte del
abc de su existencia y de su memoria. Desde
el pastel de arroz hasta esa reina ácrata y
festiva (MariJaia) que enamora a una ciudad
liberal que lo mismo llama la catedral a su
campo de fútbol que, por ejemplo, considera
que el mundo es sólo un Bilbao más grande
o que los rusos en Bilbao son ‘de toda la
vida’ unos pasteles de nieve.
82 iconos para una ciudad que navega
por este nuevo siglo sabiendo unir con
naturalidad el bacalao con el titanio, un
perro de flores (Puppy) con un tigre de

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cemento y el sirimiri con los fosteritos,
mientras se permite pisar una baldosa
que lleva por el ancho mundo su propio
nombre o disponer de un color propio: azul
Bilbao o un tipo de letra específicamente
bilbaína (por supuesto, compuesta sólo de
mayúsculas).
En el siglo XXI, las gentes del Botxo están
demostrando, de nuevo, ser capaces de
casi todo, y por ello siguen volando lo
mas alto que pueden como esos pequeños
pájaros: los chimbos, el otro nombre de los
bilbaínos.

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Sentimiento bilbaino
La vida es una sucesión de sentimientos. Al menos, hay muchos
que así lo creen. Entre ellos, Tomás Ondarra. Desde luego, a
esta conclusión se llega con inmediata facilidad tras comprobar
que basta asomarse, siquiera mínimamente desde la curiosi-
dad, al calor de sus obras para que se proyecte por sí misma
esta sensación tan intimista. Quizá ahí, en la generosidad que
aporta a su creatividad, se encuentre la fácil explicación sobre
la ilusión que transmiten sus cuadros.
Ondarra se apasiona. Lo hace, sobre todo, en los momentos
decisivos de su vida. Mientras disfruta de su familia, cuando se
encierra en el estudio, ante la pantalla en el periódico, sentado en
la tribuna de San Mamés, o callejeando sobre la baldosa de Bilbao;
ahí es donde su corazón queda atrapado, donde se ilusiona y es
feliz en sí mismo. Es entonces cuando acciona su mecanismo
intelectual, cuando se recrea en el concepto que le provoca el
recuerdo o ese mágico instante que se sucede vertiginosamente
pero que retiene su imaginación, cuando, en definitiva, se su-
merge en la creación. Eso sí, Tomás juega con ventaja cada vez
que se le ofrece la oportunidad para el regreso artístico a su casa,
como ocurre en esta ocasión. Y es que se sabe el camino que
pisa porque lo lleva dentro desde siempre, porque forma parte
de su propia vida. Por eso, porque él es así ama tanto a Bilbao.
Se ha identificado de tal manera con esta ciudad, la suya, que
podría entenderse como una pasión. Desde luego, no será preci-
samente él quien se esfuerce en rebajar esta expresividad porque
es consciente de que al mostrarse así se siente reconfortado: es
puro sentimiento bilbaino y se le nota, ya lo creo que se le nota.
Para mostrar esa complicidad con el Botxo que le vio na-
cer, sería difícil encontrar un pretexto más intimista que esta

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exposición en La Alhóndiga. En su gestación primero, y en su
creatividad después, el autor, subyugado, eso sí, desde el primer
momento por este nuevo reto que afronta en el tránsito hacia una
madurez artística que se presume vitalista, transmite, sobre todo, un
reconocimiento sincero a quienes han hecho de su vida una refe-
rencia para colocar a Bilbao en cualquier parte del mundo. Y es que
Tomás es generoso en su ADN. Por eso nunca regateará el mérito
a quien considera que le corresponde y por eso en cada cuadro de
esta muestra se puede comprobar desde el primer golpe de vista.
Como acostumbra en cada ocasión que Bilbao se convierte en
el hilo conductor de su obra, este autor, amigo de sus amigos hasta
el límite de la generosidad, retroalimenta sus sentimientos. Pareciera
como que en su interior se reactivara un compromiso de lealtad
con el quién y el qué de la ciudad a la que idolatra en ocasiones y
con la que, fundamentalmente, late de manera cómplice sin pro-
ponérselo. Todo tiene una explicación y quienes le conocemos
podemos afirmar con rotundidad que cuando afronta –ilusionado
al máximo– un reto como el que nos ha traído hasta aquí, Ondarra
se muestra como un manojo de sentimientos. Y, además, en esta
ocasión, lo hace con una mirada retrospectiva que le ha obligado,
sin embargo, a una tarea ingrata, exigente en sí misma, porque ha
tenido que dejar algunos motivos y otros personajes en el camino,
sin poder llevarlos al cuadro donde les quería rendir, como al res-
to, el homenaje que les dispensa con esta exposición. Pero nunca
los olvidará y para demostrarlo quizá fuera justo engendrar cuanto
antes otra oportunidad como la que ahora celebramos.
Por todo ello, quienes le conocemos sabemos de su satisfac-
ción interior, reflejada en esa sonrisa permanente, porque se le
permite mostrar en su casa a la que tanto quiere cómo evoluciona
su concepción artística. Pero que también sepa el artista desde estas
líneas cuánta alegría nos produce comprobar la calidad ascenden-
te que va atesorando su obra. Bilbao y Ondarra lo hacen posible
porque, posiblemente, son un mismo sentimiento.
Juanmari Gastaca
(Periodista y delegado del diario El País en el País Vasco)

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Soy de Bilbao
“Soy de Bilbao”. Cuántas veces habré dicho esta frase… Tantas,
que ni siquiera podría contarlas. Las primeras veces, por situar
a los demás de donde eras, cuando de niño te preguntaban
de donde venías en un viaje. Luego de adolescente, cuando
intentabas ligar con alguna chica. A mi me ayudo, de verdad.
Y, por supuesto, en el trabajo. No hay programa de TV o de
Radio donde no lo haya dicho. Cómo será la cosa, que algunos
guionistas de televisión me lo incluían en las presentaciones,
sin darse cuenta que uno de Bilbao proclama su origen cuando
le apetece. No cuando se lo dicen.
Recuerdo que en una plaza de toros un señor de Cuenca
me dijo que ojalá hubiese sido de su tierra, porque le daba
mucha envidia sana cuando me escuchaba hablar de Bilbao y
cómo lo contaba. Creo que los de Bilbao somos muy buenos
relaciones públicas de nuestra Villa. Yo lo intento todos los
días, pero tengo que decirles que sé de uno que es “la leche”.
Le conozco desde hace muchos años y les aseguro que sé de
lo que hablo.
Desde niño, siempre ha estado orgulloso del lugar donde
nació y ha ido por el mundo marcando siempre el territorio, no
dejando nunca dudas al personal sobre cuáles son sus orígenes.
Pero por encima de todo, y ésto es lo que resulta más curioso,
ha desarrollado una teoría que, a fecha de hoy, desconozco si

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tiene un fondo científico: “Todo lo que nos rodea en el mundo,
estés donde estés, proviene de Bilbao”. Sí, sí, no han leído mal.
Para él, Bilbao es, posiblemente, el origen del Universo. Y lo
bueno de todo esto, es que el jodido siempre lo argumenta
en referencia a cualquier tema, sobre cualquier situación o en
cualquier momento de la vida. Y lo hace de tal manera, y con
tantos datos, que al final de sus exposiciones, todo el mundo
asiente dándole la razón.
He sido testigo a lo largo de nuestra vida compartida de
conversiones históricas al bilbainismo. Desde madrileños a
gaditanos, desde ingleses a montenegrinos, pasando por todo
tipo de creencias políticas y religiosas. Y eso, señoras y seño-
res que están leyendo estas líneas, solo se consigue teniendo
un profundo sentimiento de lo que para un bilbaino significa
nuestro querido Bilbao.
Estoy seguro que en este libro van ha disfrutar con sus
historias y su forma de escribir. Algo que, sea dicho de paso,
es solo una parte de su personalidad y de su manera de andar
por el mundo. Y por supuesto, compartirán su forma de ver la
vida, siempre, eso sí, desde el prisma de Bilbao. Por cierto, no
les he dicho todavía de quien se trata, es de Bilbao, se llama
Jon Uriarte Lauzirika, y es mi mejor amigo.
Ramón García
(Presentador de Radio y TV)

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AGUA DE BILBAO
LLÁMAME LLUVIA
En Bilbao llueve algo más que en otros lugares. Pero, sobre
todo, lo hace de forma diferente. De arriba abajo y de un lado
a otro. Y, a veces, de abajo arriba. Lo que se dice poderosa. Y
también misteriosa. Que el suyo no es un caer, sino un estar.
Haciendo del Botxo, una inmensa pecera. Con sus partículas de
agua, sempiternas, recorriendo juguetonas el aire gris del cielo.
Por eso los peces aquí, tienen brazos y piernas. Por escamas,
llevan gabardinas y a veces trincheras. Se acompañan de un
objeto, que se abre y se cierra, que en paragüeros se entierra.
En esa tierra nació este extraño llover. En Bilbao. Una villa,
con alma de Atlántida. Y así es nuestra famosa agua. Engañosa.
La única que, siendo fría, calienta. La que como el sirimiri, se-
gundo nombre que porta, moja discreta. Lo hace poco a poco.
Hasta que cala. Entonces ya es tarde. Y descubre el joven, o el
nuevo, que tenía razón el viejo. Que no es agua común ésta.
Porque lleva trampa encubierta. De ahí el mareo, de ahí la
euforia. Y conste, que nos avisa. Para empezar, en la botella.
Aire de champán y sabor a cava. Alcohol burbujeante. Y para
terminar, lo subraya en la etiqueta. Con el puente del santo,
posando flamante sobre la ría. “Agua soy”, nos dice. “Que al-
gunos crean que soy inofensiva, es culpa de la ignorancia”. Al
fin y al cabo, Bilbao siempre trató, navegó y bebió las aguas,
aplicando corazón y ciencia.

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ALEJANDRO
MAGNO Y GRANDE
A poca gente le sobra el apellido y le basta con el nombre
para ser reconocible. Y aun menos para que, al escucharlo en
boca de alguien, sepas que hablan de un grande. Alejandro fue
uno de ellos. Taurino de afición, hasta de luces se vistió en su
día. Fue en el Ercilla y sin toro ni respetable. Pero ahí estuvo,
templando ante imaginado morlaco. No en vano, llevaba hasta
en su seudónimo, aire de torero. “El niño de la prensa”. Como
seguidor de raza de su Athletic, acudía al campo provisto de
transistor. Para acompañar así, a lo que allí se veía. Porque
el fútbol, visto desde fuera, mejor se comprendía. Alejandro,
siempre dio más importancia a lo contado, que a lo visto. Que
lo que ven los ojos, a veces, pasa. Pero lo que la boca grita, si
lo hace bien, se queda. Por eso voceaba titulares y números.
Por calles o por plazas. Fuera para vender periódicos o déci-
mos de lotería. Para contar noticias sin ser licenciado o repartir
suerte sin ser afortunado. O quizá fuera al revés. Porque nunca
hubo mejor periodista, ni hombre con más suerte. Poca gente
puede decir, “a nadie debo nada, porque nada tuve en la vida.
Me limité a vivir cincuenta años, como pude la mía”. Grande
fue Alejandro. Y Magno, también. Tanto, que conquistó el
mapamundi. Sin necesidad, por cierto, de pelear por los cinco
continentes. Le bastó con tirar de gracia y utilizar su mejor
arma: Un increíble “don de gentes”.

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ALFABETO BILBAO
CON B DE BILBAO
Sí, ya sabemos que hay muchas y para todos los gustos. No
será por falta de tipos de letra. Y quien dice tipo, dice fuente.
Que queda más sonoro y elegante. Pero hasta en eso somos
los bilbainos muy nuestros. De ahí que exista una escritura
específicamente bilbaina. Y, siendo del Botxo, solo puede
contener mayúsculas. Faltaría plus. Que escribir sin versales
queda cutre a la par que pobre. Sería como un quiero y no
puedo. Así que nada de minúsculas. Además, tampoco se trata
de escribir como quien silba. Solo en momentos importantes.
De esos que dejan huella en la Historia con mayúsculas. Sea
en documento, estela funeraria o inscripciones. Veintiocho le-
tras, a cada cual más trabajada. Tanto, que algunas parece que
lleven txapela y otras, como la “Ñ”, flequillo tipo chuleta. Casi
todas aseguran fijación, a base de zapato. Pisando con garbo
por si hay charcos o llueve. Y nos gustan. Tanto, que exigimos,
aquí y ahora, incluirla como opción entre las diferentes fuentes
de letra. Para que los correos electrónicos y los documentos
importantes, lleven el alfabeto de Bilbao marcado también en
sus venas.

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ANGULAS
PIRATAS EN LA RÍA
–¿Estás pescando angulas? –Increpa el adulto. Y, como respues-
ta, el niño abandona el agujero nasal y frunce el ceño. Siempre
vivió la angula en ambientes sórdidos. Fueran rías o narices.
Es lo que tiene ser pirata. Pero pirata de verdad. De los que
llevan tanta mugre como tesoros. Todo junto. Por pañuelo de
lunares, unos buenos ajos. Por parche, una roja guindilla. Y por
barco, una pequeña cazuela. Pero que sea de barro. La madera
solo se dejará para el temido tridente. Aunque en este caso,
el arma mencionada, lleve un cuarto diente. Qué menos para
una batalla bajo el fuego intenso y los cañonazos traicioneros
del aceite. Tienen estas piratas, el destino escrito en su origen.
Recorrer mundo, acosadas. Desde que son angula hasta que
llegan a ser anguila. De ahí que les guste el riesgo. Las más,
acaban en las mesas del país del sol naciente. Otras, en cambio,
prefieren otro ambiente. Donde la vida es más corta, cierto.
Pero también más elegante. Y las lucen en mercados y pesca-
derías, que parecen joyerías. Donde ponen precio a su cabeza
y, de paso, al cuerpo entero. Que será fino, pero lo tiene. Y
la angula entonces se siente grande. Casi divina. Porque pudo
acabar en el mar de los Sargazos, con otros viejos piratas, pero
eligió pelear en una ría para morir entre alegría.

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ASTE NAGUSIA
UN AÑO DE NUEVE DÍAS
Para empezar no es semana. Y para terminar, no está claro el
número de días. Nueve dice la administración y diez la famosa
canción. La de Marijaia, me refiero. La de Kepa Junkera. Y, qué
quieren que les diga, viniendo de él y de Edorta Jiménez no
entraré yo en disputas. Por otro lado, no va el tema desenca-
minado. Porque caben, en esa semana, tantos días como tiene
el año. No se explica de otra manera que concite tantas citas y
eventos, como el total de gente que la visita. Una de aquí, otra
de allá. Que no es ésta una fiesta cerrada. El chupinazo es la
invitación y sin puertas está su entrada. Dicen que es tesoro y
patrimonio cultural desde que así lo decidieron. No me extraña.
Lo primero se sabe desde siempre. Que la alegría no cotizará
en bolsa, pero está de capa caída. En cuanto a considerarla pa-
trimonio, si la intrahistoria no es cultura, que suba a explicarlo
el demonio. Mientras, le dejamos aquí un consejo. En asuntos
vacacionales, guarden para Agosto una semana. O, al menos,
algún que otro día. Los justos y necesarios para que la vida,
por un ratito, a ustedes les sonría.

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ATHLETIC CLUB
WE ARE ATHLETIC
El Athletic es el aitite y el nieto compartiendo bandera. El boca-
dillo de ama o la bufanda tejida por la abuela. La bota del veci-
no y el abrazo con el desconocido. La lluvia racheada, entrando
por Ingenieros. La mujer que de niña soñó con calzar botas y
la hija que lo logró. El último domingo compartido entre padre
e hijo, sin saber que sería el último. El primer beso íntimo, ro-
deados de 80.000 ojos. El escudo al atardecer, al fondo de una
calle de bares. El puro fumado por uno, pero compartido por
todos. El grito desesperado, la emoción desbordada, la lágrima
suelta. Y el placer de placeres. El éxtasis. El rugido del león. El
“A por ellos” y el “Beste bat” o el “Athleeeeetic” con bufandas al
viento. Los primeros, cortos y rotundos. El segundo, arrastrado
con sentimiento. Tal y como es la verdadera felicidad. Así es
nuestro Club. De todos y de nadie. Tan singular en filosofía,
como plural en seguidores. Tan respetado, como incomprendi-
do. Hay equipos que hacen historia, el Athletic hace leyenda. Y
todo, porque un día indeterminado, en un acuerdo no escrito,
decidimos seguir un peculiar camino. Donde otros veían el
final nosotros veíamos principios. Elegimos ser David cuando
todos querían ser Goliat. A la utopía con la épica, pasando por
Bilbao. En eso estábamos y aún estamos. Un acuerdo que se
mantiene, pese a todo, entre millones de aficionados alejados
en lo geográfico, lo político, lo cultural o lo social. Aquel día
incierto, elegimos vencer menos pero ganar más. Y entendi-
mos que el Athletic es una cuestión de familia. Lo del fútbol,
créanme, es secundario.

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AZUL BILBAO
SANGRE AZUL
La gente se agolpaba curiosa, en la puerta de la tienda. Intenté
adivinar lo que sucedía. Logré ver a un hombre en el mostrador
y ante él, un desesperado dependiente. La cara del empleado
mostraba angustia y un cierto grado de enfado. Pero, sobre
todo, era el vivo reflejo de la duda.
–¿Qué pasa? –preguntó un mozo intrigado –Dicen que un hom-
bre ha pedido algo y no le entienden –respondió una señora,
con vestido de vivas flores. –¿Y por qué no le entienden? –gritó
un niño, hacia las caras de los mayores
–Porque será extranjero –apuntó un señor de gafas oscuras y
grandes bigotes. –Seguro que americano o ruso –comentó una
chica con trenzas. –¡Pues menuda cola está montando! –Sentenció
un jubilado de esos que no tienen que hacer nada y que siempre
tienen prisa. Pero no. No era americano. Tampoco ruso. Era de
Bilbao. Del centro, centro. Y solo quería que le vendieran un
bote de pintura. Se había desplazado a vivir a Madrid y quería
pintar la casa del color de su alma botxera. De azul. Pero no de
un azul cualquiera. Cobalto, añil y blanco titanio. Sangre Azul.
El color que ofrece el cielo del Botxo cuando, tras un día de
lluvia, se unen tarde y noche y las nubes se alejan, otorgando
perfecto broche. El azul Bilbao. El que no se puede explicar,
aunque nos tiremos todo un día. Que se lo pregunten sino,
al empleado de la droguería.

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BAKALADA
BAKALAO DE BILBAO
Será por aquello de que viaja mucho y por aguas muy va-
riadas, pero el bakalao tiene tantas leyendas como recetas.
Que ya es decir. Precisamente, una de ellas hace referencia
a una de sus versiones culinarias. El Pil Pil. Sabido es, que
los arrantzales vascos trajeron a Europa el multidisciplinar
pez desde Terranova. Eso es Historia y lo afirman islandeses,
escoceses y, toda gente seria, incluidos los noruegos, que
son expertos en estos peces. Pero cuentan, aquí entra la le-
yenda, que lo del Pil Pil fue casualidad. Habiendo puesto un
marinero unas rodajas de bakalao al fuego, en una cazuela
con aceite y ajos, tuvo que subir a cubierta por levantarse
marejada. Asuntos de marinería. El caso es que, al regresar,
encontró que el movimiento de las olas había obrado milagro.
El aceite era ahora salsa y el humilde plato manjar. Desde
entonces, poco o nada ha cambiado. Tan solo las salsas. Bi-
zkainas, ajo arriero, a la bilbaína… Da igual las aguas que
lleve la cazuela. El gádido siempre nadará por ellas. Al fin y
al cabo, todas están en el mismo océano. Ese que se llama
Bilbao y que navega, desde siempre, el bakalao.

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BALDOSA
LA PUÑETERA
Lleva días esperando. Pero ha llegado el momento. Lo sabe
desde la madrugada. Cuando la lluvia entraba por el noroeste.
Por eso, casi no puede aguantar la risa. Nadie se percata del
asunto, al estar la húmeda calle despejada. Aun es pronto. Qui-
zá pase alguien con prisa. O un niño, camino del colegio. Ella
prefiere a los señores serios y a las mujeres con falda. Dan más
gustirrinín. Solo pensarlo, ya le reconforta. Al fin y al cabo, ella
no tiene la culpa. Se lo han puesto en bandeja. Lleva coja, más
de una semana. Cualquier mañana, vendrán del ayuntamiento
a verla para, en un pis-pas, cambiarle el cemento de la suela.
Y entonces regresará de nuevo al trabajo. A la seriedad. Al día
a día. Para desviar aguas y asentar piernas. Sean paisanas o
foráneas. No lo hará sola. La acompañan siempre sus herma-
nas. Iguales y en formación todas ellas. Con cuerpo de roca
y cara de rosa. Pero eso será otro día. Hoy va suelta. Y muy
llena. Por fin avista una presa. Es un hombre con uniforme de
Bilbao. Pantalón gris y chaqueta azul. Una pena. Ella prefie-
re las prendas claras. Dejan más huella. Pero es lo que hay.
Aquí llega. –¡Zas, clac, chef! –Ha salido perfecto. Una calada
soberbia, hasta la media pierna. El hombre maldice y ella se
ríe, como solo sabe reírse una baldosa. Así es ella. Cemento
gris, virutas de hierro y sentido del humor. Porque la baldosa
de Bilbao, se pisa. Como todas. Pero a veces, la puñetera, se
rebela y te moja.

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BANDERA DE BILBAO
BANDERA DE NUESTROS PADRES
Las banderas siempre fueron más de mar, que de tierra. Por
aquello de reconocerse en las largas distancias. El tiempo
demostró que no mejoramos en las cortas. Ni en mar, ni en
tierra. Pero no es culpa de las banderas, sino de quienes las
izan y agitan. La de Bilbao huele a Golfo. En concreto, al de
Bizkaia. Y lleva dos colores. En realidad uno, porque el blanco
no deja de ser ausencia. Que sea el color de la Paz, demuestra
que busca la nada. El punto neutro. El término medio. Justo,
donde no manda nadie ni importa nada. Y así sería la bilbaina,
si no fuera por un detalle. Un cuadrado rojo. El que, puestos
a ser rebelde, reposa allí esquinero. Nada de ser circular y
mucho menos central. Eso es cosa de Oriente. El sol de Bilbao
tiene cuatro lados. Raro, sí. Pero la tierra tampoco es del todo
redonda y nadie dice nada. Así que respetemos su derecho
a ser diferente. Tampoco lleva escudo. Y mucho menos ave,
planta, pez o mamífero. Tampoco corona. Lo suyo es puro y
duro minimalismo. Con el mérito y sorpresa de que nació an-
tes de haberse inventado. O al menos, definido. En 1895 pasó
de mástil de barco, a mástil de Ayuntamiento. Diferente lugar,
mismo trabajo. Al fin y al cabo, tantos piratas hay en la mar,
como en la tierra. No lo digo yo. Me lo cuenta ella.

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BASÍLICA DE BEGOÑA
LA CASA DE LA MADRE
No es el Vaticano ni la Meca. Pero no hay bizkaino o bizkaina
que no peregrine o haya peregrinado a ella. Al menos, una
vez en la vida. Sea por devoción o por afición. Futbolística,
me refiero. Porque todo lo admite esta señora. Incluso ligas y
copas ganadas o plegarias para evitar derrotas sonadas. Fue
ermita antes que basílica y de ahí que sepa tratar por igual a
todo el mundo. Sean baserritarras o señoritos. No olvidemos
que hasta en la casa más aristocrática hubo, alguna vez, al-
pargatas en la puerta. Por eso es tan versátil. De hecho, es
tanto religiosa como a veces laica. Cinco siglos lleva así, y no
va a cambiar ahora. Es tan de Bilbao, que se fue a vivir a una
esquina para ver como era el Botxo sin ella. Y allí está, en el
barrio que lleva su nombre. En Begoña. Azotea que mira hacia
dentro. Apartada de todo, pero encima de todos. Tanto, que
tiene una campana para cada hora. Veinticuatro. Ni más, ni
menos. Las mismas que tiene el día. Así, no hace falta pedir
vez si quiere usted ir a verla. Tampoco es obligado llegar hasta
su vera. Basta con pasear por las Siete Calles, cualquier día, y
buscar la placa “Santa María”. Desde allí la verá el paseante y
desde arriba le verá ella.

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BEYENA
LA NODRIZA DE BIZKAIA
Hubo famosas nodrizas en el pasado siglo. Bilbao las tuvo a
porrillo. Y bien cotizadas, por cierto. Pero ninguna tenía un
pecho como ésta. De cristal. Así era el de la famosa nodriza
de Castrejana. Dos en una. Fábrica y teta. Treinta centímetros
de mama y dos y medio de pezón. Ahí es nada. Confieso que
a veces, cuando nadie miraba, algunos acercábamos el morro
y le dábamos un tiento. Añadiré, que conozco a quien vaciaba
un par de sobres de azúcar en la botella, para darle dulzura y
suavizarla. Y, de paso, añadirle simpatía. Cuando los mayores
se enteraban del desaguisado, la chavalería corría. Se trataba
de salvar oreja o trasero. Pero los riesgos, y hasta los castigos,
merecían después la pena. Porque uno se acostumbra rápido
a lo bueno. Y al aceptar una leche, al resto las desprecia. O, al
menos, no las tolera. Normal. Recordemos que, sea de teta o de
ubre, la leche siempre es materna. Por eso el niño del dibujo
le hablaba a la vaca a la oreja. Para que diera más leche. Para
que fuera bien fresca.

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BILBAO
LÁGRIMAS EN LA LLUVIA
Tanto se ha escrito sobre Bilbao que da pudor darle a la tecla.
Sobre todo, porque nunca se dejó retratar. Primero jugó a ser
ácrata. Hasta que se formalizó y recibió título y carta. Después
quiso separarse, siendo puro centro del territorio. Bipolaridad.
Capital y universo. Como buen ombligo, tiene su cordón um-
bilical. Solo que, por mucho que se corte, nunca se desprende.
Que se lo digan a quienes nacimos allí y vivimos lejos. Nunca
entendieron nuestro amor. Y aun menos, tamaña admiración.
Como si el polvo y el gris, la fealdad del uso y el desuso o el
cansancio del trabajo pudieran romper su encanto. Bilbao no
es que sea bella. Es que siempre lo fue. Si usted no lo entiende,
es que no es de Bilbao. Porque, el Botxo, atrapa. Utópica y dis-
tópica. Diferente y única. Ahora que vivo lejos, me sorprendo
llorando por ella. Por haber estado y por no estar. Porque en
ella he visto cosas que vosotros no creeríais. No vi atacar naves
en llamas más allá de Orión, ni Rayos brillar en la oscuridad,
cerca de la puerta de Tannhäuser. Pero pude ver la verdad de
la vida en un pastel, sobre una barra, en un triciclo o en la
butaca de un cine. Esa verdad que nos recuerda que no somos
más que un puñado de instantes. Y todos esos momentos se
perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. La lluvia de
un viejo Bilbao que nunca debería morir.

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BOLLO DE MANTEQUILLA
BOLLO SIN NOMBRE
El niño, que hoy es hombre, se comía el azúcar espolvoreado
antes de tocar la mantequilla. Lo hacía con precisión milimétri-
ca. Utilizando, tan solo, la punta de la lengua. Como si de un
afilado lápiz se tratara. Capturando, uno a uno, los minúsculos
dulces de cristal. Después, lamía despacio el borde lateral. Con
respeto. Evitando penetrar demasiado hondo. Lo justo, para
definir la línea de las paredes. El final del proceso dependía del
momento y la compañía. Y por compañía me refiero al resto
del menú. Como más le gustaba, era untado en chocolate re-
cién hecho. Orgía de sabores. Pero, otras veces, el chocolate se
apretaba en onza y se acomodaba en la cremosa cama blanca.
Su madre optaba por darle discretos mordiscos. Siempre lim-
pios y medidos. Intercalados, entre sorbos de café con leche.
Muy de señoras. Muy caliente A veces con azúcar, otras con
sacarina. Su hermano, en cambio, lo abría impúdicamente. De
par en par. Para dar buena cuenta de la frágil mantequilla, an-
tes de tocar el bollo. Entonces no lo sabía. Pero aquél manjar
era villano. Y fiel a su tierra, añado. Resulta extraño que no
triunfara en otras. Puede que haga falta que la lluvia golpee los
cristales de una vieja cafetería, para entender todo su duende.
Pero hay algo que no se comprende. Un día nostálgico y or-
gulloso, el niño que hoy es hombre, lo llevó consigo a otras
tierras. Y triunfó a la primera. Por lo tanto puede que el bollo
de mantequilla, simplemente, no quiera ser famoso. De ahí
que no tenga ni nombre. Es lo que tiene ser único. Es lo que
tiene ser grande.

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BONI
LA RULETA DE BILBAO
Nunca nos tocó. Ni a Tomás ni a un servidor. Caprichos de la
diosa Infortuna. Pero nos daba igual. Verla girar, era el mayor
premio de los premios. Por casino nuestro Parque, por croupier
un barquillero. Y, en una esquina girando, la famosa ruleta.
Cerrando el gran cilindro. La cesta metálica. La nave nodriza.
El bombo rojo. En Bilbao, todo lo bueno lleva rojo. Sea futbol,
iturris o dulces. –¡Al barqui, barqui! –cantaba Boni. –Dele una
tirada –decían tu madrina o tu tío. Diez céntimos y un sueño.
Nada se improvisaba. El juego no admitía errores. Y el nego-
cio, aun menos. Arrancó Boni con el barquillo siendo apenas
un mozo y cerró con la patata, convertido en caballero. Del
dulce al salado. Según soplaba en el Botxo. Siempre triun-
fando. Servía por la diestra y cobraba por la siniestra. Que
al dinero lo carga el diablo. Y a la suerte. Por eso, se movía
el puesto más que los precios. Pero siempre lo recordaré,
como si fuera hoy, entre el kiosko verde de los triciclos y la
soberbia fuente de fuentes. Con un ojo en el cielo y con otro
en la clientela. Clásica estampa botxera. Recuerdo que en el
bombo de Boni rezaba, “Vivan mis clientes”. Vale. Pues noso-
tros respondemos, “Viva tú, Boni”. Y que viva, por siempre,
“el barquí, barqui”.

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BOTEROS
BOTAS DE SIETE LEGUAS
Tienen algo de zapateros los boteros. O tenían. Porque ya no
están. Se fueron. O “les fueron”. Lo digo, porque daban forma
al cuero para hacerlo viajero. El destino era lo de menos, si
llevabas bota y vino como compañeros de camino. Podía ser
el Pagasarri, el Serantes, Artxanda o el Gorbea. Que una cima
sin trago, nunca es triunfo sino amago. Además, su piel es de
cabra y ya sabemos a dónde tira la condenada. Pero la bota
de Bilbao, tenía otro conocido vicio. Y era rojiblanco. Si no
me creen, echen un vistazo a la fotografía que acompaña a
estas líneas. Mientras aguardan colgadas a un futuro dueño, se
acompañan de dos posters de aquél Athletic de ensueño. El de
las ligas y las copas. Porque una copa sin bota será copa, pero
sabe a poco. A gloria sosa. Lo que se dice una sosada. Pena
que, la imagen, sea hoy pasado. Que ya no estén los boteros,
ni aquellos grandes peloteros. Si tiene usted una, no la guarde
como tesoro. Ni aunque esté llena de vino. Porque una bota es
una bota. Y siempre se pondrán el mundo por montera. Que
se lo digan a las de Bilbao, que son de siete leguas y tienen
alma viajera.

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CAROLINA
AMOR DE PADRE
No será una pirámide de Egipto, ni de México. Tampoco de
Indonesia o de Perú. Nada de eso le hace falta. Le bastan diez
centímetros para guardar en ella tesoros y protagonizar sonadas
leyendas. Por tener, tiene hasta una barca que lleva misterio.
La que te lleva a la orilla donde duermen los justos. O los afor-
tunados. Porque no todo el mundo la conoce. Es lo que tiene
la arqueología. Que es para entendidos. Y para aventureros
del paladar. No recomiendo a gentes inexpertas meterse en
ella. El asunto exige respeto. Y también maneras. De hecho,
su creador le dio la consistencia justa para evitar derrumbes.
Pero nada es seguro en esta vida. No sería la primera vez que
alguien arranca por lado erróneo y llega el Armagedón. Pero
reconozco que los hay expertos. Como ciertos botxeros de pro
que, según me cuentan, exhibieron arte en la barra de Goyo, al
amparo del Club Deportivo. Por un lado, Eduardo Rubio. Por
otro, Moñoño Blanco, pelotari y hermano del de Mocedades.
Se trataba de ver quién lograba comer más Carolinas, en un
determinado tiempo. Si no era fácil engullir el autóctono pastel
en grandes cantidades, con la norma impuesta, el asunto exi-
gía épica. Prohibido beber. Así que la única forma, de tragar
aquello, era empujarlo todo con la cesta de hojaldre. Así lo
hizo Rubio y ganó. Y pensar que el repostero lo creó así, para
facilitar la tarea a su hija… En fin, país.

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CARTA PUEBLA
DE LA BOCA AL CUERO
Hasta en las cartas hay clases. Sean de baraja o de correos.
Con todo lo que se lee la de San Pablo a los Corintios y lo
poco que se recuerda la de Don Diego a los bilbainos. Y no
será por falta de “elegansia”. Treinta líneas en romance y letra
gótica en caro pergamino. De los de piel de cuero y poderío.
Que se vea que hay posibles. Y, de paso, con un cierto olor
a bota. Pero a bota de vino. Al fin y al cabo, según Fuero de
Logroño nació y con protocolo de Valladolid se cerró. Tierras
ambas de viñedos. En realidad, más que carta, siempre fue
documento. Para poner en cursiva y ordenado, lo que siem-
pre fue hecho y comentado. De padres a hijos, por los siglos
de los siglos. Y así, poner por escrito normas, obligaciones
y privilegios. Que ser de Bilbao nunca fue cualquier cosa.
Si ser villano otorga galones y categoría, ser bilbaino añade
valores y señorío. Lo que me extraña es que no se escribiera
en otra lengua. No hablo del euskera, que también. Sino de la
bilbaina. Y así, haber dejado escrito: “Hoy a la tarde, bajo el
sirimiri y entre los tximbos, otorgo a Bilbao categoría de Villa.
Por poner algo, porque categoría tiene para dar y regalar. Y
txirene, es un rato. Lo hago delante de todo el Botxo, cuadri-
lla incluida. Se prohíbe la entrada a pichicomas, txotxolos y
sinsorgos. Tampoco a boronos, ni a pestes. Solo a gente con
fuste. Agur sin más, potxolos. Firmado: Diego, señorito de
Bilbao con fundamento”.

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CERVEZAS DE BILBAO
VINO DE CEBADA
Como cuenta un amigo mío, el propio nombre lo dice: “Estan-
que”: Agua para patos. Toda palabra tiene su raíz. Sea latina o
griega. Nunca se ganará la vida como filólogo, ni es lo suyo la
etimología, pero tiene gracia el “jodío”. Además, da qué pen-
sar. Porque es verdad, nadie puede negarlo, que las palabras
guardan en ellas rotundas definiciones. Y no hace falta recurrir
siempre al viejo latín o al antiguo griego. Quedémonos en casa.
Pongamos como ejemplos a la cerveza y al euskera. “Garagar-
doa”: Vino de cebada. Mejoren eso. Y dónde mejor que en el
Botxo, para hablar de vino. Sea de uva o de cebada. –En Bilbao
no sabéis tirar la cerveza –. Protesta a veces el visitante osado.
Puede que tenga razón. Porque aquí siempre nos gustó lucir
botella. Que líquido sin cáliz, pierde liturgia. De ahí que fuera
el continente, tanto o más triunfal que el contenido. Basta con
mirar a la rechoncha verde del Norte, a la estilizada marrón
de El Ciervo o a la coqueta tostada de Oro para comprender
que, la cerveza, nunca fue ni será una. Ni en marcas, ni en
sabores. Ni mucho menos en rondas. Que beber solo una, es
no hacerle honores.

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CHOCOLATE CHOBIL
DOBLE X
Cuando los Aztecas cultivaban el cacao, ya pensaban en Bilbao.
No vendrá en los libros, pero hay cosas que se saben desde
siempre. Al menos, la gente con fundamento. En aquella Amé-
rica, sin visitas de conquistadores ni presuntos descubridores,
creaban antaño un preparado líquido, llámenlo X, que poco o
nada tenía que ver con lo que hoy llamamos chocolate. Hernán
Cortés y compañía, incluyeron el cacao entre su preciado car-
gamento. Y por Inglaterra y Francia, lo popularizaron después
como exótico alimento. Pero tuvieron que llegar unos bilbainos
y otras tantas bilbainas, para ponerle otra X. Y, de esa forma,
darle valor de pecado. Pero pecado mortal. De esos, para los
que no hay perdón ni penitencia. Cómo sería la cosa, que la
chavalería peregrinaba a Tívoli para pillar vicio. Aunque fue-
ra un pedacito. Una modesta esquirla del molde. Esa que se
desprendía cuando lo abandonaba la tableta. Siempre furtivos.
Sobre todo, allá por los 40. Cuando sobrevivir ya era un dulce
regalo. De ahí la advertencia en la tableta. Dos X, como dos
rombos, sobre fondo rojo. Para advertir que la cosa, llevaba
pecado. Pero siempre caímos. Y es que ya se sabe que la vida
sin pecado no es vida.

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CORDONES DE SAN BLAS
SANTO Y UMBILICAL
El tres del dos, manda el uno. El cordón de San Blas. Arrancado
Febrero, se anuda en cuellos propios y ajenos. Y vale, tanto
para los sanos, como para los “kolkos” enfermos. Propio del
beato cristiano, pero visible en cualquier ciudadano. Omnipre-
sente. Otra cosa es el dónde, el cuándo y el cómo. Porque es
este, un cordón, de carácter viajero. Lo he visto desde la punta
de la Patagonia, hasta lo alto de Alaska. Desde la fría Siberia,
hasta la agitada Sudáfrica. También en Australia. Incluso en
Papúa Nueva Guinea, que ya son ganas de irse lejos. En cuanto
al cómo, ofrece pocas dudas. Suele ser mano femenina quien
la entrega. No siempre, pero casi. San Nicolás tiene la fran-
quicia, pero San Blas guarda patente. Dicen que todo empezó
quitando una espina. Cruel venganza la del pescado cuando
se cocina. Y una cosa llevó a la otra. De la garganta pasó al
cuello. Nueve días hay que llevarlo. Y, con ello, llegamos al
cuándo. Eterno dilema. Porque uno no sabe si cuenta el tiempo
en bolso de madre, tía o abuela o si arranca la cuenta atrás a
partir de la lazada. Tampoco está claro si el efecto disminuye
al décimo día o del todo desaparece. O si al quemarlo mal,
el milagro decrece. Solo sé que, cada año, volvemos otra vez
a ellos. Sea por catarro, frío o espina. O, por eso tan nuestro
que es “porque sí” o “por si acaso”. Si usted fuera de Bilbao,
también lo entendería.

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CROMOS
EL DESEADO
A Tomás le costó un duro el de Cruyff. A servidor, un beso el
de Iribar. El precio lo puso un niño con buena colección, pero
mala cabeza. Dicen que es más fácil que te caiga un rayo, que
toque la lotería. Así que conseguir dos cromos del Txopo, debe
ser como sobrevivir a un rayo y forrarte el mismo día. Pero
Íñigo los tenía. Y también una hermana difícil de ver. No por
esquiva, sino por fea. Sabiéndolo el infante, me retó a plantarle
labios a la abstracta Bea. Pude negarme. Es verdad. Pero Iribar
bien merecía un sacrificio. Y allí fue, quien esto teclea, con
tanto miedo como vergüenza. Para besar raudo y pillar cromo.
Y todo, por culpa de la pereza. Que nunca tuve paciencia para
bajar a cambiarlos a la Plaza Nueva. Como mucho, acudía una
vez al mes. En cambio, hoy en día, iría sin pensarlo. Ahora
entiendo que fuera mayor siempre la emoción del padre que
la del niño. Buscaban los cromos que faltaban en los álbumes
que abandonaron. Para regresar al niño que fueron. Yo tam-
bién. Tanta es la nostalgia sentida, que busco en otras tierras y
plazas, la sensación perdida. La del tacto del cromo deseado.
Ese que nunca salía. El que siempre esperaba. El que el otro
tenía. Por ese momento, no pagaría un duro ni daría un beso.
Por ese instante, créanlo, el alma vendería.

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DON CELES
PALABRA DE DON
No sé si es de derechas y mira a la izquierda o es de iz-
quierdas y mira desde la derecha. Pero ese suele ser su
perfil habitual. Llámenme loco, pero a veces le hablo. –¿Qué
pasa Don Celes? –No busco respuesta. Pero son tantos años
compartiendo ratos, que el saludo resulta obligado. Hace 66
septiembres nacía en Santutxu. Dicen que no lloró al nacer.
Siempre fue de pocas palabras. En realidad, de ninguna. Pero,
a buen entendedor… En cuanto a los colores, su mundo tiene
tres. Blanco, rojo y negro. Para qué más. Con eso le basta y
le sobra para contar su vida y aventuras. Porque cerrará pe-
riódico en página final pero, para algunos y algunas, siempre
fue el arranque habitual. –A ver qué dice el caballero, de las
historias en pocas viñetas –. A veces son cuatro. Otras, tres o
dos. Incluso una, cuando lo exige la ocasión o es cita solem-
ne. Todas son sinceras. De corazón. De ahí que no siempre
salga bien parado. Su fortuna, es de sonrisa bimensual. Y su
pelo trifásico. Razón por la cual, en el Paris de la Francia,
le llaman tres pelos. Que serán pocos, pero ninguno es de
tonto. Por eso sigue triunfando. Por eso le queda vida a su
señoría. Y por eso lanzo un brindis deseando, larga vida, a
Don Celes y compañía.

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DON DIEGO LÓPEZ DE HARO
VILLANO Y FUNDADOR
Esa sí que fue bilbainada. Y de las buenas. No le hizo falta
apostar, ni presumir. Lo suyo fue fundar. Imaginen lo que tie-
ne que ser contar por ahí, no ya que uno es “de Bilbao”, sino
algo más grande. No me refiero a eso, imposible de creer y
vulgar de escuchar, que es afirmar que “Bilbao es mío”. Sino
contar algo tan rotundo como “Yo fundé Bilbao”. Ahí queda
eso. No me extraña que pose tan orgulloso, sobre el pedestal
de doce metros. Alargando brazo. Otorgando título. Fue hace
más de siete centenas. Allá por el 1.300. Y lo hizo sabiendo
que Bilbao ya estaba. Villa o pueblo, venía de lejos. Como el
agua que baja del monte para morir en el mar. Pero él tuvo
los bemoles de hacerla suya. Al menos, en el planeta de las
efemérides. Y ya se sabe que el que firma primero... Alguno lo
miraría, ya entonces, diciendo “yo lo vi antes”. Pero las palabras
se las lleva el viento. Y en ese tiempo, soplaba mucho. A veces
desde Navarra y otras desde Castilla. Que la casa del padre
estuviera desde siempre era, para los señores y sus escribas,
lo de menos. La historia la plasma en documento quien tiene
pluma, posibles y asiento. No se explica de otra manera que,
el fundador de la famosa Villa, no naciera en ella. En realidad
no se sabe dónde. Desde luego, no fue en Haro. Por allí pasó
y como apellido se lo quedó. Pero nada es porque sí. Don Die-
go, con su hacer, sentó un principio universal. “Los de Bilbao
nacen donde les da la gana”.

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EL AZULITO
ERAS GRANDE, PEQUEÑO
“Si un agujero puede ser Universo, yo seré nave espacial”. Eso
es lo que debió pensar cierto bilbaino cuando abrió los faros
en el Botxo, allá por los 60. Le llamaban el “cielo”, porque era
azul y entraban los justos. Servidor siempre se refirió a él como
“azulito”. No es solo que fuera pequeño. Era concentrado. Y
muy famoso. De casta le viene al galgo. Bilbao fue la segun-
da capital de la Península, tras Oporto, en contar con tranvía
eléctrico. La Bilbao-Santurce, de 1896. Más tarde, le siguieron
el trolebús y el autobús rojo de dos pisos y aire British. Pero
el pequeño diablo azul siempre fue un aparte. Frío skay y cá-
lida tertulia. Subirse en él llevaba reto. –¿Parará? –La singular
apertura de su puerta añadía misterio. –¿Abrirá? –Y el diesel
sonaba a ronroneo de gato golfo. –¿Aguantará? –Quizá por to-
do ello era el favorito de los niños. Cuestión de empatía. Si iba
lleno, pasaba de largo. Cuestión de operatividad. Pero, sobre
todo, era nuestro. Cuestión de cariño. Un día indeterminado,
desapareció. ¿O no? Puede que solo emprendiera un largo via-
je. Ya no asomará por Bilbao pero, en ocasiones, veo azulitos.
Puede ser en una calle de Chile, Perú, Ecuador o Colombia y
llamarse liebre, custer, buseta o autobusete. Puede ser combi
argentino, pesero mexicano o frecuentar Madrid y Barcelona
sin nombre conocido, ni recorrido definido. Que sus ruedas
serán pequeñas, pero sus pasos son largos. Por eso sé que
está por ahí. Haciendo kilómetros. Como tantos bilbainos
que se fueron, dejando la casa en el retrovisor. Y por eso
lo busco por el mundo. Porque puede estar en cualquier
parte. Al fin y al cabo, nuestro azulito siempre paró donde
le dio la gana.

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EL KIOSKO DEL ARENAL
SURREALISMO CIRCULAR
Pongamos que fue en una tertulia improvisada, en un rincón
de Bretaña. En la tierra de Astérix. Puede, incluso, que fuera
su pueblo, con permiso de Goscinny y Uderzo. El caso es que
servidor, intentaba explicar a un bretón, y a su bigote, que
existía un lugar donde todo era posible. Hasta lo imposible. No
creyéndome, el marino arqueó la ceja. –He surcado océanos
y mares y no conozco tal lugar –apuntó cogiendo el vaso. Así
que le puse un ejemplo. Y, para ello, le llevé a 2008. El año en
que presencié una escena que jamás olvidaré. Sucedió en un
pequeño círculo mágico y musical. Acristalado por los lados
y cubierto por arriba. En él tocaba una banda, que más que
banda era orquesta. A su alrededor, un poco más abajo, nadaba
un cocodrilo del Mississippi. Recuerdo al domador, vigilando
con un ojo al aligátor y con el otro a la parroquia. Tanta gente
asusta al más pintado, por muchos dientes que luzca, pensaría
el artista de la pista. A su lado, un camarero transportaba copas
y viandas esquivando al gentío. Para ello, las sacaba primero de
las entrañas de la tierra. No muy lejos, se adivinaban unas ca-
setas, fiesta y algarabía. –¿Y dónde sucedió todo eso? –preguntó
el simpático bretón. –En un kiosko-respondí. –¿Y dónde está, tal
maravilla? –insistió el marinero, apurando cerveza y conver-
sación. –¿En Nueva York, en París, en Tombuctú? –. Mirándole
a los ojos concluí orgulloso. –En Bilbao querido amigo. En el
mejor Kiosko conocido, en todo el mundo mundial. Si quieres
verlo y subir a él, atraca tu barco en el Arenal –.

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EL PREGONERO
FIEBRE AMARILLA
Será inspiración Liberal, pero le da un punto a semáforo. A
advertencia. No es verde, ni rojo. Porque no es un todo vale
y mucho menos un prohibido. Es amarillo. El color del sí,
pero no. El que está siempre a medio camino. El que pide
cuidado, y a veces precaución, cuando no un poco riesgo o
un toque de emoción. Ese momento en el que el conductor
no sabe si frenar o acelerar. Insuperable metáfora de la Aste
Nagusia. Y si me apuran, del sentido de la vida. Me atrevo,
no me atrevo. Una más, una menos. Me retiro, no me retiro. Y
así, todos los días. Desde el txupinazo, hasta el entierro. Del
cohete, a Marijaia. Por eso es amarillo el color del Pregonero.
No es fácil serlo. Da igual lo que dure el discurso. Su punto
final, siempre es seguido. Por eso tiene que patearse, sí o sí, el
Botxo el elegido. Por si no han escuchado el mensaje de tan
hermoso viaje. El de una semana ácrata, popular y divertida.
Dicen que fue Natxo, voz y cara de Oskorri, quien retiró el
final al punto y lo hizo seguido y eterno. Es lo que tienen
los músicos y artistas. Que saben encontrar la nota perfecta,
para mejorar la melodía.

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EL RUSO
UN CUADRADO DE NIEVE
–Lo siento, pero eso no es un ruso –Ofende a veces, lo sabemos.
Pero tal sentencia lleva verdad rotunda. No nos lo tomen a mal,
pero una cosa es que el pastel tenga un nombre y mil formas y
otra que nos den gato por liebre. Por eso preguntamos, siem-
pre, si el ruso es de Bilbao. Sobre todo, fuera del botxo. Porque
el nuestro se parece a otros, pero difiere. Tanto en gusto, como
en aspecto. La parte eslava del mapamundi de la Villa, no tiene
ubicación concreta. Cierto. Pero se la encuentra fácilmente, en
su forma de pastel y en las confiterías de renombre. El ruso
bilbaino, no podía ser de otra manera, es más alto y esponjoso
que el resto. Para bocas grandes. O para pequeñas pero habili-
dosas, que de todo hay. Conozco a quien ha viajado con ellos
como mercancía hasta el otro lado del planeta. Es lo que tiene
el paladar. Que no entiende de imposibles. Ni de distancias.
Además es un “bien queda”. Bastan dos, para parecer docena.
Llenan paquete y alegran el ojo. Pero, llegados a este punto,
recuerden la máxima: No intenten hacerlos en casa. Para que
el ruso sea ruso, al menos el nuestro, debe nacer en pastelería
y vivir en escaparate. Solo así, acaba “inflau” con los aires y
aromas de Bilbao.

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EL TIGRE
LA FIERA DE DEUSTO
No es la primera vez que lo digo, ni será la última. En asuntos
de fauna, vamos despistados. El enésimo ejemplo, es la fiera
de Deusto. Que sí, que ella anda con empanada, vale. No se
explica, de otra manera, cómo cambió urbe por selva. Aunque
fuera para liderar una famosa empresa de botas y correajes.
Pero si el ojo del tigre apuntó raro, lo de la población bilbaina,
fue aun peor. Tirando a patético, diría. A tanto llegó, que vimos
leona donde había tigre. Será por aquello de que, a su altura
y mirando de frente, se divisa el arco de San Mames. Y que, a
falta de melena, concluimos que la fiera era leonina y hembra.
Tampoco ayudaba mucho que las rayas no se adivinaran en su
cuerpo de cemento. Pero es tigre. De eso no hay duda. Así lo
creó Lucarini. Primero, en barro y pequeño. Luego, grande y
en madera. Y finalmente, en hormigón rotundo. Haciendo su
figura, imperecedera. –¿Y esa fiera? –preguntará el visitante, el
sobrino, la hija, los nietos o el despistado. Y el nativo señalará
orgulloso al felino, como quien señala a Shere Khan. Con fa-
miliaridad. Porque en el libro de Bilbao no habrá selva, pero
hay tigre. Solo que, el nuestro, es amigo. Se lo digo yo, que en
otro tiempo fui Mowgli. Como todos los bilbainos. Como todas
las bilbainas. En Bilbao, la vida es así. En cuanto te despistas,
asoma un cuento en cada esquina.

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ESCUDO DE BILBAO
EL OMBLIGO DEL MUNDO
Decidieron los dioses buscarle ombligo a la Tierra. Que una
cosa es que les saliera bonita y otra que estuviera completa.
Faltaba el detalle. La guinda. El ingrediente que la hiciera
planeta. Así que enviaron exploradores a recorrerla. De Polo
a Polo y de Este a Oeste. Cuentan que por tierra, mar y aire
preguntaron, pero no lograron dar con ella. Hasta que deci-
dieron guiarse por los vientos. Los cuatro. El del este, que era
el benjamín, llegó a un monte llamado Malmasín. El del norte
pilló mar brava y por un golfo llegó hasta el Abra. Siendo el
aire viento en movimiento, Sur y Oeste se juntaron para ver
su nacimiento. El del Botxo. Ese hoyo que se expande, lo dijo
Einstein paseando por la Gran Vía y yo lo oí, cual inquietante
agujero negro. Absorbiendo todo a su paso. De ahí que Bilbao
no tenga mapa, sino flamante mapamundi. Todo hay en él. Y
si algo no hay, es porque no merece estar o no hace falta. Que
tener por tener, es tontería. No es este pues, un ombligo cual-
quiera. Por contar, cuenta hasta con escudo. Con su iglesia, sus
lobos y su ría. Esa es la historia de este ombligo. Y de verdad
les digo, que no es para tomárselo a tontería.

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ESCUDOS DEL ATHLETIC
BÉSAME POCO
No quiere besos. Prefiere respeto. Que la cosa lleve menos
baba y más sentimiento. Así es el escudo del Athletic. Y así
fue siempre. Desde que el mundo es fútbol. Elegante diana
azul primero y corazón rojiblanco después. Centenaria vida, de
variados y geométricos aspectos. Bandera al viento o escudo
quieto. A veces con balón y abrazando. Otras sin él, para ir
avanzando. Luciendo azul o guardándole ausencia. Casi siem-
pre mostrando puente y villa. Y, a veces, pareciendo insignia o
hebilla. Como en el 10 y en el 13. Cuestión de modas. Incluso
de colores. Cambiado el uniforme, repintó su alma blanca. Del
azul al rojo. Y añadió árbol y un poco de verde. El de la tie-
rra. El color de la esperanza. La del casi, la del año que viene,
la del no importa mientras seamos y estemos. Tiene nuestro
escudo, mucho de leyenda. No en vano, estuvo en todas las
batallas. Desde que el planeta es balón y el fútbol es redondo.
Protegiendo a un equipo, a una afición y a un pueblo. Por eso
no quiere besos. Que algunos son de Judas. Él prefiere respeto.
Y compromiso. Con una forma de ser y de estar. Con un Club,
nacido para ganar. Sean trofeos o aplausos. Sabe nuestro escu-
do que, como su hermana bandera, donde más luce es donde
no hay viento. En el corazón del león. Donde el pálpito es
noble y sincero. Por eso preferirá, ahora y siempre, el respeto
al simple beso. Sea jugando en el verde, sentado en la grada
o en el último rincón del universo.

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FELIPADAS
DE RECETAS Y CLIENTES
“El cliente siempre tiene la razón. Y si no, se la da”. Es esta
una máxima tasquera, recogida en el imaginario compartido.
Tiene una segunda parte, que solo a veces se dice, pero que
siempre se piensa. “…porque razón tiene la clientela, hasta
que suelta la tela”. En el caso que aquí nos ocupa, la razón
es doble. Opinión y receta. Y de éxito, por cierto. Don Felipe
fue el creador de un legendario sándwich, sin necesidad de
ser Conde inglés. Tampoco nació como capricho alimenticio
de jugador de cartas. Ni siquiera durante una larga partida.
Fue más un arrebato el suyo, que le vino un incierto día.
Por eso, no fue éste noble sándwich de alta cuna, sino pin-
txo grande de buena barra. A Don Felipe, le bastó con ser
cliente, cocinero y pregonero para inmortalizar receta. Tres
en uno. Como tres son los lados de una “felipada”. Así lo
pidió y así se lo hicieron. Confirmado el acierto, el Alameda
lo hizo suyo y lo abrió a la ciudadanía. Si lo prueba, no le
dejará indiferente. Que bastante triste está la vida, como para
mascar soserías. Y eso vale para hoy y para siempre. Medio
siglo lleva el sándwich, demostrándolo entre nosotros. Podrán
prohibirnos el tabaco, pero que nos dejen el tabasco. Al fin y
al cabo, suena parecido y también lleva llama. La que ofrece,
en cada bocanada, la incomparable “felipada”.

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FOSTERITOS
CARACOLAS EN LA VILLA
No solo es público y notorio que el Metro de Bilbao sea Metro
y medio. Eso es sabido hasta en la China. Además, se con-
firma que es un Taxi. No es ésta la sentencia de un servidor,
sino de un parisino que, hasta el día en que lo conoció, creía
que el suyo era señorial. Díganme ustedes si conocen un tren
bajo tierra, más limpio, fino y coqueto. Hace un mes, no más,
una pareja de ingleses me preguntaron, intrigados, “cuándo
abrían el susodicho”. Inaugurarlo, me refiero. Al responderles
que ya lo hicieron en el pasado siglo, y que desde entonces
va creciendo, me miraron sorprendidos. “Muy limpio para ser
suburbano”, pensarían aquellos Roper aparentemente bien
avenidos. Sobre todo, para haber arrancado en el 98. Echen
cuentas. Parece raro. Pero es lo que hay. Que tendrá lo suyo
el Metro, no lo niego, pero recorran mundo y juzguen luego.
Y ya de paso, fíjense en sus bocas. A ver si son como las nues-
tras. Tan elegantes, finas y generosas. Lo dudo mucho. Porque,
además de puertas, las bilbainas son caracolas con valor de
monumento. Su nombre, es la del apellido que le dio vida.
De Foster, Fosterito. Por eso, no son unas bocas cualquiera. Si
entran por una de ellas, no solo oirán el tren. Podrán también
sentir el mar. Al fin y al cabo, es lo que ofrece una caracola,
cuando nos acercamos a escuchar.

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FUENTE DEL PERRO
DE LEONES Y PERROS
Algo nos pasa en Bilbao con perros y leones. Los confundimos.
No se explica de otra manera que la fuente del perro lleve leo-
nes y el equipo de los leones lleve lobos, que son antepasados
de los perros. Animales admirables todos al fin y al cabo. Pero
distintos. Quizá les una el sentido familiar. La importancia del
grupo. De la manada. Sea como fuere, la Fuente del Perro,
ladra agua. Y tal singularidad, consiguió que las tres cabezas
lograran hacer olvidar su origen leonino. Adiós al rey de la sel-
va. Y de paso, al santo miguelino. Que baje el lobo del monte
y que ocupe fuente y acera. Es lo que tiene que la calle no
se calle. Que le da por hablar y no para. Y hablando, se lía la
gente. Tanto, que da por cierto lo incierto. Y vete después a
reclamar al maestro armero. “Porque es del perro y punto”. Así
es y será por siempre. Desde 1800. Que ya es tiempo vivido
y agua ladrada. Un día, no hace mucho, vi apoyada en ella
a un chucho callejero. Buscaba algo de líquido, un poco de
tregua y un pequeño respiro. Pero hete aquí que un peatón
le increpó de malas maneras. Y yo le defendí ofendido. Al fin
y al cabo, esa fuente es su fuente. La fuente del ladrido. La
Fuente del Perro.

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FUNICULAR DE ARTXANDA
A 3 MINUTOS DEL CIELO
Subir por dentro de una falda siempre fue la antesala del pla-
cer. O del sopapo. Por suerte, los montes son más facilones
que las montañas. Será cuestión de sexo. No lo sé. Solo tengo
claro que tres minutos bastan a nuestro amigo, para poder tocar
el cielo. Arranca en una plaza que, lleva su nombre, buscando
la cima que dicen Artxanda. En esos tres minutos, les asegu-
ro que da tiempo a todo. A él y a quienes en su seno lleve.
Sean mayores o niños, turistas de paseo o paisanos dando un
garbeo. Enamorados iniciando relación o amigos terminando
parranda. Trabajadores dormidos o parados deprimidos. Pare-
jas de casados y también desparejados. Incluyo entre ellos a
solteros, separados, viudas y divorciados. Un crisol de caras,
vidas, historias y gentes. Que no logren alcanzar sus sueños
al llegar, bien arriba bien abajo, no es culpa suya. Al fin y al
cabo, él solo sube y baja laderas. Solo es funicular. 256 metros
en lo alto no da para tanto. O puede que sí. No olvidemos
que va del Paraíso, al Olimpo. De la tierra de Aitor, a la mo-
rada de los dioses. Basta con asomarse para descubrirlo. Si no
existiera, habría que inventarlo. Porque no sube una montaña.
Sube al cielo.

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GALLETAS CHIQUILÍN
EL SONIDO DE LAS GALLETAS
Haga la prueba. Si parte usted una galleta chiquilín, sonará a
apellido. A Artiach. Pero con “che” rotunda. Haciendo ruido al
romper. Como para decir –¡Aquí estoy! –. Para celebrar como
se debe el banquete. Sea desayuno, merienda o cena. Estas
últimas, de invierno, régimen o destemple. Curando larris, a
base de tazón de leche, con sopas de galleta. Barcos de harina
a la deriva, esperando ser rescatados a cucharadas. Tampoco es
mala compañera esta dama, de la onza chocolatera. Personal-
mente, me gustaba usarla como termómetro. Por la seguridad
del paladar, se entiende. Dependiendo de la velocidad a la que
se doblaba, medía uno el calor de la leche. Pero no fue ni es,
la Chiquilín, hija única en su familia. Tiene hermanas de todo
tipo, tamaño y condición. Mención aparte, merece la María.
Que no les engañen las apariencias. Nació en Bilbao, aunque
ahora sea otra quien lleve su fama y renombre. Era también
redonda. Y muy sabrosa. Pero hoy nos quedamos con la que
lucía un flamante rectángulo de singulares rebordes. Ondean-
tes formas, que evocaban a trabajadas puntillas. Nunca conocí
paisano, ni entre los antepasados ni entre los presentes, que
no haya mordisqueado, alguna vez y uno a uno, aquellos tu-
rrados salientes.

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GARGANTÚA
SER DEVORADO
Algunos sabemos lo que se siente al ser devorados. Apenas
duele. Como mucho un golpe lumbar, si te tragan con prisa y
hay exceso de alimento. O un traicionero cabezazo frontal, al
entrar en boca, contra la paleta del comensal. Después nada.
Oscuridad. Y un silencio cargado de gritos ahogados. Quien
no lo ha probado, no sabe lo que es la fragilidad. Cuando
uno se siente pequeño y vulnerable. No crean ustedes que les
hablo de una mala sensación. Para nada. Que la mencionada,
aplaca orgullos y asienta los sentidos. Y de paso, nos habla de
lo efímero de la vida. Hoy estás arriba y mañana estás abajo.
Y, por muy grande que seas, siempre hay alguien aun mayor.
Pero, sobre todo, te enseña a ser humilde. Si ser comida baja
humos, no les digo nada ser excremento. Hay más filosofía
en el Gargantúa, que en los escritos de los sabios griegos. El
propio gigante aprendió en su día, que no hay que bajar la
guardia. Fue cuando, al ser sacado de casa, casi pierde la ca-
beza. Orgulloso y herido, decidió salir poco desde entonces.
Lo justo para ser fiesta y algarabía. Y por ahí va hoy en día.
Tragando a miles de niños y a otras tantas niñas. Con buena
cuchara y mejor tenedor. Que el cuchillo, no afilado, suele salir
traidor. Tampoco le hace falta. Él es de solitario bocado. Se lo
digo yo, que por él fui devorado.

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GASEOSA ITURRIGORRI
LA REINA DE LAS BURBUJAS
Saciar la sed y los deseos de todo un pueblo no es cosa
fácil. Sobre todo, si ese pueblo no tiene otras fronteras que
las del sabor y la costumbre. Siendo más pequeña que las
otras, apostó por la diferencia. Para empezar, optando por
una silueta alternativa. Llamémosle femenina. Fina, algo re-
cargada y de envoltura indefinida. Dejando entrever. Era tal
su discreción, que se vestía con aire de pavés. Los dos patitos
por altura y una corona por montera. Roja intensa. Roja vida.
Otras tenían chapa. Ella llevaba txapela. Muy coqueta. Muy
bilbaina. Muy sabrosa. Tanto triunfó, que le buscaron leyen-
das negras. Como esa que contaban las madres a los niños
del Botxo. –La gaseosa se come los glóbulos rojos –. Como si
eso fuera posible. Del vino que la pintaba y acompañaba, en
comidas y cenas, nada nos decían. Lo malo no estaba en el
alcohol, sino en la burbuja. Qué infamia. Pobre gaseosa. Por
suerte, ella trascendió y supo sobrevivir hasta nuestros días.
Por ahí resopla, aun hoy, cuando menos te lo esperas. Con
ese chisteo que invita a girarse para verla y redescubrir lo que
la hizo mito. Ser la única bebida, de la que se aprovecha todo.
Hasta la chapa. Tapón metálico que llenamos de futbolistas
y ciclistas y que tiene el color de los glóbulos rojos. El iturri.
El que lleva fuente. El que quita “larris”.

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GILDA
ILUSTRE ADOPTADA
Salada, verde y un poco picante. Así es la Gilda. Y puede que
naciera en el donostiarra Bar Casa Vallés. Pero, lo siento por
la Bella Easo y sus gentes, es ésta una dama botxera. Al fin y
al cabo Rita, para ser Gilda, tuvo que cambiar nombre y desti-
no. Del Cansino hispano, al Hayworth americano. No extrañe
pues, que recorriera cien kilómetros mal contados para acabar
en otras bocas y coordenadas. Y, una vez aquí, convertirse en
mito. De ahí que no haya barra ni bar bizkaino sin ellas. Las
cosas son así y así se lo contamos. Avisados están. Que hasta
Glen Ford recibió un sopapo, por no conocer la historia. Por-
que basta con probar su versión pintxo, para comprobar que
Gilda es siempre amante traicionera. Lo mismo entra suave,
que el paladar nos golpea. Todo dependerá del ánimo de la
piparra. Aunque, siendo de Ibarra, es por lo general honrada.
Marida bien con la antxoa, si lleva buena carne, poca espina,
equilibrio perfecto en salada y pasaporte oficial de norteña.
Lo de las aceitunas es un detalle imprescindible, como unos
pendientes brillando en bella cabeza. Que no es la Gilda una
mujer cualquiera, aunque a alguno le parezca.

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GIRALDILLO
VIGÍA DE LOS VIENTOS
No habrá dejado escrito sobre él Cervantes, pero merece li-
teratura nuestro giraldillo. Ocho pies le bastan para caminar,
sin moverse, por la villa y más allá. A fin de cuentas Verne
nunca salió de casa y en cambio lo parece. De ahí que na-
die podrá negar, a este pequeño bilbaino de cobre, haber
viajado lo suyo. Al menos, a través de vida ajena. Lo que no
habrá visto desde lo alto el muchacho. Desde su casa. Por-
que San Antón es Bilbao, hecho puente. Hasta mediados del
XIX, a un lado la iglesia y al otro la plaza pública. Espíritu
y carne. Y por debajo, la ría. Llevando vidas y mercancías.
Anda que no da eso, como para escribir buenas historias.
Pero el giraldillo tiene otro cometido. Siendo de naturaleza
veleta, se queja de lo desprestigiado que está el término, en
éstos nuestros días. Al fin y al cabo, es digno oficio. Alguien
debe vigilar el viento. Sobre todo, en el Botxo. Porque bien
es sabido, aquí y en la lejana Gana, que el aire del oeste
trae galerna, el del norte frío y agua, el del este según le
apetece y el del sur calores y galbana. Que se lo digan al
Athletic. Es sentirlo en la cara y pararse piernas y aplausos.
Agradezcamos pues al giraldillo, de corazón, que vigile los
vientos, desde lo alto de San Antón.

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GOITIBERA
OLIMPIADAS DE GOITIBERA
1899. El siglo terminaba y la carrera comenzaba. Aquella pen-
diente se las traía. En realidad, todas tenían su aquél. Que las
de Atxuri, siempre fueron largas y empinadas. Lázaro, que así
se llamaba el muchacho, contaba con 14 febreros, un cuerpo
robusto y mucha osadía. No temía a nada, ni a nadie. Pero el
cielo era otro asunto. Amenazaba lluvia. Un sirimiri repentino,
podría provocar derrape e infortunio. Por suerte, la máquina
era una perfecta obra de ingeniería. Material de primera y
unos rodamientos en su momento óptimo. Ni muy viejos, ni
excesivamente nuevos. Llevaban preparando la carrera, desde
el día en que leyeron el cartel anunciador. El premio era lo de
menos. Lo mejor era la copa. Cada noche tenía Lázaro el mismo
sueño. Se veía, recogiendo el ansiado trofeo, delante de todo
Bilbao. Y por fin, había llegado el día. La hora de hacer de
aquel deseo, realidad con sabor a fantasía. 112 años después,
la copa está en algún rincón de la casa familiar. Yo la he visto.
En su placa se puede leer, “Campeón del mundo”. Cierto que
no se presentaron americanos, británicos o chinos. Pero eso no
fue culpa de aquél muchacho. Al fin y al cabo, en el cartel lo
ponía clarito: “Campeonato del mundo de Goitiberas en Bilbao.
El que quiera, que se apunte, antes del martes”. Así me lo contó
Don Lázaro. Mi abuelo. Campeón del mundo, de Goitiberas.
Para que conste. Para que se sepa.

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GRILLOS
CONCIENCIA SIN PEPITO
No sé si saben que los grillos, además de ser conciencia pino-
chesca, pueden servir para calcular la temperatura ambiente. El
total de grados centígrados será igual al número de cantos por
minuto, dividido entre cinco y restando nueve al resultado. Ahí
queda eso. No será la de la relatividad, pero la fórmula tiene su
aquél. Una advertencia: Los grillos de Bilbao no hacen cri-cri.
Al menos, no como los del campo. Puede que sea porque no
son machos buscando hembra. O porque no lo necesitan. Les
basta con tumbarse en un plato para atraer al personal. Tanto
a ellas como a ellos, que igual le da. Comensales, me refiero.
Porque serán de aspecto humilde, pero tienen mucho éxito
entre la parroquia bilbaina. Cómo será la cosa, que podríamos
sentenciar, aquí y ahora, que es el más autóctono de nuestros
pintxos. La difícil sencillez hecha bocado. Un poco de verde,
un poco de blanco y un toque amarillo. Sus tres colores bási-
cos. La lechuga, le da frescura. La cebolleta, picante dulzura. Y
la patata, seriedad y contundencia. Lo suyo es comerlo entero.
De una vez. Cerrando dientes y tirando de palillo. Que no es
pintxo que exija paciencia. Si no cabe en boca, será problema
del cliente o exceso del tasquero. –¿Vamos a por grillos? –Quien
escuche esas palabras en Bilbao, que no crea que va al campo.
Va de bares. Tampoco es tan raro. Al fin y al cabo, no deja de
ser senderismo.

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GUGGENHEIM
DE BILBAO, BILBAO
Siendo ausencia nos conocimos y ya entonces apuntaba ma-
neras. Pero apenas tuvo esqueleto, desaparecieron las escasas
dudas. Era como una gigantesca maqueta, que cada día era más
bella. Es lo que sucede, cuando el arte envuelve al arte. Que se
contagia de hermosura y debate, a partes iguales. Y más, cuan-
do se elige buen sitio. No hablo solo del terreno. También está
aquello que lo ocupa. O lo ocupó, en su momento y en su día.
Unas viejas vías y muchos contenedores, un pequeño parque
y varios hangares, una concurrida gasolinera y algunos sola-
res, una famosa clínica y una famosa calle. Y, además de todo
eso, el Guggenheim. Porque siempre estuvo allí. Barco soñado
por un pueblo, que buscaba nuevos rumbos. Muchas voces
criticaron aquella aventura. Pero solo al principio. La mayoría,
si no todas, se pegan ahora por seguir su estela. Siempre que
me preguntan sobre si es mejor el continente que el contenido,
respondo lo mismo. Quienes tuvimos el placer de subir a su
techo sabemos que, esa, es su mejor parte. Porque desde allí
arriba puedes ver en el horizonte el presente y pasado de tu
tierra, mientras tienes bajo tus pies su futuro. El Guggenheim
es la demostración de que, en la vida, es conveniente mirar
hacia el frente sin dejar de mirar hacia el suelo.

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JABÓN CHIMBO
POMPAS DE TOFFE
Tiene aspecto de caramelo. De Toffe para ser precisos. O de
Toffee, puestos a ser puntillosos. Pero no le hinquen el dien-
te. Es un consejo. Yo lo hice y aun me arrepiento. Porque el
Chimbo no es caramelo. Pero tampoco jabón. Es “el Jabón”. El
que ha frotado cuerpos y cabezas de varias generaciones. Daba
igual que fueran ricos, clases medias o gentes pobres. Nunca
hizo distinciones. Lo suyo era rascar mugre hasta dejarnos bri-
llantes. Lograrlo no era fácil. Y por eso nos quejábamos los in-
fantes. –Ay, vale, valeeeee! –protestaba el niño. –¡Si es que no sé
dónde has metido estas rodillas! –ponía como excusa, mientras
frotaba la madre. Y el jabón seguía a lo suyo. Sin inmutarse. Sin
desgastarse. Conozco pastillas de Chimbo, que han vivido más
años que muchas personas. Adquiriendo formas caprichosas.
Desgastadas por los lados. Modeladas por el uso y el tiempo.
Pero ahí siguen. Impertérritas. Dispuestas a seguir limpiando,
allá donde les dejen. Incluso, si se tercia, pueden llegar a ser
receta. Por ejemplo, para el acné y el grano traidor adolescente.
Lo sabemos, certifico, algunos y algunas por experiencia. A él
le debemos triunfales citas, por lograr buena presencia. Frota
duro el Chimbo, eso es cierto. Pero, frota con cariño.

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LA ALHÓNDIGA
DE HYDE A JEKYL
La sangre reseca que impregna sus dedos se oscurece bajo
las uñas. La víctima está a punto de llegar. Así que se sienta y
espera. Las voces suenan cerca. Es un grupo. Mejor. También
en eso es un asesino diferente. Los prefiere a las parejas o a
los tríos. Decidido, sale de las sombras y ataca. El grupo se
dispersa presa del pánico. Y su víctima se queda sola. La luz
de la ventana se refleja en el filo, justo en el momento en
que realiza una parábola lateral. Con un golpe seco, acaba
clavándose en el estómago de la víctima. Todo ha acabado.
Suena una sirena. Objetivo cumplido. Seis mujeres y cuatro
hombres apuñalados y otros cien aterrorizados. Ha sido un
buen día. Es hora de cambiarse y desmaquillarse. Le gusta
este trabajo. Quién le iba a decir a él que un día acabaría ha-
ciendo de Jack el destripador en “El Pasaje del Terror”. Solo
hay un pero. No hay forma de eliminar la pintura roja que se
queda bajo las uñas. La verdad, es que parece sangre. Y, en
el fondo, le gusta.
El Pasaje del Terror fue una atracción de feria que acogió La
alhóndiga en 1988 y que aterrorizó a bilbainos y visitantes.
Tras ser almacén de vinos y objeto de proyectos varios, el em-
blemático edificio acogió todo tipo de actividades. Hasta que,
por fin, resurgió cultural y hermosa. Pero todos tenemos un
pasado. Hasta las alhóndigas.

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LA AMATXO DE BEGOÑA
EN EL NOMBRE DE LA MADRE
Madre solo hay una y a ti te encontré en Begoña. Allí, al final
del empinado camino. Donde termina el nombre de Mallona,
a la par que el fuelle del peregrino. Trescientas once escaleras
tienen la culpa. Naciste humilde. Pudiendo nacer en Catedral,
elegiste Basílica. Y le cediste el privilegio a San Mamés. Todo
fuera por los leones. Además, como buena madre, supiste ele-
gir torreta. Para vigilar a los hijos, tanto de noche como de día.
En la vida y en los sueños. Porque el peligro acecha siempre.
Si lo sabrás tú, que viste sufrir antaño al agujero. Fuera por
guerras o aguas, epidemias o desencuentros. Que de todo hay
y hubo. Tantas situaciones, como gentes van y vienen. Algunos
te rezan, otros te respetan. También hay quien te ignora. Pero
esos, no son de Bilbao. O no del todo. No me preguntes por
qué. No todo amor puede explicarse. En realidad, ninguno. Al
menos, si es verdadero. Y el nuestro es real. Para alguien de
Bilbao hay tres cosas que son sagradas. El Athletic, la cuadrilla
y la amatxu de Begoña. Incluidos, quienes aborrecen el fútbol,
tienen pocos amigos o son ateos reconocidos. Por tradición,
por costumbre o porque sí. Porque nos da la gana. Si ella no
pregunta, nosotros tampoco. Tan solo nos limitamos a procla-
mar, siempre con orgullo eso sí, el nombre de la Madre.

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LA GRÚA CAROLA
LA BELLA CAROLA
No es caracola. Es Carola. Pero suena a mar. Y a ría. La que le
vio nacer hace más de medio siglo. Los foráneos se sorprenden
de que exista una tierra en la que la vieja industria se pueda
convertir en nuevo arte. Sean grúas o chimeneas. Como la de
Etxebarria. Ahora que lo pienso, ambas son mujeres. Normal.
Son las cosas del matriarcado. La madre, como centro de todo
y de todos. También Carola. Alta y poderosa. 60 por 30. Que
no serán a simple vista medidas de modelo, pero sepan que
lo fueron. De hecho, marcó una época. Y gloriosa, además. Se
codeó con lo mejor del sector y fue por todos admirada, tanto
dentro como fuera. Por tener, hasta tuvo su momento de pa-
sarela. Que se lo digan a la mujer que la inspiró. Un bellezón,
que cruzaba a diario la ría y, de paso, los corazones. Carola
era su nombre. Sin más. Sin oficio, apellido o gentilicio que
servidor sepa o necesite saber. No somos cotillas. Aquella Ca-
rola se fue, pero la grúa permanece. Aun más guapa. Dispuesta
a enamorar desde la quietud y la elegancia. Con ese aire que
otorgan los años a la gente bien. De alguna manera, se siente
abuela. Por eso recibe en su regazo, a quien quiera verla. Para
que, juntos, puedan contemplar lo que fue y lo que será, desde
lo más alto. Desde arriba del tiempo.

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LA LOCA DE ARRIKIBAR
MISTERIOSA PENÉLOPE
Dicen que la canción escrita por Perales, y cantada por Mo-
cedades, no nació pensando en ella. Pues no será así, pero
lo parece. Otro misterio que sumar en torno a esta intrigante
dama. Tampoco fue, por otro lado y a decir verdad, tan bello
su estar, ni tan novelesco su desamor. Hay quien asegura que
el hombre de sus ojos no fue verdugo, sino víctima. Que, ser
querido sin querer, también duele. Además, hay quien pide
que la olvidemos y pasemos página por el bien de ella y de
los suyos. Que no debe ser plato de buen gusto llevar el San
Benito de la locura. Pero, cuando la leyenda gana a la historia,
la verdad es secundaria. Y, a veces, hasta nos molesta. Por eso
sigue ahí. Sentada sola, en un banco del imaginario comparti-
do. Esperando al amor que no llega, mientras teje su destino.
Al fin y al cabo, si algo tuvo siempre, fue tiempo y lana. El
final no fue el esperado. Pero tampoco es eso raro. Este tiempo
prestado, que llaman vida, ni es lógico ni tiene sentido. Más
loco es el que no persigue un sueño, que el que aguanta pe-
sadilla. De ahí que la dama de Arrikibar no estuviera loca. Al
menos, loca de amor. Porque eso, es paradoja. Ya que el amor
sin locura, ni es amor ni da ternura.

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LA OTXOA
CUANDO LA RÍA SE HACE CARNE
De José Antonio a la Otxoa, hay la misma distancia que del
río a la ría. Su apellido empieza con “N” de Nervión. De ahí
que el cambio de género sea en ellos tan natural como fluvial.
Depende de cómo vengan las aguas y de la hora del día. Al-
go que no gustó en tiempos pretéritos, a las mentes obtusas
de manos rectas. Como sería la cosa antaño, que acabó en
comisaría. Solo por ser diferente. Por buscar liberación, entre
tanta opresión. Tamaña injusticia, le animó a tirar de sarcasmo
e ironía. La Otxoa es a Nielfa, lo que Marleen es a Marlene.
La mitad más famosa. La más nocturna y peligrosa. Pero una,
no puede entenderse sin la otra. Ni Bilbao, sin ambas. Ella ha
puesto himno a todo lo que somos y a lo que negaremos que
alguna vez fuimos. Y él, José Antonio, la mantiene como una
reina. No es cosa fácil. De ahí sus negocios y sus constantes
sudores. Como todo buen amante, sabe que no hay amor más
grande que el amor sincero. Cueste lo que cueste. Por eso la
Otxoa se quiere. Porque se sabe irrepetible. Al fin y al cabo,
siempre tiró del amor de los amores. Del amor propio. La
Otxoa es el último juglar de Bilbao. Lo reconoceréis fácilmente.
Va vestido de mujer y un hombre es su guía.

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LA PLACA
MEDALLAS EN LAS ESQUINAS
Puede ser en un telediario o en una foto en la prensa. Da igual
quién salga o qué suceda. Si la veo sabré, sin duda alguna,
que el asunto hablará de Bilbao. Porque no hay otra igual. Ni
tampoco más bella. Corazón azul, rodeado de oro. Con aire
noble en tierra liberal. Las placas de Bilbao, no anuncian calles.
Las condecoran. Con su liturgia y su donaire. Su respeto y sus
maneras. Por eso posan flamantes. Aguardando miradas. Y, a
veces, vídeos y fotos. Es el precio de la fama. No solo nominan
vías, calles, plazas, alamedas o callejones. También nos señalan
en el mapa, el lugar destinado a la Villa. A Bilbao. No deja de
ser significativo que la empresa que rediseñó el viejo modelo
se llame Aurrera. Porque si algo nos dicen las placas, es “Ade-
lante”. Una permanente invitación a pasar. A entrar en el Botxo
y a perderse adrede. Porque ellas no engañan. Nos cuentan
dónde. El por qué, es otro tema. Siempre dependió de quien
las pusiera. Me quedo con las de nombre de perro, pelota o
variados oficios. Y las de maestros entre bares, sean riberos o
poceros. O las que fueron testigo de nacimiento y domicilio
de un servidor. Cuestión de cariño. Pero, sobre todo, guardo
una en la memoria. Es esa que lleva una hermosa palabra por
bandera. “Amistad”. Siete letras, tres sílabas y un sentimiento.
Si no es eso medalla, que baje Don Diego y lo vea.

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LICOR DEL POLO
TXIRENE ICEBERG
Don Salustiano nació en Briones, porque se le pasó nacer
en Bilbao. Que andaba el hombre muy liado y pensando, ya
entonces, en qué hacer tras la primera bocanada de aire. La
que nos da el aliento de vida. Lo arregló viniéndose a vivir al
Botxo en cuanto pudo. Una vez situado, montó un Balneario
permanente en la Villa. Su eslogan, “Baños hidroterapéuticos a
la altura de los mejores de Europa”. Doce bañeras de mármol
tenía y dos cuartos de duchas, con agua caliente y fría. Pero
no fue famoso por eso aunque, según dicen, tamaña empresa
lo merecía. Sino por un licor que no emborrachaba, pero a
todos agradaba. Sobre todo, a las narices del prójimo. Que al
fin y al cabo era quien lo olía. Licor del Polo llamó al inven-
to y así por todos es conocido. Lo que poca gente sabe, es
que su inventor fue un hombre de carácter singular. Aun más
fuerte, incluso, que el popular elixir polar. Ateo convencido,
a su familia desheredó. Dicen, quienes de esto tienen datos,
que fue porque eran beatos. Y él, en cambio, no. Para nada,
oiga. Era ver a alguien rezar y se ponía a blasfemar. Al fin y al
cabo podía lavarse la boca, y borrar el olor a insulto, cuando
le daba la gana. A tanto llegó su convicción atea que, tras su
muerte, dejó dinero para crear una escuela de beneficencia.
Siempre y cuando, eso sí, eliminasen la religión y apostasen
por la ciencia.

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LOS MITOS
LA DIFÍCIL SENCILLEZ
Ser de Bilbao y mito no tiene mérito. Es intrínseco. Pero subra-
yarlo a base de guitarra con cables, en la Villa de los sesenta,
se antoja épico. Cuando no utópico. Tony Santiesteban como
solista, Carlos Zubiaga a la guitarra y los teclados, José Ignacio
Millán al punteo, Paco García en la batería y Oscar Matía Soro-
zábal en el bajo. Cinco eran cinco, que para cuarteto ya estaban
los Beatles. Comenzaron un tanto “Famélicos”, allá por el 66.
Y, a base de acertadas notas, engordaron el orgullo botxero,
para convertirse en grandes “Mitos”. En los setenta llegaría un
maño, Fernando Brosed de nombre, para poner voz al grupo,
tras la marcha de Tony. Esos son los datos. Pero el pentagrama
de sus vidas tiene muchas más líneas. Tantas, como éxitos tu-
vieron. Cosa, que no siempre fue sabida. –¿Qué son de Bilbao
los Mitos? –preguntaba extrañado más de uno, cuando la radio
les pinchaba. Pues sí, bilbainos y bilbainas, que se sepa hoy y
siempre, que fueron los Mitos famoso grupo botxero. En rea-
lidad, siguen siéndolo. Porque las canciones podrán durar tres
minutos. Pero su recuerdo dura toda la vida. Basta con cerrar
los ojos y abrir los oídos. De verdad, créanme, como dicen
ellos, “es muy fácil, si lo intentas”.

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LOS TRIÁNGULOS DEL EME
CON EME DE MISTERIO
No es el de las Bermudas, pero es un misterio. Solo que, en
este caso, no desaparecen aviones, barcos o personas. Sino
el triángulo en sí mismo. O debería decir triángulos. No co-
nozco a nadie que se conforme con uno. Hay quien dice que
la clave está en el pan. Otros afirman que en la salsa. Quién
sabe. Una confidente bilbaina de fiar, me contó en su día que
sus creadoras, cinco hermanas, buscaron sabores fuera. Entre
otros lugares, visitaron Madrid. Esther, la mayor, y su marido
Luis recorrieron bares y tabernas del viejo Foro hasta encon-
trar el sabor imaginado. Lo encontraron en un indeterminado
lugar de la Gran Vía, por entonces Avenida José Antonio. Fue
una inspiración. Una suma de detalles. Un poco de esa tapa,
el pan de este bocadillo, la alegría de aquella salsa… De eso
hace ya 52 años. Ya solo queda Julita de las cinco hermanas.
Pero el sabor de la familia permanecerá por los siglos de los
siglos. De hecho, ya no les pertenece. Es patrimonio de los
paladares de la Villa. El famoso triángulo que nace cuadrado.
Puede que los egipcios de la III Dinastía ya los conocieran.
O que Pitágoras construyera con ellos un teorema. Pero fue
el EME quien los llevó más allá. Dándoles alma. La justa para
compartir un breve momento con paisanos y foráneos. Si no
han comido uno, puede que sepan mucho de sabores, pero
no saben a qué sabe, el capricho del que sabe. El sabor Bilbao
cuando se pone equilátero.

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MARIJAIA
DAMA DE VIDA ALEGRE
Efímera es su vida. Pero a cambio, es intensa. Marijaia viene a
ser la cara B de una Virgen. Adorada y respetada, sí. Pero no
por estar en ningún santoral, ni vivir en sagrado pedestal. Sino
por aceptar en sus abrazos al foráneo y al local. Siempre sin
preguntar. Siempre sin exigir. Sus dos únicos mandamientos
son: “Disfrutarás las fiestas” y “Respetarás las del prójimo como
si fueran tuyas”. Más allá de la escueta tabla de normas, está
su naturaleza. Es, lo que se dice, una dama de vida alegre.
Por eso se va con todo el mundo de farra. Sea a los toros o a
los concursos, a las barracas o a los conciertos. Por el Arenal
o por el Ensanche. Entre txosnas o de hoteles. Nunca le ha
preocupado el qué dirán. Y aun menos, el qué pensarán. Solo
le importa cómo lo pasaremos. El año que viene, me refiero.
Que este ya es pasado. O un presente, tan intenso, que no
deja tiempo para reflexionar. Por eso, apenas es ceniza, ya está
pensando en ser cuerpo. Que es ella mucha hembra, para tan
poco fuego. De ahí que cada año, agostado ya Agosto, asome
en el Arriaga, teatral y emocionada. Es entovnces cuando mira
orgullosa al pueblo, abre los brazos al mundo y ofrece a la
fiesta su pecho.

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MELPOMENE VESTIDA
LA DECENTE
No tuvo suerte la niña. Cierto que su hermana mayor fue
criticada y perseguida. Pero al menos tuvo una vida intensa,
envidiable y divertida. Ella en cambio, nació decente. Con tan
larga túnica, como corta libertad. La moda en los 50. Lo que se
llevaba. También llevaba lira. Pero no sonaba a fiesta y alegría.
Sino a réquiem y a policía. Secreta o indiscreta. Pero siempre
gris. Guardando el orden que regía. Ese fue su mundo y así lo
cuento hoy. Aunque, recuerdo cierto guiño del ayer. Siendo
niño, tanto que no sé si es dato fiable o recuerdo inducido,
me miró la estatua una mañana. O puede que fuera al revés.
El caso es que habló. En realidad, preguntó. Quería saber el
destino de su hermana. No supe responderle. Por entonces,
nada sabía de ella. Así que me limité a perseguir a las palomas
y a los gorriones, a falta de tximbos y mejores emociones. Ya
mayorcito, casi adolescente, la vi marchar. En su lugar se quedó
la hermana pródiga. La desnuda. La antaño vetada. Y ella se
fue, sin queja ni lamento, a otro desplazamiento. Un popular
rincón de la Villa. La Plaza de la Casilla. Pero no se detuvo aquí.
Puestos a volver a vivir, vivió más vidas. Hasta que, finalmente,
se fue a posar en un nuevo Bilbao. Y allí la encontraréis. En
la orilla de su ría.

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MOCEDADES
MUCHO MÁS QUE TÚ
Los Uranga no son una familia. Son una banda sonora. Siempre
lo fueron. Desde que Amaya, Izaskun y Estíbaliz arrancaron
con el trío fraternal. Incluso tiempo después, cuando se añadió
testosterona y gravedad al asunto, aumentando “Voces” y aña-
diendo “Guitarras”. No les digo ya lo que fue, al pasar a Mo-
cedades. Desde ese momento, fueron el sonido de lo propio.
El orgullo de un rincón de Europa. Ese que sintió que el dos,
puede ser uno. Al menos, en la Europa musical. Por eso canta-
mos con ellos, desgañitados ante la pantalla. Buscando el “tuelf
points” y con ello la gloria. Porque aquél “Tú” del “Eres”, era
el “nosotros” de “Somos”. Por eso compramos sus discos. Para
regalar tierra. Y por eso aprendimos inglés, y hasta latín, para
seguir versos o temas. Llegados a este punto confesaré que, tras
compartir sobremesa con ellos, ya nada es igual. Las cenas ya
no son tan plenas, ni las otras voces tan buenas. Porque ellos
no cantan. Tocan en lo profundo. Allá donde no llega el bisturí
del cirujano. Al lugar, en el que se guarda el interruptor que
enciende tanto la risa, como el llanto. Al fin y al cabo, fueron
y son una familia. Hasta para romperse en Mocedades y Con-
sorcio. Que nunca hubo una sin un roto. Por eso, repasar las
fotos del grupo, es repasar las de la familia. Las de la suya y la
nuestra. Que, en el fondo, siempre fueron la misma.

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MUSA MELPOMENE
LA MUSA DESNUDA
No siendo maja, es majísima. Cómo será que cada mañana nos
saludaba furtiva. No es que sea altiva. Es que mira para arriba,
buscando ideas que regalar al artista. Nosotros íbamos camino
del colegio o el trabajo. Ella, camino de la inspiración. Hasta
que llegaba el viernes por la tarde. La hora de la libertad. En-
tonces, emocionados, nos encontrábamos en el parque. Como
siempre. En la misma esquina. Bueno, en realidad era “nuestro
siempre”. El suyo fue más viajero. Porque, para ser estatua,
fue muy movida. Tanto, que intentaron retenerla. Y, acusada
de desnudez, acabaron por detenerla. Como si las vergüenzas
estuvieran en el cuerpo y no en el alma. Ya les he dicho que
no es maja, pero también fue vestida. Como la goyesca, sufrió
censura. Le robaron años y décadas de vida. Por qué será que
el totalitario se preocupa más de la bragueta del pueblo, que de
lo que adolece su tripa. Pero no pudieron con ella. Al fin y al
cabo, siguió viviendo en la mente del artista. Igual que hoy. Por
un lado, junto al Bellas Artes. Por otro, entre los recuerdos de
los pródigos. Mujeres y hombres de la Villa, que duermen en
tierras lejanas pensando siempre en su lira. La que, sin sonar,
sonaba cuando estábamos en casa. Entonces no la apreciába-
mos. Pero hoy, añoramos su melodía.

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PARQUE DE LOS PATOS
EL PATO QUE NUNCA FUE FEO
–No sé que tiene ese cisne que no tengamos nosotros –Comentó
susurrando un pato. –Puede que sea por el cuello, que luce en
forma de ese. –Respondió el otro, tras pensar en ello un rato.
–¡Veo que sois nuevos en el parque! –exclamó un tercero, con
buen oído y mejor pico, desde el fondo del estanque. –Aquí, el
famoso no es el cisne. Sino el pato –. Sorprendidas las dos aves,
le pidieron al viejo ánsar nuevos datos. Y este, aprovechando
que no había gente ni comida, les contó la historia del parque
de Doña Casilda. –No será el Hyde ni el Central. Tampoco
estará en Nueva York de las Américas o en el Londres de In-
glaterra –comenzó diciendo el pato. –Eso ya se ve, porque es
tirando a pequeño. Poca tierra y diminuto lago –dijo osado,
el más novato de los patos. –Pues que las apariencias no te
engañen, compañero alado –sentenció el viejo emplumado, un
tanto mosqueado –No es uno grande por lo que ocupa, sino por
la gente a quien preocupa –. Qué razón tenía aquél sabio ánade
botxero. Porque la vida, pone a cada uno en su sitio. De ahí,
y por eso, que en Bilbao, un pato, pueda alcanzar grado de
noble. Para qué ser bello cisne o elegante pavo real, si puedes
tener un parque, siendo un pato normal.

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PASTEL DE ARROZ
PASTEL MENTIROSO
Nunca nos quedó claro qué llevaba Caperucita en la cesta, ni
por qué el lobo la quería. Para mí, que era un pastel de arroz.
Tamaño cuento, añado. Con su moraleja y su todo. Porque lo
de este dulce es digno de reflexión. No sé si saben, que nece-
sita un día completo para nacer. Con su mañana, su tarde, su
noche y su amanecer. En ese tiempo, crece un centímetro. De
seis pasa a siete. Y alcanza su esplendor. Como sus hermanos
“el ruso”, “la carolina” y “el bollo de mantequilla”, su poder
muere más allá de Altube. A veces, traspasa la línea. Pero poco.
No sea que le cojan cariño y no pueda regresar algún día. Al
fin y al cabo, sabe que es único. Tanto, que puede triunfar sin
ayuda de otros. Solo ante el peligro. O ante la gula. Porque este
pastel no se come por hambre. Que lo sacia. Sino por placer.
Que lo asegura. De ahí que el lobo lo desee y Caperucita lo
proteja. Morderlo proporciona tal cúmulo de sensaciones, que
no hace falta nada más. Quizá un sorbito de café con leche.
Pero por tragar, que no por necesidad. Aun así, no hace ascos
a formar en caja junto a otros. Un pastel con forma de cesta
y sabor a fábula. Al fin y al cabo, lleva cuento. Y, además de
moraleja, sabrosa mentirijilla. Pero se le perdona. Porque no
llevará arroz, pero lleva patria.

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PICHICHI
EL REY GOL
Fue hombre antes de ser leyenda. Y jugador antes de ser trofeo.
Su nombre empieza con “R” de red y termina con “L” de gol.
Normal que, Pichichi y el gol, sean uno. Hablo en presente,
porque el mito tendrá tumba, pero no tiene descanso. Es la
suya una eternidad, que nace al morir. A veces antes. Como
le pasó a él. Ya era icono, cuando calzaba botas. En el barro
del rectángulo de los sueños, construyó las mejores ilusiones.
Las propias y las ajenas. A tanto llegó su arte, que atravesó el
tiempo y el espacio. Haciendo que su nombre sonara a grito.
Ese que sale de las entrañas y fluye por la garganta. Ese, que
bautizaron “goal” y nosotros llamamos gol. Palabra inglesa, que
le gusta usar al botxero. También al resto de los bizkainos. Y al
vasco en general. En realidad, a toda gente de bien con ganas
de alegría. Por eso, al recordar a Pichichi, sonreímos. Porque
lleva retranca. Nunca pasó desapercibido. Sus tantos estrenaron
marcadores, campos y catedrales. Alegraron los afines corazo-
nes y tocaron otra cosa, en los ajenos, que también acaba en
“ones”. Fueran jugadores, entrenadores, directivas o aficiones.
Porque siempre le envidiaron. Por genio y por ingenio. Por
clase. Hasta en el irse tuvo arte. No pudo intoxicarse como los
pobres, no. Lo hizo con ostras, como los reyes.

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PINTXOS MORUNOS
ÁFRICA EN UN PINTXO
Si uno de Bilbao puede nacer donde le da la gana, que es
discutible, en Bilbao podrá renacer quien le dé la gana, que
se antoja más factible. Además, es lo justo. Y eso vale para
personas, animales o cosas. Sean estas últimas, objetos deco-
rativos, complementos o alimentos. Basta con que entiendan
dónde están. Tuvo el pincho moruno ese tino, para cambiar la
“che” por la “txe”, al final del camino. Un recorrido que inició
en la Melilla de Iturribide, para terminar, allí está aún, en el
Iruña del Ensanche. Hamed es el padre, la madre y el espíritu
de este producto singular. Porque es probar uno, y necesitar
comer un par. Que dos siempre es buen número. Hasta para
los pintxos. En el caso de los morunos, a Tomás le recuerdan
a su infancia. A un servidor, a la fiesta. Fuera picante o no
picante. Y me refiero tanto al bocado, como a la noche. En
ambos casos, iban acompañados de trago largo y refrescante.
Que no es cosa buena llenar la tripa, sin mojar bien el gaznate.
Además, el moruno, así lo exige. Y luego dirán algunos que no
es un planeta Bilbao. Cómo no va a serlo si, en un solo pintxo,
ya lleva un continente.

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POLVORÓN FELIPE II
APLASTANDO A UN REY
Dicen que fue homenaje lo del nombre. Lo de Felipe II, me
refiero. Pero verte estrangulado y aplastado, a veces con saña,
para después ser devorado, no debe de ser plato de buen gus-
to. Salvo si se es polvorón y monarca, por lo que parece. No
haré chistes de dobles sentidos por aquello de que, hablando
de reyes, el polvorón solo tiene un sentido. Y los reyes, tam-
bién. Así que abandonemos el cotilleo, para pasar a la sustan-
cia. La que llena la boca de esplendor sin necesidad de ser
cuantiosa. Un bocado basta para entender su magia. Esa que
lleva harina, manteca, azúcar y almendra. La que se envuelve
en fino papel, a base de doble trenza y se aprieta con la palma,
para darle consistencia. Quizá de ahí le venga el nombre. Al fin
y al cabo, Felipe II, era conocido como “el Prudente”. Y pru-
dencia hace falta para comer un polvorón. No sea que la cosa
se rompa y acabe por los suelos o en la solapa. Fina metáfora
la de este dulce, que no deja de ser como un imperio. Una
frágil unión que, por mucho que aprietes, siempre se rompe.
Qué se le va a hacer. Está en la naturaleza del polvorón. Por
eso, al abrirlo, monta revolución.

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PUENTES DE BILBAO
BOTONES DE UNA RÍA
Los puentes son como los charcos. Pasar con encima siempre
lleva incertidumbre. Al fin y al cabo, el agua amenaza desde
abajo. No es culpa suya. Pero su discurrir nos inquieta. Sea por
exceso o por defecto. De ahí que los puentes se frecuenten
más como paso urgente, que como atalaya paciente. Al menos
en Bilbao. Aunque no siempre fue así. Antaño nos sirvieron
para despedir y recibir a barcos y mercancías. Cuando el co-
mercio llevaba salitre. O los utilizamos para vigilar siderurgias
y aventuras navales. Cuando Bizkaia tenía hierro. Incluso nos
ayudaron a saludar triunfos en rojo y blanco. Cuando éramos
apoteosis. Pero no acabó aquí la cosa. Quizá sea menos pom-
poso, pero es un dato real. No sé cuándo fue. Quizá desde
el principio. Me refiero al momento en que el puente pasó a
ser piel. Llevándonos de un lado a otro, de una orilla a otra.
Uniendo gentes, clases, amores, culturas, diversiones y dine-
ros. Fue entonces cuando el puente ganó sentido. Porque dejó
de ser caminado por el peatón, para ser del agua un botón.
Bilbao tiene diez. Desde San Antón hasta Euskalduna. Luego
está Rontegi. Pero es más hebilla que botón. Cerrando a lo
grande. Al fin y al cabo, hablamos del mapamundi. Si no me
creen, crucen nuestros puentes. Y, al hacerlo, asómense a las
aguas. En ella estamos todos. A merced del destino. A merced
de la corriente.

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PUPPY
UN ESCOCÉS VINO A BILBAO
No se llamó siempre Puppy. A veces fue Lagun, Boss, Milú,
Blanquito o Troy. Tantos nombres tuvo, como estrellas hay en
el cielo. Tampoco fue un West Highland Terrier todo el tiempo.
Pudo ser caniche, pastor alemán, bóxer o simplemente, calle-
jero. Pero todos ellos están en Puppy. Por eso es tan grande.
Por eso es tan soberbio. Quince toneladas de sentimiento. Me
lo contó, una tarde, un niño en Mazarredo. Su perro se había
ido para siempre. En trece años, solo le dio un disgustó. No ser
eterno. Al principió el niño lloró amargamente. Pero fue antes
de saber la verdad más evidente. Que los perros de Bilbao no
se quedan en la Tierra, ni tampoco van al Cielo. Tampoco es
el Limbo su lugar, tras hacerlos enterrar. Ni viven reencarnados,
tras ser incinerados. Los chuchos del Botxo, tienen más cate-
goría y mejor acomodo. Ser todos uno. Para formar un campo
santo, sin necesidad de cementerio. Donde las flores huelen a
vida y están siempre en movimiento. Donde perro y arte son
amigos. Y, de paso, compañeros. Así me lo contó aquél niño.
Él que cada noche se asoma a la ventana, para ver a su amigo.
Sabe que Puppy nunca se irá. Por eso no lleva collar. Por eso
será eterno.

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RÍA DE BILBAO
CORAZÓN DE AGUA
Cuando la miro no sé si es ella o él. Ni si viene dulce o salada.
Dicen que si te bañas hoy, frente al ayuntamiento, sabe a lo
primero. Puede. Pero no me vale. Ella siempre jugó al engaño.
Hoy te quiero, mañana no. De ahí, que su abrazo sea a veces
peligroso. Tiene mal beber. El exceso de líquido saca lo peor
de su ser. Arrasa con todo y con todos. Aunque no le culpo.
Ella llegó antes. Cedió orillas y nos dio cobijo. Y no siempre
se lo agradecimos con fundamento. Durante décadas, vivimos
un envidiado romance. Éramos famosos en el mundo entero.
Ella nos protegía y nosotros recorríamos su cuerpo. De punta
a punta. Los catorce kilómetros. De lado a lado. Los dos mun-
dos. Y fuimos felices. Comimos, bebimos, trabajamos y nos
quisimos. Hasta que llegó ese momento en el que una pareja
se estanca. Llámenle crisis, llámenle egoísmo. Lo que eran en
su día baños y risas, se convirtieron después en residuos y
desplantes. A tanto llegó el distanciamiento, que dejamos de
mirarla. Le dimos la espalda. Primero, días. Luego, años. Y
finalmente, décadas. Aun así, intentó llamar nuestra atención.
Lo mismo traía gabarras cargadas de ligas y copas, que nos
sorprendía con delfines y focas. Servidor la conoció marrón y
triste. Ahora parece más lo que siempre fue. Agua viva. Y me
alegro. Las reconciliaciones siempre son buenas. Pero esta vez
no podemos fallar. Vamos a darnos tiempo. Vamos a mirarnos.
Y a mojarnos. Es hora de que los bilbainos volvamos a amar,
como se merece, a esa dama llamada Ría.

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SAGRADO CORAZÓN
EL VIGÍA
Al Sagrado Corazón de Bilbao le pasa lo que a Zarra. De
Pancorbo para arriba y para abajo siempre quisieron ponerle
cascabel. Y quien dice cascabel, dice etiqueta política. Para
hacer suyo, lo que era de todos. O de nadie, que también
puede ser. De ahí que unos lo pagaran, otros lo construyeran,
los siguientes lo amenazaran y los anteúltimos lo utilizaran.
Por suerte, los últimos, los de apenas ayer, lo dejaron estar.
Tal y como fue. Tal y como nació. Al final de una calle, lla-
mada Gran Vía. Recibiendo de espaldas vehículos, peatones
y tranvías. En plan torero. Confiando en la suerte. Algo que
sorprende, yo lo he visto, al novato visitante. Porque ellos no
saben cuál es su verdadero destino. Su razón de existir. Ser
el vigía peculiar, de una tierra singular. Una población con
Fe terrenal. De esa que sí, pero con matices. Espiritual, sin
olvidar lo material. De ahí que la palabra villano, adquiriera
doble sentido en su día. Por un lado localismo. Por otro, mo-
ralismo. O la falta de él. Que la Villa siempre fue pecadora.
Y a mucha honra. Aquí y en Roma. Lo llevamos en la sangre
y se contagia por la ría. A veces el pecado venía de fuera.
Otras, de casa partía. De ahí que la estatua de la espalda al
camino y siga mirando la ría.

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SALCHICHAUTO
BILBAO Y SU AUTO LOCO
Puede que nos enamoráramos de Penélope Glamour o de Pe-
dro Bello, según géneros, gustos o cadencias. Y que nos riése-
mos con Pierre Nodoyuna y su compañero Patán. Pero el “Auto
loco” por excelencia en Bilbao, era el Salchichauto. Seamos
sinceros, tenía un punto al Papa Móvil, mucho antes de que
éste existiera. Lo digo, por aquello de que llevaba a un hombre
de pie en su parte trasera. Que no repartiría papales bendi-
ciones, vale. Pero expendía bocatas, que provocaban sonoras
exclamaciones. –¡Lleva dos salchichas! –gritaba sorprendido el
nuevo cliente. A lo que Pedro, no Bello sino Abajo del Río,
respondía decidido –¡Es que menos, no da ni para un diente! –.
Luego estaba el sabor. Si el Salchichauto hubiese aparcado en
Nueva York, los carritos de Gotham hubieran pasado a mejor
vida. Va a comparar usted el sabor de los bocatas de Pedro, con
los plastificados de esas tierras. Tanto por producto, como por
tratamiento. No tienen parangón. –Están de cine –sentenciaba
la parroquia bilbaína en su día. Normal. No en vano, solía
aparcar a la vera de uno. Porque lo del Salchichauto no era
solo un bocata. Era, un placer de película. Daba igual títulos y
cartelera. El final feliz, siempre estaba fuera.

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SAN MAMÉS
LA CATEDRAL
LA CATEDRAL DE LOS SENTIMIENTOS
La llaman Catedral del fútbol. Pero se quedan cortos. En San
Mamés, cabe mucho más que fútbol. Por tener, tiene hasta su
propia atmósfera. Esa que te da la vida, con solo respirarla una
vez. Incluso si no has estado, te mueve pulmón. Aunque solo
sea para suspirar. Por haber estado y no estar. O por no haber
estado nunca y no poderla visitar. Nació un año 13. Dicen que
es mal número si no crece. Por eso sigue ella expandiéndose.
Más allá de lo físico, hablo de lo metafísico. Porque ni Aristó-
teles podría entenderla. Siendo campo cerrado, abre mente y
espíritu. En ningún lugar del mundo suenan los rugidos como
en ella. Ni los goles. Tampoco el aplauso al contrario. Ni si-
quiera el cántico al propio. Porque la Catedral no es un campo.
Ni un estadio. Es otra cosa. En ella hemos visto ganar ligas y
pasear copas. Hemos llorado y reído, varias veces, por cierto,
en un mismo partido. Nada raro. Pero no me pregunten por el
nombre de quienes se sientan a mi lado. No hace falta saberlos.
Porque San Mamés nos quiere así. Todos uno. O mejor dicho,
una. Que al fin y al cabo, somos familia. Por eso nos envidian
los rivales. Por eso luce imponente, a punto de ser centenaria.
Y por eso da igual dónde la pongan. La Catedral seguirá siem-
pre en el mismo sitio. En el corazón y en la memoria. Entre las
pocas cosas de la vida, que de verdad merecen la pena.

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SANTIAGUITO
300 AÑOS DE PECADO
Trescientos años de misterio. En realidad, alguno más. Los
que hay desde el día en que “Artesanos del Malvavisco” die-
ron con el Santo Grial. El sanador de gargantas irritadas y
corazones pecadores. Un caramelo tan natural, como rocoso.
Mucho se ha escrito y hablado sobre él. A veces, por lo reli-
gioso. Otras, por lo civil. Pero nadie ha logrado responder a
la gran pregunta. ¿Por qué te lo dan clandestino? Al menos,
antes era así. Podía ser la abuela, la tía Carmen –¿quién no
tiene una tía Carmen? –o una vecina de pelo cano y broche
en el ojal. Nunca te lo entregaban a mano descubierta y con
tono abierto. Eso, jamás. El proceso era otro. Pedían que te
acercaras discreto y te metían, en el bolsillo del tabardo, un
buen puñado de ellos. El momento se cerraba con un guiño
cómplice y un gesto exigiendo silencio. Como si el asunto
llevase, además de azúcar, malvavisco y clarea de fruta, un
oculto ingrediente con valor de pecado. Un añadido. Así que
te alejabas sin saber qué hacer, ni cuándo comerlo. Porque,
además, recordemos, la cosa llevaba su tiempo. La clave esta-
ba en hacerlo bailar en la boca. Ahora lo aparco a la derecha,
ahora a la izquierda. Y, de vez en cuando, un tanteo con los
dientes. El justo para que no le diera tiempo a pegarse en
ellos, ni a dañar esmaltes. Elaborar un Santiaguito lleva 40
minutos. Comerlo, toda una infancia. Descubrir su secreto,
toda una vida.

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SANTO SAN MAMÉS
EL SANTO QUE SUSURRABA A LOS LEONES
Lo que son las cosas. Tantos años acudiendo a su vera y nunca
me había fijado en el sorprendente detalle. San Mamés, es un
“chuleta”. Santo, sí, pero va sobrado. Basta con mirar su pose,
para comprobarlo. Hasta el león aguanta estoico el desdén del
muchacho. Que, por cierto, más que fiera parece gato. Será
por aquello que de la osadía juvenil a todos abruma. Y no solo
cuando la luce el santo. Es la misma que exhiben y pasean,
quienes visten la mítica zamarra del Club. La roja y blanca. La
eterna. La que recorre la alfombra verde del templo sagrado.
La que adopta como propia, la concurrida y variada parroquia.
Haciendo del Athletic, una compacta familia. Esa osadía pre-
senta el santo en la reliquia. Pero en seguida descubrió San
Mamés, que aquello no era vida. Cierto que, a veces, le daban
sonoras alegrías. Pero otras, sufría dolorosas sangrías. Fuera por
méritos del contrario o deméritos del propio. Incluso, a veces,
por culpa del colegiado o de esa diosa, griega y pecadora, a
la que llaman Fortuna. Así que tuvo que colgar la aureola una
tarde y remangarse. Para ayudar el domingo y el sábado que
se viste de domingo. No les digo nada, cuando se pasó a jugar
todos los días. Que si ese penalti, que si ese poste, que si un
gol, que si beste bat. Y él pensando, “En mala hora no me dejé
comer por los leones”. Y es que, el fútbol, exige demasiados
milagros.

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SOKONUSKO
TRES ERAN TRES
“Se necesitan 3 puntos de apoyo para sostenerse en equilibrio”.
Es esta una máxima de la física. “Y para que ni la mesa ni el
banco cojeen”, añade un servidor. De ahí que, en asuntos de
aritmética, sea el tres número importante. También en temas de
rezos. No en vano, se le considera perfecto y celeste. Así que
no es por lo tanto casual, que sea la cifra elegida por el Soko-
nusko. El turrón por excelencia de Bilbao. Obsérvese que, para
pronunciar su nombre, hay que poner los labios en posición de
beso. Quizá porque, el dulce referido, merece más de un óscu-
lo sincero y alguno, si me apuran, tirando a apasionado. Hay
quien le tacha de carero. Como si alguna vez el placer fuera
barato. Además, quién puede ofrecer sino él, tres turrones en
uno. El blanco, el tostado y el negro. Tres pralinés de quitarse
la txapela y con elegante cerrado. El de un cuarto chocolate,
tirando más bien a negro. Cortarlo exige arte. No sea que una
capa se rompa y pierda la gracia el asunto. Personalmente me
gusta verlo presidiendo bandeja y recién abierto. Cuando aun
luce sello en el recio cuerpo y apenas lleva cortes. Indicando
que le queda mucha vida, aunque termine diciembre.

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SOMBRERERÍA GOROSTIAGA
ELEGANCIA MEDIO “LAU”
Con gran vuelo y mejor caída. Así es la txapela de Bilbao. Que
la boina es muy digna, pero cuando es txapela ilumina. Que
se lo digan a Baroja. O a Unamuno. Como decía este último,
“Es prenda honrada que nivela”. Puede llevarla el joven y el
anciano. El obrero y el señorito. Pero cuidado, que toda boina
es txapela, pero no toda txapela es boina. Así lo apuntó Resu-
rrección María de Azkue atinado y en su día. Recordándonos,
oportuno, lo que el vocablo siempre significó en Euskera: Som-
brero. Por eso no es erróneo que en una sombrerería la reina
sea la txapela, en versión boina bilbaina. Pocas prendas han
logrado vestir a tantas cabezas. Quede claro al personal, que
también hacen gorras y sombreros en el histórico local. Son
para damas y caballeros, que quieran llevar testa a cubierto. O
para artistas y noches de gala. Incluso para obreros de pico y
pala. Que la elegancia no se compra, pero un buen sombrero
ayuda. Doy fe. Aun así Carpentier, siendo francés, luce en el
escaparate txapela botxera. Porque sabe el botxeador, que tan
malo es llevarla a rosca como no llevarla en este mundo. Lo
suyo es buscar el perfecto equilibrio. Por eso, en Bilbao, la
llevamos medio “lau”.

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THATE
LOS KÁISER DE BILBAO
Los Thate son los Dalton de Bilbao. Pero en su caso, todos los
hermanos son listos y honrados. Y, sobre todo, trabajadores.
Hermann, Enrique, Carmen y Alfredo son hijos y nietos de
maestros charcuteros. Llevan la parte alemana del mapamundi
del Botxo. La Democrática y la Federal, que nunca hubo en su
negocio muros ni fronteras. Producto vasco, estilo germano. Y
a veces, viceversa. Que lo suyo es la fusión y, sobre todo, la
unión. Cómo será su arte que su pastel de carne, en las ferias
germanas, ha alcanzado categoría de mito. “Ingeniería alema-
na, con ingenio vasco” responden ellos cuando les preguntan
por su fórmula. Que no es cosa de contarla, pero tampoco de
no decir nada. Los Thate han logrado, incluso, rizar el rizo y
bilbainizar el codillo. Como si la Ocktober Fest fuera fiesta de
txapela, txistu y tamboril. Y eso, solo lo hacen los que tienen
título de embajadores de ida y vuelta. Solo por este asunto,
merecerían estatua ecuestre. O porcina. Pero aun hay más.
Según los tres hermanos, la salchicha de un Thate siempre es
la más deseada. Por tamaño, materia y por los placeres que
ofrece. La hermana sonríe al oírlo, pero no dice nada. Porque
sabe que el negocio con humor, se lleva mucho mejor.

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TONETTI
FILÓSOFO DE NARIZ ROJA
Las cenizas de Tonetti fueron lanzadas a nuestras aguas. A la
ría. Que no deja de ser, según la RAE, “una penetración que
forma el mar en la desembocadura de algunos ríos”. Pero
también es el “imperativo del verbo reír, tercera persona del
singular”. Y algo de imperativo tiene la risa. –Ría usted, por
favor, aunque no ayude el entorno –. Con Tonetti compren-
dimos que la vida tiene doble cara. Risa y llanto. Un circo
ambulante. Donde una cosa es la pista y otra los bastidores.
La procesión va por dentro. Sabía el payaso bilbaíno, nacido
cántabro, que de la risa al llanto apenas hay una mueca. Circo
y mundo no paran de girar. Por eso, no hay más remedio que
pintarse la cara y salir otra vez a pista. Por eso nos sentimos
orgullosos de ser de un lugar que levanta estatuas a payasos.
Confiéselo. A usted también le pasa. Cada vez que un bilbaino
atraviesa el parque de los patos, devuelve el saludo a Tonetti.
Porque no es lo mismo hacer el payaso que ser payaso. Para
lo primero basta con ser torpe. Para lo segundo hay que ser
muy grande. La de Tonetti no es solo la estatua a un payaso,
sino a una filosofía de vida. La de un Bilbao que siempre su-
po poner, ante los problemas y las adversidades, buena cara
y mejor sonrisa.

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TRANVÍA
UN METRO CON VISTAS
Tiene un poco de tren y un mucho de gusano loco. De ahí
que, como la famosa atracción de feria, el tranvía enloquezca
a la chiquillería. Porque, siendo transporte, parece un juguete
grande. Y de espíritu festivo, añado. Da igual que uno vaya
a trabajar a la otra punta, allí abajo o allá arriba. La sensación
nunca es de traslado, sino de viaje. Con un recorrer sinuoso,
que nos descubre un Bilbao, cada vez más hermoso. Al fin y
al cabo, es el tranvía el hermano mayor del suburbano. Y se
nota. Porque eligió sitio primero. Como sucede en asuntos de
literas. –yo arriba, que siempre fue así. Incluso cuando no esta-
ba, me guardaron el sitio –le dijo al Metro el orgulloso Tranvía.
Por eso va tan digno por nuestras calles, con un pie en cada
vía. Por eso y porque pasear por el Botxo da gusto. Solo hay
un pero. Ya no tiene terraza. Esa trasera a la que se subía el
que no tenía billete o a esa hora no cabía. Ahora todo es más
compacto. Más cerrado. Pero no le preocupa eso al tranvía.
De hecho si te acercas, entre tintineo y tintineo, te contará al
oído su secreto –Entra dentro de mí. Porque, a través de mis
cristales, se ve pasar la vida –.

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TRICICLOS DEL PARQUE
CENTAUROS DE BILBAO
Centenario y de estilo romántico era su recorrido. Muy fron-
doso y aun más colorido. Lo que se dice un aire inglés. Por
tener hasta tenía, aun tiene, su propio mar interior. Nació de la
generosidad de Doña Casilda de Iturrizar y de las mentes del
arquitecto Ricardo Bastida y del ingeniero Juan de Eguiraun.
Lo que denota origen de alta alcurnia. Que no es cuestión de
pedalear por pedalear. Y menos, en un recorrido vulgar. Era
la carrera de entonces, prueba completa y variada. Con etapas
cortas, pero entretenidas. Esquivando a paseantes y contrarios
tanto en las idas, como en las venidas. Todos sus puertos eran
de primera. Allí segundones, nunca había. Que eso es de gen-
te sin fuste. Por culote, pantalón corto. Por maillot, flamante
tabardo. Y barquillos y bocatas, como único avituallamiento.
Pero lo diferente de verdad, era la montura. En lugar de bicicle-
ta, tirábamos de triciclos. Que aportaban equilibrio y añadían
señorío. Pedalear en ellos no solo acercaba destinos. También
enseñaba a elegir buen camino. Que la vida no es sino un
mover rueda, a golpe de esfuerzo e ilusiones y a merced de
la suerte y las condiciones. Por eso fuimos centauros, antes de
ser mayores. Porque hay que vivir fantasías siendo niño, para
enfrentarse después a las realidades.

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TROLEBÚS
UN BILBAINO SOBRE RUEDAS
Desconozco si llovió o fue un día soleado. Solo tengo claro que
tuvo lugar el 20 de Junio de 1940. Arrancaba, por entonces, el
primer viaje del Trolebús. Su recorrido, Santiago-Misericordia.
Toda una aventura. La primera de esas características en la
Península Ibérica. Ahí es nada. Desapareció en 1976 y hoy
solo sobrevive en viejas fotografías. Aunque aún quedan sus
huellas. No estarán en las calles, pero si se fijan, podrán todavía
verlas. Basta con buscar en los recodos de la memoria. Allá
donde se encuentran los viejos sonidos y los añorados sabo-
res. De los segundos mucho hemos hablado en este laminado
recorrido botxero. Pero nos faltaban los primeros. Nuestros
sonidos. Como el del cambio de raíles o el de la ruidosa ca-
tenaria, cuando giraba el trolebús en sus recorridos. Y luego
estaba el color. Rojo intenso. Rojo inglés. De ese que heredaría
después el autobús de dos pisos, ya huérfano de cables. Esto
que cuento es tan cierto como que hay noche y día: Hubo un
tiempo en que Bilbao fue museo viviente del ferrocarril, del
automóvil y del autobús. Y entre sus preciados tesoros, lugar
de honor ocupó siempre el pionero trolebús.

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TRUFAS DE ARRESE
MARIPOSAS DE BILBAO
No me digan que no son mariposas. Al menos, a mí me lo
parecen. Antes de desenvolverlas tienen dos alas. Eso se ve
a simple vista. Y una vez desprendidas, cae polvo al tocarlas.
Puede ser de cacao o de azúcar, pero polvo fueron ayer, hoy y
siempre. Eso se nota, aunque las abras deprisa. Cuenta Tomás,
en la página vecina, que en Nueva York es por todos conocida.
Servidor lo confirma. Y si hace falta, hasta lo firma. Es cierto
que hay otras. Muchas, para ser sinceros. Unas artesanales.
Otras industriales. Incluso son habituales también, y muy
buenas por cierto, las que se dicen son caseras. De ahí que su
lograda fama, no sea asunto baladí. Que cuesta lo suyo triunfar
en la bombonería. Y más aun, en el mundo de las trufas. Pero,
no siendo dulce original, le pasa lo que a la boina. Que llegó
a Bilbao de fuera y en casa pasó a txapela. Pregunta ahora
por ahí, si no es esa prenda botxera. Pues lo mismo sucede
con la trufa. Si quiere comprobarlo, es fácil. Llévelas consigo,
más allá de nuestra tierra. Dé a probar una de ellas, y nadie le
dirá que nos sea ajena. Porque guardará en su seno chocolate,
nata, naranja o café. Pero llevará también sabor, de eso doy fe,
a esquina de Gran Vía.

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TURRONES IVAÑEZ
LA CASA DEL TURRÓN
Hay títulos que se ponen sin medida. En el caso que nos
ocupa, es todo lo contrario. Se pecó de humildad. Y mucho.
Porque aquello no era portal, sino casa. Y si me apuran, has-
ta mansión. No tanto por el continente, que no, sino por el
contenido. En este rincón de Bidebarrieta el olor a turrón todo
lo envolvía. Paredes, suelo y aire. De ahí que la chiquillería
recorriera calles y callejones, esquivando charcos y piernas de
mayores. Buscando el camino, a golpe de nariz. No era fácil,
créanlo. Porque aquél puesto, oda amorosa y heroica al dulce,
era de carácter inquieto y de espíritu movido. Todo fuera por
sobrevivir y crecer. Pero acabábamos por encontrarlo siempre.
Incluso bajo la lluvia de Diciembre. Porque mazapanes hay,
hubo y habrá muchos. Pero con cuerpo de pequeño perro y
sabor a nube, pocos o ninguno. Al menos, como aquellos que
aquí refiero. Cierto que ayudaba al encantamiento el peculiar
entorno. Gente con castañas asadas, globos de calzados La
Palma y bolsas de una y mil tiendas. El universo habitual de
un garabato llamado Siete Calles. Allí decidió Don Miguel dar
cobijo a sus figuras de Jijona. Que no será el famoso de Belén,
pero un portal de Bilbao es buena opción también.

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TXIMBOS
A VISTA DE PÁJARO
No fue uno, sino muchos. Tantos, como habitantes tuvo la
Villa. Siempre pequeños, siempre botxeros. Será por aquello
de que Bilbao, desde el cielo, más que urbe parece nido. Va a
ser eso. La respuesta al misterio y la razón de tanta visita ala-
da. Eso, y que nuestro suelo siempre tuvo buen olor y mejor
bocado. Fueran restos de bocatas, de patatas o de palmeras y
barquillos. Fue tan popular su figura y tan eficiente su volar,
que aterrizaron en el valle de las palabras. En ese árbol, que
llaman diccionario. Pero no de cualquier lengua. Sino de esa
oficiosa que se llama bilbaína, que dicen lexicón y que a no-
sotros nos parece preciosa. Una vez en ella, dieron su nombre
a jabones, a carabinas y a barcos. Y ya puestos, como estaban
de ronda, nos otorgaron gentilicio alado. Ese que llevamos
desde entonces, a mucha honra los bilbainos. Sea Chimbo o
Tximbo, el bilbaino, si es con diptongo, sabe que el suyo es
rango de ave. Pero no de una cualquiera. Sino de aquella que,
vaya donde vaya, sea en primavera o en verano, en otoño o
en invierno sabe que cuando vuelva, le estará esperando el
nido. Ese que llaman Bilbao y del que, por mucho que vueles
lejos, en el fondo nunca te has ido.

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TXUPINERA
LANZADORA Y LANZADERA
Si el pregonero luce amarillo, ella presume de rojo. Pero no de
uno cualquiera. Sino de famoso General. Zumalakarregi. Por
aquello de las dos caras de Bizkaia. A diferencia del vocero
de la fiesta, hablo del Pregonero, el de Txupinera es cargo de
pocas palabras pero intensas. Lo suyo es más el ruido. El que
nace silbido, para luego ser trueno. El del cohete que lleva
mucha pólvora y aun más ilusiones. No es casualidad que sea
ella quien lance el proyectil. Siempre fue la mujer quien mejor
maneja los cohetes. La pólvora en mano y maniobra masculina,
tiende a ser beligerante y a llevar peligrosa inquina. De hecho,
la Txupinera es más terrenal. Prescinde de pomposos gorros y
opta por txapela. Igual de elegante, pero más popular y calleje-
ra. Percha y botafuego lleva por instrumentos y una makila de
roble, con alabado fundamento. Que una cosa es ser discreta
y otra no mandar. Y ella manda. Mucho, además. Porque nos
marca los tiempos. La cuenta atrás o la cuenta hacia delante,
según se vea, para la semana más grande. Que su cohete no
nos llevará a la luna. Pero nos la acerca nueve días.

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VASO DE VINO
EL CÁLIZ DE LOS TXIKITEROS
Tan macizo, como engañoso. Tan singular, como popular. Así
era, alguno queda, nuestro famoso vaso de vino. Y digo nues-
tro, porque carajo importa dónde nació o quién lo creó. Lo que
vale, es dónde reinó. Y lo hizo, ahora menos, en los bares y
tabernas de ese cráter siempre despierto, hasta cuando duerme,
llamado Bilbao. A diferencia de otros cálices, este nunca se
acompañó de alimento sólido. Ni un triste mendrugo de pan.
Ni una miga. De primero vino, de segundo vino y de postre,
vino. El menú del txikitero. Llevaba, eso sí, banda sonora. La
de las bilbainadas. Cantadas cerradas, pero abiertas al mundo.
Y mucha historia. La de los “susedidos botxeros”. Servía para
brindar por todo y por nada. Decían los críticos, que era mu-
cho cristal para tan poco espacio. Qué sabrán ellos. Lo suyo
era arraigo y punto. De ahí la gran base. La justa y necesaria,
para asentarse en esa tierra inquieta llamada barra. Y de pa-
so, ayudar al tasquero en las cuentas. Poco vino, pero lucido.
Ofreciendo un trago noble. Rotundo. Solitario. Como mucho
dos, para el principiante o para quienes andan desentrenados.
Después, un golpe con el culo en la barra y a por otro bar. A
por otro cáliz. A por otra ronda.

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Índice
Sentimiento bilbaíno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Soy de Bilbao . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Agua de Bilbao . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12/13
Alejandro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14/15
Alfabeto de Bilbao . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16/17
Angulas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18/19
Aste Nagusia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20/21
Athletic Club . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22/23
Azul Bilbao . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24/25
Bakalada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26/27
Baldosa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28/29
Bandera de Bilbao . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30/31
Basílica de Begoña . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32/33
Beyena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34/35
Bilbao . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36/37
Bollo de mantequilla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 38/39
Boni . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40/41
Boteros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42/43
Carolina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44/45
Carta Puebla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46/47
Cervezas de Bilbao . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48/49
Chocolate Chobil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50/51

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Cordones de San Blas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52/53
Cromos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54/55
Don Celes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56/57
Don Diego López de Haro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58/59
El Azulito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60/61
El Kiosco del Arenal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62/63
El Pregonero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 64/65
El Ruso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66/67
El Tigre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68/69
Escudo de Bilbao . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 70/71
Escudos del Athletic . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 72/73
Felipadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74/75
Fosteritos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 76/77
Fuente del Perro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 78/79
Funicular de Artxanda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80/81
Galletas Chiquilín . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82/83
Gargantúa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 84/85
Gaseosa Iturrigorri . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 86/87
Gilda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 88/89
Giraldillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90/91
Goitibera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92/93
Grillos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 94/95
Guggenheim . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 96/97
Jabón Chimbo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 98/99
La Alhóndiga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100/101
La Amatxo de Begoña . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 102/103
La Grúa Carola . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 104/105
La Loca de Arrikibar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 106/107
La Otxoa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 108/109
La Placa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 110/111
Licor del Polo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 112/113
Los Mitos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 114/115
Los triángulos del EME . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116/117
MariJaia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 118/119
Melpomene vestida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 120/121
Mocedades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 122/123

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Musa Melpomene . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 124/125
Parque de los Patos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 126/127
Pastel de arroz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 128/129
Pichichi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 130/131
Pintxos morunos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 132/133
Polvorón Felipe II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 134/135
Puentes de Bilbao . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 136/137
Puppy . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 138/139
Ría de Bilbao . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 140/141
Sagrado Corazón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 142/143
Salchichauto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 144/145
San Mamés . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 146/147
Santiaguito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 148/149
Santo San Mamés . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 150/151
Sokonusko . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 152/153
Sombrerería Gorostiaga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 154/155
Thate . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 156/157
Tonetti . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 158/159
Tranvía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 160/161
Triciclos del Parque . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 162/163
Trolebús . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 164/165
Trufas de Arrese . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 166/167
Turrones Iváñez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 168/169
Tximbos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 170/171
Txupinera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 172/173
Vaso de Vino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 174/175

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